En el principio era la palabra
 

JUAN PABLO, ¿ESTÁS MUERTO?

Prólogo al libro de Luis Bravo

Para mí ha sido una agradable sorpresa conocer al profesor cacereño Luis Bravo y leer su evocador libro que pretende “mantener viva la llama del Papa Luciani”, llama que “los intereses creados en torno a él intentaron apagar”. A pesar de la versión oficial que se dio de su muerte y de las crónicas que la airean, cuando sale la conversación, la gente suele decir: “Ah, sí, el papa que mataron”.

Parece que fue ayer. Yo iba camino de Cáceres con el jesuita Manuel Matos para dirigir un curso de iniciación al catecumenado. Era el 3 de septiembre de 1978. Haciendo un alto en el camino (si mal no recuerdo, fue en Trujillo), pudimos ver por televisión parte del comienzo oficial del pontificado de Juan Pablo I. Matos me comunicó que le nombraban director del Secretariado Nacional de Catequesis y que yo asumiría la responsabilidad de Catequesis de Adultos.

Obviamente, cuando murió el papa Luciani a los 33 días de ser elegido, nadie se lo esperaba y circularon rumores sobre el carácter extraño de su muerte, pero yo no tenía entonces datos suficientes para afirmarlo. El interrogante estaba en el aire: ¿Por qué? Si Dios quiso a este papa, ¿por qué se lo llevó tan pronto? El cardenal Benelli, que había sido su gran elector, lo expresó así: ¿Por qué, por qué Dios nos lo ha arrancado después de haberlo regalado a su Iglesia?

Dicen que el encuentro con un libro puede cambiar la vida de una persona. En el año 1984, el 29 de diciembre, me encontré con el libro del inglés David Yallop, En nombre de Dios, publicado después de tres años de seria investigación. Para mi fue providencial. Al leerlo, una cosa quedaba clara: si la muerte de Juan Pablo I se debió a causas naturales, entonces hay muchas cosas que no se entienden; si fue de forma provocada, entonces se entiende todo.

Todo esto lo compartí con la Comunidad de Ayala, llamada así porque nació en la parroquia del Cristo de la Salud, situada en la calle homónima de Madrid. La comunidad fue fundada en 1973 buscando aquella renovación que quiso Juan XXIII al convocar el concilio Vaticano II: “Devolver al rostro de la Iglesia de Cristo todo su esplendor revelando los rasgos más puros y más simples de su origen”.

Al ponerlo en la comunidad, nos encontramos un salmo, que desde entonces tenemos asociado a Juan Pablo I: “Han entregado el cadáver de tus siervos por comida a los pájaros del cielo…¡Que se conozca entre las gentes¡” (Sal 79). Había que decirlo, había que publicarlo. Poco a poco fui preparando el pliego de la revista Vida Nueva, que salió con el título La incógnita Juan Pablo I. En principio, el pliego iba a salir en el aniversario de la muerte, el 29 de septiembre de 1985. Por diversas circunstancias, se retrasó, pero el 4 de octubre, aniversario del entierro, lo teníamos en las manos. Ese día se leía en todas las iglesias el salmo aludido. Por supuesto, nos llamó la atención.

Poco después, comenzaba en Roma el Sínodo extraordinario de los obispos, en el que se trataba de hacer balance de 20 años de posconcilio. Obviamente, el pliego de la revista llegó a muchos padres sinodales. No obstante, se lo envié mediante personas de confianza a dos cardenales. Uno de ellos vivía en Roma, el  argentino Eduardo Pironio, que nos resultaba cercano. El otro vivía en Londres, el inglés Basil Hume, que definió a Juan Pablo I como “el candidato de Dios”.

Se lo envié también a Mario Senigaglia, que durante años había sido secretario del patriarca Luciani. Por mi parte, quería contactar con la línea caliente de amigos fieles a la persona del papa Luciani, de quienes esperaba que estuvieran por encima de los fríos intereses de la institución. Estaba en juego no sólo la causa y las circunstancias de su muerte, sino también su figura y su testimonio.

Casi a vuelta de correo recibí una carta, no del que fue secretario, sino de Camilo Bassotto, que –así me decía- llevaba siete años trabajando en un libro sobre Albino Luciani, como hombre y como pastor. Vi en sus líneas las palabras de un amigo, que vibra por un problema que no debería dejar a nadie indiferente, sea creyente o no: “Hasta ahora ninguno de los que saben ha sentido el deber de hablar y decir finalmente la verdad. Las sombras y las sospechas van creciendo cada día”, “no se podrá esconder indefinidamente la verdad” (2-11-1985).

