En el principio era la palabra
 

PRIMERO FUE EL ANUNCIO
Después vinieron los credos


1. Primero fue el anuncio del Evangelio (en griego, kerygma), que proclama la fe de los apóstoles y aparece recogido en los resúmenes kerygmáticos (Hch 2,14-39; 3, 13-26; 4,10-12; 5,30-32; 10,36-43; 13,17-41; 1 Co 15,1-7). Después vinieron los credos. Ahora bien, los credos ¿van más allá del anuncio?, ¿no basta la confesión de fe de los apóstoles?, ¿es preciso revisar la tradición a la luz de la Escritura?, ¿qué decir de los credos por real decreto?, ¿son una fórmula mecánica de repetición?, ¿qué pasa con la catequesis? En la foto, ejemplar de los Hechos de los Apóstoles, regalo de Pablo VI.

2.Uno de los primeros credos locales es el credo romano. La Tradición Apostólica de Hipólito de Roma (hacia el 215) presenta las preguntas bautismales que son parecidas al credo romano. El texto litúrgico transmitido por el papiro de Dêr-Balyzéh (en el Alto Egipto) puede situarse a mitad del siglo IV. El papiro cita una profesión de fe trinitaria que explicita el versículo final del evangelio de Mateo. Sin embargo,  ese versículo es un añadido posterior (ver M.Schmaus, El Credo de la Iglesia Católica I, Rialp, Madrid, 1970, 581).
3. Más datos. Marcelo de Ancira envía al Papa Julio I un escrito en defensa propia que se discute en el sínodo de Roma (año 340) y que incluye un credo en griego, prácticamente idéntico al romano. Marcelo presenta su “propia fe”, la que le enseñaron “a partir de las Escrituras”. Hacia el 404 Rufino, sacerdote de Aquileya (Italia), en el “Comentario al símbolo de los apóstoles”  comenta el credo de su iglesia y lo compara con el credo romano de aquella época. Dice así:  
4. Creo en Dios Padre todopoderoso, y en Cristo Jesús su único Hijo, nuestro Señor, que nació del Espíritu Santo y de la Virgen María, que fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato, y fue enterrado, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió al cielo, está sentado a la derecha del Padre, de donde vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, y en el Espíritu Santo, la santa Iglesia, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne.
5. Junto al credo constantinopolitano, el llamado símbolo de los apóstoles es la profesión de fe más importante dentro de las diversas confesiones cristianas. El término aparece por primera vez en una carta que el sínodo de Milán del año 390 envía al Papa Siricio y que está firmada, entre otros, por San Ambrosio. El término refleja bien lo que se pensaba entonces: no sólo resumía la fe transmitida por los apóstoles, sino que habría sido redactado así por ellos en Pentecostés (leyenda antigua). En el concilio de Florencia, al comienzo de las negociaciones (año 1438), se produjo la primera luz de alarma que habría de poner en guardia frente a la leyenda antigua sobre la redacción apostólica del credo. Cuando los representantes de la Iglesia latina se apoyaron en el credo de los apóstoles, los griegos dijeron que no sabían nada de él: “No tenemos este credo apostólico ni jamás lo hemos visto. Si hubiera existido alguna vez, los Hechos habrían hablado de él al referirse al primer sínodo apostólico de Jerusalén, al que os remitís”.
6. El símbolo de los apóstoles es una de las muchas variantes de la antigua profesión de fe bautismal de la iglesia romana. Desde el siglo X está en uso en toda la Iglesia de Occidente. En el siglo XX se ha reforzado su importancia, pues varias asambleas ecuménicas lo han reconocido como norma verdaderamente única de fe cristiana (Lambeth 1920, Lausana 1927). Carlomagno (+814) lo incluye entre las leyes de su imperio. Dada la ignorancia general, quiere que todos lo sepan de memoria y se asegure la uniformidad. En el ritual romano anterior a 1969, junto a la pila bautismal se recita el símbolo de los apóstoles y el padrenuestro. Dice así:
7. Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso, desde allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos y la vida eterna.
8. El credo del concilio de Nicea (año 325), convocado por el emperador Constantino, introduce “nociones de origen filosófico”. Dice del Hijo: “de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho”. Quien no firma el credo, es desterrado. En el concilio de Calcedonia (año 451) se aprueba por aclamación el credo de Nicea. A continuación, los delegados imperiales ordenan que se lea “la fe de los 150 padres” formulada en el concilio de Constantinopla (año 381), convocado por el emperador Teodosio. Al final, en presencia del emperador Marciano, todos los obispos firman el credo constantinopolitano.  Este credo desarrolla más que los precedentes el artículo tercero sobre el Espíritu Santo, llamándole “Señor”, a pesar de lo que dice Pablo: “Un solo Dios, el padre… y un solo Señor, Jesucristo” (1 Co 8,6). Primero fue símbolo bautismal de Oriente. A partir del año 451, fue admitido como obligatorio tanto por Oriente como por Occidente. Durante algún tiempo fue el credo bautismal de Roma. Pasó del bautismo a la misa: en Oriente, en unos decenios; en España, en el siglo VI; en Roma, en el siglo XI.
9. El tercer concilio de Toledo, del año 589, manda que los domingos se recite el credo en todas las iglesias. Con ello, se pretendía “confirmar la reciente conversión de nuestro pueblo”. El segundo canon conciliar dice así: “Por respeto a la fe santísima y para fortalecimiento de quienes vacilan, el santo sínodo, a iniciativa del piadoso y glorioso rey Recaredo, ha decidido que en todas las iglesias de España y las Galias se recite el símbolo del concilio de Constantinopla, o sea, el de los 150 obispos, siguiendo con ello la costumbre de las iglesias orientales; así que, antes de la oración del Señor, el pueblo cantará el credo, dando así testimonio de la verdadera fe”. Corría el año 1014. En Roma el emperador Enrique II se sintió profundamente disgustado al ver que en la misa seguía faltando el credo. No descansó hasta que lo consiguió. Dice así:
10. Creemos en un solo Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible. Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho. Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo; se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que  procede del Padre y del Hijo. Que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Y en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Reconocemos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.