14. ATAN CARGAS PESADAS

           

El papa Wojtyla  se ha caracterizado por una posición cerrada (rigorista) en diversos temas relacionados, de una u otra forma, con la sexualidad, como la secularización de los sacerdotes, la ordenación de casados, la ordenación de mujeres o la regulación de la natalidad. A la hora de hacer balance de su pontificado, hay que juzgar estas actitudes a la luz de la palabra de Dios, pues – como dice el Concilio – el papa “no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio” [1] .

 

Sin mandato del Señor

Un monseñor de la curia romana, que había estado muy próximo al papa Wojtyla , comentó a Juan Arias  el siguiente caso. En Polonia un sacerdote convivía con una mujer, de la que tenía dos hijos pequeños. No pudiendo soportar más aquella situación, visitó al arzobispo Wojtyla para suplicarle que le pidiera a Roma el permiso para abandonar el sacerdocio y legitimar su unión con la mujer. Wojtyla fue tajante. Le dijo que la única solución era dejar a aquella mujer, que “no era su esposa”; que los hijos podían ingresarlos, con la ayuda económica de la diócesis, en un colegio de niños abandonados, y que él, tras un retiro espiritual, tenía que volver a su ministerio. El sacerdote, desesperado, se fue al cardenal Wyszynski . El famoso y austero cardenal prometió ayudarle. En efecto, pidió a Roma la dispensa, la obtuvo y los casó en la capilla privada de su palacio [2] .

Es preciso decir que el Concilio Vaticano II valora el celibato sacerdotal como “fuente particular de fecundidad espiritual” y, aunque reconoce que “no se exige por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias orientales”, sin embargo, confirma la legislación existente en la Iglesia latina [3] .

Ciertamente, el celibato (asumido como imitación y seguimiento de Cristo) es una opción radical por la que el discípulo queda plenamente disponible al servicio del evangelio [4] . Ahora bien, si Cristo confió el ministerio apostólico a hombres casados (y no casados) y los apóstoles, a su vez, hicieron lo mismo, de esa misma manera puede y debe actuar la Iglesia. Dice San Pablo , aunque manifiesta cuál es su posición personal y su preferencia:  En cuanto al celibato, no tengo mandato del Señor [5] . En cualquier caso, es fundamental que la opción sea fruto de la gracia (no de la ley) y sea claramente libre. Es cierto el proverbio: La libertad todo lo llena de luz. Y también: Donde está el espíritu del Señor, allí está la libertad [6] .

No es posible eludirlo. El problema de los sacerdotes pederastas conmociona a la sociedad norteamericana. Con este motivo los cardenales de EE UU se han reunido con el papa. Uno de los casos más llamativos es la actuación del cardenal de Boston, Bernard Law, que consintió que siguieran en contacto con jóvenes dos sacerdotes ya condenados por la justicia, acusados de haber abusado sexualmente de centenares de niños a lo largo de 30 años de ministerio.

Si la Iglesia quiere dar seguridad a nuestros niños y jóvenes, se afirma en El País, debe evitar un tratamiento secreto del asunto intentando resolverlo de tapadillo, aconsejando resignación y comprando el silencio de las víctimas con decenas de millones de dólares. Ochocientos millones de dólares ha sido el precio pagado por desactivar una buena parte del casi millar de denuncias presentadas en EE UU contra sacerdotes pederastas.

Las reuniones mantenidas en el Vaticano han abordado la cuestión del celibato, pero la conclusión ha sido mantenerlo y reforzarlo: “La relación entre celibato y pederastia no puede mantenerse científicamente”, se dice en el comunicado final.

Sin embargo, reconoce Wilton Gregory, presidente de la Conferencia Episcopal norteamericana: “El hecho de que el papa haya dicho en su discurso que la pederastia es un delito civil significa que la Iglesia asume totalmente que es el poder civil el que debe tratar este asunto” [7] . 

 

Una prohibición sin precedentes

Según el Derecho Canónico (1983), “sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación” [8] . El nuevo Catecismo lo explica así: “El Señor Jesús eligió a hombres para formar el colegio de los doce apóstoles y los apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores” [9] .

Juan Pablo II  es absolutamente contrario a la ordenación de mujeres. Lo justifica así en su carta Mulieris dignitatem (1988): “Cristo, llamando como apóstoles suyos sólo a hombres, lo hizo de un modo libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad con que en todo su comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin amoldarse al uso dominante y a la tradición avalada por la legislación de su tiempo” [10] .

Comenta la monja inglesa Lavinia Byrne: “Están presentes (en la carta) los mejores temas acerca de la dignidad y los derechos de las mujeres. Pero también lo están los menos agradables acerca de los estereotipos sexuales, es decir, el papel propio de las mujeres; e incluso otros más perjudiciales que éstos, a saber, la verdadera naturaleza de la mujer. Ahora ha quedado, por tanto, muy claro que la verdadera cuestión es de carácter teológico: el tema de la justicia apenas cuenta”.

Cuando en todos los ámbitos de la vida humana se va consiguiendo (finalmente) la promoción de la mujer, Juan Pablo II en su carta Ordinatio sacerdotalis (1994) zanja el tema de la ordenación de la misma y prohibe oficialmente que sea objeto de debate dentro de la Iglesia: “Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia” [11] .

Ciertamente, se trata de “una prohibición sin precedentes en la historia moderna” [12] . En su momento, la  Comisión Pontificia, al ser interrogada al respecto por el papa Pablo VI , respondió que, en su opinión, no existía ninguna base bíblica para oponerse a la ordenación de la mujer al sacerdocio [13] . 

De modo semejante, en el diálogo ecuménico se afirma cada vez más que no hay razón teológica alguna para continuar excluyendo a la mujer del ministerio ordenado, desde la dignidad humana y cristiana común: en Cristo ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer [14] .

