En el principio era la palabra
 

 

LA REFORMA EN EUROPA

El sueño de Pablo

La Reforma en Europa ha pasado por situaciones muy diversas: las guerras de religión, el proceso de secularización, el reto de la increencia, el movimiento ecuménico. Las guerras de religión ensangrentaron Europa durante más de un siglo.El conflicto entre católicos y protestantes alcanzó su punto culminante durante la guerra de los Treinta Años. En el siglo XX, hubo dos guerras mundiales y otras regionales, pero ya no fueron conflictos religiosos, sino políticos, aunque estos conflictos tengan también una dimensión religiosa. En la primera mitad del pasado siglo XX, el movimiento ecuménico reflexionó sobre las divisiones y heridas que ocasionaron las guerras. Después del concilio Vaticano II (1962-1965), al menos parte de la Iglesia Católica y parte de las Iglesias protestantes abandonaron la confrontación.

Ahora nos encontramos con una Europa distinta: una Europa laica y democrática que ha vivido un proceso de secularización y que presenta el reto dela increencia. Además, preocupan las reticencias autoritarias, sobre todo en ciertos países de la Europa oriental, y la actitud de una Europa poco humanitaria ante el drama de la emigración (Lorenzana, 221-227).

Europa, en particular la antigua Grecia, es la cuna de la cultura occidental. La caída del Imperio Romano de Occidente marcó el fin de la Edad Antigua y el comienzo de la Edad Media. El Renacimiento, con su humanismo, arte y ciencia, y la conquista de América, llevan al viejo continente a la Edad Moderna. A partir de este momento, las naciones europeas desempeñan un papel preponderante en los asuntos mundiales. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética quedan como superpotencias rivales, estableciendo el escenario de la Guerra Fría y declinando la influencia de las grandes potencias europeas con la descolonización de Asia y África. La desintegración de la Unión Soviética en 1991 crea un nuevo escenario. La Unión Europea nace el 1 de noviembre de 1993 en Maastricht (Países Bajos).

* El sueño de Pablo. Estando Pablo en la ciudad de Tróade, en el Asia Menor, tuvo unsueño. Un macedonio estaba de pie suplicándole: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. El apóstol lo entendió como una señal: “Inmediatamente, intentamos pasar a Macedonia, persuadidos de que Dios nos había llamado para evangelizarlos” (Hch 16, 9-10). Así comenzó la evangelización de Europa. El cardenal Walter Kasper, que fue presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, afirma que en breve tiempo “se cristianizó el Imperio romano, y luego el mensaje cristiano fue llevado a los francos y los germanos, a Europa Oriental y Septentrional” (W. Kasper, Caminos hacia la unidad de los cristianos, Sal Terrae, 2014, 676).

Sin embargo, surgen algunos interrogantes: ¿qué diría Pablo de esa cristianización?, ¿se quedaría asombrado y perplejo?, ¿cabría Pablo dentro de la cristiandad que se establece a partir del siglo IV?, ¿qué significan las guerras de religión?, ¿qué significa la violencia indómita del siglo XX europeo?, ¿cómo nos situamos ante el proceso de secularización?, ¿cómo nos situamos ante el reto de la increencia?, ¿qué pasa con el ecumenismo?, ¿hay una reforma pendiente?, ¿la misión de Pablo sigue siendo necesaria?

1. Guerras de religión

Ponemos “la visión en tablilla” (Ha 2,2) para que se pueda ver el conjunto. Los datos históricos son básicos. Estos datos los confrontamos después con dos claves bíblicas: el sueño de Pablo y el sueño de Daniel. Los sueños “sueños son”, como dijo Calderón. Sin embargo, un sueño sirve y puede ser interpretado en la medida en que tiene que ver con la realidad, con la historia. Además, Dios habla de muchas maneras, también por medio de sueños.

Diversas guerras de religión ensangrentaron Europa. Por ejemplo, la guerra de los campesinos alemanes (1524-1525), que dejó 100.000 muertos entre los sublevados. La guerra de Kappel en Suiza (1531), que se libró entre cantones católicos y protestantes; murió Zwinglio y cientos de sus seguidores. La guerra de Esmalcalda (1546-1547), que enfrentó al emperador Carlos V con la mayor parte de los Estados luteranos; la guerra terminó aparentemente con la victoria del bando católico, pero en 1552 se reanudaron las hostilidades. La guerra de los Ochenta Años (1568-1648), que enfrentó a Felipe II con los Países Bajos y terminó con su independencia. Las guerras de religión en Francia (1562-1598), que enfrentaron a católicos y protestantes calvinistas. La guerra de los Treinta Años en la Europa central (1618-1648), en la que combatieron Francia y los territorios de los Habsburgo; la población del Sacro Imperio se vio reducida en un 30%. Las guerras de los Tres Reinos en Inglaterra, Irlanda y Escocia (1639-1641), en las que se enfrentaron el rey y sus súbditos por asuntos religiosos y civiles: el rey no tiene por qué decidir la religión de sus súbditos, el poder del rey debe ser limitado por el Parlamento.

La Paz de Augsburgo (1555) fue firmada por Fernando, hermano y representante del emperador Carlos V, y la Liga de Esmalcalda. Luteranos y católicos otorgan a los príncipes alemanes la capacidad de elegir la confesión a practicar en sus Estados. Los súbditos están obligados a practicar la religión que éste elija: Cuius regio, eius religio. Sin embargo, el emperador estableció después el principio del “reservado eclesiástico”, según el cual, si el que tenía un cargo eclesiástico se pasaba al luteranismo, no podía apropiarse los bienes del cargo. El paso de propiedad sólo fue reconocido antes de 1552. Ese principio no fue aceptado por los luteranos y fue una de las causas de la guerra de los Treinta Años.

En Francia se enfrentaron protestantes calvinistas (hugonotes) y católicos en la segunda mitad del siglo XVI. Estas guerras de religión tuvieron dimensiones internacionales: Isabel I de Inglaterra se puso a favor de los hugonotes y Felipe II a favor de los católicos. El apodo de “hugonote” se hace popular a partir de 1560. Los protestantes de Tours solían reunirse de noche en un local junto a la Puerta del rey Hugo, a quien el pueblo tenía por un espíritu. El hecho más lamentable de este periodo tuvo lugar en la noche de San Bartolomé, el 24 agosto de 1572. Como Felipe II llevaba años aconsejando, el rey francés Carlos IX ordenó eliminar a los cabecillas protestantes reunidos en París durante esos días “a modo de ataque preventivo”,. Cuando el embajador francés acudió al Alcázar de Madrid a dar las novedades, Felipe empezó a reírse, dando muestras de “placer y satisfacción”. Aseguró que tuvo aquel día “uno de los mayores contentamientos” de su vida. Se calcula que hubo entre 7.000 y 12.000 muertos “con la boda teñida de sangre entre uno de los líderes calvinistas y la hermana del rey de Francia como telón rojo de fondo”, dice el periodista César Cervera (ABC, 5-10-2016).

El papa Gregorio XIII, al enterarse de la noticia, celebró un Te Deum, disparó el cañón del castillo de Sant’Angelo y celebró misa cantada en la iglesia romana de San Luis de los franceses. El Edicto de Nantes (1598) firmado por Enrique IV de Borbón concedió cierta tolerancia a los hugonotes hasta que Luis XIV con su Edicto de Fontainebleau (1685) lo revocó, conduciendo al exilio a unos 20.000 hugonotes y estableciendo como religión oficial el catolicismo.

La guerra de los Treinta Años fue librada en la Europa central. Esta guerra marcó el futuro del conjunto de Europa. Aunque inicialmente era un conflicto religioso entre Estados partidarios de la Reforma y de la Contrarreforma, la intervención paulatina de las distintas potencias convirtió gradualmente el conflicto en una guerra general por toda Europa, por razones no necesariamente relacionadas con la religión, sino con la búsqueda de una situación de equilibrio político o de hegemonía en el escenario europeo.

El emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de Bohemia, Matías de Habsburgo, falleció en 1619. Habiendo testado a favor de su primo Fernando, se convirtió este en emperador y rey de Bohemia con el nombre de Fernando II. Siendo católico, quiso restaurar el catolicismo. En mayo de 1618, habiendo enviado a Praga a dos consejeros suyos para prepararle el camino, los calvinistas los secuestraron y los arrojaron por la ventana del palacio. Fue el detonante de la revuelta de Bohemia. Fernando pidió ayuda a su sobrino el rey Felipe III de España, hijo de Felipe II. La guerra de los Treinta Años llegó a su final con la Paz de Westfalia (1648), que supuso un nuevo orden en Europa central y el concepto de soberanía nacional, frente a la concepción feudal de que territorios y pueblos son patrimonio hereditario.

La Revolución Francesa (1789) abre nuevos horizontes políticos, basados en el principio de soberanía popular. Es el final del Antiguo Régimen, del feudalismo y del absolutismo, y sienta las bases de la democracia moderna. Se calcula que murieron ejecutadas 41.000 personas en apenas un año. De forma oficial, el Estado francés registró un total de 16.594 muertos. La Primera República termina en 1799 con el golpe de Estado de Napoleón. Las guerras del periodo napoleónico (1799-1815) fueron financiadas por la Corte británica contra los franceses, pues vio amenazados sus intereses con el resurgimiento del poder francés en Europa. Se estima que murieron entre 2’5 y 3’5 millones de soldados y unos 3 millones de civiles (Wikipedia).

* Una violencia indómita. Al XIXse le ha llamado “el largo siglo XIX”, contando desde el estallido de la Revolución Francesa en 1789 hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914. A este siglo largo le siguió un “siglo XX corto”, contando desde 1914 hasta la desintegración de la Unión Soviética en 1991.

El historiador Julián Casanova, en su libro que lleva por título  Una violencia indómita (2020), rompe con la clásica división del siglo XX en dos mitades, una muy violenta y otra muy pacífica: “Esa división cronológica refleja un enfoque europeo occidental, elaborado sobre todo por Gran Bretaña y Francia, que resta importancia, o ignora, los diferentes procesos históricos de una amplia región de Europa Central y del Este y de los países mediterráneos”. El historiador propone “una narración e interpretación diferentes de las manifestaciones de violencia, recurrentes y a veces continuas, que desde el terrorismo anarquista a las guerras de secesión en Yugoslavia marcaron a sangre y fuego la historia del siglo XX europeo”.

El anarquismo parecía de entrada una utopía derivada de la filosofía de la Ilustración, pero “iba mucho más lejos de lo proyectado por el racionalismo liberal y el populismo, con su pretensión de abolir al Estado, colectivizar los medios de producción y, sobre todo, con su antipoliticismo, la verdadera seña de identidad del anarquismo, el rasgo que marcó la ruptura con sus sucesivos compañeros de viaje, socialismo o, ya en el siglo XX, comunismo. Como ideología política decimonónica bebía de dos corrientes doctrinales, el individualismo liberal y el comunitarismo societario, una dualidad muy difícil de equilibrar en la práctica pese a todas sus llamadas a la armonía natural”.

El anarquismo que triunfó en España en el siglo XX, estrechamente unido al sindicalismo revolucionario, fue el “solidario”, el que confiaba en las masas populares para llevar adelante la revolución. Sin embargo, durante las primeras décadas, coexistió con otro “individualista”, más europeo y elitista, que despreciaba a las masas y ensalzaba a los individuos rebeldes. Pero eso no significa que el anarquismo saliera del cascarón matando. Todo cambió en los años noventa, cuando se impuso la tendencia violenta, animada por los vientos favorables a la “propaganda por el hecho”.

El terrorismo anarquista fue un fenómeno internacional que produjo fuera de España muchas más víctimas. Sin embargo, también en la sociedad española dejó su señal de muerte, con actos sonados como el atentado contra Martinez Campos y la bomba del Liceo, ambos en 1893; la bomba contra la cola de la procesión del Corpus en julio de 1896 y el atentado de Cánovas del Castillo en agosto del año siguiente”. Muchos de esos atentados ocurrieron como represalia contra un poder que torturaba y condenaba a muerte a personas que nada tenían que ver con los asesinatos, recordando la Historia de la Inquisición española y convirtiendo la fortaleza de Montjuich en el “el castillo maldito, lugar de tortura y muerte”.

Hubo en esos años un intento de matar al presidente del Gobierno Antonio Maura, en 1904, y dos atentados contra el rey Alfonso XIII, en 1905 y 1906. Un año después, el día de la boda de Alfonso XIII con la princesa inglesa Victoria Eugenia de Battenberg, Mateo Morral arrojó, desde el tercer piso del número 88 de la calle Mayor de Madrid, una bomba envuelta en un ramo de flores cuando pasaba el carruaje real: “Los reyes salieron ilesos, pero el artefacto dejó allí 23 muertos y un centenar de heridos” (Casanova, 13 y 29-34).

* Los “buenos tiempos” de privilegio, imperialismo y poder terminaron con la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914, en la que se enfrentaron las grandes potencias. Por un lado, estaban las potencias centrales: el Imperio alemán y el Imperio austro-húngaro, a los que se unieron después el Imperio otomano y el Reino de Bulgaria. Por otro lado, estaban las potencias aliadas: Reino Unido, Francia, y el Imperio ruso, a los que se unieron después Japón, Italia y Estados Unidos.

El detonante fue el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria el 28 de julio de 1914. Un mes después, el Imperio austrohúngaro inició las hostilidades con el intento de invasión de Serbia. En su camino hacia Francia, Alemania invadió Bélgica, que se había declarado neutral. La violación de la soberanía belga llevó al Reino Unido a declarar la guerra a Alemania. Los alemanes fueron detenidos cerca de París y se inició una guerra de desgaste. En el frente oriental el ejército ruso logró algunas victorias frente a los austrohúngaros, pero fueron detenidos por los alemanes en su intento de invadir Prusia Oriental. En noviembre de 1914, el Imperio otomano entró en la guerra, lo que significó la apertura de distintos frentes en el Cáucaso, Mesopotamia y el Sinaí. Italia entró en la guerra en 1915 y Estados Unidos en 1917.

En marzo de 1917, cae el Gobierno ruso tras la Revolución de Febrero. En marzo de 1918, tras la Revolución de Octubre, se firma un acuerdo de paz entre la Rusia revolucionaria y las potencias centrales. Finalmente, el 11 de noviembre de 1918, Alemania solicita un armisticio, que pone fin a la guerra con la victoria aliada. Según los datos oficiales, murieron unos 9 millones de soldados y 7 millones de civiles. Hubo más de 20 millones de heridos. Además, 6 millones de personas murieron por culpa del hambre, las enfermedades y la escasez de recursos. Cuatro grandes imperios desaparecieron: el alemán, el ruso, el austrohúngaro y el otomano. Se fundó la Sociedad de Naciones para evitar la repetición de una guerra semejante.

La Primera Guerra Mundial fue un nuevo modelo de conflicto, la “guerra total”. Las poblaciones civiles se convirtieran en objeto de acoso y destrucción, un fenómeno ya evidente en las guerras civiles de ese periodo, en Finlandia, Rusia, España y Grecia. Fue una guerra sin precedentes, con dos frentes principales, uno occidental y otro oriental. La “brutalidad” de la guerra “borró definitivamente la línea entre el enemigo interno y externo, de combatientes y no combatientes, que había comenzado a desaparecer ya antes en las colonias y en los Balcanes; fue el escenario de los primeros ejemplos de exterminio masivo de la historia moderna y de ella salieron el comunismo y el fascismo, los movimientos paramilitares y la militarización de la política” (Casanova, 72).

* En la Segunda Guerra Mundial combatieron las grandes potencias agrupadas en dos frentes: las potencias aliadas y las del Eje. La guerra comienza el 1 de septiembre de 1939 con la invasión alemana de Polonia, el primer paso de la Alemania nazi en su pretensión de fundar el Tercer Reich. Esto produjo la inmediata declaración de guerra por parte de Francia y la mayor parte de los países del Imperio británico. Desde finales de 1939 a comienzos de 1941, mediante una serie de campañas fulgurantes, Alemania conquistó gran parte de Europa. En virtud de los acuerdos firmados entre los nazis y los soviéticos, la Unión Soviética ocupó territorios de seis naciones vecinas.

El Imperio británico combatió contra las potencias del Eje en el Norte de África y en una extensa guerra naval. En junio de 1941 las potencias del Eje comenzaron la invasión de la Unión Soviética. En diciembre de 1941 el Imperio del Japón, que pretendía extender sus dominios en el Sudeste asiático, atacó a los Estados Unidos y a las posesiones europeas, francesas, británicas y holandesas, en Asia y el Océano Pacífico, conquistando rápidamente gran parte de la región. En 1942, el avance de las potencias del Eje fue detenido por los aliados con la derrota de Japón en varias batallas navales, de las tropas del Eje en el Norte de África y en la batalla decisiva de Stalingrado.

En 1943, como consecuencia de los reveses alemanes en Europa del Este, la invasión aliada de la Italia fascista y las victorias de Estados Unidos en el Pacífico, el Eje perdió la iniciativa y tuvo que emprender la retirada estratégica en todos los frentes. En 1944 los aliados occidentales invadieron Francia, al mismo tiempo que la Unión Soviética recuperó las pérdidas territoriales y ambos invadían Alemania. La guerra terminó con la  toma de Berlín por las tropas soviéticas y la consiguiente rendición alemana el 8 de mayo de 1945. Tras el brutal bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki lanzado por Estados Unidos, la guerra de Asia terminó el 15 de agosto con la rendición incondicional de Japón. Se estima que en la Segunda Guerra Mundial hubo entre 55 y 60 millones de muertos. La Organización de Naciones Unidas (ONU) se creó para fomentar la cooperación internacional y prevenir futuros conflictos. Estados Unidos y la Unión Soviética quedaron como superpotencias rivales, estableciendo el escenario de la Guerra Fría y declinando la influencia de las grandes potencias europeas con la descolonización de Asia y África. (Wikipedia).

