En el principio era la palabra
 

CAMBIO ESTRUCTURAL DE LA IGLESIA  

 

rahnerEl teólogo alemán Karl Rahner (1904-1984) publicó su libro "Cambio estructural de la Iglesia" con ocasión del Sínodo de los Obispos alemanes (Herder Verlag, Friburgo, 1972, 1973). Fue traducido al español por Ediciones Cristiandad (Madrid, 1974). El autor responde a estos interrogantes: ¿Dónde nos encontramos?, ¿qué hemos de hacer?, ¿cómo imaginar la Iglesia del futuro? Por supuesto, se dice en el Prólogo, "el futuro de la Iglesia es objeto de una esperanza contra toda esperanza y no cuestión de futurología". Sin embargo, "el cristiano puede y debe prever y planificar".
Es cierto que el Concilio tiene para la Iglesia en general "un significado permanente, el cual (si es lícito expresarse así) no puede devaluarse ni desde la derecha ni desde la izquierda. Pero muchas de las determinaciones positivas del Concilio, bien pensado, están ya superadas; basta considerar, por ejemplo, el decreto sobre liturgia", "en todo caso, las declaraciones de un Concilio que se dirige a la Iglesia entera son demasiado generales como para pensar en atribuirles de un modo directo e inmediato el valor de normas concretas. Tanto no nos alivia este gran Concilio nuestra tarea" (pp.16-17).

 

 ¿Dónde nos encontramos?

* En primer lugar, ¿dónde nos encontramos? "La situación de los cristianos de hoy y, por tanto, de la Iglesia es la de la transición de una Iglesia de masas en concordancia con una sociedad y una cultura homogénea a una Iglesia como comunidad de los creyentes, que en una opción personal y libre de fe se colocan también a distancia de la mentalidad y del comportamiento ordinario en el entorno social". Esto supone mantener "una relación crítica" frente a la sociedad y a los poderes dominantes en ella. "Contra esto no sirve para nada agarrarse angustiosamente a los restos de la sociedad homogénea profana y cristiana de antes", que todavía existe.
* "Con ello no queda prohibido, sino que es incluso un deber esforzarse por preservar de una ruina demasiado brusca a lo que de tales restos existe aún y puede aún mantenerse", "pero todo esto no cambia el hecho de que nuestra actual situación representa la transición de una Iglesia apoyada en una sociedad cristiana homogénea y casi idéntica a ella -de una Iglesia de masas-a una Iglesia constituida por quienes, en contradicción con su entorno, se han abierto paso hasta una opción de fe personal, clara y consciente. Así será la Iglesia del futuro, o bien dejará ya de ser" (pp. 30-32).
* "Los responsables oficiales de la Iglesia, junto a una función legítima de conservar lo recibido, tienen asimismo en cuanto tales el derecho y el deber sagrado de cuidar previsoramente de que la Iglesia pueda subsistir en una situación futura" (p.34).
* "No podemos contar ya por mucho tiempo con que el núcleo de los practicantes estará rodeado y en cierto modo resguardado por una cantidad mucho mayor de aquellos que, según el Registro Civil (en Alemania), hay que seguir llamando cristianos, los cuales no  dan la falsa seguridad de hablar hoy todavía de una sociedad cristiana. Esa sociedad ya no existe, por muy borrosos que sean los límites entre los verdaderos cristianos y los cristianos de nombre", "en la sociedad somos una pequeña grey, y seremos una grey aún más pequeña, porque la erosión de los presupuestos de una sociedad cristiana sigue progresando en la sociedad profana y cada vez le quita más base al cristianismo tradicional", "la posibilidad de conseguir nuevos cristianos de un medio ya no cristiano es la única prueba vital y convincente de que el cristianismo tiene hoy también una posibilidad real de futuro" (pp. 39-41).
* Ciertamente, por diversos motivos (de mentalidad, de sentido de la vida, de modelos), se dan en la Iglesia "grupos desfasados entre sí": "entonces al cristiano no le queda otro recurso que contar con esa situación, soportarla con paciencia y mantener en la Iglesia una unidad eficiente, pese a todas las dificultades resultantes de ese hecho. De aquí que no se puedan evitar los llamados compromisos, que reflejan esa realidad e intentan ajustarse lo más posible a todos esos grupos desfasados entre sí. Puesto que, por principio, todos ellos tienen un cierto derecho a la vida", "esos compromisos pueden ser igualmente desagradables para todos los grupos, exigiendo algunas renuncias. Quien en el caso concreto no está dispuesto en absoluto a llevar a cabo todos esos compromisos, traiciona a su fe en la permanencia de la Iglesia a través de todo cambio" (pp. 45-46).
* Los diversos grupos "pueden organizarse"  en las más diversas formas posibles cristiana y eclesialmente: "esos grupos tampoco tienen por qué surgir con un impulso o permiso positivo por parte de los responsables oficiales, de los obispos o de Roma. Pueden también formarse de modo espontáneo desde abajo, sin dejar de ser ya por ello eclesiales". Estos grupos, fundamentalmente posibles y legítimos en la Iglesia, no tienen, sin embargo, por qué llegar a "polarizaciones y confrontaciones" que no son cristianas ni eclesiales: "¿Por qué un grupo no debería considerar al otro como una instancia crítica para sí mismo, cosa que le es absolutamente imprescindible?" (pp. 51-53).    

 

¿Qué hemos de hacer?    

