18.
RENOVACION IMPERIAL
¿Qué
tipo de renovación promueve el papa Wojtyla? ¿Ha confundido
la renovación eclesial
(sueño de Juan XXIII
) con la renovación
imperial (viejo sueño medieval)? ¿Encaja la biografía de Wojtyla en
el marco de la renovación imperial mejor que en el marco de la renovación
eclesial? Veamos.
Mi hijo será un gran hombre
Karol
Wojtyla
nace en Wadowice, cerca de Cracovia, el 18 de
mayo de 1920. Su padre, llamado también Karol
, primero fue aprendiz
de sastre; después entró a formar parte del ejército austro-húngaro,
en el que obtuvo el grado de sargento. Su madre, Emilia, se siente
muy orgullosa de su hijo, incluso siendo muy pequeño: “Ya lo verás,
mi Lolus será un gran hombre”, le dijo a una vecina. Muy
pronto, los lutos marcaron la infancia y adolescencia de Wojtyla
. En 1929 murió su
madre; tres años después, su hermano; y en 1941 murió su padre. Dice
el propio Wojtyla, que oculta la causa de la muerte de sus padres
(ambos murieron de infarto): “A
los veinte años, ya había perdido a todos mis seres queridos o a los
que hubiera podido querer, como aquella hermana que murió seis años
antes de nacer yo. Aún no había llegado a la edad de mi Primera Comunión
cuando perdí a mi madre, que no tuvo la dicha de ver el día que con
tanta ilusión esperaba. Mi madre quería que un hijo fuese médico,
y el otro sacerdote; mi hermano era médico, y yo, con el tiempo, me
hice sacerdote”. “Mi
hermano Edmundo
murió durante una terrible epidemia de escarlatina,
en el mismo hospital en el que había empezado a trabajar como médico.
Hoy día, los antibióticos lo hubieran salvado. Yo tenía doce años.
Si la muerte de mi madre se grabó profundamente en mi memoria, tal
vez hizo más mella la de mi hermano, por las trágicas circunstancias
que la rodearon y también porque yo era ya mayor”. “Mi
padre era admirable, y casi todos mis recuerdos de infancia y adolescencia
se refieren a él. Los violentos golpes que tuvo que soportar abrieron
en él una profunda espiritualidad, y su dolor se hacía oración. El
mero hecho de verle arrodillarse tuvo una influencia decisiva en mis
años de juventud. Era tan exigente consigo mismo, que no tenía necesidad
de mostrarse exigente con su hijo: bastaba su ejemplo para inculcar
disciplina y sentido del deber. Era una persona excepcional. Murió
casi de repente durante la guerra, bajo la ocupación nazi. Yo no tenía
aún veintiún años”
[1]
. Su
primera vocación fue la de actor: “Cuando iba a terminar mis estudios
en el Instituto, dice Wojtyla
, las personas que
estaban próximas a mí pensaban que elegiría el sacerdocio. Pero no
era ésta mi intención”
[2]
, “en aquel periodo me embargaba sobre todo la pasión
por la literatura, en particular la dramática, y por el teatro”, “en
mayo de 1938, superado el examen de madurez, me inscribí en la Universidad
para seguir los cursos de Filología polaca. Por este motivo me trasladé
con mi padre de Wadowice a Cracovia”
[3]
. El
1 de noviembre de 1941, en un piso del centro de Cracovia, se inaugura
el Teatro Rapsódico con una representación de El
Rey Espíritu de Slowacki
. El joven Wojtyla
interpreta el papel del rey Boleslao
, asesino del obispo
San Estanislao
. Su interpretación
es insólita: no presenta al
rey como asesino, sino como fugitivo arrepentido. Algunos compañeros
critican su interpretación, pero él no quiere cambiar su forma de
concebir el personaje
[4]
. Vocación de actor
La
mayor aspiración de Wojtyla
durante la segunda guerra mundial es la de ser
actor
[5]
. Apenas llegado a Cracovia, “se empezó a mover
en un círculo de ambiente burgués, protegido por la señora Irene Szokocka
, que lo recibió
en los salones de su espléndido chalé. Allí el joven aprendiz de actor
conoció unas veladas literarias llenas de refinamiento”. Esto es lo
que los biógrafos devotos presentan como “resistencia a través de
la cultura”
[6]
. En realidad, el joven Wojtyla jamás participó
en una política activa antifascista, como tampoco lo hizo la Iglesia
polaca. La
distinguida señora no sólo buscó trabajo al joven Wojtyla
, sino que influyó
para que le dieran el turno de noche en que se trabajaba menos. Así
le quedaba tiempo para leer. Incluso le consiguió que en su tarjeta
de identidad figurase la inscripción alemana Kriegswichtiger
Betrieb, que significa “Empresa de interés bélico”. Así estaría
más seguro en caso de redadas. La empresa era la Solvay, de propiedad
belga, de la que se habían apoderado los alemanes. Rebautizada con
el nombre de “Fábrica de Productos Químicos de Alemania Oriental”,
la antigua planta “producía ahora sosa cáustica, que era un ingrediente
en los explosivos, a partir de piedra caliza calcinada”
[7]
. Un
poema significativo de Karol Wojtyla, titulado El obrero de la fábrica, pertenece a esta época: “Yo no influyo en
el destino del mundo. Yo no declaro las guerras./ Pero no sé si estoy
contigo o contra Ti./ No peco./ Pues esta es mi angustia: que ni peco
ni influyo,/ que fabrico diminutos tornillos y preparo fragmentos
de destrucción/ y no abarco el conjunto ni domino el destino del hombre./
Otras totalidades crearía, por mí, otro destino (¿mas cómo?, ¿sin
engaño?)/ del que yo y los otros serán la causa sacrosanta,/ que nadie
podría cancelar con un gesto/ negar con palabras./ Sé que no es bueno
el mundo que fabrico./ Sé que soy autor de un mundo malo./ Pero ¿eso
basta?”
[8]
. Comenta Francisco Labus
, el primer obrero que tuvo a Wojtyla
como ayudante:
“Me vino un jovencito que me daba mucha lástima. No era apto para
ningún trabajo. Yo no le daba ningún encargo, pero él se empeñaba
en ayudarme. Me traía la mecha y los detonadores”
[9]
. De vez en cuando, el obrero le dirigía a Wojtyla palabras
como éstas: “Karol, tu deberías ser cura. Cantarás bien, porque tienes
buena voz y estarás bien”
[10]
. Un trabajador de la misma fábrica escribe:
“Cuando me entregaron algunos estudiantes, el director, Krauze
, me dijo que estuviera atento para que no se fatigaran
demasiado. Karol Wojtyla trabajaba bien, lo hacía con gusto. Pero
en cuanto podía se ponía a leer”
[11]
. Dice el papa Wojtyla
: “Después de la muerte de mi padre, ocurrida en febrero
de 1941, poco a poco, fui tomando conciencia de mi verdadero camino.
Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida en que lo permitía el terror
de la ocupación, cultivaba mi afición a las letras y al arte dramático.
Mi vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto, como un
hecho interior de una transparencia indiscutible y absoluta. Al año
siguiente, en otoño, sabía ya que había sido llamado. Veía claramente
qué era lo que debía abandonar y el objetivo que debía alcanzar sin
mirar hacia atrás. Sería sacerdote”
[12]
.
