En el principio era la palabra
 

FRANCISCO ENTRE LOBOS (resumen)
La vuelta de Juan Pablo I


Elperiodista italiano Marco Politi ha publicado un libro sobre el papa Francisco que lleva por título  “Francesco tra i lupi” (Laterza, 2014), es decir, Francisco entre lobos. El subtítulo es: “el secreto de una revolución”. El secreto responde a las peticiones que los cardenales formularon en las reuniones previas al cónclave. Las peticiones son básicamente tres: “reformar la curia, haciéndola más ligera y eficaz; hacer limpieza en el banco vaticano, y promover la colegialidad” entre los obispos y el Papa (Politi, 143).
En el fondo, las peticiones de los cardenales que hace suyas Francisco son grandes decisiones de Juan Pablo I, tal y como aparecen en el informe de la “persona de Roma” (para nosotros el cardenal argentino Eduardo Pironio), dado a conocer por Camilo Bassotto en su libro “Il mio cuore è ancora a Venezia” (Adriatica, 1990): reformar la Curia, reformar el IOR destituyendo a su presidente, promover la colegialidad de los obispos con el Papa (Bassotto, 230-237).

De un modo u otro, el papa Francisco parece tener delante la figura de Albino Luciani, papa Juan Pablo I. Las coincidencias son numerosas. Mientras tanto, llama la atención, del papa Luciani no se dice ni palabra. Se constata un extraño silencio oficial.  En la foto, Camilo Bassotto con su libro sobre Juan Pablo I que tradujimos y prologamos aquí (Juan Pablo I. Venecia en el corazón, Orígenes, Madrid, 1992).


Renuncia papal, golpe de Estado


El 11 de febrero de 2013, Benedicto XVI anuncia su renuncia papal. Por la tarde, un rayo espectacular cae sobre la cúpula de San Pedro, símbolo claro de un “evento extraordinario”. Marco Politi hace un lúcido análisis. La renuncia de Ratzinger no es emotiva ni siquiera el efecto de una excesiva fragilidad física. Es el resultado de un razonamiento preciso: “Benedicto XVI quiere hacer tabla rasa de las posiciones cristalizadas en la curia. Según la norma del derecho canónico, su renuncia obliga a los máximos dirigentes del gobierno central de la Iglesia a dimitir también ellos”. La renuncia es un “golpe de estado” que quita el poder al secretario de Estado Bertone y a las diversas facciones curiales (Politi, 26, 34-37).
¡Nunca más!, sentimiento general
Al llegar a Roma para el cónclave de 2013, el cardenal de Lima Juan Luis Cipriani, del Opus Dei, nota sobre todo entre los cardenales norteamericanos un “sentimiento anti-italiano“. Circula la “idea fija” de que el nuevo papa debe ser latino-americano. Los cardenales extranjeros rechazan una candidatura, la del italiano Angelo Scola, que parece prefabricada. Están hartos de la curia romana y de sus guerras intestinas.
 “Hay que reconstruir la credibilidad de la Iglesia”, afirma el cardenal sudafricano Wilfrid Fox Napier. Para los cardenales extranjeros la curia es un organismo “sofocante y descoordinado, debilitado por la merma de calidad personal, por no hablar de los escándalos financieros”. Además, “la mayoría de los prelados es contraria al excesivo poder, que con los años se ha concentrado en las manos del secretario de Estado. Ven el cambio de papado como la ocasión de rendir cuentas”. El cardenal francés Roger Etchegaray describe el estado de ánimo de muchos purpurados. El cambio de papa representa “la ocasión de renovar las cosas”. Un cardenal europeo precisa: “Predominaba el discurso de la discontinuidad. Tras los acontecimientos de los últimos años el sentimiento general era: ¡Nunca más¡” (Politi, 40-47).


