En el principio era la palabra
 
SOBRE EL TERRORISMO EN ESPAÑA

 

1.                  La Conferencia Episcopal ha aprobado el 22 de noviembre la instrucción pastoral titulada “Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias” por 63 votos a favor, 8 en contra y 5 abstenciones. La instrucción es “una valoración moral del terrorismo de ETA” (n. 4), “no pretende ofrecer un juicio de valor sobre el nacionalismo en general”, sino sobre el nacionalismo totalitario, “en la medida en que constituye el trasfondo del terrorismo de ETA” (n. 25). Sin embargo,  la pregunta es importante: ¿el documento va más allá de lo que se anuncia en el título? ¿Se mete en terreno político discutible y opinable? Veamos.

2.                  El terrorismo es una “forma específica de violencia armada”, que atenta “contra la vida, la seguridad y la libertad de las personas, de forma alevosa e indiscriminada, con el fin de llegar a imponer su proyecto político” (n.9). Es “una realidad perversa en sí misma, que no admite justificación alguna apelando a otros males sociales, reales o supuestos” (n.11), “merece la misma calificación moral absolutamente negativa que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente, prohibida por la ley natural y por el quinto mandamiento del Decálogo: no matarás (Ex 20, 13). Los católicos saben que no pueden negar, o pasar por alto, este juicio sin contradecir su conciencia cristiana y, en consecuencia, sin ir contra la lógica de la comunión de la Iglesia (n.12), “el profeta Isaías advierte del peligro del oscurecimiento de la conciencia en su capacidad de discernir el bien” (n. 3).

3.                  ETA se inserta “en el ámbito político-cultural de un determinado nacionalismo totalitario que persigue la independencia del País Vasco por todos los medios” (n. 24), “en la memoria de todos están los casos de secuestros y de asesinatos a sangre fría y a plazo marcado, así como agresiones y crímenes contra personas de toda índole y condición. No se trata de ‘errores de cálculo’ ni de casos que se les hayan ‘ido de las manos’. Tampoco podemos admitir que la diversificación de las víctimas suponga que algunas de ellas fueran ‘justos objetivos militares’, mientras que otras serían tan sólo ‘efectos colaterales’ indeseados” (n. 25).

4.                  El documento episcopal denuncia la pretensión de muchos terrorismos, entre ellos el de  ETA, de “querer justificar sus acciones violentas como la respuesta necesaria a una supuesta violencia estructural anterior a la suya, ejercida por el Estado, “a su juicio, la violencia de Estado sería la  violencia originaria, verdadera culpable de la situación conflictiva, en la medida en que es anterior a todas las demás y puede ser ejercida con más medios”: “Hay que denunciar sin ambages esta concepción inicua, contraria a la moral cristiana, que pretende equiparar la violencia terrorista con el ejercicio legítimo del poder coactivo que la autoridad ejerce en el desempeño de sus funciones. A la vez se debe manifestar también la inmoralidad de un posible uso de la fuerza por parte del Estado, al margen de la ley moral y sin las garantías legales exigidas por los derechos de las personas” (n. 8).

5.                  El documento considera una de las primeras obligaciones de los cristianos y de sus comunidades el “acompañamiento y atención pastoral de las víctimas del terrorismo”: “Es una exigencia de justicia y de caridad estar a su lado y atender las necesidades y justas reclamaciones de las personas y de las familias que han sufrido el zarpazo del terrorismo. Sentimos como propia la preocupación de los que viven en un estado constante de amenaza o de presión violenta, conscientes de que ignorar la realidad de las ofensas padecidas es pretender un proceso ilusorio, incapaz de construir una convivencia en paz” (n. 42).

6.                  El documento distingue entre soberanía espiritual y soberanía política, la una no implica necesariamente a la otra: “Las naciones, en cuanto ámbitos culturales del desarrollo de las personas, están dotadas de una ’soberanía’ espiritual propia y, por tanto, no se les puede impedir el ejercicio y cultivo de los valores que conforman su identidad (n. 27). Esta ‘soberanía’ espiritual de las naciones puede expresarse también en la soberanía política, pero ésta no es una implicación necesaria. Cuando determinadas naciones o realidades nacionales se hallan legítimamente vinculadas por lazos históricos, familiares, religiosos, culturales y políticos a otras naciones dentro de un mismo Estado no puede decirse que dichas naciones gocen necesariamente de un derecho a la soberanía política” (n.28).