* El tipo de limpiezas étnicas y genocidios del siglo XX es peculiar: “Desde la primera de los cristianos armenios en 1915 hasta las de los bosnios musulmanes en los años noventa, las eliminaciones nacionales y étnicas evolucionaron en más sistemáticas y letales”. El siglo XX “fue el siglo del terror organizado, de los campos de exterminio, de los Gulags, de los asesinatos en masa” (Casanova, 139).

Se calcula que entre un millón y medio y dos millones de civiles armenios fueron perseguidos y asesinados por el Imperio otomano entre 1915 y 1923. Se calcula que entre cinco y seis millones de judíos fueron muertos por los nazis durante el Holocausto. Se calcula que entre 1930 y 1960, en los gulags soviéticos, murieron 1.606.748 personas. Se calcula que en la guerra civil española hubo 540.000 muertos. Se estima que a consecuencia de la represión hubo 150.000 víctimas; de ellas, unas 50.000 en la zona republicana y unas 100.000 en la zona sublevada.

La organización terrorista ETA (1959-2018) cometió 854 asesinatos, con más de 3.000 heridos, y 86 secuestros. Se calcula que en el conflicto de Irlanda del Norte, durante la segunda mitad del siglo XX, hubo más de 3.500 muertos y unos 47.000 heridos, la mayor parte a manos del Ejército Republicano Irlandés (IRA); por un lado, estaban los protestantes, mayoría de la población que quería mantener los lazos con el Reino Unido; por otro, estaban los católicos, minoría de la población que quería la independencia o la integración en la República de Irlanda.

Se calcula que en julio de 1995 unos 8.000 musulmanes bosnios fueron asesinados por fuerzas serbias de Bosnia, bajo el mando del general Ratko Mladic. Se calcula que en la Guerra de los Balcanes (1991-1995) hubo unos “200.000 muertos, alrededor de la mitad musulmanes, un tercio de serbios y del 15 al 20 por ciento de croatas”. Además, está la violencia sexual: “La Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas encontró evidencias de 12.000 violaciones de mujeres, aunque nuevas investigaciones elevan la cifra a más de 20.000” (Casanova, 260).

El filósofo español Gustavo Bueno, en su libro España frente a Europa,  habla de la “eclosión” de los nacionalismos surgidos a raíz del desmoronamiento de la Unión Soviética: “Ninguno de estos nacionalismos hubiera llegado a efecto si no hubiera sido por la cooperación de potencias extranjeras; por ejemplo, el reconocimiento de Croacia por parte de Alemania o del Vaticano; los intereses de las potencias extranjeras pueden ser muy variados, pueden ser intereses económicos, religiosos, pero que ocultan siempre intereses políticos”.

El caso de la antigua Yugoslavia nos sirve de lección. Alemania intervino directamente, también intervino el Vaticano, “fomentando el nacionalismo croata y esloveno, mientras que EE UU lo hizo para apoyar la secesión de Bosnia (se trataba de desmantelar la posibilidad de una persistencia de núcleos comunistas en Europa una vez caída la Unión Soviética). Los miembros de los distintos grupos nacionalistas que habían convivido, trabajado, contraído matrimonio y estudiado pacíficamente durante más de cuarenta años, quedaron divididos convertidos en sanguinarios adversarios. La propaganda Occidental fomentó el mito de los milenarios odios de los Balcanes para ocupar el papel intervencionista de Occidente en la propagación de rabiosos nacionalismos” (Bueno, Pentalfa, Oviedo, 2019, 144-145).* Violencia fuera de Europa. Se estima que la guerra de Vietnam (1955-1975) dejó cerca de 5’7 millones de muertos. Se estima que el conflicto árabe-israelí, desde 1950 hasta 2007, dejó 51.000 muertos, 35.000 árabes y 16.000 israelíes. Se calcula que en el genocidio de Guatemala (1960-1996) hubo más de 200.000 muertos. Se calcula que durante la revolución sandinista (1972-1991) hubo en Nicaragua más de 65.000 muertos, 35.000 en la lucha contra Somoza (25.000 civiles y 10.000 combatientes) y 30.000 en la lucha con la contra (15.000 civiles y 15.000 combatientes): el 27 de junio de 1986, la Corte Internacional de Justicia condenó a Estados Unidos por su apoyo a la contra. Mientras tanto, según Richard Allen, consejero de seguridad, el presidente Reagan y el papa Wojtyla establecen “una de las más grandes alianzas secretas de todos los tiempos” (El día de la cuenta, 376). Durante la dictadura chilena (1973-1990) hubo 3.227 muertos y 8.459 víctimas de tortura. Se calcula que durante la dictadura argentina (1976-1983) hubo unos 30.000 desaparecidos. Se calcula que unas 75.000 personas murieron en la guerra civil de El Salvador, entre 1979 y 1992. Se estima que el 80% eran civiles. Se calcula que, entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, fueron asesinadas entre 500.000 y un millón de personas (tutsis) por parte del gobierno (hutu) de Ruanda.

El atentado de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, provocó más de 3.000 muertos. El líder de Al-Qaeda Osama Ben Laden afirmó en video ese mismo día: “Dios omnipotente ha golpeado América”. El día 19, el presidente Bush inicia la Operación Justicia Infinita. Se cree que el terrorista buscado se encuentra en Afganistán. El 2 de mayo de 2011 se anuncia la muerte de Ben Laden en Pakistán. Se cifran en unos 150.000 los civiles y militares muertos en Pakistán y Afganistán entre 2001 y 2011. La invasión de Irak y el posterior conflicto (2003 y 2011) deja más de 460.000 muertos en la población. El 60% de estas muertes se produjo como causa directa de la violencia y el resto se debió al colapso de las infraestructuras. El país quedó arruinado y con pocas esperanzas de estabilidad. Estados Unidos gastó cerca de 800.000 millones de dólares. Con ese dinero se podría haber erradicado el hambre en el mundo durante 16 años. Según el Observatorio Sirio por los Derechos Humanos, tras casi nueve años de conflicto, la guerra en Siria se ha cobrado 380.000 muertos, de los cuales 115.000 son civiles (4-1-2020). Ciertamente, este mundo es brutal, se necesita un mundo más humano.

* El sueño de Daniel. El profeta está desterrado en Babilonia, a finales del siglo VI antes de Cristo. Habla en primera persona en distintos momentos (Dn 7,2; 8,1; 9,1; 10,2). Es muy popular después del destierro. Tal y como nos llega, el libro recoge diversas tradiciones populares y refleja la situación del siglo II a. C. Sin duda, pertenece a una tradición profética que se prolonga en el tiempo.

Veamos el sueño: “Contemplaba yo en una visión durante la noche lo siguiente: los cuatro vientos del cielo agitaron el mar grande y cuatro bestias enormes, diferentes todas entre sí, salieron del mar”. Por tanto, en cuatro oleadas, cuatro bestias enormes desembarcan. La primera era “un león con alas de águila”, la segunda era “un oso con tres costillas en las fauces”, la tercera “un leopardo con cuatro alas en su dorso” y tenia “cuatro cabezas”. La cuarta bestia era “terrible, espantosa, extraordinariamente fuerte, tenía enormes dientes de hierro, comía trituraba, y lo sobrante lo pisoteaba con sus patas. Era diferentes de las demás y tenía diez cuernos”, “despuntó entre ellos un cuerno pequeño, y tres de los primeros cuernos fueron arrancados delante de él” (7,2-8; ver Is 13, 16-19; Jr 5,6; 51,24; Dn 2,37-40; Os 13,7).

Dios juzga la historia: “Mientras yo contemplaba, se aderezaron unos tronos y un Anciano se sentó”, “el tribunal se sentó y se abrieron los libros”, “la bestia fue muerta y su cuerpo destrozado y arrojado al fuego. A las otras bestias se les quitó el dominio, si bien se les concedió una prolongación de vida durante un tiempo y hora determinados. Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un hijo de hombre”, “a él se le dio el imperio”, “un imperio eterno que nunca pasará” (Dn 7,9-14).

Interpretación del sueño: “Esas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que surgirán de la tierra. Los que han de recibir el reino son los santos del Altísimo”, “la cuarta bestia será un cuarto reino que habrá en la tierra, diferente de todas las demás. Devorará toda la tierra, la aplastará, la pulverizará. Y los diez cuernos: de esta bestia saldrán diez reyes, y otro saldrá después de ellos, será diferente de los primeros y derribará a tres reyes, proferirá palabras contra el Altísimo y pondrá a prueba a los santos del Altísimo” (7,17-25). El hecho de que en el siglo II se aplique el sueño a cuatro imperios: el imperio babilonio, el imperio medo, el imperio persa y el imperio macedonio, no impide que ahora se aplique a otros imperios. En su tiempo, Jesús completa la interpretación. Dice a sus discípulos: “El hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días resucitará” (Mc 10,31), Y, en impresionante reto, dice a Caifás: “Veréis al hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo” (14,62). 

* Comentario. Del sueño de Pablo al sueño de Daniel. Pablo quedaría asombrado y perplejo ante la cristiandad que se establece a partir del siglo IV. Sin duda, encontraría grandes problemas de integración y comunión. Ante las guerras de religión, recordamos el aviso de Pablo a los gálatas: “Si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros! (Ga 5,15). En general, no se cumple en las Iglesias cristianas la obra unificadora de Cristo: “Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad” (Ef. 2,14). Las guerras de religión son un escándalo contra el amor fraterno, precisamente, el mandamiento de Jesús: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros” (Jn 15,12), “en esto conocerán todos que sois que sois discípulos míos: si os amáis los unos a los otros” (13,35). Conociendo al Imperio romano, Pablo no se sorprendería ante la violencia brutal de los imperios contemporáneos. En el sueño de Daniel, el hijo del hombre, sacrificado por poderes bestiales, viene “sobre las nubes del cielo” a juzgar la historia, ya en el presente. Además, no lo olvidemos:la bestia religiosa se pone al servicio de la bestia política (Ap 13,11-12). Hay que estar atentos, vigilantes. Estamos ante el sueño de Pablo y el sueño de Daniel. Los dos sueños se cumplen. La misión de Pablo sigue siendo necesaria: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”.

2. El proceso de secularización

El proceso de secularización no es sólo un cambio en profundidad, sino que supone una serie de grandes cambios; en realidad, un cambio de época. Con el comienzo de la Reforma, las autoridades civiles fueron apartándose de la necesidad de un aval eclesiástico por parte de Roma; de este modo, cada competencia que perdía el papado recaía de forma natural sobre el correspondiente gobierno secular.  Ahora bien, el proceso es complejo y tiene grandes desarrollos. Supone el desmoronamiento de la vieja cristiandad y el nacimiento de una sociedad laica, secular.

Algunos interrogantes: ¿Qué significa secularización?, ¿qué grandes acontecimientos favorecen el proceso de secularización en Europa?, ¿cómo nos situamos ante el proceso de secularización?, ¿es un drama o un logro?, ¿una opresión o una liberación?, ¿una lucha entre clericales y anticlericales?, ¿estamos entre una cultura decadente y una cultura dominante?, ¿qué entendemos por laicización, laicidad, laicismo?, ¿se puede distinguir entre secularización y secularismo?, ¿qué significa integrismo?, ¿qué significa  fundamentalismo?, ¿qué relación se da entre secularización y Evangelio?

* La palabra secularización viene del latín, “saeculum”, que significa “siglo”, pero también “mundo”. De ahí que secular es todo aquello que es mundano, civil, por oposición a lo religioso, eclesiástico, clerical. Según el Diccionario de la Real Academia Española, secularizar significa hacer secular lo que era eclesiástico.

El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920), en su ensayo sobre La ciencia como vocación, afirma lo siguiente: ”El destino de nuestra época se halla caracterizado por una racionalización o intelectualización y, sobre todo, por el desencantamiento del mundo”, de modo que los valores mucho más sublimes se han retirado de la vida pública “para refugiarse en el reino trascendente de la vida mística y de la fraternidad de relaciones humanas directas y personales”. Lo recoge la historiadora María Lara Martinez en su obra Procesos de secularización en el siglo XVII y su culminación en el pensamiento ilustrado (Toledo, 2010). La secularización es el proceso que experimentan las sociedades cuando la religión pierde su influencia sobre ellas. Con la secularización lo sagrado cede ante lo profano. En una sociedad pluralista, la religión pierde su función de dar significado a la vida de todos y se convierte en un asunto privado. Además, surge una cultura pragmática presidida por la ciencia y la técnica. En torno a la secularización hay un intenso debate: lo que para unos es un drama, para otros es un logro.

Como sinónimos de secularización, se habla de laicización, acción o efecto de laicizar, y de laicidad, cualidad de laico. Laico viene del griego “laos”, que significa “pueblo”; dícese de la persona o cosa que no es religiosa, eclesiástica o clerical. Según el Diccionario, laicizar es hacer laico o independiente de toda influencia religiosa. El laicismo es la doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, de toda influencia eclesiástica o religiosa. La sociedad se organiza de forma no confesional y su ejemplo más representativo es el Estado laico.  De este modo se garantiza la libertad de conciencia. El Estado no debe inmiscuirse en la organización ni en la doctrina de las confesiones religiosas y debe garantizar el derecho de los ciudadanos a tener sus propias creencias y manifestarlas en público y en privado.

De suyo, la relación entre el Estado y una organización religiosa no supone privilegio para ninguna, sino un reconocimiento del hecho religioso como uno de los intereses de los ciudadanos. Los más radicales sostienen que el laicismo supone una ausencia de relación entre ambas esferas y, por tanto, el Estado debe ignorar todas las confesiones religiosas.

* En la Universidad de Alcalá, en los años treinta del siglo XVII, existía un círculo formado por estudiantes y profesores de Medicina y de Teología, de origen judeocristiano, que manifestaban una tendencia clara al deísmo, la doctrina que reconoce un Dios como autor de la naturaleza, pero sin admitir revelación ni culto externo. Es un Dios racional. El racionalismo es la doctrina filosófica que funda sobre la sola razón las creencias religiosas.

El filósofo Baruch de Spinoza (1632-1677) está considerado como “el padre del pensamiento moderno”. Nació en Ámsterdam, la ciudad de la tolerancia. En realidad, los ascendientes del filósofo procedían de Espinosa de los Monteros (Burgos), pero en 1492 emigraron a Portugal, donde fueron obligados a bautizarse, cuando Manuel I se casó con Isabel I de Aragón, hija de los Reyes Católicos. Cuando la Inquisición se estableció en Portugal, cuarenta años después, el abuelo de Spinoza marchó a Nantes y luego a Rotterdam. Su padre fue mercader y miembro activo de la comunidad judía. Spinoza se educó en la sinagoga, pero, muerto su padre en 1654, abandonó la fe judía.

En 1656 la comunidad judía le expulsó. Conociendo desde hace tiempo sus “equivocadas opiniones y errónea conducta” y habiendo tratado de apartarle del mal camino sin ningún resultado, fue “expulsado del pueblo de Israel” mediante decreto: “Expulsamos, execramos y maldecimos a Baruch de Spinoza (…) ante los Santos Libros de la Ley con sus (seiscientas trece) prescripciones”, “ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita” (Libro de los acuerdos de la Nación).

Spinoza escribió varias obras: Principios de filosofía de Descartes (1660), Pensamientos metafísicos (1663), Ética (1675). Se suele decir que Spinoza es panteísta. Sin embargo, en una carta afirma que quienes piensan que “Dios y la naturaleza (por la cual entienden cierta masa o materia corpórea) son una misma cosa, están totalmente equivocados” (Ep. 73). Según el filósofo alemán Karl Jaspers (1885-1969), cuando Spinoza escribía “Dios o la naturaleza”, implicaba que Dios es “la naturaleza creadora” y no “la naturaleza creada”.  Murió en La Haya, enfermo de tuberculosis.

* El integrismo es la actitud de ciertos sectores religiosos o políticos hacia los principios de la doctrina tradicional de modo que rechazan cualquier cambio doctrinal con la intención de mantener íntegros tales principios y con la pretensión de imponerlos a los demás. Tiene su origen en grupo católicos ultramontanos del siglo XIX que reaccionaron contra la modernidad proponiendo una política católica “íntegra”. El adjetivo “integrista” tiene su origen en España, concretamente en el sector del carlismo liderado por Cándido y Ramón Nocedal en la década de 1880 que al separarse de don Carlos fundaría el Partido Integrista.

En una conferencia pronunciada en Sabadell en 1884, el sacerdote catalán Félix Sardá y Salvany, propuso apropiarse del término “integrista”, declarando: “¿Integristas? Sí, señores míos, y a mucha honra”, “Apóstoles tiene hoy en día este ideal bendito en tolas las naciones del globo, donde con este mismo o parecido apodo es motejado por la revolución y por otros complacientes con ella”, “mas, creedlo, si en ninguna de estas naciones le quedase un soldado a la soberanía íntegra de Cristo Nuestro Señor, quedaríanle muchos todavía en su fiel España, donde con mayor esplendor que en otra nación alguna ha reinado en los pasados siglos y donde con más veneración que en otra alguna del globo ha prometido reinar”. Lo recoge el sacerdote y sociólogo Domingo Benavides en su obra El fracaso social del catolicismo español: Arboleya Martinez, 1870-1951 (Ed. Nova Terra, 1973, 431).  

