En el principio era la palabra
 

MANUSCRITOS DE NAG HAMMADI
Comunidad de Kenoboskion

 

A finales de 1945 fueron hallados los Manuscritos de Nag Hammadi junto al macizo Jabel-al Tarif, una montaña que está a la derecha del Nilo mirando hacia el Delta, cerca de la población de Nag Hammadi, que en la antigüedad se llamaba Kenoboskion y está al otro lado del río. Los manuscritos son “una colección de trece códices con folios de papiro escritos en ambas caras, encuadernados en fino cuero de cabra”. Los manuscritos tienen forma de códice, no de rollo. Son “traducciones en diversos dialectos coptos”, “de originales griegos”, “el número de los escritos es de cincuenta y dos, algunos repetidos y otros fragmentarios”. Los códices estaban “en una jarra de cerámica roja de un poco más de medio metro de altura, con su boca herméticamente cerrada por una escudilla pegada a ella con betún”. La jarra fue encontrada en diciembre de 1945 por dos campesinos “al cavar alrededor de un enorme peñasco” situado junto al macizo. Los campesinos recogían tierra blanda que utilizaban para fertilizar sus cultivos.

Los manuscritos fueron vendidos en el mercado negro a través de anticuarios y pronto atrajeron la atención de los funcionarios del gobierno egipcio. Superando dificultades legales y políticas, el Códice I fue adquirido por el Instituto Jung de Zürich, los demás fueron adquiridos por el Museo Copto de El Cairo. El Museo identificó los manuscritos con un número convencional, de I a XIII. Son del siglo IV (García Bazán, 90-91; Pagels, 11-12). Los trece libros han sido publicados en español por la editorial Trotta en tres volúmenes: Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi I, II y III.  

Volviendo a las fuentes, conocer los Manuscritos de Qumrán nos permite discernir semejanzas y diferencias entre la comunidad del desierto y las primeras comunidades cristianas. Asimismo, conocer los Manuscritos de Nag Hammadi nos permite discernir textos gnósticos de la comunidad de Kenoboskion que paradójicamente influyen en el tema trinitario y, por tanto, en el Credo. Las grandes iglesias cristianas deben revisar la propia tradición a la luz de la Escritura. Como dice Jesús, “no puede fallar la Escritura” (Jn 10,35).

1.    DATOS EN LAS TAPAS

En primer lugar, una sorpresa. Aparecen datos en las tapas. Al desencuadernar las tapas de los códices para poder conservar las hojas de papiro entre láminas transparentes de plástico, se descubren datos importantes en algunas de las tapas, documentos ajenos a las hojas de papiro que formas las páginas de los códices. Estos documentos, encontrados en las encuadernaciones, tenían por finalidad dar mayor consistencia al cuero: “son de papiro“, “de género, contenido y fechas diversas”, “su examen ha permitido una aproximación más precisa a la cronología y a los lugares de donde provendrían los códices”.

Los documentos más valiosos pertenecen al Códice I: “dos contratos, una factura que se refiere a elementos de tejeduría, un fragmento de una carta privada y varios fragmentos no identificados”. El primero de los contratos se refiere al jefe de un gremio de trabajadores del aceite, que facilitan el producto a la ciudad de “Dióspolis, próxima a Kenoboskion”, donde en el año 320 San Pacomio fundó el primer monasterio cristiano. El papiro pertenece a fines del siglo III o comienzos del IV.

El Códice IV ofrece facturas que mencionan vino, trigo y cebada. Por las grandes cantidades que registran deben ser cifras referentes a la administración del ejército o del gobierno y deben haberse escrito en alguna dependencia oficial en el siglo IV.

En el Códice V se encuentran documentos oficiales que abarcan “datos sobre las dos procuradurías de la Tebaida”, en muy mal estado. Como la Tebaida estuvo dividida en dos procuradurías entre los años 298 y 323, esos fragmentos se habrían escrito dentro de estas fechas.

El Códice VI proporciona un fragmento: “un pedido incluido en una carta o informe a un comandante militar” sobre recursos oficiales. Es similar a los de los códices IV y V y debe ser de la misma fecha.

El Códice VII contiene el conjunto de fragmentos más rico por su variedad: trozos del Génesis y una exhortación a la virtud que podría haber formado parte de una homilía o epístola; restos de una compra y el recibo por un préstamo de trigo con fecha del 20 de noviembre del 341; un segundo préstamo de trigo convenido entre un tal Aurelius Comes y un funcionario, Aurelio Ptolomeo, la fecha es del 21 de noviembre del 341; una escritura de garantía, una fianza, dirigida al jefe de algún consejo municipal, datada en octubre del 348; veinte cartas privadas, tres en copto y las demás en griego, presentan el rasgo común de que los destinatarios son cristianos: una de ellas es remitida por una mujer – Proteria- a dos monjes –Sansnos y Psatos-a quienes pregunta si le pueden facilitar “un poco de paja para el pienso de mis asnos”, así como “información sobre el precio”.

También está la carta de un monje llamado Harpocración “a mi amado padre Sansnos” y “a todos los hermanos”. En otra carta de Horion a dos presbíteros, Arios y Dorkon, se trata del intercambio de pieles y dátiles. Otra carta incluye una pregunta sobre el transporte de trigo a un monasterio y su almacenamiento en un depósito subterráneo. Se encuentran otras cartas “en las que aparece el presbítero Sansnos” y en las que se trata de “obtención de forraje para los animales, trigo para los hermanos y alguna venta para aumentar las finanzas“. Hay también “una carta piadosa de un monje Daniel a un asceta Afrodisio que se ha curado recientemente de una enfermedad y vive en comunidad”, “posteriormente, Afrodisio utilizó la parte de atrás del papiro de esta carta para escribirle a Sansnos sobre pequeñas cantidades de trigo que le ha comprado, que no le han llegado y que ha descuidado el reclamo por causa de su enfermedad”.

La cubierta del Códice VIII incluye “ordenanzas imperiales”. Los restos del Códice IX pueden ser “fragmentos de facturas” semejantes a los del Códice VI e incluso provenir de la misma fuente. El Códice XI contiene “un fragmento de carta de un residente de Kenoboskion”.
Por la frecuencia del nombre Sansnos, como afirma el experto en temas gnósticos Francisco García Bazán, podría tratarse de “un archivo epistolar que ha pertenecido a este presbítero y monje”, pero no parece un monje del “monacato estricto de san Pacomio“, sino uno de “los monjes que habitaban la amplia zona de la Tebaida”, formando “asociaciones inclinadas a la vida ascética”, “grupos diversos y bastante libres en sus modos de vida”.

 

2. COMUNIDAD DE KENOBOSKION

Las excavaciones arqueológicas, realizadas en la zona del descubrimiento entre 1966 y 1978, ponen de relieve que “aquellos parajes eran el ámbito de una vida religiosa intensa”. El macizo Jabel –al-Tarif “presenta unas ciento cincuenta grutas naturales”, muchas de las cuales fueron habitadas en el siglo IV por anacoretas cristianos, que han dejado en ellas restos de plegarias, salmos, etc.

Como indican algunos investigadores, en el año 367 el patriarca de Alejandría, Atanasio, publica su 39 Carta festal, cuyo interés fundamental es difundir la lista de los escritos del Nuevo Testamento que debían considerarse canónicos: “Estaba preocupado el patriarca por ciertos libros heréticos que se habían difundido en Egipto y que pasaban también por divinamente inspirados”. Según las Vidas de Pacomio y Antonio, “en los monasterios de la época circulaban libros falsos de los apóstoles, y por la zona había ciertos filósofos cristianos muy interesados sobre todo en extrañas interpretaciones de la Escritura” (Piñero-Montserrat, 30-31).

Siguiendo el modelo de otras bibliotecas de escritos gnósticos antes conocidas, como la adquirida por Hipólito de Roma, se puede formular la hipótesis de que la Biblioteca de Nag Hammadi “ha sido reunida intencionalmente en el trascurso de pocos años por una comunidad gnóstica de mujeres y varones de mediana cantidad de miembros asentada por la zona de Kenoboskion con lazos interactivos con otras pequeñas comunidades iniciáticas en extinción radicadas en la zona de Alejandría y el sur de El Cairo, hacia el Norte”, “nada impide pensar  que la Biblioteca de Nag Hammadi era propiedad de un grupo de gnósticos ascetas que podían convivir con otros grupos en el desierto de la Tebaida sobreponiéndose a la organización de la Iglesia Alejandrina posterior a Nicea y –llegado el caso- a su enemistad y condena. Adviértase lo que se dice sobre la persecución: “Somos despreciados de los mundos, aunque ningún interés les prestamos cuando nos difaman. Los ignoramos cuando nos persiguen. Cuando nos humillan, les miramos y guardamos silencio” (Enseñanza autorizada NHC VI, 3, 27,5-29,10. En la foto, peñasco junto al macizo (García Bazán).

En la comunidad de Kenoboskion tiene que haber funcionado el escritorio más importante. Cuando a fines del siglo IV o comienzos del V la comunidad “ha visto próxima su inevitable dispersión forzándola a un futuro de silencio o extinción”, “los miembros que quedaban unidos han determinado guardar el valioso tesoro bibliográfico de su pertenencia en una vasija segura y la han enterrado en un lugar oculto de un espacio de inhumaciones, conocido por ellos, “sus principios antropológicos, de filosofía de la historia y de teología política, profundamente anclados en su doctrina metafísica en torno a la gnosis, el Pleroma y el secreto, aconsejaban esta conducta colectiva”, “al poco tiempo, los últimos componentes de esta asociación han desaparecido, pero con la conciencia de que los materiales que inhumaban iban a tener un destino espiritual feliz e imperecedero, de lo contrario los hubieran extinguido por el fuego”.

 Los gnósticos no se dedican simplemente a la especulación mental. Como las escuelas filosóficas de la Antigüedad, no se dedican al discurso filosófico solo por razones intelectuales. Son comunidades donde los individuos aprenden un estilo de vida basado en principios y enseñanzas compartidos. Sus enseñanzas tienen también un propósito terapéutico: “volver a conectar el intelecto humano con la fuente de su ser y mejorar la condición de su unión con el cuerpo”. Para los gnósticos, al igual que para los seguidores de Platón, el intelecto proporciona “el vínculo entre la humanidad y la divinidad”, porque está modelado conforme al intelecto de Dios y ofrece un medio para conectar con él (García Bazán, 89-90 y 101-122).

Hacia el año 200 d.C., el cristianismo se había convertido en una institución encabezada por una jerarquía de tres rangos, obispos, sacerdotes y diáconos, que entendían su cometido principal como el de guardianes de la “fe verdadera”. La mayoría de las iglesias, entre las cuales la de Roma desempeñaba un papel principal, rechazaba como herejía el conocimiento gnóstico. El obispo Ireneo y sus seguidores insistían que sólo podía haber una Iglesia, fuera de la cual “no hay salvación”. Solamente los miembros de esta iglesia son cristianos ortodoxos, es decir “de pensamiento recto”.  En el siglo IV, con el apoyo militar de los emperadores, la represión de la herejía se hace severa.

 

3. LOS TRECE CODICES

Los trece códices contienen cincuenta y dos escritos. El Códice I (códice Jung) contiene los siguientes: 1. Apócrifo de Santiago. 2. Libro de la Verdad. 3. Tratado sobre la Resurrección o Epístola a Regino. 4. Tratado tripartito. 5. Plegaria del apóstol Pablo.

El Códice II: 1. Apócrifo de Juan (versión larga). 2. Evangelio de Tomás. 3. Evangelio de Felipe. 4. Hipóstasis de los arcontes. 5. Sobre el origen del mundo (primera copia). 6. Exposición sobre el alma. 7. Libro de Tomás, el Atleta.

El Códice III: 1. Apócrifo de Juan (versión breve). 2. Evangelio de los egipcios. 3. Carta de Eugnosto, el Bienaventurado. 4. Sabiduría de Jesucristo. 5. Diálogo del Salvador.

El Códice IV: 1. Apócrifo de Juan (versión larga). 2. Evangelio de los egipcios.

El Códice V: 1. Carta de Eugnosto, el Bienaventurado. 2. Apocalipsis de Pablo. 3. Primer apocalipsis de Santiago. 4. Segundo apocalipsis de Santiago.5. Apocalipsis de Adán.

El Códice VI: 1. Hechos de Pedro y los doce Apóstoles. 2. El Trueno, la mente perfecta. 3. Enseñanza autorizada o Discurso soberano. 4. El pensamiento de nuestro Gran Poder. 5. Platón, República 588A-589B. 6. Discurso sobre la Ogdóada y la Enéada. 7. Plegaria de acción de gracias. 8. Asclepio.

El Códice VII: 1. Paráfrasis de Sem. 2. Segundo tratado del gran Set. 3. Apocalipsis de Pedro. 4. Enseñanzas de Silvano. 5. Las tres estela de Set.

El Códice VIII: 1. Zostriano. 2. Carta de Pedro a Felipe.

El Códice IX: 1. Melquisedec. 2. El pensamiento de Norea. 3. Testimonio de la Verdad.  