 

* En segundo lugar, ¿qué hemos de hacer? Algo se ha dicho ya de modo disperso. Algunas consideraciones previas: "toda planificación del futuro de la Iglesia en las próximas décadas no nos dispensa de la necesidad de marchar hacia un futuro imprevisible, de la audacia y el riesgo y la esperanza en la insondable gracia de Dios". Al propio tiempo, se impone una libertad creativa: "es preciso tener el valor de llegar a auténticos imperativos y directrices con una imaginación creadora, en definitiva inspirada carismáticamente". Hay que sentar prioridades: "tampoco la Iglesia puede hacer en cada época con la misma intensidad todo lo que está incluido en el ámbito de su misión y su tarea", "este principio exige además que se tenga el valor para renunciar eventualmente a tareas y posiciones que la Iglesia hasta ahora ha reclamado para sí".
* El autor no quiere acusar a la Iglesia oficial "de rechazar o perseguir positivamente a los cristianos de mañana, que ya existen hoy", pero le parece que "nuestra Iglesia oficial se limita demasiado a ejecutar la parte de los conservadores; muchas veces se le sacan las decisiones favorables al futuro sólo a base de forcejeo y va jadeando a la zaga de la evolución, en lugar de guiarla ella misma con soberano valor", "la planificación a tiempo es precisa, porque ahora se dan todavía posibilidades y condiciones para lo que después será necesario", "por ejemplo, hoy probablemente habría todavía hombres probados en la vida, la profesión y el matrimonio y dispuestos a asumir mediante la ordenación la dirección de una comunidad". Todo ello "incluye también la disposición a dar paso libre al Espíritu en la Iglesia, siempre que se pueda notar, siquiera con alguna claridad, que está actuando" (pp. 57-65).
* "Somos y seguiremos siendo en el futuro la Iglesia católica romana. En sí esto es evidente. Pero ha de decirse bien claro hoy en vista de una alergia teórica y práctica contra Roma, ampliamente extendida". Al subrayar esto, dice el autor, uno no tiene por qué ser miembro del "movimiento en pro del Papa y de la Iglesia", la crítica y una relación con la Iglesia fundamentalmente crítica pertenece a la esencia del cristianismo: "el ejemplo de Pablo frente a Pedro en la Carta a los Gálatas tiene sin duda aún un significado para nosotros", "se puede desear ciertamente que los procesos decisorios en la Iglesia tengan lugar con la participación activa del mayor número posible y transcurran de modo transparente" (pp. 66-69).
* La Iglesia tendría que ser una Iglesia desclericalizada, es decir, "una Iglesia en la que incluso los responsables oficiales cuenten con alegre humildad con que el Espíritu sopla donde quiere, con que nos les ha dejado a ellos una herencia exclusiva; con que los carismas, que nunca son enteramente regulables, pertenecen a la Iglesia de una forma tan necesaria como los cargos oficiales, que nunca son idénticos al Espíritu ni le pueden reemplazar nunca; con que incluso el estamento oficial adquiere una credibilidad realmente efectiva ante los hombres tan sólo en la manifestación del Espíritu y no con el mero recurso a la misión y autoridad formal, por muy legítima que sea".
* "En una Iglesia que crezca desde abajo, cuya realidad se apoye más allá de la mera teoría en esa opción libre de fe de los individuos, o bien deje de existir, habrá naturalmente también un estamento oficial, porque sin él no puede darse una sociedad. Este estamento dirá también con todo derecho que estriba en la misión procedente de Cristo y no en la mera asociación de los creyentes", "la eficacia de esos poderes oficiales vendrá constituida o mediatizada en el futuro realmente por la obediencia de la fe, que los creyentes prestan desde abajo a Jesucristo y su mensaje", "los responsable oficiales tendrán en el futuro tanta autoridad efectiva, ejercida no sólo en teoría, cuanta les sea concedida por la libertad de los creyentes a través de su fe", "los creyentes conceden de buena gana en obediencia libre a los responsables oficiales las funciones peculiares que en una sociedad y, por tanto, también en la Iglesia no pueden ser ejercidas por todos a la vez. Sigue siendo cierto que estos poderes oficiales son otorgados en la Iglesia mediante un rito especial llamado sacramento del orden, y que en ese otorgamiento Dios ofrece también a los responsables oficiales la asistencia del Espíritu, que está con la Iglesia".
* Habría que preguntar qué consecuencias concretas comporta todo esto para el estilo de vida de los responsables oficiales, que "es hoy todavía demasiado similar al estilo de vida de los funcionarios públicos de la sociedad profana", "ha de aumentar el valor para revisar y revocar decisiones, prescindiendo de una mentalidad de prestigio falsa y en definitiva no cristiana", "la autoridad formal de un cargo oficial no dispensa al que lo ejerce, aunque en sí haga uso legítimo de él, de la obligación de procurarse eficazmente, a partir del asunto mismo y dentro de unos horizontes de comprensión realmente actuales, el consentimiento de quienes son afectados por una decisión" (pp. 71-76).
