En el principio era la palabra
 

PONEDLO POR ESCRITO

La buena noticia

  1. Los evangelios nacen en el seno de una comunidad que confiesa que Jesús es el Cristo y recuerda lo que dijo y lo que hizo. Pero surgen algunos interrogantes: ¿Podemos conocer lo que dijo y lo que hizo Jesús?, ¿podemos acceder al Jesús de la historia o lo impide el Cristo de la fe?, ¿puede entender el Evangelio quien no tiene fe?, ¿cómo nacen los evangelios?, ¿cuándo se escriben?, ¿quiénes lo hacen? En la foto, fragmento de Juan, papiro 52, hacia el año 125 (Biblioteca John Rylands, Manchester). Es el testimonio más antiguo del evangelio de Juan (Jn 18,31-33 y 37-38).
  2. El problema de fondo lo plantea el papa Ratzinger en su libro Jesús de Nazaret (2007): “En los años cincuenta, la grieta entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe se hizo cada vez más profunda”, “la figura de Jesús, en la que se basa la fe, era cada vez más nebulosa, iba perdiendo su perfil”. En realidad, “sin su enraizamiento en Dios, la persona de Jesús resulta vaga, irreal e inexplicable”. El método histórico “sigue siendo indispensable”, pero deben reconocerse “los límites”. La confesión de fe “no puede surgir del mero método histórico" (pp. 7-15). El Evangelio se escribe desde la fe y se entiende desde ella.
  3. Ponedlo por escrito. La experiencia pascual es la parte más antigua de los evangelios. A ella se añade lo que dijo y lo que hizo Jesús. No suele tenerse en cuenta, pero la indicación estaba allí: "Ponedlo por escrito" (Tb 12, 20). Si leemos con atención el capítulo 12 de Tobías, entendemos mejor los pasajes que anuncian la resurrección de Jesús. Dicho texto facilita el mensaje que reciben las mujeres. Ante el mensajero de Dios, Tobit y Tobías se llenan de temor: "Se turbaron ambos y cayeron sobre sus rostros, llenos de miedo. Él les dice: No temáis. La paz sea con vosotros" (12,16-17). Lo mismo sucede a las mujeres ante el mensajero, o los mensajeros: “Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús”, “al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazoreo, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora, id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo” (Mc 16,1-7). Y también: "Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?" (Lc 24,5), "vosotras no temáis” (Mt 28,5; Mc 16,6), "la paz con vosotros" (Jn 20,19.21.26; Lc 24,36).
  4. El sepulcro vacío. José de Arimatea, que era discípulo, pidió el cuerpo de Jesús a Pilatos y este se lo concedió, lo envolvió en una sábana, “lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca y se marchó” (Mt 27, 57-62; Jn 19,38). ¿Qué pasó después? La experiencia de los discípulos es desconcertante: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2), dice María Magdalena. Probablemente, los que le crucificaron, se impusieron por la fuerza. Nada de entierro digno: a la fosa común. Pero nadie puede impedir las señales del resucitado. La resurrección no es la reanimación del cadáver, sino la vida que vence a la muerte. Sea como sea, somos los mismos y en plenitud: “Se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (1 Co 15, 44). No lo podemos imaginar: “Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios prepara a los que le aman” (1 Co 2,9), pero podemos tener señales: “los muertos resucitan” (Mt 11,5). Sea como sea, resucitamos a imagen de Jesús, “según el modelo de su cuerpo glorioso” (Flp 3,21). La resurrección es una divinización. Cuando se desmorona por la enfermedad o por la muerte, esta tienda que es nuestro cuerpo, Dios nos prepara otra tienda “no hecha por mano humana” (Co 5,1).
  5. La experiencia pascual. La experiencia de los discípulos trasciende el pasaje que le sirve de base. A su manera, el resucitado también come (Lc 24, 43). Los caminantes de Emaús le reconocen en la fracción del pan, “pero él desapareció de su lado” (Lc 24,30-31). A los discípulos la presencia del resucitado se les escapa de las manos. Quieren retenerlo, pero es imposible: "No me retengas" (Jn 20,17; Cc 3,4), dice Jesús a María Magdalena. Jesús tiene un nuevo modo de presencia. Su vida no termina en las honduras de la muerte, sino en las alturas de Dios. Lo dice Jesús a María Magdalena: "Subo a mi padre y vuestro padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20,17). Lo dice el mensajero: "Subo al que me ha enviado" (Tb 12,20). La última palabra la tiene Dios. La resurrección es ascensión: “Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo" (Lc 24,51). Lo mismo se dice del mensajero: "Y se elevó. Ellos se levantaron, pero ya no le vieron más" (Tb 12,21).