Escasa formación teológica
El
1 de noviembre de 1946, el cardenal Sapieha
, “el príncipe constante”,
ordena sacerdote a Karol Wojtyla
. Al día siguiente,
día de los difuntos, dijo su primera misa. En realidad, fueron tres:
por su madre, por su hermano y por su padre. Las celebró en la cripta
de San Leonardo
en la catedral del Wawel, junto a las tumbas
reales. El nuevo sacerdote escogió este lugar para expresar su “particular
vínculo espiritual con la historia de Polonia” y para rendir tributo
a los fallecidos reyes y reinas, obispos, cardenales y poetas, todos
enterrados allí cerca, que han tenido una importancia enorme para
su “formación cristiana y patriótica”
[13]
. Wojtyla
fue a Roma para completar estudios teológicos,
pero sólo le concedieron dos años. Pensó inscribirse en la Universidad
Gregoriana, de los jesuitas, pero éstos le dijeron que con la formación
recibida en Polonia y con sólo dos años no podía hacer su doctorado
en la Gregoriana. Tuvo, pues, que contentarse con ir al Ateneo del
Angelicum, de los dominicos, de carácter fuertemente conservador,
que entonces no era universidad. Allí estuvo desde noviembre de 1946
hasta junio de 1948 y preparó una tesis sobre la fe en San Juan de
la Cruz
, que sólo fue publicada
después de ser papa. Más tarde, vuelto a Polonia, Wojtyla enfocó sus
estudios hacia la filosofía y la ética. Muerto Sapieha
el 23 de julio de 1951, el nuevo arzobispo Baziak
le concedió dos años más para preparar la tesis
de “habilitación” que le permitiera enseñar a nivel universitario.
En su tesis Wojtyla se preguntaba si era posible crear un fundamento
sólido para la vida moral, basándose en la fenomenología de Max Scheler
(1874-1928) y, en particular, en su ética de
los valores. Sin
preparación especial, en filosofía Wojtyla
parece un autodidacta, criticado por los filósofos
de profesión. Y en teología, su formación parece escasa y fuera de
contexto, de viejo cuño, tradicional y escolástica. El cardenal Ratzinger
s
e lo dejó caer a
un amigo suyo, escritor alemán, en su casa de Roma. Durante la cena,
comentando un documento que el papa había escrito sobre la mujer,
el cardenal Ratzinger ironizó con aire bonachón: “Bueno, ya sabes,
el papa sabe poco de teología”
[14]
. En
su libro Cruzando el umbral
de la esperanza dice Juan Pablo II
que frente al Dios de los filósofos solamente el Dios de Jesucristo y, antes, el Dios de los patriarcas es el Dios vivo. Sin embargo, sigue apegado
a la vía de los filósofos (medievales) de cara a demostrar la existencia
de Dios y dice que esas
pruebas son hoy más válidas que nunca: “Somos testigos de un significativo
retorno a la metafísica (filosofía del ser) a través de una antropología
integral”
[15]
. Juan
Pablo II
le dice a André Frossard, autor del libro Dios existe, yo le he encontrado: “Personalmente,
yo no he vivido una experiencia como la que a usted le ha sido deparada”.
En consecuencia, deduce Frossard “algo que es muy importante para
la Historia”: en la vida de Wojtyla
“no hubo experiencia mística”. Para
saber de qué estamos hablando, veamos la experiencia de Frossard.
Hijo del que fue secretario general del partido socialista francés,
había sido educado en el ateismo. Sus padres decidieron que él mismo
escogería su religión a los 20 años, en caso de que quisiera tener
una. En su casa se rechazaba todo lo que venía del catolicismo, con
una excepción, la persona de Cristo: “No éramos de los suyos, pero
él habría podido ser de los nuestros por su amor a los pobres, su
severidad con respecto a los poderosos, y sobre todo por el hecho
de que había sido la víctima de los sacerdotes, en todo caso, de los
situados más alto, el ajusticiado por el poder y por su aparato de
represión”. Precisamente a los 20 años, Frossard
se encuentra con Dios. Hay que destacar la mediación de un
amigo, unos años mayor que él, André Villemin. Católico de nacimiento,
había perdido la fe a los 15 años para volverla a encontrar después.
Ambos trabajaban en el mismo periódico. Discutían de todo, también
de política. En cierta ocasión, el amigo le preguntó abiertamente
por el sentido de su vida. Frossard no se esperaba una pregunta semejante
y acudió a su afición: El remo, respondió. La carcajada de su amigo
fue monumental. Pues bien, Frossard relata así su experiencia de
fe: “Fue un momento de estupor que dura todavía. Nunca me he acostumbrado
a la existencia de Dios. Habiendo entrado, a las cinco y diez de la
tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí
a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra”. La capilla es de las Hermanas de la Adoración Reparadora:
“En pie cerca de la puerta busco con la vista a mi amigo y no consigo
reconocerlo entre las formas arrodilladas que me preceden. Mi mirada
pasa de la sombra a la luz, vuelve a la concurrencia sin traer ningún
pensamiento, va de los fieles a las religiosas inmóviles, de las religiosas
al altar; luego, ignoro por qué, se fija en el segundo cirio que arde
a la izquierda de la cruz. No el primero, ni el tercero, el segundo.
Entonces se desencadena, bruscamente, la serie de prodigios cuya inexorable
violencia va a desmantelar en un instante el ser absurdo que soy y
va a traer al mundo, deslumbrado, el niño que jamás he sido”. “Antes que nada, me son sugeridas estas palabras:
vida espiritual. No me son dichas, no las formo yo mismo, las
escucho como si fuesen pronunciadas cerca de mí, en voz baja, por
una persona que vería lo que yo no veo aún. La última sílaba de este
preludio murmurado, alcanza apenas en mí la orilla de lo consciente
que comienza una avalancha al revés. No digo que el cielo se abre;
no se abre, se eleva, se alza de pronto... El es la realidad, es la
verdad, la veo desde la ribera oscura donde aún estoy retenido. Hay
un orden en el universo, y en su vértice, más allá de este velo de
bruma resplandeciente, la evidencia de Dios; la evidencia hecha presencia
y la evidencia hecha persona de Aquel mismo a quien yo habría negado
un momento antes... Su irrupción desplegada, plenaria, se acompaña
de una alegría que no es sino la exultación del salvado, la alegría
del náufrago recogido a tiempo”. “Fuera seguía haciendo un tiempo hermoso... Willemin,
que caminaba a mi lado y parecía haber descubierto algo singular en
mi fisonomía, me observaba con insistencia médica: ¿Pero qué te pasa?
Soy católico, y como si tuviera miedo de no ser bastante explícito,
añadí: apostólico y romano, para que mi confesión fuera completa...
Cinco minutos más tarde, en la terraza de un café de la plaza de Saint-André-des-Arts,
contaba todo a mi compañero”. “Colmado así de bendiciones, creí que mi vida sería
una Navidad que no acabaría”. Sin embargo, “dos veces se abatió sobre
mi hogar el sufrimiento más grande que puede infligirse a seres humanos.
Los padres me comprenderán, las madres mejor aún, sin más palabras.
Dos veces he tomado el camino del cementerio provinciano donde está
señalado mi puesto, buscando con horror el recuerdo de la misericordia.
Incapaz de rebeldía, excluido de los refugios de la duda, ¿de qué
dudaría sino de mí mismo?, he vivido con esa lanza en mi pecho y sabiendo
que Dios es amor... La tumba que será la mía forma el ángulo de dos
calles. Un día tuve la distraída curiosidad de ver cuál era la tumba
vecina, que le yuxtapone exactamente: era la sepultura de las Hermanas
de la Adoración Reparadora... La coincidencia me bastó. A quinientos
kilómetros de distancia, las hermanitas que han asistido a mi nacimiento
estarán allí también en la hora de mi muerte, y pienso, creo, sé,
que esos dos instantes serán idénticos, como serán uno solo, en fin,
los seres perdidos, la dulzura reencontrada. Amor, para llamarte así,
la eternidad será corta”. Wojtyla
corresponde con “la gran experiencia” suya: “La casi conmoción intelectual,
que, al principio de mis estudios, provocó en mí aquel primer contacto
con un simple manual de metafísica... Aquel descubrimiento intelectual
que podríamos definir, según Aristóteles, como descubrimiento de la
‘filosofía primera’ o de la más elemental dimensión de nuestro conocimiento,
tanto precientífico como propiamente científico, formó en mi espíritu
una base duradera para el conocimiento intelectual de Dios”
[16]
. Ciertamente,
estamos lejos del momento de renovación eclesial, en el que Pablo
VI
asume la necesidad de la propia experiencia
de fe para poder evangelizar: “En el fondo ¿hay otra forma de anunciar
el evangelio que no sea el comunicar a otro la propia experiencia
de fe?”