* Fundamentalismo es el nombre que recibe la corriente religiosa o ideológica que promueve la interpretación literal de sus textos sagrados o fundacionales. El fundamentalismo evangélico hoy puede asimilarse a “derecha protestante evangélica”. Tiene sus orígenes en los años 1910 y 1915. En esa época, Lyman Stewart, un multimillonario del Sur de California, publicó 12 volúmenes titulados Los fundamentos. El autor quería responder a la “amenaza” de las ideas modernistas de la época, resumiendo el pensamiento de autores que él valoraba: “Entre los que apreciaban los resúmenes de Stewart hay varios exponentes políticos y también dos presidentes recientes, como Ronald Reagan y George W. Bush”. Lo afirman el jesuita Antonio Spadaro y el pastor presbiteriano Marcelo Figueroa en su artículo Fundamentalismo evangélico e integrismo católico (Ciudad de Dios y de los hombres).

“Lo primero que tenemos que hacer es dar voz a nuestras Iglesias”. Lo que se entiende por ello es “influir en la esfera política, parlamentaria, jurídica y educativa para someter las normas públicas a la moral religiosa”. El pastor Rousas J. Rushdoony (1916-2001) sostiene “la necesidad de someter el Estado a la Biblia”. Es una lógica semejante a la del fundamentalismo islámico. Bush fue reconocido como “un gran cruzado” por el propio Osama Ben Laden. Otro fenómeno relevante es la “teología de la prosperidad”, propugnada principalmente por pastores millonarios y mediáticos, “telepredicadores” que prometen a sus fieles salud, riqueza y felicidad.

Asimismo, se está desarrollando una forma extraña de ecumenismo entre fundamentalistas evangélicos y católicos integristas, “unidos por la misma voluntad de una influencia religiosa directa en la dimensión política”. Este encuentro se da en temas como el aborto, el matrimonio homosexual, la educación religiosa y otras cuestiones consideradas como genéricamente morales o ligadas a los valores. Tanto los fundamentalistas evangélicos como como los católicos integristas “condenan el ecumenismo tradicional y, sin embargo, promueven un ecumenismo del conflicto que los une en el sueño nostálgico de un Estado de rasgos teocráticos”. Además, comparten su visión xenófoba e islamófoba, que promueve muros y deportaciones purificadoras. Para ellos, la intolerancia es purismo. Su método es interpretar la Biblia al pie de la letra.

* Grandes acontecimientos favorecen el proceso de secularización en Europa, la Ilustración francesa y alemana, la Revolución Industrial que empieza en Inglaterra y se extiende a los demás países de Europa y la Revolución Francesa que acaba con el Antiguo Régimen, la alianza del trono y del altar.

La Ilustración francesa y alemana es un movimiento filosófico y literario, imperante en el siglo XVIII, caracterizado por la extremada confianza del hombre en la capacidad de la razón para resolver todos los problemas de la vida humana. La Ilustración lucha contra la ignorancia y el oscurantismo por medio de la ciencia y el empleo de la razón. Frente a un mundo regido por creencias y normas religiosas se abre paso una sociedad de individuos racionales guiados por principios laicos y universales.

Immanuel Kant(1724-1804) es considerado como el filósofo de la Ilustración. Nace en Könisberg (Alemania) en el seno de una familia pietista, que ponía énfasis en una intensa devoción religiosa y en una interpretación literal de la Biblia. Estudia filosofía en su ciudad natal. Hacia 1770, el filósofo, economista e historiador escocés David Hume (1711-1776) le despierta del “sueño dogmático”. Su obra Crítica de la razón pura (1781) plantea el interrogante: ¿Qué puedo conocer? y se considera como el punto de inflexión en la historia de la filosofía. Usar la razón sin aplicarla a la experiencia nos lleva inevitablemente a ilusiones teóricas.

Su obra Crítica de la razón práctica (1788) está centrada en la ética y responde al interrogante: ¿Qué debo hacer? El “imperativo categórico” señala el camino: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal”. En su conclusión dice: “Dos cosas me llenan la mente con un siempre renovado y acrecentado asombro y admiración por mucho que continuamente reflexione sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”.

Kant plantea también otro interrogante: ¿Qué puedo esperar? A esto intenta responder la religión. Kant no niega la existencia de Dios ni la realidad pensable del mundo o del alma. Lo que niega es que la razón humana pueda llegar a conocer esas realidades en sí mismas. Conocemos sólo lo que podemos experimentar.

La secularización es el cumplimiento del ideal de Kant sobre la mayoría de edad del hombre. Éste ya no necesita de la tutela de la religión sino que puede pensar y decidir por sí mismo. George Jacob Holyoake (1817-1906), considerado como el padre del secularismo inglés, define lo secular como todo aquello que en nuestra vida puede ser controlado por la experiencia.

La Revolución Industrial (1760-1840) es un proceso de transformación radical en el plano económico, social y tecnológico que comienza en Inglaterra y se extiende por Europa y el resto del mundo. Supone el paso de una economía rural basada fundamentalmente en la agricultura y el comercio a una economía de carácter urbano, industrializada y mecanizada. Por primera vez en la historia, el nivel de vida de las masas y de la gente común experimenta un crecimiento sostenido y un aumento espectacular de la población.

La Revolución Francesa. (1789-1799) es un conflicto social y político, con diversos periodos de violencia, que convulsiona a Francia y por extensión a otras naciones europeas. El conjunto de la población mostraba un resentimiento generalizado dirigido hacia los privilegios de los nobles y del alto clero. La Revolución Francesa abre un horizonte político basado en la soberanía popular y sienta las bases de las democracias modernas sobre estos principios: libertad, igualdad, fraternidad. Es el final del feudalismo y del absolutismo, de las monarquías y de la nobleza, el Antiguo Régimen.

A comienzos del siglo XX empiezan a aparecer los movimientos de separación de Iglesia y Estado ya dictaminados dentro del marco de las constituciones. La I Guerra Mundial y la II Guerra Mundial suponen una disminución de la influencia de Europa en los asuntos mundiales, quedando Estados Unidos y la Unión Soviética como las dos grandes potencias que dominan el mundo. La Guerra Fría entre ambos bloques y el Telón de Acero dividen a Europa.

Comenta el historiador Julián Casanova: “Del apocalipsis emergió una Europa cambiada por completo. Estados Unidos y la Unión Soviética pasaron a ocupar el vacío dejado por la desaparición de las grandes potencias, con Alemania destruida y Francia y el Reino Unido muy debilitados. Mientras la primera de esas guerras del siglo XX había dejado un legado de convulsión, la segunda, una catástrofe todavía peor, dio a luz a un periodo de estabilidad imprevisible y, en la mitad occidental, a una prosperidad incomparable. La violenta derrota del militarismo y de los fascismos allanó el camino para una alternativa que había aparecido en el horizonte de Europa Occidental antes de 1914, pero que no se había podido estabilizar después de 1918. Era el modelo de una sociedad democrática, basado en una combinación de representación con sufragio universal, estado de bienestar, con amplias prestaciones sociales, libre mercado, progreso y consumismo” (Casanova, 17).

La Declaración Universal de los Derechos del Hombre (ONU, 10-12-1948) es un acontecimiento,  acogido y valorado por Juan XXIII y por el Concilio Vaticano II (1962-1965) como signo de la acción del espíritu de Dios en nuestro tiempo (Mt 16,3). Algunos derechos humanos más importantes: de reunión y de asociación, de participación política, de participación laboral, de expresión e información, derecho a la educación, a no ser sometido a torturas ni a tratos crueles, inhumanos o degradantes, a una vida verdaderamente humana, a la libertad religiosa.

El Consejo de Europa nace el 5 de mayo de 1949 en Londres. Es un organismo internacional destinado a promover, mediante la cooperación de los Estados de Europa, la configuración de un espacio político y jurídico común, sustentado por los valores de la democracia, los derechos humanos y el imperio de la ley. Países fundadores: Italia, Reino Unido, Bélgica, Suecia, Países Bajos, Dinamarca, Luxemburgo, Irlanda. Lo componen 47 Estados. En 1950 se redactó el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, donde se garantiza la protección de los Derechos Humanos.

La Unión Europea  nace el 1 de noviembre de 1993 en Maastricht, Países Bajos. Es una comunidad política de derecho constituida para propiciar y acoger la integración y gobernanza en común de los Estados y los pueblos de Europa. Miembros fundadores: Alemania, Italia, Francia, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo. La componen 27 países. Europa se expande al Este con la caída del Muro de Berlín (1989) y de la propia Unión Soviética (1991).

Europa es una máxima diversidad cultural en una superficie de 10.530.751 kilómetros cuadrados con una población de más de 740 millones de habitantes. En lo que a religión se refiere, se manifiestan: católicos (41%), agnósticos (17 %), ateos (10%), ortodoxos (10%), protestantes (9%), otros cristianos (4%), otros (4 %), no saben/ no contestan (3%), musulmanes (2%). La población europea actual está dividida en tres grandes grupos: germánicos, mediterráneos y eslavos.

* El concilio Vaticano II proclama la igualdad esencial entre los hombres: “Toda forma de discriminación de los derechos fundamentales de la persona, sea social, sea cultural, por razones de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser superada y suprimida, como contraria al plan de Dios”, “resulta escandaloso el hecho de las excesivas desigualdades económicas y sociales” (GS 29).

El Vaticano II asume la secularización como justa autonomía de la realidad terrena: “Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía”, “la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en el mismo Dios”.

Sin embargo, el concilio rechaza la falsa autonomía, el secularismo: “Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios, la propia criatura queda oscurecida" (GS 36).

* Diversas posiciones. Según el cardenal Kasper, en el marco de la integración europea y de los procesos de globalización no sólo los Estados nacionales del siglo XIX y de comienzos del XX, sino también las Iglesias nacionales pierden el sentido que tenían antes: “La secularización moderna y el avance del Islam sitúan a todas las Iglesias ante retos parecidos, a los que no podremos hacer frente con éxito desde la rivalidad o el enfrentamiento, sino solo en común” (Kasper, 655).

Casiano Floristán(1926-2006), que fue profesor de Teología Pastoral en la Universidad Pontificia de Salamanca, en su artículo Las raíces cristianas de Europa recoge la petición insistente de Juan Pablo II reclamando que en la futura Constitución europea constase la aportación cultural y espiritual del cristianismo, pues la Iglesia “se ha implantado durante siglos en los pueblos que componen Europa”. Comenta Casiano: “Muchos son críticos y, por supuesto, los defensores de la laicidad se oponen a esa referencia explícita, ya que supondría reconocer una cierta tutela religiosa”.

En el viejo continente, añade, “hay ciudadanos propicios a que se refleje la matriz cristiana en la Constitución de Europa. Otros más templados pretenden únicamente que se reconozca la libertad de acción de las Iglesias. No faltan, por supuesto, los que defienden con todo rigor la laicidad, que no equivale a laicismo. Con su espíritu y humanismo de raíces cristianas, Europa debe ayudar a enderezar, dentro de Naciones Unidas, el rumbo de la humanidad. No es necesario –creo yo- que se mencione expresamente el aporte de la fe cristiana en la Constitución europea, sino que se recojan en este texto básico valores de tradición cristiana asumidos por la modernidad, sin clericalismos ni anticlericalismos” (El País, 29-5-2003).

El cardenal Ratzinger, en su homilía de la misa “para elegir papa”, denunció la “dictadura del relativismo”, según la cual no existe una verdad absoluta que sea válida para todos los seres humanos, sino que la verdad se construye en cada época de la historia: “A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina, parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos” (18-4-2005).

El papa Benedicto XVI ha usado el término “cristianofobia” en su discurso a la Curia romana el 20 de diciembre de 2010. Recordando los actos de violencia dirigidos contra los cristianos en distintas partes del mundo (“la minoría más oprimida y atormentada”) pide “a todas las personas con responsabilidad política o religiosa que detengan la cristianofobia”.

Eloy Bueno de la Fuente, profesor de la Facultad de Teología de Burgos, recoge la “dictadura del relativismo” en su artículo titulado Proponer hoy la fe en una sociedad secularizada y postsecular (12-3-2013). Para la dictadura del relativismo, “el cristianismo es el principal adversario”. Además, “hay que señalar que Europa es la excepción en el conjunto de la humanidad, y asimismo que la modernización implica una deriva secularista, como se muestra en el ejemplo de Estados Unidos, donde la religión ocupa un espacio muy importante en el espacio público. Ello implica que no se debería hablar de una modernidad sino de una variedad amplia de procesos de modernización, muchas de las cuales incluyen la religión como elemento aceptable y positivo”, “es cuestionado el presupuesto según el cual la evolución en Europa es una confirmación de la necesaria vinculación entre modernización y secularización e igualmente la previsión de que lo sucedido en Europa anticipa el futuro de la evolución a nivel mundial” (12-3-2013).

La revolución de mayo del 68 fue el intento de romper con toda una tradición histórica: lo que empezó siendo una “contracultura” se ha ido imponiendo como la cultura dominante que pretende configurar una visión del mundo alternativa a la cristiana. Mientras que algunas religiones, como el “budismo” son valoradas de modo positivo, al cristianismo no se le perdona o disculpa nada. Es el “chivo expiatorio”.

* La comunidad perdida. El profesor Eloy Bueno habla  del primer anuncio como “el eslabón perdido” a la hora de proponer la fe en una sociedad secularizada. Sin embargo, si de evangelizar se trata, hay que hablar también de “la comunidad perdida” de los Hechos de los Apóstoles. La comunidad es el medio más sensible que tenemos para escuchar la palabra de Dios, reconocer la presencia de Cristo, percibir la acción del Espíritu. Es la piscina de Siloé, donde el ciego de nacimiento cura su ceguera original (Jn 9,7). Siendo comunidad, la Iglesia es luz de las gentes (LG 1), signo levantado en medio de las naciones (SC 2), sacramento universal de salvación (GS 45). No es el individuo, sino la comunidad quien puede evangelizar. No es el individuo, sino la comunidad quien renueva profundamente a la Iglesia. No es el individuo, sino la comunidad quien puede realizar una contestación efectiva de la sociedad presente, tal y como está configurada. No es el individuo, sino la comunidad, quien puede vivir hoy las señales del Evangelio. (ver Proyecto Catecumenal I, Vosotros sois la luz).

Las primeras comunidades se encuentran en situación política y religiosa adversa. Para los judíos son una "secta" (Hch 24,5.14). “Atribulados en todo, mas no aplastados” (2 Co 4,8-9), dice Pablo. Es importante el aviso. “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podías distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 21, 2).

A mediados del siglo II, escribe el autor de la Carta a Diogneto: "Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su lengua ni por sus costumbres...Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria es tierra extraña. Se casan como todos; como todos, engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero con su vida sobrepasan las leyes" (V,1-10).

Y también: "A todos aman y por todos son perseguidos. Se los desconoce y se los condena. Se los mata, y en ello se les da la vida. Son pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados, y en las mismas deshonras son glorificados. Se los maldice y se los declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se los injuria y ellos dan honra. Hacen bien y se los castiga como malhechores; castigados de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Por los judíos se los combate como a extranjeros; por los griegos son perseguidos y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben decir el motivo de su odio" (V,11-17).

* La crisis presente. En nuestro tiempo, se está produciendo un hecho inexorable, que para muchos puede resultar desconcertante: el desmoronamiento de la vieja cristiandad. Indicadores no faltan. ¿Cuál es la causa de ese desmoronamiento? El diagnóstico lo hace el Concilio: "El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero" (GS 4). Hay que "escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio". 

En medio del judaísmo sociológico, Jesús asume la llamada de Juan: "Dad frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham" (Lc 3,8). La fe no se recibe por herencia. Se requiere una respuesta personal. De modo semejante, en medio del cristianismo sociológico irrumpe la llamada del Evangelio. No vale decir: "Somos cristianos de toda la vida". Hace falta otra cosa. La renovación eclesial es profundamente necesaria. El "vino nuevo" del Evangelio debe echarse en "pellejos nuevos" (Mc 2,22). Además, en medio del judaísmo sociológico Jesús crea la comunidad de discípulos,la señal de la comunidad, que es también una señal del Evangelio, una "señal levantada en medio de las naciones" (Is 11,12), "luz de las gentes" (Is 49,6): "Vosotros sois la luz” (Mt 5,14).

La vieja cristiandad, con sus ruinas seculares, se desmorona. No aguanta la sacudida del terremoto, los cambios profundos y acelerados del mundo contemporáneo. Lo dijo Juan Pablo I a su consejero teológico don Germano: “Tú eres testigo. El Concilio no rompió las barreras de contención, como se decía y se sigue diciendo todavía por mentes desafortunadas. No fue la causa del derrumbe de ideas y valores, de reglas, tradiciones y costumbres hasta entonces válidas e intocables. El Concilio llegó por voluntad de Dios a un mundo en rápida transformación cultural, social y religiosa” (Bassotto, 132). En esa situación de crisis llega el Concilio y remite a las fuentes de la experiencia comunitaria como modelo de renovación eclesial. Para eso fue convocado el Concilio, “para devolver a la Iglesia de Cristo los rasgos más simples y más puros de su origen”.  Así nace, así renace, así se renueva la Iglesia: volviendo al cenáculo (Hch 1,13-14 y 21), a Pentecostés, a la experiencia comunitaria de los Hechos de los Apóstoles.

* Comentario. El proceso de secularización no es sólo un cambio en profundidad, sino que supone una serie de grandes cambios; en realidad, un cambio de época: el desmoronamiento del sistema de cristiandad establecido durante siglos. Supone una crisis, pero también una oportunidad, una liberación, una purificación. El Concilio no fue la causa. En esa situación de crisis, el Concilio vuelve a las fuentes y establece un diálogo con el mundo de hoy. Con el Concilio, la Iglesia que se renueva establece una nueva relación con el mundo, abandona la vieja identificación entre cristianismo y sociedad, sale de la situación de cristiandad, opta por vivir como comunidad en medio de la sociedad, respeta la autonomía de lo temporal, reconoce el legítimo pluralismo social, renuncia a imponer el Evangelio por la fuerza, ofrece el Evangelio en la debilidad de la libertad. Tenemos en cuenta la actitud de Jesús, que no cede a la presión de pedir la penalización de la mujer que adultera (o aborta), sino que la llama a conversión: "Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más"(Jn 8,11).

