En el principio era la palabra
 
FALTA DE FE Y MATRIMONIO
¿Otra causa de nulidad?

El 26 de enero, en su discurso al Tribunal de la Rota, Benedicto XVI afirmó que la falta de fe puede cuestionar la validez del matrimonio: "La cerrazón a Dios y el rechazo de la dimensión sagrada de la unión conyugal y de su valor en el orden de la gracia hacen ardua la encarnación en el altísimo modelo de matrimonio concebido por la Iglesia según el designio de Dios, pudiendo incluso llegar a minar la misma validez del pacto siempre que, como asume la consolidada jurisprudencia de este tribunal, se traduzca en un rechazo del principio de la misma obligación conyugal de fidelidad, así como de los otros elementos y propiedades esenciales del matrimonio".
Entonces, ¿la falta de fe es causa de nulidad?, ¿otra causa de nulidad?, ¿sólo los creyentes pueden casarse?
Dice el Papa: "Con las presentes consideraciones no pretendo, ciertamente, sugerir un fácil automatismo entre la carencia de fe y la invalidez de la unión matrimonial, sino más bien poner en evidencia cómo esta carencia puede, aunque no necesariamente, vulnerar también los bienes del matrimonio, una vez que la referencia al orden natural querido por Dios es inherente al pacto conyugal".
En realidad, ¿qué dice el Evangelio? El Evangelio remite al proyecto original de Dios. La unión conyugal es alianza de amor: "Abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (Mt 19,5). Jesús devuelve al matrimonio la perfección de los orígenes, atacando el mal en su raíz. No se trata sólo de no cometer adulterio (Ex 20,14), sino de amarse con todo el corazón y para siempre, con un amor que "las grandes aguas no pueden apagar" (Ct 8, 6-7). La fidelidad es problema de corazón. Es el corazón la raíz que necesita ser sanada (Mt 15,19-20). Si así lo consiguen, los esposos serán una señal en medio del mundo. Y se dirá: Mirad, ésos no se divorcian.
El matrimonio, "manifestado de varias maneras según las costumbres honestas de los pueblos y las épocas" (GS 49), es indisoluble. Está escrito en los profetas: "No traiciones a la mujer de tu juventud. Pues yo odio el repudio" (Ml 2,15-16). Juan el Bautista, que lo pagó con su vida, le dijo a Herodes: "No te es lícito vivir con la mujer de tu hermano" (Mc 6,18). Entonces, como ahora, se admite el divorcio. Moisés lo permite (Dt 24,1). Las dos grandes escuelas de la época discuten en qué casos debe aplicarse. La del rabino Shammai admite el divorcio sólo en caso de adulterio. La de Hillel añade: "y por cualquier otra cosa que pueda desagradar al marido". Pues bien, a quienes no aceptan el proyecto original de Dios Jesús les llama a conversión, no les anula el matrimonio.
Para ponerle a prueba, es decir, para ver si enseña la doctrina oficial, unos fariseos le preguntan: ¿Puede uno repudiar a su mujer por algún motivo? Jesús se remite al proyecto original de Dios: "Lo que Dios unió no lo separe el hombre" (Mt 19,6). Los fariseos replican: Pues ¿por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y repudiarla? Responde Jesús:"Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer - salvo el caso de unión ilegal - y se case con otra, comete adulterio" (Mt 19,8-9). La unión ilegal (en griego, "porneia") se refiere a las uniones ilícitas, prohibidas en la Ley (ver Lv 18-19 y Hch 15,22-29). Los discípulos entienden (con dificultad) que para Jesús no hay ninguna excepción. Por ello, le dicen: Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse. Jesús les dice: "No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido" (Mt 19,10-11).
En el evangelio de Marcos tampoco hay ninguna excepción (Mc 10,11-12). Lo mismo sucede en el evangelio de Lucas: "Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una repudiada por su marido comete adulterio" (Lc 16,18). En el evangelio de Juan, Jesús dice a la mujer samaritana: "Has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo" (Jn 4,18). Por su parte, Pablo resume así la posición de Jesús: "En cuanto a los casados, les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, mas en el caso de separarse, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su marido, y que el marido no despida a su mujer"(1 Co 7, 10-11).
Es preciso decirlo. El Evangelio está ahí para quien quiera seguirlo, no para darle la vuelta por una tradición humana. Ante tantos divorcios camuflados bajo capa de nulidad, se cumple la denuncia de Jesús: "Anuláis la palabra de Dios por vuestra tradición, y hacéis muchas cosas semejantes" (Mc 7,13).

Jesús López Sáez