En el principio era la palabra
 

 

EL MODELO DE RENOVACION

En desmoronamiento la vieja cristiandad

El pasado 23 de abril, en la Asamblea de la Conferencia Episcopal, el cardenal Rouco pidió recibir el Concilio "de forma adecuada" y criticó duramente la visión más aperturista del Vaticano II. El cardenal considera el Concilio como "el gran instrumento de renovación de la Iglesia universal, que hunde sus raíces en la intensa vida cristiana de las décadas precedentes". 

En realidad, esto es muy ambiguo, tan ambiguo como decir que la democracia española hunde sus raíces en las décadas precedentes. Además, quienes prepararon el Concilio lo pasaron mal en el preconcilio.

Continuidad-discontinuidad

roucoLos obispos, dice el cardenal, ya tuvieron ocasión de revisar "algunos aspectos problemáticos" de determinadas formas doctrinales de recepción de la enseñanza conciliar que "amparándose en un Concilio que no existió, ni en la letra ni en el espíritu, han sembrado la agitación y la zozobra en el corazón de muchos fieles". 

Cita al Papa para explicarlo: "Ha habido dos hermenéuticas contrarias", "una ha causado confusión; la otra ha dado y da buenos frutos". Una es la "hermenéutica de la ruptura", que con frecuencia ha gozado de la simpatía de los medios de comunicación y de una parte de la teología moderna. La otra es la "hermenéutica de la continuidad".

"La hermenéutica de la discontinuidad tiene el peligro de acabar estableciendo una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia posconciliar", "queda radicalmente malinterpretada la naturaleza misma de un concilio, ya que, de esa forma, es considerado como una especie de asamblea constituyente, que elimina una constitución antigua y crea otra nueva".

Tradición-Escritura

La clave, dice el cardenal, está en leer "de manera apropiada" los textos conciliares y en que éstos sean asumidos "dentro de la Tradición de la Iglesia". El Catecismo de la Iglesia Católica "permite leer el Concilio según la hermenéutica de la continuidad", "la vana pretensión de construir una nueva Iglesia, distinta de la preconciliar, denota una grave crisis de fe en la Iglesia". 

Al parecer, el cardenal presenta la tradición como norma, no la Escritura. Sin embargo, en caso de discrepancia entre tradición y Escritura, debe ceder la tradición. Lo dijo Jesús: "Anuláis la palabra de Dios por vuestra tradición" (Mc 7,13). Por tanto, hay que revisar la tradición a la luz de la Escritura: "No puede fallar la Escritura" (Jn 10, 35), dice Jesús. 

Ciertamente, a la luz de la Escritura, hay que revisar también los excesos posconciliares. No todo vale. El cristianismo no es liberalismo. Como dice Pablo: "Habéis sido llamados a la libertad, sólo que no toméis pretexto de esa libertad para el libertinaje" (Ga 5,43).

El vino nuevo en pellejos nuevos

Muchas veces se confunde la nueva ola de la renovación con la última resaca de la tradición. La hermenéutica de la continuidad tiene el peligro de anular la necesaria renovación de una Iglesia que tiene como constitución el Evangelio y vuelve a las fuentes de la Iglesia naciente. 

En medio del judaísmo convencional Jesús asume la llamada de Juan: "Dad frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham" (Lc 3,8). La fe no se recibe por herencia. Se requiere una respuesta personal. De modo semejante, en medio del cristianismo convencional irrumpe la llamada del Evangelio. No vale decir: "Somos católicos de toda la vida". Hace falta otra cosa. La renovación eclesial es profundamente necesaria: El "vino nuevo" del Evangelio debe echarse en "pellejos nuevos" (Mc 2,22). Con las excepciones que se quiera, la vieja cristiandad es un pellejo viejo. 

En desmoronamiento la vieja cristiandad

Cada vez más, desde hace 50 años, se está produciendo un hecho inexorable: el desmoronamiento de la vieja cristiandad. Indicadores no faltan. Por ejemplo, en España el número de sacerdotes ha bajado un 40% en la última década. Los curas que vienen de otros países son más de 500, pero el porcentaje es muy bajo en el total de los 18.633 sacerdotes de nuestro país. En la Conferencia de Aparecida (2007) se dio el dato: "en los últimos diez años han abandonado la Iglesia unos 30 millones de católicos latinoamericanos" (Vida Nueva, nn.2798 y 2800). 