Obispo de Roma


En la tarde del 13 de marzo de 2013, llueve sobre el palacio apostólico. La plaza de San Pedro está llena de paraguas. Todos miran hacia la Capilla Sixtina donde los cardenales electores buscan el sucesor de Benedicto XVI. “En la elección, dice Bergoglio, tenía junto a mí al arzobispo emérito de Sao Paulo, el cardenal Claudio Hummes”, “cuando la cosa se ponía un poco peligrosa, él me confortaba. Y cuando los votos subieron a dos tercios, vino el aplauso de costumbre, porque había sido elegido el papa. El me abrazó, me besó y me dijo: No te olvides de los pobres”. Bergoglio elige un nombre, Francisco, que es lo contrario del poder. “Que Dios os perdone”, dice a los cardenales que le han elegido. La expresión “ya la había pronunciado Albino Luciani” (Politi, 14-22).
Cuando Francisco aparece ante los fieles por primera vez, el periodista italiano piensa en Albino Luciani “por la sonrisa turbada y el saludo casi infantil dirigido a la gente”. El periodista le llama “tímido Luciani”. De este modo, parece participar de la deformación vaticana de la figura de Luciani. Al propio tiempo, parece ignorar que grandes decisiones del papa Francisco son grandes decisiones de Juan Pablo I. Además, Politi no se pregunta de qué murió el papa de la sonrisa.         
Francisco se presenta como “obispo de Roma”. Su lenguaje es inmediato, popular, sencillo. No quiere vivir en el apartamento papal. Prefiere la residencia Santa Marta. “Así es más difícil envenenarlo”, bromean en Buenos Aires. “Estoy visible a la gente y hago vida normal”, “no estoy aislado”, escribe Francisco a un cura argentino. El apartamento papal “es como un embudo al revés…la entrada es realmente estrecha. Se entra con cuentagotas”, dice el Papa al jesuita Spadaro.
Bergoglio busca el contacto con la gente. En Buenos Aires no era así. Era más silencioso e introvertido. Nunca sonreía. Los niños en el aula de las audiencias pueden ir junto a él mientras habla. La única autoridad que existe y reina en la Iglesia –deja entender- es Cristo, del cual él es discípulo. No quiere pantallas protocolarias en torno a sí. Tolera los gendarmes vaticanos y aprecia su fidelidad, pero dice: “No me sirven los guardias, no soy un indefenso”. Francisco “no ama mucho viajar”. Trabaja sin pausa. Como ya hacía en Buenos Aires, no se toma vacaciones (Politi, 57-63, 76-77, 89 y 244).


Fin de la Iglesia imperial


En el Vaticano se minimiza el estilo del nuevo papa: “estilo sudamericano”. En realidad, su estilo no convencional está al servicio de un lúcido designio: “Desmontar el carácter imperial del papado, el absolutismo cesáreo, semidivino, alimentado por el aura de infalibilidad, que durante siglos se ha sedimentado en la corte papal y se ha encerrado en el título mismo, pagano, de los sucesores de Pedro: sumo pontífice”. “La corte es la lepra del papado”, dice Francisco a Eugenio Scalfari, fundador de la “Repubblica”. Francisco desmonta “la mitología del pontífice emperador”. Juan Pablo II, dice Politi,  “era cálido, humano, a veces jocoso, a veces airado, pero siempre ‘emperador’. Francisco deja atrás el aura monárquica de una vez por todas. El papa es obispo y debe hablar como un cura”. Es la “conversión del papado” (Politi, 62-64, 146). Estamos plenamente de acuerdo con esta clave, como puede verse en mi libro “El día de la cuenta” (2002), en el capítulo que lleva por título “Renovación imperial”.