7.                  Apelando a la Doctrina Social de la Iglesia, el documento afirma que no existe derecho de autodeterminación política en caso de secesión o separación: “Las naciones, aisladamente consideradas, no gozan de un derecho absoluto a decidir sobre su propio destino. Esta concepción significaría, en el caso de las personas, un individualismo insolidario. De modo análogo, resulta moralmente inaceptable que las naciones pretendan unilateralmente una configuración política de la propia realidad y, en concreto, la  reclamación de la independencia en virtud de su sola voluntad. La ‘virtud’ política de la solidaridad, o, si se quiere, la caridad social, exige a los pueblos la atención al bien común de la comunidad cultural y política de la que forman parte. La Doctrina Social de la Iglesia reconoce un derecho real y originario de autodeterminación política en el caso de una colonización o de una invasión injusta, pero no en el de una secesión” (n. 29).

8.                   “En consecuencia, no es moral cualquier modo de propugnar la independencia de cualquier grupo y la creación de un nuevo Estado, y en esto la Iglesia siente la obligación de pronunciarse ante los fieles cristianos y los hombres de buena voluntad. Cuando la voluntad de independencia se convierte en principio absoluto de la acción política y es impuesta a toda costa y por cualquier medio, es equiparable a una idolatría de la propia nación que pervierte gravemente el orden moral y la vida social. Tal forma inmoderada de ‘culto’ a la nación es un riesgo especialmente grave cuando se pierde el sentido cristiano de la vida y se alimenta una concepción nihilista de la sociedad y de su articulación política. Dicha forma de ‘culto’ está en relación directa con el nacionalismo totalitario y se encuentra en el trasfondo del terrorismo de ETA” (n. 30).

9.                  La opción nacionalista no puede ser absoluta: “Por nacionalismo se entiende una determinada opción política que hace de la defensa y del desarrollo de la identidad de una nación el eje de sus actividades. La Iglesia, madre y maestra de todos los pueblos, acepta las opciones políticas de tipo nacionalista que se ajusten a la norma moral y a las exigencias del bien común. Se trata de una opción que, en ocasiones, puede mostrarse especialmente conveniente. El amor a la propia nación o a la patria, que es necesario cultivar, puede manifestarse como una opción política nacionalista. La opción nacionalista, sin embargo, como cualquier opción política, no puede ser absoluta. Para ser legítima debe mantenerse en los límites de la moral y de la justicia, y debe evitar un doble peligro: el primero, considerarse a sí misma como la única forma coherente de proponer el amor a la nación; el segundo, defender los propios valores nacionales excluyendo y menospreciando los de otras realidades nacionales o estatales. Los nacionalismos, al igual que las demás opciones políticas, deben estar ordenados al bien común de todos los ciudadanos, apoyándose en argumentos verdaderos y teniendo en cuenta los derechos de los demás y los valores nacidos de la convivencia” (n. 31), “cuando las condiciones señaladas no se respetan, el nacionalismo degenera en una ideología y un proyecto político excluyente, incapaz de reconocer y proteger los derechos de los ciudadanos, tentado de las aspiraciones totalitarias que afectan a cualquier opción política que absolutiza sus propios objetivos” (n. 32).

10.              El nacionalismo de ETA “no cumple las condiciones requeridas para su legitimidad moral, puesto que necesita absolutizar sus objetivos para justificar sus acciones terroristas; pretende imponer por la fuerza sus propias convicciones políticas atropellando la libertad de los ciudadanos; y llega a eliminar a los que tienen otras legítimas opciones políticas. Por todo ello, el nacionalismo de ETA es un nacionalismo totalitario e idolátrico. El nacionalismo totalitario de ETA considera un valor absoluto el valor ‘pueblo independiente, socialista y lingüísticamente euskaldún’, todo ello además interpretado ideológicamente en clave marxista, ideología a la cual ETA somete todos los demás valores humanos, individuales y colectivos, menospreciando la voluntad reiteradamente manifestada por la inmensa mayoría de la población” (n. 32).

11.              “La pretensión de que a toda nación, por el hecho de serlo, le corresponda el derecho de constituirse en Estado, ignorando las múltiples relaciones históricamente establecidas entre los pueblos y sometiendo los derechos de las personas a proyectos nacionales o estatales impuestos de una u otra manera por la fuerza, dan lugar a un nacionalismo totalitario, que es incompatible con la doctrina católica” (n. 33). La nación es un hecho, en primer lugar, cultural, que el Magisterio de la Iglesia distingue cuidadosamente del Estado: “A diferencia de la nación, el Estado es una realidad primariamente política; pero puede coincidir con una sola nación o bien albergar en su seno varias naciones o entidades nacionales. La configuración propia de cada Estado es normalmente el fruto de largos y complejos procesos históricos. Estos procesos no pueden ser ignorados ni, menos aún, distorsionados o falsificados al servicio de intereses particulares” (n. 34).