El Códice X: 1. Marsanes. El Códice XI: 1. La interpretación del conocimiento. 2. Exposición valentiniana. 3. Allógenes. 4. Hipsifrone.

El Códice XII: 1. Sentencias de Sexto. 2. Fragmentos del Evangelio de la Verdad. 3. Fragmentos de procedencia desconocida.

El Códice XIII: 1. El pensamiento trimorfo. 2. Sobre el origen del mundo (Piñero y Montserrat, Textos gnósticos I, 19-26).

 

4. LA FALSA GNOSIS

Los textos de Nag Hammadi confirman, en líneas generales, lo que ya conocíamos de la gnosis. La “gnosis” no es “pistis” (fe), sino “ciencia”, “conocimiento”, que puede ser verdadero, pero también “falsa ciencia” que contamina el Evangelio. Escribe Pablo a Timoteo. “Evita las palabrerías profanas, y también las objeciones de la falsa ciencia” (1 Tm 6, 20). No todo vale. “Todos tenemos ciencia”, dice Pablo a los corintios, “pero la ciencia hincha, el amor en cambio edifica” (1 Co 8,1).

Ciertamente, “muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que han sucedido entre nosotros”, escribe Lucas a Teófilo, “he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribirlo por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1,1-4). En los Hechos de los Apóstoles Simón el Mago ofrece dinero a cambio de poder otorgar el don del espíritu santo. Pedro le responde: “Vaya tu dinero a la perdición y tú con él, pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero”  (Hch 8, 20).

Ignacio de Antioquía (+hacia el año 110) elogia a los cristianos de Éfeso porque “todos vosotros vivís según la verdad, y no hay herejía entre vosotros, sino que, por el contrario, no escucháis a persona alguna que hable de otra cosa que no sea de Jesucristo en la verdad” (Ef 6,2). También exhorta a los cristianos de Trales: “Que toméis sólo el alimento cristiano, y os abstengáis de forraje extraño, que es herejía” (Tral. 6,2).

Según el escritor Hegesipo (+180), mientras los apóstoles estuvieron vivos, la Iglesia permaneció “virgen, pura e incorrupta”, pero “cuando el coro sagrado de los apóstoles alcanzó de diferentes maneras el final de su vida y hubo desaparecido aquella generación de los que fueron dignos de escuchar con sus propios oídos a la divina Sabiduría, entonces tuvo principio la confabulación del error impío por medio del engaño de maestros de falsa doctrina, los cuales al no quedar ya ningún apóstol, en adelante, a cabeza descubierta ya, intentaron oponer a la predicación de la verdad la predicación de la falsamente llamada gnosis” (Eusebio, HE III, 32, 7-8).

Clemente de Alejandría (150-215) usa el término “gnóstico” para referirse al cristiano ideal: “sólo nuestro gnóstico –porque se ha formado en estas Escrituras y porque preserva la correcta tradición de enseñanzas apostólicas y eclesiásticas- vive perfectamente de acuerdo con el Evangelio. Enviado por el Señor, encuentra las pruebas que busca en la Ley y los Profetas. Pues, a mi entender, la vida del gnóstico no es otra que las palabras y obras que siguen la tradición del Señor” (Strom. 7,16, 104). Clemente habla de “nuestro gnóstico”, del “gnóstico propiamente hablando”. Sus rivales son “falsamente denominados” gnósticos, afirman ofrecer “gnosis”, pero enseñan falsedades (1, 13,58, 2; 4,4,17,4).

A mediados del siglo II, en la ciudad de Roma circulan las ideas gnósticas. Los gnósticos y otros cristianos prestan atención a tres maestros que probablemente conocen la doctrina gnóstica: Marción, Valentín y Justino.

* Marción, miembro de una rica familia de navieros procedente de Sínope, en el Ponto (Asia Menor), llega a Roma hacia el año 140, y produce un revuelo inmediato entre los cristianos romanos al hacer una generosa donación para obras de caridad con los pobres. No mucho después, Marción agita los círculos cristianos por sus doctrinas religiosas y sus propuestas de colocar el cristianismo sobre unos cimientos más convencionales. Marción rechaza las Escrituras judías por considerarlas contradictorias con el Evangelio. Cuando Marción compara las enseñanzas de Jesús recogidas en el evangelio de san Lucas y en las cartas de Pablo con la Biblia de los LXX, no encuentra más que una contradicción tras otra. El Dios de Israel no guarda ninguna relación con el Dios de Jesús. Marción rompe con los demás cristianos y da comienzo a su red de iglesias que se extienden por el Mediterráneo. En la foto, códices de Nag Hammadi (García Bazán).

* Valentín nace en Egipto y es educado en Alejandría. Está versado en literatura platónica, bíblica, judía y cristiana. Enseña en Roma durante casi treinta años. Algunos de sus alumnos llegan a ser destacados teólogos cristianos, y hasta bien entrado el siglo IV perdura una escuela valentiniana de pensamiento cristiano. Los maestros rivales le critican con dureza. Valentín toma de los gnósticos la idea de que el mundo material es producto de una especie de error o equivocación por parte de una figura femenina. Sin embargo, no describe este mundo en términos totalmente negativos, sino que subraya su dependencia de Dios. El Dios supremo se despliega mediante una serie de emanaciones, una de las cuales “se rebeló”, dando como resultado la generación del mundo material. Valentín invoca su propia experiencia mística como fundamento de sus enseñanzas. Para él la palabra de Dios es un eón destacado dentro del pléroma divino. Al parecer, tuvo la visión de un Niño Divino: “Vio a un niño recién nacido y, al preguntar qué podía ser, el niño respondió: Yo soy el Logos” (Hipólito de Roma, Refutationis omnium haeresium, VI, 42). Como veremos, según Jung, el Niño Divino es un arquetipo referido al renacido. Valentín tenía un concepto tan elevado de la divinidad de Jesús que consideraba la posibilidad de que el cuerpo de Jesús no digiriera la comida de la misma manera que los cuerpos de los hombres ordinarios (Clemente de Alejandría, Strom. 3, 59, 3).  

* Justino nace a principios del siglo II en Flavia Neápolis (la actual Nablus, Siquem en la Biblia), de una familia pagana. Es samaritano. Habiendo profesado la filosofía platónica, se hace cristiano. En Roma alquila un apartamento donde enseña filosofía cristiana.  Justino escribe una obra (hoy perdida) titulada Contra todas las escuelas de pensamiento que han aparecido, y otro libro contra Marción, también perdido. Para él las escuelas de pensamiento no son realmente cristianas. Los cristianos tienen un “recto sentir en todo” (Diálogo con Trifón 80, 3-5). Justino no rechaza la filosofía. Las enseñanzas de Platón, Sócrates y otros son “semillas” de la palabra de Dios. Justino denuncia a aquellos que “blasfeman del Creador del universo” (Diál. 35,5), dicen que es ignorante y hostil con la humanidad (gnósticos), implacablemente justo y carente de misericordia (Marción), inferior y menos espiritual que el Dios supremo (Valentín). En la obra de Ireneo “Adversus haereses” (hacia 180) encontramos la palabra “gnóstico” aplicada por primera vez a personas. Según él, Valentín “adaptó los principios fundamentales de la escuela de pensamiento gnóstica a su propia clase de sistema”, se asemeja “a los gnósticos, así llamados falsamente”. Ireneo recopila sus escritos sobre la creación por parte de un “vientre divino”, habla de “una multitud de gnósticos” y describe el mito que “algunos de ellos” enseñan y un mito parecido que enseñan “otros”, habla de “barbelognósticos”, “ofitas” y “cainitas” (Haer 1,29-31). Aunque sus doctrinas no siempre coinciden, todas ellas pueden ser llamadas “herejías”. Surgen de un único maestro, Simón el Mago: “Proponen el nombre de Jesús como una especie de señuelo, pero introducen de muchas maneras las impiedades de Simón” (I, 21,4). Justino muere mártir en Roma (hacia 162-168).

Tertuliano (160-220) menciona a los gnósticos y a los valentinianos como dos grupos distintos y parece dar a entender que los valentinianos precedieron a los gnósticos: “Y así las doctrinas que en los valentinianos eran gérmenes se han convertido en los bosques de los gnósticos” (Contra los valentinianos, 39).

Hipólito de Roma (170-235) afirma que los “naasenos” se denominan a sí mismos gnósticos: “Los sacerdotes y adelantados de esta doctrina fueron primero los denominados naasenos, así conocidos por el término hebreo “naas” que significa serpiente. Después se autodenominaron gnósticos, proclamándose los únicos conocedores del profundo conocimiento” (Haer. 5,6,3-4).

El persa Mani (hacia 215-276) es fundador de la secta de los maniqueos, que se caracteriza por una ascesis rigurosísima. Determinados preceptos de la comunidad maniquea parecen extenderse a los monasterios egipcios. Según la crónica eclesiástica de Eustaquio en Egipto, en la época del patriarca Timoteo I (381-385), una parte considerable del clero estaba tan influido por Mani que el citado patriarca, para hallar a los culpables, derogó la prohibición de ingerir carne que hasta entonces existía para los clérigos y monjes de su circunscripción. Por el camino de Mani, que hizo largos viajes a India, China y Tukmenistán, penetraron en el cristianismo preceptos budistas de abstinencia.

El filósofo Porfirio (232-305) sostiene que en torno al año 250 el filósofo Plotino, mientras enseñaba en Roma, entró en contacto con cristianos “miembros de una escuela de pensamiento” que Porfirio identifica como “gnósticos”. Porfirio cita dos escritos gnósticos, Zostriano y Allógenes, hallados en Nag Hammadi y otro, el Libro de Zoroastro, que se conserva de modo fragmentario en el Apócrifo de Juan.

Epifanio de Salamina (310-403) describe varios grupos cuyos mitos parecen ser variantes gnósticas: “setianos”, “arcónticos”, “borboritas” (sucios) y otros. Epifanio atribuye a los gnósticos una licenciosa conducta, que no parece se pueda generalizar: “Yo mismo en  persona tuve acceso a esta secta (los gnósticos o borboritas) y fui directamente instruido sobre sus enseñanzas por quienes naturalmente la representaban. Mujeres que habían sido engañadas en esta dirección, no sólo me ofrecieron esta información oralmente y me revelaron estas cosas, sino que asimismo trataron de seducirme…porque buscaban mi juventud”, “pero el Dios misericordioso me salvó de su ruindad. Y de este modo una vez que leí sus libros y realmente descubrí su intención no fui guiado por ellas”, “y me concentré en el problema puntual, señalándolo a los obispos locales y facilitando los nombres de los que se ocultaban en el interior de la iglesia. De este modo fueron expulsados de la ciudad, una lista de unos ochenta, y la ciudad quedó limpia de esta maleza espinosa llena de cizaña” (Haer. 26, 17,4-17,9; ver Brakke, 58-84 y 160-162 y Ball, p. 27).

 

5. EL MITO GNOSTICO

Antes que aparecieran los manuscritos de Nag Hammadi, se conocían los siguientes textos gnósticos:

* El Códice de Askew, que contiene la conocida obra Pístis Sophía (Fe Sabiduría), recibe esta denominación de su comprador, Antonino Askew, un coleccionista londinense que probablemente adquirió el original en 1750 de un librero de Londres. Muerto Askew en 1772, el códice fue comprado por el Bristish Museum en 1785. La Pístis Sophía es un diálogo entre Jesús Resucitado y María Magdalena, María la madre de Jesús y otros discípulos y discípulas.

* El Códice de Bruce es un manuscrito copto adquirido por el viajero escocés James Bruce en torno a 1773 cerca de Tebas en el Alto Egipto. Dicho manuscrito fue publicado en 1892, contiene dos escritos, “El libro del gran discurso iniciático” y un escrito más breve carente de título.

* El Papiro gnóstico de Berlín fue adquirido en 1896 en El Cairo por el Museo de Berlín. El manuscrito contiene cuatro obras traducidas del griego al copto: el Evangelio de María (Magdalena), el Apócrifo de Juan, la Sabiduría de Jesucristo y el Hecho de Pedro.

* El Códice Tchacos se llama así por la anticuaria Frieda Tchacos que intervino en la operación de compra. Se publica en junio de 2007 y contiene los facsímiles de El evangelio de Judas (33,1-58,28). El códice se descubrió en 1978 en el Egipto Medio. Se encontró en una caja de caliza, en una tumba, en el interior de una cueva, posiblemente propiedad de un asceta. El manuscrito es una traducción del griego al copto en papiro del siglo III. Antes sólo era aludido y hecho circular entre gnósticos “cainitas”, que se alineaban dentro de aquella tendencia que convertía en héroes a algunas figuras de la Biblia consideradas perversas. Así, por ejemplo, los ofitas o naasenos rinden culto a la serpiente como reveladora del conocimiento (García Bazán, 137-161).   

Sobre el gnosticismo hay posiciones diversas. El historiador alemán Adolf Von Harnack (1851-1930) lo considera “una aguda helenización del cristianismo”, los gnósticos deformaron el mensaje cristiano y propagaron formas falsas, híbridas, de la enseñanzas cristianas, el gnosticismo recubrió con elementos intelectuales y racionales excesivos tomados del helenismo el núcleo de la auténtica experiencia cristiana primitiva de ascendencia judía, basándose en la libertad del creyente movido por el Espíritu (Historia del dogma, 1885).