* La Iglesia, evitando la introversión, ha de ser "solícita en el servicio". Si la Iglesia, pese a estar enviada a todos, no puede decir que fuera de su forma visible no hay salvación, la consecución de nuevos cristianos "no es tanto ni ante todo la salvación de los que, en caso contrario, estarían perdidos, sino la consecución de testigos que como signo para todos pongan de manifiesto la gracia de Dios que actúa en todas partes del mundo", "ha de luchar por la justicia y la libertad, por la dignidad humana, incluso cuando más bien se perjudica a sí misma, cuando una alianza con los poderes dominantes, aunque fuese oculta, a primera vista más bien le favorecería", "nos debería sorprender lo poco que la Iglesia entra en conflicto con las instituciones sociales y con los poderosos". La Iglesia evita "una introversión angustiosa", si no piensa más en sí misma que en los demás (pp. 77-79).
* La Iglesia ha de ser "una institución  moral, pero no moralizante". Con esto el autor "no pretende atenuar el mensaje de Cristo incluso en sus exigencia morales", "uno está moralizando cuando expone las normas del comportamiento moral de un modo desabrido y doctrinario", "está moralizando cuando los principios morales no quedan referidos al núcleo íntimo del mensaje cristiano, que es el mensaje del espíritu vivo, el mensaje de la liberación de una ley meramente externa, el mensaje del amor que, cuando se impone, no está sometido ya a ninguna ley", "si el hombre no ha hecho ni siquiera inicialmente la experiencia de Dios y de su Espíritu que libera de la culpa y de la angustia vital, no tenemos por qué manifestarle las normas morales del cristianismo. No podría entenderlas; a lo más le podrían resultar causa de coerciones más radicales y angustias más profundas". Además, los problemas morales concretos son muchas veces problemas prácticos ante los cuales un cristiano se encuentra tan perplejo como cualquier otro hombre: "Aunque recurramos a Dios y a su evangelio, no sabemos cómo resolver cuestiones concretas, referentes, por ejemplo, a la explosión demográfica, al hambre en el mundo, a una estructuración de la sociedad de mañana que ofrezca más libertad y más justicia" (pp. 84-88).
* Hemos de ser una Iglesia de puertas abiertas: "Desde luego, no vamos a negar la importancia teológica y también social del bautismo para pertenecer a la Iglesia. Pero, según la doctrina católica, el mero hecho de estar bautizado no es ya de por sí constitutivo para ser miembro auténtico y pleno de la Iglesia. Y mucho menos en una época en que todo lo meramente ritual se considera con el máximo recelo", "el puro empadronamiento civil en una Iglesia confesional no basta desde luego para esa pertenencia a la Iglesia desde un punto de vista personal y teológicamente auténtico. Para ello es necesaria una fe cristiana de verdad".
* "Tenemos en la Iglesia un gran número de personas que pertenecen a ella por causas sociológicas, por tradición, por costumbre familiar, por influjos de la primera infancia, de un modo folklórico, etc., pero no teológicamente en sentido propio. Pero siendo esto siempre así y no pudiendo cambiarse, debería uno ser más precavido en la calificación teológica de quienes, según el Registro Civil y por su procedencia, no pertenecen a la Iglesia. En muchos casos no serán nada distintos de muchos que sociológicamente están dentro de ella", "y más si suponemos la existencia de bautizados en ambos. De aquí se deduce que la Iglesia debe tratar a los dos grupos más o menos igual", "a quienes no llegan a identificarse sin más con la Iglesia por su fe, pero tienen una relación benévola positiva para con la Iglesia como exponente concreto del pensamiento cristiano, ella debería considerarlos más bien como pertenecientes a sí más que como separados. Eso es lo que hace al fin y al cabo con respecto a quienes están registrados civilmente en ella, pero no tienen ni mucho menos con toda seguridad la fe constitutiva de la pertenencia a la Iglesia".
* Lo mismo vale con mayor razón para "quienes poseen un vivo interés por la vida de la Iglesia, por su misión en el mundo, por una confrontación intelectual con la fe cristiana. Propiamente ellos son hoy los que antes se llamaba catecúmenos, que no comienzan a serlo sólo cuando ponen de manifiesto una decisión firme de pertenecer plenamente a la Iglesia". Es preciso añadir unas palabras sobre la ortodoxia en la Iglesia: "Es evidente que cuando falta la confesión del Dios vivo de la vida eterna y de Jesús como mediador de la salvación, o son desplazadas por un mero humanismo u horizontalismo, no puede hablarse ya de ortodoxia, que es constitutiva para la Iglesia. Si uno no confiesa al Dios vivo y a Jesús como Señor, está fuera de la Iglesia. Ni aun la Iglesia de puertas abiertas es una feria donde pudieran darse cita todas las opiniones" (pp. 89-93).
* La Iglesia debería ser hoy una Iglesia con valor para dar directrices concretas, "incluso en la actuación sociopolítica de los cristianos en el mundo", "los principios cristianos, mantenidos y expuestos como doctrina autorizada por el magisterio eclesiástico, incurren en una notable abstracción y también en una singular ineficacia. Con mucha frecuencia se reconoce su indudable validez y, sin embargo, uno tiene la impresión de quedar abandonado por ellos en su perplejidad ante opciones concretas entre esos modelos posibles". Claro está que con esas directrices la Iglesia puede desatinar más palpablemente y en forma distinta que con las declaraciones teóricas del magisterio, pero esto es algo con lo que hay que contar decididamente, si es que la Iglesia no ha de dar la impresión de ser "una mera maestra teorizante lejos de la vida" (pp. 95 y 99).