¿Cuál es la causa de ese desmoronamiento? El diagnóstico lo hace el Concilio:"El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero" (GS 4). Hay que "escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio". No es culpa del Concilio, ni de una interpretación inadecuada del mismo. 

La vieja cristiandad, con sus ruinas seculares, se desmorona. No aguanta la sacudida del terremoto, los cambios profundos y acelerados del mundo contemporáneo. Lo dijo Juan Pablo I a su consejero teológico don Germano: “Tú eres testigo. El Concilio no rompió las barreras de contención, como se decía y se sigue diciendo todavía por mentes desafortunadas. No fue la causa del derrumbe de ideas y valores, de reglas, tradiciones y costumbres hasta entonces válidas e intocables. El Concilio llegó por voluntad de Dios a un mundo en rápida transformación cultural, social y religiosa” (Bassotto, 132).

Las fuentes de la experiencia comunitaria

En esa situación de crisis llega el Concilio y remite a las fuentes de la experiencia comunitaria como modelo de renovación eclesial: "El cometido del Concilio Ecuménico ha sido concebido para devolver al rostro de la Iglesia de Cristo todo su esplendor, revelando los rasgos más simples y más puros de su origen" (Juan XXIII, Un Señor, una fe, un bautismo, 13-11-1960). El Concilio ve en la experiencia comunitaria de los orígenes (Hch 2,42-47) el modelo no sólo de la vida religiosa (PC 15,1), de la de los misioneros (AG 25,1) y de los sacerdotes (PO 17,4 y 21,1), sino de todo el santo pueblo de Dios (LG 13,1;DV 10,1). Así nace, así renace, así se renueva la Iglesia: volviendo al cenáculo (Hch 1,13-14 y 21), a Pentecostés, a las fuentes de la experiencia comunitaria de los Hechos de los Apóstoles.

Los charcos preconciliares

En realidad, ¿qué había antes del Concilio? Lo dice el obispo Luciani:“Una especie de subalimentación religiosa en muchas partes, desde hace tiempo", "se nos contentaba con una religiosidad popular, que se nutría de prácticas y costumbres religiosas tradicionales, no vivificadas por el contacto con la liturgia y la palabra de Dios, no situadas dentro de una instrucción religiosa profunda. En la misma liturgia los laicos asistían pasivamente, como objeto y no como sujeto de los ritos santos, espectadores, no autores: en la medida en que el celebrante se distanció de la comunidad, siguiendo al altar situado cada vez más hacia el fondo del ábside, el pueblo no habló más y no pudo seguir las lecturas hechas por un lector que le volvía la espalda; el corazón de la misa, el canon, fue leído por el celebrante en voz baja, mientras, individualmente, cada cual decía una plegaria por cuenta propia sin mirar a los demás. En la Iglesia un poco se rezaba como se come en un restaurante, donde uno está en una mesa, otro en otra; uno está en la menestra, otro en la fruta. Cosa bien distinta es comer en familia, todos juntos, los padres con sus hijos, los hijos bajo la mirada de la madre. La liturgia renovada lleva al sentido de la familia, a la oración comunitaria” (Opera Omnia 4, 138-139). Hay que volver a las fuentes. Los charcos preconciliares no sirven. Un cartel lo debería avisar: "Agua no potable".

Flotarán las barcas

Hay que permanecer atentos a la pantalla. Indicadores no faltan. Se nota cada vez más. Lo que está sucediendo está dentro del plan de Dios. El juicio de la vieja cristiandad está en acción. Quedará un resto: "Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, y en el nombre del Señor se cobijará el resto de Israel" (Sof 3,12).

En medio del diluvio que viene, hacen falta barcas, es decir, comunidades vivas. Es algo obvio, pero conviene decirlo con oportunidad y sin ella, "a tiempo y a destiempo" (2 Tm 4,2): cuando venga el diluvio, flotarán las barcas. 

Lo cantamos muchas veces, desde hace mucho tiempo, más de treinta años: "No es, no, la Iglesia inerte,/ que ve con desaliento/ en desmoronamiento la vieja cristiandad,/ es la que se convierte / y vuelve hacia las fuentes / de la Iglesia naciente,/ siendo comunidad". 


Jesús López Sáez            

Pentecostés 2012