18. RENOVACION IMPERIAL

           

¿Qué tipo de renovación promueve el papa Wojtyla? ¿Ha confundido la renovación eclesial (sueño de Juan XXIII ) con la renovación imperial (viejo sueño medieval)? ¿Encaja la biografía de Wojtyla en el marco de la renovación imperial mejor que en el marco de la renovación eclesial? Veamos.

 

Mi hijo será un gran hombre

Karol Wojtyla  nace en Wadowice, cerca de Cracovia, el 18 de mayo de 1920. Su padre, llamado también Karol , primero fue aprendiz de sastre; después entró a formar parte del ejército austro-húngaro, en el que obtuvo el grado de sargento. Su madre, Emilia, se siente muy orgullosa de su hijo, incluso siendo muy pequeño: “Ya lo verás, mi Lolus será un gran hombre”, le dijo a una vecina.

Muy pronto, los lutos marcaron la infancia y adolescencia de Wojtyla . En 1929 murió su madre; tres años después, su hermano; y en 1941 murió su padre. Dice el propio Wojtyla, que oculta la causa de la muerte de sus padres (ambos murieron de infarto):

“A los veinte años, ya había perdido a todos mis seres queridos o a los que hubiera podido querer, como aquella hermana que murió seis años antes de nacer yo. Aún no había llegado a la edad de mi Primera Comunión cuando perdí a mi madre, que no tuvo la dicha de ver el día que con tanta ilusión esperaba. Mi madre quería que un hijo fuese médico, y el otro sacerdote; mi hermano era médico, y yo, con el tiempo, me hice sacerdote”.

“Mi hermano Edmundo  murió durante una terrible epidemia de escarlatina, en el mismo hospital en el que había empezado a trabajar como médico. Hoy día, los antibióticos lo hubieran salvado. Yo tenía doce años. Si la muerte de mi madre se grabó profundamente en mi memoria, tal vez hizo más mella la de mi hermano, por las trágicas circunstancias que la rodearon y también porque yo era ya mayor”.

“Mi padre era admirable, y casi todos mis recuerdos de infancia y adolescencia se refieren a él. Los violentos golpes que tuvo que soportar abrieron en él una profunda espiritualidad, y su dolor se hacía oración. El mero hecho de verle arrodillarse tuvo una influencia decisiva en mis años de juventud. Era tan exigente consigo mismo, que no tenía necesidad de mostrarse exigente con su hijo: bastaba su ejemplo para inculcar disciplina y sentido del deber. Era una persona excepcional. Murió casi de repente durante la guerra, bajo la ocupación nazi. Yo no tenía aún veintiún años” [1] .

Su primera vocación fue la de actor: “Cuando iba a terminar mis estudios en el Instituto, dice Wojtyla , las personas que estaban próximas a mí pensaban que elegiría el sacerdocio. Pero no era ésta mi intención” [2] , “en aquel periodo me embargaba sobre todo la pasión por la literatura, en particular la dramática, y por el teatro”, “en mayo de 1938, superado el examen de madurez, me inscribí en la Universidad para seguir los cursos de Filología polaca. Por este motivo me trasladé con mi padre de Wadowice a Cracovia” [3] .

El 1 de noviembre de 1941, en un piso del centro de Cracovia, se inaugura el Teatro Rapsódico con una representación de El Rey Espíritu de Slowacki . El joven Wojtyla  interpreta el papel del rey Boleslao , asesino del obispo San Estanislao . Su interpretación es insólita:  no presenta al rey como asesino, sino como fugitivo arrepentido. Algunos compañeros critican su interpretación, pero él no quiere cambiar su forma de concebir el personaje [4] .

Vocación de actor

La mayor aspiración de Wojtyla  durante la segunda guerra mundial es la de ser actor [5] . Apenas llegado a Cracovia, “se empezó a mover en un círculo de ambiente burgués, protegido por la señora Irene Szokocka , que lo recibió en los salones de su espléndido chalé. Allí el joven aprendiz de actor conoció unas veladas literarias llenas de refinamiento”. Esto es lo que los biógrafos devotos presentan como “resistencia a través de la cultura” [6] . En realidad, el joven Wojtyla jamás participó en una política activa antifascista, como tampoco lo hizo la Iglesia polaca.

La distinguida señora no sólo buscó trabajo al joven Wojtyla , sino que influyó para que le dieran el turno de noche en que se trabajaba menos. Así le quedaba tiempo para leer. Incluso le consiguió que en su tarjeta de identidad figurase la inscripción alemana Kriegswichtiger Betrieb, que significa “Empresa de interés bélico”. Así estaría más seguro en caso de redadas. La empresa era la Solvay, de propiedad belga, de la que se habían apoderado los alemanes. Rebautizada con el nombre de “Fábrica de Productos Químicos de Alemania Oriental”, la antigua planta “producía ahora sosa cáustica, que era un ingrediente en los explosivos, a partir de piedra caliza calcinada” [7] .

           

Un poema significativo de Karol Wojtyla, titulado El obrero de la fábrica, pertenece a esta época: “Yo no influyo en el destino del mundo. Yo no declaro las guerras./ Pero no sé si estoy contigo o contra Ti./ No peco./ Pues esta es mi angustia: que ni peco ni influyo,/ que fabrico diminutos tornillos y preparo fragmentos de destrucción/ y no abarco el conjunto ni domino el destino del hombre./ Otras totalidades crearía, por mí, otro destino (¿mas cómo?, ¿sin engaño?)/ del que yo y los otros serán la causa sacrosanta,/ que nadie podría cancelar con un gesto/ negar con palabras./ Sé que no es bueno el mundo que fabrico./ Sé que soy autor de un mundo malo./ Pero ¿eso basta?” [8] .

            Comenta Francisco Labus , el primer obrero que tuvo a Wojtyla  como ayudante: “Me vino un jovencito que me daba mucha lástima. No era apto para ningún trabajo. Yo no le daba ningún encargo, pero él se empeñaba en ayudarme. Me traía la mecha y los detonadores” [9] . De vez en cuando, el obrero le dirigía a Wojtyla palabras como éstas: “Karol, tu deberías ser cura. Cantarás bien, porque tienes buena voz y estarás bien” [10] .     Un trabajador de la misma fábrica escribe: “Cuando me entregaron algunos estudiantes, el director, Krauze , me dijo que estuviera atento para que no se fatigaran demasiado. Karol Wojtyla trabajaba bien, lo hacía con gusto. Pero en cuanto podía se ponía a leer” [11] .

            Dice el papa Wojtyla : “Después de la muerte de mi padre, ocurrida en febrero de 1941, poco a poco, fui tomando conciencia de mi verdadero camino. Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida en que lo permitía el terror de la ocupación, cultivaba mi afición a las letras y al arte dramático. Mi vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto, como un hecho interior de una transparencia indiscutible y absoluta. Al año siguiente, en otoño, sabía ya que había sido llamado. Veía claramente qué era lo que debía abandonar y el objetivo que debía alcanzar sin  mirar hacia atrás. Sería sacerdote” [12] .

 

Escasa formación teológica

El 1 de noviembre de 1946, el cardenal Sapieha , “el príncipe constante”, ordena sacerdote a Karol Wojtyla . Al día siguiente, día de los difuntos, dijo su primera misa. En realidad, fueron tres: por su madre, por su hermano y por su padre. Las celebró en la cripta de San Leonardo  en la catedral del Wawel, junto a las tumbas reales. El nuevo sacerdote escogió este lugar para expresar su “particular vínculo espiritual con la historia de Polonia” y para rendir tributo a los fallecidos reyes y reinas, obispos, cardenales y poetas, todos enterrados allí cerca, que han tenido una importancia enorme para su “formación cristiana y patriótica” [13] .