* Hemos de ser una Iglesia de espiritualidad auténtica: "La Iglesia debe redescubrir y actualizar hoy sus propias fuerzas espirituales. Pues siendo sinceros, en el terreno de lo espiritual, somos, hasta un extremo tremendo, una Iglesia sin vida", "¡dónde hay, por encima de toda inculcación racional de la existencia de Dios, una mistagogía de cara a la experiencia viva de Dios que parta del núcleo de la propia existencia?", "¿cuándo nos convencemos de que todo compromiso crítico y sociopolítico, que hoy es deber sagrado de los cristianos y de la Iglesia en cuanto lucha por una mayor libertad y justicia, encierra o ha de encerrar en sí una espiritualidad oculta, porque para el cristiano nace del compromiso íntimo y absoluto que coloca al hombre ante Dios, se dé cuenta o no de ello?". La Iglesia "no debe degenerar en una asociación humanitaria de beneficencia, pues el hombre, a la larga, no se aguanta a sí mismo si no está redimido para la libertad abierta de Dios". Es cierto que de la palabra "Dios" se ha abusado ya lo indecible, pero "la Iglesia ha de hablar de Dios", "en la Iglesia hablamos demasiado poco de Dios o lo hacemos con un árido adoctrinamiento, al que le falta una fuerza vital auténtica. Hemos aprendido demasiado poco el arte increíblemente elevado de una auténtica mistagogía para la experiencia de Dios".
"Una segunda cosa que hay que predicar con fuerza en una Iglesia de auténtica espiritualidad es: Jesús. Al predicar a este Jesús como Señor nuestro, hemos de tener en cuenta que si la cristología tradicional ha de resultar inteligible y creíble hoy, no puede consistir tan sólo en el enunciado de una "cristología de arriba", sino que ha de partir de la experiencia de Jesús. Si se parte de esta cristología más primigenia, en cierto sentido premetafísica, "se podría conseguir un acuerdo muy amplio (lo cual no quiere decir que sea general sin más) entre quienes se quieren llamar cristianos. Y al revés, la confesión de Jesús como el Cristo y el Señor, palabra última y definitiva de Dios en la historia, podría cobrar vitalidad y tener un talante más libre y alegre". Con esta "doble y única confesión de Dios y de Jesús", la Iglesia puede ser y seguir siendo y ser cada vez mejor la Iglesia del misterio y de la alegría evangélica en una libertad redimida" (pp.102-110). 

 

¿Cómo imaginar la Iglesia del futuro?   


* En tercer lugar, ¿cómo imaginar la Iglesia del futuro? En el futuro hemos de atrevernos a ser una "Iglesia abierta": "No podemos quedarnos en el ghetto ni debemos volver a él". Quien en la Iglesia vive y sufre la confusión sin duda existente, en parte evitable y en parte no, "está desde luego tentado de añorar la Iglesia que los más viejos hemos vivido bajo los cuatro Píos y hasta el último Concilio". Entre nosotros se dan indicios suficientes de que una mentalidad inconsciente de ghetto busca una forma de Iglesia que sociorreligiosa y políticamente es la de una secta.
* "Se da una tal secta cuando la gran mayoría de un grupo social se retira de hecho o a propósito de la vida pública de la sociedad y se limita a protestar, a ver alrededor un mundo que va de mal en  peor, cuyos objetivos y deberes intramundanos no le interesan ya a uno, al menos en cuanto miembro de ese grupo sectario, cuyo estilo de vida está encuadrado por la mayor cantidad posible de prohibiciones de tipo tabú; cuando se procura ofrecer dentro de la secta, de modo autárquico, lo máximo posible de la vida que, al fin y al cabo, hay que llevar; cuando con toda naturalidad se considera como enemigos más o menos peligrosos a quienes no pertenecen a ese grupo; cuando se sabe con toda exactitud y en cada momento cuál es el partido político al que ha de dar su voto un miembro de esa secta" (pp. 113-115).
* En el futuro habrá de hecho en la Iglesia un pluralismo que se hará oír: "no tiene por qué amenazar la propia consistencia de una Iglesia firme dogmáticamente y consciente de sí misma, puesto que hay un ministerio que preserva, fomenta y defiende siempre el depósito entero de la fe cristiana, sin por ello tener que tratar expresamente en cada caso de reducir al silencio las voces que surgen en la Iglesia y en torno a ella en contra o con riesgo de esa doctrina" (p. 123).
* Hemos de ser una Iglesia con unos objetivos ecuménicos sinceros. La unidad pretendida y posible tendría "un carácter mucho más pluralista que lo que estamos acostumbrados". El pluralismo que en todo caso tendrá la Iglesia del futuro será mucho mayor que el que ha presentado nuestra Iglesia desde los tiempos de la Reforma: "una unidad del tipo exacto al que estábamos acostumbrados no se puede ni se debe perseguir siendo realistas, pues ni es realizable ni el dogma católico lo exige de verdad", ¿no se puede considerar la plena unidad teológica y de fe como consecuencia de una unión institucional, tanto más cuanto que esta no tendría por qué significar por razones dogmáticas una uniformidad institucional en el sentido del actual derecho canónico?", "también en la Iglesia católica se da una diferencia muy considerable entre la fe que de hecho conocen y aceptan realmente la inmensa mayoría de los creyentes de ella por una parte, y por otra, la fe, mucho más matizada, que enseña la Iglesia oficial", "la función futura del papado queda referida al mantenimiento de la unidad de la Iglesia, con una gran autonomía de las Iglesias parciales, y a la salvaguardia animosa y decidida de la sustancia fundamental de la fe cristiana" (pp. 125-129).