La igualdad fundamental de todos es una señal de nuestro tiempo, tan fácil de percibir como el tiempo que se avecina [15] , una señal asumida por el  Concilio Vaticano II como acción del espíritu de Dios en nuestro tiempo. Por tanto, “toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan de Dios” [16] .

Lavinia Byrne  lo denuncia con valentía: “Si se parte de la base de que las mujeres no pueden representar a Cristo, de que no podemos presentarnos in persona Christi, se repudia y se desautoriza a las mujeres al más profundo nivel: el nivel de nuestra misma existencia” [17] .  El Concilio define al sacerdote con la capacidad de actuar “como en persona de Cristo cabeza” [18] del cuerpo que es la Iglesia. A sus 52 años, obligada a retractarse en público de sus ideas, Lavinia ha decidido abandonar la congregación a la que ha dedicado su vida.

 

Control de natalidad

La cuestión de la regulación de la natalidad fue confiada por Pablo VI  a la Comisión Pro Estudio de Población, Familia y Natalidad. En la comisión la mayoría juzgó que el control artificial de la natalidad tenía la misma moralidad que el control natural, con tal de que no fuera abortivo  o con tal de que clínicamente no estuviera contraindicado (por ejemplo, por dañar a la mujer o al feto). Pues bien, el 25 de julio de 1968, Pablo VI publicó la encíclica Humanae vitae, optando por la posición minoritaria y aceptando sólo el control natural. La sorpresa fue grande. Quedaba ya muy lejos la obsoleta biología aristotélica y medieval, según la cual en el semen masculino estaría contenido todo el hombre en potencia, mientras la mujer permanecería pasiva en la generación [19] . Hoy sabemos que el nuevo ser humano comienza con la fecundación del óvulo femenino (desde 1875, con Oskar Hertwing ).

Según dice Arias , el cardenal Benelli  estaba deshecho: el papa se había echado atrás en su decisión “tras mucha oración y meditación” [20] .

En carta pastoral el obispo Luciani , luego papa Juan Pablo I,  dijo a sus diocesanos: “Confieso que, aunque no revelándolo por escrito, albergaba la íntima esperanza de que las gravísimas dificultades existentes pudieran ser superadas y que la respuesta del maestro, que habla con especial carisma en nombre del  Señor, pudiera coincidir, al menos en parte, con las esperanzas concebidas por muchos esposos, una vez constituida una adecuada comisión pontificia para examinar el asunto” [21] .

En una conferencia sobre el amor conyugal y la educación familiar, que el obispo Luciani pronunció en Mogliano Véneto en mayo de 1968, dice al final: “Esperamos que el papa pueda decir una palabra liberadora” [22] .

Una cosa es el mandamiento general Creced y multiplicaos [23] (o una llamada profética a los pueblos que envejecen por su escasa natalidad [24] ) y otra muy distinta es el principio según el cual todo “acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida” [25] , considerando “intrínsecamente mala” toda acción conyugal que pretenda un control artificial de la natalidad [26] . Aquí el fariseísmo institucional remite al pasaje del evangelio que dice: Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas [27] .

Antes de que la comisión pontificia terminara sus trabajos, el cardenal Wojtyla   envió al papa Pablo VI  un documento sobre la contracepción, que reflejaba la posición adoptada en su libro Amor y responsabilidad.  En realidad “las presiones sobre Pablo VI eran muy fuertes, de parte de los laicos (en general favorables a una disminución de las restricciones de la Iglesia), de parte de los cardenales Ottaviani  y Wojtyla, los cuales habían preparado una extensa documentación teológica a favor de la prohibición, y de parte de la mayoría de la comisión papal de la que era copresidente el cardenal Julius Döpfner  de Munich, el cual a su vez había promovido un grupo de trabajo que presentó una documentación a favor de la liberalización” [28] .

El 24 de junio de 1966 la comisión papal presentó un informe de mayoría en el que se afirmaba que la oposición de la Iglesia a la contracepción “no podía ser sostenida con argumentos razonables” y que la práctica del control de la natalidad no era “intrínsecamente un mal” [29] . 

Dice Wojtyla  en su libro Amor y responsabilidad: “Cuando el hombre y la mujer, que tienen relaciones conyugales, excluyen de manera absoluta o artificial la posibilidad de la paternidad o de la maternidad, la intención de cada uno de ellos se desvía por eso mismo de la persona y se concentra en el mero goce (erótico)” [30] . No obstante, en determinadas circunstancias, los esposos pueden evitar la concepción acomodándose a los periodos de esterilidad de la mujer. No hacen más que conformarse con las reglas de la naturaleza: “la fecundidad periódica de la mujer es uno de los elementos de ese orden” [31] .

Los contraceptivos, dice también, son siempre nocivos a la salud: “Los productos anticonceptivos biológicos pueden provocar, además de la esterilidad temporal, importantes cambios irreversibles en el organismo humano. Los productos químicos son por definición venenos, porque han de tener fuerza para destruir las células genitales; son, por lo tanto, también nocivos. Los medios mecánicos provocan, por una parte, lesiones debidas a la fricción de las vías genitales de la mujer por un cuerpo extraño y, por otra, quitan toda espontaneidad al acto sexual, lo cual resulta insoportable, sobre todo para la mujer. Lo demuestran las neurosis en la mujer, causadas precisamente por la utilización de estos medios brutales. Con más frecuencia quizá los cónyuges recurren a la interrupción de la relación (coitus interruptus), que practican sin conciencia sin darse cuenta de inmediato de las consecuencias enojosas, inevitables sin embargo. Es el hombre, sobre todo, la víctima, porque está sometido entonces en el curso de las relaciones conyugales a una tensión nerviosa que provoca un estado ansioso bien comprensible y que se traduce por una abreviación del acto y la ejaculatio praecox; a la larga, esto puede ser la causa de una impotencia total. Las consecuencias en la mujer son fáciles de prever, si se tiene en cuenta el hecho de que su ‘curva de excitación’ es más larga y más lenta. La interrupción de la relación la deja mucho más insatisfecha, lo cual - ya lo hemos dicho -  provoca neurosis y puede llevar a la frigidez sexual” [32] .