Wojtyla  fue a Roma para completar estudios teológicos, pero sólo le concedieron dos años. Pensó inscribirse en la Universidad Gregoriana, de los jesuitas, pero éstos le dijeron que con la formación recibida en Polonia y con sólo dos años no podía hacer su doctorado en la Gregoriana. Tuvo, pues, que contentarse con ir al Ateneo del Angelicum, de los dominicos, de carácter fuertemente conservador, que entonces no era universidad. Allí estuvo desde noviembre de 1946 hasta junio de 1948 y preparó una tesis sobre la fe en San Juan de la Cruz , que sólo fue publicada después de ser papa. Más tarde, vuelto a Polonia, Wojtyla enfocó sus estudios hacia la filosofía y la ética. Muerto Sapieha  el 23 de julio de 1951, el nuevo arzobispo Baziak  le concedió dos años más para preparar la tesis de “habilitación” que le permitiera enseñar a nivel universitario. En su tesis Wojtyla se preguntaba si era posible crear un fundamento sólido para la vida moral, basándose en la fenomenología de Max Scheler  (1874-1928) y, en particular, en su ética de los valores.

Sin preparación especial, en filosofía Wojtyla  parece un autodidacta, criticado por los filósofos de profesión. Y en teología, su formación parece escasa y fuera de contexto, de viejo cuño, tradicional y escolástica. El cardenal Ratzinger  s e lo dejó caer a un amigo suyo, escritor alemán, en su casa de Roma. Durante la cena, comentando un documento que el papa había escrito sobre la mujer, el cardenal Ratzinger ironizó con aire bonachón: “Bueno, ya sabes, el papa sabe poco de teología” [14] .

En su libro Cruzando el umbral de la esperanza dice Juan Pablo II  que frente al Dios de los filósofos solamente el Dios de Jesucristo y, antes, el Dios de los patriarcas es el Dios vivo. Sin embargo, sigue apegado a la vía de los filósofos (medievales) de cara a demostrar la existencia de Dios y dice que esas pruebas son hoy más válidas que nunca: “Somos testigos de un significativo retorno a la metafísica (filosofía del ser) a través de una antropología integral” [15] .

Juan Pablo II  le dice a André Frossard, autor del libro Dios existe, yo le he encontrado: “Personalmente, yo no he vivido una experiencia como la que a usted le ha sido deparada”. En consecuencia, deduce Frossard “algo que es muy importante para la Historia”: en la vida de Wojtyla  “no hubo experiencia mística”.

Para saber de qué estamos hablando, veamos la experiencia de Frossard. Hijo del que fue secretario general del partido socialista francés, había sido educado en el ateismo. Sus padres decidieron que él mismo escogería su religión a los 20 años, en caso de que quisiera tener una. En su casa se rechazaba todo lo que venía del catolicismo, con una excepción, la persona de Cristo: “No éramos de los suyos, pero él habría podido ser de los nuestros por su amor a los pobres, su severidad con respecto a los poderosos, y sobre todo por el hecho de que había sido la víctima de los sacerdotes, en todo caso, de los situados más alto, el ajusticiado por el poder y por su aparato de represión”.

Precisamente a los 20 años, Frossard  se encuentra con Dios. Hay que destacar la mediación de un amigo, unos años mayor que él, André Villemin. Católico de nacimiento, había perdido la fe a los 15 años para volverla a encontrar después. Ambos trabajaban en el mismo periódico. Discutían de todo, también de política. En cierta ocasión, el amigo le preguntó abiertamente por el sentido de su vida. Frossard no se esperaba una pregunta semejante y acudió a su afición: El remo, respondió. La carcajada de su amigo fue monumental.

Pues bien, Frossard relata así su experiencia de fe: “Fue un momento de estupor que dura todavía. Nunca me he acostumbrado a la existencia de Dios. Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra”.

La capilla es de las Hermanas de la Adoración Reparadora: “En pie cerca de la puerta busco con la vista a mi amigo y no consigo reconocerlo entre las formas arrodilladas que me preceden. Mi mirada pasa de la sombra a la luz, vuelve a la concurrencia sin traer ningún pensamiento, va de los fieles a las religiosas inmóviles, de las religiosas al altar; luego, ignoro por qué, se fija en el segundo cirio que arde a la izquierda de la cruz. No el primero, ni el tercero, el segundo. Entonces se desencadena, bruscamente, la serie de prodigios cuya inexorable violencia va a desmantelar en un instante el ser absurdo que soy y va a traer al mundo, deslumbrado, el niño que jamás he sido”.

“Antes que nada, me son sugeridas estas palabras: vida espiritual. No me son dichas, no las formo yo mismo, las escucho como si fuesen pronunciadas cerca de mí, en voz baja, por una persona que vería lo que yo no veo aún. La última sílaba de este preludio murmurado, alcanza apenas en mí la orilla de lo consciente que comienza una avalancha al revés. No digo que el cielo se abre; no se abre, se eleva, se alza de pronto... El es la realidad, es la verdad, la veo desde la ribera oscura donde aún estoy retenido. Hay un orden en el universo, y en su vértice, más allá de este velo de bruma resplandeciente, la evidencia de Dios; la evidencia hecha presencia y la evidencia hecha persona de Aquel mismo a quien yo habría negado un momento antes... Su irrupción desplegada, plenaria, se acompaña de una alegría que no es sino la exultación del salvado, la alegría del náufrago recogido a tiempo”.

“Fuera seguía haciendo un tiempo hermoso... Willemin, que caminaba a mi lado y parecía haber descubierto algo singular en mi fisonomía, me observaba con insistencia médica: ¿Pero qué te pasa? Soy católico, y como si tuviera miedo de no ser bastante explícito, añadí: apostólico y romano, para que mi confesión fuera completa... Cinco minutos más tarde, en la terraza de un café de la plaza de Saint-André-des-Arts, contaba todo a mi compañero”.

“Colmado así de bendiciones, creí que mi vida sería una Navidad que no acabaría”. Sin embargo, “dos veces se abatió sobre mi hogar el sufrimiento más grande que puede infligirse a seres humanos. Los padres me comprenderán, las madres mejor aún, sin más palabras. Dos veces he tomado el camino del cementerio provinciano donde está señalado mi puesto, buscando con horror el recuerdo de la misericordia. Incapaz de rebeldía, excluido de los refugios de la duda, ¿de qué dudaría sino de mí mismo?, he vivido con esa lanza en mi pecho y sabiendo que Dios es amor... La tumba que será la mía forma el ángulo de dos calles. Un día tuve la distraída curiosidad de ver cuál era la tumba vecina, que le yuxtapone exactamente: era la sepultura de las Hermanas de la Adoración Reparadora... La coincidencia me bastó. A quinientos kilómetros de distancia, las hermanitas que han asistido a mi nacimiento estarán allí también en la hora de mi muerte, y pienso, creo, sé, que esos dos instantes serán idénticos, como serán uno solo, en fin, los seres perdidos, la dulzura reencontrada. Amor, para llamarte así, la eternidad será corta”.

Wojtyla corresponde con “la gran experiencia” suya: “La casi conmoción intelectual, que, al principio de mis estudios, provocó en mí aquel primer contacto con un simple manual de metafísica... Aquel descubrimiento intelectual que podríamos definir, según Aristóteles, como descubrimiento de la ‘filosofía primera’ o de la más elemental dimensión de nuestro conocimiento, tanto precientífico como propiamente científico, formó en mi espíritu una base duradera para el conocimiento intelectual de Dios” [16] .