* La Iglesia del futuro será "una Iglesia desde la base", "una Iglesia que se construirá desde abajo por medio de comunidades de base de libre iniciativa y asociación". La Iglesia no se hará presente como antes, asumiendo y prolongando los hijos el estilo de vida de los padres y siendo bautizados y adoctrinados por la Iglesia: "La Iglesia sólo se hará presente al irse haciendo de modo continuo mediante la decisión libre de fe y la libre formación de comunidades por parte de los individuos, inmersos en una sociedad profana que no estará ya de entrada marcada cristianamente".
* "Es claro que aquí y ahora no se puede ni se debe suprimir sin más las parroquias, repartidas territorialmente de un modo uniforme, al estilo casi de los puestos de policía. Tanto más cuanto que es posible que ya hoy haya parroquias concretas que por su concreta estructura y vitalidad se aproximen a las comunidades de base a que nos referimos o al menos tengan la oportunidad de llegar a ser como ellas. Pero las parroquias en el sentido de distritos administrativos de la Iglesia oficial, que atiende desde arriba a las personas, no son las comunidades de base que desde abajo han de edificar la Iglesia del futuro. Por razones teológicas y también por el testimonio de la historia resulta que las parroquias concebidas a partir de un determinado territorio no pueden constituir por sí mismas los elementos básicos de la Iglesia" (pp. 132-133).
* "Si a partir de los cristianos mismo se constituyen comunidades vivas, si tienen y alcanzan una cierta estructura, una cierta firmeza y estabilidad, tienen tanto derecho como una parroquia territorial a ser reconocidas como elementos básicos de la Iglesia, como Iglesia, por la Iglesia del obispo y por la Iglesia universal, aunque su principio asociativo concreto no sea un territorio señalado por la curia diocesana y que comprende sin más a los cristianos allí residentes".
* "Naturalmente que una comunidad de base se habrá desarrollado más allá de un grupo de afinidad, de una pequeña asociación eclesial de pocos cristianos, para convertirse en un elemento básico de la Iglesia, en una iglesia local, tal como antes lo era o al menos lo debía ser la parroquia y muchas veces sólo ella (prescindiendo de las comunidades religiosas y grupos similares), tan sólo cuando esa comunidad de base pueda realmente hacerse cargo de las funciones esenciales de la Iglesia (en el anuncio organizado del evangelio, en la administración de los sacramentos, en el amor cristiano, etc) y ser el lugar evidente para la celebración siempre renovada de la eucaristía. Pero si se da una tal comunidad procedente de abajo y formada por la libre opción de fe de sus miembros, tiene derecho a ser reconocida como Iglesia del obispo y a que éste reconozca, mediante la ordenación a su dirigente, en tanto que pueda cumplir las funciones necesarias" (pp. 133-134).
* "Las cualidades y condiciones exigidas para ese dirigente pleno de la comunidad (también en cuanto presidente de la eucaristía) no han de adecuarse al modelo de un sacerdote universal que pudiera llevar a cabo su misión en cualquier otra parte y ejercer también funciones que sobrepasan las de una pequeña comunidad de base, sino que han de ser consideradas con relación a la comunidad de base y a las necesidades de su dirección en la situación concreta", "el sacerdote, en cuanto dirigente de una comunidad local, no tiene por qué ser considerado según el esquema de un funcionario estatal, que es trasladado, asciende y es el representante de un Estado, que se presenta como un poder extraño ante un determinado grupo humano, siendo propiamente el que lo organiza", "si la Iglesia en una situación concreta no puede encontrar, sin renunciar a la obligación del celibato, un número suficiente de esos dirigentes sacerdotales de comunidad, entonces es evidente que ha de renunciar a esa obligación y no tiene por qué discutirse más teológicamente" (pp. 134-135).
* "Estas comunidades de base tienen desde luego el deber de mantener la unidad con la Iglesia del obispo; deben por ello constituirse como miembros de la gran Iglesia, aunque ello requiera, desde su propio punto de vista, ciertos sacrificios y renuncias; tienen que observar las leyes legítimas de la Iglesia universal que se puedan cumplir; con todas sus peculiaridades, incluso teológicas, que puedan tener, no han de pretender desarrollar una teología propia sectaria y herética; tienen que mantenerse abiertas, de un modo autocrítico, a la vida de la Iglesia universal en verdad y amor, prestando también su contribución concreta por encima de las fronteras; su peculiaridad no debe extremarse  tanto que no se lleven a cabo o queden atrofiadas determinadas funciones necesarias, supervisadas por la Iglesia del obispo en orden a su ejecución. Pero todo ello no excluye que una comunidad de base tenga su propia estructura y, si se quiere llamar así, una constitución que exija de sus miembros, libremente adheridos a ella, algo que raya realmente más allá de lo que una parroquia actual puede esperar de los suyos".
* "Teniendo así un gran margen de libertad la relación precisa entre el presidente ordenado de las celebraciones eucarísticas de la comunidad y los restantes miembros de ella, hay que mantener, sin embargo, que este dirigente ordenado de las celebraciones eucarísticas ha de ser por principio el mismo que el dirigente absoluto de la comunidad, no pudiendo ser por ello simplemente un funcionario subordinado, encargado de los actos litúrgicos de las comunidad, al estilo de un empleado eclesiástico, tal como se presentaba sociológicamente en los primeros tiempos de Occidente, en las llamadas Iglesias propias", "la teoría de que quien dirige la celebración eucarística y quien dirige la comunidad fundamentalmente no tienen por qué ser idénticos, o incluso no lo deben ser en absoluto, llevaría a la larga tan sólo a la ruina de una comunidad o a un descuido sacramental, injustificable cristianamente" (pp. 135-137).