A principios del siglo XX, el estudioso del Nuevo Testamento Wilhelm Bousset, que siguió la pista del gnosticismo hasta fuentes antiguas de Persia y Babilonia, declara  que “el gnosticismo es ante todo un movimiento precristiano que tenía raíces en sí mismo”. Por consiguiente, hay que entenderlo “en sus propios términos y no como un vástago o subproducto de la religión cristiana”.

El Congreso de Mesina sobre “Los orígenes del gnosticismo” (1966) introduce el concepto de “protognosticismo”, que podría justificar la anterioridad histórica del gnosticismo con respecto al cristianismo e incluso influir en él, y el concepto de “pregnosticismo”, que integraría en diversos sistemas de pensamiento rasgos que podrían ser identificados después como gnósticos.

En el Congreso de Mesina el experto judío-alemán Hans Jonas propone su formulación del gnosticismo que se puede resumir así: “un dualismo anticósmico y escatológico”. El gnosticismo es dualista, porque opone abiertamente este mundo al otro, trascendente. Es anticósmico, porque su principio movilizador es la negación del mundo presente. Y escatológico, porque se lanza con intensidad hacia un fin (éskhaton) que es lograr la identificación con ese otro mundo. Esta definición lapidaria la incluye Hans Jonas en su tesis doctoral sobre “La gnosis y el espíritu de la antigüedad tardía”  publicada en dos volúmenes (1934 y 1954). La gnosis es “el gran tapiz que describe las doctrinas y los hechos cuya composición constituyen el gnosticismo”. La antigüedad tardía es “un periodo sincrético en el que se fusionan Oriente y Occidente dando como resultado una época cultural derivada del helenismo instaurado por Alejandro Magno, en la que se mezclan elementos heterogéneos (razón griega, religión judía y persa, astrología y magia babilónicas) dando como consecuencia, más allá de un mosaico de creencias polícromas, la sensación de una inseguridad colectiva hasta el momento inédita". En la foto, Apócrifo de Juan (Cordon Press).

En 1974 el experto alemán Hans-Martin Schenke afirma que una serie de obras antiguas presenta “el mismo sistema gnóstico”. Como este sistema otorga un puesto destacado a Set como ancestro de los seres humanos salvados, lo denomina “sistema setiano” y “setianismo gnóstico”.  Schenke  incluye en ese sistema, entre otros, estos textos: Apócrifo de Juan, Zostriano, Allógenes, el Apocalipsis de Adán, la Hipóstasis de los arcontes, El pensamiento trimorfo, Las tres estelas de Set.

La mayor parte del Apócrifo de Juan no contiene ninguna figura ni concepto cristianos. Cristo, el discípulo Juan y otros elementos de los evangelios cristianos aparecen sólo en un breve marco narrativo al comienzo y al final del libro. Se ha sugerido que el marco cristiano fue añadido a una obra que originalmente no era cristiana. También se afirma que el Apocalipsis de Adán no contiene ningún rasgo cristiano.

Según la profesora de la Universidad de Harvard Karen King, el Apócrifo de Juan “fue el primer escrito cristiano que formuló un relato global sobre la naturaleza de Dios, el origen del mundo y la salvación humana”. Muchas de las doctrinas gnósticas que la gente hoy encuentra más extrañas se entienden dentro de la cosmovisión gnóstica y del abanico de ideas que prevalecen entre los intelectuales de los siglos II y III. El mito gnóstico es el intento de confeccionar un nuevo movimiento religioso a partir de la Biblia judía y de la filosofía contemporánea, a la luz del “conocimiento” que algunas personas tienen tras la aparición de Jesús.

Los historiadores incluyen dentro del gnosticismo a diversos movimientos que son dualistas, es decir, que distinguen tajantemente la realidad espiritual de la material, y el alma del cuerpo, valorando el alma y lo espiritual y despreciando el cuerpo y lo  material. También diferencian entre el dios que creó este mundo material y el dios supremo: este mundo lo creó un “dios menor” e inferior, no el Dios espiritual y trascendente, que se halla demasiado lejos para hacer tal cosa.

Por su parte, el experto norteamericano Marvin Meyer ofrece esta definición: “La religión gnóstica es una tradición religiosa que subraya el puesto principal de la gnosis, o conocimiento místico, comprendido a través de algunos aspectos de la sabiduría, a menudo una sabiduría personificada, presentada en los relatos de la creación, basados sobre todo en las narraciones del Génesis, e interpretados por medio de diversas tradiciones religiosas y filosóficas, incluido el platonismo, a fin de proclamar un camino radicalmente iluminado y una vida de conocimiento”. Esta definición carece de los dos elementos que otros citan: el dios creador malo e ignorante y el origen trascendente del alma (García Bazán, 11-31 y Brakke, 49-50).

* Para los gnósticos, el Dios supremo es “el Padre del pléroma” (plenitud) o “el Espíritu invisible”, es incognoscible, “es más que un Dios” (ApJn II, 2, 35-36), sólo se le puede describir en términos negativos: inconmensurable, invisible, ilimitado, etc. “No es corpóreo ni incorpóreo…pues nadie puede comprenderlo” (ApJn II,3,22-26), “es una vida que da vida, una felicidad que da felicidad, un conocimiento que da conocimiento…y no porque posee todo esto, sino porque da una misericordia inconmensurable e incorruptible” (ApJn II, 4, 3-8). Es un intelecto, por lo que su naturaleza consiste en pensar, y esta reflexión deriva en una “plenitud” dotada de una compleja estructura de “eones”. Los eones tienen  nombres de cualidades ideales como Inteligencia, Verdad, Forma, Intelección y Sabiduría. Conforman un ámbito espiritual, equivalente al mundo de las formas ideales de Platón, según el cual el mundo material en que vivimos es una copia imperfecta del mundo espiritual de ideas que constituye la verdadera realidad, inmutable y eterna. La percepción gnóstica del “Dios desconocido” es la culminación del mito gnóstico. Pablo encuentra en Atenas un altar dedicado “al Dios desconocido” (Hch 17, 23). Dice San Juan: “A Dios nadie le ha visto jamás. El hijo único que está en el seno del Padre nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18).

* Destacado entre los eones se encuentra el segundo principio, “la imagen del Espíritu invisible, virginal y perfecto” (ApJn II, 4, 34-35), la emanación más inmediata del Dios supremo. La posibilidad que tiene cualquier ser inferior de poseer gnosis del primer principio depende de este eón, que es llamado Presciencia y también Barbeló. El origen de este nombre es oscuro, tal vez deriva de dos palabras egipcias que significan “emisión” y “grande”, significando así “la gran emisión”. Barbeló puede tener eones constituyentes. Normalmente hay tres, llamados Oculto, Protomanifestado y Autoengendrado. Barbeló es la fuente más inmediata de la que los humanos pueden hablar.

* Después del primer principio y de Barbeló, las distintas versiones del mito pueblan el mundo divino de diferentes maneras. Casi todas presentan una triada de padre, madre e hijo en un nivel muy alto de la divinidad. En el Apócrifo de Juan, Barbeló concibe merced a la mirada del primer principio y engendra una chispa, el Autoengendrado o Cristo. A diferencia de otros eones, que emanan al ser “revelados”, Cristo es el “unigénito” del Padre y de Barbeló, quienes por consiguiente son su padre y su madre (ApJn II, 6, 10-18). Según el Pensamiento trimorfo, la “voz” de Barbeló  “que se originó de mi pensamiento existe como tres permanencias: el Padre, la Madre y el Hijo” (PensTr 37,20-23).

David Brakke, catedrático de historia del cristianismo en la universidad de Ohio, afirma al respecto: “A pesar de que puede adoptar diversas formas, en el centro de la concepción gnóstica de lo divino se halla una familia que consta de padre, madre e hijo. Aunque los autores gnósticos tenían una imagen negativa de la sexualidad, percibieron a la familia humana como una imagen imperfecta de la realidad divina”, “si, tal como afirma el Génesis, los seres humanos fueron creados a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) y si, tal como Platón enseña, nuestro mundo es una copia del mundo espiritual, entonces cobra sentido el hecho de que la plenitud incluya arquetipos divinos de los seres humanos” (Brakke, 91-96 y García Bazán, 21).

El mito gnóstico enfatiza la trascendencia del Dios supremo y el correspondiente despliegue en principios divinos inferiores e intermediarios; el más bajo de todos ellos (el demiurgo) lleva a cabo la obra de crear el mundo. Estas ideas se encuentran en el discurso del platonismo medio, un movimiento filosófico representado por figuras como el judío Filón de Alejandría (siglo I), y Alcino, Numenio y Justino (siglo II). Alcino y Numenio son seguidores de las religiones greco-romanas. Estos pensadores buscan orientación sobre el origen del mundo en el diálogo platónico Timeo, en el cual un ser divino llamado el “artesano” (demiurgo) crea el mundo visible como una copia del mundo de las formas eternas. En el diálogo Parménides, Platón habla de un principio divino supremo, “el Uno”, que trasciende toda descripción.

Además de inspirarse en las obras de Platón, Filón de Alejandría se inspira en las Escrituras judías para entender la naturaleza y complejidad de Dios. Para Filón, lo mejor es comprender al Dios supremo simplemente como “el que existe”, según lo que dijo Dios a Moisés en el pasaje de la zarca: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14). Los nombres que aparecen en la Biblia como “Dios” y “Señor” remiten respectivamente a sus facultades creadora y gobernadora. En cierto modo, Dios es “no sólo uno sino tres”, “esa es la razón por la que Dios se apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré bajo la figura de tres hombres” (Gn 18, 1-2).

El filósofo cristiano Justino identifica a la Sabiduría de Dios con la Palabra de Dios, e identifica a ambas con Cristo. Pablo llama a Cristo “fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co 1,24), “en él fueron creadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” (Col 1,16). De forma semejante, el evangelio de Juan identifica a Cristo como la palabra de Dios, por medio de la cual “todo fue hecho” (Jn 1, 1-3). Justino está de acuerdo con los gnósticos y con Filón en que el Dios supremo realmente es innombrable: títulos como Padre, Dios o Señor sólo remiten a lo que Dios hace, no a lo que es. El Dios supremo tiene un Hijo, “otro dios”, la Palabra que dota de orden al universo y revela el Dios supremo a los seres humanos (Diál. 55,1). El Padre y el Hijo son “distintos en número, pero no en mente” (Diál. 56, 11). Dios tiene otra emanación, el Espíritu (ver Brakke, 98-102). En la foto, Evangelio de Tomás (Cordon Press).

 

6. ALGUNOS ASPECTOS

Veamos algunos aspectos gnósticos que encontramos en los manuscritos de Nag Hammadi:

* Sobre el Génesis. En el Testimonio de la Verdad la serpiente del Génesis es venerada como el principio de la sabiduría que aporta la “gnosis” o conocimiento al hombre y a la mujer, el Señor les amenaza con la muerte, trata celosamente de impedir que alcancen el conocimiento y los expulsa del paraíso cuando lo alcanzan (TestVerd 45, 23-48-18).

A propósito del texto que dice: “Hagamos el hombre a nuestra imagen y semejanza”, “macho y hembra los creó” (Gn 1,26-27), varios grupos gnósticos sacan la conclusión de que el Dios a cuya imagen estamos hechos tiene que ser tanto masculino como femenino, tanto Padre como Madre. Un matiz: Valentín dice que Dios es esencialmente indescriptible, pero sugiere que la divinidad puede imaginarse como un cuerpo bivalente, consistente por una parte en el Inefable, el Profundo, el Padre Primero y, por la otra, en la Gracia, el Silencio, el Vientre y la Madre del Todo (Ireneo, Adversus haer I, 11,1).

Situados en una visión antigua del mundo, los gnósticos setianos explican que “cielo y tierra tienen una forma parecida al vientre”, “si alguien quiere investigar esto, que examine cuidadosamente el vientre preñado de cualquier criatura viviente y descubrirá una imagen de los cielos y de la tierra” (Hipólito, Refutationis omnium haaeresium, VI, 14).

Los gnósticos se consideran la descendencia de Set. Sin embargo, cualquiera puede convertirse en gnóstico o apostatar después. El texto titulado Allógenes, que significa  “de otra raza”, se refiere a la persona iniciada en la gnosis que se convierte en un “extraño” para el mundo. Allógenes explica su propio proceso espiritual: “Yo estaba muy turbado y me volví hacia mí mismo…Habiendo visto la luz que me rodeaba y el bien que había dentro de mí, me volví divino” (Allo. 52, 8-12). Allógenes tuvo una experiencia fuera del cuerpo y vio “poderes santos” que le ofrecían instrucción específica (ib., 59, 9-37). Después de la instrucción, el iniciado se sintió lleno de “revelación…recibí poder…conocía al Uno que existe en mí y al Poder Triple y a la revelación de su incontenibilidad” (ib., 60,37-61,8).