La mujer vista por el hombre con ojos de deseo, dirá ya de papa, es un objeto, no una persona. Este “adulterio del corazón” puede darse incluso dentro del matrimonio: “El adulterio en el corazón no sólo es cometido porque el hombre mira de ese modo a la mujer que no es su esposa, sino precisamente porque mira así a una mujer. Si mirase de ese modo a la mujer que es su esposa cometería también el mismo adulterio en el corazón” [33] . Es, por tanto, el primer papa en la historia que ha llegado a condenar como “adulterio de corazón” el que un marido mire con deseo sexual a su propia mujer. Lo hizo durante la audiencia general del 8 de octubre de 1980.

La Humanae vitae, dice Juan Pablo II , había colocado el desafío moral de la castidad conyugal en el contexto, más bien negativo, de las prohibiciones. Sin embargo, en su teología del cuerpo [34] el papa Wojtyla  quiere plantearlo de forma positiva: cómo vivir castamente el amor sexual. Las reflexiones del papa (en total 129) fueron desarrolladas durante cuatro años en las catequesis de los miércoles: desde el 5 de septiembre de 1979 hasta el 28 de noviembre de 1984. Yo  asistí a una de ellas, el 5 de mayo de 1982. El biógrafo Weigel  hace esta aventurada afirmación, sin sonrojo alguno: “Tomados en su conjunto, estos ciento treinta discursos catequísticos constituyen una especie de bomba teológica de relojería, programada para estallar con resultados espectaculares en algún momento del tercer milenio de la Iglesia” [35] . Tal cual.

Tras la publicación de la Humanae vitae, resulta sorprendente, la cifra de anulaciones matrimoniales ha alcanzado cotas desconocidas anteriormente en la historia de la Iglesia. En el sínodo de 1980 sobre el papel de la familia cristiana en el mundo moderno, el cardenal Pericle Felici  dio la voz de alarma: dijo que las declaraciones de nulidad habían aumentado entre los años 1970-1980 en un 5000 por 100 [36] . Posteriormente, “en 1989 fueron concedidas 78.200 anulaciones, 61.416 en EE.UU. En 1991 la cifra fue de 80.712 con 63.933 anulaciones en EE.UU. En 1992 fueron 76.829 de las cuales 59.030 en EE.UU” [37] .

El papa Juan Pablo II  “está preocupado por el escándalo que produce el ‘divorcio católico’ a través de tribunales poco rigurosos del propio país o de otro al que algunas parejas acuden para realizar un gesto hipócrita” [38] . Sin embargo, las llamadas del papa a una mayor severidad por parte de los jueces eclesiásticos no han impedido que se vuelva actual la denuncia de Jesús: Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello [39] .

 

El catecismo que no quiso el Concilio

Durante 20 siglos, solamente una vez se había publicado un catecismo para toda la Iglesia, el Catecismo Romano o de Pío V , para párrocos, 3 años después del Concilio de Trento (1545-1563) y como fruto del mismo. En 1992, 30 años después del Concilio Vaticano II (1962-1965), que no quiso un catecismo universal sino “un Directorio sobre la instrucción catequética del pueblo cristiano” [40] , Juan Pablo II  publica el Catecismo de la Iglesia Católica.

El catecismo es, básicamente, de tipo doctrinal: el acento está puesto en la doctrina. Por tanto, parece ignorar los diversos momentos del movimiento catequético contemporáneo, que ha ido valorando la importancia del anuncio del Evangelio, de la experiencia, de la liberación, de la comunidad, de las nuevas síntesis de fe.

En su estructura el catecismo adopta el orden seguido por el Catecismo Romano en el siglo XVI: Credo, Sacramentos, Mandamientos, Padre nuestro. Así pues, comienza por el Credo, por el final, por donde terminaba el catecumenado antiguo. El catecumenado de los primeros siglos, después del anuncio (evangelización primera) y de dos o tres años de catecumenado (preparación remota al bautismo), se tenía en la cuaresma un tiempo de catequesis intensiva (preparación próxima), en el que se desarrollaba una explicación de la Escritura y del Credo.

En realidad, quien está buscando, lo que necesita es una señal. A quien pregunta y busca, Jesús le remite a la experiencia de fe, a las señales del Evangelio. Llama la atención que, mientras se difundía el catecismo por todas partes, el evangelio de ese domingo fuera precisamente el de las señales: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva [41] .

El catecismo presenta la concepción popular de la resurrección, “al final de los tiempos”. Es decir, enseña el error de Marta, ignorando la corrección que le hace Jesús. Se cita el pasaje: Yo soy la resurrección y la vida [42] , pero no lo que viene después (ni ahí ni en todo el catecismo): El que cree en mí, aunque muera vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, ni siquiera morirá. Con ello, se ignora lo que hoy se considera doctrina común de fe (catequesis posconciliar, liturgia renovada, teología actual): que la resurrección, sea como sea, acontece ya en el momento de la muerte. Los saduceos, dice Jesús, están en un gran error: Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, para él todos viven [43] . Este último texto, del Evangelio de San Lucas, tampoco aparece en todo el catecismo.

El catecismo admite la pena de muerte, “si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas” [44] . Sin embargo, Dios toma bajo su protección la vida del hombre y prohibe el homicidio, aunque sea el de Caín [45] . Y Jesús de Nazaret, condenado a muerte por el orden establecido, no viene a legitimar ese orden. Viene a decir: No sólo no matarás, sino que amarás a tu enemigo [46] . Como se ha observado, los Estados Unidos han alcanzado un récord histórico de penas capitales, lo cual puede seguir pesando lo suyo.