Ciertamente, estamos lejos del momento de renovación eclesial, en el que Pablo VI  asume la necesidad de la propia experiencia de fe para poder evangelizar: “En el fondo ¿hay otra forma de anunciar el evangelio que no sea el comunicar a otro la propia experiencia de fe?” [17] .

Aunque no sea consciente de ello, la vieja especulación (helénica y medieval) le impide a Wojtyla  volver a las fuentes y plantear adecuadamente el misterio de Dios. En este terreno a cualquier cristiano (y más a un papa) debería bastarle la palabra de Jesús, que lo dijo bien y de forma sencilla: Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él [18] .

 

Profesor de ética

Entre 1954 y 1961 es profesor de ética en Lublín  y en Cracovia. Al profesor Wojtyla  le recuerda así un sacerdote polaco, antiguo alumno suyo: “Venía a clase con un atuendo que, desde luego, no era típico en un profesor de Cracovia. En vez de un respetable sombrero negro, llevaba un gorro de cuero como los que usan los aviadores. Sobre la sotana vestía un abrigo de color verde oscuro confeccionado con una clase de paño que debía estar pensado para hacer mantas... Durante el descanso subía a la capilla, donde se arrodillaba en el duro suelo a pesar de que había abundantes reclinatorios con almohadones. Mientras daba clase andaba arriba y abajo frente a nosotros, luego se detenía y nos miraba fijamente para asegurarse de que hubiéramos entendido lo que trataba de explicar. Durante los exámenes teníamos la impresión de que sufría. Se quitaba las gafas, se frotaba la frente, hacía una pregunta, luego otra. Calificaba después de meditar mucho” [19] .

El 4 de julio de 1958, Wojtyla  es nombrado obispo auxiliar de Cracovia y, cuando muere el arzobispo Baziak  (en junio de 1962), es nombrado vicario capitular. Pero el cardenal primado, Stefan Wyszynski , no quería a Wojtyla como arzobispo de Cracovia: “Veía con suspicacia a la generación de intelectuales más jóvenes y más progresistas, tanto dentro como fuera de la Iglesia, que escribían poesías y teatro” [20] . Además temía que, debido a su falta de experiencia, pudieran manipularlo. En consecuencia, el primado fue presentando diversos nombres y hasta seis fueron rechazados sucesivamente por el Departamento de Asuntos Religiosos del gobierno polaco, que intervenía en el nombramiento de obispos.

Al comenzar las negociaciones, Estanislao Stomma , diputado del Parlamento y miembro de un grupo católico de centro-izquierda, fue llamado por Zenon Kliszko , presidente del Parlamento y encargado de las relaciones con la Iglesia. Este le preguntó quién sería el mejor candidato para Cracovia. Stomma le dijo que Wojtyla  era la mejor y la única opción. El político comunista le dijo que Wojtyla estaría en el último puesto de la lista del primado. Sin embargo, esperó hasta que Wyszynski  no tuvo más remedio que presentar el nombre de Wojtyla. Los comunistas querían obispos que no les fueran hostiles. Pensaban que Wojtyla era apolítico, que la política no le interesaba. Además, esperaban oponerle a Wyszynski [21] .

En aquel entonces, el abad benedictino Pedro Rostworowski  estaba encarcelado en Danzig. Una tarde el comandante de la prisión entró en la celda y le dijo: “Tenemos muy buenas noticias, Wojtyla  ha sido nombrado metropolita de Cracovia”. Tres meses después, el comandante volvía a la celda, lamentándose: “Ese Wojtyla... Nos ha engañado” [22] .

 

Renovación imperial

A los cuarenta y tres años, el 8 de marzo de 1964, Wojtyla  es investido como arzobispo de Cracovia. Para esta ocasión el nuevo arzobispo elige vestiduras especiales: “Vestía una casulla donada a los arzobispos de Cracovia por la reina Ana Jagellona , que se remontaba al medievo, y sobre ella un palio donado por la reina Jadwiga en el siglo XVI. La mitra pertenecía al obispo del siglo XVII Andrés Lipski  y el báculo se remontaba al reinado de Juan Sobieski , que había derrotado a los turcos en la batalla de Viena en 1683. El anillo pertenecía al cuarto sucesor de San Estanislao , el obispo Mauricio , muerto en 1118. Las espléndidas vestiduras de Wojtyla representaban al menos un millar de años de historia polaca. No era, el suyo, simple respeto por la tradición; era un modo de recordar a los fieles (y a los ‘infieles’ del poder) que la Iglesia de Polonia constituía el país y que sin la Iglesia la historia de Polonia no existía” [23] .

En 1967 Wojtyla  es nombrado cardenal. El nuevo cardenal encarga a una comisión de expertos en medicina forense que investigue la manera exacta en que se produjo la muerte de San Estanislao . Los investigadores centraron su labor en el cráneo porque, según se creía, el obispo murió cuando la espada le golpeó la cabeza. Al fin y al cabo, Wojtyla se consideraba sucesor del santo mártir como obispo de Cracovia y le debía la verdad histórica: “Para poder estudiarlo fue necesario sacar el cráneo del relicario que hay en la capilla de la catedral real del castillo de Wawel, donde reposa no muy lejos de la tumba situada en el centro de la iglesia, que contiene el cuerpo del santo. El cuerpo y la cabeza fueron separados en algún momento indeterminado de la Edad Media. Al encontrar una fisura en la parte posterior del cráneo, los expertos confirmaron que, efectivamente, el obispo fue ‘ejecutado’, por cuanto las pruebas que tenían a mano inducían a pensar en el empleo con violencia de un instrumento de metal afilado. La ciencia moderna justificó de este modo una leyenda patriótico-religiosa” [24] .

En 1976 el cardenal Wojtyla  hace un viaje triunfal a Estados Unidos, donde es preconizado y promovido como futuro papa. En 1978 Wojtyla es elegido papa y adopta el nombre de Juan Pablo II . El nuevo papa toma su primera iniciativa diplomática dos días antes de la Navidad de 1978, enviando a Chile y Argentina al cardenal Antonio Samoré  para mediar en la solución del conflicto de fronteras del canal de Beagle. Esta es la razón dada por Wojtyla a un diplomático vaticano: “¿Cree que una vez aceptado el cargo podría quedarme a un lado y ver entrar en guerra a esos dos países católicos?” [25] . Sin embargo, en esos dos “países católicos” se estaban cometiendo los horribles crímenes de la dictadura militar argentina (1976-1983) y chilena (1973-1990). Al parecer, el papa miraba hacia otro lado, hacia el canal de Beagle.

El primer viaje del papa Wojtyla  a Polonia, dice el biógrafo Weigel , fue espectacular: “Antes de junio de 1979, no había dudas sobre quiénes eran ellos (los comunistas)... en cambio, no estaba claro quiénes éramos  nosotros, cuántos había, ni si esos ‘nosotros’ podían fiarse unos de otros. Para decenas de millones de polacos, la experiencia de la peregrinación papal proporcionó la respuesta: nosotros somos la sociedad, y el país es nuestro; ellos son una capa artificial. Proporcionando a su país la experiencia de su dignidad individual y su autoridad colectiva, Juan Pablo II  ya había obtenido una gran victoria, sin repliegue posible” [26] .