* El conocimiento de sí mismo. El famoso aforismo griego estaba inscrito en estaba inscrito en el frontón del templo de Apolo en Delfos: Conócete a ti mismo. La gnosis entraña un proceso de conocerse a sí mismo. Y conocerse a sí mismo es conocer la naturaleza y el destino humano. Según el maestro Teodoro, que escribe en Asia Menor hacía el 140-160, gnóstico es aquél que ha llegado a entender “quiénes éramos y en qué nos hemos convertido; dónde estábamos… hacia dónde nos apresuramos; de qué se nos está liberando; qué es el nacimiento y qué es el renacimiento” (Clemente de Alejandría, Excerpta ex Theodoro, 78,2). Conocerse a uno mismo, en el nivel más profundo, es conocer a Dios; el yo y lo divino son idénticos. Este es el secreto de la gnosis.

El Apócrifo de Juan contempla un conflicto en el interior de los seres humanos entre el “espíritu de vida”, que tiene su origen en el pléroma, y el “espíritu contrahecho”, que crean los arcontes para extraviar a los hombres. Los seres humanos que caen víctimas del espíritu contrahecho no mueren para siempre, sino que sus almas se reencarnan, quizás en múltiples ocasiones, hasta que alcanzan el conocimiento y la salvación. Solamente los apóstatas, “aquellas almas que han tenido conocimiento y luego se han desviado” parecen destinadas al castigo eterno (ApJn II, 25,16-27,31).

Esta enseñanza, ¿no parece más oriental que occidental? Algunos estudiosos han sugerido que si se cambiasen los nombres, el “Buda vivo” podría decir lo que el Evangelio de Tomás atribuye al Jesús vivo. ¿Pudo la tradición hindú o budista influir en el gnosticismo? Edward  Conte, el estudioso británico del budismo, sugiere que sí: “Los budistas estuvieron en contacto con los cristianos de Tomás (es decir, los cristianos que conocían y utilizaban escritos como el Evangelio de Tomás) en el sur de la India”.

* El inconsciente. El mito gnóstico atrajo al psicoanalista suizo Carl Gustav Jung (1875-1961) Para él expresaba “la otra cara de la mente”. Como dice el gnóstico Valentín, todas las cosas tienen su origen en “la profundidad”, en el “abismo”, o dicho en términos de psicología profunda, en el inconsciente.

Jung fue durante cuatro años colaborador de Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis. La interpretación de los sueños (1900), que constituye el lenguaje más inmediato del inconsciente, marca la “hora del nacimiento de psicoanálisis”, es  “la vía regia del conocimiento del inconsciente”. Siendo el ser humano de naturaleza libidinal, es decir, un tejido de deseos y de deseos de placer, los sueños son “cumplimientos encubiertos de deseos reprimidos”.  Para Freud el inconsciente es personal. Para Jung es también colectivo. El inconsciente incluye “todos aquellos contenidos o procesos psíquicos que no son conscientes, es decir, que no están de modo perceptible referidos al yo”. La libido no es sólo deseo sexual: “Designo con el término libido la energía psíquica. Energía psíquica es la intensidad del proceso psíquico, su valor psicológico” (Tipos psicológicos II, pp. 255 y 267).

El inconsciente se expresa “en forma de sueño numinoso que presenta una estructura idéntica a la de los mitos, los complejos religiosos y las representaciones arcaicas y tradicionales de los grandes poderes que rigen la vida de la Naturaleza, de la Historia y del individuo en sus dimensiones más profundas”. El hecho de “que en nuestra sociedad actual, una secretaria, un viajante de comercio, un técnico o un joven profesional…gentes sin formación ni información alguna mitológica, esotérica, filosófica o literaria antigua o medieval, sin sensibilidad para estos mundos sumergidos ni contacto alguno con ellos, vayan produciendo en sus sueños, paso a paso, las imágenes, constelaciones simbólicas y rituales de los procesos iniciáticos y de las religiones arcaicas, carece de explicación aparente. Y no se trata de meras analogías formales que pudieran provenir de simples coincidencias, pues la fidelidad iconográfica es tal que ni falta ni sobra detalle, ni siquiera en el número (tríada, tetraktys, ogdoada, dodekada, heptada, enneada, etc)”, “toda la simbología gnóstica del Pleroma” (Cencillo, 131-133).

En el libro Psicología y Alquimia (1943) reconoce Jung su propia gnosis: “El lector no debe sorprenderse de que mi exposición suene como un mito gnóstico. Aquí nos movemos precisamente en ese dominio psicológico en que tiene sus raíces la gnosis. La enunciación del símbolo cristiano es gnosis y la compensación del inconsciente lo es aún más. El mito constituye el lenguaje más apropiado para expresar estos procesos psíquicos; ninguna formulación intelectual puede, ni siquiera aproximadamente, alcanzar la plenitud y la fuerza expresiva alcanzada por las imágenes míticas” (p. 36).

La cura es proceso de individuación: “Individuación significa conversión en individuo, y, si por individualidad entendemos nuestra más íntima particularidad o singularidad última e incomparable, conversión en sí-mismo” (El yo y el inconsciente, p.129). En la foto, Textos gnósticos I.

* El movimiento gnóstico compartía ciertas afinidades con los métodos contemporáneos de exploración de la psique a través de técnicas psicoterapéuticas. Estas palabras se atribuyen a Jesús en el Evangelio de Tomás: “Si sacas lo que está dentro de ti, lo que saques te salvará. Si no sacas lo que está dentro de ti, lo que no saques te destruirá”  (EvTo 45, 30-33; Pagels, 16-38 y 176-185).  

Los maestros gnósticos solían reservarse su instrucción secreta, compartiéndola sólo verbalmente, para asegurarse de que cada candidato fuese apto para recibirla. Según Tertuliano, “primero acosan todo acceso a su grupo con condiciones atormentadoras; y requieren una larga iniciación antes de admitir a sus miembros, incluso instrucción durante cinco años para sus estudiantes adeptos, de modo que puedan educar sus opiniones mediante esta suspensión del conocimiento pleno y, al parecer, elevar el valor de sus misterios en proporción con el anhelo de las mismas que hayan creado. Luego sigue la obligación del silencio” (Adversus valentinianos, 1).

* El Evangelio de María Magdalena. En el Evangelio de María, ésta cuenta lo que le ha revelado el Salvador en una visión a través de la mente. Andrés manifiesta no creer lo que el Salvador ha dicho, pues ciertamente estas enseñanzas son “ideas extrañas”. Pedro se muestra de acuerdo con Andrés y se mofa de que haya visto realmente al Señor en su visión. María, llorando, dijo a Pedro: “Pedro, hermano mío, ¿qué piensas? ¿Piensas que esto lo he inventado yo misma en mi corazón? ¿Piensas que miento acerca del Salvador?”. Levi le dice a Pedro: “Si el Salvador la ha hecho digna, ¿quién eres tú para rechazarla?” (EvMa 18,1-12).

El Evangelio de Felipe habla de la rivalidad entre los dos discípulos masculinos y María Magdalena, a la que presenta como la compañera más íntima de Jesús, símbolo de la Sabiduría divina: “La compañera del Salvador es María Magdalena. Pero Cristo  la amaba más que a todos los discípulos y solía besarla a menudo en la boca. El resto de los discípulos se sentía ofendido por ello…Le decían: ¿Por qué la amas más que a todos nosotros? El Salvador contestó diciéndoles: ¿Por qué no os quiero como la quiero a ella?” (EvFe 63,32-64,5).

En el Evangelio de Tomás, Pedro dijo a los discípulos: “Que María nos deje, pues las mujeres no son dignas de la Vida”. Jesús dijo: “Yo mismo la conduciré, con el fin de hacerla masculina, para que también ella pueda convertirse en un espíritu viviente, parecido a vosotros los varones. Porque toda mujer que se haga a sí misma masculina entrará en el Reino de los Cielos” (EvTo 51,19-26).  

* La resurrección. Los gnósticos la interpretan de varias maneras. En el Tratado sobre la resurrección se afirma lo siguiente: “El corion del cuerpo es la vejez; y tú eres corrupción. Tienes el desgaste como una ganancia. En efecto, no entregarás lo mejor, cuando te vayas”. El corion es una de las membranas que envuelven el feto. Así como el feto se desprende de esta membrana al nacer, el hombre se desprende de su cuerpo envejecido. Orígenes aduce la misma imagen (Contra Celso, VII, 32). Se añade: “Los miembros visibles que están muertos, no serán salvados, pues (sólo) los miembros vivientes que están en ellos van a resucitar”, la resurrección “es la manifestación, en un momento dado, de los que resucitaron. Pues si recuerdas, leyendo el evangelio, que Elías apareció, y Moisés con él, no pienses  que la resurrección es una ilusión. No es una ilusión, sino es verdad” (Trat.Res 47,20-48,10).

Algunos dicen que la persona que experimenta la resurrección no se encuentra con Jesús vuelto físicamente a la vida, sino más bien se encuentra a Cristo en un nivel espiritual. Tanto Lucas como Marcos relatan que Jesús apareció “bajo otra figura” (Mc 16,12; Lc 24, 13-32), no bajo su figura terrenal, a los dos discípulos iban camino de Emaús  Pablo califica la resurrección de “misterio”, la transformación de la existencia física en la espiritual (1 Co 15, 35-44). Hay que decir a este respecto que el propio Catecismo de la Iglesia Católica afirma que Jesús “no volvió a una vida terrenal”. Del mismo modo, a semejanza de Jesús, todos resucitan en “cuerpo de gloria” (Flp 3,21), en “cuerpo espiritual”  (1 Co 15,44; n. 999).

Los gnósticos hacen de Pablo un creyente suyo. Lo consideran “nuestro hermano Pablo”, “el gran discípulo de la resurrección”, él tuvo en el camino de Damasco la gran experiencia de la resurrección de Jesús, el gran “conocimiento” que lo transforma espiritualmente. Pablo, refiriéndose a sí mismo, dice que “fue arrebatado hasta el tercer cielo, si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé”. Allí oyó “palabras inefables que el hombre no puede pronunciar” (2 Co 12,2-4). El gnóstico Valentín decía que la enseñanza secreta de Pablo él la había recibido de Teudas, uno de los discípulos de Pablo. Para los gnósticos, la interpretación literal de la resurrección es la “fe de los necios”. La resurrección simboliza el modo en que la presencia de Cristo podía experimentarse en el presente.

En el Evangelio de Felipe se afirma: “Los que dicen que primero morirán y luego resucitarán están en un error” (EvFe 73, 1-3). El gnóstico “resucita” en el momento de la iluminación, la resurrección es “la verdad de lo que se mantiene firme”, “la revelación de lo que es”, “la transformación de las cosas y una transición hacia la novedad. Pues la incorruptibilidad desciende sobre la corrupción y la luz se vierte sobre la oscuridad, absorbiéndola”  (TratRes 48, 31-49,2). Es verdad que la luz del Evangelio supone una resurrección en el sentido de una nueva vida: “Si habéis resucitado con Cristo, dice Pablo, buscad las cosas de arriba” (Col 3,1). No obstante, conviene recordar lo que se dice en la segunda Carta a Timoteo: algunos, como Himeneo y Fileto, “se han desviado de la verdad al afirmar que la resurrección ya ha sucedido” (2 Tm 2,17-18).

La interpretación literal de la resurrección de los cuerpos cumple también una función “política” esencial. En el plazo de 170 años, la organización eclesial se convierte en “una jerarquía de tres rangos: obispos, sacerdotes y diáconos”. A partir del siglo II sirve “para validar la sucesión apostólica de obispos, base de la autoridad pontificia hasta nuestros días”, “los cristianos gnósticos que interpretan la resurrección de otras maneras tienen menos derecho a la autoridad: cuando pretenden tener prioridad sobre los ortodoxos, se les denuncia por herejes”. Los evangelios de Marcos y de Juan (Mc 16,9 y Jn 20, 11-17) nombran a María Magdalena, no a Pedro, como el primer testigo de la resurrección. Pero las iglesias ortodoxas, cuyo origen se remonta a Pedro, crean la tradición según la cual Pedro fue el “primer testigo de la resurrección” y, por consiguiente, “el líder legítimo de la Iglesia” (Pagels, 44-55).

* El ascenso espiritual. En el Discurso sobre La Ogdóada y la Enéada el maestro enseña al discípulo que ambos deben rezar para que el discípulo pueda alcanzar los niveles más altos, “el octavo y el noveno”. Ya ha pasado por los siete primeros gracias al esfuerzo moral y a la dedicación, pero el discípulo debe ir más allá del conocimiento experimentado por otro. Entonces los dos se unen en una plegaria al Dios perfecto, invisible, al que uno habla en silencio. La plegaria deja paso a un cántico de palabras y vocales sagradas: “Zoxathazo a oo ee ooo eee oooo ee oooooooooooo oooooo uuuuuu oooooooooooo ooo Zozazoth” (Discurso 57, 3-11). Finalmente, el maestro da instrucciones al discípulo para que recoja las experiencias en un libro con el fin de guiar a los otros que avanzarán “en la comprensión del octavo que revela al noveno” (Discurso 63, 9-14; Pagels 189-190).