Siguiendo una vieja tradición, se cambia el Decálogo. Así el mandamiento que dice no cometerás adulterio se convierte en “no cometerás actos impuros”, que no es lo mismo. El Catecismo Romano lo decía mejor: “Con la prohibición del adulterio, prohibe Dios todo pecado deshonesto e impuro. E igualmente lo confirman con absoluta evidencia las Sagradas Escrituras... En el Génesis, por ejemplo, se nos narra la sentencia de Judá contra su nuera; en el Deuteronomio se prohibe a las israelitas convertirse en prostitutas; Tobías exhorta a su hijo para que se guarde de la fornicación, y el Eclesiástico dice: Avergonzaos de la fornicación... de fijar la mirada sobre mujer ajena [47] .

Sin aducir fundamento bíblico alguno (se apela a una tradición constante y al sentido moral de los fieles), se presenta la masturbación como “un acto intrínseca y gravemente desordenado”, aunque se dice después que diversos factores psíquicos o sociales “reducen e incluso anulan la culpabilidad moral” [48] .   

De modo semejante, sin fundamento bíblico alguno, se afirma que “todo acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida”, considerando “intrínsecamente mala” toda acción conyugal que pretenda un control artificial de la natalidad [49] . Una llamada general a la fecundidad y a la paternidad responsable hubiera sido suficiente [50] .

Asimismo, se presenta la inseminación y fecundación artificiales homólogas (dentro del matrimonio) como “moralmente reprobables” [51] . Sin embargo, si se respeta el embrión como ser humano ya concebido, ¿por qué rechazar la acción del médico? [52] .

Según el Derecho Canónico, entre bautizados católicos, el matrimonio rato (confirmado) y consumado es indisoluble [53] . De acuerdo, pero ¿se supone (desde el Evangelio) la disolubilidad de los matrimonios no canónicos? ¿Es esto lo que dijo Jesús? [54]

Se afirma que sólo el varón bautizado recibe válidamente el sacramento del orden, pues Jesús eligió a hombres para formar el grupo de los doce apóstoles [55] . Sin embargo, se omite el argumento de la igual dignidad de hombre y mujer [56] . En cuanto a la ley del celibato existente en la Iglesia latina [57] , se omite también el hecho de que Jesús eligió a casados y no casados [58] . Por tanto, la Iglesia latina se reconoce vinculada por la primera decisión del Señor, pero no por la segunda.

En fin, ¿es el catecismo un reflejo de la actual involución eclesial? ¿Corrige, en algunos puntos, al mismo Cristo? Eso es lo que hace el Gran Inquisidor de Dostoyevski . Encarcela y reprende a Cristo, que aparece (imperceptiblemente, con señales) en la Sevilla del siglo XVI en medio de una muchedumbre que, la víspera, ha presenciado la quema de casi un centenar de herejes. Le dice en tono severo, crispado y recriminatorio: ¡Hemos tenido que corregirte! [59] .

 

Oración por Elisa

La noche del 13 de noviembre de 1994, Juan Pablo II  y cinco invitados se reunieron en una de las dependencias papales con motivo del estreno de una obra de teatro escrita y representada por Danuta Michalovska , antigua compañera de Wojtyla  en los tiempos del Teatro Rapsódico de Cracovia. A Danuta le había llamado especialmente la atención el hecho de que San Agustín , al escribir acerca de su entusiasmo por la Eneida de Virgilio, sintiera lástima por Dido, la mujer que Eneas había abandonado con estas palabras: “Yo nunca me olvidaré de Elisa (antiguo nombre de Dido)” [60] . En realidad, a Danuta le resultaba inquietante que el propio Agustín no mencione nunca el nombre de la mujer que él mismo abandonó, con la que convivió durante años y con la que tuvo un hijo, Adeodato . El intento por imaginarse a sí misma en la situación de aquella mujer se convirtió en la fuente de inspiración de la obra de teatro que tituló Yo, la sin nombre.

Antes de la representación, Danuta había visitado la basílica romana de San Pablo . Tras percibir un murmullo procedente del interior, entró en la basílica convencida de que se trataba del comienzo de una misa. Sin embargo, en lugar de asistir a una misa normal, lo que presenció fue un funeral oficiado por un sacerdote ante unas veinte personas. Sentada en uno de los últimos bancos de la basílica, pensó que el funeral de la mujer sin nombre de su obra, a la que había decidido llamar Elisa (el otro nombre de Dido), podría haber sido muy parecido a aquel: una muerte inadvertida por la historia, un reducido número de personas y una pobre y triste ceremonia. Recordando las lágrimas que había derramado mientras escribía su obra, en el momento que Danuta decidió rezar en silencio por la mujer sin nombre, su Elisa, el sacerdote que oficiaba el funeral pronunció las siguientes palabras: “Oremos por Elisa... “

Precisamente, ese día se celebraba el aniversario del nacimiento de San Agustín [61] . Fue el año 354 en Tagaste de Numidia. Sus padres son Patricio  y Mónica [62] . Agustín es el mayor de tres hermanos. Tras la representación de la obra, fueron a cenar. La obra había conmovido al papa, pero sólo en este sentido: “Al igual que la protagonista, él también sentía que su destino había sido escrito por Dios” [63] . Hizo una reflexión sobre las exigencias de la vocación.

Al parecer, la impresionante historia de ese día no le llevó al papa Wojtyla  a hacer una revisión de actitudes (personales e institucionales) a la luz de la palabra de Dios, que rehabilitaba a una mujer  a quien no se ha reconocido su matrimonio de hecho (uso) y que ha sido considerada concubina, mujer sin nombre, sin dignidad, sin derechos [64] . ¿Qué le faltaba a ese matrimonio para ser “legítimo”? ¿Faltaba consentimiento de los esposos? ¿O lo que faltaba era el consentimiento familiar, de la madre, de los parientes? ¿Tenía la mujer de Agustín  una posición social inferior?