Es importante el aviso de Pablo. “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente”. En medio del judaísmo sociológico, Jesús asume la llamada de Juan: "Dad frutos dignos de conversión”, “no andéis diciendo en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham" (Lc 3,8). La fe no se recibe por herencia. Se requiere una respuesta personal. De modo semejante, en medio del cristianismo sociológico irrumpe la llamada del Evangelio. No vale decir: "Somos cristianos de toda la vida". Hace falta otra cosa. La renovación eclesial es profundamente necesaria. El "vino nuevo" del Evangelio debe echarse en "pellejos nuevos" (Mc 2,22). A quien busca la luz o busca a Dios, quizá a tientas (Hch 17,27), lo mejor que le puede suceder es encontrarse con la señal de la comunidad, que es también una señal del Evangelio, una "señal levantada en medio de las naciones" (Is 11,12), "luz de las gentes" (Is 49,6): "vosotros sois la luz” (Mt 5,14).

3. El reto de la increencia

El reto de la increencia puede considerarse como una deriva del proceso de secularización. Dentro de esta deriva distinguimos dos corrientes: el agnosticismo y el ateísmo. Como ya hemos dicho, en Europa se manifiestan como agnósticos un 17% y como ateos un 10%. Por tanto, un 27% se declaran no creyentes. Conocer las razones secretas de los no creyentes facilita el diálogo con ellos. Por nuestra parte, podemos estar “siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza” (1 P 3,15), “mostrando una razón para vivir” (Flp 2, 16).

Algunos interrogantes: ¿Qué significa agnosticismo?, ¿qué significa ateísmo?, ¿cuáles son las causas de la increencia?, ¿cuáles son las razones secretas que llevan a los no creyentes a la ignorancia o a la negación de Dios?, ¿la ausencia de evidencia empírica?, ¿el problema del mal en el mundo?, ¿el escándalo de los creyentes?, ¿la identificación de las Iglesias con los poderosos de este mundo?, ¿la reacción crítica contra las religiones, también contra la religión cristiana?, ¿cómo se encuentran las Iglesias cristianas ante el reto de los no creyentes?

El agnosticismo es la doctrina filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano toda noción de lo absoluto y reduce la ciencia al conocimiento de lo “fenoménico” y relativo. Según el filósofo Kant, lo fenoménico es lo relativo al fenómeno como apariencia o manifestación de algo. La realidad de las cosas en sí mismas, lo “nouménico”, no lo podemos conocer. En la filosofía de Platón, representa una especie inteligible o idea. La palabra griega “nous” significa “inteligencia”. Por tanto, es una paradoja, para Kant lo “inteligible” resulta “ininteligible”, inaccesible, trascendente.

El filólogo británico Thomas Henry Huxley acuñó la expresión “agnóstico” en 1869. Etimológicamente, la palabra “agnóstico” viene del griego (agnostos, ignoto). El agnosticismo, de hecho, no es un credo, sino un método, que consiste en la rigurosa aplicación de un principio. Positivamente, el principio puede expresarse así: sigue tu razón tan lejos como te lleve, sin tener en cuenta ninguna otra consideración. Y negativamente: no pretendas que son ciertas las conclusiones que no han sido demostradas o no son demostrables.

El ateísmo es la doctrina filosófica que niega la existencia de Dios. Etimológicamente, la palabra ateo viene del griego (atheos, sin Dios). Durante el siglo XVII, la Ilustración aboga por la supremacía de la razón. La Revolución Francesa (1789) muestra un “ateísmo sin precedentes”, considerando la religión como parte integrante y cómplice del Antiguo Régimen.  

Las razones de los no creyentes abarcan aspectos filosóficos, sociales e históricos. Las razones son diversas: la ausencia de evidencia empírica, el problema del mal, las revelaciones inconsistentes, el escándalo de los creyentes, la identificación de las Iglesias con los poderosos de este mundo. Algunos piensan que la carga de la prueba no recae en quienes no creen sino en quienes creen: es el creyente el que tiene que justificar por qué cree. Sin embargo, también el no creyente puede decir por qué no cree. En diálogo con el mundo de hoy, podemos conocer las razones secretas de los no creyentes. Veamos posiciones diversas.

* El filósofo alemán Martín Heidegger (1889-1976) es considerado como el pensador más influyente del siglo XX. Nacido en Baden (Alemania), estudia teología católica, ciencias naturales y filosofía. Se aleja del catolicismo, que “se le hace inadmisible”, y se hace protestante, optando por un “cristianismo libre”. En su libro Ser y tiempo (1927), el hombre aparece como un “ser-ahí”, “ser en el mundo”, “ser para la muerte”. En su ensayo ¿Qué es metafísica? (1929) se pregunta: ¿Por qué existe algo y no más bien nada? La filosofía de Heidegger no afirma ni niega la existencia de Dios. Su actitud parece agnóstica.

En 2016 se publica la correspondencia del filósofo con su hermano Fritz, donde se confirma su adhesión al nazismo. El 18 de diciembre de 1931 escribe: “Espero que vayan a leer el libro de Hitler, los primeros capítulos autobiográficos son débiles. Este hombre tiene un instinto político seguro y remarcable, y lo tuvo incluso cuando el resto de nosotros estábamos aún en la niebla, no hay manera de negarlo. El movimiento Nacional Socialista pronto ganará una fuerza completamente diferente. No se trata de la mera política partidista, se trata de la redención o caída de Europa y la civilización occidental. Cualquiera que no lo entienda merece ser aplastado por el caos”.  Al final, pidió ser enterrado en el cementerio católico de su ciudad natal. En lápida brilla una estrella: “Ir hacia una estrella. Sólo eso”, dijo una vez.

Los llamados maestros de la sospecha advierten que la conciencia se falsea o se enmascara por intereses económicos (Marx), por el resentimiento del débil que espera la inversión de valores en un más allá intemporal (Nietzsche), por la represión del inconsciente (Freud). Aunque ellos no lo pretendieran, su crítica a la religión puede servir de purificación de la fe.

* Karl Marx(1818-1883) es filósofo, economista y sociólogo, de origen judío. Nació en Tréveris (Alemania) en una familia de clase media acomodada. Su abuelo paterno fue el rabino de la ciudad. Estudia en Bonn y en Berlín. La famosa frase “la religión es el opio del pueblo” aparece en su libro publicado en 1844 Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel (Grijalbo, 1968): “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma. Es el opio del pueblo”.

En 1848 escribe con Friedrich Engels el Manifiesto Comunista: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, (el austríaco) Metternich y (el francés) Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”, “la historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos, se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras abierta y franca, lucha que termina siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes” (Marx-Engels, Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1966, 19-20).

En 1867 Marx escribe El Capital. Es una obra de crítica económica, política y filosófica sobre las relaciones de dominación entre las clases, de un lado los proletarios y de otro los burgueses. Murió en Londres como apátrida. A su funeral asistió un grupo reducido de personas.

* Friedrich Nietzsche(1844-1900) nace en Röcken, cerca de Leipzig (Alemania). Estudia teología y filología clásica, pero abandona la teología y estudia filosofía. Para él la filosofía occidental, se encuentra en vías de caer en un profundo nihilismo que ha de superar. El nihilismo aparece en nuestro tiempo como manifestación de la ausencia de una medida única y, al mismo tiempo, como la proliferación de múltiples medidas. La superación del nihilismo se producirá cuando el “superhombre” imponga unos valores de acuerdo con la “moral de señores”, destruyendo los valores de la “moral de esclavos”.

La moral de señores se basa en la fe en sí mismos, el orgullo propio. Los señores aprecian como bueno todo lo que es superior y altivo, fuerte y dominador, y desprecian como malo todo lo que es fruto de la cobardía, el temor, la compasión, todo lo que es débil y disminuye el impulso vital. La moral de esclavos nace de los oprimidos y débiles. Los esclavos condenan los valores de los poderosos y valoran las cualidades de los débiles, la compasión, el servicio, la paciencia, la humildad. Como tienen que obedecer a los poderosos, dicen que la obediencia es buena e inventan una moral que les hace más llevadera su condición.

En La gaya ciencia (1882) Nietzsche presenta a un loco que en pleno día corre por la plaza con una linterna encendida, gritando sin cesar: “¡Busco a Dios, busco a Dios!”. Como allí había muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron la risa. El loco se encaró con ellos, y clavando sus ojos exclamó: “¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado: vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender a la Tierra de la órbita del sol?...¿No caemos sin cesar? ¿No caemos hacia delante, hacia atrás, en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita?... ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada?...¡Dios ha muerto!...¡Y nosotros le dimos muerte!... ¿Qué agua servirá para purificarnos?... La enormidad de este acto ¿no es demasiado grande para nosotros?” (Alba, Madrid, 1997, 137-138).

La frase “Dios ha muerto” aparece también en su obra Así habló Zaratustra, escrita entre 1883 y 1885. El hombre europeo ha de asumir la gran e inevitable consecuencia de la muerte de Dios. La consecuencia de esta muerte es que los valores vigentes se han venido abajo. La moral de señores ha de sustituir a la moral de esclavos y el “superhombre” ha de ocupar el lugar de Dios. Nietzsche terminó mal. Se discute la causa del hundimiento: infección de sífilis, cáncer cerebral. Murió de una neumonía, enteramente sumergido en la locura

* Sigmund Freud(1856-1939) es austriaco, de origen judío. Médico neurólogo, estudia en París con el neurólogo francés Jean-Martin Charcot la aplicación de la hipnosis en el tratamiento de la histeria. Vuelto a Viena, en colaboración con Josef Breuer, desarrolla el método catártico (del griego, catarsis, purificación): se provoca un efecto terapéutico mediante la descarga de afectos patógenos ligados a sucesos traumáticos a través de su evocación. Dice Freud: “Al investigar por medio del método catártico, obra de Breuer y mía, los traumas psíquicos de los que se derivan los síntomas histéricos, llegamos, en último término, a sucesos de orden sexual vividos por el enfermo en edad infantil, y esto aun en aquellos casos en los que la explosión de la enfermedad aparecía provocada por una emoción trivial de carácter no sexual. Sin tener en cuenta tales traumas infantiles resultaba imposible explicar los síntomas, llegar a la inteligencia de su determinación y revenir su retorno” (Ensayos sobre la vida sexual y la teoría de las neurosis, 10).

Poco a poco reemplaza estos métodos por la asociación libre y la interpretación de los sueños. Nace así el psicoanálisis al que se dedica el resto de su vida. “La interpretación de los sueños es el camino real al conocimiento de las actividades subconscientes de la mente”. Subconsciente es lo que, por encontrarse “por debajo del umbral de la conciencia”, resulta difícilmente accesible a esta o definitivamente inaccesible. Freud termina dejando el término “subconsciente” para utilizar “inconsciente”

Inconsciente es el contenido mental que se encuentra fuera del conocimiento de la persona, oculto, escondido, que escapa de la conciencia y está constituido por contenidos reprimidos: recuerdos, experiencias, sentimientos, etc. Lo inconsciente es “el círculo más grande que incluye dentro de sí el círculo más pequeño del consciente; todo consciente tiene su paso preliminar en el inconsciente mientras que el inconsciente puede detenerse en este paso y todavía reclamar el pleno valor como actividad psíquica”.

Freud asegura que la figura de los padres influye en el inconsciente del niño. El complejo de Edipo (si es niño) o de Electra (si es niña) es una fase de enamoramiento de papá o de mamá que los niños experimentan (de 3 a 5 años). En su obra El porvenir de una ilusión (1927) interpreta los orígenes, desarrollo y psicología de la religión. Ve la religión como un sistema falso de creencias que no tiene futuro. Se discute si el psicoanálisis pertenece o no al ámbito de la ciencia.

En el siglo XX dos filósofos franceses, que se manifiestan ateos, influyen fuertemente en la cultura contemporánea. Son Jean-Paul Sartre y Albert Camus.

* Jean-Paul Sartre (1905-1980) es filósofo y escritor, exponente del existencialismo y del marxismo humanista. Fue pareja de la también filósofa Simone de Beauvoir. Estudió Filosofía en París. Su filosofía fue militante. Se solidarizó con el Mayo Francés, la Revolución Cultural China y la Revolución Cubana. Entre otros libros, escribió El ser y la nada (1943) y El existencialismo es un humanismo (1946). Para Sartre el ser humano es “ser-para-sí”, un “proyecto”, un “ser que debe hacerse”. El ser humano está “condenado a su libertad”.

Somos absolutamente libres, pero también tenemos una responsabilidad absoluta sobre nosotros y sobre el mundo. Se opuso a la guerra de Vietnam y criticó el estalinismo. Para él la existencia de Dios es imposible, ya que el propio concepto de Dios es contradictorio, pues sería el “ser-para-sí” logrado. Los valores éticos dependen enteramente del hombre y son una creación suya. En su obra de teatro Huis-clos, A puerta cerrada (1944), aparece la famosa frase: “El infierno es el Otro”.

* Albert Camus (1913-1960) es escritor, filósofo y periodista, nacido en Argelia en una familia de colonos franceses. En su libro La peste (1947) trata de manera simbólica una epidemia en Orán. Las personas se preocupan más por encontrar la dignidad y la fraternidad humana que por abolir la epidemia misma. Camus no cree en un Dios que tolera el sufrimiento de los inocentes. El hombre no tiene control sobre nada. La irracionalidad de la vida es inevitable. La peste representa el absurdo. No obstante, “en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Camus niega rotundamente todo aquello que, teniendo un origen terrestre o divino, sea capaz de producir sufrimiento al hombre. Se pregunta si puede o no existir un santo ateo. El hombre absurdo vive sin Dios, pero eso no significa que no pueda entregarse al bien de los demás. Si se hace sin esperar recompensa, muestra la grandeza del ser humano.

Camus rechaza la fe en Dios, en la historia y en la razón, se opone simultáneamente al cristianismo, al marxismo y al existencialismo. Lucha contra todas las ideologías y las abstracciones que alejan al hombre de lo humano. Pese a su alejamiento consciente del nihilismo, rescata de él la libertad individual. Fue un convencido anarquista. En su libro El hombre rebelde (1951) muestra lo destructivo de toda ideología que propone una finalidad en la historia. Trata sobre cómo y por qué a lo largo de la historia el hombre se levanta contra Dios y contra el Amo. En 1957 recibió el Premio Nobel de Literatura por “el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de la actualidad”. Murió en accidente de coche en 1960.

* El concilio Vaticano II abordó (de forma conjunta) el problema de la increencia, del agnosticismo y del ateísmo: “La palabraateismo designa fenómenos muy diversos: Mientras unos niegan expresamente a Dios, otros creen que el hombre no puede asegurar nada acerca de él; y otros someten a examen el problema de Dios con tal método que aparece como un problema sin sentido. Muchos, sobrepasando sin razón los límites de las ciencias positivas, intentan explicarlo todo con esta sola razón científica, o, al contrario, no admiten ya ninguna verdad absoluta. Algunos de tal manera exaltan al hombre, que la fe en Dios resulta como sin nervio; éstos, a lo que parece, son más propensos a la afirmación del hombre que a la negación de Dios. Otros se representan a Dios de tal manera que esta imagen que ellos rechazan no tiene nada que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean los problemas acerca de Dios, como que parecen no experimentar ninguna inquietud religiosa ni perciben por qué hay que preocuparse todavía de la religión. Por otra parte, el ateísmo nace a veces de una violenta protesta contra el mal en el mundo o de la atribución indebida de carácter de absoluto a algunos bienes humanos, de modo que ocupan éstos el lugar que corresponde a Dios. La misma civilización actual, no por sí misma, sino por estar demasiado inmersa en las cosas terrenas, puede hacer muchas veces más difícil el acceso hasta Dios” (GS 19).

Responsabilidad de unos y de otros: “Quienes voluntariamente se esfuerzan por apartar a Dios de su corazón y evitar los problemas religiosos no siguiendo el dictamen de la conciencia, no están ciertamente libres de culpa; sin embargo, los mismos creyentes tienen muchas veces alguna responsabilidad de esto”. El ateísmo “es un fenómeno derivado de varias causas, entre las cuales hay que contar también una reacción crítica contra las religiones y, sin duda, en algunas partes principalmente contra la religión cristiana” (GS 19).

El ateísmo como sistema: “El ateísmo moderno reviste también la forma sistemática, la cual, dejando ahora otras causas, lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios”, “la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el progreso técnico actual da al hombre puede favorecer esta doctrina”, “entre las formas del ateísmo moderno no hay que olvidar la que espera la liberación del hombre principalmente de su liberación económica y social. Pretende que la religión se opone, por su propia naturaleza, a esta liberación en cuanto que, al levantar la esperanza del hombre a una vida futura e ilusoria, le impediría edificar la ciudad terrestre” (GS 20).

Las razones de la negación de Dios. La Iglesia “se esfuerza por descubrir en la mente de los ateos las razones secretas de la negación de Dios, y, consciente de la gravedad de los problemas que el ateísmo plantea…juzga que deben examinarse esas razones en profundidad”, “la Iglesia sostiene que el reconocimiento de Dios no se opone de ningún modo a la dignidad del hombre”, “enseña también que no disminuye la importancia de los deberes temporales con la esperanza escatológica, sino que más bien su cumplimiento encuentra en ella nuevos motivos en que apoyarse. Por el contrario, al faltar el fundamento divino y la esperanza de la vida eterna queda gravísimamente herida la dignidad del hombre…y quedan sin solución los misterios de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, de modo que los hombres no pocas veces caen en la desesperación”, “entre tanto, todo hombre se es a sí mismo un problema no resuelto, confusamente percibido”, “nadie puede dejar absolutamente de sentir alguna vez especialmente en los sucesos más importantes de la vida, este interrogante”, “a esta cuestión sólo Dios puede responder con plenitud y con toda certeza” (GS 21).