[17]
. Aunque
no sea consciente de ello, la vieja especulación (helénica y medieval)
le impide a Wojtyla
volver a las fuentes y plantear adecuadamente
el misterio de Dios. En este terreno a cualquier cristiano (y más
a un papa) debería bastarle la palabra de Jesús, que lo dijo bien
y de forma sencilla: Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi
padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él
[18]
.
Profesor de ética
Entre
1954 y 1961 es profesor de ética en Lublín
y en Cracovia. Al profesor Wojtyla
le recuerda así un sacerdote polaco, antiguo
alumno suyo: “Venía a clase con un atuendo que, desde luego, no era
típico en un profesor de Cracovia. En vez de un respetable sombrero
negro, llevaba un gorro de cuero como los que usan los aviadores.
Sobre la sotana vestía un abrigo de color verde oscuro confeccionado
con una clase de paño que debía estar pensado para hacer mantas...
Durante el descanso subía a la capilla, donde se arrodillaba en el
duro suelo a pesar de que había abundantes reclinatorios con almohadones.
Mientras daba clase andaba arriba y abajo frente a nosotros, luego
se detenía y nos miraba fijamente para asegurarse de que hubiéramos
entendido lo que trataba de explicar. Durante los exámenes teníamos
la impresión de que sufría. Se quitaba las gafas, se frotaba la frente,
hacía una pregunta, luego otra. Calificaba después de meditar mucho”
[19]
. El
4 de julio de 1958, Wojtyla
es nombrado obispo auxiliar de Cracovia y, cuando
muere el arzobispo Baziak
(en junio de 1962), es nombrado vicario capitular.
Pero el cardenal primado, Stefan Wyszynski
, no quería a Wojtyla
como arzobispo de Cracovia: “Veía con suspicacia a la generación de
intelectuales más jóvenes y más progresistas, tanto dentro como fuera
de la Iglesia, que escribían poesías y teatro”
[20]
. Además temía que, debido a su falta de experiencia,
pudieran manipularlo. En consecuencia, el primado fue presentando
diversos nombres y hasta seis fueron rechazados sucesivamente por
el Departamento de Asuntos Religiosos del gobierno polaco, que intervenía
en el nombramiento de obispos. Al
comenzar las negociaciones, Estanislao Stomma
, diputado del Parlamento
y miembro de un grupo católico de centro-izquierda, fue llamado por
Zenon Kliszko
, presidente del
Parlamento y encargado de las relaciones con la Iglesia. Este le preguntó
quién sería el mejor candidato para Cracovia. Stomma le dijo que Wojtyla
era la mejor y la única opción. El político
comunista le dijo que Wojtyla estaría en el último puesto de la lista
del primado. Sin embargo, esperó hasta que Wyszynski
no tuvo más remedio que presentar el nombre
de Wojtyla. Los comunistas querían obispos que no les fueran hostiles.
Pensaban que Wojtyla era apolítico, que la política no le interesaba.
Además, esperaban oponerle a Wyszynski
[21]
. En
aquel entonces, el abad benedictino Pedro Rostworowski
estaba encarcelado en Danzig. Una tarde el comandante
de la prisión entró en la celda y le dijo: “Tenemos muy buenas noticias,
Wojtyla
ha sido nombrado metropolita de Cracovia”. Tres
meses después, el comandante volvía a la celda, lamentándose: “Ese
Wojtyla... Nos ha engañado”
[22]
.
Renovación imperial
A
los cuarenta y tres años, el 8 de marzo de 1964, Wojtyla
es investido como arzobispo de Cracovia. Para
esta ocasión el nuevo arzobispo elige vestiduras especiales: “Vestía
una casulla donada a los arzobispos de Cracovia por la reina Ana Jagellona
, que se remontaba
al medievo, y sobre ella un palio donado por la reina Jadwiga en el
siglo XVI. La mitra pertenecía al obispo del siglo XVII Andrés Lipski
y el báculo se remontaba al reinado de Juan
Sobieski
, que había derrotado
a los turcos en la batalla de Viena en 1683. El anillo pertenecía
al cuarto sucesor de San Estanislao
, el obispo Mauricio
, muerto
en 1118. Las espléndidas vestiduras de Wojtyla representaban al menos
un millar de años de historia polaca. No era, el suyo, simple respeto
por la tradición; era un modo de recordar a los fieles (y a los ‘infieles’
del poder) que la Iglesia de Polonia constituía el país y que sin
la Iglesia la historia de Polonia no existía”
[23]
. En
1967 Wojtyla
es nombrado cardenal. El nuevo cardenal encarga
a una comisión de expertos en medicina forense que investigue la manera
exacta en que se produjo la muerte de San Estanislao
. Los investigadores
centraron su labor en el cráneo porque, según se creía, el obispo
murió cuando la espada le golpeó la cabeza. Al fin y al cabo, Wojtyla
se consideraba sucesor del santo mártir como obispo de Cracovia y
le debía la verdad histórica: “Para poder estudiarlo fue necesario
sacar el cráneo del relicario que hay en la capilla de la catedral
real del castillo de Wawel, donde reposa no muy lejos de la tumba
situada en el centro de la iglesia, que contiene el cuerpo del santo.
El cuerpo y la cabeza fueron separados en algún momento indeterminado
de la Edad Media. Al encontrar una fisura en la parte posterior del
cráneo, los expertos confirmaron que, efectivamente, el obispo fue
‘ejecutado’, por cuanto las pruebas que tenían a mano inducían a pensar
en el empleo con violencia de un instrumento de metal afilado. La
ciencia moderna justificó de este modo una leyenda patriótico-religiosa”
[24]
. En
1976 el cardenal Wojtyla
hace un viaje triunfal a Estados Unidos, donde
es preconizado y promovido como futuro papa. En 1978 Wojtyla es elegido
papa y adopta el nombre de Juan Pablo II
. El nuevo papa toma
su primera iniciativa diplomática dos días antes de la Navidad de
1978, enviando a Chile y Argentina al cardenal Antonio Samoré
para mediar en la solución del conflicto de
fronteras del canal de Beagle. Esta es la razón dada por Wojtyla a
un diplomático vaticano: “¿Cree que una vez aceptado el cargo podría
quedarme a un lado y ver entrar en guerra a esos dos países católicos?”