El maestro Marsanes informa de su ascenso espiritual después de su muerte. El tratado no es cristiano. Pertenece a la corriente platónica. Zostriano narra en su escrito que “por medio del conocimiento” supo apartarse de lo material y aproximarse a las realidades espirituales, dedicándose a un programa de ascesis, estudio filosófico y enseñanza (Zos. 1, 10-27). Este programa es necesario y, a la vez, insuficiente. El “ángel del conocimiento” se aparece a Zostriano y le invita a atravesar los ámbitos inferiores y a ascender al pléroma. Abandonando su cuerpo material, se embarca en una nube luminosa, emprende un viaje de ascenso y conoce niveles de la realidad cada vez más complejos hasta llegar a Barbeló. En el culmen de su viaje, trata de comprender al Espíritu invisible, pero este acto es descrito como “temerario” (Zos. 128,19-129,1). Como en la mística platónica, el conocimiento supremo del Espíritu invisible ha de venir no por la iniciativa humana, sino “de repente”, como un don.

* Los sacramentos. Uno de los rasgos más distintivos de los gnósticos es su ritual de bautismo, que incorpora a una persona a la simiente de Set y facilita el ascenso a la contemplación de lo divino. En el Apócrifo de Juan, la Intelección describe cómo ha salvado a los seres humanos que estaban “en la prisión del cuerpo”, inconscientes de su origen y su destino divinos. Llama a una persona de un “sueño profundo”. En el momento culminante proclama: “Yo lo he despertado y lo he sellado en la luz del agua de los cinco sellos, para que a partir de ahora la muerte no tenga poder sobre él” (ApJn 31, 3-25). En el Pensamiento trimorfo los cinco sellos aparecen como “glorificación, entronización, imposición de la túnica, bautismo y conversión en luz” (PenTr 45, 13-20; Brake, 121-129).

En el Evangelio de Felipe, la sentencia 68 enumera cinco sacramentos: bautismo, unción, eucaristía, redención y matrimonio (cámara nupcial). Ideal último del gnóstico es la conjunción de la “imagen” (semilla del espiritual o del pneumático como elemento femenino) con su “ángel” (elemento masculino). Esta unión se consuma mediante el sacramento de la “cámara nupcial”. Los gnósticos distinguen entre los “pneumáticos” y los “psíquicos”, es decir, los que están iniciados y los que no lo están. Según Ireneo, se consideran a sí mismos “maduros”, para que nadie pueda compararse con ellos, “se imaginan que ellos mismos han descubierto más que los apóstoles”, que “se encontraban todavía bajo la influencia de las opiniones judías” (Adversus haer. I, 13, 6).  La distinción también aparece en San Pablo: el primer hombre fue hecho “alma viviente”, el último “espíritu que da vida”, “no es lo espiritual lo que primero aparece sino lo natural” (1 Co 15, 45-46). Y en la carta a los gálatas escribe: “Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre” (Ga 6,1). En la foto, Textos gnósticos II.

* El experto español Aurelio de Santos Otero precisa lo siguiente. Los textos gnósticos pueden ser evangelios apócrifos, pero no necesariamente. Hay “toda una serie de escritos de idéntica procedencia a los que por diversos motivos –con frecuencia de carácter aleatorio-  ha venido a darse el título de evangelios (por ejemplo, Evangelio de Felipe, de los Egipcios, de la Verdad, etc), sin que sean en realidad otra cosa que tratados esotéricos de iniciación gnóstica”. Por ejemplo, el Evangelio de Tomás no es evangelio apócrifo, pues “en él falta en absoluto el elemento narrativo” (Santos Otero, XX y 681).    

 

7. LA GNOSIS DE LOS ESPIRITUS

Una variante moderna del mito gnóstico aparece en la obra de Allan Kardec (1804-1869), que sistematiza la doctrina del espiritismo, la gnosis de los espíritus. Su verdadero nombre es Hipólito León Denizard Rivail. El pseudónimo viene del hecho de que se consideraba reencarnación del druida Kardec, sacerdote de los antiguos celtas en tiempos de Julio César. En su libro El Génesis encontramos algunos principios del espiritismo, que recuerdan la filosofía platónica:

* En primer lugar, el dualismo: “Dos elementos, o si se quiere, dos fuerzas rigen el Universo: el elemento espiritual y el elemento material”, “al demostrar el Espiritismo la existencia del mundo espiritual y sus relaciones con el mundo material, da la clave de multitud de fenómenos no comprendidos y por eso considerados como inadmisibles por cierta clase de pensadores. Estos hechos abundan en las Escrituras” (p.9).

La ciencia “tiene por objeto el estudio de las leyes del principio material”, “el objeto del Espiritismo es el conocimiento de las leyes del principio espiritual”, “el Espiritismo y la ciencia se completan mutuamente”, “la ciencia sin el Espiritismo es impotente para explicar ciertos fenómenos por la leyes solas de la materia”, “a su vez el Espiritismo sin la ciencia, careciendo de apoyo y comprobación, podría engañarse”, “si el Espiritismo hubiese venido antes de los descubrimientos científicos, hubiese sido un aborto, como todo lo que viene antes de tiempo” (p. 23).

Papel de la ciencia: “El hombre ha sido impotente para resolver el problema de la creación hasta el momento en que la ciencia le ha dado la clave. Ha sido preciso que la Astronomía le abriese las puertas del espacio infinito…, que la Física le revelara las leyes de la gravitación, del calor, de la luz y de la electricidad…, que la Química le enseña las transformaciones de la materia, y la Mineralogía las materias de que se compone la corteza del globo; que la Geología le enseñara a leer en las diferentes capas terrestres la formación de este mismo globo; la Botánica, la Zoología, la Paleontología, la Antropología debían iniciarle en la filiación y en la sucesión de los seres orgánicos. Con la Arqueología ha podido seguir los pasos de la humanidad a través de las edades”, “la ciencia ha abierto el camino a través del vetusto edificio de las antiguas creencias. Todo ha cambiado entonces de aspecto. Una vez encontrado el hilo conductor, las dificultades se han desvanecido, y en vez de un Génesis imaginario, se ha tenido un Génesis positivo y, en cierto modo, experimental: los horizontes del Universo se han extendido a lo infinito: se ha visto que la tierra y los astros se forman gradualmente según las leyes eternas e inmutables, que revelan mejor el poder y la sabiduría de Dios que una creación milagrosa salida de un golpe de la nada, como un cambio de decoración por una idea súbita de la divinidad después de una eternidad de inacción y de soledad incomprensibles"  (pp. 90-91).

* Preexistencia del alma y reencarnación: “Con la preexistencia y la reencarnación, el hombre, al renacer, trae el germen de las pasadas imperfecciones y de los defectos que aún no ha corregido, los cuales se traducen por sus instintos nativos, y por sus propensiones para tal o cual vicio. Aquí está su verdadero pecado original, cuyas consecuencias sufre naturalmente; pero con la diferencia capital de que lleva la pena de sus propias faltas y no la de la falta cometida por otro” (p. 34).

Animalidad y humanidad: “La verdadera vida del animal, lo mismo que la del hombre, no está en su envoltura corporal, que no es sino su vestidura: reside en el principio inteligente, que precede y sobrevive al cuerpo”, “en los seres inferiores de la creación, en los que no existe el sentido moral y en los que la inteligencia no ha reemplazado al instinto, la lucha no puede tener otro móvil que la satisfacción de una necesidad material. Una de las necesidades materiales más imperiosas es la de la alimentación: luchan, pues, únicamente para vivir, es decir, para coger o defender una presa, porque no pueden ser estimulados por otro móvil más elevado. En este periodo de la existencia es cuando el Espíritu se va formando y se ensaya en los afanes de la vida, hasta que alcanzado el grado de desarrollo necesario para su transformación, recibe de Dios nuevas facultades: el libre albedrío y el sentido moral, la centella divina” (pp. 86-88).

* Dios es “la causa primera de todas las cosas”, “todo efecto ordenado debe proceder de una causa inteligente”, “la existencia del reloj atestigua la existencia del relojero”, “la existencia de Dios, es, por lo tanto, un hecho demostrado, no sólo por la revelación, sino también por la evidencia material de los hechos”. La naturaleza divina: “No es dado al hombre sondear la naturaleza íntima de Dios. Temerario empeño sería el de quien pretendiera levantar el velo que lo oculta a nuestra vista: nos falta aún el sentido necesario para ello, el cual no se adquiere sino con la completa purificación del Espíritu. Pero si no se puede penetrar su esencia, dada su existencia como premisa, se puede por el raciocinio, llegar al conocimiento de sus atributos necesarios, porque viendo lo que no puede menos de ser in dejar de ser Dios, se deduce lo que debe ser”. Dios es “la soberana y suprema inteligencia, único, eterno, inmutable, omnipotente, soberanamente justo y bueno, e infinito en todas sus perfecciones; y no puede ser otra cosa”. Kardec asume también el concepto de Providencia: “Por Providencia se entiende el amor de Dios a todas sus criaturas. Dios está en todas partes, lo ve todo, preside a todo, aun a las más pequeñas y al parecer insignificantes cosas”.

El hombre es “un mundo pequeño, cuyo director es el Espíritu y cuyo principio dirigido es el cuerpo”, “fenómeno análogo tiene lugar entre Dios y la creación. Dios está en todas las partes del cuerpo. Todos los elementos de la creación están con él en relación constante, como todas las partes del cuerpo humano están en contacto inmediato con el ser espiritual” (pp. 55-67).  

El espiritismo da “la clave de una multitud de fenómenos incomprensibles hasta entonces por haber faltado la ley que les rige; fenómenos que niega el materialista porque se refieren a la espiritualidad, pero que otros los califican de milagros o sortilegios, según las creencias. Tales son, entre otros, los fenómenos de doble vista, de la vista a distancia, del sonambulismo natural y artificial, de los efectos psíquicos de la catalepsia y de la letargia, de la presciencia, de los presentimientos, de las apariciones, de las transfiguraciones, de la transmisión del pensamiento, de la fascinación, de las curaciones instantáneas, de las obsesiones y posesiones, etc” (pp. 35-36).

El espiritismo, dice Kardec, “muy lejos de negar o destruir el Evangelio, viene, por el contrario, a confirmar, explicar y desarrollar, por las nuevas leyes de la naturaleza que revela, todo lo que hizo y dijo  Jesús”, “derrama luz sobre los puntos oscuros de sus enseñanzas”, Cristo “no es ya un filósofo, es un Mesías divino”, “el Espiritismo realiza todas las promesas de Cristo, considerándolo como el Consolador anunciado” (pp. 36-37),  “los Espíritus no enseñan otra moral que la de Cristo, porque no hay otra mejor”, “fue enseñada quinientos años antes por Sócrates y Platón, y en términos casi idénticos” (p. 48). En la foto, Textos gnósticos III.

La doctrina espiritista es “el resultado de la enseñanza colectiva y concordante de los Espíritus”, “sólo así puede titularse doctrina de los Espíritus, pues de otro modo no sería sino la doctrina de un Espíritu y no tendría otro valor que el de una opinión personal”, “pueden instruirnos después de su muerte, como durante su vida lo hicieron. Son invisibles en vez de ser visibles: he aquí la única diferencia” (pp. 10-11 y 49).

Kardec presenta el espiritismo como una revelación: “Actualmente se está cumpliendo una importante revelación; tal es la que nos pone de manifiesto la posibilidad de entrar en comunicación con los seres del mundo espiritual. No es nuevo este conocimiento, seguramente; pero también es cierto que hasta nuestros días ha permanecido hasta cierto punto en estado de letra muerta, es decir, sin provecho para la humanidad” (pp. 18-21), “la ciencia hace conocer cierta leyes, y el Espiritismo hace conocer otras; unas y otras son indispensables para la inteligencia de los textos sagrados de todas las religiones, desde Confucio y Buda hasta el Cristianismo”, “el Espiritismo, tomando su punto de partida en las mismas palabras de Cristo, como Cristo tomó el suyo en las de Moisés, es una consecuencia directa de su doctrina” (p.30).

El espiritismo es “la tercera gran revelación”. La primera es la de Moisés: “Moisés, como profeta, reveló a los hombres el conocimiento de un Dios único, soberano señor y creador de todas las cosa; promulgó la ley del Sinaí y echó los fundamentos de la verdadera fe”.

La segunda gran revelación es la de Cristo: “Cristo, tomando de la antigua ley lo que es eterno y divino, y rechazando lo que sólo era transitorio, puramente disciplinario y de concepción humana, añadió la revelación de la vida futura, de la que Moisés no había hablado, la de las penas y recompensas que aguardan al hombre después de la muerte”, “la parte más importante de la revelación del Cristo, en el sentido de que es la fuente primera, la piedra angular de toda su doctrina, está en el punto de vista, completamente nuevo, bajo el cual nos presenta a la divinidad. No es ya el Dios terrible, celoso y vengativo de Moisés, el Dios cruel y despiadado que riega la tierra con sangre humana, que ordena la matanza y el exterminio de los pueblos, sin exceptuar las mujeres, los niños y los ancianos”.