El remedio: “Hay que esperarlo de la exposición apta de la doctrina y de la vida íntegra de la Iglesia y de sus miembros”, “se obtiene esto por el testimonio de una fe viva y madura, educada precisamente para poder ver con claridad las dificultades y para poder superarlas”, “esta fe debe manifestar su fecundidad, penetrando toda la vida de los creyentes, aun la profana, y moviéndolos hacia la justicia y el amor, especialmente para con los necesitados”, “por último, lo que más ayuda a hacer patente la presencia de Dios en el mundo es la caridad fraterna de los fieles, quienes unánimes en el espíritu colaboran con la fe del Evangelio, y se muestran como signo de unidad”, “la Iglesia sabe, ante todo, que su mensaje está de acuerdo con los más íntimos anhelos del corazón del hombre, cuando defiende la dignidad de la vocación humana  devolviendo la esperanza a los que desesperan ya de su destino más alto”. En realidad, el misterio del hombre no queda esclarecido de verdad sino dentro del misterio de Cristo: Él “revela plenamente el hombre al hombre” (GS 22).

* Para quien busca la luz o busca a Dios, quizá "a tientas" (Hch 17,27), la respuesta no está en las nubes de los razonamientos teóricos. La respuesta es la experiencia de fe. Lo dijo Pablo VI: "En el fondo ¿hay otra forma de comunicar el evangelio que no sea el comunicar a otro la propia experiencia de fe?" (EN 46). En realidad, la Biblia no es un tratado sobre Dios, sino una profunda experiencia de Dios.

A comienzos del siglo XXI, el mensaje de las Iglesias cristianas es cada vez más minoritario y se muestra incapaz de conectar con las aspiraciones y las esperanzas de los europeos. Dice el cardenal Kasper: “Países hasta ahora cristianos se han convertido en tierra de misión. En Europa existen enteras franjas de territorio y regiones, así como grupos sociales, que se han alejado por completo o en gran medida del cristianismo. A ello se añade que entretanto las religiones no cristianas, en especial los musulmanes, no sólo viven en países lejanos, sino en medio de nosotros”, “es necesario una nueva evangelización de los países hasta ahora cristianos”, “hemos de llevar a cabo un trabajo de fundamentos en la predicación, en la catequesis y la formación de adultos, a fin de afianzar de nuevo los cimientos sobre los que poder levantar los esfuerzos ecuménicos” (Kasper, 624-625 y 458).

En diálogo con el mundo de hoy, el papa Francisco asume en su encíclica sobre la fraternidad y la amistad social, Fratelli tutti (FT), los principios de la Revolución Francesa y de las democracias modernas: libertad, igualdad, fraternidad, y comenta: “La fraternidad no es sólo resultado de condiciones de respeto a las libertades individuales, ni siquiera de cierta equidad administrada”, “la fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad”. Sin la fraternidad, “la libertad enflaquece, resultando así más una condición de soledad, de pura autonomía para pertenecer a alguien o a algo, o para poseer o disfrutar”, “tampoco la igualdad se logra definiendo en abstracto que todos los seres son iguales, sino que es el resultado del cultivo consciente y pedagógico de la fraternidad”, “el individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos” (FT 103-105).

La afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos, si no es sólo una abstracción, nos plantea una serie de retos que nos descolocan y nos obligan a asumir nuevas perspectivas. Ante el límite de las fronteras, “nuestros esfuerzos ante las personas migrantes pueden resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar”, “esto implica algunas respuestas indispensables, sobre todo frente a los que escapan de graves crisis humanitarias. Por ejemplo, incrementar y simplificar la concesión de visados, adoptar programas de patrocinio privado y comunitario, abrir corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables, ofrecer  un alojamiento adecuado y decoroso, garantizar la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos, asegurar una adecuada asistencia consular…, darles libertad de movimientos y la posibilidad de trabajar, proteger a los menores de edad y asegurarles el acceso regular a la educación, prever programas de custodia temporal o de acogida, garantizar la libertad religiosa, promover su inserción social, favorecer la reagrupación familiar y preparar a las comunidades locales para los procesos integrativos” (FT 128-130).

Para hacer posible una comunidad mundial capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, “hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común”. Es necesario fomentar “una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres”, “el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieren hacer creer este dogma de fe neoliberal”, “la especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos”, “sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente, esta confianza ha fallado. El fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles”.

En ciertas visiones economicistas cerradas, “no parecen tener lugar, por ejemplo, los movimientos populares que aglutinan a desocupados, trabajadores precarios e informales y a tantos otros que no entran fácilmente en los cauces ya establecidos”, “hace falta pensar en la participación social, política y económica de tal manera que incluya a los movimientos populares y anime a las estructuras de gobierno locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común” (FT 154, 165-169).  

Dice el papa Francisco: “Con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, construyamos un Fondo mundial para acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres”, “queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad…para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación”, “cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros” (FT 262, 276 y 284).

* Datos bíblicos. El profeta Malaquías, que significa “mi mensajero”, denuncia a los sacerdotes (hacia el 450 a. C.): “Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre, dice el Señor, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis invalidado mi alianza con Leví. Pues yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos y porque os fijáis en las personas al aplicar la ley”, “el Señor es testigo entre tú y la esposa de tu juventud, a la que tú traicionaste, siendo que ella era tu compañera y la mujer de tu alianza. ¿No ha hecho él un solo ser, que tiene carne y espíritu? Y este uno ¿qué busca? ¡Una posteridad dada por Dios! Guardad, pues, vuestro espíritu; no traiciones a la esposa de tu juventud. Pues yo odio el repudio, dice el Señor” (Ml 2,1-16).

Pablo denuncia la necedad de los gentiles:“La cólera de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto. Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se dejó ver a la inteligencia a través de sus obras, su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables, porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gloria, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos, jactándose desabios, se volvieron estúpidos”, “Dios los entregó a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene” (Rm 1,18-30). Los judíos no están mejor. Su comportamiento genera blasfemia entre las naciones: “Tú que instruyes a los otros a ti mismo no te instruyes. Predicas no robar ¡y robas! Prohíbes el adulterio ¡y adulteras! Aborreces los ídolos, ¡y saqueas sus templos!”, “por vuestra causa el nombre de Dios es blasfemado entre las naciones”(2,21-24).

Jesús denuncia a los escribas y fariseos: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos; haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen; porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar” (Mt 23,1-4). El profeta de Galilea de los gentiles no se impone por la fuerza, anuncia, para quien quiera seguirle, la voluntad de Dios.  Sin embargo, las palabras de Jesús ante el escándalo de los pequeños son durísimas: "Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una piedra de molino y lo arrojen en lo profundo del mar" (Mt 18,6).

En la parábola del pobre y del rico (Lc 16,19-29) Jesús denuncia el abismo social que separa a ricos y pobres. Muere el pobre y va a reunirse con sus padres (Gn 15,15). Muere el rico y es sepultado. Es decir, se queda en la fosa (en hebreo, "sheol"; en griego, "hades"; en latín, "inferi", lo que está abajo). Estando en el hades, entre tormentos, el rico presenta su condición de "hijo de Abraham" (Lc 3,8), pero no le sirve de nada. El rico quiere que Abraham envíe al pobre a la casa de su padre, porque tiene cinco hermanos, “para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento”. Le dice Abraham: “Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan”. Él dijo: “No, padre Abraham, sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán”. Le contestó: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convertirán, aunque resucite un muerto".

¿Qué dice Moisés? Dice esto: "No maltratarás al forastero, ni le oprimirás, pues forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No vejarás a la viuda ni al huérfano. Si le vejas y clama a mí, no dejaré de oír su clamor", "si prestas dinero a uno de mi pueblo, al pobre que habita contigo, no serás con él un usurero; no le exigiréis interés. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol, porque con él se abriga; es el vestido de su cuerpo. ¿Sobre qué va a dormir, si no? Clamará a mí, y yo le oiré" (Ex 22, 20-26).

 ¿Qué dicen los profetas? Los profetas denuncian las diferencias escandalosas entre ricos y pobres, la opresión que sufren los débiles, la rapacidad de los poderosos. El verdadero ayuno es "abrir las prisiones injustas", "dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne" (Is 58, 6-7). La confianza en la religión oficial de nada sirve: "¡Creéis alejar el día funesto, y hacéis que se acerque un estado de violencia!" (Am 6,1-3).

En la parábola tanto el pobre como el rico aparecen vivos, resucitados. La situación en la que ambos están es definitiva: “el seno de Abraham” en el caso del pobre, “el infierno” en el caso del rico. La del pobre es “una resurrección de vida”, la del rico "una resurrección de juicio" (Jn 5,29; ver Proyecto Catecumenal III, El abismo social).

* Comentario. El reto de la increencia puede considerarse como una deriva del proceso de secularización. Las razones secretas de los no creyentes son diversas: la ausencia de evidencia empírica, el problema del mal, el escándalo de los creyentes, la identificación de las Iglesias con los poderosos de este mundo. Entre las causas de la increencia, dice el Concilio, está el creer que el hombre no puede asegurar nada acerca de Dios, el racionalismo; también está el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios; en el fondo, es la pretensión de ser como Dios prescindiendo de Dios, el pecado radical. Dios no tiene la culpa del mal que hay en el mundo, la culpa la tiene el hombre. Muchos se representan a Dios de tal manera que esta imagen que ellos rechazan no tiene nada que ver con el Dios del Evangelio. Una de las causas es la reacción crítica contra las religiones, también contra la religión cristiana. Cuando Marx dijo la célebre frase: “La religión es el opio del pueblo”, la Iglesia formaba parte del Antiguo Régimen, estaba del lado de los poderosos. ¿Y ahora? El papa Francisco promueve una ética mundial de la fraternidad, que es necesaria, y una Iglesia de los pobres. Esa ética mundial no se opone a la moral evangélica de la comunidad cristiana. La “nueva evangelización” supone recuperar “la comunidad perdida” de los Hechos de los Apóstoles. Conocer las razones secretas de los no creyentes facilita el diálogo con ellos. Por nuestra parte, podemos estar “siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza” (1 P 3,15), “mostrando una razón para vivir” (Flp 2, 16).

4. El movimiento ecuménico

El movimiento ecuménico es una señal de nuestro tiempo (Lc 12,56). Desde finales del siglo XVIII surgen en diversas iglesias y en distintos continentes –de manera independiente entre sí- movimientos de oración por la unidad de los cristianos. En 1908, en Nueva York, el pastor Paul James Watson (1865-1940) comienza la anual Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. La Iglesia católica participa desde el principio en esta iniciativa. El Señor de la historia, dice el Concilio, “ha empezado recientemente a infundir con mayor abundancia en los cristianos desunidos entre sí el arrepentimiento y el deseo de unión. En todas partes muchos hombres han sido conmovidos por esta gracia”. La división de los cristianos “contradice abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo” (UR 1).

Algunos interrogantes: ¿Qué es el ecumenismo?, ¿qué es el movimiento ecuménico?, ¿qué frutos ha dado?, ¿qué diferencias hay entre las Iglesias cristianas?, ¿qué dificultades subsisten?, ¿dónde está el principal obstáculo?, ¿ha habido reservas, malentendidos, excesos e intentos de dar marcha atrás?, ¿hay diversos modelos ecuménicos?, ¿cuáles son las metas del ecumenismo?,  ¿cómo entendemos la unidad de las Iglesias?, ¿hay malestar ecuménico?, ¿qué pasa con el movimiento ecuménico?, ¿es posible avanzar?, ¿está en punto muerto?, ¿supone un mínimo denominador común o una máxima conversión al Evangelio?, ¿es una señal de nuestro tiempo?

El ecumenismo es la tendencia o movimiento que busca la restauración de la unidad de los cristianos para conseguir una Iglesia verdaderamente universal. La palabra viene del griego oikouméne que significa “tierra habitada” y se utiliza ya en el Imperio romano para designar la totalidad de las tierras conquistadas. En los evangelios aparece la palabra cuando se dice que “salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo”, toda la oikoumène (Lc 2,1), también aparece cuando el diablo tienta a Jesús ofreciéndole “todos los reinos del mundo” (4,5). En el siglo IV comienza a utilizarse en la historia de la Iglesia, cuando Constantino convoca el I Concilio Ecuménico de Nicea (325).

* Los comienzos. El movimiento ecuménico no surgió hasta el siglo XX. Es algo así como el contrapunto de los sangrientos conflictos: “dos guerras mundiales con millones de muertos; millones de desplazados y refugiados; genocidios, en especial la Soah, el exterminio estatalmente planificado y perpetrado de millones de judíos; guerras regionales donde las grandes potencias se enfrentan por delegación; en numerosos países violentas dictaduras y violaciones de derechos humanos básicos; injusticia, hambre y miseria en numerosas zonas del planeta y para una gran mayoría de la humanidad. En medio de tanta oscuridad hubo un rayo de luz; los cristianos separados, que en el pasado con frecuencia se habían enfrentado cruentamente unos con otros, se percataron que era más lo que compartían que lo que los separaba” (Kasper, 18).

La Conferencia Misionera Mundial, celebrada en Edimburgo en 1910, se considera el comienzo del movimiento ecuménico. Esta conferencia promueve un ecumenismo organizado y estructurado, al principio en las dos comisiones Fe y Constitución y Fe y Vida, que tras la Segunda Guerra Mundial en 1948 se funden en Ámsterdam constituyendo el Consejo Mundial de las Iglesias, que se define como una “comunión de Iglesias” que invocan “al Dios trino” y confiesan a Jesucristo como “Señor y Salvador”. La meta de la comunión plena que debe buscarse fue definida ya por el belga cardenal Mercier y Lord Halifax en las conversaciones entre católicos y anglicanos celebradas en Malinas (1921-1926), en las que se utilizó la fórmula: “Unidos, pero no absorbidos”.

La división de las Iglesias es un escándalo. El teólogo calvinista Karl Barth (1886-1968) lo denunció claramente: “No existe ninguna justificación, ni teológica, ni espiritual, ni bíblica, para la existencia de una pluralidad de Iglesias genuinamente separadas en este camino y que se excluyen mutuamente unas a otras interna y, por tanto, externamente. En este sentido, una pluralidad de Iglesias significa una pluralidad de señores, una pluralidad de espíritus, una pluralidad de dioses… Pueden existir buenas razones para que se planteen estas divisiones. Puede haber serios obstáculos para poder eliminarlas. Puede haber muchas razones para explicar esas divisiones y para mitigarlas. Pero todo eso no altera el hecho de que toda división, como tal, es un profundo enigma, un escándalo”[1].

Los responsables de la Iglesia católica se condujeron con reservas, más aún con una actitud de rechazo hacia el ecumenismo en la primera mitad del siglo XX. Se recelaba de él como de un “pancristianismo relativizador y sincretista”. En este contexto hay que mencionar la encíclica  Mortalium animos (1928) de Pío XI según la cual Cristo fundó una sola Iglesia, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Los cristianos separados que quieran regresar se les acoge. La participación de la Iglesia Católica o de católicos en el diálogo ecuménico está “expresamente prohibida”. La encíclica Mystici Corporis (1943) de Pío XII insiste en lo mismo: “el cuerpo de Cristo es la Iglesia Católica de Roma”. Esto no significa que los cristianos no católicos estén excluidos de la salvación eterna, pues pueden estar unidos a Cristo “en virtud del deseo, al menos implícito”.

Para poder avanzar, se necesitaba un sólido trabajo en los fundamentos. En el periodo de entreguerras grandes teólogos como Henri de Lubac, Yves Congar, Hans Urs Von Balthasar y Karl Rahner clarificaron los fundamentos y abrieron camino (Kasper, 20-23, 219-220 y 87).

El papa Juan XXIII cambia el rumbo de la Iglesia católica creando en 1960 el Secretariado (hoy Pontificio Consejo)para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. En la actualidad, este Pontificio Consejo prepara conjuntamente con la Comisión Fe y Constitución la semana anual de oración por la unidad de los cristianos. En su lecho de muerte Juan XXIII pronunció estas palabras: “Ofrezco mi vida por la Iglesia, por la continuación del Concilio Ecuménico, por la paz en el mundo y por la unión de los cristianos…Mis días en este mundo han llegado a su fin, pero Cristo vive y la Iglesia debe continuar su tarea ut unum sint, ut unum sint”, para que sean uno..

Algunas experiencias memorables fueron determinantes: “Las experiencias comunes en la guerra, en el cautiverio, en los campos de concentración, en el destierro en las situaciones de persecución acercaron entre sí a cristianos de diferentes confesiones que hasta entonces habían vivido ajenos unos a otros, aglutinándolos en una comunidad de destino. Dado que muchas iglesias habían quedado destrozadas a consecuencia de la guerra, abrir los templos intactos a otros cristianos y brindarse mutuamente hospitalidad era algo natural”.

Veamos este relato del escritor francés Jean Guitton (1901-1999): “Todos los años en los campos de concentración hemos celebrado la semana por la unidad de los cristianos. Y de una manera diferente de aquellos nuestros amigos que permanecieron en el torbellino del mundo. Nos hallamos aquí reunidos en un gran encierro, reducidos a la simple condición de hombres dispuestos a escuchar la voz del Verbo interior. Católicos, protestantes, incrédulos llenos de nobles inquietudes, todos se han visto mezclados en los barracones. Bien pronto, en medio de aquella existencia yuxtapuesta y de ningún respiro de soledad, pudieron ponerse a charlar de los mismos temas de religión que, a la vez, les oponían y les armonizaban… Una buena mañana, aparecía el padre Congar en la barraca vecina a la mía. Nos trajo el apoyo de su fervor, de su erudición, de su violento y tranquilo coraje, de su competencia inigualable en los problemas ecuménicos… Muchas veces tuvimos reuniones con el pastor en la capilla protestante. Esta capilla tiene como guardián al sacerdote del bloque 1. Él es el que conserva la llave, el que vela por ella. La capilla es de una pura austeridad, con sus maderas severas, y sobre el altar, siempre abierta, en el lugar del tabernáculo católico, la santa Biblia”[2].