[25]
. Sin embargo, en esos dos “países católicos” se
estaban cometiendo los horribles crímenes de la dictadura militar
argentina (1976-1983) y chilena (1973-1990). Al parecer, el papa miraba
hacia otro lado, hacia el canal de Beagle. El
primer viaje del papa Wojtyla
a Polonia, dice el biógrafo Weigel
, fue espectacular:
“Antes de junio de 1979, no había dudas sobre quiénes eran ellos (los comunistas)... en cambio, no
estaba claro quiénes éramos nosotros, cuántos había, ni si esos ‘nosotros’
podían fiarse unos de otros. Para decenas de millones de polacos,
la experiencia de la peregrinación papal proporcionó la respuesta:
nosotros somos la sociedad, y el país es nuestro; ellos son una capa
artificial. Proporcionando a su país la experiencia de su dignidad
individual y su autoridad colectiva, Juan Pablo II
ya había obtenido una gran victoria, sin repliegue
posible”
[26]
. Poco
después, William Casey
, director de la
CIA, llega a Roma con una misión muy particular. Durante la guerra
civil española Casey había apoyado a Franco
y a sus falangistas: “aunque fascistas, eran
católicos y anticomunistas”
[27]
. Pues bien, Casey va a entregar a Juan Pablo II
una excepcional fotografía, tomada por uno de
los satélites-espía norteamericanos a cientos de kilómetros de la
tierra: “En
su estudio privado el papa examinó con sumo cuidado esta fotografía,
contemplando uno a uno todos los detalles: primero una inmensa multitud
de personas, minúsculas, una serie de puntitos sobre una superficie
plana; después, en el centro, un puntito solitario que, se dio cuenta,
era él mismo, con su sotana blanca, mientras hablaba a sus compatriotas
en la plaza de la Victoria, en 1979. Era sólo la primera de una docena
de fotografías tomadas por los satélites de la CIA que examinaría
en los años siguientes. En aquel encuentro celebrado en la máxima
reserva, un encuentro que sería revelado al mundo sólo diez años después,
Casey
usó la fotografía para sugerir la alianza oficiosa
y secreta entre la Santa Sede y el gobierno del presidente Ronald
Reagan
: una estrecha alianza
con el fin de acelerar el cambio político más profundo de nuestro
tiempo”
[28]
. El
7 de junio de 1982 Reagan
(actor de profesión) llegó al Vaticano para
un encuentro que debía hacer más personal la alianza secreta con el
papa Wojtyla
. Allí comentaron
en términos prácticos y filosóficos la hipótesis de que “el hundimiento
del imperio soviético era inevitable (por motivos espirituales más
que estratégicos)”
[29]
. Como
dice Juan Arias
, Juan Pablo II
nunca tuvo escrúpulos en que sus viajes fueran
propios de un jefe de Estado, con todos los honores y con todo el
despilfarro que ello supone en cada visita, desde las veintiuna salvas
de cañón lanzadas en los aeropuertos a su llegada hasta los agasajos
y reverencias que le otorgaban los grandes de la tierra en sus palacios:
“Por eso llegó a decir que, de los viajes, lo más importante para
él era su encuentro con los poderosos. Así robustecía el prestigio
de la Iglesia”, “para él la Iglesia demuestra así toda su potencia
y su capacidad de atracción ante los grandes de la tierra. Más aún,
ya de joven, el futuro papa tuvo siempre una debilidad por los poderosos”
[30]
. El
psicoanalista italiano Cesare Musatti
ve al papa Wojtyla
“como un prepotente que afirma e impone su personalidad
en todos los países, hasta en los más pequeños”, “es una personalidad
fuerte, con una mentalidad conservadora y restauracionista”
[31]
. El
7 de febrero de 1995, el periódico italiano Il
Corriere della Sera, en un artículo procedente de su corresponsal
en el Vaticano, hablaba de “impaciencia creciente hacia la autoridad
papal” en diversos países europeos. En enero de 1995, la destitución
del obispo de Èvreux, Jacques Gaillot
, sirvió de catalizador
al malestar sobre dos puntos esenciales: el nombramiento de los obispos
y las relaciones con ellos. Unos años después, con motivo del nombramiento
como arzobispo de Colonia del cardenal Joachim Meisner
, la más importante
revista católica alemana, la Herder
Korrespondenz, escribió: “Lo que está en entredicho es saber si
el papa puede anular el último resto de participación del pueblo de
Dios en la designación de sus pastores”. Las diócesis no son provincias
del Vaticano. Las
razones del malestar de las Iglesias europeas fueron resumidas en
la Declaración de Colonia, publicada el 25
de enero de 1989. Los firmantes denunciaron “el cambio estructural
rampante que conduce a una extensión indebida de la jerarquía de jurisdicción,
a una progresiva reducción al silencio de las iglesias locales, a
un rechazo de la discusión teológica y, por último, a un antagonismo
impuesto desde arriba, que agudiza los conflictos en la Iglesia a
través del recurso a medidas disciplinares”, la apertura a la colegialidad
entre el papa y los obispos “estaba siendo ahogada por el nuevo centralismo
de Roma”, la obediencia hacia el papa exigida a obispos y cardenales
“parece ser totalmente ciega”
[32]
. Los
obispos no deben ser designados por un procedimiento secreto al estilo
del absolutismo romano, sino que deben elegirse con participación
de la comunidad, o de la Iglesia local. El mismo papa, en la medida
en que ejerce una función universal (superior a la de obispo de Roma),
debe ser elegido no por el colegio cardenalicio, designado por el
papa unilateralmente, sino por un órgano colegial que represente a
la Iglesia entera. El
21 de febrero de 2001 Juan Pablo II
nombró (de una sola tacada) 44 cardenales. Todos
juraron, a pesar de lo que dice Jesús: No juréis en modo alguno
[33]
. Todos se arrodillaron, a pesar de lo que dice
Pedro a Cornelio
: Levántate, que también yo soy un hombre
[34]
. Además, Juan Pablo II ha nombrado a
125 de los 135 cardenales electores. Por tanto, el próximo papa será
elegido en un cónclave completamente modelado por el papa Wojtyla
. Todo está atado
y bien atado. Demasiado poder concentrado en una sola persona, que
domina como señor absoluto la Iglesia de Dios: No
ha de ser así entre vosotros
[35]
, dijo Jesús. La
creación de Juan Luis Cipriani
, arzobispo de Lima,
como nuevo cardenal ha suscitado críticas y malestar en amplios sectores
de la sociedad y de la Iglesia por su declarado apoyo al régimen del
ex presidente Alberto Fujimori
, marcado por el
escándalo, la corrupción y el fraude electoral, y su pertenencia al
Opus Dei. Cipriani, de 58 años, jugó un papel decisivo en el asalto
a la Embajada de Japón en Lima, tomada por guerrilleros del Movimiento
Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), y que acabó con la muerte de éstos
a manos del Ejército peruano. Según informaciones de la Agencia ACL,
el nuevo cardenal fue quien, en su condición de mediador, “disimuló
los micrófonos y las minicámaras que permitieron la intervención policial
y la consabida masacre”
[36]
. El
1 de junio de 1991 Juan Pablo II
comienza su cuarto viaje a Polonia. Al llegar
a la Polonia poscomunista es saludado por el presidente Walesa
y por el primado Glemp
como el nuevo Moisés, el hombre que había liberado
a su pueblo de la esclavitud y cuya misión era la de seguir guiando
a los polacos hacia el futuro. Pero la novedad, esta vez, era que
el pueblo mostraba poca voluntad
de ser guiado, al menos por la Iglesia: “Polonia había cambiado
y muchos toleraban cada vez menos el deseo del clero de interferir
en la vida pública, así como su estilo autoritario de mandar. Muchos
comenzaban a cansarse de las faraónicas iglesias y casas parroquiales
construidas en el campo, casi ridiculizando el paisaje de pequeños
pueblos empobrecidos”. Se constataba una falta de armonía entre él
y su público: “La gran mayoría de los polacos estaba irritada por
sus sermones contra el consumismo en un momento en que las familias
estaban atormentadas por problemas de simple supervivencia física”
[37]
. El
sueño del mesianismo polaco se había desvanecido: Polonia no era “el
cristo de las naciones”, que había de indicar el camino a toda la
humanidad. Durante una conferencia celebrada en Roma en 1994, el profesor
Turowicz
, que durante años
ha sido amigo íntimo de Wojtyla
, dijo que la mayor
parte de la Iglesia polaca en realidad no había asumido la lección
del Concilio Vaticano II y que no debería imponer sus propias convicciones
en medio de una sociedad pluralista: “La Iglesia polaca está hoy fuertemente
polarizada. Comportamientos preconciliares chocan con pasiones posconciliares.
Y me cuesta decir que la mayor parte del clero es bastante fundamentalista
y tradicionalista, mientras que los más liberales y abiertos están
en minoría”
[38]
. Ha
causado perplejidad la beatificación de Pío IX
, promovida
especialmente por el cardenal Pietro Palazzini, jefe de filas del
Opus Dei recientemente fallecido. En efecto, Pío IX fue beatificado
el 3 de septiembre de 2000 junto a Juan XXIII
, el papa del Vaticano
I junto al del Vaticano II. Pío IX (1792-1878) era de familia liberal.