La tercera gran revelación “es colectiva en el sentido de que no ha sido hecha por privilegio de nadie, y que, por consiguiente, nadie puede llamarse el profeta exclusivo”, “ha sido hecha simultáneamente sobre toda la tierra, a millones de personas, de todas las edades, de todos los tiempos y de todas las condiciones, desde lo más bajo hasta lo más alto de la escala social, según aquella predicción referida por el autor de los Hechos de los Apóstoles: En los postreros días, dice el Señor, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne: vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos tendrán sueños” (pp. 26 y 38).

* La reencarnación aparece en religiones orientales, como el hinduismo y el budismo. Es asumida por filósofos griegos como Pitágoras y Platón. En la actualidad sectas esotéricas y espiritistas siguen esta creencia: el alma sobrevive a la muerte y posteriormente vuelve a entrar en otro cuerpo vivo, humano o no, tantas veces como haga falta.

Según el historiador Diodoro de Sicilia (s. I a.C.), el filósofo griego Pitágoras (hacia 569-475 a.C.) creía en la reencarnación: “consideraba el consumo de carne como algo abominable, diciendo que las almas de todos los seres vivos pasaba después de la muerte a otros seres vivos. Y en cuanto a sí mismo, solía manifestar que recordaba haber estado en Troya en los tiempos de Euforbo, hijo de Panthus, que fue asesinado por Menelao”, legendario rey de Esparta y héroe de la guerra de Troya (Biblioteca Histórica 10.6.1).

El filósofo griego Platón (hacia 447-344 a.C.) también cree en la reencarnación. El alma se halla encarcelada en el cuerpo y debe reencarnarse hasta llegar a purificarse totalmente. En su obra Fedro escribe que el alma, según el descubrimiento de la verdad que haya alcanzado, nacerá en un tipo de cuerpo o en otro: “Toda alma que, habiendo entrado en el séquito de la divinidad, haya vislumbrado alguna de las verdades, quedará libre de sufrimiento hasta la próxima revolución”, “dicha alma no será plantada en ninguna naturaleza animal en la primera generación, sino que aquella que haya visto más lo será en el feto de un varón que haya de ser amante de la sabiduría, o de la belleza, o un cultivador de las musas”, “en todas estas encarnaciones, el que haya llevado una vida justa alcanza un destino mejor; el que haya vivido en la injusticia, uno peor” (Fernández, 220).

El espiritismo interpreta el pasaje de la venida de Elías (Mt 17, 12-13) en clave de reencarnación: "Como no podía volver sino con un cuerpo nuevo, es la consagración formal del principio de la pluralidad de las existencias". En clave de reencarnación se interpreta también el pasaje en que Jesús promete a los discípulos el don del Espíritu. "Os guiará a la verdad completa" (Jn 16, 13). De este modo, dice Kardec, Jesús proclama implícitamente la necesidad de la reencarnación: "¿Cómo aquellos hombres podrían aprovecharse de la enseñanza más completa que ulteriormente había de darse, …si no habían de revivir?" (pp. 383-387).

* Otros aspectos del espiritismo aparecen en el libro de Ted Andrews que lleva por título “Guías espirituales”. Los guías espirituales o espíritus guía son muy diversos: humanos, vivos o difuntos, y no humanos, ángeles, devas, espíritus de la naturaleza y animales totémicos. Se aconseja lo siguiente: "pregúntele a los guías su nombre ya que ayuda a personalizar la relación. Confíe en el primer nombre que capte”, “no es inusual que el nombre que le den no sea el verdadero", "algunos se presentarán a usted a través de colores o fragancias", también de sonidos, susurros y voces, "se han registrado muchos casos de posesión", aunque, dice el autor, “personalmente no he encontrado ninguno”, para lograr "una mayor energía y percepción espiritual" no se requiere "una impecable moralidad". Se practica la acupresión, que incluye masaje y presión sobre los puntos tradicionales de la acupuntura china. Las fragancias (hierbas, aceites, incienso) "son uno de los medios más efectivos de alterar la conciencia, de propiciar el contacto con los espíritus y de ayudar en la meditación". Se usan diversas herramientas: péndulos, numerología, astrología, cartas del tarot (pp. 24-26, 35-37, 51-62).

El 29 de diciembre de 1993, en el programa "Todo es posible" de la primera cadena de la TV francesa, el presentador J.M. Morandini se recostó en un diván y siguió las indicaciones que se le hacían por medio de una voz tranquila similar a la que usan los hipnotizadores. Primero adoptó una posición fetal, encogiéndose sobre sí mismo y después se estiró. Una vez que hubo recuperado la conciencia, declaró haber tenido la sensación de encontrarse en el campo, encarnando el papel de un campesino. Los estudios actuales sobre hipnosis ponen de relieve que todo lo que se ha vivido en estado de hipnosis adquiere un alto grado de realidad, incluso cuando solamente haya sido sugerido.

* La Biblia prohíbe las prácticas mágicas y espiritistas: “No ha de haber en ti nadie... que practique adivinación, astrología, hechicería o magia, ningún encantador ni consultor de espectros o adivinos, ni evocador de muertos” (Dt 18,11), “adivinaciones, augurios y sueños vanas cosas son, como fantasías de corazón de mujer en parto. A menos que te sean enviadas por el Altísimo en visita, no abras tu corazón a estas cosas. Que a muchos extraviaron los sueños, y cayeron los que en ellos esperaban” (Eclo 34,5-7).

Cuando Jesús pregunta a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo?, ellos responden: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado” (Lc 9, 19; 9,7-8). La gente confunde resurrección y reencarnación. Sin embargo, Jesús anuncia la resurrección, no la reencarnación: “los muertos resucitan”, “son como ángeles”, “son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección”, Dios “no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos viven" (Lc 20,35-38). Pablo es tajante: Cristo resucitó y los muertos resucitan, “se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (1 Co 15,44). Somos los mismos y en plenitud. Está en juego lo fundamental del Evangelio: “Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe” (15,16-17).

* Jung se interesó por el espiritismo. Comenta Ramón Sarró en su Estudio Preliminar: “En dos ocasiones se produjeron en su propia casa fenómenos de carácter ‘espiritista’: se oyeron ruidos y se rompieron algunos objetos sin que pudiera hallarse una explicación razonable. Durante los dos años siguientes estudió a una ‘medium’, una muchacha de dieciséis años que murió tuberculosa poco más tarde. A pesar de que Jung pudo comprobar que la ‘medium’ recurrió en algunos casos a fraudes, no por ello dejó de considerar que se trata de fenómenos dignos de estudio” (El Yo y el inconsciente, p. 7). Jung hizo su tesis doctoral sobre la psicología y patología de los así llamados fenómenos ocultos. En 1919 dio una conferencia en la Sociedad Británica para la Investigación Psíquica sobre “La base psicológica de la creencia en los espíritus”. Definió los espíritus como “complejos autónomos inconscientes que aparecen como proyecciones porque no tienen asociación directa con el ego”, pueden ser “fantasías patológicas”, pero también “algo nuevo y desconocido”.

 

8. EL MITO DE JUNG

En el prólogo a la cuarta edición de su obra Símbolos de transformación (1948), Jung reconoce la necesidad de  reelaborar la obra que escribió en 1911: “Tiempo ha que sabía yo de la necesidad de proceder a una reelaboración de esta obra que escribí hace treinta y siete años”, “me asaltaba el presentimiento de que el mito tenía un sentido que necesariamente echaría yo de menos si pretendiera vivir fuera de él en la niebla de la propia especulación”, “me sentía acosado a preguntarme muy en serio: ¿Cuál es el mito que tú vives?”, “no sabía que vivía un mito”, “de ahí resultó naturalmente la resolución de aprender a conocer mi mito, y consideré que esa era la misión por antonomasia, pues –me dije- ¿cómo podría tener en cuenta frente a mis pacientes mi factor personal, mi ecuación personal, tan indispensable para el conocimiento del otro, si no tuviera conciencia de él? Era preciso, pues, que yo supiera qué mito inconsciente y preconsciente me había configurado”, “se imponía la incorporación a la obra de muchas cosas que sólo descubrí unas décadas después” (pp. 15-17).

* Presunción intelectual. En su libro Los complejos y el inconsciente (1944), Jung denuncia la presunción que supone la concepción de una psicología sin alma: “En la segunda mitad del siglo XIX se asiste al nacimiento de una psicología sin alma. Bajo la influencia del materialismo científico, todo lo que no puede verse con los ojos ni aprehenderse con las manos se pone en duda y, hasta sospechoso de metafísico, se vuelve comprometedor”, “la metafísica del espíritu, a lo largo del siglo XIX, tuvo que ceder el puesto a una metafísica de la materia; intelectualmente hablando, esto no es más que un giro caprichoso, pero desde el punto de vista psicológico significa una revolución inaudita en la visión del mundo”, “estas dos explicaciones son igualmente lógicas, igualmente metafísicas, igualmente arbitrarias e igualmente simbólicas”, “no se puede jugar contra el espíritu de la época, pues constituye una religión, más aún, una confesión o un credo, cuya irracionalidad no deja nada que desear”.

En nuestro tiempo, el espíritu es concebido como un “epifenómeno de la materia”, “todo contribuye a esta concepción, incluso cuando en lugar de hablar de espíritu se dice psique, y en vez de materia el cerebro, las hormonas, los instintos, las pulsiones“, “hemos descubierto hoy que nuestros antepasados se abandonaban a una presunción intelectual arbitraria: suponían que el hombre posee un alma sustancial, de naturaleza divina y, por consiguiente, inmortal”, “pero nuestra conciencia contemporánea no ha descubierto todavía que es igualmente presuntuoso y fantástico admitir que la materia es, de un modo natural, generadora del alma”, “si tuviéramos conciencia del espíritu de nuestro tiempo y un mayor sentido histórico, comprenderíamos que si damos preferencia a las explicaciones basadas en el orden físico es porque en el pasado se recurrió de un modo abusivo al espíritu”  (pp. 9-15).

* Puede sorprender que se establezca una relación entre el simbolismo onírico individual y la alquimia de la Edad Media. Por ello Jung hace “una introducción al simbolismo de la alquimia en sus relaciones con el cristianismo y con el gnosticismo”. Lo que se expresa en el simbolismo alquímico es el problema del desarrollo de la personalidad, es decir, del “proceso de individuación”.  

En el libro “Psicología y Alquimia” (1943) Jung describe la situación del hombre occidental: “El hombre occidental está hechizado por millares de cosas; ve lo individual, está atado a su yo y a los objetos y no tiene conciencia de las profundas raíces del ser”, “el hombre oriental vive el mundo de las cosas individuales y hasta su yo como un sueño, y está arraigado esencialmente en el fondo primario, que lo atrae con tanta fuerza que convierte su correspondencia con el mundo en algo tan relativo que a menudo nos resulta incomprensible”, “en el occidental, el valor del sí-mismo desciende a cero. De ahí proviene la general subestimación del alma en Occidente. Quien habla de la realidad del alma, se ve acusado de psicologismo”, “pensar que una experiencia religiosa es un proceso psíquico, raya en la blasfemia”; porque –argumentan muchos- una experiencia religiosa no es solamente psicológica”, “así habla y piensa en verdad el hombre occidental, cuya alma es manifiestamente insignificante, sin valor. Si valiera algo, se hablaría de ella con respeto”.

En el fondo, el Occidente es pagano: “Puede darse el caso de que un cristiano que crea en todas las figuras sagradas, en lo íntimo de su alma permanezca intacto y sin desarrollo, porque Dios está todo fuera de él y no se manifiesta como experiencia en el interior del alma. Sus motivos determinantes, sus impulsos decisivos y sus intereses le brotan de un alma inconsciente y no desarrollada, que es más pagano y más arcaica que nunca, pero en modo alguno surgen de la esfera del cristianismo”, “los grandes acontecimientos de nuestro mundo, que son queridos y provocados por los hombres, no respiran el espíritu del cristianismo, sino el del más crudo paganismo”, “la cultura cristiana se ha manifestado vacía en un grado que espanta: es puro barniz exterior; en cambio, el hombre interior quedó intacto y sin experimentar cambio alguno”, “en su interior gobiernan más que nunca divinidades arcaicas”.

* Dimensión religiosa de la personalidad: “La educación cristiana hizo lo humanamente posible, pero no bastó. Demasiado pocos son los hombres que experimentaron que la figura divina constituía la más íntima propiedad de su alma”, “las misiones cristianas predican el Evangelio a los pobres paganos; mas los paganos interiores que pueblan a Europa, aún no oyeron hablar de cristianismo. El cristianismo tiene necesariamente que volver a empezar desde el principio, si aspira a cumplir su elevada misión educativa. Mientras la religión continúe siendo sólo una creencia en una forma exterior, y mientras la función religiosa no se convierta en una experiencia del alma, no habrá ocurrido nada esencial”.