En los veintinueve años que sirvió como delegado pontificio en Bulgaria, Turquía y Grecia Angelo Giuseppe Roncalli, que más tarde sería el papa Juan XXIII, conoció y aprendió a valorar a las Iglesias ortodoxas. El arzobispo de Paderborn y más tarde cardenal Lorenz Jäger, uno de los promotores del ecumenismo en Alemania, procedía de una familia cuyos miembros pertenecían a distintas confesiones y, como capellán militar, había experimentado la convivencia solidaria de soldados católicos y protestantes en las trincheras de la Segunda Guerra Mundial. Agustín Bea, más tarde cardenal y primer presidente del Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, había conocido durante sus estudios en Berlín a famosos teólogos protestantes. Su colaborador Jan Willebrands, que luego le sucedería y sería también cardenal, había tejido ya antes del Concilio una red de relaciones que se extendía por toda Europa. Independientemente de ellos, ya entre ambas guerras mundiales, habían surgido en Alemania, Francia, Bélgica y Holanda numerosos círculos de diálogo ecuménico con gran poder de irradiación.

La Comunidad de Taizé es una comunidad monástica cristiana ecuménica fundada en 1940 por el teólogo suizo Roger Schutz (1915-2005) en la localidad de Taizé (Francia). Roger se sintió movido en agosto de 1940 a “construir una vida de comunidad en la que la reconciliación según el Evangelio sería vivida en una realidad concreta”. Dice el Hermano Roger: “Cuando la Iglesia escucha, sana, reconcilia; llega a ser lo que es en lo más luminoso de ella misma: límpido reflejo de un amor”.

Comenta Julián García Hernando (1920-2008), promotor del ecumenismo en España: “La juventud peregrina hacia Taizé. Puede decirse que desde 1960 es el lugar de cita de la juventud de todo el mundo, incluso de toda ideología. Muchas veces me he preguntado el por qué de este fenómeno verdaderamente sorprendente de la juventud contemporánea, alérgica a lo religioso, que va a rezar desbordantemente a Taizé… Una juventud con ansias de unidad universal, como contrapunto de la tendencia individualista en que se consumen tantas vidas juveniles. Además, en Taizé, los jóvenes se encuentran a sí mismos. Se les escucha. Se les atiende. Dialogan, oran y discuten, pero todo a su garbo, conforme a su talante… Los jóvenes saben que en Taizé son ellos los protagonistas”[3].

* Los mártires de Lübeck (Alemania). Los sacerdotes católicos Johannes Prassek, Eduard Müller y Hermann Lange, y el pastor luterano Karl Friedrich Stellbrink fueron decapitados los cuatro el 10 de noviembre de 1943 con menos de tres minutos de diferencia en la prisión de Hamburgo. Testigos presenciales destacaron que la sangre de los cuatro corrió literalmente junta por la guillotina y por el suelo. Esto impresionó como un símbolo del carácter ecuménico del trabajo y testimonio de estos hombres. Esta interpretación se ve apoyada por sus últimas cartas desde la cárcel y las declaraciones que hicieron durante su tiempo de sufrimiento, tortura y encarcelamiento: “Somos como hermanos”, dijo Hermann Lange.

Los sacerdotes trabajaban en la parroquia del Sagrado Corazón y el pastor en la Iglesia luterana de la ciudad. Los cuatro habían sido amigos desde 1941: “Los cuatro religiosos se sentían muy unidos. El mutuo aprecio y estímulo fue muy importante ante todo para el pastor Stellbrink, que se había quedado totalmente aislado dentro de su Iglesia Evangélica Regional, simpatizante del nazismo. Sin este lazo de amistad, que superó todas las diferencias confesionales, seguramente este grupo de resistencia no hubiera podido mantenerse unido hasta el final” (Carmen Elena Villa, Zenit.org).

En su homilía del Domingo de Ramos de 1942, el pastor Stellbrink interpretó el ataque aéreo británico de la noche anterior como el juicio de Dios: “Esta noche Dios nos ha hablado con potente voz”. Fue detenido por la Gestapo el 7 de abril de 1942, Prassek el 18 de mayo, Lange el 15 de junio y Müller el 22 de junio. Un año más tarde fueron condenados a muerte “debido a la desmoralización del ejército, en conexión con el amedrentamiento de parte del enemigo, considerado traición al país, y el delito de escuchar radios del enemigo” (ibidem). El juicio se convirtió en “el juicio de los cristianos de Lübeck”. Los  tres sacerdotes católicos fueron beatificados el 25 de junio de 2011. La beatificación no superó las diferencias dogmáticas. La cripta de la parroquia del Sagrado Corazón y la galería de la Iglesia luterana se dedican a la memoria de los cuatro mártires.

* El Concilio Vaticano II se propone “promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo” (SC 1) como uno de sus objetivos, “es uno de sus principales propósitos” (UR 1).  El cardenal Antonio María Javierre (1921-2007) relata en una anécdota la dificultad que suponía, de entrada, la palabra “ecumenismo”: “En el curso de la segunda sesión del Vaticano II tocó al cardenal Cicognani hacer la presentación del esquema de ecumenismo. Lo hizo en breves palabras: Ahí tenéis, vino a decir, un documento cuyo contenido nos es perfectamente familiar. La Iglesia católica, en efecto, es ecumenista desde su origen. Es bien conocido el servicio ecuménico que viene ejerciendo sin solución de continuidad a lo largo de su historia.

Momentos después, el entonces arzobispo Martín presentó en detalle los tres primeros capítulos del mismo documento. Lo hizo en lenguaje sensiblemente diverso: Atención, tenéis ante los ojos un texto inédito, totalmente nuevo, por su factura y por su contenido. Es la primera vez que un concilio afronta su estudio. Habrá de resultaros particularmente arduo su juicio porque no os será fácil contar con teólogos convenientemente preparados”. Comenta el cardenal Javierre: La Iglesia de Roma “no podía decirse que fuera ecuménica. No lo había sido jamás. Todo lo contrario: resultaba sencillísimo espigar en sus declaraciones oficiales multitud de matices de orientación francamente antiecuménica”[4].   

Algunos aspectos: El ecumenismo debe ser fomentado por los obispos (CD 16) y los presbíteros (PO 9), también entre los neófitos (AG 15). Comunidades no pequeñas se separaron “a veces no sin culpa de los hombres de una y otra parte. Sin embargo, quienes ahora nacen en esas Comunidades y se nutren de la fe de Cristo no pueden ser acusados de pecado de separación”, están incorporados al cuerpo de Cristo por el bautismo (UR 3). Se desea que los católicos, reconociendo los signos de los tiempos, participen en la tarea ecuménica. Por medio del diálogo, “todos adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de cada Comunión”, “todos examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia y, como es debido, emprenden animosamente la tarea de renovación y de reforma” (UR 4).

La renovación de la Iglesia “consiste fundamentalmente en el aumento de la fidelidad hacia su vocación”; la Iglesia es llamada por Cristo e una “perenne reforma”. Esta renovación tiene “extraordinaria importancia ecuménica” (UR 6). El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior (UR 7). Es deseable que los católicos se unan con los hermanos separados para orar en circunstancias especiales. Sin embargo, “no es lícito considerar la comunicación en las funciones sagradas como un medio que pueda usarse indiscriminadamente para restablecer la unidad de los cristianos” (UR 8). Para lograr un conocimiento mutuo de los hermanos, “ayudan mucho las reuniones de entrambas partes” (UR 9). Es muy importante la formación ecuménica (UR 10). Es necesario que se exponga claramente toda la doctrina de la fe. El ecumenismo no es un “falso irenismo” (UR 11).

* Frutos del movimiento ecuménico. La Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas se decidieron a emprender el camino ecuménico en el histórico encuentro que el patriarca Atenágoras y el papa Pablo VI mantuvieron en Jerusalén los días 4 y 5 de enero de 1964, así como mediante el Vaticano II: “El penúltimo día del concilio se borraron de la memoria de la Iglesia –simultáneamente en Roma y en Constantinopla- las excomuniones de 1054” (Kasper, 656). Con las Iglesias ortodoxas y orientales compartimos “la comprensión  sacramental y la constitución episcopal de la Iglesia”. El principal problema radica “en el lugar que ha de ocupar el obispo de Roma en la Iglesia universal”.

Los tres documentos que la Comisión Mixta Internacional de Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica de Roma y la Iglesia Ortodoxa publica entre 1980 y 1990 “muestran la profunda afinidad entre ambas tradiciones en la comprensión de la fe, la Iglesia y los sacramentos”. Comenta Kasper: “Aparte del añadido del filioque al texto del credo, que a nuestro juicio constituye una afirmación antes complementaria que contradictoria, el único problema teológico seriamente debatido entre las Iglesias ortodoxas y nosotros es el primado del obispo de Roma”.

Para algunos teólogos ortodoxos, la disputa sobre el filioque, el añadido latino al credo niceno-constantinopolitano común de la Iglesia antigua, constituye una diferencia fundamental. Aunque esta tesis parezca un poco extraña a primera vista, el filioque tiene, para ellos, consecuencias concretas para la concepción de Iglesia. Les parece que “el filioque vincula la obra del Espíritu Santo por completo a la persona y obra de Jesucristo y no deja espacio alguno para la libertad del Espíritu”.

El acuerdo con las Iglesias orientales ortodoxas (o antiguas) logró poner fin a una controversia cristológica de casi mil quinientos años, ya durante el concilio y luego plenamente tras él: “Entre las Iglesias orientales se cuentan, además de las Iglesias ortodoxas, las Iglesias orientales antiguas, que ya en los siglos IV y V se separaron de la Iglesia imperial a la sazón existente (coptos, sirios, armenios, etíopes, Iglesia malankar)”. Aparte de motivos políticos, la razón de la separación fue sobre todo la disputa sobre la formulación de la fe en Cristo: “El concilio de Calcedonia (451) promulgó la fórmula: Jesucristo es Dios verdadero y hombre verdadero, o sea, una persona en dos naturalezas. Las que hoy son conocidas como Iglesias orientales antiguas defendían en cambio la fórmula de Cirilo de Alejandría de que la naturaleza divina se ha encarnado”. Tras intensos trabajos y coloquios “se cayó en la cuenta de que, al hablar de una persona y dos naturalezas, se había partido de diferentes conceptos filosóficos de persona y naturaleza, pero que, por lo que respecta al contenido, se quería decir lo mismo. Esta constatación permitió a las Iglesias mantener su concordancia en la misma fe en Jesucristo, sin que ninguna de las partes impusiera a la otra su formulación” (Kasper, 403-404).

En la Concordia de Leuenberg (1973) diversas Iglesias protestantes -inicialmente luteranas y reformadas- que hasta entonces se habían mantenido separadas alcanzaron un acuerdo en la ciudad suiza “en virtud de una comprensión común del Evangelio y de los sacramentos del bautismo y de la eucaristía” (Kasper, 225). En el ministerio, tanto el ordenamiento episcopal como el ordenamiento sinodal-presbiteral son legítimos. 

Por parte católica, tanto con la comunidad anglicana como con las Iglesias protestantes, ha habido acercamientos en cuestiones como la eucaristía, la Iglesia y el ministerio, incluido el ministerio petrino. Hay que destacar los resultados de la Comisión Fe y Constitución, en especial el Documento de Lima Bautismo, eucaristía y ministerio (1982), considerado “un hito en el diálogo ecuménico”. Es el documento ecuménico más ampliamente difundido y estudiado, y ha servido de base para muchos acuerdos de “reconocimiento mutuo” entre las Iglesias.

El Grupo de Les Dombes, que debe su origen al pionero del ecumenismo Paul Couturier (1881-1953), llamó la atención sobre el hecho de que el proceso ecuménico debe ser siempre proceso de conversión y renovación. En su documento titulado Para la conversión de las Iglesias (1991) se dice: “Por conversión confesional entendemos el esfuerzo ecuménico por medio del cual una confesión cristiana purifica y enriquece su propia herencia con el objetivo de alcanzar la plena comunión eclesial con las demás confesiones” (Kasper, 122). En la Declaración de Magdeburgo sobre el reconocimiento recíproco del bautismo (2007): trece Iglesias, entre ellas la católica y la luterana. Semejante fue la Declaración de la Conferencia Episcopal Española y la Iglesia Española Reformada Episcopal sobre el reconocimiento mutuo del bautismo (2011).

Sobre la justificación ya no hay problemas entre luteranos y católicos. Con motivo del V centenario del nacimiento de Lutero, la comisión mixta católico-luterana reunida en Kloster Kirchberg (Wurtemburg) hizo una declaración conjunta el 6 de mayo de 1983: “El llamamiento de Lutero a la reforma de la Iglesia, que era el llamamiento a la penitencia, nos llega todavía. Continúa invitándonos a renovar nuestra escucha del Evangelio, a reconocer nuestras propias infidelidades a él y a prestarle un testimonio digno de fe. Esto no puede hacerse hoy día sin tener en cuenta a la otra Iglesia y sin testimoniar, sin tratar de reconciliarse con ella y sin renunciar a imágenes polémicas tradicionales” (Actualidad Catequética, 117-118, 76).

La Federación Luterana Mundial y la Iglesia católica firmaron en 1999 una declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación. En ella se habla del camino hacia la “plena comunión eclesial” y hacia una “unidad en la diversidad”, en la que “las restantes diferencias podrían ser reconciliadas y no tendrían más una fuerza separadora”.  La declaración conjunta fue firmada en Augsburgo, en la iglesia luterana de Santa Ana. Los católicos participantes excluyeron antes de la firma la comunión eucarística, lo que originó enfados y decepciones. En 2006 la declaración fue firmada por los metodistas (Kasper, 91 y 225-226).

La Comisión Luterano-Católica para la Unidad publicó en 2013 el libro Del conflicto a la comunión (Sal Terrae). Leemos en el prólogo: “Cuando en 2017, cristianos tanto católicos como luteranos echen una mirada retrospectiva sobre los acontecimientos ocurridos hace quinientos años, harán bien en contemplarlos colocando el evangelio de Jesucristo en el centro”, “es cierto que el pueblo cristiano no siempre se ha mantenido fiel al evangelio; en muchas ocasiones nos hemos conformado a los patrones de pensamiento y comportamiento del mundo que nos rodea. Reiteradamente nos hemos constituido en obstáculo al paso de la buena nueva de la misericordia de Dios. Como individuos y como comunidades de creyentes, estamos constantemente necesitados de arrepentimiento y de reforma, animada y dirigida por el Espíritu Santo”, “la verdadera unidad de la Iglesia sólo puede existir como unidad en el evangelio de Jesucristo”.    

La Federación Luterana Mundial y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos hizo también una declaración conjunta al finalizar el año de conmemoración común de la Reforma: “Nosotros, luteranos y católicos, estamos profundamente agradecidos por el camino que hemos recorrido en los últimos 50 años. Esa peregrinación, sostenida por nuestra oración común, el culto y el diálogo ecuménico, redundó en la eliminación de prejuicios, una mayor comprensión mutua y la identificación de decisivos acuerdos teológicos”, “en este día damos una mirada retrospectiva a un año de notables eventos ecuménicos que comenzó el 31 de octubre de 2016 con la oración común luterano católico romana en Lund, Suecia, en presencia de nuestros asociados ecuménicos. Durante la presidencia de este servicio, el papa Francisco y el obispo Munib A. Younan, entonces presidente de la Federación Luterana Mundial, firmaron una declaración conjunta que recogía el compromiso de seguir recorriendo juntos el camino ecuménico hacia la unidad por la que oraba Cristo”.

* Modelos ecuménicos. Por parte católica se defendió durante largo tiempo el modelo del regreso de las Iglesias y los cristianos separados al seno de la Iglesia católica. La posición puede resumirse así: Cristo fundó una sola Iglesia, que es la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. El cuerpo de Cristo es la Iglesia de Roma. Los cristianos separados que quieran regresar se les acoge. Los cristianos no pertenecientes a la Iglesia católica pueden estar unidos a Cristo y a su Iglesia “en virtud del deseo, al menos implícito”. La participación de la Iglesia Católica o de católicos en el diálogo ecuménico está “expresamente prohibida”.

En el Consejo Mundial de las Iglesias el primer plano lo ocupó durante largo tiempo el modelo de la unión orgánica, o sea, la fusión de las diversas Iglesias en una nueva unidad orgánica. Según este modelo, las identidades confesionales deben desaparecer en beneficio de un nuevo tipo ecuménico de Iglesia. Contra ello surgieron resistencias, primero dentro de la Conferencia de Comuniones Cristianas Mundiales, en la que colaboran las distintas federaciones confesionales mundiales.

En 1974 las distintas federaciones plasmaron su modelo en la fórmula: unidad en la diversidad reconciliada. Con esto querían decir que la unidad no implica la renuncia a la diversidad confesional, sino que esta se considera legítima y valiosa, que es necesario quitar hierro a las divergencias confesionales para que no resulten separadoras y que, de este modo, las confesiones separadas deben reconciliarse entre sí. Este modelo, apoyado por el Instituto Ecuménico de Estrasburgo, lo asumió luego la Federación Luterana Mundial en su asamblea general de Dar es-Salam (Tanzania, 1977). Este modelo ha encontrado un amplio reconocimiento ecuménico (Kasper, 223-224).