* "En este contexto podría plantearse también hoy la pregunta de si hoy o al menos mañana no hay que tener en cuenta, a partir de la situación social profana, a una mujer igual que a un hombre para dirigir una comunidad de base, confiándosele mediante la ordenación el ministerio sacerdotal", "tampoco la cuestión del sacerdocio de la mujer hay que verla primariamente a partir de los deseos individuales de la mujer, de su autocomprensión y autoafirmación, sino a partir de las necesidades y posibilidades de una comunidad que ha de tener un dirigente", "debería quedar claro que el ministerio del sacerdote en cuanto dirigente oficial de una comunidad significa una función social de servicio en la Iglesia".
* "Si una comunidad de base es realmente viva, si es el resultado de una opción libre de fe cristiana en medio de un mundo secularizado, en el que el cristianismo no puede apenas ser ya transmitido con el poder de la tradición social, entonces la organización eclesial en su conjunto es un servicio a esas comunidades, y no son, al revés, las comunidades medios para el fin de una burocracia eclesial que pretende defenderse y  propagarse a sí misma", "no se niega que en muchos casos, o incluso en la gran mayoría, una comunidad de base, necesaria en el futuro, surja de un desarrollo vital de las actuales parroquias. El concepto de comunidad de base no excluye el principio territorial para formar la comunidad, aun cuando tampoco lo incluya necesariamente. En la práctica, la mayor parte de las comunidades de base estarán también condicionadas territorialmente en alguna medida, porque de hecho las cosas son así, aunque con ello no se afirma tampoco que el territorio de una comunidad de base excluya de suyo geográficamente el territorio de otra" (pp. 139-141).
* "Esta transformación de parroquias en comunidades vivas de base presupone naturalmente que el párroco que la inicia y dirige tiene el derecho y el valor de postergar en cierto modo a cristianos bautizados de su parroquia, que no pueden ser integrados en la comunidad de base, a favor de los cristianos de ella que están o pueden estar dispuestos a participar en esa comunidad de base. Naturalmente que una comunidad de base no debe promover una intensidad y eficacia tales que se convierta en una secta cerrada, cuyos miembros y dirigentes sólo se interesen por ellos mismos".
* En una comunidad de base será normal que todos se responsabilicen del servicio divino, colaborando activamente; que todos, cada uno a su estilo, tomen parte activa en el anuncio del evangelio y en su actualización con vistas a la situación concreta de la comunidad; que, por tanto, se lleve a cabo la llamada homilía participada; que se suscite en la comunidad en cuanto tal una conciencia cristiana; que los miembros de la comunidad, y también las familias en cuanto tales, asuman una responsabilidad mutua con una ayuda muy concreta; que la comunidad desempeñe su misión a la Iglesia y al mundo, más allá de sus propias fronteras. Además, "hay que procurar un auténtico término medio, evitando tanto una introversión sectaria de la comunidad en sí misma como también una atenuación tal de las exigencias a cada uno que a comunidad de base vuelva de nuevo al nivel de una parroquia a la antigua, en la que quizá un núcleo, pero no la comunidad en cuanto tal, se aproxime al ideal de una comunidad de base" (pp.141-143).
* "Un cristianismo concreto y vivo no pude transmitirse hoy ni sobre todo mañana, simplemente con el poder de una sociedad cristiana homogénea,simposio que cada vez la hay en menor medida, ni con medidas administrativas desde arriba ni con la enseñanza religiosa, por mucho que se dé en todas las escuelas públicas y llegue a todo niño, sino que ha de ser llevado al futuro mediante el testimonio y la vida de una comunidad cristiana auténtica, que vive en concreto lo que quiere decir propiamente cristianismo. Estas comunidades no pueden abarcar ya en el futuro territorial y socialmente el conjunto de la población; pero si al mismo tiempo están volcadas hacia fuera con auténtica intensidad y apertura, podrán ser exponentes de la auténtica fuerza misionera de la Iglesia para el futuro".
* "Quizá sería muy útil que los juristas se fuesen preocupando con tiempo de cómo podría constituirse jurídicamente (según el derecho de asociación, patrimonial, etc) una tal comunidad de base del futuro, de cómo podría concebirse según el derecho civil su relación con la Iglesia del obispo, etc., para que así la comunidad de base obtenga una consistencia jurídica profana lo más firme posible, estando asentada también de un modo eclesial y teológicamente correcto", "en una previsión correcta del futuro habría que incluir esas consideraciones jurídicas sobre el status de una comunidad de base en la sociedad profana, yendo más allá de las necesidades de ese tipo que ya hoy tiene una comunidad de base, si es que es de nueva formación y no significa simplemente nueva vida dentro de la parroquia tradicional, con lo cual estaría ya respaldada jurídicamente" (pp. 143-145; ver "Asociaciones canónicas de fieles", Simposio celebrado en Salamanca del 28 al 31 de octubre de 1986, organizado por la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia).