El “gran misterio” no existe sólo en sí mismo, se funda también y principalmente en el alma humana: “El que no sepa esto por experiencia podrá ser un hombre sumamente docto en teología, pero no tiene la menor idea de lo que es la religión, y menos aún la educación del hombre. Mas, cuando demuestro que el alma, por su naturaleza, posee una función religiosa, y cuando postulo que la misión más elevada de toda educación (me refiero a la de los adultos) consiste en llevar a la conciencia ese arquetipo de la imagen de Dios, o bien sus irradiaciones y efectos, es precisamente cuando la teología me toma de un brazo y me acusa de psicologismo”, “se me ha reprochado que yo deificaba el alma, ¡no fui yo sino Dios quien la deificó!, “no fui yo quien inventó una función religiosa del alma, sino que sencillamente presenté los hechos que muestran que el alma es naturalmente religiosa”, “en su ceguera, que es realmente trágica, estos teólogos no ven que no se trata de demostrar la existencia de la luz, sino de que hay ciegos que no saben que sus ojos podrían ver algo”, “sería necesario enseñar a los hombres el arte de ver”.

Una observación metodológica: “En el uso científico del término, el sí-mismo (selbst) no señala ni a Cristo ni a Buda, sino más bien la totalidad de figuras correspondientes, y cada una de esa figuras es símbolo del sí mismo. Esta manera de expresarse responde a una necesidad del pensamiento de la psicología científica, y en modo alguno significa un prejuicio trascendental” (Psicología y Alquimia, pp. 18-29 y 45-47).

Como vemos en el prólogo de Psicología y Religión (1949), a Jung se le llama “místico”, se dice que sus teorías descansan o desembocan en “especulaciones metafísicas” que muy poco tienen que ver con la psicología. Se le llama también “filósofo”: “Si bien se me ha llamado a menudo filósofo, soy empírico y como tal sustento el punto de vista fenomenológico. Opino que no infringimos los principios del empirismo científico si de vez en cuando hacemos reflexiones que trascienden el mero acúmulo y clasificación del material suministrado por la experiencia. Creo de hecho que no hay experiencia posible sin consideración reflexiva, porque la experiencia constituye un proceso de asimilación sin el cual no se da comprensión alguna” (pp. 7 y 17).  

* Religión y psique. Jung explica lo que entiende por religión: “Religión es –como dice la voz latina ‘religare’- la observancia cuidadosa y concienzuda de aquello que Rudolf Otto acertadamente ha llamado lo ‘numinoso’: una existencia o efecto dinámico no causado por un acto arbitrario, sino que, por el contrario, el efecto se apodera y domina al sujeto humano que siempre, más que su creador, es su víctima”, “la conversión de Pablo es evidente testimonio de ello. Cabría decir, pues, que el término religión expresa la particular actitud de una conciencia transformada por la experiencia de lo numinoso”  (pp. 19-21). En la foto, mandala, símbolo de plenitud.

Jung explica también lo que entiende por psique: “Un prejuicio materialista indica que no es sino un mero epifenómeno, un producto secundario de los procesos orgánicos del cerebro”, “ocurre que la psique no se encuentra allí donde la busca un entendimiento miope. Existe, pero no en forma física. Y es un prejuicio casi ridículo suponer que la existencia no puede ser sino corpórea. De hecho, la única forma de existencia de la que poseemos conocimiento inmediato es psíquica”, “nuestro espíritu no puede aprehender su propia forma de existencia porque no tiene un punto de Arquímedes en lo exterior; no obstante, existe. La psique existe, más aún, es la existencia misma” (pp. 24-26), “por psique entiendo la totalidad de fenómenos psíquicos, tanto de la conciencia como del inconsciente. En cambio, por alma entiendo un limitado complejo de funciones que como mejor queda caracterizado es con la expresión personalidad” (Tipos psicológicos II, p. 197).

* Símbolos de transformación o arquetipos. El arquetipo o “imagen primaria” tiene para Jung carácter colectivo: “Es siempre común a pueblos enteros o por lo menos a épocas determinadas”, “una sedimentación”, “un engrama producido por la condensación de innumerables procesos semejantes entre sí”. Los arquetipos son “formas o imágenes de naturaleza colectiva, que se dan casi universalmente como constituyentes de los mitos y, al propio tiempo, como productos individuales autóctonos de origen inconsciente. Los temas arquetípicos provienen, verosímilmente, de aquellas creaciones del espíritu humano transmisibles no sólo por tradición y migración sino también por herencia” (Psicología y Religión, p. 76).

Los arquetipos que se deducen de las obras de Jung son fundamentalmente los siguientes: Sombra, Caverna, Mar, Fuego, Viento (son más bien negativos e informes y pertenecen al comienzo del proceso); Escalera del Cielo o Monte, Animus y Anima, Anciano, Dragón, Madre Fecunda, Madre Virgen  (presentan el proceso, sus elementos y sus obstáculos en perspectiva); Autoconsunción o Combustión, Renacimiento, Árbol Cósmico, Tesoro, Niño Divino (presentan el umbral iniciático de la transformación propiamente dicha); Serpiente, Uróboros o Reptil que se engulle la cola, Nupcias Reales, Andrógino o Hermafrodita, Macránthropos, Tetractis o Cuaternidad, Mandala (indican la integración plena y definitiva de la psique en forma de sí-mismo; ver Cencillo, pp. 153-164).

Un arquetipo principal lo constituye la Trinidad. Ésta “posee carácter exclusivamente masculino; sin embargo, lo inconsciente la transforma en una cuaternidad que es, a la vez, unidad, así como las tres personas de la Trinidad son uno y el mismo Dios”. Los antiguos filósofos de la Naturaleza representaron la Trinidad -en cuanto estaba representada en la naturaleza- como los tres espíritus: el agua, el aire y el fuego. La cuarta parte integrante era la tierra o el cuerpo. Esta última parte la simbolizaban por la Virgen: “De este modo, a su trinidad física agregaron el elemento femenino, creando así la cuaternidad o el círculo cuadrado”, “la cualidad de madre fue, originariamente, un atributo del Espíritu Santo, y un grupo de cristianos de la época temprana lo llamó Sophía-Sabiduría” (Hechos de Tomás). La gnosis es, en primer término “un descubrimiento de las profundidades del alma humana, una manifestación, ante todo un modo psicológico, que –como es sabido- nada dice acerca de lo que podría ser además de esto. Lo último trasciende la ciencia”. Enrique Butelman lo advierte en el prólogo: las conferencias que integran el libro Psicología y Religión fueron dadas por Jung en 1937, es decir, “trece años antes que la Iglesia católica promulgase el nuevo dogma de la Asunción de la Virgen María”. En el Rosarium philosophorum (Frankfurt, 1550) aparece la Cuaternidad alquímica, Los Tres y la Una: cuerpo, femineidad. (pp. 93-94, 108-109 y 14).

* Desmesura humana. Por la ausencia de Dios, “el hombre moderno sufre una ‘hybris’ (desmesura) de la conciencia que se está aproximando a lo patológico. A tal condición psíquica del individuo, corresponde en gran escala la hipertrofia y pretensión de totalidad de la idea de Estado”, “dondequiera señoree lo inconsciente se da también falta de libertad e incluso obsesión”, “aquel a quien se muere Dios, será víctima de la inflación. Dios es, en rigor, la posición anímica efectivamente más fuerte, muy en el sentido del pasaje de San Pablo: Su dios es el vientre (Fil 3, 19)”, “la suma de esos hechos naturales funciona exactamente a la manera de un Olimpo poblado de dioses que reclaman ser propiciados, servidos, temidos y venerados, no sólo por el propietario particular de esa compañía de dioses, sino también por quienes le rodean. Falta de libertad y posesión son sinónimos”, “los dominios y los poderes existen siempre; no nos es dado producirlos ni falta que hace que lo hagamos. Sólo es de nuestra incumbencia la elección del amo al que deseamos servir para así protegernos contra el dominio de los otros, a los cuales no hemos elegido. Dios no es  producido, sino elegido” (Psicología y Religión, pp. 122-126).

* Experiencia religiosa. Cuando se le achaca de reemplazar “una neurosis honrada por el engaño de una fe religiosa”, Jung responde que “no se trata de una cuestión de fe, sino de experiencia. La experiencia religiosa es absoluta. No cabe discutir acerca de ella. Una persona puede decir tan sólo que nunca tuvo una experiencia de esa índole, a lo cual replicará el opositor: Lo lamento mucho, pero yo sí. Y ello pondrá término a toda discusión. Es indiferente lo que piensa el mundo en punto a la experiencia religiosa: quien la tiene, posee, como un inestimable tesoro, algo que se convirtió para él en fuente de vida, sentido y belleza, otorgando nuevo brillo al mundo y a la humanidad. Tiene ‘pistis’ (fe) y paz”, “lo que cura a una neurosis debe ser tan convincente como la neurosis; y como la última es de enorme realidad, la experiencia benéfica ha de estar provista de una realidad equivalente”, “si semejante experiencia contribuye a hacer más sana o más bella o más perfecta o más razonable la vida – tanto la nuestra como la de quienes amamos- con toda tranquilidad podemos decir: Fue una gracia de Dios” (pp. 149-150).

Lo afirma Jung: “Entre todos mis pacientes, que habían pasado de la edad de 35 años, no ha habido uno solo cuyo problema fundamental no fuese el de la actitud religiosa. En último análisis, todos habían enfermado por el hecho de haber perdido lo que las religiones vivas han dado siempre a sus fieles. Ninguno se curó verdaderamente, mientras no hubiese vuelto a encontrar una actitud religiosa” (ver Hostie, p. 202).

* El problema alemán. En 1930 Jung fue nombrado presidente honorario de la Sociedad Alemana de Psicoterapia. Tras el ascenso de Hitler al poder en 1933, la Sociedad en la que había diversos psicoterapeutas judíos fue disuelta y absorbida por otra más grande, de alcance internacional, la Sociedad Médica de Psicoterapia. El hecho de que Jung aceptara ser presidente honorario de la nueva Sociedad y director de la Revista de Psicoterapia, ambas de presunta matriz nazi, ha sido utilizado como argumento para atribuirle a Jung inclinaciones nazis y antisemitas.

Sin embargo, una serie de documentos norteamericanos desclasificados recientemente y material suizo revelado en la revista L’Hebdo indican una supuesta colaboración entre Jung y Allen Dulles, que llegaría en la posguerra a la cabeza de la CIA. Dulles llegó a Berna a fines de 1942 con la misión de elaborar un informe sobre el movimiento secreto antinazi en Alemania y entró en contacto con Jung, gran conocedor del alma germánica del momento. Dulles convenció a Jung para recoger informaciones útiles y lo convirtió, según la revista, en el agente nº 488 de la CIA.

Jung murió el 6 de junio de 1961 en su casa, junto al lago de Zürich, a los 86 años. Se encontraba leyendo un libro de Teilhard de Chardin, El fenómeno humano. En el instante de su fallecimiento, un rayo partió el árbol donde solía descansar. El jardinero reparó el árbol (ver Wikipedia).

En su libro Consideraciones sobre la historia actual (1946), Jung reúne algunos artículos que recogen “reacciones frente a los sucesos actuales” y que van de 1936 a 1945: “Es comprensible el que mis pensamientos se ocupen predominantemente de Alemania.  Alemania fue para mí desde la primera guerra mundial, un problema”, “así pude escribir ya en 1918: “Cuanto más se pierde la autoridad incondicionada de la ideología cristiana, tanto más perceptiblemente se revuelve en su guarida la ‘bestia rubia’ y nos amenaza con la explosión de devastadoras consecuencias”. En la foto, Cuaternidad alquímica.

A comienzos de 1940, apareció la traducción alemana de esos artículos. La traducción logró entrar en Alemania, pero en seguida fue confiscada: “Yo mismo fui puesto en la lista negra. Estaba ‘marcado’. Después de la invasión de Francia, destruyó la Gestapo todas las ediciones francesas de mis obras de las que se pudo apoderar. En muchos sitios se me ha tomado a mal el que me permitiera hablar de ‘psicopatía’ alemana” (pp. 12-13, 133 y 143).

* El sueño de Jung. Durante el viaje que Freud y Jung realizaron a EE.UU en 1909 para dar conferencias, Jung tuvo el siguiente sueño: “Me hallaba en una casa desconocida, de dos pisos. Era ‘mi’ casa; me encontraba en el piso superior. Había allí una habitación con hermosos muebles antiguos de estilo rococó; de las paredes pendían valiosos cuadros antiguos. Me asombré de que aquella fuera mi casa y pensé: ‘No está mal’. Entonces recordé que todavía desconocía el aspecto del piso inferior; bajé la escalera y llegué al entresuelo; todo era mucho más antiguo, debía proceder del siglo XV o del XVI. El conjunto tenía un aire medieval. Reinaba más bien oscuridad; iba de una habitación a otra pensando: ‘Debo explorar la casa completamente’. Me encontré frente a una pesada puerta que abrí; de ella partía una escalera de piedra que conducía a la bodega. Descendí y me encontré en un espacio bellamente abovedado, muy antiguo. Al examinar las paredes descubrí restos de la época romana. Al inspeccionar el suelo, de losas de piedra, en una de ellas descubrí una anilla; al tirar de ella apareció una nueva escalera; descendí por ella y me encontré en una cueva excavada en la roca; en el suelo había una espesa capa de polvo y algunos recipientes rotos o vasijas pertenecientes a una cultura primitiva. Descubrí dos cráneos humanos evidentemente muy viejos y casi destruidos”.