Conocido es, durante el primer milenio, el profundo influjo del derecho romano, según el cual sólo el consentimiento es estrictamente necesario para el matrimonio, cualquiera que fuese su forma, e incluso sin forma (matrimonio de hecho o de uso). Dice el Digesta: “No es la unión sexual lo que hace el matrimonio, sino el consentimiento” [65] . En la práctica, la duración continua de la relación matrimonial por espacio de un año tenía valor civil: “Sólo después de haber durado un año, la comunión adquiría un carácter civil, se convertía en un matrimonio legítimo” [66] .

Dice el papa Nicolás I  el año 866, en su respuesta a los búlgaros, que le consultaron acerca de la importancia de las ceremonias eclesiásticas (oración y bendición) que algunos habían declarado ser los elementos constitutivos del matrimonio: “Baste según las leyes el solo consentimiento de aquellos de cuya unión se tratare. En las nupcias, si acaso ese solo consentimiento faltare, todo lo demás, aun celebrado con coito, carece de valor” [67] .

En el derecho romano antiguo los requisitos para el llamado “matrimonio legítimo” son los siguientes: capacidad natural, capacidad jurídica (ser libre y ser ciudadano), consentimiento de los esposos (manifestado “de modo continuo y sin forma alguna”) y consentimiento del cabeza de familia cuando los contrayentes no son independientes jurídicamente [68] . En cuanto a las mujeres, el derecho clásico señala como necesario el consentimiento del tutor. Desaparecida la “tutela de las mujeres”, el derecho nuevo exige para las mujeres menores de veinticinco años, incluso si son viudas, el consentimiento del padre y, a falta de éste, de la madre y de sus parientes, o bien de la autoridad judicial, si mediaran disensiones [69] .

Por lo demás, la finalidad de la procreación no puede considerarse característica específica del matrimonio romano. Por supuesto, cabe la posibilidad de que se realice un matrimonio  entre personas estériles. Algunos autores se han dejado influenciar demasiado por tradiciones canónicas que poco tienen que ver con la construcción clásica del matrimonio: “No pretendemos negar en absoluto que la descendencia fuese importante para los cónyuges y que en la mayoría de los casos se tendiese a ella”, pero “hay que afirmar que no existe un solo texto en que se aluda a la finalidad de la procreación como una necesidad del matrimonio” [70] .

El concubinato es la unión estable de hombre y mujer sin afecto marital. No fue castigado por la ley, como tampoco llegó a ser reprobado por la conciencia social. A su difusión contribuyeron, en gran medida, las leyes matrimoniales de Augusto: la lex Julia y la lex Papia Poppaea prohibieron el matrimonio con determinadas mujeres. Durante la época clásica el concubinato no es objeto de disciplina jurídica. Lo es, en cambio, bajo los emperadores cristianos, con el fin de tutelar los intereses de la familia legítima. Ahora bien, se procura inducir al matrimonio, legitimando los hijos naturales [71] .

 

En la misma regla

¿Cómo lo vive Agustín ? He aquí sus palabras: ”Durante aquellos años, yo vivía con una mujer que no estaba unida a mí por el matrimonio llamado ‘legítimo’, pero que la imprudencia de un ardor inquieto me hizo encontrar. Pero era la única mujer que había conocido, y le conservaba la fidelidad del lecho; pero no dejaba de medir con mi propia experiencia  todo el intervalo que separa el prudente compromiso conyugal, contraído con el objeto de transmitir la vida, uno de esos pactos de amor sensual del que también nacen los hijos, pero contra los deseos de sus padres, aunque una vez nacidos nos obligan a amarlos” [72] .

Tenía Agustín  diecinueve años, cuando nace su hijo. En las Confesiones le considera “fruto de su pecado”, aunque luego añade: “Tú, Señor, le habías hecho bien”, era “don tuyo” [73] . Adeodato  significa eso, don de Dios. Es preciso decir que a su mujer Agustín no la llama nunca concubina ni la considera así. En su libro Sobre el bien conyugal, de la misma época que las Confesiones (año 400), San Agustín plantea la cuestión de “si se deben llamar nupcias, cuando un hombre y una mujer, sin ser él marido ni ella esposa de otro, tienen relación conyugal  no para procrear hijos, sino únicamente para satisfacer los ardores de su incontinencia,  mediando el compromiso de no vincularse ni él con otra ni ella con otro”. Responde lo siguiente: “Ciertamente quizá esto podría llamarse nupcias, sin incurrir en absurdo, si  han resuelto mantener su compromiso hasta la muerte y no han evitado la descendencia, aunque no se unieran por ello” [74] .

En el mismo libro el obispo Agustín  considera la relación sexual dentro del matrimonio, no abierta a la fecundación, de una forma mucho más benigna a como se ha considerado después: “Lo que la mujer reclama del marido o el marido de la mujer, aunque no sea con miras a la procreación, sino por remediar la fragilidad y la incontinencia de la carne, no pueden rehusárselo mutuamente”. Apela a la enseñanza de San Pablo : No dispone la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer [75] . Dice Agustín: “Si se hace uso de la relación conyugal, sólo por satisfacer la concupiscencia, pero con el propio cónyuge, por conservar la fidelidad conyugal, la culpa no excedería de venial” [76] .

