15. LA CUESTION SOCIAL

 

Es un tópico. Suele decirse que Juan Pablo II es conservador en lo eclesial, pero avanzado en lo social. ¿Es esto así? Su supuesta apertura social es algo que confunde a muchos. Ofrece como solución la Doctrina Social de la Iglesia “frente a otras formas de compromiso con la justicia, como la que viven muchos cristianos en América Latina, desde coordenadas de la Teología de la Liberación” [1] . Veamos algunos hitos más importantes de dicha doctrina social.

 

La doctrina social

Durante siglos, el mensaje social del Evangelio se fue quedando en la sombra hasta llegar a una negación total del mismo. En una situación tan lamentable surge la doctrina social de la Iglesia, con la publicación de la encíclica Rerum novarum (1891) de León XIII, que trata del nuevo problema social. Cosas nuevas son el capital (nueva forma de propiedad privada), el trabajo (reducido a mercancía, bajo la ley de la oferta y la demanda) y el conflicto entre ambos (la lucha de clases). León XIII enumera los errores que llevan a la “inmerecida miseria” del proletariado y excluye al socialismo como solución de la “cuestión obrera”, porque “poseer las cosas privadamente como propias es un derecho dado al hombre por la naturaleza”. Son fundamentales estos puntos: el trabajo, el derecho de propiedad, el principio de colaboración contrapuesto a la lucha de clases, el derecho a tener asociaciones profesionales. Se pide la intervención del Estado, pues “es estricto deber del Estado el cuidarse debidamente del bienestar de los obreros”. 

            Cuarenta años después, Pío XI  con su encíclica Quadragesimo anno (1931) ofrece una panorámica de la sociedad industrial y de la producción, subraya la necesidad de que tanto el capital como el trabajo contribuyan a la producción y a la organización económica, establece las condiciones para el restablecimiento del orden social, busca un nuevo enfoque de los problemas para afrontar los grandes cambios ocasionados por el nuevo desarrollo de la economía y del socialismo, apoya una organización corporativa afín al sistema sindical fascista.          En su radiomensaje de 1 de junio de 1941 Pío XII afirma que “el orden natural, derivado de Dios, requiere también la propiedad privada y el libre recíproco comercio de los bienes con intercambios y donaciones, así como la función reguladora del poder público sobre ambas instituciones”. Son básicos estos principios éticos y sociales orientados a promover la reconstrucción tras las ruinas de la segunda guerra mundial: el destino universal y uso de los bienes, los derechos y deberes de los trabajadores y de los empresarios, la función del Estado en las actividades económicas, la necesidad de la colaboración internacional para llevar a cabo una mayor justicia y asegurar la paz, el restablecimiento del derecho como regla de las relaciones entre las clases y entre los pueblos, el salario mínimo familiar.

            Después de la segunda guerra mundial la “cuestión social” sufre un proceso de universalización que implica a todas las clases sociales, a todos los países y a la misma sociedad internacional. Juan XXIII  en su encíclica Mater et magistra (1961) hace un análisis histórico y sociológico de la moderna sociedad industrial y del papel que pueden tener en ella los sistemas de previsión y seguridad social, las capacidades profesionales y los derechos fundados en el trabajo, afirma “el carácter natural del derecho de propiedad incluso en los bienes de producción”, denuncia las desigualdades existentes no sólo entre los distintos sectores económicos sino también entre los países y regiones, así como el fenómeno de la superpoblación y subdesarrollo que, a causa de la falta de entendimiento y de solidaridad entre las naciones, origina situaciones insoportables, especialmente en el Tercer Mundo.

            Ante el peligro de una guerra nuclear, la encíclica Pacem in terris (1963) es una llamada urgente a construir la paz basada en el respeto de las exigencias éticas que deben regir las relaciones entre los hombres y entre los Estados. En su primera parte se asumen “los derechos del hombre”: a la existencia y a un nivel de vida digno, a los valores morales y culturales, a la libertad religiosa, a la elección del propio estado, a la libre asociación, a la libertad de emigración e inmigración, a la participación política. 

            Se consolida cada vez más el proceso de descolonización de muchos países del Tercer Mundo, pero al colonialismo político vigente hasta entonces le sucede otro colonialismo de carácter económico. Especialmente en América Latina, surge una toma de conciencia ante los desequilibrios del desarrollo y las situaciones de injusticia, y estalla en varios modos un fermento de liberación. El mundo espera de la Iglesia un mensaje nuevo y esperanzador. A esta expectativa responde el Concilio Vaticano II con la Constitución Gaudium et spes (1965).