Comenta el Dr. Ramón Sarró: “El interés de Freud se centró en seguida en los dos cráneos, que a su juicio revelaban un deseo de muerte; para Jung, en cambio,  representaban la estructura histórica de la psique en capas superpuestas. Cada uno de ellos lo interpretaba partiendo de una base cultural distinta: la de Jung era el mundo de la historia, desde su cuna hasta los tiempos actuales; en cambio, el horizonte histórico de Freud era muy corto” (El yo y el inconsciente, pp. 12-13).

Sorprende que Jung viera en el sueño “la estructura histórica de la psique en capas superpuestas” y no su propia psique, su propia historia, la tarea que tenía pendiente, su “misión por antonomasia”, su propio inconsciente, su propio mito. Al fin y al cabo, lo que aparece en el sueño es su propia casa, una casa que le resultaba “desconocida”, era “de dos pisos”, se encontraba “en el piso superior”, había allí una habitación “con hermosos muebles antiguos de estilo rococó” (siglo XVIII) , de las paredes pendían “valiosos cuadros antiguos”, todavía desconocía “el aspecto del piso inferior”, “todo era mucho más antiguo”, del siglo XV o del XVI, “el conjunto tenía un aire medieval”, “reinaba más bien oscuridad”, se encontró “frente a una pesada puerta”, “de ella partía una escalera de piedra que conducía a la bodega”, “un espacio bellamente abovedado, muy antiguo”, descubrió “restos de la época romana”, al inspeccionar el suelo, de losas de piedra, en una de ellas descubrió “una anilla”, “al tirar de ella apareció una nueva escalera”, descendió por ella y se encontró “en una cueva excavada en la roca”, “había una espesa capa de polvo y algunos recipientes rotos o vasijas pertenecientes a una cultura primitiva”, descubrió “dos cráneos humanos evidentemente muy viejos y casi destruidos”. Con la perspectiva actual podemos comentar mejor cada detalle. Por ejemplo, llama la atención que Jung al morir se encontrara leyendo un libro de Teilhard de Chardin, El fenómeno humano. No lo sabía, pero esos cráneos humanos también pertenecían a su propia casa.

 

9. INFLUJO GNOSTICO EN EL CREDO

Ciertamente, es una paradoja. Lo dijo el historiador alemán Adolf von Harnack: “Paradójicamente, la Iglesia Católica, habiendo impuesto sobre el verdadero cristianismo de los orígenes el intelectualismo de los dogmas y el normativismo cultual grecorromano, sería la heredera de la mentalidad transformadora que dio identidad al gnosticismo”. La cultura gnóstica, primero dominante y luego dominada, pasó factura. A pesar de la represión oficial del siglo IV, la gnosis influye en el tema trinitario y, por tanto, en el Credo. A propósito de las “reflexiones trinitarias” advierte García Bazán: “Los gnósticos son los primeros que han elaborado la doctrina en toda su riqueza especulativa”.

He aquí algunas reflexiones gnósticas: “La paternidad en sí incluye nocionalmente la filiedad. No se puede hablar de Padre en sí mismo sino en relación/correlación con un Hijo también en sí mismo”, “no hay padre sin hijo y no hay hijo sin padre. Se trata de la apertura íntima en la distinción. Pero si la fuerza está en el enlace de apertura, el tema del seno paterno que aparece entre ambos como una entidad definida, también se manifiesta como realidad en sí misma. Los gnósticos hablan de la Madre en sí o del Espíritu Santo, o de la Potencia tripotente, tanto les da; es siempre una ligadura del tres, persona femenina, conectivo necesario que se descubre y es íntima a la correlatividad Padre-Hijo”.

“Esta exposición basada en el Tratado Tripartito confirma la tradición trinitaria de los gnósticos, que es anterior a este mismo documento en fuentes indirectas (por ejemplo, el valentiniano Ptolomeo) y directas (el Evangelio de los egipcios, el Evangelio de la Verdad) y que ha precedido a todas las especulaciones eclesiásticas a fondo del tema trinitario y es anterior también al Concilio de Nicea (325)”  (García Bazán, 12 y 46-48).

El Tratado Tripartito, que cierra el Códice I, presenta un “tratamiento arcaico de la concepción trinitaria –Padre-Hijo-Madre/Espíritu-, ilustrado por el beso permanente entre ellos”, es “el primer documento cristiano que revela una doctrina sobre el Dios Uno y Trino cuya naturaleza es una y distinta”, recoge también “la procesión interior eterna de las personas divinas y su necesaria interrelación y circularidad”, el Padre y el Hijo son “de la misma sustancia” (García Bazán, 90-96, 219-220; Textos gnósticos I, 159-213). El bautismo se da en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu (C I, 127,25-129,34).

En la Tradición Apostólica, obra escrita hacia el 215 por San Hipólito, se refleja probablemente la liturgia romana de finales del siglo II y comienzos del III. En ella aparece así la tercera pregunta bautismal, después de las dos primeras ("Credis in Deum Patrem omnipotentem? Credis in Christum Iesum, Filium Dei"...?): "Credis in Spiritu Sancto, et sanctam Ecclesiam et carnis resurrectionem?". Dice "in Spiritu Sancto", lo que recuerda la fórmula: "Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor! sino en espíritu santo" (1 Co 12,3). El teólogo y papa J. Ratzinger comenta la expresión “Creo en espíritu santo” según aparece en el texto griego original: “Falta el artículo al que estamos habituados. Y esto es muy importante para saber lo que ahí se dice. Porque de eso se deduce que, al principio, este artículo no se entendió desde una perspectiva intratrinitaria sino histórico-salvífica”. Es decir, “no habla del espíritu santo como tercera persona de la divinidad, sino del espíritu santo como don de Dios a la historia, en la comunidad de los que creen en Cristo” (Ratzinger, 275).

La palabra tríada aparece por primera vez en Teófilo de Antioquía (hacia 181); la tríada es ésta: Dios, Palabra, Sabiduría (Ad Autolycum 2,15). La palabra trinidad aparece en Tertuliano (hacia 217); el Espíritu es "la tercera persona" (Adversus Praxean, 12; De pudicitia,21). "Es bien conocida la fórmula helenística que, tras un proceso especulativo extremadamente complejo, en parte contradictorio y, en todo caso, largo y penoso, recibió sus perfiles clásicos de los tres Padres capadocios (Basilio, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa) en el siglo IV: Dios es trino en "personas" (hypóstasis, subsistencias, prósopa) y, sin embargo, uno en "naturaleza" (physis, ousía, esencia, sustancia)" (Küng, 601).

Desde el desierto de Antioquía, San Jerónimo (hacia 376) manifiesta al papa Dámaso su perplejidad: "La rama de los arrianos denominados Campenses exige de mí, hombre romano, ese nombre novedoso de las tres hipóstasis (personas). ¿Qué apóstoles, dime, legaron esas cosas?" (Epistolario 15,3). Y también: "Toda la tradición de las letras profanas no entiende por hipóstasis otra cosa que (ousía) sustancia" (15,4). En fin, alejándose de la Biblia y haciendo especulaciones filosóficas, se intenta (osadamente) explorar la intimidad de Dios. Como dice la Escritura; “Nadie conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él. Del mismo modo, nadie conoce sino el espíritu de Dios" (1 Co 2,11).

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "Siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es 'consustancial' al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó al Hijo Único de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial al Padre" (n.242). La fe en el Espíritu se formuló así en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (n. 245).

Comenta M. Schmaus: "Para exponer la fe, el Concilio usa como concepto clave el designado con la palabra homousios (consustancial), tomada de los gnósticos". Dice también: "La lucha por imponer la doctrina conciliar llenó los siglos cuarto y quinto. Al principio se trataba de la relación del Hijo al Padre, sin reflexionar sobre la relación del Espíritu Santo a estos dos. Desde el 360 aproximadamente se incluyó al Espíritu Santo en la discusión, atribuyéndole a Él también la "homousía", es decir, la igualdad en la posesión de la única esencia" (Schmaus, 600).

El concilio de Nicea es convocado por el emperador Constantino, que interviene personalmente en las sesiones. Preside el concilio el obispo Osio de Córdoba, que reside en la corte imperial. El papa Silvestre envía a dos presbíteros como delegados. Acuden unos 300 obispos, una cuarta parte de los existentes, casi todos orientales. Muchos salieron descontentos; en general, estaban contra Arrio (+336), que negaba la divinidad de Cristo, pero les disgustaba la expresión "homousios"; temían que se interpretara en sentido sabeliano. Según Sabelio (s.III), el mismo Dios aparece sucesivamente en modos distintos. Además, el origen del credo niceno-constantinopolitano no ha sido puesto en claro totalmente. No poseemos las actas de Nicea, ni de Constantinopla; este concilio fue convocado por el emperador Teodosio; no asistieron delegados del papa; el concilio definió la divinidad del Espíritu Santo, cerrando así definitivamente la cuestión trinitaria. Los obispos que discrepaban de la teología imperial eran destituidos y desterrados (Hertling, 94-96, 100-103).

En el concilio de Calcedonia (a.451) se leyó y aprobó por aclamación el credo niceno, ordenando a continuación los delegados imperiales que se leyera igualmente "la fe de los ciento cincuenta Padres" formulada en Constantinopla. Al final, en presencia del emperador Marciano, todos los obispos firmaron el credo constantinopolitano. Este credo (que se encuentra en Roma más tarde, en el siglo XI) desarrolla más que los precedentes el artículo tercero sobre el Espíritu Santo. El de Nicea decía escuetamente, según el texto original griego: "Y (creemos) en el santo espíritu". El llamado credo de los apóstoles, que deriva del antiguo credo romano, fue impuesto por el emperador Carlomagno (+814) en todos sus dominios y en el siglo XII se convierte en el credo oficial de Roma. La liturgia de la Trinidad se propaga en Francia a partir del siglo VIII, a pesar de la tenaz oposición romana. El papa Juan XXII la introduce en Roma en 1334.

La fórmula "gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo" surge en la polémica antiarriana (s.IV). Sin embargo, la fórmula más antigua (que encaja con la forma clásica de las oraciones romanas) es ésta: "Gloria al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo". El problema clave no es cómo tres puedan ser uno, sino cómo expresar conforme a la Escritura la relación de Jesús con Dios en un mismo espíritu. Los intentos de interpretación basados en conceptos filosóficos (tan caducos, tan cambiantes, tan discutibles) no pueden ser impuestos a los creyentes como vinculante expresión de fe.

Alejándose de la palabra de Jesús, se pusieron a especular. Olvidaron la advertencia que San Cirilo de Jerusalén (+386) dirigía a sus catecúmenos: "En lo que respecta a la naturaleza y a la hipóstasis, ¡no te mezcles en ello! Si la Escritura nos hubiese dicho algo sobre este particular, hablaríamos de ello. Pero no estando escrito, no tengamos la osadía" (Catequesis 16,24). El espíritu, dice Jesús, "no hablará por su cuenta" (Jn 16,13), "os recordará todo lo que yo os he dicho" (14,26; DV 10). Prescindiendo de su palabra, nadie puede reclamar para sí el espíritu de Cristo (ver nuestro Proyecto Catecumenal, En un mismo espíritu).

Jesús lo dijo de forma sencilla: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú enviaste, Jesucristo” (Jn 17,3). Y también: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (14,23). Pero luego se han complicado mucho las cosas y, además, de forma increíble. Es preciso volver a las fuentes y revisar la tradición a la luz de la Escritura. El Evangelio es un misterio revelado a los sencillos (Mt 11,25), no un enigma  formulado por “sabios y entendidos” a quienes se les oculta el misterio: “Creyéndose sabios, se volvieron estúpidos” (Rm 1,22).

Dice San Hilario (hacia 356): "Espirituales somos todos, si en nosotros está el espíritu de Dios. Pero éste es el espíritu de Dios y el espíritu de Cristo. Y si el espíritu de Cristo está en nosotros, también está en nosotros el espíritu de aquél, que resucitó a Cristo de entre los muertos" (Adversus Arrianos 8,21). El espíritu santo es don, regalo (2,1), cosa de la naturaleza del Padre y del Hijo, poder operante en Dios y en Cristo (8,23.25.26.31.39; ver Rm 8,11). El espíritu de Dios ha llegado a ser tan propio del Señor glorificado que éste no sólo da "espíritu santo" (Jn 20,22), sino que por su resurrección se convierte "en espíritu que da vida" (1 Co 15,45). Pablo llega a decir: "El Señor es el espíritu" (2 Co 3,17). Resucitado a la vida de Dios, existe en el espíritu, es decir, “como poder por el que el Señor glorificado sigue presente en la historia del mundo, como principio de una historia y de un mundo nuevos” (Ratzinger, 276). Cristo es el Hijo de Dios y Dios se nos da por El: "Por él, unos y otros tenemos acceso al padre en un mismo espíritu" (Ef 2,18).

Lo dice San Pablo: “A nosotros nos lo reveló Dios por medio del espíritu, y el espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales” (1 Co 2,10-13).  

Jesús López Sáez

 

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