Gracias a un sueño, que Agustín  considera como venido de Dios, su madre accedió a vivir con él en casa y a comer en la misma mesa, a lo que se había negado durante algún tiempo: “Ella se vio en sueños de pie encima de una regla de madera; un joven se le acercó radiante, lleno de alegría y sonriente, mientras ella estaba triste y afligida. Al preguntarle por la razón de su dolor y de sus lágrimas diarias, no con ánimo de enterarse, sino porque tenía intención de aconsejarla, ella le contestó que lloraba mi perdición. Entonces él le ordenó que se tranquilizase, y le rogó que se fijase bien y que observase que, allí donde ella estaba, también estaba yo. Ella miró y comprobó que, en efecto, yo estaba a su lado, de pie encima de la misma regla” [77] .

Al parecer, ni Mónica  ni Agustín  llegaron a captar el significado del sueño: en dimensión de presente, no de futuro. Aunque Mónica así lo crea, Agustín no está perdido: está en la misma regla. Y, lo que no se dice, está en su derecho de vivir su matrimonio de hecho, lo que la madre no entiende ni tampoco acepta. Eso sí, la madre accede a vivir con el hijo y, por tanto, con la mujer que vivía con él.

Sin embargo, en otoño del año 383, cuando Agustín  deja Cartago y se traslada a Roma para continuar allí la enseñanza de la retórica, se escapa como puede de su madre: “Quiso seguirme hasta el mar. Se agarraba apasionadamente a mí, para retenerme o partir conmigo; pero yo la engañé, fingiendo no querer abandonar a un amigo que esperaba un viento favorable para embarcarse” [78] . Ella le acusó “de mentiras y de crueldad” [79] .

En otoño del 384, Agustín  enseña en Milán, donde ha sido nombrado profesor de retórica. Allí conoce a San Ambrosio  y escucha sus catequesis: “Lo que más me impresionó, dice Agustín, fue verle defender siempre, y resolver según la luz del espíritu, diversos pasajes oscuros del Antiguo Testamento, cuya interpretación literal me daba la muerte” [80] .

 

En el fango profundo

Corre el año 385. Agustín  se encuentra cada vez más cerca del bautismo y su madre está de nuevo con él. La influencia materna pesa decisivamente: “Me impulsaban, incesantemente, a tomar esposa. Ya había sido efectuada una demanda, ya me habían otorgado una novia. Mi madre se había ocupado de ello con gran celo; contaba con que, una vez casado, sería lavado con el agua salvadora del bautismo” [81] .

Cada día ella suplicaba al Señor que le descubriese en sueños algo sobre su próximo casamiento: “Pero, dice Agustín  al Señor,  no quisisteis consentir jamás en ello. Ella veía imágenes irreales, fantásticas, como las que engendra la fuerza viva del espíritu humano cuando una preocupación le trabaja por dentro; me lo contaba, pero sin poner en ello la confianza que le era habitual cuando ellas venían de Vos; y no hacía de ellas más que un caso mediocre. Decía que sabía discernir, por no sé qué sabor especial, imposible de explicar con palabras, la diferencia entre las revelaciones venidas de Vos y los sueños brotados de su alma. Sin embargo, daban urgencia al asunto. La niña ya había sido pedida. Pero faltaban dos años para que fuese núbil. Como ella gustaba, no debíamos hacer más que esperar” [82] .

La edad núbil entre los romanos era a los doce años. Así pues, se trataba de una niña de diez. Aunque concurrieran otras razones, usos y abusos de la época, lo cierto es que el propio Agustín  había especulado con un matrimonio de conveniencia que le permitiera dedicarse al estudio de la filosofía: “Yo tenía treinta años y todavía me hallaba en el mismo fango, ávido de gozar de los bienes presentes”. Se decía: “Me casaré con una mujer que tenga algunos dineros, para no aumentar mis cargas, con lo que colmaría mis deseos. Muchos grandes hombres y muy dignos de ser imitados, se han dedicado, aun estando casados, al estudio de la sabiduría” [83] . 

Finalmente, se impuso la voluntad de la madre, aunque sólo en parte: “Cuando me fue arrancada de mi flanco, como un obstáculo para la unión proyectada, la mujer que compartía mi lecho, mi corazón, al que ella estaba fuertemente agarrada, sintió una herida desgarradora, y conservó durante mucho tiempo la huella sangrante. Partió de nuevo hacia el Africa, después de jurar ante Vos que no conocería a ningún otro hombre. Me dejaba el hijo natural que me había dado. Y yo, infortunado de mí, incapaz de imitar a una mujer, impaciente al pensar que debería esperar todavía dos años antes de obtener la mano que me estaba prometida, menos enamorado del matrimonio que esclavo del placer, me procuré otra mujer, una amante, como para alimentar y prolongar la enfermedad de mi alma, para dejarla intacta, para agravarla todavía más, bajo la guardia de una costumbre que duraría hasta que llegase la esposa. Así pues, la herida abierta por el desgarrón producido al serme arrancada mi primera compañera, no se curaba” [84] .

El agustino Gabriel del Estal lo comenta así: “El trágico episodio acabado de relatar es una de las resoluciones menos explicables, en el proceder de Agustín  y Mónica , a la luz de la justicia natural y de los sentimientos humanos. Pero presenta otro aspecto a la luz histórica de la ley”. Del Estal  se refiere a la legislación matrimonial, procedente de Augusto, que prohibe el matrimonio entre ciudadanos de condición, dignidad o rangos sociales distintos, la lex Julia y la lex Papia Poppaea: “Este es, dice, el caso concreto de Agustín, dignatario público por su titularidad numeraria de cátedra en el Estudio Superior de Milán, con goce de remuneración económica y puesto de oficio en el escalafón de funcionarios imperiales. Esta alta dignidad le prohibe casarse con su concubina. Aunque mujer de condición libre y ciudadana, y éticamente ejemplar, como compañera y madre, no puede ser ascendida por Agustín al status  jurídico de esposa. Su nivel social de grado inferior es un impedimento legal que no permite ennoblecer el concubinato, siguiendo la acción de ‘recurso inducido’, para su saneamiento mediante la celebración de un ‘subsiguiente matrimonio’, por más que, en justicia, éste sería su merecido fin” [85] . 