  6. Acción de gracias. El mensajero no reclama nada para sí, sino para Dios. "A él se le debe la gloria. Si he estado con vosotros no ha sido por pura benevolencia mía hacia vosotros, sino por voluntad de Dios. A él debéis bendecir todos los días, a él debéis cantar. Os ha parecido que yo comía, pero era apariencia". Todo termina en acción de gracias: "Alabaron a Dios y entonaron himnos, dándole gracias por aquella gran maravilla de habérseles aparecido un ángel de Dios" (Tb 12, 18-21). Lo mismo hacen los discípulos: "Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios" (Lc 24,52-53). Los discípulos se alegran de ver al Señor. Tomás, que había dicho: “Si no lo veo, no lo creo”, retira las condiciones que había puesto para creer y hace una doble confesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28). Confiesa a Jesús como Señor y a Dios que le ha resucitado y le ha constituido Señor y Cristo. Es la confesión de fe de la Iglesia naciente: “Sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús que vosotros habéis crucificado” (Hch 2, 36).
  7. Lo que os ha sucedido. Jesús no dejó escrito nada. No tuvo tiempo. Sin embargo, los discípulos siguen la indicación: "Poned por escrito todo cuanto os ha sucedido" (Tb 12,20). Primero se escribe la experiencia pascual de Jesús y a ella se añade lo que dijo y lo que hizo. El escriba, que se hace discípulo, “es como el dueño de la casa que saca del arca lo nuevo os viejo” (Mt 13, 52). En la última cena Jesús anuncia a los discípulos: “El espíritu santo les recordará todo lo que os he dicho” (Jn 14, 26). La entrada de Jesús en Jerusalén no la entienden los discípulos de momento, pero, cuando es glorificado, caen en la cuenta de que “esto estaba escrito sobre él” (12, 16). Cuando resucita Jesús, los discípulos recuerdan “lo que había dicho” (2, 22). La idea de escribir la tuvieron muchos: “Muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros” (Lc 1,1).
  8. Transmisión fiel. La “enseñanza de los apóstoles” (Hch 2, 42) garantiza la transmisión fiel del Evangelio. Pablo recuerda a los corintios el evangelio predicado: “Os transmití lo que a mi vez recibí” (1 Co 15, 1-8); sube a Jerusalén “para conocer a Cefas” y permanece “quince días en su compañía” (Ga 1,18); al cabo de catorce años, sube nuevamente a Jerusalén para confrontar con aquellos que son considerados “como columnas” el evangelio que proclama entre los gentiles (2, 1-10). El contacto entre los evangelistas es evidente. Pablo dice a Timoteo. “El único que está conmigo es Lucas. Toma a Marcos y tráele contigo, pues me es muy útil para el ministerio”. Pablo pide a Timoteo que traiga “los libros, en especial los pergaminos” (2 Tm 4,11-13). Marcos y Lucas son colaboradores de Pablo (Flm 24).
  9. Marcos. La tradición cristiana le identifica con Juan, por sobrenombre Marcos. En casa de su madre se hallan muchos reunidos en oración, cuando se produce la liberación de Pedro (Hch 12,12). Primo de Bernabé (Col 4,10), aparece con Bernabé y Pablo en el primer viaje misionero (Hch 13,13) y en la tensión que provoca la separación de ambos (15,37-39). Después le reclama Pablo, pues lees muy útil para el ministerio” (2 Tm 4,11), y colabora con él (Flm 24). De modo especial, Marcos está relacionado con Pedro, que aparece con él “en Babilonia” (Roma) y le llama hijo (1 P 5,13). Marcos transmite la enseñanza de Pedro. Según la tradición, Marcos dirige su evangelio a romanos, que no están al tanto de las costumbres y tradiciones judías; por ello, las explica con frecuencia. Usa palabras romanas, como centurión, cuadrante o legión, y traduce palabras arameas como boanergues (trueno), effeta (abríos) o abba (padre). Siendo Marcos discípulo e intérprete de Pedro, su evangelio había de interesar especialmente a los judíos evangelizados por Pedro (Ga 2,7-8), que viven como extranjeros en la dispersión, en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia (1 P 1,1).