En el Secretariado Nacional de Catequesis, donde yo era responsable del Departamento de Adultos, se me dijo: “Ni una palabra más, ni un paso más ni nada de nada de nada, si quieres seguir aquí”. Respondí que eso no lo podía aceptar, que había publicado el pliego en conciencia y que de una u otra forma, de palabra o por escrito, pensaba seguir con el tema. Aunque se me cesara, como así sucedió en el verano siguiente.

En mayo del 87, aprovechando un encuentro europeo de catecumenado que tuvo lugar en Gazzada, al norte de Milán, me acerqué a Venecia y conocí personalmente a Camilo. Era, exactamente, el 13 de mayo. Conversamos ampliamente. Había sido amigo personal de Luciani y era profundo conocedor de los archivos venecianos sobre Juan Pablo I. Aunque conoce, como pocos, la vida de Albino Luciani, con su libro no pretende hacer una biografía, sino dar a conocer su figura, una figura marcada desde la infancia por el hilo de la providencia, una figura que ha sido gravemente distorsionada. Camilo quiere hacer justicia a Juan Pablo I.

En septiembre del 88, la revista 30 Días, del movimiento Comunión y Liberación, anunciaba la aparición de un libro del periodista inglés John Cornwell, Como un ladrón en la noche, Según la revista, en diciembre del 87 el periodista llamaba a las puertas del Vaticano para presentar una petición que podría considerarse descarada: escribir un libro sobre la muerte de Juan Pablo I. Sin embargo, el periodista lo había previsto todo: “Había llegado a Roma con una carta de presentación del cardenal inglés Basil Hume”.  Precisamente, el cardenal Hume.

En septiembre del 90, Camilo publicó su libro, que tradujimos aquí: Juan Pablo I. Venecia en el corazón. Son muchos los testimonios de toda edad, clase y condición, que Camilo fue recogiendo: de persona a persona, de sitio a sitio, de noticia a noticia. Importancia especial tienen aquellos que se refieren al mes de pontificado. Así, por ejemplo, el testimonio de don Germano Pattaro, sacerdote y teólogo veneciano, llamado por Juan Pablo I a Roma como consejero. Sobre la forma en que es hallado el cadáver, Camilo aporta un testimonio fundamental de sor Vincenza, la religiosa que encontró muerto al papa Luciani y que desde hacía años era su enfermera.

Otro testimonio importante viene de la llamada “persona de Roma” (para nosotros, el cardenal Pironio), que, con fecha de 14 de mayo del 89 (fiesta de Pentecostés) y firmada a mano, envía a Camilo una carta con unos apuntes. Entre otras cosas, dice: “Los apuntes que le adjunto son para usted. Había pensado tenerlos para mí. Me vino la idea de publicarlos, pero el puesto que ocupo no me lo permite, al menos por ahora”, “yo sostengo que se debe hacer justicia y dar testimonio de Juan Pablo I”. He aquí algunos pensamientos que el papa Luciani llevaba en el corazón y que, además, quería que fueran conocidos.

Juan Pablo I pensaba “revisar toda la estructura de la Curia, ese aparato que quería gobernar para no verse condicionado”,  “destituir al presidente del IOR” (Instituto para Obras de Religión, el banco vaticano), “reformar íntegramente el IOR, para que no se repitan experiencias dolorosas del pasado, que el papa Luciani sufrió ya de obispo y que de ningún modo quiere que ahora se repitan”, “tomar abierta posición, incluso delante de todos, frente a la masonería y la mafia”.

En diciembre del 90 publiqué el libro Se pedirá cuenta. Muerte y figura de Juan Pablo I. En enero de 2002, tenía preparado el segundo, El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen. El entonces obispo de Ávila, Adolfo González, amenaza con retirarme las licencias ministeriales, el carnet de cura, “en cuanto aparezca el libro a la venta” (26-1-2002). Le escribí a Juan Pablo II y le envié el manuscrito: “A pesar de las presiones recibidas, al fin y al cabo un caso más de lo que se denuncia en el libro, en conciencia no puedo callar: Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 4,19)”. El libro salió en edición privada. El obispo de Ávila es trasladado a Almería (1-4-2002).

2 de abril de 2005. La edición privada se agota. La vida de Juan Pablo II, también. No lo podíamos imaginar. En el día de su muerte, en el día de la cuenta, escuchamos con atención el pasaje que se leía en todas las iglesias, como propio de la liturgia del día, el que tocaba: Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres. Pase lo que pase, así lo entendimos, había llegado el momento de hacer la edición pública.