Gabriel del Estal reconoce que el concubinato, de suyo, puede subsanarse por un subsiguiente matrimonio, pero afirma que “Agustín  tiene cerrada, con prohibición específica, esta posibilidad de casamiento, por un claro y difícilmente dirimible impedimento para el matrimonio”. Y apela a lo que dice el mismo Agustín: “Habiendo sido arrancada de mi lado, como impedimento para el matrimonio, con quien yo compartía habitualmente el lecho... “ [86] . Sin embargo, el verdadero impedimento afecta al matrimonio con la novia que a Agustín le ha buscado su madre; es decir, Agustín ha de dejar a la mujer con la que convive para casarse con otra. Por lo demás, la relación con su mujer no ha impedido a Agustín alcanzar la cátedra imperial y ascender a una superior posición social.

 

Toma y lee

En su búsqueda de la verdad, Agustín  había pretendido dar pleno sentido a su vida y, sin embargo, se encontraba  “en el fango profundo”, con insatisfacción y vacío, “desnudo” [87] . Conocía diversas experiencias de fe, como aquella de San Antonio Abad, que, habiendo recibido una inmensa fortuna de sus padres,  entró en una iglesia justo en el momento en que se proclamaba el evangelio: Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres. Antonio lo escuchó como una palabra de Dios dirigida a él y así lo hizo.

Agustín  quería cambiar y no podía. En esa situación, en el huerto de Milán y con lágrimas en los ojos, hace una oración:  ¿Hasta cuándo, Señor... ? Y desde una casa vecina, un niño o una niña comienza a decir: Toma y lee, toma y lee. Agustín se pregunta qué podría significar aquello. Tomó el libro del Apóstol, que tenía a mano, abrió y comenzó a leer allí donde se posaron sus ojos: Nada de comilonas y borracheras; nada de antros y desvergüenzas, nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no deis pábulo a la concupiscencia de la carne [88] . Se lo comentó a su amigo Alipio , más joven que él, antiguo alumno suyo en Tagaste y en Cartago. Alipio le dijo: Lo que viene después es para mí: Acoged al que está todavía débil en la fe [89] .

Corre el año 386. El cambio de Agustín  es radical: separado de su mujer, rompe con la amante y abandona la perspectiva de volver a casarse, lo que encaja con lo que dice San Pablo : En el caso de separarse, que no vuelva a casarse [90] . Agustín le dice al Señor: “Me convertiste a ti de tal modo que ya no apetecía esposa ni abrigaba esperanza alguna de este mundo, estando ya en aquella regla de fe, sobre la que hacía tantos años me habías mostrado a ella. Y así convertiste su llanto en gozo, mucho más fecundo de lo que ella había apetecido y mucho más querido y puro que el que podía esperar de los nietos que le diera mi carne” [91] .

El impacto de las Confesiones ha sido muy fuerte. El humanista italiano Petrarca  llevaba siempre consigo un pequeño ejemplar. En cierta ocasión fue de excursión con su hermano menor al monte Ventoso, el gigante de la Provenza. Era el 26 de abril de 1336. Había logrado escalar la cumbre más alta, desde donde se descubría un paisaje verdaderamente espectacular: por un lado, los Alpes y la provincia de Lyon; no lejos, el Ródano con su corriente impetuosa y desbordante; casi a sus pies, el estrecho de Marsella envuelto en claridades de azul celeste; y  allá a lo lejos, el ancho mar, como un espejo de colosales dimensiones, en el que se miraba el sol: una visión fantástica, de ensueño. Extasiado ante semejante panorama, sin saber por qué, echó mano Petrarca de su pequeño ejemplar de las Confesiones y comenzó a leer la primera página abierta al azar, donde decía: “Mucha admiración me causa esto, me llena de estupor. Van los hombres a admirar los altos montes, y las inmensas olas del mar, y las anchísimas corrientes de los ríos, y el ámbito del océano, y el curso de los astros, y se olvidan de sí mismos” [92] . Cerró el libro y emprendió el descenso, sin decir palabra en todo el camino [93] . Cosas que pasan.

 



[1] DV 10.                                                                                                           

[2] ARIAS, 303.

[3] PO 16.

[4] Mt 19,12.

[5] 1 Co 7,25.

[6] 2 Co 3,17.

[7] Ver El País, 25-4-2002.

[8] C.1024.

[9] CEC 1577.

[10] MD 26.

[11] OS 4.

[12] SZULC, 430.

[13] Ver Lavinia BYRNE, Mujeres en el altar, Ediciones B, Barcelona, 2000, 80.

[14] Ga 3,29.Ver Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo , Madrid, 1999, Sacerdocio y matrimonio.

[15] Mt 16,3.

[16] GS 29.

[17] BYRNE, 161.

[18] PO 2.

[19] Ver TOMAS DE AQUINO, Suma de Teología, I,c.118,a.1.4; ARISTOTELES, 1.2,c.4. Marciano VIDAL , Moral del amor y de la sexualidad, Ed. Sígueme, Salamanca, 1972, 352.

[20] ARIAS, Un Dios para el papa, 192.

[21] Carta pastoral de 29-7-1968.

[22] Tenemos la conferencia grabada en cinta magnetofónica y el texto escrito de la misma, con el diálogo que hubo después.

[23] Gn 1,28.

[24] Recientemente, un informe del Departamento de Población de la ONU advierte que Europa necesita 159 millones de inmigrantes hasta el año 2025 para paliar el envejecimiento de la población. Por lo que a nuestro país se refiere, el gobierno español acepta cada año sólo 30.000 inmigrantes. Y España necesita 12 millones de inmigrantes de aquí al año 2050, lo que supone 240.000 inmigrantes al año, para mantener su población activa. Por tanto, la acogida a los inmigrantes se convierte no en un problema, sino en una solución para Europa. Ver La Vanguardia, 6-1-2000 y El Pais, 7-1-2000.