            El Concilio proclama que “toda forma de discriminación de los derechos fundamentales de la persona, sea social, sea cultural, por razones de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser superada y suprimida, como contraria al plan de Dios” [2] ; “para satisfacer las exigencias de la justicia y de la equidad hay que hacer todos los esfuerzos posibles para que, dentro del respeto a los derechos de las personas y a las características de cada pueblo, desaparezcan lo más rápidamente posible las enormes diferencias económicas que existen hoy, y frecuentemente aumentan, vinculadas a discriminaciones individuales y sociales” [3] ; el desarrollo ha de estar al servicio del hombres, sin dejarse dominar por las implicaciones socio-económicas de los dos principales sistemas, capitalismo y socialismo; hay que promover el bien de todo el hombre, “del hombre integral”, teniendo en cuenta sus necesidades de orden material y espiritual [4] , superando así la tradicional contraposición entre productor y consumidor, y las discriminaciones que ofenden la dignidad humana; “el trabajo humano que se ejerce en la producción y en el comercio o en los servicios es muy superior a los demás elementos de la vida económica, pues estos últimos no tienen otro papel que el de instrumentos” [5] ; “el derecho de propiedad privada no es incompatible con las diversas formas de propiedad pública existentes” [6] .   

            Con la encíclica Populorum progressio (1967) Pablo VI  propone una nueva comprensión del desarrollo: desarrollo integral del hombre y el desarrollo solidario de la humanidad. El desarrollo es “el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones de vida más humanas”, tanto en los aspectos puramente temporales, como en los valores auténticos sin los cuales no es posible un verdadero desarrollo de la sociedad. Dice Pablo VI, tras hacer referencia a la primera carta de San Juan [7] : “Sabido es con qué firmeza los Padres de la Iglesia han precisado cuál debe ser la actitud de los que poseen respecto a los que se encuentran en necesidad: No es parte de tus bienes – dice San Ambrosio – lo que tú das al pobre, lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos”. Dice también el papa: “La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario” [8] .  

            Ochenta años después de la Rerum novarum, Pablo VI publica la Octogesima adveniens (1971). Se precisa una reflexión para la comprensión de la dimensión política de la existencia y del compromiso cristiano, estimulando a la vez el sentido crítico con relación a las ideologías vigentes.

 

Tres encíclicas sociales

Juan Pablo II publica la encíclica Laborem exercens en 1981. La clave central de toda la cuestión social se encuentra en el trabajo humano [9] . Se requiere una revisión profunda del sentido del trabajo, que supone una distribución más equitativa no sólo de la renta y de la riqueza, sino también del trabajo mismo, con el fin de lograr que haya ocupación para todos. Se afirma la prioridad del trabajo respecto al capital, lo que tiene una importancia clave en cualquier sistema, capitalista o socialista [10] . Este postulado podría firmarlo el propio Marx.  Sin embargo, a la hora de la verdad (por ejemplo, respecto a la situación de América Latina), Juan Pablo II es más conservador que Pablo VI.

En la encíclica Sollicitudo rei socialis (1987), Juan Pablo II actualiza y profundiza la noción de desarrollo. Lamenta el desarrollo fallido del Tercer Mundo, y aborda el sentido, las condiciones y las exigencias de un desarrollo digno del hombre. Entre las causas del fallido desarrollo se señalan las siguientes: la diferencia persistente y, a menudo, incluso acrecentada entre Norte y Sur, la oposición entre los bloques oriental y occidental con la consiguiente carrera de armamentos, el comercio de armas y diversos obstáculos de carácter político que se entrecruzan con las decisiones de cooperación y solidaridad entre las naciones. El carácter moral del verdadero desarrollo está vinculado a los derechos humanos (también de libertad religiosa).

En 1991 Juan Pablo II publica la encíclica Centesimus annus. Ve en los acontecimientos ocurridos en 1989 en el seno de Europa central y oriental la culminación del proceso histórico puesto en marcha por la Rerum novarum. El socialismo real ha cometido un “error fundamental,  de carácter antropológico”: el olvido de la trascendencia de la persona humana [11] . Como fruto positivo, señala la legitimación de “una auténtica teología de la liberación humana integral” [12] . La pregunta clave es: ¿se puede decir que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor es el capitalismo? La respuesta es, obviamente, compleja [13] . La Iglesia no tiene modelos para proponer: “reconoce la positividad del mercado y de la empresa, pero al mismo tiempo indica que estos han de estar orientados hacia el bien común” [14] , “la doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización” [15] .