* La Iglesia del futuro ha de ser una Iglesia democratizada. Se necesita "siempre una síntesis, en la que se han de dar el espíritu, el amor, la esperanza y la humildad, que no pueden ser forzados ni sustituidos por una mera normativa, sea autoritaria o democrática", "desde luego que en la Iglesia católica hay un estamento oficial cuyos poderes no dependen estrictamente en cuanto tales simplemente de la voluntad de los diversos miembros de la Iglesia. Pero con ello no queda ya indicado el modo de constituir a uno objetiva y jurídicamente en responsable de un cargo eclesial". Dejando por el momento de lado al ministerio supremo del Papa, "no hay propiamente derecho divino alguno referente a la manera de elegir y designar en concreto al que haya de ocupar otro cargo cualquiera en la Iglesia. Pues el hecho de que un tal responsable haya de ser admitido en la comunión de los obispos y del Papa mediante un acto de cooptación en ese colegio episcopal con y bajo el Papa, y en caso contrario, no puede ser legítimo, no significa ni que la decisión en pro o en contra de esa admisión se deje sin más a la arbitrariedad de los cooptantes y no venga determinada por ninguna regla objetiva ni que por derecho divino en cuanto tal haya de ser necesariamente el Papa quien realice la elección" (pp. 146-147).
* "Fuera de los derechos mencionados del Papa y del colegio episcopal, no hay propiamente derecho divino alguno para la manera precisa de designarlo, aparte del principio moral de que la elección ha de designar al sujeto más idóneo posible para ese cargo. Pero es evidente que de esa idoneidad forma parte también (no sólo) una cierta aceptación, lo más positiva y general posible, en la medida en que se pueda prever, por parte de aquellos para quienes se ha de ejercer el cargo de que se trata. Puede que una tal aceptación, que ha de tenerse en cuenta de antemano, no sea quizá un factor de la legitimidad jurídica de esa designación, pero es ciertamente un elemento que ha de sopesarse también a la hora de juzgar moralmente la acción. Y en definitiva eso tiene más importancia en la Iglesia que la cuestión de si una determinada elección es válida desde un punto de vista meramente jurídico".
* Es comprensible psicológicamente que una burocracia eclesial "intente llevar a cabo lo más en su seno posible la cooptación de un hombre nuevo dentro de ella", pero "esto no modifica el hecho de que hoy y en el futuro, y más aún en una Iglesia que se va edificando sociológicamente desde abajo más que antes, haya de exigirse una participación mayor, aunque graduada, del máximo número posible de quienes son afectados por esa designación", "el pastor ha de seguir siendo pastor, pero no por ello ha de tratar a sus ovejas...como ovejas. Y si esto no debe ocurrir, los sacerdotes y los seglares han de tener entonces, al menos en muchos casos y de forma graduada y diferenciada según la materia en cuestión, un derecho a participar en las decisiones de la Iglesia de un modo deliberativo y no meramente consultivo" (pp. 147-149).
* Hemos de ser una Iglesia con actitud crítica ante la sociedad. No se puede dejar fuera la cuestión del servicio de la Iglesia al mundo, el compromiso social y crítico de la Iglesia en todos sus miembros y grupos diversos". Si por las razones más diversas la sociedad puede y debe ser cambiada, "en una tal sociedad, el amor al prójimo adquiere también (no sólo) un carácter sociopolítico, se vuelve necesariamente voluntad de mejorar la sociedad; no es sólo sentimiento ni relación privada entre los individuos, sino que aboca al cambio de las instituciones sociales, si es que es lo que ha de ser". En caso contrario, estaría justificada la sospecha de que "la Iglesia es una potencia conservadora, defensora de lo establecido".
* Existe el peligro, verificado con demasiada frecuencia, de que "inteligentes teólogos y responsables de la Iglesia están demasiado dispuestos a proporcionar la ideología necesaria para justificar este estado de hecho, tanto más cuanto que esos teólogos y pastores, se den cuenta o no, pertenecen a los grupos privilegiados de la sociedad y por ello están convencidos, de un modo casi instintivo e inconsciente, de la bondad de las instituciones sociales, ya antes de comenzar a cimentarlas ideológicamente" (pp. 151-153).
* "No me parece que en la Iglesia haya suficiente preocupación por este peligro, radicado en el carácter pecador del hombre, tanto más cuanto que los principios muy generales sobre libertad, justicia y mejoramiento de las condiciones sociales, así como una crítica muy dosificada y que se queda en lo general, ejercen con excesiva facilidad en nosotros, los cristianos de Iglesia, una función de coartada para tranquilizar la conciencia, o bien esas declaraciones generales procedentes de las instancias eclesiásticas supremas, que a veces son muy tajantes, no son tenidas en cuenta de hecho por los cristianos".
* "Si al oír la palabra revolución no se piensa en seguida en la violencia sangrienta, que es o puede ser inmoral, sino que por revolución se entiende un cambio social a mayor escala que no puede llevarse a cabo con los medios de una evolución, ya instituidos e incluso funcionando realmente en una sociedad; si se considera además la unidad y estrecha interrelación de todos los pueblos y sociedades en el mundo actual, se está dando una situación revolucionaria global debido a la contradicción entre las naciones industriales modernas y los pueblos subdesarrollados, pese a que esto no se pueda afirmar de nuestra propia sociedad considerada aisladamente" (pp. 153-154).
