En el principio era la palabra
 

LA MISIÓN DE JESÚS (III)

La etapa final

1. El fracaso de la misión de Jesús en Galilea da paso a la etapa final: su misión en Judea y, dentro de Judea, Jerusalén y, dentro de Jerusalén, el templo. Iban de camino subiendo a Jerusalén y Jesús dijo a los Doce: “Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles; y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y al tercer día resucitará” (Mc 10, 32-34). No era algo nuevo. Se lo había dicho ya en Cesarea de Filipo: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día” (8, 31). Se lo había dicho también caminando por Galilea: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y al tercer día resucitará” (9, 31).

2. En la boca del lobo. ¿Qué sentido tiene la subida de Jesús a Jerusalén? ¿Tiene la intención de morir allí? Jesús cuenta con esa posibilidad, incluso con esa certeza: “No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc 13, 33).

Cuando muere Lázaro, Jesús dice a sus discípulos: “Vamos de nuevo a Judea”. Los discípulos le replican: “Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?”. Como Jesús insiste en su decisión, Tomás el Mellizo dice a los demás: “Vamos también nosotros y muramos con él” (Jn 11, 7-16). Jesús va a Jerusalén, aunque le maten. Va a cumplir su misión. Los signos que realiza con su entrada en Jerusalén y su denuncia del templo son parte de su misión. Lo que Jesús intenta “no es provocar el rechazo definitivo de su misión y su muerte violenta”. Lo que Jesús intenta es “su nueva estrategia de implantación del reino de Dios” (Senén, 190-191).

3. Entrada mesiánica. Cuando se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Id a la aldea de enfrente y, en cuanto entréis, encontraréis un pollino atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto”. Llevaron el pollino, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás gritaban: “¡Hosanna!, bendito el que viene en el nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Hosanna en las alturas!”. Entró Jesús en Jerusalén, en el templo, lo estuvo observando todo y, como era ya tarde, salió hacia Betania con los Doce” (Mc 11,1-11). Jesús entra en Jerusalén como Mesías, de forma humilde y pacífica, no se impone por la fuerza, promueve un desarme universal. Se cumple el pasaje del profeta Zacarías: “Alégrate, Jerusalén. Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna. Suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; romperá el arco guerrero y proclamará la paz a los pueblos. Su dominio irá de mar a mar, desde el Río hasta los confines de la tierra” (Za 9, 9-10).

4. Denuncia del templo. Al día siguiente, cuando salían de Betania, vio de lejos una higuera con hojas y, a la mañana, al pasar, vieron la higuera seca de raíz. La higuera simboliza el templo que no da frutos: “Intento cosechar algo de ellos, pero no hay racimos en la vid ni higos en la higuera, y están marchitas sus hojas” (Jr 8, 13). Pues bien, llegaron a Jerusalén y, entrando en el templo, Jesús “se puso a echar a los que vendían y compraban en el templo, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el templo. Y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos?  Pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos. Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como le tenían miedo, porque todo el mundo admiraba su enseñanza, buscaban una manera de acabar con él” (Mc 11, 15-18).

5. Diversas interpretaciones. Se han dado diversas interpretaciones sobre el sentido de la denuncia del templo por parte de Jesús: “Desde las que no le dan importancia alguna, hasta las que hacen de ella la clave de la misión y muerte de Jesús”, “desde las que la ven como un signo de simple purificación, hasta las que la entienden como un signo de auténtica destrucción, con o sin una nueva construcción”. El sentido de esa acción de Jesús en el templo es “el reino mesiánico, dentro del cual se iba a renovar el pueblo entero de Israel con sus instituciones, comenzando por la principal, el templo de Jerusalén. Es evidente que la acción de Jesús partía del presupuesto de que el templo y su culto estaban totalmente contaminados”. Esa situación se había agravado por el rechazo de la misión de Jesús en Galilea, ocasionado por la oposición de los defensores de la tradición oficial, cuyo punto de referencia era precisamente el templo de Jerusalén: “El recurso al culto del templo para la expiación del pecado de Israel era un engaño” (Senén, 195).   