Se dijo que llegó a inscribirse en la francmasonería con el nombre
de Mucio Scévola
[39]
. Ya de papa, se ganó la simpatía de los círculos
liberales. Pero el mito del papa liberal terminó pronto para convertirse
en un papa conservador, reaccionario, “ultramontano”. Condicionado
por una desmesurada excitabilidad, una deficiente formación y una
corte papal que vivía fuera de su época, Pío IX no fue capaz de adaptar
la Iglesia a la profunda evolución que estaba transformando radicalmente
las estructuras de la sociedad
[40]
. Pío
IX
publicó en 1864 su encíclica Quanta cura, con el denominado Syllabus, una lista de ochenta errores
modernos. Se anatematizaba, por ejemplo, a “quienes afirman la libertad
de conciencia y de fe”. En 1858 Pío IX mandó secuestrar a un niño
hebreo, Edgardo Mortara, que poco después de su nacimiento había sido
bautizado por una sirvienta cristiana. Decretó pena de prisión contra
los protestantes que propagaban su fe. En 1868 ordenó la decapitación
pública de dos revolucionarios, Monti
y Tognetti
, responsables
de un atentado con explosivos contra un cuartel pontificio en el que
murieron 25 soldados. Defendió por la fuerza el poder temporal de
los papas, sin que - al parecer - importara (e importe) la sangre
derramada en Castelfidardo (1860), Mentana (1867) y Roma (1870). Se
suele decir que lo de Roma fue algo simbólico, pero hubo 51 muertos,
19 soldados pontificios y 32 italianos. Diez días antes de que las
tropas italianas tomaran Roma, les dijo el papa: “No soy profeta ni
hijo de profeta, pero os digo que no entraréis y que, si entráis,
no os quedaréis”. Pero tenían más fuerza los versos de Monti: “Arráncale
al pescador de Tierra Santa / el cetro de rey, y mándale que como
antes / tienda su red sobre la arena desnuda”
[41]
. Los italianos entraron y se quedaron. Pío
IX
convocó el concilio Vaticano I, que definió
el primado y la infalibilidad del papa el 18 de julio de 1870: “Durante
la proclamación del nuevo dogma de la infalibilidad papal hubo sobre
San Pedro
una gran tormenta. Los truenos resonaban estruendosamente,
y la claridad cárdena de los relámpagos proyectaba una luz espectral
entre las tinieblas que se habían abatido repentinamente sobre la
basílica: para unos fue el signo del agrado divino; para otros, expresión
de su ira”
[42]
. Los acontecimientos políticos pusieron fin al
concilio, que no pudo terminar sus tareas. A diferencia del Vaticano
I, el Vaticano II no quiso definir ningún nuevo dogma. Se caracterizó
por una viva conciencia de la comunidad, la colegialidad, la solidaridad,
el servicio y la libertad religiosa, en clara contraposición a la
mentalidad de los vencedores en el Vaticano I, partidarios de la restauración
del antiguo régimen, del absolutismo político y del centralismo romano.
El
cardenal Newman (1801-1890) dejó escrito en su diario: “No es bueno
que un papa dure veinte años. Es una anomalía y no trae buenos frutos;
el papa se convierte es un dios, no tiene quien lo contradiga, no
conoce los hechos y comete crueldades sin pretenderlo”. A un amigo
suyo le escribió estas palabras que resultarían proféticas: “Seamos
pacientes, tengamos fe; un nuevo papa y un nuevo concilio tal vez
enderecen la nave”
[43]
. Es
preciso preguntarse: ¿ha confundido el papa Wojtyla
la renovación eclesial, que vuelve a las fuentes
de los Hechos de los Apóstoles (el sueño de Juan XXIII
), con la renovación
imperial, el viejo sueño de Silvestre I
I
, a comienzos del
segundo milenio? Al
morir el papa Gregorio V, el año 999, el emperador germánico Otón
III
logró que fuera elegido su amigo y consejero
francés Gerberto D’Aurillac, antiguo obispo de Reims: “El nombre de
Silvestre I
I,
que adoptó, recordaba los tiempos celebrados
por la leyenda, de Silvestre I y Constantino el Grande
, al que el emperador
miraba como a su modelo”
[44]
. Con ello se daba en el blanco de la renovación
imperial. En
el mismo blanco, en armonía preestablecida entre los dos poderes (imperial
y papal), se dio con el nombramiento de Adriano VI
(1522-1523), el último papa extranjero anterior
a Juan Pablo II. León X murió inesperadamente. Su primo, el cardenal
Julio de Médicis, secretario de Estado, estaba políticamente al lado
del imperio de Carlos V. A pesar de la oposición existente, fue elegido,
en su ausencia, el cardenal Adriano de Utrecht, obispo de Tortosa.
Adriano era holandés. Había sido preceptor de Carlos V y había tenido
en sus manos, como regente, el gobierno de España. Parecía una criatura
del imperio, hecha a imagen y semejanza del emperador. Ocho meses
después de ser elegido, se presentó en Roma rodeado de holandeses
y con ánimos de reformar, a su manera, la curia. Murió poco después.
En su sepulcro, en la iglesia alemana de Santa María del Anima, se
lee la siguiente (quizá cínica) inscripción: “¡Ay dolor! ¡Que los
méritos de un hombre, aun del mejor, dependan tanto del tiempo en
que le tocó vivir!”
[45]
. ¿Tenemos
en el papa polaco
una criatura del imperio? Tibi dabo, todo esto te daré, le dijo el
diablo a Cristo: ¿Ha caído el papa Wojtyla
en la tentación del poder? Una
capa multicolor hecha de fibra ultraligera, ofrendas de flores exóticas
a cargo de fieles vestidos con ropas tradicionales y un fondo de música
japonesa fueron algunos de los elementos utilizados para la puesta
en escena del Jubileo del año 2000. El papa estrenó para la ocasión
una limusina valorada en 255 millones de pesetas
[46]
. Es quizá una señal más de que el papa no encuentra
su verdadero papel. El
Concilio Vaticano II indicó el camino a seguir en la necesaria renovación
eclesial: vuelta a las fuentes y diálogo con el mundo de hoy. Pero
la Iglesia debía superar dos riesgos: abandonarse al desconcierto,
ceder a la restauración medieval. Los consejos llegaban incluso desde
fuera, desde posiciones políticas conservadoras. El
académico francés Maurice Druon
, que fue ministro
de Cultura en el penúltimo gabinete gaullista, expresó así en 1971
la alarma que generaba el cambio eclesial: “La casa del buen Dios
se abre a todas las tormentas”, “una Iglesia por vocación ha de proporcionar
certezas, no extender dudas”, “todo se puede modernizar menos Dios”
[47]
. La
apuesta de una Iglesia decidida a vivir a la intemperie, dijo el jesuita
Alvarez Bolado
en los años setenta, parece perder pie “cuando
se siente al viento azotarnos”.Y precisamente porque se percibe por
instinto de conservación el riesgo que acompaña al éxodo, la tentación
conservadora se consolida poco a poco. Se sustituye “la grande y paciente
estrategia del cambio por la táctica de simulacros de cambio”, “esta
es la supina debilidad de la restauración tanto hacia dentro como
hacia fuera de la Iglesia: le preocupa más la cosmética que suministra
la apariencia del cambio que aquel trabajo de elaboración del cambio
que hace que el rostro aparezca transmutado sin necesidad de cosmética”
[48]
.