La meta del movimiento ecuménico, según el Vaticano II, no es la vuelta de las Iglesias y los cristianos separados al seno de la Iglesia católica, sino el restablecimiento de la comunión plena con la Iglesia Católica. En la constitución sobre la Iglesia se rompe la rigurosa equiparación del cuerpo de Cristo y la Iglesia católica de Roma y se reemplaza el “es” por el “subsiste”. La única Iglesia de Cristo “subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica” (LG 8).

Esta posición del Concilio, dice Kasper, sigue siendo “malentendida en la actualidad como un ecumenismo de retorno”: “Este malentendido resulta comprensible por cuanto tal fue, de hecho, la posición del magisterio eclesiástico” (Kasper, 87-89). Sin embargo, el restablecimiento de la comunión plena no es con la Iglesia Católica. La comunión plena de todas las Iglesias, también de la Iglesia Católica, es con Cristo y con su Evangelio.

Otros textos del Concilio comentan los “elementos de santidad y verdad” que se encuentran fuera de la Iglesia Católica. Ya no se trata sólo de cristianos individuales que están unidos con Cristo y su Iglesia mediante su deseo, sino de elementos constitutivos de la Iglesia, el más fundamental de los cuales es el bautismo. Se trata también de Iglesias y comunidades eclesiales con las cuales la Iglesia católica se encuentra unida de múltiples modos, aun sin estar en plena comunión con ellas (ver LG 15 y UR 3). El decreto sobre el ecumenismo afirma que los cristianos no católicos están incorporados “al cuerpo de Cristo” por el bautismo: “Justificados en el bautismo por la fe, están incorporados a Cristo y, por tanto, con todo derecho se honran con el nombre de cristianos, y los hijos de la Iglesia católica los reconocen, con razón, como hermanos en el Señor” (UR 3).

El modelo de la conversión confesional y la reforma eclesial. El Grupo de Les Dombes llamó la atención sobre la conversión confesional en su documento Para la conversión de las Iglesias (1991), según el cual “una confesión cristiana purifica y enriquece su propia herencia con el objetivo de alcanzar la plena comunión eclesial con las demás confesiones”. El Concilio invita a todos los cristianos a examinar “su fidelidad a la voluntad de Cristo acerca de la Iglesia” ya emprender “con energíala obra de renovación y de reforma" (UR 4).Como dice el cardenal Kasper, “solamente nos aproximamos unos a otros cuando no nos limitamos a asemejarnos entre nosotros, sino que nos asemejamos a Cristo y nos dejamos mover por Jesucristo y su Evangelio. En esto consiste la importancia del ecumenismo espiritual, que incluye ante todo la conversión del corazón y la escucha siempre renovada de la palabra de Dios”. 

El ecumenismo no se realiza en el mínimo denominador común, sino en una máxima conversión al Evangelio, en la que cada uno se deja llevar más profundamente a la verdad plena por el espíritu de Dios: “Sin oración, conversión, renovación y reforma, sin un ser recreados por el Espíritu, no es posible el ecumenismo”. Además, el ecumenismo no puede ser sólo hacia fuera, sino también hacia dentro “mediante la reforma y la renovación de la propia Iglesia católica. El ecumenismo no es posible sin conversión”. El ecumenismo incluye también “la renovación y la reforma de nuestra propia Iglesia, de suerte que, alcanzando una mayor perfección, se convierta en signo auténtico y testigo del Evangelio y en invitación a otros creyentes” (UR 4).

Una cosa importante: “Con ello no se quiere decir que haya que desertar de la propia tradición, sino que es necesario entender esta de forma más profunda y abarcadora y, en esa misma medida, más abierta”. Hay que revisar la propia tradición a la luz de la Escritura. El cardenal Ratzinger lo formuló de la siguiente manera: “Las Iglesias deben seguir siendo Iglesias y convertirse progresivamente en una sola Iglesia” (Kasper, 122, 95,166, 192, 297 y 447).

La parábola de la rueda es una parábola ecuménica. La formulamos así en El día de la cuenta (2002): "En la parábola de la rueda, no se trata de que el radio anglicano se convierta al romano o que este se convierta al griego. No, se trata de que cada radio se convierta al eje que es Cristo y allí, unos y otros, nos encontraremos. Así de sencillo, se encuentre cada uno donde se encuentre" (DDC, 395). Sin embargo, “no hay que engañarse. La unidad de los discípulos, por la que ora Cristo, es problema de conversión”. La unidad supone una vuelta al Evangelio. Para ello, como queda dicho, "todos examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo acerca de la Iglesia y, como es debido, emprenden con energía la obra de renovación, y aun la de reforma" (UR 4).Cada cual ha de revisar su propia tradición a la luz de la Escritura.

* Diferencias.Se hace cada vez más patente que sigue habiendo diferencias y no sólo en cuestiones de detalle. En el fondo, la Iglesia Oriental y la Occidental tienen dos concepciones diferentes de orden eclesial: El sistema de la Iglesia imperial en Bizancio apostó en mayor medida por el principio de la sinodalidad y el sistema de la Iglesia occidental desarrolló el papel directivo del ministerio petrino. Junto al problema del primado romano, existe la cuestión del “filioque”. Aunque ambos problemas venían discutiéndose desde mucho tiempo atrás, “adquieren tonos muy polémicos a partir de 1204, año en que Constantinopla es saqueada por los cruzados. A partir de ese momento, es cuando el cisma se consuma”[5].

Hay cristianos ortodoxos que consideran que el ecumenismo es una herejía e incluso “la herejía de todas las herejías”: “La caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética (1989-1990) no facilitaron, por desgracia, las conversaciones, sino que volvieron a sacar a la luz el problema del uniatismo”. El diálogo sólo pudo retomarse en 2006 en Belgrado y en 2007 en Rávena. Tras la preparación de Creta (2008) se proseguirá en Chipre (en otoño de 2009): “Pero tampoco la segunda fase está exenta de gotas de hiel. La delegación ruso-ortodoxa abandonó la reunión de Rávena a causa de la participación de una delegación estonia”.

El uniatismo es un movimiento de los siglos XVI y XVII que trata de unir a las Iglesias Orientales no católicas (los cuatro patriarcados orientales: Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Constantinopla, separados de Roma en el siglo XI) con la Iglesia católica romana.

A menudo se cita la afirmación del entonces profesor Ratzinger pronunciada en Graz en 1976, según la cual “Roma no debe exigir de Oriente en lo que atañe a la doctrina del primado más de lo que se formuló y vivió en el primer milenio”. Según Kasper, el cardenal Ratzinger matizó esta frase en 1987, a su juicio, con razón: “Tras el final de la antigua Iglesia imperial y la desaparición de la figura del emperador, el mero regreso a la Iglesia antigua no es un camino posible, ni siquiera desde el punto de vista teológico; lo que se necesita es un camino hacia adelante. Así y todo, la antigua Iglesia –en especial la conjugación de primado y sinodalidad- puede ser un modelo provechoso para el restablecimiento de la comunión plena bajo las transformadas condiciones históricas del tercer milenio” (Kasper, 440 y 654-661).

El profesor de Historia y Religión de la Universidad Estatal de Pensilvania Philip Jenkins, en su libro La historia olvidada del cristianismo, recoge la historia de los cristianismos olvidados: “El cristianismo se originó en Oriente Próximo y, durante siglos, tuvo sus principales centros, sus mayores iglesias y sus monasterios más afamados en Siria, Palestina y Mesopotamia. Aquellos cristianos escribían y pensaban en siriaco, lengua muy cercana al arameo de Jesús y sus discípulos. Las primeras iglesias se enzarzaron en acaloradas controversias y terminaron dividiéndose en diversas escuelas o facciones que, a veces, lucharon entre sí con una violencia nada cristiana. Una de las mayores escisiones se produjo en el año 325, cuando el concilio de Nicea reafirmó la divinidad de Cristo”.

Según los católicos ortodoxos, que terminaron imponiéndose en el Imperio romano, Cristo tenía dos naturalezas que estaban unidas. Sin embargo, muchos cristianos orientales siguieron al patriarca Nestorio, el cual, aceptando las dos naturalezas, sostenía que no estaban unidas en el sentido que enseñaban los ortodoxos. Esto significaba, por ejemplo, que a María no se le podía llamar “Madre de Dios”. Los nestorianos, tras desafortunados y amargos enfrentamientos, fueron condenados por el concilio de Éfeso el año 431.

Por su parte, la mayoría de los cristianos egipcios y orientales mantenían que Cristo tenía “una sola naturaleza”, por lo que recibieron el nombre de “monofisitas”. El concilio de Calcedonia (año 451) los condenó. Desde entonces, los ortodoxos controlaron tanto el Imperio como la Iglesia, hasta el punto de que, en los dos siglos siguientes, persiguieron a los declarados herejes, a pesar de que estos eran mayoría en muchas regiones orientales. En Egipto y en Siria los monofisitas eran tan numerosos que se les denominaba genéricamente egipcios (coptos) y sirios. Un líder sirio del siglo VI, Jacobo Baradeo, organizó a los monofisitas en una iglesia conocida como “jacobita”. Y cuando en el siglo VII, los árabes se expandieron con sus triunfales conquistas, “muy probablemente los jacobitas eran el grupo mayoritario entre los cristianos de la Gran Siria, del mismo modo que los nestorianos dominaban las zonas más orientales (hoy Irak e Irán)”.

De los cinco grandes patriarcados en los que se organizaba el cristianismo en el siglo V, sólo uno, Roma, se hallaba en Europa. Del resto, Alejandría estaba en África, y los otros tres -Constantinopla, Antioquía y Jerusalén- en Asia. Mapas simbólicos que usaban los cristianos en la Edad Media representaban los tres continentes (Asia, África y Europa) como lóbulos unidos en Jerusalén.

Hacia el 780, el obispo Timoteo fue elegido patriarca de la Iglesia de Oriente, cuya sede se encontraba en la antigua ciudad mesopotámica de Seleucia. Él envió monjes para que llevaran la fe a las orillas del Caspio y hasta China. Al debatir una cuestión de liturgia, empleó como argumento la práctica de otras iglesias cristianas: “Los persas y los asirios no hacen esto, alegó, y tampoco se hace en las iglesias de los países del sol naciente, es decir, entre los indios, los chinos, los tibetanos y los turcos. En la Iglesia de Timoteo se empleaban distintos idiomas: siriaco, persa, turco, sogdiano y chino, pero no el latín, que apenas era relevante fuera de Europa”. El sogdiano es lengua irania. En el siglo VI, el escritor Cosmas Indicopleustes calculaba que Eurasia, de China hasta el Atlántico, medía unas cuatrocientas etapas o 12.000 kilómetros, usando como referencia una media de 30 kilómetros por etapa.

En torno al año 830 el patriarca de Alejandría consagró a muchos obispos y los envió a la tierra de Egipto, Trípoli, Etiopía y Nubia. Hacia el año 1000, Asia tenía entre 17 y 20 millones de cristianos; África, cinco. El continente europeo, incluida Rusia, contaba con una población de unos 40 millones, de los cuales al menos un cuarto seguían siendo paganos. Europa podía tener unos 25 o 30 millones de cristianos.

Todavía en 1050 había en Asia Menor 373 obispados, la inmensa mayoría eran ortodoxos. Cuatro siglos después, la proporción de cristianos descendía al 10 o 15 por ciento de la población y se reducían a 3 sus obispos: “Según una estimación, el número de cristianos asiáticos descendía de 21 a 3’4 millones entre 1200 y 1500. En los mismos años, los cristianos que vivían en África y Asia pasaron de representar el 34 por ciento de todos los cristianos del mundo a sólo el seis”, “en 1920 los supervivientes de la iglesia nestoriana que en su día tuvo seguidores tibetanos y mongoles, se reducía a una exigua comunidad de unos cuarenta mil refugiados en el norte de Irak”. Pocos años después fueron masacrados de una forma tan cruel que los juristas tuvieron que acuñar una palabra para describirlo: “genocidio” (Jenkins, 9-25, 37-40, 65-76 y 92).

Con las Iglesias de la Reforma el problema es mayor, dice Kasper: “Según la concepción protestante plasmada en la Confesión de Augsburgo, la Iglesia acontece siempre y dondequiera que la palabra es correctamente proclamada y los sacramentos (el bautismo y la cena) se administran conforme al Evangelio”. A la comunión eclesial se llega mediante el “reconocimiento recíproco”.

En la Concordia de Leuenberg (1973) se estableció la comunión eclesial entre las Iglesias protestantes de Europa: “El modelo de Leuenberg deja abierta la cuestión de cuál sea la constitución de la Iglesia –si episcopal, presbiteral o sinodal o incluso una combinación de estas diversas posibilidades-, permitiendo con ello no sólo la diversidad, sino incluso la existencia de contradicciones entre las Iglesias participantes”.

Algunos temen que el ecumenismo conduzca a la disolución de la propia identidad confesional: “Unos tienen miedo a una protestantización de la Iglesia católica, mientras que otros formulan, a la inversa, una sospecha de catolización y temen que los interlocutores evangélicos se dejen engañar e imponer planteamientos católicos”.

Juan Pablo I dijo a don Germano Pattaro, su consejero teológico: “Ay de nosotros, si obstaculizásemos el camino ecuménico con interpretaciones reductivas o retrasáramos las nuevas orientaciones misioneras de la Iglesia, nacidas bajo la fuerza inspiradora del Espíritu Santo”. Le dijo también: “Tú has escrito que la nueva frontera de los cristianos es la teología del ecumenismo. Un campo muy vasto de estudio, de verificación y de confrontación con las Iglesias hermanas, con el judaísmo y las demás religiones universales. La Iglesia, en tu opinión, se abre a un futuro de esperanza y de unidad en Cristo Señor, sin pedir que se cancele la identidad de cada confesión” (Bassotto, 124).

La teología católica defiende la tradición en la Iglesia: “La depositaria de la tradición es la Iglesia entera, toda la comunidad de los fieles y toda la vida de la Iglesia, no sólo sus actos docentes. El magisterio es, sin duda, un órgano destacado de la tradición, pero debe apoyarse en el testimonio de fe de la Iglesia universal”. La pregunta que nuestros hermanos protestantes suelen hacer es esta: ¿Cuál es la norma por la que tiene que guiarse, a su vez, el sentido de fe de la Iglesia universal? ¿No puede estar equivocado él también? Los teólogos protestantes invocan la Sagrada Escritura como “norma última de la doctrina y la vida de la Iglesia” (Kasper, 226, 503 y 259-260)

Donde con mayor claridad se ponen de manifiesto las diferencias es en la comprensión del ministerio: “El problema se evidencia ya en el plano del ministerio presbiteral (ordenación con sacramento) y del ministerio episcopal (sucesión apostólica en el ministerio episcopal). Se exacerba de manera especialmente acuciante en la cuestión del ministerio petrino y de los dos dogmas del concilio Vaticano I sobre el primado de jurisdicción del papa y sobre la infalibilidad”.

También existen dificultades aún no superadas en la veneración de los santos y, en especial, de María: “los cristianos católicos, ortodoxos y evangélicos están de acuerdo –o al menos podrían estarlo sin renunciar en lo más mínimo a sus respectivas tradiciones- en que los santos y, en especial, María, la madre del Señor, son importantes signos y testigos, modelos resplandecientes de la fe y la vida cristiana”, Además, “ahora se está produciendo un retorno de las preocupaciones de la teología liberal. Ello suele tener como consecuencia un alejamiento del fundamento trinitario y cristológico, que hasta ahora presuponíamos unos y otros. Lo que designamos como herencia común se está derritiendo aquí y allá, como los glaciares de los Alpes” (Kasper, 206-207, 294-296 y 550).

El papado (tal y como se ejerce en los últimos quince siglos) es un gran obstáculo en el diálogo ecuménico: “El papado, tal como hoy se presenta, no tiene ninguna oportunidad ecuménica en el siglo XXI. En todo caso, se puede decir que el Papa no está por encima de la Escritura, sino que está al servicio de la Palabra de Dios, como señaló el Vaticano II (DV, 10)”, dice el teólogo Otto Hermann Pesch (Selecciones de Teología 38, 1999). Algo semejante dijimos en El día de la cuenta (2005): “A comienzos del tercer milenio, al papa se le pide una forma de ejercer su función, realmente evangélica y ecuménica” (DDC. 27).

Lo reconoce Juan Pablo II en su encíclica Ut unum sint (1995): “Estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva” (n. 95). Sin embargo, Juan Pablo II no hizo nada para resolver el problema. En realidad, con su “renovación imperial”, protagonizó el obstáculo. Con razón, se habló de “invierno ecuménico”.

La declaración de la Congregación de la Doctrina de la Fe Dominus Iesus (2000) interpreta la afirmación del Concilio Vaticano II de que la Iglesia de Jesucristo subsiste en la Iglesia católica (LG 8). El subtítulo resulta significativo: Sobre la Unicidad y la Universalidad Salvífica de Jesucristo y la Iglesia. La Iglesia Católica es la única Iglesia verdadera de Cristo. A buen seguro, dice el cardenal Kasper, la declaración “podría y debería haber sido formulada de una manera ecuménicamente más sensible y cordial”.

En cierto modo, la declaración romana recordaba posiciones preconciliares. El clima ecuménico empeoró: “De hecho, en la actualidad algunos indicios apuntan, por desgracia, a un empeoramiento de la situación y el clima ecuménicos”. Esto, a su vez, “es la razón decisiva de un malestar ecuménico actualmente muy extendido. De ahí que la pregunta que muchos se plantean rece: ¿de qué manera se puede avanzar en el ecumenismo? ¿Es posible avanzar?”.