  10. Mateo. Su nombre es Leví (Mc 2,14; Lc 5,27-28), que significa “el que une a los suyos”. Le llaman Mateo, que significa “regalo de Dios”. Es judío de nacimiento, de la tribu de Leví. Su padre es Alfeo (Mc 2,14), hermano de “Santiago, el hijo de Alfeo” (Mc 3,18; Hch 1,13). Recaudador de impuestos en Cafarnaúm, es despreciado por los judíos, pero Jesús le llama (Mt 9,9). Habla arameo y griego, es escribano. Le ofrece a Jesús “un gran banquete” (Lc 5,29), “estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores” (Mt 9,10). Al verlo, los fariseos critican a Jesús porque “come con publicanos y pecadores”, pero Jesús dice: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Id, pues, a aprender qué significa aquello de Misericordia quiero, no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (9, 11-13). Mateo es uno de los doce (Mt 10, 3; Mc 3,18, Lc 6, 15; Hch 1,13). Escribe su evangelio para judíos que, al convertirse al Evangelio, no dejan la fe judía. Jesús no viene a destruir la ley y los profetas, lleva la ley a su plenitud (Mt 5, 17). Su evangelio interesa de modo especial a la comunidad galilea y a la comunidad de Jerusalén, sobre todo, al sector judío de lengua aramea, dirigido por Santiago, el hermano del Señor (Ga 1,19).
  11. Lucas es gentil (Col 4,11), colabora con Pablo, que le llama “el médico querido” (Col 4,14). Dice Eusebio de Cesarea (+339): “Oriundo de Antioquía de Siria por su linaje y médico de profesión, fue la mayor parte del tiempo compañero de Pablo” (HE III, 4,6). Hacia el año 57, desde la cárcel de Éfeso, Pablo escribe la carta a Filemón: Marcos y Lucas le saludan (Flm 24). El uso de la primera persona del plural en los Hechos (Hch 16,10-17; 20,5-15; 21,1-18; 27,1-44; 28,1-16) supone que el autor (Lucas) acompaña a Pablo. El evangelio de Lucas es el evangelio predicado por Pablo: “mi evangelio” (Rm 16,25), “el evangelio que proclamo entre los gentiles” (Ga 2,2). Dice Lucas: “Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribirtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1, 1-4). Cuando Pablo escribe la segunda carta a Timoteo, en la primavera del 63, el único que está con él es Lucas (2 Tm 4,11). Siendo Pablo “el apóstol de los gentiles” (Ga 2,9), el evangelio de Lucas es el evangelio de los gentiles.
  12. Juan. El discípulo no es un cualquiera. Es con Santiago uno de los hijos de Zebedeo (Mc 1,19-20) y de Salomé (15,40; Mt 27,56). Jesús los llama “hijos del trueno” (Mc 3,17). Son “compañeros de Simón” (Lc 5,10). Como Simón y Andrés, son de Betsaida, una de las ciudades que rechazan a Jesús (Mt 11,21). Cuando Jesús los llamó, “estaban en la barca arreglando las redes”, “dejando a su padre en la barca con los jornaleros, se fueron con él” (Mc 1,19-20) (más datos, ver La misión de Jesús (IV), Hemos visto su gloria).
  13. Tradición antigua. Según Papías, obispo de Hierápolis (hacia 69-150), “el presbítero (Juan) decía esto: Marcos, intérprete que fue de Pedro, puso cuidadosamente por escrito, aunque no con orden, cuanto recordaba de lo que el Señor había dicho y hecho”, “Mateo ordenó las sentencias en lengua hebrea, pero luego cada uno las traducía como mejor podía” (Eusebio, HE, III, 39). Ireneo de Lyon (hacia 140-202), discípulo de Policarpo, que a su vez había sido discípulo del apóstol Juan, escribe lo siguiente: "Mateo publicó entre los hebreos, en su propia lengua, un evangelio escrito, mientras que Pedro y Pablo en Roma anunciaban el evangelio y fundaban la iglesia. Fue después de su partida, cuando Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, nos transmitió también por escrito lo que había sido predicado por Pedro. Y Lucas, seguidor de Pablo, puso también en un libro el evangelio que había sido predicado por este" (Contra las herejías, 3,1,1). Clemente de Alejandría (hacia 180-211) recoge una tradición recibida de los antiguos presbíteros: "En tiempos en los que Pedro publicaba la palabra en Roma y exponía el evangelio (…) le pidieron a Marcos que, puesto que llevaba acompañando mucho tiempo a Pedro y se acordaba de las cosas que él había dicho, pusiera por escrito sus palabras; así lo hizo y les dio el evangelio a los que se lo habían pedido" (HE, VI, 14). En la foto, papiro 66, hacia el año 200, copia casi completa del evangelio de Juan (Bodmer II, Ginebra).