Se ha comentado que la encíclica, a diferencia de la teología de la liberación, no parte de los hechos, sino de los principios, e ignora prácticamente lo que esta teología ha aportado a la Iglesia. Se ha discutido su concepto de democracia, según el cual una auténtica democracia es posible solamente “sobre la base de una recta concepción de la persona humana” [16] . Se ha criticado también su alabanza sin pudor del modelo polaco, así como su visión sesgada y parcial de la caída del bloque comunista: “casi en todas partes... a través de una lucha pacífica, que emplea solamente las armas de la verdad y de la justicia” [17] . En realidad, lo dice el refrán, no hay mal que cien años dure. El siglo XX ha visto caer numerosas dictaduras, de izquierdas y de derechas. No podemos caer en la lectura integrista de la historia que denuncia (con ironía) la copla: “En Rusia cayó el partido/ y se habla de conversión,/ en España murió Franco/ y se habla de perversión”.

 

Mensaje contradictorio

En general, la doctrina social es una reacción de tipo filosófico y ético, más que una vuelta al Evangelio. Ciertamente, se intensifica poco a poco la crítica del sistema capitalista, se relativiza  el valor de la propiedad privada, se acentúa la prioridad de los derechos de los trabajadores, se atenúa (con dificultades y resistencias) la cerrazón frente al socialismo. La doctrina social de la Iglesia, incluso en sus expresiones más avanzadas, es irreal frente al mundo capitalista. El mensaje social del Evangelio toma posición en favor de los pobres, pero las grandes Iglesias cristianas son incapaces de asumirlo vitalmente. Por esta razón: “estructuralmente son ricas y poderosas y están comprometidas con los intereses de los ricos, que son en definitiva (de un modo más o menos adecuado, pero ciertamente significativo) sus propios intereses” [18] .   

El papa Juan Pablo II no parece escapar a esta denuncia. Su mensaje presenta graves contradicciones. Por ejemplo, el papa Wojtyla puede proclamar en la catedral de San Patricio, junto a la opulenta Quinta Avenida, que su corazón está con los pobres y atacar más tarde en el Yankee Stadium el consumismo frenético de la sociedad americana, mientras los medios de comunicación transmiten en directo el espectáculo faraónico de sus viajes de jefe de Estado y comentan los millones de dólares que se gastan. Asimismo Juan Pablo II puede decir en el corazón de Africa que hay que derribar el muro de la pobreza e inaugurar en Costa de Marfil una discutida réplica más grande aún que la basílica de San Pedro. Igualmente, el papa Wojtyla puede denunciar (en teoría) el capitalismo liberal y apoyar (en la práctica) el capitalismo escandaloso de los negocios vaticanos. 

No es posible eludir aquí la implicación eclesiástica en el caso de Gescartera, la agencia de valores que presuntamente estafó casi 100 millones de euros a 1.383 clientes. Según el obispo Juan José Asenjo, las diferentes instituciones de la Iglesia, que invirtieron en la agencia 1.400 millones de pesetas, lo hicieron de buena fe y no son culpables, sino afectados [19] .  Sin embargo, cuando estalló el asunto, aquel domingo (12-8-2001) se leía en todas las iglesias el pasaje que dice: Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se echen a perder [20] .

 

Vuelta al Evangelio

El Evangelio es buena noticia para los pobres y, al propio tiempo, es mala noticia para los ricos [21] . En realidad, el mensaje de Jesús está en la línea de los profetas, defensores de los pobres. Lo grave, lo que clama al cielo, es robar a los pobres. Los pobres plantean cuestiones tan vivas y universales como el pan, la salud, el trabajo, la vivienda, la educación, la justicia, la libertad. 

Los profetas denuncian los atentados contra el prójimo, inspirados en el afán de dinero: las diferencias escandalosas entre ricos y pobres, la opresión que sufren los débiles, la rapacidad de los poderosos, la tiranía de los acreedores sin entrañas, los fraudes de los comerciantes, la venalidad de los jueces, la avaricia de los sacerdotes y falsos profetas. Una sociedad así no puede subsistir [22] . Por su parte, Juan el Bautista no exige prácticas ascéticas especiales. Llama a la conversión a quienes se consideran creyentes de toda la vida: es preciso compartir, evitar los abusos, no aprovecharse del poder [23] .

