En el principio era la palabra
 

 LA MISERICORDIA
Ternura de Dios

1.    En el lenguaje común, misericordia es la “virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenos”. En la Biblia,  Dios manifiesta su misericordia con ocasión de la miseria humana. Los matices son diversos: amor, ternura, piedad, compasión, clemencia, bondad, gracia. Dios es amor: “No nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas”, “cual la ternura de un padre con sus hijos, así de tierno es el Señor para quienes le temen” (Sal 103). Veamos algunos aspectos.

2.    El éxodo tiene su origen en la misericordia de Dios: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto. He escuchado su clamor en presencia de sus opresores”, “conozco sus sufrimientos” (Ex 3,7-8). La liberación de Dios se explica también por su fidelidad a la alianza. Al oír el gemido del pueblo, dice el Señor, “he recordado mi alianza” (6,5).

3.    Ahora bien ¿qué sucede si el pueblo se aparta de Dios? La misericordia se impone todavía, si el pueblo no se endurece. En el Sinaí el pueblo apostata, adora al “becerro de oro” (Ex 32, 5-6), pero Dios, después de haber afirmado que es libre para tener misericordia con quien quiera (33,19), proclama que, sin hacer mella en su santidad, su ternura puede triunfar: “El Señor es Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes” (34,6-7).  

4.    Conmovido por las consecuencias del pecado, Dios salva a quien clama a él. Habiendo decidido no tener ya misericordia con Israel (Os 1,6), su corazón se conmueve: “Porque soy Dios, no hombre”  (11,8-9), “en el lugar mismo donde se dijo: No sois mi pueblo, se les dirá: Hijos de Dios vivo” (2,2). Cuando los profetas anuncian lo peor, conocen la ternura de Dios para su pueblo, su “niño tan mimado”: “se han conmovido mis entrañas por él; ternura hacia él no ha de faltarme” (Jr 31,20). Dios ama con amor de madre: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvido” (Is 49,15).  

5.    Dios conduce a su pueblo al desierto para “hablarle al corazón” (Os 2,6), quiere conversión: “Vuelve, Israel apóstata”, “tan solo reconoce tu culpa, pues contra el Señor tu Dios te rebelaste, frecuentaste a extranjeros bajo todo árbol frondoso, y mi voz no oísteis” (Jr 3,12-13), “que el malvado deje su camino, el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, que tendrá compasión de él, a nuestro Dios, que será grande en perdonar” (Is 55, 7).  

6.    El reconocimiento del pecado obtiene su perdón (Sal 32). Se dice en el salmo 51: “Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito”, “devuélveme la alegría de tu salvación, y en espíritu generoso afiánzame”. Quien se siente perdonado por Dios canta su amor: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré su fidelidad por todas las edades” (Sal 89).

7.    La historia de Jonás es la historia de los corazones cerrados que no aceptan la inmensa ternura de Dios: “Tú tienes lástima de un ricino por el que nada te fatigaste…y yo no voy a tener lástima de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda?” (Jon 4,10-11). El Eclesiástico dice claramente: “La piedad del hombre es para su prójimo, pero la piedad de Dios es para toda carne” (Eclo 18,13). Dios es compasivo (Ex 22,26), quiere amor, no holocaustos (Os 6,6), no ayuno, sino justicia social (Is 58, 6-11).

8.    Jesús siente compasión de la muchedumbre, porque están “vejados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 36). Invita a sus discípulos a ser misericordiosos, como Dios lo es: “Sed compasivos, como vuestro padre es compasivo” (Lc 6,36). Nos dice quién es nuestro prójimo en la parábola del samaritano, que se compadece del herido encontrado en el camino (Lc 10, 30-37). De una forma especial, Jesús proclama el evangelio de la misericordia en las parábolas de la oveja, la dracma y el hijo perdido (Lc 15). Los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle. Pero los fariseos y escribas murmuraban diciendo: “Este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15, 2). Jesús les dice: “No necesitan médico los que están sanos, sino los enfermos. Id, pues, a aprender lo que significa: Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 9, 12-13).

9.    Un hombre tenía dos hijos, y el menor dijo al padre: Dame la parte de la herencia que me corresponde” (ver Dt 21, 17 y 20). El hijo menor pide lo que le corresponde en herencia y el padre se lo da. Pocos días después, lo reúne todo y se marcha a un país lejano donde malgasta su herencia viviendo perdidamente.

10.    Cuando lo ha gastado todo, viene por aquella tierra un hambre terrible, y comienza a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que le mandó a sus campos a guardar cerdos, animales impuros según la ley (Lv 11,7). Le entraban ganas de comer las algarrobas que comen que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. El hijo reconoce su culpa, ha dilapidado lo que le corresponde en herencia, pero está dispuesto a trabajar.

11.    Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo, ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado. Y comenzaron la fiesta.

12.    El hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y el baile; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió y empezó a suplicarle. Pero él replicó a su padre: Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el ternero cebado! Pero él le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.
•    Diálogo: Sobre lo que nos parezca más importante.