Poco después, William Casey , director de la CIA, llega a Roma con una misión muy particular. Durante la guerra civil española Casey había apoyado a Franco  y a sus falangistas: “aunque fascistas, eran católicos y anticomunistas” [27] . Pues bien, Casey va a entregar a Juan Pablo II  una excepcional fotografía, tomada por uno de los satélites-espía norteamericanos a cientos de kilómetros de la tierra:

“En su estudio privado el papa examinó con sumo cuidado esta fotografía, contemplando uno a uno todos los detalles: primero una inmensa multitud de personas, minúsculas, una serie de puntitos sobre una superficie plana; después, en el centro, un puntito solitario que, se dio cuenta, era él mismo, con su sotana blanca, mientras hablaba a sus compatriotas en la plaza de la Victoria, en 1979. Era sólo la primera de una docena de fotografías tomadas por los satélites de la CIA que examinaría en los años siguientes. En aquel encuentro celebrado en la máxima reserva, un encuentro que sería revelado al mundo sólo diez años después, Casey  usó la fotografía para sugerir la alianza oficiosa y secreta entre la Santa Sede y el gobierno del presidente Ronald Reagan : una estrecha alianza con el fin de acelerar el cambio político más profundo de nuestro tiempo” [28] .

El 7 de junio de 1982 Reagan  (actor de profesión) llegó al Vaticano para un encuentro que debía hacer más personal la alianza secreta con el papa Wojtyla . Allí comentaron en términos prácticos y filosóficos la hipótesis de que “el hundimiento del imperio soviético era inevitable (por motivos espirituales más que estratégicos)” [29] .

Como dice Juan Arias , Juan Pablo II  nunca tuvo escrúpulos en que sus viajes fueran propios de un jefe de Estado, con todos los honores y con todo el despilfarro que ello supone en cada visita, desde las veintiuna salvas de cañón lanzadas en los aeropuertos a su llegada hasta los agasajos y reverencias que le otorgaban los grandes de la tierra en sus palacios: “Por eso llegó a decir que, de los viajes, lo más importante para él era su encuentro con los poderosos. Así robustecía el prestigio de la Iglesia”, “para él la Iglesia demuestra así toda su potencia y su capacidad de atracción ante los grandes de la tierra. Más aún, ya de joven, el futuro papa tuvo siempre una debilidad por los poderosos” [30] .

El psicoanalista italiano Cesare Musatti  ve al papa Wojtyla  “como un prepotente que afirma e impone su personalidad en todos los países, hasta en los más pequeños”, “es una personalidad fuerte, con una mentalidad conservadora y restauracionista” [31] . 

El 7 de febrero de 1995, el periódico italiano Il Corriere della Sera, en un artículo procedente de su corresponsal en el Vaticano, hablaba de “impaciencia creciente hacia la autoridad papal” en diversos países europeos. En enero de 1995, la destitución del obispo de Èvreux, Jacques Gaillot , sirvió de catalizador al malestar sobre dos puntos esenciales: el nombramiento de los obispos y las relaciones con ellos. Unos años después, con motivo del nombramiento como arzobispo de Colonia del cardenal Joachim Meisner , la más importante revista católica alemana, la Herder Korrespondenz, escribió: “Lo que está en entredicho es saber si el papa puede anular el último resto de participación del pueblo de Dios en la designación de sus pastores”. Las diócesis no son provincias del Vaticano.  

Las razones del malestar de las Iglesias europeas fueron resumidas en la Declaración de Colonia, publicada el 25 de enero de 1989. Los firmantes denunciaron “el cambio estructural rampante que conduce a una extensión indebida de la jerarquía de jurisdicción, a una progresiva reducción al silencio de las iglesias locales, a un rechazo de la discusión teológica y, por último, a un antagonismo impuesto desde arriba, que agudiza los conflictos en la Iglesia a través del recurso a medidas disciplinares”, la apertura a la colegialidad entre el papa y los obispos “estaba siendo ahogada por el nuevo centralismo de Roma”, la obediencia hacia el papa exigida a obispos y cardenales “parece ser totalmente ciega” [32] .  

Los obispos no deben ser designados por un procedimiento secreto al estilo del absolutismo romano, sino que deben elegirse con participación de la comunidad, o de la Iglesia local. El mismo papa, en la medida en que ejerce una función universal (superior a la de obispo de Roma), debe ser elegido no por el colegio cardenalicio, designado por el papa unilateralmente, sino por un órgano colegial que represente a la Iglesia entera.

El 21 de febrero de 2001 Juan Pablo II  nombró (de una sola tacada) 44 cardenales. Todos juraron, a pesar de lo que dice Jesús: No juréis en modo alguno [33] . Todos se arrodillaron, a pesar de lo que dice Pedro a Cornelio : Levántate, que también yo soy un hombre [34] . Además, Juan Pablo II ha nombrado a 125 de los 135 cardenales electores. Por tanto, el próximo papa será elegido en un cónclave completamente modelado por el papa Wojtyla . Todo está atado y bien atado. Demasiado poder concentrado en una sola persona, que domina como señor absoluto la Iglesia de Dios: No ha de ser así entre vosotros [35] , dijo Jesús.

La creación de Juan Luis Cipriani , arzobispo de Lima, como nuevo cardenal ha suscitado críticas y malestar en amplios sectores de la sociedad y de la Iglesia por su declarado apoyo al régimen del ex presidente Alberto Fujimori , marcado por el escándalo, la corrupción y el fraude electoral, y su pertenencia al Opus Dei. Cipriani, de 58 años, jugó un papel decisivo en el asalto a la Embajada de Japón en Lima, tomada por guerrilleros del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), y que acabó con la muerte de éstos a manos del Ejército peruano. Según informaciones de la Agencia ACL, el nuevo cardenal fue quien, en su condición de mediador, “disimuló los micrófonos y las minicámaras que permitieron la intervención policial y la consabida masacre” [36] .   

El 1 de junio de 1991 Juan Pablo II  comienza su cuarto viaje a Polonia. Al llegar a la Polonia poscomunista es saludado por el presidente Walesa  y por el primado Glemp  como el nuevo Moisés, el hombre que había liberado a su pueblo de la esclavitud y cuya misión era la de seguir guiando a los polacos hacia el futuro. Pero la novedad, esta vez, era que el pueblo mostraba poca voluntad  de ser guiado, al menos por la Iglesia: “Polonia había cambiado y muchos toleraban cada vez menos el deseo del clero de interferir en la vida pública, así como su estilo autoritario de mandar. Muchos comenzaban a cansarse de las faraónicas iglesias y casas parroquiales construidas en el campo, casi ridiculizando el paisaje de pequeños pueblos empobrecidos”. Se constataba una falta de armonía entre él y su público: “La gran mayoría de los polacos estaba irritada por sus sermones contra el consumismo en un momento en que las familias estaban atormentadas por problemas de simple supervivencia física” [37] .

El sueño del mesianismo polaco se había desvanecido: Polonia no era “el cristo de las naciones”, que había de indicar el camino a toda la humanidad. Durante una conferencia celebrada en Roma en 1994, el profesor Turowicz , que durante años ha sido amigo íntimo de Wojtyla , dijo que la mayor parte de la Iglesia polaca en realidad no había asumido la lección del Concilio Vaticano II y que no debería imponer sus propias convicciones en medio de una sociedad pluralista: “La Iglesia polaca está hoy fuertemente polarizada. Comportamientos preconciliares chocan con pasiones posconciliares. Y me cuesta decir que la mayor parte del clero es bastante fundamentalista y tradicionalista, mientras que los más liberales y abiertos están en minoría” [38] .  