El Evangelio asume el Decálogo, pero va más allá: no sólo no robarás [24] , sino que compartirás tus bienes. La propiedad privada no es para nadie un derecho incondicional y absoluto. Lo podemos ver en la parábola del dinero injusto [25] . Pero uno puede decir: ¿acaso tengo un dinero que es injusto? La parábola presenta dos figuras clave, el dueño y el administrador. ¿Cómo me sitúo ante el dinero, como dueño o como administrador?

En la parábola, al dueño le llega la denuncia de una mala gestión: el administrador derrocha sus bienes. El despido es inminente. El administrador echa sus cuentas: ¿Qué hago ahora? Y empezó a hacer rebajas a los deudores de su amo. ¿Debes cien barriles de aceite? Escribe cincuenta. ¿Debes cien fanegas de trigo? Escribe ochenta. Pues bien, el amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido. Podía haberle despedido fulminantemente, pero no. El dueño alaba al administrador, que incluso hizo un buen negocio en sentido evangélico [26] .

Se enfrentan aquí el juicio del mundo y el juicio del Evangelio. Si, ante el dinero, me sitúo como dueño, entonces, cuando doy algo, doy lo que es mío. Si me sitúo como administrador, entonces, cuando doy algo, doy lo que no es mío. Por eso dice el Señor: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas [27] . Es una invitación a compartir los bienes. No hay por qué escamotear este aspecto central de la parábola. Hemos de dar, en buena gestión, lo que supera la propia necesidad.

 

Robar a los pobres

Veamos la experiencia de Bartolomé de las Casas , considerado pionero de la teología de la liberación. Bartolomé llega a América el 15 de abril de 1502, a los nueve años del descubrimiento, y participa con Ovando en la violenta conquista de los indios taínos. Es ordenado sacerdote en 1511. En 1523 se hace dominico. Desde enero de 1513 participa con Pánfilo de Narváez  en la conquista de la isla de Cuba, donde la dominación europea de los cristianos se impone “a sangre y fuego”.

Por el sistema del repartimiento, Bartolomé recibe un grupo de indios que trabajan para él. Cómplice de la violencia se hace también cómplice de la explotación. “El clérigo Bartolomé de las Casas, escribe él mismo, andaba bien ocupado y muy solícito en sus granjerías, como los otros, enviando sus indios de su repartimiento a las minas, a sacar oro y hacer sementeras, y aprovechándose de ellos cuanto más podía”.

Todo estaba aparentemente en orden, cuando un acontecimiento de lo más normal viene a poner las cosas en cuestión: llega Diego Velázquez  y, como no había en toda la isla clérigo ni fraile, le pide a Bartolomé que les celebre la misa y les predique el evangelio. La fiesta era Pentecostés, año de 1514. El caso es que Bartolomé “comenzó a considerar consigo mismo sobre algunas autoridades de la Sagrada Escritura”. Y encontró aquel pasaje del Eclesiástico que le dejó anonadado [28] : Sacrificios de bienes injustos son impuros, no son aceptadas las ofrendas de los impíos. El Altísimo no acepta las ofrendas de los impíos ni por sus muchos sacrificios les perdona el pecado. Es sacrificar al hijo en presencia de su padre, robar a los pobres para ofrecer sacrificio. El pan es vida del pobre, el que se lo defrauda es homicida. Mata a su prójimo quien le quita su salario, quien no paga el justo salario derrama su sangre.

Bartolomé no pudo celebrar su misa. Aplicando lo uno (el texto bíblico) a lo otro (la miseria y servidumbre que padecían aquellas gentes), “determinó en sí mismo, convencido de la misma verdad, ser injusto y tiránico todo cuanto acerca de los indios en esta India se cometía”. Por tanto, liberó a sus indios (acordó totalmente dejarlos) y comenzó su predicación profética primero en Cuba, después en Santo Domingo, posteriormente en España y después en todos los reinos de las Indias, “quedando todos admirados y aun espantados de lo que les dijo”. Aquel pasaje del Eclesiástico tenía una fuerza impresionante [29] .

 

No podéis servir a Dios y al dinero

El Evangelio plantea una opción radical: No podéis servir a Dios y al dinero [30] . El dinero es un dios falso e injusto: ahoga la Palabra, hace olvidar la soberanía de Dios, impide el camino del Evangelio a los corazones mejor dispuestos, abre abismos sociales entre ricos y pobres [31] . El Evangelio nos invita a dar señales claras de que nuestro dios no es el dinero.

