En el principio era la palabra
 

EL DELITO ES CLERICAL  portavoz

Se esperaban nuevas normas vaticanas para afrontar los delitos de pederastia clerical. La Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado el pasado 15 de julio el documento titulado "Normas sobre los delitos más graves". Según el portavoz vaticano, Federico Lombardi, lo que se publica es "un texto jurídico oficial actualizado, válido para toda la Iglesia". Ahora bien, ¿de qué delitos se trata?, ¿cuáles son?
Son delitos contra la fe (art. 2), contra el sacramento de la Eucaristía (art. 3), contra el sacramento de la Penitencia (art. 4); contra el sacramento del Orden: "el delito más grave de la atentada ordenación sagrada de una mujer" (art.5), la pederastia clerical: "el delito contra el sexto mandamiento del Decálogo cometido por un clérigo con un menor de 18 años" (art. 6).
Entonces ¿se equipara el delito de la pederastia clerical con la ordenación de mujeres? El Promotor de Justicia de la Congregación, Charles Scicluna (en la foto a la izquierda, junto al portavoz vaticano), afirma que "ambos temas son tratados en un mismo documento, pero esto no quiere decir que se les ponga al mismo nivel o se les dé la misma gravedad".
En cualquier caso, se incluye la ordenación de mujeres entre los delitos más graves, junto a la pederastia. La norma no sólo sorprende, suscita perplejidad y escándalo. En el diálogo ecuménico se afirma cada vez más que no hay razón teológica alguna para continuar excluyendo a la mujer del ministerio ordenado, desde dignidad humana y cristiana común.
No sólo el varón, también la mujer es imagen de Dios: "Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó" (Gn 1,27). En Cristo, dice San Pablo en la carta de la libertad cristiana, "ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer" (Ga 3,29).
La igualdad fundamental de todos es una señal de nuestro tiempo, tan fácil de percibir como el tiempo que se avecina (Mt 16,3), una señal asumida por el Concilio Vaticano II como acción del espíritu de Dios en nuestro tiempo. Por tanto, "toda discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan de Dios" (GS 29).
En el Evangelio lo que cuenta es servir: "El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor" (Mt 20,26). Los dirigentes de las primeras comunidades no se llaman "sacerdotes". En realidad, rechazan ese nombre que suscita equívocos. No quieren ser como los sacerdotes judíos ni como los sacerdotes paganos. Como las sinagogas, las primeras comunidades están dirigidas por "ancianos" (Hch 20,17), llamados también "vigilantes" (20,28), "vigilantes y servidores" (Flp 1,1).
No se trata de una función común (vigilar, supervisar, servir), sino de una función profética y evangélica, como la de Jesús, que asume la figura del "siervo" (Is 53): "el hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir" (Mt 20,28). De una forma especial, los dirigentes de las primeras comunidades han de estar "en vela" como el dueño de la casa (Mt 24,43), han de ser "el siervo fiel y prudente", a quien el señor pone al frente de su servidumbre para darles la comida a su tiempo (Mt 24,45).
Antes de que se estableciera el escalafón jerárquico (obispos, presbíteros, diáconos), los dirigentes son vigilantes (epíscopos), ancianos (presbíteros), servidores (diáconos, ministros). Servidora es Febe, dirigente eclesial, a quien San Pablo presenta con estas palabras: "Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, que está en el ministerio de la iglesia, que está en Cencreas" (Rm 16,1).
Pues bien, lo que era servicio se ha convertido en delito, y uno de los más graves. Hay que decirlo claramente: el delito es clerical. La vieja tradición de la sumisión de la mujer persiste en medio de la involución eclesial. Algo no va bien en el rumbo de la Iglesia. ¿Dónde queda la renovación conciliar? ¿Dónde queda el diálogo ecuménico? Una vez más, es preciso revisar la propia tradición a la luz de la Escritura.

Jesús López Sáez, 24 de julio de 2010.