6. Un templo nuevo. En la nueva época mesiánica la renovación del templo exigía no una simple purificación de determinadas deformaciones rituales, sino un cambio radical que entrañaba la sustitución del templo actual. Algunos lo entendieron falsamente: “Nosotros le hemos oído decir: Yo destruiré este templo, edificado por manos humanas, y en tres días construiré otro no edificado por manos humanas” (Mc 14, 58). Eso sí, Jesús anunció la destrucción del templo: “No quedara piedra sobre piedra” (13, 2). Ante la denuncia del templo, sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: “El celo de tu casa me devora”. Los judíos le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?”. Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús (Jn 2, 17-23). Ese nuevo templo será el del “nuevo Israel”, pero también “casa de oración para todos los pueblos”.

7. Mesías rey. Las señales realizadas en Jerusalén (entrada mesiánica y denuncia del templo) no pudieron surgir improvisadamente. Tuvieron que estar pensadas por Jesús a partir del momento en que  “tomó la decisión de ir a Jerusalén” (Senén, 199-200). A partir de la cuestión de Cesarea de Filipo (Mc 8, 27-33), aparece por primera vez el título de Mesías (Cristo), después aparece en la enseñanza de Jesús: “El que os dé de beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa” (9, 41), “mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: ¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el espíritu santo, dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies. Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?” (12, 35-37).

8. Unción en Betania. Desde Betania Jesús va cada día a enseñar en el templo (Mc 11, 11-12), pero hay otra Betania: “Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando” (Jn 1, 28). Betania deriva etimológicamente de beth’anya, “casa de pobres”, “casa de la comunidad”, “casa de peregrinos”, perteneciente a la Nueva Alianza esenia. Una “casa de pobres” había también cerca de Jerusalén (Charlesworth, 606, 638-642). Allí María unge a Jesús como Mesías: “Llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y se lo derramó sobre la cabeza. Algunos comentaron indignados: ¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres”. Jesús replicó: “A los pobres los tenéis siempre con vosotros”, “a mí no siempre me tendréis”, “se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura”, “en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se hablará de lo que esta ha hecho para memoria suya” (Mc 14, 3-9). Jesús es el Mesías, el Cristo. Veamos el relato de Juan: “Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le dieron una cena, Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos”, “al día siguiente, la gran multitud de gente que había venido a la fiesta, al enterarse que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramos de palmeras y salieron a su encuentro gritando: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel” (Jn 12,1-13).

9. Servidores, no déspotas. Los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, quieren sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda en el reino que se supone inminente. Les dice Jesús: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” (Mc 10, 35-38). Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús les dijo: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino el que quiera ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, será el esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (10, 41-45).

10. Los viñadores homicidas. Los sumos sacerdotes y los escribas buscan cómo acabar con él (11,18), le acosan con preguntas: ¿con qué autoridad haces esto? (Mc 11,27-33), ¿es lícito pagar el tributo al César? (12,13-17), ¿resucitan los muertos? (12,18-27), ¿cuál es el mandamiento principal? (12,28-34). Jesús se puso a hablarles en parábolas: “Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó. A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña. Ellos lo agarraron, lo azotaron y lo despidieron con las manos vacías”, envió a otros muchos, a los que azotaron o lo mataron. Le quedaba uno, su hijo amado. Y lo envió el último, pensando: Respetarán a mi hijo. Pero los labradores se dijeron: Este es el heredero. Lo matamos y nos quedamos con la herencia. Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, hará perecer a los labradores y dará la viña a otros” (Mc 12, 1-9)

