En el principio era la palabra
 

LA SEÑAL DE MONSEÑOR ROMERO
Mirarán al que traspasaron


 Hace cinco años, el periodista Carlos Dada hizo varias entrevistas al capitán Alvaro Rafael Saravia, que se encuentra en paradero desconocido. Reclutado por el mayor Roberto D’Aubuisson para colaborar en el “frente anticomunista”, es decir, en los “escuadrones de la muerte”, el capitán Saravia participó en el asesinato de monseñor Romero: “consiguió las armas, el vehículo, el matón y el plan”, “pagó al hombre que disparó”, “fue a pagarle por sus servicios”. Las entrevistas fueron publicadas en El Faro (22-3-2010). Hay una que nos llama especialmente la atención.
Con el capitán Saravia, dice el periodista, pactamos un nuevo encuentro en una cafetería de pueblo. Cuando él llegó, me encontró sentado a una mesa justo debajo de un cuadro que representaba la última cena. Se detuvo a verla.
-¿Por qué vino a sentar aquí?
-Era la única mesa que quedaba libre, capitán.
-¿Ya vio? Se vino a sentar debajo de la última cena. Eso tiene que ser una señal.
Me dijo que quería una foto bajo la última cena, y se la tomé con un celular…
La última vez que nos reunimos aprovecho para ponerle la grabación de la última misa de monseñor Romero. El capitán frunce el ceño, y escucha atento. Monseñor dice sus últimas palabras: “Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos, pues, íntimamente en fe y esperanza a este momento de oración por doña Sarita (cuyo aniversario se celebraba) y por nosotros”. Se escucha una explosión y el capitán Saravia se estremece. Da un pequeño brinco en la silla. Una corriente eléctrica recorre su cuerpo y se detiene en sus ojos, que ahora se abren completamente detrás de sus gafas nuevas y se humedecen. Me mira fijamente sin decir nada por un par de segundos. Respira profundamente.
-¿Ese es el disparo?
-Sí, capitán, ese es el disparo.  
Según una monja, presente en aquel momento, “mientras monseñor estaba abriendo el corporal para iniciar el ofertorio, se sintió el disparo”. El postulador de la causa Vincenzo Paglia precisa: “La homilía había terminado. Apenas diez segundos después, se sintió el disparo”.
Ciertamente, resulta sorprendente. El capitán Saravia reconoce la señal de la última cena, escucha atento la grabación de la última misa de monseñor Romero y, al escuchar el disparo, se le humedecen los ojos. Se cumple la Escritura que dice: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37). Nada es imposible para Dios. Parece que el capitán, ahora con gafas nuevas, tiene también ojos nuevos. No sé si al Vaticano le servirá. Para nosotros y para muchos, es una señal de monseñor Romero.  

Jesús López Sáez