Ha causado perplejidad la beatificación de Pío IX , promovida especialmente por el cardenal Pietro Palazzini, jefe de filas del Opus Dei recientemente fallecido. En efecto, Pío IX fue beatificado el 3 de septiembre de 2000 junto a Juan XXIII , el papa del Vaticano I junto al del Vaticano II. Pío IX (1792-1878) era de familia liberal. Se dijo que llegó a inscribirse en la francmasonería con el nombre de Mucio Scévola [39] . Ya de papa, se ganó la simpatía de los círculos liberales. Pero el  mito del papa liberal terminó pronto para convertirse en un papa conservador, reaccionario, “ultramontano”. Condicionado por una desmesurada excitabilidad, una deficiente formación y una corte papal que vivía fuera de su época, Pío IX no fue capaz de adaptar la Iglesia a la profunda evolución que estaba transformando radicalmente las estructuras de la sociedad [40] .

Pío IX  publicó en 1864 su encíclica Quanta cura, con el denominado Syllabus, una lista de ochenta errores modernos. Se anatematizaba, por ejemplo, a “quienes afirman la libertad de conciencia y de fe”. En 1858 Pío IX mandó secuestrar a un niño hebreo, Edgardo Mortara, que poco después de su nacimiento había sido bautizado por una sirvienta cristiana. Decretó pena de prisión contra los protestantes que propagaban su fe. En 1868 ordenó la decapitación pública de dos revolucionarios, Monti  y Tognetti , responsables de un atentado con explosivos contra un cuartel pontificio en el que murieron 25 soldados. Defendió por la fuerza el poder temporal de los papas, sin que - al parecer - importara (e importe) la sangre derramada en Castelfidardo (1860), Mentana (1867) y Roma (1870). Se suele decir que lo de Roma fue algo simbólico, pero hubo 51 muertos, 19 soldados pontificios y 32 italianos. Diez días antes de que las tropas italianas tomaran Roma, les dijo el papa: “No soy profeta ni hijo de profeta, pero os digo que no entraréis y que, si entráis, no os quedaréis”. Pero tenían más fuerza los versos de Monti: “Arráncale al pescador de Tierra Santa / el cetro de rey, y mándale que como antes / tienda su red sobre la arena desnuda” [41] . Los italianos entraron y se quedaron.

Pío IX  convocó el concilio Vaticano I, que definió el primado y la infalibilidad del papa el 18 de julio de 1870: “Durante la proclamación del nuevo dogma de la infalibilidad papal hubo sobre San Pedro  una gran tormenta. Los truenos resonaban estruendosamente, y la claridad cárdena de los relámpagos proyectaba una luz espectral entre las tinieblas que se habían abatido repentinamente sobre la basílica: para unos fue el signo del agrado divino; para otros, expresión de su ira” [42] . Los acontecimientos políticos pusieron fin al concilio, que no pudo terminar sus tareas. A diferencia del Vaticano I, el Vaticano II no quiso definir ningún nuevo dogma. Se caracterizó por una viva conciencia de la comunidad, la colegialidad, la solidaridad, el servicio y la libertad religiosa, en clara contraposición a la mentalidad de los vencedores en el Vaticano I, partidarios de la restauración del antiguo régimen, del absolutismo político y del centralismo romano.

El cardenal Newman (1801-1890) dejó escrito en su diario: “No es bueno que un papa dure veinte años. Es una anomalía y no trae buenos frutos; el papa se convierte es un dios, no tiene quien lo contradiga, no conoce los hechos y comete crueldades sin pretenderlo”. A un amigo suyo le escribió estas palabras que resultarían proféticas: “Seamos pacientes, tengamos fe; un nuevo papa y un nuevo concilio tal vez enderecen la nave” [43] .

Es preciso preguntarse: ¿ha confundido el papa Wojtyla  la renovación eclesial, que vuelve a las fuentes de los Hechos de los Apóstoles (el sueño de Juan XXIII ), con la renovación imperial, el viejo sueño de Silvestre I I , a comienzos del segundo milenio?

Al morir el papa Gregorio V, el año 999, el emperador germánico Otón III  logró que fuera elegido su amigo y consejero francés Gerberto D’Aurillac, antiguo obispo de Reims: “El nombre de Silvestre I I,  que adoptó, recordaba los tiempos celebrados por la leyenda, de Silvestre I y Constantino el Grande , al que el emperador miraba como a su modelo” [44] . Con ello se daba en el blanco de la renovación imperial.

En el mismo blanco, en armonía preestablecida entre los dos poderes (imperial y papal), se dio con el nombramiento de Adriano VI  (1522-1523), el último papa extranjero anterior a Juan Pablo II. León X murió inesperadamente. Su primo, el cardenal Julio de Médicis, secretario de Estado, estaba políticamente al lado del imperio de Carlos V. A pesar de la oposición existente, fue elegido, en su ausencia, el cardenal Adriano de Utrecht, obispo de Tortosa. Adriano era holandés. Había sido preceptor de Carlos V y había tenido en sus manos, como regente, el gobierno de España. Parecía una criatura del imperio, hecha a imagen y semejanza del emperador. Ocho meses después de ser elegido, se presentó en Roma rodeado de holandeses y con ánimos de reformar, a su manera, la curia. Murió poco después. En su sepulcro, en la iglesia alemana de Santa María del Anima, se lee la siguiente (quizá cínica) inscripción: “¡Ay dolor! ¡Que los méritos de un hombre, aun del mejor, dependan tanto del tiempo en que le tocó vivir!” [45] .

¿Tenemos en el papa polaco  una criatura del imperio? Tibi dabo, todo esto te daré, le dijo el diablo a Cristo: ¿Ha caído el papa Wojtyla  en la tentación del poder?

Una capa multicolor hecha de fibra ultraligera, ofrendas de flores exóticas a cargo de fieles vestidos con ropas tradicionales y un fondo de música japonesa fueron algunos de los elementos utilizados para la puesta en escena del Jubileo del año 2000. El papa estrenó para la ocasión una limusina valorada en 255 millones de pesetas [46] . Es quizá una señal más de que el papa no encuentra su verdadero papel.

El Concilio Vaticano II indicó el camino a seguir en la necesaria renovación eclesial: vuelta a las fuentes y diálogo con el mundo de hoy. Pero la Iglesia debía superar dos riesgos: abandonarse al desconcierto, ceder a la restauración medieval. Los consejos llegaban incluso desde fuera, desde posiciones políticas conservadoras.

El académico francés Maurice Druon , que fue ministro de Cultura en el penúltimo gabinete gaullista, expresó así en 1971 la alarma que generaba el cambio eclesial: “La casa del buen Dios se abre a todas las tormentas”, “una Iglesia por vocación ha de proporcionar certezas, no extender dudas”, “todo se puede modernizar menos Dios” [47] .

La apuesta de una Iglesia decidida a vivir a la intemperie, dijo el jesuita Alvarez Bolado  en los años setenta, parece perder pie “cuando se siente al viento azotarnos”.Y precisamente porque se percibe por instinto de conservación el riesgo que acompaña al éxodo, la tentación conservadora se consolida poco a poco. Se sustituye “la grande y paciente estrategia del cambio por la táctica de simulacros de cambio”, “esta es la supina debilidad de la restauración tanto hacia dentro como hacia fuera de la Iglesia: le preocupa más la cosmética que suministra la apariencia del cambio que aquel trabajo de elaboración del cambio que hace que el rostro aparezca transmutado sin necesidad de cosmética” [48] .