Limpieza en el IOR, tarea hercúlea


Ya antes de ser elegido, Jorge Mario Bergoglio está irritado y disgustado, como la mayoría de los cardenales extranjeros, con la serie de escándalos financieros del Vaticano. El Vatileaks deja a la luz las malversaciones denunciadas por el secretario general del Governatorato, Viganó. Vino después la defenestración del presidente del IOR, Gotti Tedeschi. Benedicto XVI, que es amigo suyo, se entera por televisión. Se conocían sus esfuerzos por la transparencia y también sus conflictos con el director general Paolo Cipriani, que le negaba información sobre las cuentas corrientes irregulares.
La destitución de Tedeschi  deslegitima aún más al banco vaticano, que en los años noventa ha servido para transferir “tangentes” a los partidos políticos italianos – escándalo Enimont- y durante decenios ha sido utilizado para “masivas operaciones de blanqueo” de dinero mafioso, según el Tribunal de apelación de Roma (Sentencia sobre el caso Calvi, 7-5-2010).
En las reuniones previas al cónclave el debate sobre el IOR es vivo, sobre todo en la última reunión del 11 de marzo, tras la breve relación del secretario de Estado Bertone. El cardenal nigeriano John Onaiyekan, recogiendo el estado de ánimo de muchos cardenales, comenta: “El IOR no es esencial al ministerio del Santo Padre”. Entre los cardenales es unánime la petición de limpieza.
Al final del pontificado de Benedicto XVI el IOR tiene 5.200 clientes institucionales (órdenes religiosas, fundaciones, etc) y 13.700 clientes individuales (5.000 dependientes vaticanos, unos 8.000 curas, religiosos y religiosas, y 700 diplomáticos y “otros”). En enero de 2014 han sido cerradas más de 1.200 cuentas corrientes que no estaban en regla con el estatuto del IOR, las llamadas “cuentas externas”.
El 28 de junio de 2013 es detenido el jefe del servicio de contabilidad de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), Nunzio Scarano. Se le investiga por blanqueo de dinero. Según el portavoz papal, la Santa Sede “confirma su disponibilidad a una plena colaboración” con la justicia italiana. El 1 de julio son obligados a dimitir de sus funciones el director general del IOR Paolo Cipriani y el vicedirector Massimo Tulli (Politi, 166-168).


Lobos rapaces


Bergoglio venía lo menos posible al Vaticano: “No le agradaba el espíritu de corte y la falta de atención a las exigencias de la Iglesia local”. Según el historiador Alberto Melloni, la degradación de la curia “se ha agudizado en el tercio de siglo que va de la elección de Wojtyla a la renuncia de Ratzinger”.
Es una minoría y son lobos rapaces. “A partir de los últimos años de Juan Pablo II la ausencia de un papa gobernante ha creado malas prácticas”, dice un diplomático que ha seguido de cerca al Vaticano. Se ha formado “un sistema de poder malsano” que ahora es desmantelado, una red de relaciones personales y de intereses entre personas sin prejuicios a uno y otro lado del Tíber. La explosión cíclica de escándalos económicos lo prueba. Es fuerte el collar de la “omertá”, el silencio mafioso.
El fiscal adjunto de Reggio Calabria, Nicola Gratteri, lo ha denunciado. La mafia financiera está perturbada: “quien hasta ahora se ha alimentado del poder y de la riqueza, que derivan directamente de la Iglesia, está nervioso, agitado. El papa Bergoglio está desmontando centros de poder económico en el Vaticano. Si los boss pudieran ponerle la zancadilla, no lo dudarían”. A la pregunta de si el papa está en peligro el magistrado responde: “No sé si la criminalidad organizada está en condiciones de hacer algo, pero ciertamente está reflexionando. Puede ser peligroso” (Politi, 184-190).

 
Clima conciliar


El Vaticano II ha sido una “gran escuela de libertad”. El papa Bergoglio pertenece a la generación de obispos posconciliares para los cuales el concilio es un dato adquirido. El juicio del papa es lapidario. El Vaticano II ha producido “frutos enormes“, “la dinámica de lectura del Evangelio en el hoy, que ha sido propia del concilio, es absolutamente irreversible” (Politi, 192-200).    
“En el signo del concilio, dice Politi, Francisco inaugura el segundo año de pontificado, celebrando la canonización de Juan XXIII – que concibió la gran asamblea destinada a cambiar el rostro de la Iglesia – y de Juan Pablo II, que no tuvo miedo de anunciar la fe en la era de la secularización” (Politi, 246). Sorprende que el periodista italiano no critique la canonización de Juan Pablo II, a quien ha presentado como “pontífice emperador”, que ha protagonizado “el carácter imperial del papado”, “el absolutismo cesáreo”.
En mi libro “El día de la cuenta” (2002), a Juan Pablo II se le pide cuenta de la causa de Juan Pablo I y de otros asuntos, atronadores enigmas de su pontificado. Además, en el gravísimo asunto de la pederastia, el papa Wojtyla aparece como “el tapón de la botella”. Desaparecido él, se destapa el asunto. En enero de 2014, víctimas de la pederastia piden que la ONU juzgue al Vaticano y se paralice el proceso de canonización de Juan Pablo II por encubrir directamente al pederasta Marcial Maciel (El Universal, 13-1-2014). Mi libro fue enviado al papa Wojtyla, a varios cardenales y a muchos obispos latinoamericanos. Además, se difundió mucho en Latinoamérica.
Según un sondeo del diario “La Stampa”, un 30% de los italianos está convencido de que Juan Pablo I murió asesinado (El País, 31-7-1989). El sondeo se hizo a finales de los ochenta. Si se hiciera ahora, ¿qué pasaría? De una forma especial, en la Italia clerical el tema de Juan Pablo I es tabú, está reprimido. Se le despacha de forma superficial: “el papa de la sonrisa”, y se cambia de conversación. Pero todo lo reprimido emerge, vuelve a la conciencia.