* Malestar ecuménico. Hay numerosos indicios de que “en la actualidad toca a su fin no el movimiento ecuménico como tal, pero sí la forma que ha adoptado en el ya concluido siglo XX” y de que “en el aún incipiente siglo XXI tendremos que encontrar nuevos caminos”. En esta nueva fase, “todas las Iglesias y, en especial, las de nuestro mundo occidental secularizado habrán de atravesar profundas crisis interiores. De ahí que en primer lugar sea necesario asegurar los fundamentos comunes, mantenerlos despiertos y vivos: la fe en el Dios uno, en el único Señor Jesucristo y en la acción del Espíritu Santo en la Iglesia a través de la palabra y los sacramentos, así como la esperanza común en la vida eterna”, “lo importante en tal caso ya no es tanto la apertura ecuménica, sino la decisión fundamental cristiana y la propia identidad como cristianos católicos, protestantes u ortodoxos. Por eso, en la actualidad el primer plano debe ocuparlo la iniciación a las verdades fundamentales comunes a todos los cristianos” (Kasper, 29-30 y 87-88).

En nuestro artículo titulado Intercambio catecumenal, vía ecuménica, destacamos la importancia del catecumenado como vía ecuménica: “Los encuentros europeos de catecumenado tienen habitualmente una importante dimensión ecuménica, no sólo por los problemas abordados, sino también por la participación de la delegación anglicana, así como por los diversos contactos que se establecen con miembros de otras confesiones cristianas” (Ecclesia, 22 de junio de 1985).

La Conferencia Europea de Catecumenado en su libro que lleva por título Los comienzos de la fe y por subtítulo Pastoral Catecumenal en Europa Hoy (Ediciones Paulinas, 1990) recoge 25 años de experiencia catecumenal: “la de los comienzos de la fe en muchos jóvenes y adultos que -hoy en Europa- se convierten al evangelio”, “la importancia dada a la acogida, a la relación interpersonal, a la experiencia e historia de cada uno, al grupo y a la pequeña comunidad, interpela necesariamente a las viejas Iglesias del viejo continente, Iglesias necesitadas de una profunda renovación, si quieren responder al reto evangelizador del momento presente: Europa, tierra de misión”.

En un mundo caracterizado por la globalización muchos se preguntan: ¿Quiénes somos? Nadie quiere perderse en un todo anónimo, y la pregunta por la propia identidad concierne tanto al individuo como a culturas, etnias y religiones enteras: “Esta pregunta ha reaparecido también en las Iglesias cristianas, donde un ecumenismo falsamente entendido ha llevado en ocasiones al relativismo y al indiferentismo. Este malentendido y el ecumenismo salvaje de ahí resultante han dado pie a comprensibles reservas frente al diálogo ecuménico y en ocasiones incluso a actitudes fundamentalistas” (Kasper, 399).

En los últimos tiempos han surgido “nuevos problemas en el terreno de la ética, en el que hasta ahora reinaba un consenso generalizado. Esto no afecta solo a la ordenación sacerdotal de mujeres, que Lutero rechazaba de plano; antes bien, el mundo anglicano y el mundo protestante se encuentran hoy profundamente divididos ante los problemas éticos que se debaten en nuestra moderna cultura occidental, entre ellos el aborto, la homosexualidad y la eutanasia”, “en estos ámbitos, el entendimiento entre las Iglesias se ha tornado, por desgracia, más difícil”, “debemos volver a esforzarnos por encontrar respuestas comunes a los asuntos mencionados sobre el fundamento compartido del decálogo y las enseñanzas  éticas del Evangelio. Sólo así podremos ser conjuntamente sal de la tierra y luz en el mundo”.

Probablemente, dice Kasper, “aparecerán nuevas formas de unidad en la legítima diversidad y de diversidad en el seno de la unidad mayor. No siempre será posible encajarlas a la fuerza en los ordenamientos canónicos preexistentes. Las discrepancias perderán con ello su carácter separador; serán, por así decir, desemponzoñadas e integradas con virtud fecundante y enriquecedora en la totalidad del único cuerpo de Cristo” (Kasper, 31-33).

* Comentario. Hay que volver al Evangelio, a los Hechos de los Apóstoles, a las primeras comunidades cristianas. Hace cuarenta años, en España, país de misión, denunciamos la contradicción eclesial de la sociedad española: “Muchos son los bautizados y pocos los evangelizados” (PPC, Madrid, 6). Esto, que sirve para España, sirve aún más para el viejo continente: Europa es tierra de misión.

Como hace Pablo en Atenas, hay que anunciar de nuevo al Dios desconocido (Hch 17,23). Recordamos lo que dice Jesús: “¿Hace tanto tiempo que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Y lo que dice Juan: “A Dios nadie le ha visto jamás: el hijo único, que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer” (1,18).

Hay una reforma pendiente. Es posible que las grandes confesiones cristianas no asuman la reforma profunda que las Iglesias necesitan. Pero nadie puede impedir que la reforma pendiente sea asumida por minorías proféticas y que en las diversas confesiones cristianas surja un resto quelevante la tienda caída, como en un principio: “Levantaré la tienda de David que está caída; reconstruiré sus ruinas y la volveré a levantar para que el resto de los hombres busque al Señor”(Hch 15, 16-17).

5. El diálogo interreligioso

El diálogo interreligioso es la interacción positiva y constructiva entre personas de diferentes tradiciones o creencias religiosas o espirituales, tanto a nivel individual como institucional. Se diferencia del sincretismo en que el diálogo interreligioso no pretende la fusión o asimilación de doctrinas distintas sin coherencia sustancial, sino más bien la promoción del entendimiento entre las diferentes religiones para aumentar la aceptación de los demás. A diferencia del ecumenismo, que fomenta la unidad entre los cristianos, el diálogo interreligioso busca el trato recíproco constructivo entre las religiones o movimientos espirituales que no tienen una raíz cristiana en común.

Se atribuye al teólogo Hans Küng, que fue presidente de la Fundación por una Ética Global, la formulación de un pensamiento citado con frecuencia como lema del diálogo: “No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones. No habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones”. Si bien existió siempre diálogo entre personas de distintas creencias religiosas, el establecimiento de foros de diálogo formal entre los líderes de grandes religiones es un hecho propio del siglo XX.

Entre los factores que se estima que influyeron en la formulación efectiva de ese diálogo están la creación del Parlamento Mundial de Religiones (1893), un informe titulado Reconsiderando las misiones (1932) redactado por protestantes norteamericanos, el resurgir del budismo y la migración reciente de fieles no cristianos ni judíos hacia naciones de Occidente. Entre los cristianos protestantes, el diálogo se desarrolló principalmente a través del Consejo Mundial de Iglesias. Por su parte, los católicos tuvieron la declaración Nostra Aetate del Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, la creación del Secretariado para los no cristianos (1964), luego Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (1988). Encuentro Interreligioso de Oración por la Paz en Asís (2006).

* Concluida la primera etapa del concilio, el cardenal Bea presentó una nota a Juan XXIII en la que explicaba por qué se debía abordar la cuestión de la relación con los judíos: “Con demasiada frecuencia los predicadores católicos habían acusado a los judíos de deicidio y los habían presentado como seres humanos acusados y rechazados por Dios. El Holocausto mostraba lo importante que era poner fin a este tipo de descripciones que directa o indirectamente habían promovido aquella inmensa tragedia. El Consejo Mundial de las Iglesias había hecho recientemente un llamamiento a todas las Iglesias asociadas para que condenasen el antisemitismo. ¿Cómo podía la Iglesia Católica desinteresarse sin más del problema? La nota tuvo el efecto deseado. Juan XXIII estuvo de acuerdo” (O’Malley, 297). Además, dos meses después de haber concluido la primera etapa del concilio, se estrenó en Berlín la película El Vicario que trataba del “silencio” de Pío XII durante el Holocausto.

El concilio Vaticano II, en su Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, aborda la relación con los judíos. La Iglesia “reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los patriarcas, en Moisés y en los profetas”, “reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham según la fe, están incluidos en la vocación del mismo patriarca y que la salvación de la Iglesia está prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud”. Por lo cual, la Iglesia “no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento” por medio del pueblo de la Antigua Alianza, “ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo, en que se han injertado las ramas del olivo silvestre, que son los gentiles”.

Además, la Iglesia tiene presentes “las palabras del apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, a quienes pertenecen la adopción y la gloria, la alianza, la ley, el culto y las promesas; y también los patriarcas”. De ellos “procede Cristo según la carne (Rm 9,4-5), también los apóstoles y muchos de aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Cristo”. Como afirma la Escritura, “Jerusalén no conoció el tiempo de su visita, gran parte de los judíos no aceptaron el Evangelio e incluso no pocos se opusieron a su difusión”. No obstante, “los judíos son muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación. La Iglesia, juntamente con los profetas y el Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz”.

Como es tan grande “el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos”, el concilio “quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio”. Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Jesús, sin embargo, lo que en su pasión se hizo no puede ser imputado indistintamente a los judíos que entonces vivían ni a los judíos de hoy. La Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios, pero “no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras”. Finalmente, la Iglesia “deplora los odios y persecuciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos“ (Nostra aetate, 4). 

En el diálogo judeo-cristiano pasar de la tolerancia a la convivencia es ya un paso, pero se puede dar un paso más, un paso ecuménico, volviendo a las fuentes: de la convivencia a la comunión, por la conversión al Dios vivo, que habla de muchas maneras en la historia humana. El olivo, típico de Palestina, simboliza al pueblo judío, en el que brota y se inserta el cristianismo naciente. Para vivir el Evangelio, Jesús no abandona su religión judía y los apóstoles tampoco. Ciertamente, la gloria del olivo resplandece en Cristo. Las primeras comunidades cristianas son ramas del olivo judío. Las comunidades gentiles son ramas injertadas en el olivo (Rm 11,16-24). Volviendo a las fuentes, podemos vivir como experiencia actual el encuentro de Felipe con el eunuco, etíope que termina con la confesión de Cristo (Hch 8,26-40).

* Tras abordar la relación con los judíos en el otoño de 1963, el concilio aborda también la relación con otras religiones no cristianas, especialmente el Islam: “La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios”, “a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno”.

En el transcurso de los siglos surgieron “no pocas desavenencias y enemistades” entre cristianos y musulmanes. El concilio “exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren sinceramente una mutua comprensión, defiendan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y libertad para todos los hombres” (Nostra aetate, 3). Las desavenencias y enemistades son profundas. Versan, por ejemplo, sobre el concepto de Reconquista y de guerra santa, sobre el concepto de Dios, sobre el dominio del mundo.

El filósofo Gustavo Bueno comenta algunas diferencias: “La Reconquista no tiene por qué interpretarse como una réplica puntual de la guerra santa musulmana que había conducido a los monoteístas hasta los montañosos reductos en los cuales se habían refugiado los politeístas, es decir, los cristianos que, aunque también proclaman a Dios, lo conciben como diversificado en tres personas distintas, una de las cuales se ha hecho hombre (una auténtica blasfemia para los musulmanes, como para los judíos). Sin duda, ante la guerra santa del Islam, “el ecumenismo católico de los ‘politeistas’ trinitarios disponía ya de una fuente de inspiración que era anterior y previa a la misma formación del islamismo”. No es necesario acudir al Islam para dar cuenta de la conformación de un “proyecto imperialista cristiano” (Bueno, 280).

* El concilio aborda también la relación con el hinduismo y el budismo: “Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el conocimiento de la Divinidad e incluso del Padre”. En el hinduismo, “los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición, ya sea mediante las modalidades de la vida ascética, ya sea mediante la profunda   meditación, ya sea buscando refugio en Dios con amor y confianza”. En el budismo, según sus varias formas, “se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable, y se enseña el camino por el que los hombres, con espíritu devoto y confiado, puedan adquirir, ya sea el estado de perfecta liberación, ya sea la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos o apoyados en un auxilio superior”.

Las demás religiones “se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano”. La Iglesia “nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque discrepan en muchos aspectos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (Nostra aetate, 2).

* Al llegar el budismo a China, el contacto entre el budismo y el taoísmo produjo, entre otras cosas, la escuela religiosa y filosófica Chán (traducción china de la palabra sánscrita dhyana, que significa meditación), y ésta, al pasar al Japón origina el zen.

El taoísmo es la doctrina de la antigua religión china que procura vivir en armonía con el tao, el camino. El Tao Te Ching es el libro que recoge las enseñanzas atribuidas al maestro Lao Tse. Según la tradición china vivió en el siglo VI a. C., aunque algunos dicen que en el IV y otros discuten su existencia. El tao es considerado como el principio de unidad absoluta y, al mismo tiempo, mutable. Las primeras formas de taoísmo se desarrollan en el siglo IV a.C. durante el periodo de las Cien escuelas del pensamiento. Se distinguen tres fuerzas: una pasiva, el yin, otra activa, el yang, y una fuerza superior que las contiene, el tao. Se valora la acción sin intención, la naturalidad, la simplicidad, la espontaneidad y, sobre todo, los tres tesoros: la compasión, la frugalidad y la humildad. En oposición a Confucio, no se destacan las normas ni el ritual. El objetivo fundamental es la inmortalidad. Las personas que viven en armonía con la naturaleza son inmortales.  

Confucio, que significa el maestro Kong (551-479 a. C.), en su época joven fue funcionario. Sus Analectas recogen conversaciones con sus discípulos. Sus enseñanzas promueven la buena conducta, el buen gobierno del Estado, el cuidado de la tradición, el estudio y la meditación. Las mayores virtudes son la tolerancia, la bondad, la benevolencia, el amor al prójimo, el respeto a los mayores y a los antepasados. Su enseñanza central es el ren, la virtud de la humanidad, basada en la benevolencia, la lealtad, el respeto y la reciprocidad. Además del ren y las relaciones adecuadas, importan los rituales y el sacrificio regular. El culto al Cielo requería del Emperador, “hijo del Cielo”, que se realizase un sacrificio animal al año en el templo del Cielo de Pekín.

El sintoismo es la religión originaria de Japón, basada en la veneración de los kami, seres espirituales que pueden encontrarse en la naturaleza o en niveles superiores. La palabra de origen chino sinto significa “camino de los dioses”. Es una forma de animismo naturalista con veneración a los antepasados. Después de la muerte, el espíritu permanece ligado al cuerpo o cerca de él, y tal vez puede volver como demonio o fantasma para hacer daño a los humanos, si no se les presentan ofrendas. Estos conceptos se relacionan con un tipo de vida agrícola, en dependencia de las fuerzas de la naturaleza y ciclos de las estaciones, sobre los cuales se puede influir de modo beneficioso mediante la magia y el rito (Wikipedia).

* El mazdeísmo es la religión de los antiguos persas que creían en la existencia de dos principios divinos: uno bueno, creador del mundo, y otro malo, destructor. El nombre procede de la divinidad Ahura Mazda, que está enfrentada a un ente maligno que recibe el nombre de Ahrimán. El conflicto entre el bien y el mal marca la vida de los hombres. Esta religión se llama también zoroastrismo por su fundador, Zoroastro. No se sabe exactamente cuándo vivió. Zoroastro dejó una obra escrita, el Avesta.

Se han establecido paralelos entre la doctrina de Zoroastro y el Islam, como la práctica de rezar cinco veces al día con la cabeza cubierta durante la oración. Zoroastro aparece en la famosa obra del filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) Así habló Zaratustra. Zoroastro era para Nietzsche el culpable de la conversión de pueblos del Medio Oriente, del politeísmo al monoteísmo. Por ello plantea la superación de dicha conversión con la muerte de Dios para que el hombre se haga libre por sí mismo, superhombre.

El maniqueísmo es la doctrina del sabio persa Mani (hacia 215-276 d. C.), que decía ser el último profeta enviado por Dios a la humanidad, siguiendo a Zoroastro, Buda y Jesús. Para unos el maniqueísmo no es reductible a una concepción dualista de la divinidad y el mundo, ni es definible como como gnosticismo. Para otros es esencialmente gnóstico y dualista. El gnosticismo es la doctrina filosófica y religiosa de los primeros siglos de la Iglesia, mezcla de la cristiana con creencias judaicas y orientales, que se dividió en varias sectas y pretendía tener un conocimiento intuitivo y misterioso de las cosas divinas.

Los maniqueos, a semejanza de los gnósticos, mandeos y mazdeistas, eran dualistas: Creían que había una eterna lucha entre dos principios opuestos: el Bien y el Mal, que eran asociados a la Luz y a las Tinieblas, considerando que el espíritu del hombre es de Dios, pero el cuerpo es del demonio. El mandeísmo es una religión del Cercano Oriente, originaria de la región del río Jordán, monoteísta y gnóstica con una visión del mundo fuertemente dualista, que subsiste actualmente en la Mesopotamia inferior

En diálogo con el mundo de hoy, el papa Francisco asume en su encíclica sobre la fraternidad y la amistad social, Fratelli tutti (FT), los principios de la Revolución Francesa y de las democracias modernas: libertad, igualdad, fraternidad (FT 103-105). Estos grandes valores, profundamente humanos, sirven también de punto de encuentro en el diálogo con otras religiones. Al fin y al cabo, en el Evangelio encontramos la regla de oro: “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella, pues esta es la Ley y los Profetas” (Mt 7,12).

* Diálogo: ¿Qué diría Pablo de esa cristiandad que se establece en el siglo IV? ¿Cabría dentro de ella? Europa ¿tiene raíces cristianas o raíces paganas? ¿Qué significan las guerras de religión? ¿Cómo nos situamos ante el proceso de secularización? ¿Cómo afrontamos el reto del ateísmo? ¿Qué pasa con el ecumenismo? ¿Qué supone el diálogo interreligioso?

 


[1]Ver BOSCH, 80.

[2] BOSCH, 19.

[3] Ver BOSCH, 109.

[4] BOSCH, J., Para comprender el ecumenismo, evd, Estella (Navarra), 1991, 9.

[5] BOSCH, 85.