 

El anuncio del Concilio

Desde el primer momento, el anuncio del Concilio supuso para muchos la respiración de una atmósfera nueva, extraordinaria, creada por el viento del Espíritu, viento de renovación. No puede hacerse un buen diagnóstico del tiempo posconciliar, si nunca se ha respirado, o si ya no se respira, aquella atmósfera. Evocamos aquí aquel momento, la génesis inmediata del Concilio, así como la esperanza eclesial que despertó.

“La idea del Concilio, dice Juan XXIII , no ha madurado en mí como el fruto de una meditación prolongada, sino como la flor de una inesperada primavera” [49] . En efecto, el 20 de enero de 1959 se ve sorprendido por una gran gracia; por  ella le parecen “como sencillas y de inmediata ejecución algunas ideas nada complejas, sino sencillísimas, pero de vasto alcance y responsabilidad frente al porvenir, y con éxito inmediato”. Se trataba, en el fondo, de “acoger las buenas inspiraciones del Señor simple y confiadamente”.

“El primer sorprendido de esta propuesta mía fui yo mismo, sin que nadie me hiciera indicación al respecto. Y decir que luego todo me pareció tan natural en su inmediato y continuo desarrollo. Después de tres años de preparación laboriosa, aquí estoy ya a los pies de la santa montaña. Que el Señor me sostenga para llevar todo a buen término” [50] .

Juan XXIII  anuncia la celebración del Concilio el 25 de enero de 1959, en la basílica de San Pablo , en el marco de una ceremonia con la que concluía la semana de oración por la unidad de los cristianos. El 13 de noviembre de 1960 comienza la fase preparatoria, más sólida y fundamental, del Concilio. Dice Juan XXIII: “La obra del nuevo Concilio Ecuménico tiende toda ella verdaderamente a hacer brillar en el rostro de la Iglesia de Jesús los rasgos más sencillos y puros de su origen y a presentarla, tal y como su Divino Fundador la hizo: sin mancha ni arruga” [51] .  

La empresa no era fácil y hacía falta valor. A Juan XXIII  le corresponde levantar los ánimos: “Debemos llenarnos de valor... No, Cristo, Hijo de Dios y Salvador nuestro, no se ha retirado del mundo que ha redimido, y la Iglesia, fundada por El, una, santa, católica y apostólica, continúa siendo su cuerpo místico, del cual El es la cabeza, con el cual cada uno de nosotros está relacionado, al cual pertenecemos”.

Convocando a la renovación, Juan XXIII  hace actuales las esperanzas proféticas: “¿No os parece oír el eco de una voz lejana que llega a nuestros oídos y nuestros corazones? Arriba, resplandece, Jerusalén, que ha llegado tu luz y la gloria del Señor sobre ti ha amanecido (Is 60,1). El lejano Isaías  nos ofrece las notas para el primer canto triunfal, que recoge los ecos del melodioso fervor que se eleva de entre todas las lenguas, tribus y pueblos”. En efecto, desde el anuncio del Concilio “el mundo cristiano ha notado que una corriente de espiritualidad conmueve las almas con vibraciones insólitas” [52] .

A un embajador que preguntó a Juan XXIII  qué esperaba del Concilio, éste le respondió: “¿El Concilio? - dijo, acercándose a la ventana y haciendo gesto de ir a abrirla -. Espero de él un poco de aire fresco... Hay que sacudir el polvo imperial que se ha acumulado sobre el trono de San Pedro  desde Constantino” [53] . Ciertamente, para muchos una locura; para muchos también, una verdad que purifica el templo y que, por tanto, renueva a la Iglesia.

Realmente, en todo ello se cumple, de una forma especial, la palabra del profeta Ageo, cuyo mensaje de reconstrucción del templo presenta gran paralelismo con la llamada a la renovación de la Iglesia por parte de Juan XXIII .

Corre el año 520 a. C. Es el periodo posterior al destierro. El profeta Ageo llega en un momento decisivo: el nacimiento de la nueva comunidad de Palestina. Los primeros judíos vueltos de Babilonia se desanimaron enseguida. El profeta llega con la misión de despertar la esperanza y de levantar los ánimos. Salvando las obvias diferencias, la palabra de Dios proclamada por Ageo encarna, de forma nueva, en la situación eclesial que Juan XXIII  hubo de afrontar. He aquí los puntos de encuentro: el mandato de subir a la montaña y reedificar la Casa [54] , que para Juan XXIII supone llevar adelante el Concilio y renovar la Iglesia; la referencia al esplendor de los orígenes [55] , que para Juan XXIII supone la vuelta a las fuentes de la experiencia comunitaria de los Hechos de los Apóstoles, a “los rasgos más sencillos y puros” de la Iglesia naciente; las palabras de ánimo, fundadas en la presencia eficaz de Dios [56] y en la presencia constante de Cristo; las dificultades creadas por la falsa prudencia, tras de la cual se ocultan poderosas resistencias: “Todavía no ha llegado el momento” [57] ; el despertar de muchos espíritus dormidos [58] , que Juan XXIII describe como “una corriente que conmueve las almas con vibraciones insólitas”.

La palabra proclamada por Ageo se cumple también hoy en el tiempo posconciliar. Ciro concedió la libertad a los deportados el año 538 a. C. Los judíos que regresan son, sin duda, los más entusiastas: aspiran a construir la ciudad y el templo, la Jerusalén que soñaron los profetas. Pero la realidad se vuelve bien pronto decepcionante. Las dificultades  no son pocas ni pequeñas. Hay quienes viven bien y hasta muy bien: sus “casas artesonadas” contrastan con las ruinas del templo y con la situación precaria del pueblo que ha de nacer, la nueva comunidad. Corre el año 520, han pasado casi veinte años (ahora más) y los trabajos de reconstrucción apenas han comenzado [59] .

 

Ruinas seculares

Quizá a muchos parezca una exageración hablar, en nuestro tiempo, de ruinas de la Iglesia, ruinas seculares [60] , y plantear, por tanto, la renovación conciliar como obra de reconstrucción, por añadidura apenas comenzada. En realidad, las ruinas no son de ahora. Ya San Agustín , a finales del siglo IV, se lamentaba de que “en la era de la Iglesia, como en todas las eras, hay más paja que grano”. La situación del conjunto de los cristianos dejaba mucho que desear: “Borrachos, usureros, defraudadores, jugadores, adúlteros, disolutos, gentes locas por el teatro, portadores de amuletos, magos, astrólogos y todo linaje imaginable de adivinos, hombres que se llaman cristianos y gustan de todo eso, lo frecuentan, lo aprueban y se dejan seducir por ello. Tal es la masa de gentes que, por lo menos corporalmente, llenan las iglesias” [61] .

Las cosas habían ido cambiando poco a poco. En el año 313, con el edicto de Milán, Constantino decreta la tolerancia del culto cristiano. En el 380, con el edicto de Tesalónica, Teodosio  proclama al cristianismo como religión oficial del Estado. Con ello se establece una nueva situación religiosa y política: la Iglesia pasa de la persecución a la protección oficial; los paganos y herejes son ahora perseguidos; el catecumenado se difunde primero para ir desapareciendo después; las masas entran en la Iglesia sin catequizar, y el emperador, a la vez cristiano y depositario de la más alta autoridad temporal, interviene e interfiere en los asuntos de la Iglesia.

No es inútil recordar aquí que la vocación de San Francisco  de Asís nace de una visión crítica de la Iglesia de su tiempo: Anda y repara mi Casa que amenaza ruina. Estas palabras las escuchó en San Damián, una iglesia en la que había entrado buscando luz, una iglesia que estaba en ruinas. Pronto entendió San Francisco que eran otras ruinas las que había que reparar.