Para no alargarme demasiado, paso por alto otros detalles. A primeros de noviembre de 2017, la periodista italiana Stefanía Falasca, vice-postuladora del proceso de beatificación de Juan Pablo I, publicaba el libro Papa Luciani. Crónica de una muerte, prologado por el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado. Como era de esperar, la autora asumía la versión oficial que se dio sobre la causa de la muerte de Juan Pablo I: infarto agudo de miocardio.

Se daba por supuesto que con ello se cerraba el caso. Así lo anunciaba el vaticanista Andrea Tornielli en el diario La Stampa de Turín: “Fin del misterio. Un malestar no valorado llevó a la muerte al papa Luciani”, “se esclarecen definitivamente las circunstancias de la muerte de Juan Pablo I”, “en la misma tarde del deceso el Pontífice tuvo un fuerte dolor de pecho” (6-11-2017). Dos días después, el papa Francisco firmaba el decreto en el que se le reconocían sus “virtudes heroicas” y se le declaraba “venerable”, una instancia previa a la beatificación y canonización.

Todo parecía estar en orden. Incluso el cardenal Parolin había dicho en Padua: “El Papa Luciani beato dentro de 2018” (28-8-2017). Y también: “Parolin quiere llevar al papa Bergoglio al Véneto: para la beatificación del papa Luciani” (30-8-2017). Ha pasado 2018, también 2019 y estamos en 2020. La pregunta es: ¿Está parado el proceso de beatificación? Dicen que están esperando el requerido milagro, que hay que rezar. Milagro sería que, dejando a un lado beatificarle por lo bueno que era, se le hiciera justicia.

Por nuestra parte, respondimos publicando el artículo La crónica de Falasca, que denunciamos como “apología curial” (noviembre 2017). Y habiéndose publicado la biografía oficial del proceso de beatificación en julio de 2018, hicimos un estudio crítico que lleva por título La biografía del papa Luciani. Aspectos, omisiones, apuros (febrero 2019). Se lo envié al cardenal Beniamino Stella, postulador del proceso de beatificación (28-2-2019).

El cardenal me responde: “Muchas gracias por el valioso tiempo y considerable dedicación empleados en el estudio de la biografía oficial del Venerable Siervo de Dios, el Papa Juan Pablo I”, “todos los esfuerzos conducentes a su beatificación, muchas veces escondidamente realizados, son un precioso servicio a los hermanos y hermanas en la fe. Por todo ello, con viva gratitud recibo el fascículo adjunto  a su deferente misiva, al cual daré una atenta consideración” (18-3-2019).

¿El dolor en el pecho? La biografía oficial y la propia Falasca reconocen “la escasa fiabilidad de ambos secretarios en la transmisión objetiva de los hechos que precedieron a la muerte del papa”. El relato de los secretarios, no ajeno a contradicciones en el curso de los años, tiene “el sabor del apólogo, verosímilmente también dictado por haberse sentido acusados por los hechos sucedidos después” (Biografía, 808-810; Falasca, 90-92).

Sor Margherita Marin, compañera de sor Vincenza, asegura que Juan Pablo I no acusó ningún dolor y afirma no haber visto “algún movimiento particular ni de sor Vincenza ni de los secretarios que me hiciera sospechar algo” (Biografía, 804; Falasca, 80-82). Camilo Bassotto  me comentó confidencialmente sobre el supuesto dolor en el pecho: “Es un invento; un inexplicable, inconcebible invento”.

¿El diagnóstico de muerte? Según escribe el Dr. Renato Buzzonetti (9-10-1978) “en forma del todo reservada”, dando cuenta al Sustituto de la Secretaría de Estado Giuseppe Caprio, “antes de escribir el diagnóstico de muerte, al que escribe le fue autoritariamente excluida la práctica posibilidad de pedir la autopsia por parte del abogado Trocchi”. (Biografía, 829, 845; Falasca, 130, 197). El abogado Vittorio Trocchi era el Secretario General de Gobernación del Vaticano. Por cierto, aparece en la lista de masones vaticanos que dio a conocer el periodista Mino Pecorelli. En esas condiciones (anómalas) el doctor formuló el  certificado de muerte.

¿Y la pastilla del mayordomo? El periodista Antonio Preziosi en su libro Inolvidable (2019), prologado por el Secretario de Estado, Pietro Parolin, también quiere contrarrestar lo que él llama “voces e ilaciones” y se pregunta: “¿Qué es lo que ha alimentado estas sospechas y por qué estas sombras sobreviven aún después de tanto tiempo, sin que nadie consiga poner la palabra fin o dar una respuesta definitiva?”. Para poner de manifiesto que Juan Pablo I estaba mal de salud, el autor aporta el testimonio del mayordomo Angelo Gugel, según el cual Luciani “en la cena había comido poquísimo y él mismo le llevó una pastilla antes de que se acostara” (Preziosi, 11-12 y 34).