* "A esta situación hay que añadir también todos los peligros contra los que hoy se pone en guardia: la sociedad de consumo sin sentido, la polución del medio ambiente, etc. No se puede decir que los cristianos de Iglesia, incluidos sus más altos responsables, tomen esta situación tan enserio como debería tomarse. Todavía se conjura demasiado el peligro del comunismo y se pregunta demasiado poco qué cosas concretas tiene uno para ofrecer con osadía en cuestión de planes y modelos con vistas a una sociedad futura que pueda acabar con esta situación actual"
* Si los cristianos toman en serio como cristianos su tarea social y política, no dejará de ocurrir que individuos o grupos cristianos tomen opciones que sean rechazadas por otros individuos y grupos cristianos, invocando además los mismos principios y motivos cristianos últimos: "Esto no puede evitarse hoy, y ha sido reconocido como posibilidad incluso por el Vaticano II". Ese antagonismo produce inevitablemente mucha amargura. Hemos de aprender ya hoy, y mucho más en el futuro, a "mantener la unidad de la Iglesia y el amor mutuo pese a esa lucha amarga" (pp. 154-155).
* Caritas es ciertamente algo de lo que puede estar orgullosa la Iglesia, aunque pueda plantearse la cuestión de "si Caritas, desde luego contra su intención, no actúa a veces manteniendo el sistema, cuando lo conveniente sería cambiarlo", o también, "si esta Caritas oficial no contribuye, contra su voluntad, a que el cristiano de la base tenga buena conciencia cuando no debería tenerla", "los cristianos tienen una tendencia excesiva a endosar a las instituciones oficiales del Estado y de la Iglesia lo que ellos mismos deberían hacer en cuestión de amor cristiano y de compromiso en pro de la justicia y la libertad, que propiamente no puede hacerlo nadie más".
* "Una vez que una persona ha recibido ya todas las cosas que necesita, que le corresponden por derecho o por deseo, le falta aún siempre aquello de lo que tiene más necesidad: la persona de otro hombre. Aquí hay una tarea social para las comunidades de base". En esas comunidades, y sólo en ellas, puede ser notada la presencia o ausencia de lo propiamente humano, organizándose así una singular realización en la que una persona se hace a sí misma realidad para otra, no rebajando esa realización con una de tipo material. En las comunidades de base es posible "un compromiso social que ya no parece ser social, porque no puede ser ya institucionalizado mediante una realización desligable de la persona, y, sin embargo, es la realización social principal, pues sin ella el hombre no quedaría liberado con las instituciones, sino que se asfixiaría en ellas y en su perfeccionismo. En la comunidad de base se da el ámbito adecuado para un amor al prójimo lejano, que no es ni mera simpatía espontánea ni justicia institucionalizada", "sólo allí puede ser una misma cosa la ayuda material y el encuentro personal" (pp. 157-159).
* Del compromiso social y político de los cristianos forma parte el deber de ayudar al Tercer Mundo: "Esa ayuda debería ser un interés primario, incluso material, de los pueblos industrializados, y es al mismo tiempo un asunto de amor cristiano, sea o no provechoso para nosotros". La intención de plantearse el problema del Tercer Mundo no significa sólo la disposición a poner algo más del propio bolsillo para las organizaciones que luchan contra el hambre y el subdesarrollo o bien murmurar algo menos por la parte, ya de por sí pequeña, que se destina a países subdesarrollados en el presupuesto del Estado: "Alguna vez habría que ir más lejos, solidarizándose espiritual y materialmente con los grupos cristianos y no cristianos que en sus propios países subdesarrollados trabajan en un cambio radical de las estructuras sociales y económicas".
* "Dentro de esto me parece evidente que habríamos de poner en primer lugar a la América Latina, de la que tienen una especial responsabilidad el cristianismo y la Iglesia. Al tomar postura positiva frente a los grupos latinoamericanos, que en cuanto cristianos intentan provocar cambios profundos en la sociedad, no nos deberían preocupar  demasiado los lemas de tipo abstracto en que resumen sus intenciones", "sólo sería necesario proscribir la palabra socialismo del vocabulario de un cristiano cuando se hiciese patente cómo hay que caracterizar en sus estructuras a una sociedad que se distinga de un modo claro y real de un capitalismo explotador e inhumano, un capitalismo que puede aún encontrarse en el mundo actual y que actúa como si nosotros los cristianos lo hubiéramos de aprobar o aceptar sólo porque estamos en contra de un comunismo ateo y totalitario" (pp. 159-161).
* "Los cristianos y la Iglesia tienen que acostumbrarse, si no lo han hecho ya, a que cristianos realmente de Iglesia pertenezcan a distintos partidos políticos. Desde luego es indiscutible que puede haber partidos, cuyo programa es en sí incompatible, sobre todo en su matización práctica, con una conciencia cristiana", pero "no se puede afirmar que un cristiano católico no puede votar por un determinado partido porque en un punto determinado de su programa o de sus opciones políticas esté de suyo en contradicción con las normas cristianas. Pues aparte de que habría que poner claramente de manifiesto que esa opción aislada está sin lugar a dudas en contradicción con la ley moral cristiana, no hay partido alguno que sea plenamente cristiano" (p. 162).
* En conclusión, "ya sólo intentar una mirada al futuro de la Iglesia es difícil y aboca inevitablemente a la oscuridad y la indeterminación; y además, cuando descubre algo, no siempre ve algo alegre y consolador. Pero esa mirada a lo lejos es necesaria, si no quiere uno estancarse cobarde y cómodamente en el presente, aguardando al futuro de una forma meramente pasiva. También esa mirada puede ser una mirada de fe y de esperanza" (p. 164).