11. La conmoción de los cimientos. “Estad sobre aviso; mirad que os lo he predicho todo” (Mc 13, 23). Un discípulo está asombrado por la grandeza del templo: “Maestro, mira qué piedras y qué construcciones”. Jesús dice: “No quedará piedra sobre piedra”. Estando luego sentados en el monte de los Olivos, le preguntan sus discípulos: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse”. Jesús empezó a decirles: “Mirad que no os engañe nadie. Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: Yo soy” (13,1-6), habrá guerras, terremotos en diversos lugares, hambre: “esto será el comienzo de los dolores”, pero “no es todavía el fin” (13,7-8), “cuando veáis la abominación de la desolación erigida donde no debe (el que lea que entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes”, “habrá una tribulación tal cual no la hubo desde el principio de la creación”, “no pasará esta generación hasta que todo esto suceda”, “de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el hijo, sino sólo el padre” (13,14-32). Hubo que esperar cuarenta años para ver cumplida la palabra de Jesús: “Algunos no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el reino de Dios” (9,1). La destrucción de Jerusalén y del templo fue el año 70.

12. Cena de despedida. Fue cena pascual, aunque se celebró “antes de la fiesta de la Pascua” (Jn 13,1). Mientras estaban a la mesa, dijo Jesús: “Uno de vosotros me va a entregar”, “el Hijo del hombre se va como está escrito; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado!”, “mientras comían, tomó pan y, pronunciada la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los olivos” (14, 17-26). Pablo recoge así la tradición: “El Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lo mismo hizo con el cáliz después de cenar, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis en memoria mía. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1 Co 11,23-26). Jesús les dijo: “Todos os escandalizaréis, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero, cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea” (Mc 14,27-28).

13. El rey de los judíos. Para prender a Jesús envían una cohorte (entre cuatrocientos y seiscientos hombres), al mando de un tribuno (chiliarchos). El título de su causa estaba escrito: “el rey de los judíos”, lo que supone “delito de sedición” (Puente Ojea, 81-84). En el siglo II, Trifón el judío afirma que Jesús fue ejecutado por brujo y seductor del pueblo (Justino, Diálogo con Trifón, 69). Según el Talmud, en la víspera de la Pascua Jesús fue colgado “porque practicó la hechicería e indujo a Israel apostatar”. En el mundo judío se acusa a Jesús de hechicería y apostasía. Está prohibido “ir detrás de otros dioses”, y “predicar la rebelión contra el Señor” (Dt 13, 2-6). Se le acusa a Jesús de magia y de nigromancia. Está prohibido “practicar la adivinación, la astrología, la hechicería o la magia”, “consultar espectros o espíritus” (Dt 18-10-11), “el que tenga un espíritu familiar o sea un mago será castigado con la muerte” (Lv 20,27). Jesús no es un mago, anuncia la señal del Evangelio: “”los muertos resucitan” (Mt 11,5), anuncia la palabra de Dios “que resucita a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean” (Rm 4, 17).

14. Juicio y muerte de Jesús. El sumo sacerdote preguntó a Jesús: “¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?”. Pero él callaba. De nuevo le preguntó el sumo sacerdote: “¿Eres tú el Mesías, el hijo del Bendito?”. Jesús contestó: “Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del poder y venir sobre las nubes del cielo”. El sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras, dijo: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece? Y todos lo declararon reo de muerte” (Mc 14, 60-64). Ante Pilato se pusieron a acusarlo diciendo: “Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey” (Lc 23,2). “Mi reino no es de este mundo”, dice Jesús (Jn 18,36). En el letrero de la cruz pusieron: “El rey de los judíos” (Mc 15, 26). En la muerte de Jesús se cumple la profecía de Isaías: “Como cordero llevado al matadero”, “mi siervo justificará a muchos” (Is 53, 7-11). José de Arimatea pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús, y este se lo permitió: “Como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús” (Jn 19, 38-42).

15. El mensaje central. María Magdalena, María la de Santiago y Salomé reciben el mensaje central: “No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis, como os dijo” (Mc 16,6-7). Probablemente, la aparición de Jesús a “más de quinientos hermanos a la vez” (1 Co 15,6) fue junto al mar de Galilea, en la comunidad galilea. El Señor resucitado reúne a sus discípulos dispersos. Les dice: “Id por todo el mundo y anunciad la buena nueva a toda la creación” (Mc 16,15). “Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la palabra con las señales que la acompañaban” (16,20).