Sorprende que el mayordomo le diera una pastilla, cuando le correspondía hacerlo a sor Vincenza, que era su enfermera. Angelo Gugel fue entrevistado por Stefano Lorenzetto en el Corriere della Sera. El 3 de septiembre las hermanas del asilo (de Miene, donde Gugel pasaba las vacaciones) recibieron una llamada de Camilo Cibin, el jefe de la Gendarmería: “Decid a Gugel que vuelva enseguida a Roma con vestido negro”. Dice éste: “Fui a comprarme uno y me fui al Vaticano”, “la tarde anterior a la muerte, el Papa no estaba bien. Yo mismo le llevé una pastilla antes de que se acostara” (22-4-2018).

Unas preguntas: ¿qué tipo de pastilla era esa?, ¿por qué el mayordomo le lleva una pastilla que no ha recetado el doctor Da Ros?, ¿por qué no se la lleva sor Vincenza, que es su enfermera?, ¿por qué el mayordomo ha ocultado durante cuarenta años ese detalle?, ¿nadie le ha interrogado en el Vaticano al respecto?

Y por si fuera poco, el pasado mes de octubre aparece la confesión del mafioso Anthony S. Luciani Raimondi, que en su libro When the bullet hits the bone, Cuando la bala golpea el hueso, confiesa haber participado en el asesinato de Juan Pablo I por encargo de su primo, el arzobispo Marcinkus: “Se decidió que podrían poner Valium en el té del papa con un cuentagotas, un anestésico que en forma de polvo, le dejaría KO. Si tú consigues Valium puro no lo puedes probar, te quedas KO. Mi primo dijo que al papa le gustaba el té especialmente dulce y eso hizo más fácil vencer cualquier sabor inusual. Ellos quisieron que su muerte fuera rápida y sin dolor, por lo que el plan fue poner cianuro de potasio en el cuentagotas, colocarlo entre los labios mientras él estaba inconsciente y apretar el cuentagotas para que ingiriera el veneno y te vas”.

 “La noche del asesinato el papa se bebió el té y cayó dormido, incluso aunque hubiera habido un terremoto hubiera sido incapaz de levantarse. Yo me mantuve en el pasillo fuera de las habitaciones del papa cuando el té fue servido.  En mi época podía haber hecho muchas cosas pero no quise estar en la habitación cuando mataron al papa. Yo sabía que podría comprar un billete solo de ida al infierno. Pero quizás manteniéndome fuera de la habitación podría tener algún margen cuando llegara mi hora. Marcinkus tenía el bote de cianuro cuando entró en la habitación. Midió con el cuentagotas, lo puso entre la boca del papa y lo apretó. Cuando lo hizo, cerró la habitación detrás de él y se marchó” (Raimondi, 148-149).

La noticia dio la vuelta al mundo. Raimondi es sobrino del mafioso Lucky Luciano, primo del cardenal Luigi Raimondi, que fue prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, y familiar de Marcinkus, primo de su abuela paterna y jefe del banco vaticano, según afirma el autor en The New York Post (19-10-2019). Preparamos un estudio crítico de su libro, realizado desde distintos ángulos y cruzando sus datos con los que tenemos por otras fuentes.

Con singular acierto, se le ha llamado a Juan Pablo I “papa profeta”, que se marchó como Elías de una forma extraña, arrebatado en un “carro de fuego”, cuyo manto es preciso recoger. Lo dijo monseñor Cipriano Calderón, natural de Plasencia, en L’Osservatore Romano: “Elías se marchó de una forma extraña, arrebatado en un carro de fuego, según nos cuenta la Biblia, pero hubo un Eliseo que estaba a su lado atento a lo que ocurría y recogió inmediatamente el manto del insigne profeta. Algo así tendrá que ocurrir ahora” (8-10-1978).

Algo así está ocurriendo. Durante muchos años, por encima de las dificultades, los miedos y las presiones, hemos ido recogiendo el manto del papa profeta. Desde Trujillo, Luis Bravo me envía este entrañable mensaje: “A pesar de todo, este tiempo nunca has estado solo, porque hemos sido muchos los que, aun sin tú conocernos, estábamos contigo” (24-2-2020). Le agradezco cordialmente sus palabras. Sin duda, el autor hace honor a su apellido. Con lenguaje sencillo, directo y coloquial relata esta singular historia que es nuestra “causa común” y la de muchos.

Jesús López Sáez

Marzo 2020