Así lo entendió también el papa Inocencio III : “había visto en el sueño que la basílica de Letrán estaba a punto de arruinarse y que un religioso pequeño y despreciable, arrimando la espalda, la sostenía para que no cayera”. Inocencio III fue un papa, a quien un conjunto de circunstancias (por otra parte, sumamente inestables), le llevaron a ser algo así como “emperador de Europa”. Y sin embargo, la Iglesia amenazaba ruina: confusión de la religión y la política (con mutuas interferencias), deformación de la Iglesia como “reino de este mundo”, guerras pontificias, simonías, incluso asesinatos, antipapas y cismas... Poco después llegaría la Inquisición (1234), el cautiverio de Avignon (1309-1377), el cisma de los 3 papas (1378-1417), el efímero Decreto de Unión con la Iglesia de Oriente (1439) y, más adelante, junto al mal ejemplo dado por los papas del Renacimiento, la división de la Iglesia de Occidente.

Cuando se divide la Iglesia de Occidente, la situación general arrojaba una fuerte dosis de ignorancia religiosa, como denuncia un testigo de la época (hacia 1558):

“Sabemos que hay millares de hombres en la Iglesia que, preguntados de su religión, ni saben la razón del nombre ni la profesión que hicieron en el bautismo, sino que, como nacieron en casa de sus padres, así se hallaron nacidos en la Iglesia, a los cuales nunca les pasó por pensamiento saber los artículos de la fe, qué quiere decir el Decálogo, qué cosas son los sacramentos. Hombres cristianos de título y de ceremonias y cristianos de costumbre, pero no de juicio y ánimo; porque quitado el título y algunas ceremonias de cristianos, de la sustancia de su religión no tienen más que los nacidos y criados en las Indias... Ahora hallamos en esta ignorancia no solamente a los mancebos de quince o veinte años, sino a los hombres de cuarenta y cincuenta” [62] .  

En nuestro tiempo, los datos sociológicos dejan suficientemente al descubierto la débil fundamentación de nuestra situación de cristiandad. Ciertamente, es como un gigante con pies de barro [63] . La desproporción absolutamente insostenible entre el número de bautizados y el número de evangelizados constituye, sin duda, una contradicción profunda de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia, una contradicción que debe ser superada: muchos son los bautizados, pocos los evangelizados.

Los datos sociológicos manifiestan elocuentemente el déficit de evangelización que arrastramos, pero no entran (ni pueden) en el aspecto más cualitativo de la cuestión: la iniciación en la experiencia comunitaria de la fe, aspecto que desborda  los métodos cuantitativos y que ha de ser discernido en cada caso dentro del proceso comunitario de evangelización.

Por tanto, yendo más allá de los datos cuantitativos, todavía podemos y debemos preguntarnos: ¿quiénes han llegado a reconocer personalmente que Jesús es el Señor? ¿quiénes han llegado a descubrir la justicia del Evangelio? ¿quiénes confiesan personalmente toda la fe de la Iglesia? ¿quiénes viven su fe en una comunidad viva?

Estos interrogantes fundamentales afectan a las constantes de la evangelización apostólica. En nuestra situación cuestionan si están en ruinas los cimientos [64] . Son interrogantes necesarios e ineludibles, si queremos que el diagnóstico de la realidad se haga desde el Evangelio y si queremos evitar la denuncia profética: Curáis a la ligera las heridas de mi pueblo, diciendo: Todo va bien, cuando todo va mal [65] .

En el plano ecuménico, también. En 1989 se celebró en la ciudad suiza de Basilea la I Asamblea Ecuménica de las Iglesias de Europa para reflexionar sobre Paz, Justicia e Integridad de la Creación. Por  primera vez se encontraban las Iglesias en un acto ecuménico semejante. Unos años depués, en 1997, se celebró en Graz (Austria) la II Asamblea con el siguiente tema: La reconciliación, don de Dios y fuente de nueva vida. En la primera se respiraba euforia. En la segunda dominaba la decepción: “la euforia ha cesado”, “las crueldades de la guerra han regresado a Europa dejando heridas sangrantes”, “estamos aún divididos, experimentando los temores, las tensiones, los problemas y las barreras propios de los europeos y de todos los seres humanos” [66] .

En su discurso de apertura de la Asamblea de Graz, dijo John Arnold, presidente de la Conferencia de las Iglesias Europeas: “Tras la caida del muro de Berlín, resurgen numerosas y nuevas animosidades, aún no resueltas, entre los pueblos y  las Iglesias”, “si nuestra casa europea común se ha visto desembarazada de un demonio, ha dejado entrar siete menos  poderosos pero igualmente malignos, que se han precipitado para ocupar el vacío parcial dejado por la desaparición del primero: el nihilismo y la desesperanza, la codicia, la envidia, la maldad, el individualismo egoísta y las formas demoníacas de nacionalismo”.

No hay que engañarse. La unidad de los discípulos, por la que ora Cristo, es problema de conversión. En la parábola de la rueda, no se trata de que el radio anglicano se convierta al romano o que este se convierta al griego. No, se trata de que cada radio se convierta al eje que es Cristo y allí, unos y otros, nos encontraremos. Así de sencillo, se encuentre cada uno donde se encuentre.

Del 21 al 24 de mayo de 2001 se celebró en Roma un consistorio de cardenales, convocado por Juan Pablo II, para afrontar algunos temas más relevantes de la evangelización en el mundo de hoy. El día antes, sexto domingo de pascua, se leía en todas las iglesias un pasaje del capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles. Hablaba del Concilio de Jerusalén: Hemos decidido el espíritu santo y nosotros no imponeros más cargas que las indispensables. Ahora y siempre, los destinatarios son los gentiles que se convierten al Evangelio, a los que no se debe molestar con leyes (judías o cristianas) que no tienen nada que ver con el Evangelio. El consistorio pasó sin pena ni gloria. Una ocasión más perdida en Roma.   

 

Renovación eclesial

A pesar de las resistencias y dificultades, conscientes y no conscientes, por parte de aquellos para quienes todavía no llegó la hora [67] , la renovación eclesial no es una bella utopía, ya está en marcha, lo estamos viviendo ya: Ya está brotando ¿no lo notáis? [68] . Siguiendo las grandes orientaciones conciliares, presentamos algunas claves que a lo largo del posconcilio han ido generando renovación en la Iglesia, haciendo de ella luz de las gentes:

* La Iglesia es misterio de comunión, vivido en comunidad, “señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” [69] . Desde que fue convocado el Concilio, una gran señal apareció en el cielo [70] , la experiencia comunitaria de los orígenes como guía inspiradora de la renovación de la Iglesia. Esta señal, percibida y proclamada por Juan XXIII , constituye el modelo de la renovación eclesial. El Concilio Vaticano II ve en la experiencia comunitaria de los Hechos de los Apóstoles [71] el modelo no sólo de la vida religiosa, de la de los misioneros y de los sacerdotes, sino de todo el pueblo santo de Dios [72] .

* La Iglesia que se renueva escucha religiosamente la palabra de Dios y la proclama confiadamente, haciendo suyas las palabras de San Juan: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la Vida... os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros [73] . El hecho de que Dios habla sigue siendo plenamente actual: “Dios, que habló en otro tiempo, sigue hablando con la esposa de su amado Hijo” [74] . La palabra de Dios es la fuente de toda acción eclesial.