12.              “España es el fruto de uno de estos complejos procesos históricos. Poner en peligro la convivencia de los españoles, negando unilateralmente la soberanía de España, sin valorar las graves consecuencias que esta negación podría acarrear no sería prudente ni moralmente aceptable. La Constitución es hoy el marco jurídico ineludible de referencia para la convivencia”. Es “una norma modificable, pero todo proceso de cambio debe hacerse según lo previsto en el ordenamiento jurídico”, “pretender unilateralmente alterar este ordenamiento jurídico en función de una determinada voluntad de poder, local o de cualquier otro tipo, es inadmisible. Es necesario respetar y tutelar el bien común de una sociedad pluricentenaria” (n. 35).

13.              En conclusión, afirma el documento: “Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 4,19). Con esta libertad hablaban los primeros cristianos ante los jueces que les imponían silencio. Actuaban como personas realmente liberadas por Cristo del pecado, y por eso no se sentían atemorizados por nadie ni por nada: ni por los poderosos, ni siquiera por la muerte” (n. 36). La valoración moral que se propone se hace dentro de una llamada explícita a la conversión, que “es sólo posible una vez reconocida la maldad intrínseca del terrorismo y una vez gestada la voluntad expresa de reparar los perniciosos efectos que causa su actividad” (n. 39). El diálogo es “la forma más digna y recomendable para superar las dificultades surgidas en la convivencia”, pero ETA “no puede ser considerada como interlocutor político de un Estado legítimo, ni representa políticamente a nadie” (n. 40).

14.              Las reacciones son muy diversas, según la geografía y la opción política:

·                    “Podemos decir que el texto se identifica con el sentir de la inmensa mayoría de la sociedad española” (J. Arenas, secretario general del PP).

·                     “Los obispos se han metido en terrenos políticos para apoyar el patriotismo constitucional de Aznar” (I. Anasagasti, portavoz del PNV en el Congreso).

·                    El secretario general de CiU, Joseph Antoni Durán, expresa su “respeto” por el texto, pero dijo que tiene “contradicciones” con lo dicho por el Papa ante la ONU sobre las naciones.

·                    “Es terrible pensarlo, pero no parece sino que tengamos en España ocho obispos que, obnubilados por la idea del nacionalismo radical, consideren que hay que eliminar del Decálogo el quinto mandamiento. Ocho obispos que conceden licencia para matar” (J.Campmany).

·                    “He votado favorablemente la pastoral porque estoy de acuerdo en prácticamente todos sus puntos, pero me siento ofendido cuando leo que es la primera vez que condenamos a ETA, y también que se diga que hay otros obispos que no asumen esa condena. No se puede decir eso sin ofender la inteligencia de los ciudadanos” (un obispo andaluz).

·                    “Una cosa es la condena moral del terrorismo y otra muy distinta juntar en un mismo documento un juicio moral sobre el nacionalismo como proyecto político de gobierno. Ahí no es fácil llegar a acuerdos, como tampoco llegan las fuerzas políticas”. La pastoral estuvo mal planteada desde el principio: “Es como si me ponen en un mismo documento la condena de los atentados de Nueva York y cómo ha administrado Bush aquella tragedia. A lo primero diría que sí, cómo podría decir que no, pero a lo segundo diría que no” (un obispo catalán).

·                    “Ni los obispos ni la doctrina de la Iglesia pueden canonizar ninguna Constitución, puesto que nuestra doctrina considera más importantes los derechos de las personas y de los pueblos” (L. Martínez Sistach, arzobispo de Tarragona).

* Para la reflexión personal o de grupo:

  • condenamos el terrorismo de ETA
  • estamos al lado de las víctimas
  • denunciamos los nacionalismos absolutos
  • respetamos los nacionalismos legítimos
  • apoyamos las vías pacíficas
  • no se ve el propio nacionalismo, el que se ve es el del otro
  • no es moral la secesión o separación
  • puede ser moral la secesión o separación
  • cada caso es complejo y muy diverso, pide un juicio diferente (Juan Pablo II)
  • el documento está mal planteado, va más allá de lo que se anuncia en el título
  • respalda moralmente un proyecto político discutible y opinable
  • obedecemos a Dios antes que a los hombres
  • obedecemos a los hombres antes que a Dios
  • el Señor juzga a los pueblos, a las naciones (Mt 25, Sal 98)
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