La vuelta de Juan Pablo I


Las coincidencias  de Francisco con Juan Pablo I son numerosas. El periodista Enric González afirma en su artículo “La vuelta al mensaje de Juan Pablo I”: “El nuevo Pontífice retoma su tono y su esencia en torno a la idea del amor a los pobres”, “ya había coincidencias antes. Albino Luciani, Juan Pablo I, lanzó a los cardenales, tras el cónclave que le eligió, la misma frase pronunciada por Francisco: ¡Que Dios os perdone por lo que habéis hecho” (El Mundo, 20-3-2013).
Comentando el desarrollo del cónclave, Bergoglio utiliza también otra expresión de Luciani: “Cuando la cosa se ponía un poco peligrosa”, dice, un cardenal le conforta. Luciani dijo algo semejante: “Apenas empezó el peligro para mí, los dos Padres que estaban cerca de mí  me sugirieron palabras de ánimo” (Bassotto, 155).
En la tarde del 13 de marzo de 2013, cuando es elegido Francisco, llueve sobre el palacio apostólico. La plaza de San Pedro está llena de paraguas. Me recuerda aquella foto del entierro de Juan Pablo I. La plaza de San Pedro estaba llena de paraguas. Su funeral estuvo pasado por agua (Ecclesia, 14-10-1978). Podríamos decir que llueve sobre mojado. Lo que está sucediendo no nos pilla por sorpresa.
Bergoglio venía lo menos posible al Vaticano. Luciani también. Francisco no quiere vivir en el palacio vaticano, decide quedarse en la residencia Santa Marta (26-3-2013): "Yo no podría vivir solo en el palacio", "necesito gente, encontrar gente, hablar con la gente" (29-7-2013). Según Mario Poli, arzobispo de Buenos Aires, le preguntaron al Papa: “¿Y no vas a ir al palacio pontificio?” y él, con sorna, les dijo “¿Ahí? ¿para que me afanen? ¡No!” (3-9-2013). Sobre el palacio pontificio un día dijo Juan Pablo I a sor Vincenza: “Aquí arriba estamos como prisioneros, voluntarios, pero prisioneros. Estamos demasiado en alto, demasiado solos, demasiado lejos de la gente” (Bassotto, 158). El palacio vaticano es un laberinto. Lo escribe Juan Pablo I en una nota al jesuita Bartolomeo Sorge: "Me parece un laberinto de Cnosos" (Roncalli, 580). A Francisco le gustaría ir por la calle: “En ese sentido, dice al volver de Brasil, me siento un poco enjaulado”.
Francisco se presenta como “obispo de Roma”. Dice a los periodistas volviendo del Brasil: “El Papa es obispo, obispo de Roma, y porque es obispo de Roma es sucesor de Pedro”. Juan Pablo I dice algo semejante: “Yo soy ante todo el obispo de Roma y después el Papa”, “obispo de Roma y por ello sucesor del apóstol Pedro” (Bassotto, 230-233).
Bergoglio se presenta de forma sencilla: “Sabéis que el deber del cónclave era dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo…, pero aquí estamos”. Luciani se presenta así: “Yo no tengo la ‘sapientia cordis’ del papa Juan ni la preparación y la cultura del papa Pablo, pero estoy en su lugar” (27-8-1978), “ahora estoy aquí, soy el Papa” (Bassotto, 122). Ambos papas cuentan con la oración de la gente.
Francisco está cambiando el perfil del papado: “El absolutismo imperial de los papas ha sido resquebrajado irreversiblemente”, dice Politi. “Juan Pablo I cambió para siempre, en un mes, la forma de ser Pontífice”, afirma Enric González. El nuevo Papa, en su audiencia a la prensa (16-3-2013), manifestó que le gustaría “una Iglesia pobre y para los pobres”. El tono y el mensaje de su homilía inaugural (19-3-2013) muestran “un considerable parecido” con la homilía de Juan Pablo I en la catedral de Roma el 23 de septiembre de 1978: “Roma será una auténtica comunidad cristiana, si Dios es honrado… con el amor a los pobres. Estos, decía el diácono romano Lorenzo, son los verdaderos tesoros de la Iglesia” (Ecclesia, 7-10-1978).