* En la celebración viva y, por tanto, renovada, “Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio” [75] . La renovación de la Iglesia se produce allí donde se escucha la palabra viva de Dios [76] y, también, allí donde se facilita la participación de la comunidad. Como dijo el Concilio, la Iglesia “desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano” [77] . Y también: “Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada” [78] .

* La renovación de la Iglesia se palpa también “cuando los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” [79] . Cuando esto sucede, se establece un diálogo evangelizador con el mundo, una relación evangelizadora que, al propio tiempo, renueva a la Iglesia. Una evangelización que acoge cada situación y cada interrogante tiene su impacto en la propia comunidad; lejos de ser repetitiva y conservadora, implica una renovación profunda de la Iglesia. Así sucede, cuando la Iglesia promueve la superación de las grandes diferencias sociales, busca una escuela que no las reproduzca, lucha eficazmente contra el paro, defiende la dignidad y los derechos del hombre, denuncia los nacionalismos absolutos, señala las vías pacíficas para resolver los problemas políticos, promueve la solidaridad con los inmigrantes, recordando que también nosotros fuimos extranjeros [80] ; en suma, anuncia la buena noticia a los pobres [81] .   

Asimismo, se establece una nueva relación con el mundo, cuando la Iglesia abandona la vieja identificación  entre cristianismo y sociedad, sale de la situación de cristiandad, opta por vivir como comunidad en medio de la sociedad, respeta la autonomía de lo temporal, reconoce el legítimo pluralismo social, renuncia a imponer el Evangelio por la fuerza, ofrece el Evangelio en la debilidad de la libertad [82] .

 



[1] JUAN PABLO II, ¡No tengáis miedo! André Frossard dialoga con Juan Pablo II , Ed. Plaza & Janés, Barcelona, 1982, 12-13.

[2] Ibidem.

[3] JUAN PABLO II, Dono e mistero, Librería Editrice Vaticana, Roma, 1996, 11.

[4] SZULC, 35.

[5] Es sorprendente lo que ha influido en el pontificado de Wojtyla  su condición de actor, en lo que coincide con Reagan .

[6] Ver ARIAS, El enigma Wojtyla, 31; WEIGEL, 97.

[7] SZULC, 116.

[8] Ver LAMET, 60.

[9] ARIAS, El enigma Wojtyla , 32.

[10] JUAN PABLO II, Dono e mistero, 16.

[11] ARIAS, El enigma Wojtyla , 32.

[12] JUAN PABLO II, ¡No tengáis miedo!, 14.

[13] WEIGEL, 121.

[14] ARIAS, Un Dios para el papa, 82-83.

[15] JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Janés, Barcelona, 1994, 50-56.

[16] JUAN PABLO II, ¡No tengáis miedo!, 47-53. Resulta muy oportuno recordar aquí la precisión que hace Romano Guardini: “Religión significa relación con lo absoluto. No toda relación con lo absoluto es, sin embargo, religión: no lo es el simple pensamiento metafísico. Lo religioso aparece tan sólo cuando la relación con lo absoluto se torna viviente, es decir, cuando el hombre concreto vive orientado hacia el Dios vivo y a partir de él. Más aún, la religión sólo llega a ser auténtica cuando es el hombre personal el que se relaciona con el Dios personal, esto es, cuando esa relación lo es de persona a persona” (Cristianismo y sociedad, Sígueme, Salamanca, 1982, 130).

[17] PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 46.

[18] Jn 14,23. Ver, por ejemplo, JUAN PABLO II, Dominum et vivificantem, 10.

[19] SZULC, 183.

[20] Ib., 226-227.

[21] Ib., 227-228.

[22] BERNSTEIN-POLITI, 109.

[23] Ib., 109-110.

[24] SZULC, 36.

[25] WEIGEL, 372.

[26] Ib., 436.

[27] BERNSTEIN-POLITI, 300.

[28] Ib., 17-18.

[29] Ib., 369.

[30] ARIAS, 84 y 95.

[31] Ib., 243.

[32] ZIZOLA, El sucesor, 174-179.

[33] Mt 5, 34. Ver Corriere della Sera, 22-2-2001.

[34] Hch 10, 26.

[35] Mc 10, 43.

[36] Ver Vida Nueva, 3 de febrero de 2001.

[37] BERNSTEIN-POLITI, 506 y 509.

[38] Ib., 511.

[39] RODRIGUEZ SOLIS, E., La santidad del pontificado, Ed. El Museo Universal, Madrid, 1986, 396.

[40] JEDIN,H., Manual de historia de la Iglesia, VI, Herder, Barcelona, 1978, 665-666.

[41] Ver LO BELLO, Vaticanerías, Ed. Martinez Roca, Barcelona, 2000, 147; CARCEL ORTI, V., Pío IX , Edicep, Valencia, 2000, 146; AUBERT, R., Pío IX y su época, Edicep, Valencia, 1974.

[42] HASLER, A.B., Cómo llegó el papa a ser infalible, Ed. Planeta, Barcelona, 1980, 201-202 y 138.

[43] Ver WOODWARD, 447.

[44] GELMI, J., Los papas. Retratos y semblanzas, Ed. Herder, Barcelona, 1986, 70. Ver PEREZ PELLON, J., Wojtyla , el último cruzado, Ed. Temas de Hoy, Madrid, 1994, 309-314.

[45] HERTLING, L., Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1981, 306-307.

[46] El País, 26-12-1999.

[47] Ver Le Monde, 7-8-1971. Ver ALVAREZ BOLADO, 109-111.

[48] ALVAREZ BOLADO, 228-229.

[49] FESQUET, H., Las florecillas del papa Juan, Ed. Estela, Barcelona, 1964, 108.

[50] JUAN XXIII, Diario del alma, Ed. Cristiandad, Madrid, 1964, 406-407.

[51] JUAN XXIII, Un Señor, una  fe, un  bautismo, Homilía del papa después de la misa eslavo-bizantina, 13-11-1960.

[52] JUAN XXIII, Una corriente de espiritualidad conmueve las almas con vibraciones insólitas. Alocución del papa a los miembros de las comisiones pontificias y secretariados preparatorios del Concilio Ecuménico Vaticano II, 14-11-1960; ver Ecclesia (1011), 8-12.

[53] FESQUET, 109.

[54] Ag 1, 8.

[55] Ag 2, 3.

[56] Ag 1, 13 y 2, 4.

[57] Ag 1, 2.

[58] Ag 1, 8.

[59] Ver LOPEZ,J., Escuchar la Palabra, objetivo catecumenal, en "Teología y Catequesis" 3 (1983), 408-412.

[60] Is 61, 4.

[61] LABOA, J.M., La larga marcha de la Iglesia, Ed. Atenas, 1985, 14.

[62] CARRANZA, B., Catechismo Christiano, 1558, BAC, Madrid, 1972, 119.

[63] Dn 2.

[64] Sal 11, 3.

[65] Jr 6, 14.

[66] Documento final, 1-2.

[67] Ag 1, 2.

[68] Is 43, 19.

[69] LG 1.

[70] Ap 21, 1.

[71] Hch 2, 42-47.

[72] LG 13 y DV 10.

[73] 1 Jn 1,1-3 y DV 1.

[74] DV 8.

[75] SC 33.

[76] SC 24.

[77] SC 14.

[78] SC 27.

[79] GS 1.

[80] Ex 23, 9.

[81] Lc 4, 18.

[82] Ver AA.VV., El Concilio del siglo XXI ,PPC, Madrid, 1987, 107-122.