  14. Asumiendo el decreto del papa Dámaso (374), confirmado por los concilios de Roma (382), de Cartago (393) y de Hipona (397), el concilio de Trento define en 1545 el canon de libros inspirados: 46 en el Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo Testamento. Las Iglesias de la Reforma reconocen 39 en el Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo Testamento. No reconocen los libros de Tobías, Judit, Eclesiástico, Baruc, Macabeos 1 y 2, y partes de Ester y Daniel. Según el concilio Vaticano II (1962-1965), la Tradición apostólica “da a conocer a la Iglesia el canon de los libros sagrados” (DV 8), “la Sagrada Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita” (DV 12), “el Magisterio no está por encima de la palabra de Dios sino a su servicio” (DV 10), los evangelios son "de origen apostólico" (DV 18), "narran fielmente...lo que Jesús hizo y enseñó", "escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas Iglesias, conservando el estilo de la proclamación" (DV 19), los demás libros del Nuevo Testamento “confirman la realidad de Cristo” (DV 20), “en los libros sagrados, el Padre que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos” (DV 21), “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (DV 25).
  15. Evangelios sinópticos. Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas son muy semejantes. Según la teoría de las dos fuentes, Marcos sería el evangelio más antiguo de los tres y habría sido utilizado como fuente por Mateo y Lucas, lo que puede explicar la gran cantidad de material común a los tres. Asimismo, entre Lucas y Mateo se han observado coincidencias que no aparecen en Marcos y se han atribuido a una fuente Q (en alemán, Quelle, fuente), que constituiría básicamente en una serie de “dichos” de Jesús.
  16. Copias más antiguas. Del Nuevo Testamento no se conserva la primera redacción de ninguno de los libros. Las copias completas no van más allá de la segunda mitad del siglo IV. Con los textos clásicos, sucede algo semejante. Las copias más antiguas del filósofo Platón (428-347 a.C.) son del siglo IX y la copia más antigua del poeta Virgilio (70-19 a.C.) es del siglo VI. Otro problema es el de las variantes: ninguna de las copias coincide totalmente con otra. Los manuscritos más antiguos y completos del Nuevo Testamento son el Códice Vaticano, que se conserva en la Biblioteca Vaticana, y el Códice Sinaítico, que se conserva en la Biblioteca Británica de Londres. Ambos códices son del siglo IV. El Códice Alejandrino, conservado también en la Biblioteca Británica, es del siglo V. Dionisio de Corinto (+hacia 178) denuncia falsificaciones de sus cartas: “Esos apóstoles del diablo las han llenado de cizaña, suprimiendo unas cosas y añadiendo otras”, y no sólo eso: “Algunos también se han echado sobre las Escrituras del Señor para falsificarlas” (Eusebio, HE IV 23, 12).
  17. Traducción latina. Cuando se difunde el cristianismo, la lengua común es el griego. El Nuevo Testamento se escribe en griego. En el Africa romana, la traducción al latín comienza hacia el año 150. Es la llamada Vetus latina (antigua latina). La Editio vulgata (edición corriente) se realiza bajo la dirección de San Jerónimo (+420). “Probablemente se escribieron en papiro los originales del Nuevo Testamento; desde luego muchísimas copias, sobre todo las de uso privado” (J.R. Scheifler, Así nacieron los evangelios, Mensajero, 1967, p. 35).
  18. Texto oficial. En la persecución de Diocleciano (284-305) se queman muchos libros sagrados. El emperador Constantino encarga a Eusebio de Cesarea 50 copias del Nuevo Testamento de buena calidad. En diferentes regiones, las Iglesias se dan un “texto oficial". Los copistas trabajan a partir de varios manuscritos. Inteligentes ellos (¡ay!) corrigen, armonizan, eliminan los giros no clásicos, fabrican el "mejor" texto a su parecer (Dupont-Mercier, Los manuscritos de la Biblia y la crítica textual, Verbo Divino, 2000, 55).
  19. Sensacional descubrimiento. El jesuita José O’Callaghan (1922-2001), profesor de papirología en el Instituto Bíblico de Roma, publica en 1972 el artículo ¿Papiros neotestamentarios en Qumrán? (Bíblica 53, 91-100) y después el libro Los papiros griegos de la cueva 7 de Qumrán (BAC, 1974). Las cuevas de Qumrán tenían - salvo pocas excepciones - textos hebreos y arameos. En cambio, la cueva 7 tenía “sólo papiros y papiros escritos en griego” (p. 27). En total, 19 fragmentos, “escritos por una sola cara”, “por consiguiente, se trata de trozos de rollo, no de códice” (p. 29). Entre la cerámica de la cueva se encuentra “una jarra que sobre sus hombros tiene escrito en negro dos veces (en hebreo) el nombre de Roma” (p. 22). Quizá se indica así la procedencia del contenido. Marcos dirige su evangelio a los cristianos de Roma.