[25] HV 11;CEC 2366.

[26] Ver CEC 2370.

[27] Mt 23,3.

[28] BERNSTEIN-POLITI, 121-122.

[29] Ib., 121.

[30] WOJTYLA K., Amor y responsabilidad, Ed. Razón y fe, Madrid, 1978, 266.

[31] Ib., 267.

[32] Ib., 333-334.

[33] JUAN PABLO II, Hombre y mujer lo creó, Ed. Cristiandad, Madrid, 2000, 260.

[34] JUAN PABLO II,  Hombre y mujer lo creó.

[35] WEIGEL, 465-466.

[36] Ver El País, 21-1-1990.e

[37] BERNSTEIN-POLITI, 529.

[38] Ver ABC, 23-1-2000.

[39] Mt 23,24.

[40] CONCILIO VATICANO II, CD 44.

[41] Mt 11, 2-11. Era el domingo tercero de Adviento.

[42] Jn 11, 25.

[43] Mc 12, 27 y Lc 20, 38.

[44] Según la corrección introducida en 1997. Ver CIC, 2266.

[45] Ver Dt 5, 17 y Gn 4, 15.

[46] Mt 5, 21 y 43.

[47] Ecclo 41,17; ver Gn 38; Dt 23,19; Tb 4,12; Mc 7, 21-22.

[48] CIC, 2352.

[49] Ib., 2366.

[50] Ver Gn 1, 28; Sal 127, 3; CONCILIO VATICANO II, GS 50.

[51] CIC, 2377.

[52] Eclo 38, 12.

[53] CDC, c.1141;CIC, 2382.

[54] Ver mi artículo sobre el matrimonio en Nuevo Diccionario de Catequética, Ed. San Pablo , Madrid, 1999, sacramentos de la comunidad (orden y matrimonio).

[55] CIC, 1577

[56] Ga 3,28.

[57] Ver CDC, c. 277.

[58] Ver CIC, 1579.

[59] DOSTOYEVSKI, F., Los hermanos Karamazov, Ed. Bruguera, Barcelona, 1983, V.

[60] VIRGILIO, Eneida, IV. Ver SAN AGUSTIN, Confesiones, I,XIII,21.

[61] Dice San Agustín : "El 13 de noviembre (idus de noviembre) era el día de mi nacimiento" (De beata vita I,6).

[62] Aunque parece exagerar, dice San Posidio, que vivió cuarenta años con San Agustín , que sus padres son "cristianos y nobles, pertenecientes a la curia municipal", Vida de San Agustín, cap.I.

[63] Ver WEIGEL, 1121-1122. Weigel  se entrevistó con Danuta  el 22 de abril de 1997, ib. 1163.

[64] Al parecer, en la inmensa bibliografía agustiniana se aborda poco y, cuando se aborda, no se toma en serio el hecho, se minimiza y (lo que es peor) se estigmatiza. Por ejemplo, dice fray Angel C. Vega en el prólogo de su edición crítica de las Confesiones : "se enredó en unos amores a los diecinueve años" (BAC, Madrid, 1974). Cosas de adolescente, ver CONCETTI N., De A. Augustini adulescentis concubinatu, en "Religión y Cultura" 15 (1931), 359-364. La mujer, con la que convive Agustín  durante trece años, es contemplada sólo en función de la "sexualidad" y de la maternidad ("la madre de su hijo"), viviendo "en concubinato", ver BURGALETA J., La conversión es un proceso. En las Confesiones de San Agustín, Instituto Superior de Pastoral, Salamanca-Madrid, 1981, 108-109 y 63. Ver amplia bibliografía, ib.,247-268.

[65] Digesta 35,I,15.

[66] Ver ROBLEDA O., El matrimonio en derecho romano, Libreria Editrice Università Gregoriana, Roma, 1970, 7.

[67] Denzinger 334. Ver Nuevo Diccionario de Catequética, Sacerdocio y Matrimonio.

[68] IGLESIAS J., Derecho romano. Instituciones de derecho privado, Ed. Ariel, Esplugues de Llobregat, Barcelona, 1972, 551.

[69] Ib., 552.

[70] NUÑEZ PAZ M.I., Consentimiento matrimonial y divorcio en Roma, Salamanca, 1988, 26.

[71] IGLESIAS, 563.

[72] Confesiones, IV,II,2.

[73] Ib., IX,VI,14.

[74] Sobre el bien conyugal, V,5.

[75] 1 Co 7,4.

[76] Sobre el bien conyugal, VI,6.

[77] Confesiones., III,XI,19.

[78] Ib., V,VIII,15.

[79] Ibidem.

[80] Ib., V,XIV,24.

[81] Ib., VI,XIII,23.

[82] Ibidem.

[83] Ib., VI,XI,18 y 19.

[84] Confesiones,VI,XV,25.

[85] GABRIEL DEL ESTAL, San Agustín  y su concubina de juventud, EDES, San Lorenzo del Escorial, 1996, 74-75.

[86] Ib., 126.

[87] Ib., VIII,VII,16 y Gn 3,7.

[88] Rm 13,13-14.

[89] Confesiones, VIII, XII, 29 y 30.

[90] 1 Co 7,11.

[91] Confesiones, VIII,XII,30.

[92] Ib., X,VIII,15.

[93] PETRARCA, Epistulae familiares, 4,1. Ver VEGA A.C., Obras de San Agustín , II, BAC, Madrid, 1974, 8-9; ver también CAPANAGA, V., Obras de San Agustín, I, BAC, Madrid, 1969, 286-287.