El anuncio del Concilio
Desde
el primer momento, el anuncio del Concilio supuso para muchos la respiración
de una atmósfera nueva, extraordinaria, creada por el viento del Espíritu,
viento de renovación. No puede hacerse un buen diagnóstico del tiempo
posconciliar, si nunca se ha respirado, o si ya no se respira, aquella
atmósfera. Evocamos aquí aquel momento, la génesis inmediata del Concilio,
así como la esperanza eclesial que despertó. “La
idea del Concilio, dice Juan XXIII
, no ha madurado
en mí como el fruto de una meditación prolongada, sino como la flor
de una inesperada primavera”
[49]
. En efecto, el 20 de enero de 1959 se ve sorprendido
por una gran gracia; por ella
le parecen “como sencillas y de inmediata ejecución algunas ideas
nada complejas, sino sencillísimas, pero de vasto alcance y responsabilidad
frente al porvenir, y con éxito inmediato”. Se trataba, en el fondo,
de “acoger las buenas inspiraciones del Señor simple y confiadamente”. “El
primer sorprendido de esta propuesta mía fui yo mismo, sin que nadie
me hiciera indicación al respecto. Y decir que luego todo me pareció
tan natural en su inmediato y continuo desarrollo. Después de tres
años de preparación laboriosa, aquí estoy ya a los pies de la santa
montaña. Que el Señor me sostenga para llevar todo a buen término”
[50]
. Juan
XXIII
anuncia la celebración del Concilio el 25 de
enero de 1959, en la basílica de San Pablo
, en el marco de
una ceremonia con la que concluía la semana de oración por la unidad
de los cristianos. El 13 de noviembre de 1960 comienza la fase preparatoria,
más sólida y fundamental, del Concilio. Dice Juan XXIII: “La obra
del nuevo Concilio Ecuménico tiende toda ella verdaderamente a hacer
brillar en el rostro de la Iglesia de Jesús los rasgos más sencillos
y puros de su origen y a presentarla, tal y como su Divino Fundador
la hizo: sin mancha ni arruga”
[51]
. La
empresa no era fácil y hacía falta valor. A Juan XXIII
le corresponde levantar los ánimos: “Debemos
llenarnos de valor... No, Cristo, Hijo de Dios y Salvador nuestro,
no se ha retirado del mundo que ha redimido, y la Iglesia, fundada
por El, una, santa, católica y apostólica, continúa siendo su cuerpo
místico, del cual El es la cabeza, con el cual cada uno de nosotros
está relacionado, al cual pertenecemos”. Convocando
a la renovación, Juan XXIII
hace actuales las esperanzas proféticas: “¿No
os parece oír el eco de una voz lejana que llega a nuestros oídos
y nuestros corazones? Arriba,
resplandece, Jerusalén, que ha llegado tu luz y la gloria del Señor
sobre ti ha amanecido (Is 60,1). El lejano Isaías
nos ofrece las notas para el primer canto triunfal,
que recoge los ecos del melodioso fervor que se eleva de entre todas
las lenguas, tribus y pueblos”. En efecto, desde el anuncio del Concilio
“el mundo cristiano ha notado que una corriente de espiritualidad
conmueve las almas con vibraciones insólitas”
[52]
. A
un embajador que preguntó a Juan XXIII
qué esperaba del Concilio, éste le respondió:
“¿El Concilio? - dijo, acercándose a la ventana y haciendo gesto de
ir a abrirla -. Espero de él un poco de aire fresco... Hay que sacudir
el polvo imperial que se ha acumulado sobre el trono de San Pedro
desde Constantino”
[53]
. Ciertamente, para muchos una locura; para muchos
también, una verdad que purifica el templo y que, por tanto, renueva
a la Iglesia. Realmente,
en todo ello se cumple, de una forma especial, la palabra del profeta
Ageo, cuyo mensaje de reconstrucción
del templo presenta gran paralelismo con la llamada a la renovación de la Iglesia por parte de Juan XXIII
. Corre
el año 520 a. C. Es el periodo posterior al destierro. El profeta
Ageo llega en un momento decisivo: el nacimiento de la nueva comunidad
de Palestina. Los primeros judíos vueltos de Babilonia se desanimaron
enseguida. El profeta llega con la misión de despertar la esperanza
y de levantar los ánimos. Salvando las obvias diferencias, la palabra
de Dios proclamada por Ageo encarna, de forma nueva, en la situación
eclesial que Juan XXIII
hubo de afrontar. He aquí los puntos de encuentro:
el mandato de subir a la montaña y reedificar la Casa
[54]
, que para Juan XXIII supone llevar adelante el
Concilio y renovar la Iglesia; la referencia al esplendor de los orígenes
[55]
, que para Juan XXIII supone la vuelta a las fuentes
de la experiencia comunitaria de los Hechos de los Apóstoles, a “los
rasgos más sencillos y puros” de la Iglesia naciente; las palabras
de ánimo, fundadas en la presencia eficaz de Dios
[56]
y en la presencia constante de Cristo; las dificultades
creadas por la falsa prudencia, tras de la cual se ocultan poderosas
resistencias: “Todavía no ha llegado el momento”
[57]
; el despertar de muchos espíritus dormidos
[58]
, que Juan XXIII describe como “una corriente que
conmueve las almas con vibraciones insólitas”. La
palabra proclamada por Ageo se cumple también hoy en el tiempo posconciliar.
Ciro concedió la libertad a los deportados el año 538 a. C. Los judíos
que regresan son, sin duda, los más entusiastas: aspiran a construir
la ciudad y el templo, la Jerusalén que soñaron los profetas. Pero
la realidad se vuelve bien pronto decepcionante. Las dificultades
no son pocas ni pequeñas. Hay quienes viven bien y hasta muy
bien: sus “casas artesonadas” contrastan con las ruinas del templo
y con la situación precaria del pueblo que ha de nacer, la nueva comunidad.
Corre el año 520, han pasado casi veinte años (ahora más) y los trabajos
de reconstrucción apenas han comenzado
[59]
.