  20. El fragmento más importante es el 7Q5, es decir, el quinto de la séptima cueva de Qumrán (en la foto). Conserva los restos de veinte letras en cinco líneas. Sólo once son legibles con toda certeza. En la cuarta línea aparecen cuatro letras, que si las trascribimos al castellano son NNES. Tras descartar la palabra egeNNESen (engendró), el jesuita pensó en la palabra GeNNESaret. Se metió de lleno en el estudio de los evangelios y llegó al pasaje de Mc 6, 52-53. La coincidencia era total. Hasta las letras que en el fragmento habían quedado mutiladas o borrosas, cobraban toda su luz. En la primera línea queda “una pequeñísima raya”, ¿es el trazo medio o inferior de una E?: Epi tois artois (lo de los panes). En la segunda línea: auTOn e kardía (su corazón). En la tercera línea: KAI Tiaperásantes (Y habiendo hecho la travesía); Marcos empieza párrafos por KAI (Y); la fluctuación delta-tau (d-t) es frecuente. En la quinta línea: prosormisZESan (desembarcaron).
  21. Es de Marcos, del año 50. Algunos objetan que la reconstrucción del fragmento es “poco convincente”, omite “epi ten gen” (hacia tierra), “la línea 4 sería demasiado larga”, “esta variante textual no tiene el apoyo de ningún manuscrito del Nuevo Testamento” (Vanderkam-Flint, 324-325). Ahora bien, de suyo, el inciso “hacia tierra” no es necesario: “Y habiendo hecho la travesía (hacia tierra), llegaron a Genesaret y desembarcaron”. Una “omisión secundaria” e incluso “un primitivo texto más breve” no parecen imposibles, dice Carlo María Martini (p. 61). La datación de un papiro es cuestión de papirólogos y éstos dicen que el fragmento (de estilo elegante, época herodiana) “puede datarse del 50 a.C. al 50 d.C.” (p. 44). A ello se añade la contundente prueba matemática e informática de Alberto Dou. En conclusión, "este papiro, este fragmento, es de Marcos y es del año 50" (ver también O'Callaghan, Los primeros testimonios del Nuevo Testamento, El Almendro, Córdoba, 1995). Es una constelación de datos, las piezas encajan. Por tanto, el evangelio de Marcos se compuso antes de lo que suele suponerse.
  22. Papiros de Oxford y Barcelona. El Papiro 64 o Papiro Magdalena se conserva en el Magdalen College de Oxford (en la foto) y tiene tres pequeños fragmentos del evangelio de Mateo, escritos por las dos caras: Mt 26, 7-8; 26,10; 26,14-15; 26,31; 26,32-33; 26,22-23. El Papiro 67 o Papiro de Barcelona (en la foto), de la colección de Ramón Roca-Puig (1906-2001), se conserva en la Abadía de Montserrat y tiene dos folios, escritos por ambas caras: Mt 3,9; 3,15; 5,20-22; 5,25-28. Los papiros de Oxford y de Barcelona, adquiridos en Egipto, pertenecen a un mismo códice. El experto alemán Carsten P. Thiede los data así: “El material comparado conduce a una fecha alrededor del 66, o incluso a una fecha ligeramente anterior. Los fragmentos de Oxford y Barcelona pertenecen a un tipo particular de escritura uncial que floreció a mediados del siglo I” (Témoin de Jésus, R. Laffont, París, 1996, 165; ABC, 13-10-1996).
  23. Es fundamental la experiencia de la buena noticia (“evangelio”), encontrar lo que buscábamos (Jn 2,41), descubrir los secretos del reino de Dios (Mc 4,10-11), recibir la enseñanza especial del Evangelio (4,34), reconocer que Jesús vive a pesar de la muerte, sale a nuestro encuentro, “es el Cristo” (Jn 20, 31), “es el Señor” (21,7). Lo que dijo y lo que hizo Jesús se cumple hoy, toda la Escritura “da testimonio” de él (Jn 5,39). Una comunidad viva tiene experiencia de ello.

 

* Diálogo: ¿Podemos conocer lo que dijo y lo que hizo Jesús?, ¿podemos acceder al Jesús de la historia o lo impide el Cristo de la fe?, ¿puede entender el Evangelio quien no tiene fe?, ¿el método histórico es necesario, pero tiene sus límites?, ¿cómo nacen los evangelios?, ¿cuándo se escriben?, ¿quiénes lo hacen?