El lenguaje de Francisco es directo, sencillo, popular. Se remite constantemente a la sencillez del Evangelio. Juan Pablo I también. Dice al cardenal Villot: “Quiero que los discursos sean míos. He empleado gran parte de mi vida buscando decir las cosas, consideradas difíciles, con palabras claras, sencillas y comprensibles para todos. Quiero ser yo mismo delante de Dios y delante de los hombres. Los grandes discursos no son para mí ni los grandes tratados. Está el Evangelio, están los libros sagrados” (Bassotto, 230). En las audiencias públicas llama junto a sí a un niño y dialoga con él.
Sectores conservadores de la Iglesia, que han lanzado duras críticas contra el papa Francisco, le llaman burlonamente "Papa Piacione", expresión despectiva que alude a alguien que sonríe siempre y se lleva bien con todo el mundo. Mario Poli, sucesor de Bergoglio en Buenos Aires, le dijo al Papa: "¡Allá nunca una sonrisa y acá sos una Pascua!". "Es fruto del Espíritu", dice Francisco (3-9-2013). En esto recuerda también a Juan Pablo I, conocido como "el Papa de la sonrisa".
Está en el ambiente. Este Papa "acabará como el pobre Juan Pablo I", se comenta en los cafés de Roma. Lo recoge Irene Hernández en su artículo "Las cruces del Papa Francisco" (El Mundo, 31-3-2013). José Manuel Vidal sugiere también el riesgo que corre el Papa: "Francisco ¿es un peligro o está en peligro?" (Religión Digital, 4-8-2013).  
Tras su viaje a Brasil, Francisco habla de la seguridad papal: "Con menos seguridad, he podido ir con la gente, abrazarles, saludarles, sin coches blindados”, “siempre hay el peligro de que un loco haga algo. Pero también está el Señor. Crear un espacio blindado entre el obispo y el pueblo es una locura" (29-7-2013). Algo parecido dijo Juan Pablo I: "La persona del Papa es defendida y protegida porque es preciosa como la de cualquier otro hombre. El Papa debe ser prudente y vigilante, no debe exponerse a los peligros y provocaciones. Como enviado del Señor debe abandonarse totalmente a él pase lo que pase. Yo no quiero escoltas ni soldados" (Bassotto, 143).
A Francisco no le gusta viajar. También en esto coincide con Juan Pablo I, que dice a su consejero teológico don Germano: “Tú sabes que no me gusta viajar, pero no puedo quedarme encerrado en el Vaticano” (Bassotto, 127).
Como queda dicho, las peticiones de los cardenales que hace suyas Francisco son grandes decisiones de Juan Pablo I: reformar la Curia, limpiar el banco vaticano, promover la colegialidad de los obispos con el Papa. A estas grandes decisiones se añade otra, también importante y arriesgada: tomar abierta posición, “incluso delante de todos”, frente a la masonería y la mafia (Bassotto, 239).
De forma sorprendente, esas decisiones vuelven. Aunque parecía imposible, se ha hecho un proceso. Se ha producido una toma de conciencia, que ha llegado a todas partes incluso a los niveles más altos. Se cumple el salmo 79: “Que se conozca entre las gentes”. Es la vuelta de Juan Pablo I. En realidad, como la lluvia empapa y fecunda la tierra, así la palabra de Dios no vuelve de vacío (Is 55, 11).
 


Jesús López Sáez