Ruinas seculares
Quizá
a muchos parezca una exageración hablar, en nuestro tiempo, de ruinas
de la Iglesia, ruinas seculares
[60]
, y plantear, por tanto, la renovación conciliar
como obra de reconstrucción, por añadidura apenas comenzada. En realidad,
las ruinas no son de ahora. Ya San Agustín
, a finales del siglo
IV, se lamentaba de que “en la era de la Iglesia, como en todas las
eras, hay más paja que grano”. La situación del conjunto de los cristianos
dejaba mucho que desear: “Borrachos, usureros, defraudadores, jugadores,
adúlteros, disolutos, gentes locas por el teatro, portadores de amuletos,
magos, astrólogos y todo linaje imaginable de adivinos, hombres que
se llaman cristianos y gustan de todo eso, lo frecuentan, lo aprueban
y se dejan seducir por ello. Tal es la masa de gentes que, por lo
menos corporalmente, llenan las iglesias”
[61]
. Las
cosas habían ido cambiando poco a poco. En el año 313, con el edicto
de Milán, Constantino decreta la tolerancia del culto cristiano. En
el 380, con el edicto de Tesalónica, Teodosio
proclama al cristianismo como religión oficial
del Estado. Con ello se establece una nueva situación religiosa y
política: la Iglesia pasa de la persecución a la protección oficial;
los paganos y herejes son ahora perseguidos; el catecumenado se difunde
primero para ir desapareciendo después; las masas entran en la Iglesia
sin catequizar, y el emperador, a la vez cristiano y depositario de
la más alta autoridad temporal, interviene e interfiere en los asuntos
de la Iglesia. No
es inútil recordar aquí que la vocación de San Francisco
de Asís nace de una visión crítica de la Iglesia
de su tiempo: Anda y repara
mi Casa que amenaza ruina. Estas palabras las escuchó en San Damián,
una iglesia en la que había entrado buscando luz, una iglesia que
estaba en ruinas. Pronto entendió San Francisco que eran otras ruinas
las que había que reparar. Así
lo entendió también el papa Inocencio III
: “había visto en
el sueño que la basílica de Letrán estaba a punto de arruinarse y
que un religioso pequeño y despreciable, arrimando la espalda, la
sostenía para que no cayera”. Inocencio III fue un papa, a quien un
conjunto de circunstancias (por otra parte, sumamente inestables),
le llevaron a ser algo así como “emperador de Europa”. Y sin embargo,
la Iglesia amenazaba ruina: confusión de la religión y la política
(con mutuas interferencias), deformación de la Iglesia como “reino
de este mundo”, guerras pontificias, simonías, incluso asesinatos,
antipapas y cismas... Poco después llegaría la Inquisición (1234),
el cautiverio de Avignon (1309-1377), el cisma de los 3 papas (1378-1417),
el efímero Decreto de Unión con la Iglesia de Oriente (1439) y, más
adelante, junto al mal ejemplo dado por los papas del Renacimiento,
la división de la Iglesia de Occidente. Cuando
se divide la Iglesia de Occidente, la situación general arrojaba una
fuerte dosis de ignorancia religiosa,
como denuncia un testigo de la época (hacia 1558): “Sabemos
que hay millares de hombres en la Iglesia que, preguntados de su religión,
ni saben la razón del nombre ni la profesión que hicieron en el bautismo,
sino que, como nacieron en casa de sus padres, así se hallaron nacidos
en la Iglesia, a los cuales nunca les pasó por pensamiento saber los
artículos de la fe, qué quiere decir el Decálogo, qué cosas son los
sacramentos. Hombres cristianos de título y de ceremonias y cristianos
de costumbre, pero no de juicio y ánimo; porque quitado el título
y algunas ceremonias de cristianos, de la sustancia de su religión
no tienen más que los nacidos y criados en las Indias... Ahora hallamos
en esta ignorancia no solamente a los mancebos de quince o veinte
años, sino a los hombres de cuarenta y cincuenta”
[62]
. En
nuestro tiempo, los datos sociológicos dejan suficientemente al descubierto
la débil fundamentación de nuestra situación de cristiandad. Ciertamente,
es como un gigante con pies de barro
[63]
. La desproporción absolutamente insostenible entre
el número de bautizados y el número de evangelizados constituye, sin
duda, una contradicción profunda de nuestra sociedad y de nuestra
Iglesia, una contradicción que debe ser superada: muchos son los bautizados,
pocos los evangelizados. Los
datos sociológicos manifiestan elocuentemente el déficit de evangelización
que arrastramos, pero no entran (ni pueden) en el aspecto más cualitativo
de la cuestión: la iniciación en la experiencia comunitaria de la
fe, aspecto que desborda los
métodos cuantitativos y que ha de ser discernido en cada caso dentro
del proceso comunitario de evangelización. Por
tanto, yendo más allá de los datos cuantitativos, todavía podemos
y debemos preguntarnos: ¿quiénes han llegado a reconocer personalmente
que Jesús es el Señor? ¿quiénes han llegado a descubrir la justicia
del Evangelio? ¿quiénes confiesan personalmente toda la fe de la Iglesia?
¿quiénes viven su fe en una comunidad viva? Estos
interrogantes fundamentales afectan a las constantes
de la evangelización apostólica. En nuestra situación cuestionan
si están en ruinas los cimientos
[64]
. Son interrogantes necesarios e ineludibles,
si queremos que el diagnóstico de la realidad se haga desde el Evangelio
y si queremos evitar la denuncia profética: Curáis
a la ligera las heridas de mi pueblo, diciendo: Todo va bien, cuando
todo va mal
[65]
. En
el plano ecuménico, también. En 1989 se celebró en la ciudad suiza
de Basilea la I Asamblea Ecuménica de las Iglesias de Europa para
reflexionar sobre Paz, Justicia e Integridad de la Creación.
Por primera vez se encontraban
las Iglesias en un acto ecuménico semejante. Unos años depués, en
1997, se celebró en Graz (Austria) la II Asamblea con el siguiente
tema: La reconciliación, don de Dios y fuente de nueva vida. En la primera
se respiraba euforia. En la segunda dominaba la decepción: “la euforia
ha cesado”, “las crueldades de la guerra han regresado a Europa dejando
heridas sangrantes”, “estamos aún divididos, experimentando los temores,
las tensiones, los problemas y las barreras propios de los europeos
y de todos los seres humanos”
[66]
. En
su discurso de apertura de la Asamblea de Graz, dijo John Arnold,
presidente de la Conferencia de las Iglesias Europeas: “Tras la caida
del muro de Berlín, resurgen numerosas y nuevas animosidades, aún
no resueltas, entre los pueblos y
las Iglesias”, “si nuestra casa europea común se ha visto desembarazada
de un demonio, ha dejado entrar siete menos
poderosos pero igualmente malignos, que se han precipitado
para ocupar el vacío parcial dejado por la desaparición del primero:
el nihilismo y la desesperanza, la codicia, la envidia, la maldad,
el individualismo egoísta y las formas demoníacas de nacionalismo”. No
hay que engañarse. La unidad de los discípulos, por la que ora Cristo,
es problema de conversión. En la parábola de la rueda, no se trata
de que el radio anglicano se convierta al romano o que este se convierta
al griego. No, se trata de que cada radio se convierta al eje que
es Cristo y allí, unos y otros, nos encontraremos.
Así de sencillo, se encuentre cada uno donde se encuentre. Del
21 al 24 de mayo de 2001 se celebró en Roma un consistorio de cardenales,
convocado por Juan Pablo II, para afrontar algunos temas más relevantes
de la evangelización en el mundo de hoy. El día antes, sexto domingo
de pascua, se leía en todas las iglesias un pasaje del capítulo 15
de los Hechos de los Apóstoles. Hablaba del Concilio de Jerusalén:
Hemos decidido el espíritu santo y nosotros no imponeros más cargas que
las indispensables. Ahora y siempre, los destinatarios son los
gentiles que se convierten al Evangelio, a los que no se debe molestar
con leyes (judías o cristianas) que no tienen nada que ver con el
Evangelio. El consistorio pasó sin pena ni gloria. Una ocasión más
perdida en Roma.
Renovación eclesial
A
pesar de las resistencias y dificultades, conscientes y no conscientes,
por parte de aquellos para quienes todavía
no llegó la hora
[67]
, la renovación eclesial no es una bella utopía,
ya está en marcha, lo estamos viviendo ya: Ya
está brotando ¿no lo notáis?
[68]
. Siguiendo las grandes orientaciones conciliares,
presentamos algunas claves que a lo largo del posconcilio han ido
generando renovación en la Iglesia, haciendo de ella luz
de las gentes: *
La Iglesia es misterio de comunión, vivido en comunidad, “señal e
instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el
género humano”
[69]
. Desde que fue convocado el Concilio, una
gran señal apareció en el cielo
[70]
, la experiencia comunitaria de los orígenes
como guía inspiradora de la renovación de la Iglesia. Esta señal,
percibida y proclamada por Juan XXIII
, constituye el modelo
de la renovación eclesial. El Concilio Vaticano II ve en la experiencia
comunitaria de los Hechos de los Apóstoles
[71]
el modelo no sólo de la vida religiosa, de la de
los misioneros y de los sacerdotes, sino de todo el pueblo santo de
Dios
[72]
. *
La Iglesia que se renueva escucha religiosamente la palabra de Dios y la proclama confiadamente, haciendo
suyas las palabras de San Juan: Lo
que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto
con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca
de la Palabra de la Vida... os lo anunciamos, para que también vosotros
estéis en comunión con nosotros
[73]
. El hecho de que Dios habla sigue siendo plenamente
actual: “Dios, que habló en otro tiempo, sigue hablando con la esposa
de su amado Hijo”
[74]
. La palabra de Dios es la fuente de toda acción
eclesial. *
En la celebración viva y, por tanto, renovada, “Dios habla a su pueblo;
Cristo sigue anunciando el Evangelio”
[75]
. La renovación de la Iglesia se produce allí donde
se escucha la palabra viva de Dios
[76]
y, también, allí donde se facilita la participación
de la comunidad. Como dijo el Concilio, la Iglesia “desea ardientemente
que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente
y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de
la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud
del bautismo, el pueblo cristiano”
[77]
. Y también: “Siempre que los ritos, cada cual según
su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia
y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla,
en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada”
[78]
. *
La renovación de la Iglesia se palpa también “cuando los gozos y las
esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro
tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez
gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”
[79]
. Cuando esto sucede, se establece un diálogo evangelizador
con el mundo, una relación evangelizadora que, al propio tiempo, renueva
a la Iglesia. Una evangelización que acoge cada situación y cada interrogante
tiene su impacto en la propia comunidad; lejos de ser repetitiva y
conservadora, implica una renovación profunda de la Iglesia. Así sucede,
cuando la Iglesia promueve la superación de las grandes diferencias
sociales, busca una escuela que no las reproduzca, lucha eficazmente
contra el paro, defiende la dignidad y los derechos del hombre, denuncia
los nacionalismos absolutos, señala las vías pacíficas para resolver
los problemas políticos, promueve la solidaridad con los inmigrantes,
recordando que también nosotros
fuimos extranjeros
[80]
; en suma, anuncia la buena noticia a los pobres
[81]
. Asimismo,
se establece una nueva relación con el mundo, cuando la Iglesia abandona
la vieja identificación entre
cristianismo y sociedad, sale de la situación
de cristiandad, opta por vivir como comunidad
en medio de la sociedad, respeta la autonomía de lo temporal,
reconoce el legítimo pluralismo social, renuncia a imponer el Evangelio
por la fuerza, ofrece el Evangelio en la debilidad de la libertad
[82]
.