Jesús no impone a todos la renuncia a los bienes ni la colectivización de los mismos. Hay quienes lo dan todo a los pobres y reciben mucho más, Zaqueo revisa su situación y da la mitad, otro ayuda con préstamos, hay mujeres que siguen a Jesús y le apoyan con sus bienes, otra hace con él un derroche al parecer absurdo [32] . Nada está aquí legalmente reglamentado. Por eso no necesita excepciones, justificaciones ni dispensas de la ley.

En la primera comunidad cristiana nadie llamaba suyos a sus bienes [33] . Los primeros cristianos vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno [34] . Las relaciones humanas, falseadas y reducidas a relaciones de amo y esclavo a causa del tener, son transformadas en relaciones de fraternidad mediante el compartir. La comunión de corazones se manifiesta en una efectiva comunicación de bienes.

Las comunidades de Pablo no presentan signos tan espectaculares como la primera comunidad cristiana, la comunidad de Jerusalén. Sin embargo, late el mismo espíritu: que nadie pase necesidad [35] . Con este espíritu organiza en Corinto una colecta en favor de los hermanos de Jerusalén, que lo están pasando mal. La colecta debe hacerse según estos principios: cada uno dé conforme a conciencia y dé con alegría [36] . Pablo hace una advertencia sobre algunos abusos que se dan en la comunidad de Tesalónica: Si alguno no quiere trabajar,

que tampoco coma [37] .

La Iglesia debe ser Iglesia de los pobres, según la expresión de Juan XXIII . Dice el Concilio: para satisfacer las exigencias de la justicia  se han de eliminar las grandes diferencias sociales [38] . Por tanto, en este aspecto ¿qué sistema está más cerca del Evangelio: el capitalismo o el socialismo?



[1] LAMET, 198.

[2] GS 29.

[3] GS 66.

[4] GS 64-65.

[5] GS 67.

[6] GS 71.

[7] 1 Jn 3,17.

[8] PP 23; ver GS 69.

[9] LE 3.

[10] LE 15.

[11] CA 13.

[12] CA 26.

[13] CA 42.

[14] CA 43.

[15] CA 54.

[16] CA 46.

[17] CA 43.

[18] DIEZ ALEGRIA, J.M., De la doctrina de la Iglesia al mensaje del Evangelio, en AA.VV., El Vaticano II, veinte años después, Ed. Cristiandad, Madrid, 1985, 333.

[19] Ver El País, 21-9-2001.

[20] Lc 12,32-48.

[21] Lc 4,18;6,24;St 5,1-6.

[22] Is 3,15;5,8;Am 2,6-8;8,4-6;Ne 5,1-5;Mi 3,11;Jr 7,9.

[23] Lc 3,8-14.

[24] Dt 5,19.

[25] Lc 16,1-15; ver Lv 25,23.

[26] 1 Tm 6,6; 1 Co 3,19.

[27] Ver Lc 16,25 y 12,33.

[28] Eclo 34,18-22.

[29] Se le ha acusado a Bartolomé de las Casas de defender a los indios, pero no a los negros. Sucedió en 1516. Unos

españoles, residentes en las Antillas, pidieron a Bartolomé que usara su influencia ante la Corte para que se les concediese licencia de trasladar a Indias una docena de esclavos negros, a fin de poder devolver la libertad a los indios que retenían como mano de obra. La intervención de Las Casas dio resultado. Años después reconoció su error: “Este aviso de que se diese licencia para traer esclavos negros a estas tierras dio el clérigo Las Casas, no advirtiendo la injusticia con que los portugueses los toman y hacen esclavos; el cual, después que cayó en ello, no lo diera por cuanto había en el mundo, porque siempre los tuvo por injusta y tiránicamente hechos esclavos, porque la misma razón es de ellos que de los indios”. Ver Historia de las Indias, I.III,c.95 y 102.

[30] Lc 16,13.

[31] Mt 13,22;19,21-22;Lc 12,15-21;16,19-31.

[32] Mc 10,28.30;14,3-9;Lc 19,8;6,34-35;8,3.

[33] Hch 4,32.

[34] Hch 2,44-45.

[35] 2 Co 8,14.

[36] 2 Co 9,7.

[37] 2 Ts 3,10.

[38] GS 66.