[1]
JUAN PABLO II, ¡No tengáis miedo! André Frossard dialoga con
Juan Pablo II
, Ed. Plaza & Janés, Barcelona,
1982, 12-13.
[2]
Ibidem.
[3]
JUAN PABLO II, Dono e mistero, Librería Editrice Vaticana, Roma, 1996, 11.
[4]
SZULC, 35.
[5]
Es sorprendente lo que ha influido
en el pontificado de Wojtyla
su condición de actor, en lo que coincide con Reagan
.
[6]
Ver ARIAS, El enigma Wojtyla,
31; WEIGEL, 97.
[7]
SZULC, 116.
[8]
Ver LAMET, 60.
[9]
ARIAS, El enigma Wojtyla
,
32.
[10]
JUAN PABLO II, Dono e mistero, 16.
[11]
ARIAS, El enigma Wojtyla
, 32.
[12]
JUAN PABLO II, ¡No tengáis miedo!, 14.
[13]
WEIGEL, 121.
[14]
ARIAS, Un Dios para el papa, 82-83.
[15]
JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Janés, Barcelona,
1994, 50-56.
[16]
JUAN PABLO II, ¡No tengáis miedo!, 47-53. Resulta muy oportuno recordar aquí la precisión
que hace Romano Guardini: “Religión significa relación con lo absoluto.
No toda relación con lo absoluto es, sin embargo, religión: no lo
es el simple pensamiento metafísico. Lo religioso aparece tan sólo
cuando la relación con lo absoluto se torna viviente, es decir,
cuando el hombre concreto vive orientado hacia el Dios vivo y a
partir de él. Más aún, la religión sólo llega a ser auténtica cuando
es el hombre personal el que se relaciona con el Dios personal,
esto es, cuando esa relación lo es de persona a persona” (Cristianismo
y sociedad, Sígueme, Salamanca, 1982, 130).
[17]
PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 46.
[18]
Jn 14,23. Ver, por ejemplo, JUAN PABLO
II, Dominum et vivificantem,
10.
[19]
SZULC, 183.
[20]
Ib., 226-227.
[21]
Ib., 227-228.
[22]
BERNSTEIN-POLITI,
109.
[23]
Ib., 109-110.
[24]
SZULC,
36.
[25]
WEIGEL,
372.
[26]
Ib., 436.
[27]
BERNSTEIN-POLITI,
300.
[28]
Ib.,
17-18.
[29]
Ib., 369.
[30]
ARIAS, 84 y 95.
[31]
Ib., 243.
[32]
ZIZOLA, El sucesor, 174-179.
[33]
Mt 5, 34. Ver Corriere della Sera, 22-2-2001.
[34]
Hch 10, 26.
[35]
Mc 10, 43.
[36]
Ver Vida Nueva, 3 de febrero de 2001.
[37]
BERNSTEIN-POLITI, 506 y 509.
[38]
Ib., 511.
[39]
RODRIGUEZ SOLIS, E., La santidad del pontificado, Ed. El Museo
Universal, Madrid, 1986, 396.
[40]
JEDIN,H., Manual de historia de la Iglesia, VI, Herder, Barcelona, 1978, 665-666.
[41]
Ver LO BELLO, Vaticanerías, Ed. Martinez Roca, Barcelona, 2000, 147; CARCEL ORTI,
V., Pío IX
, Edicep, Valencia, 2000, 146; AUBERT, R.,
Pío IX y su época, Edicep, Valencia, 1974.
[42]
HASLER, A.B., Cómo llegó el papa a ser infalible, Ed. Planeta, Barcelona, 1980,
201-202 y 138.
[43]
Ver WOODWARD, 447.
[44]
GELMI, J., Los papas. Retratos y semblanzas, Ed. Herder, Barcelona, 1986, 70.
Ver PEREZ PELLON, J., Wojtyla
,
el último cruzado,
Ed. Temas de Hoy, Madrid, 1994, 309-314.
[45]
HERTLING, L., Historia de
la Iglesia, Herder, Barcelona, 1981, 306-307.
[46]
El
País, 26-12-1999.
[47]
Ver Le Monde, 7-8-1971. Ver ALVAREZ BOLADO, 109-111.
[48]
ALVAREZ BOLADO, 228-229.
[49]
FESQUET, H., Las florecillas del papa Juan, Ed. Estela, Barcelona, 1964, 108.
[50]
JUAN XXIII, Diario del alma, Ed. Cristiandad, Madrid, 1964, 406-407.
[51]
JUAN XXIII, Un Señor, una fe, un bautismo, Homilía del papa después de la
misa eslavo-bizantina, 13-11-1960.
[52]
JUAN XXIII, Una corriente de espiritualidad conmueve las almas con vibraciones insólitas.
Alocución del papa a los miembros de las comisiones pontificias
y secretariados preparatorios del Concilio Ecuménico Vaticano II,
14-11-1960; ver Ecclesia
(1011), 8-12.
[53]
FESQUET,
109.
[54]
Ag 1, 8.
[55]
Ag 2, 3.
[56]
Ag 1, 13 y 2, 4.
[57]
Ag 1, 2.
[58]
Ag 1, 8.
[59]
Ver LOPEZ,J., Escuchar la Palabra, objetivo catecumenal, en "Teología y Catequesis"
3 (1983), 408-412.
[60]
Is 61, 4.
[61]
LABOA, J.M., La larga marcha de la Iglesia, Ed. Atenas, 1985, 14.
[62]
CARRANZA, B., Catechismo Christiano, 1558, BAC, Madrid, 1972, 119.
[63]
Dn 2.
[64]
Sal 11, 3.
[65]
Jr 6, 14.
[66]
Documento final, 1-2.
[67]
Ag
1, 2.
[68]
Is 43,
19.
[69]
LG 1.
[70]
Ap 21,
1.
[71]
Hch 2, 42-47.
[72]
LG 13 y DV 10.
[73]
1 Jn 1,1-3 y DV 1.
[74]
DV 8.
[75]
SC 33.
[76]
SC 24.
[77]
SC 14.
[78]
SC 27.
[79]
GS 1.
[80]
Ex 23, 9.
[81]
Lc 4, 18.
[82]
Ver AA.VV., El Concilio del siglo XXI ,PPC, Madrid, 1987, 107-122. |