En el principio era la palabra
 

54. UN TEMPLO NUEVO.

La gloria del olivo

 

1.  El Evangelio crea un templo nuevo en las primeras comunidades. Son la gloria del olivo. El olivo, típico de Palestina, es símbolo del justo “como olivo verde” en la casa de Dios (Sal 52), de sus hijos “como renuevos de olivo” en torno a su mesa (Sal 128), de los dos ungidos (Za 4,11) y los dos testigos (Ap 11,3) que están en pie ante el Señor de toda la tierra, de la Sabiduría cuyas ramas son “ramas de gloria” (Eclo 24, 14-16), del pueblo judío del que “queda un resto” (Rm 11,4-24), algunas ramas fueron desgajadas. Las primeras comunidades son ramas del olivo judío (comunidades judeo-cristianas) o ramas del “olivo silvestre” injertadas en el olivo judío, “olivo cultivado” (comunidades gentiles). Las grandes iglesias cristianas deben revisar su propia tradición a la luz de la Escritura: “sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación” (Is 12,3).

2. Las primeras comunidades tienen su origen en la comunidad de discípulos de Jesús. Cuando evangeliza, Jesús no está solo, comparte su misión. Están los doce (Mt 10,1), están los setenta y dos (Lc 10,1), están las mujeres que acompañan a Jesús (8,1-3). La comunidad es la nueva familia del discípulo (Lc 8,21). En la comunidad se vive el amor fraterno (Jn 13,35); en ella se recibe la enseñanza especial del Evangelio (Mc 4,34); ella difunde el Evangelio recibido: “Vosotros sois la luz del mundo”, dice Jesús (Mt 5, 14). Dentro del judaísmo, Jesús instituye a los doce (Mc 3, 16-19). Los doce representan al nuevo Israel. Israel significa “que Dios reine”. Se requiere “una nueva alianza” (Jr 31,31), “no todos los descendientes de Israel son Israel” (Rm 9, 6).

3. En medio del judaísmo convencional resuena la llamada de Juan: "Dad frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham" (Lc 3,8). La fe no se recibe por herencia biológica. Se requiere una respuesta personal. A los discípulos de Juan los llaman “nazoreos”, “preservadores” (ver Lc 3,7), también a Jesús (Mt 2,23) y a sus discípulos (Hch 24,5; 19, 1-7). Jesús es bautizado por Juan en el Jordán. Se cumple el salmo mesiánico: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2; Mc 1,11). Jesús empieza a bautizar (Jn 3, 26). El bautismo es señal de conversión (Hch 2,38), señal de ruptura (2,40).  Sin dejar su propia religión, Jesús anuncia el Evangelio: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento” (Mt 5,17).

4. En la misión de Jesús los hechos acompañan a las palabras. Jesús anuncia una palabra que se cumple. Se dan las señales esperadas: "Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva" (Lc 7,22). Jesús enseña y cura (Mt 9,35). Las señales manifiestan que Dios está con él (Jn 3,5). Se cumple la esperanza profética: "El espíritu del Señor está sobre mí" (Lc 4, 18). Jesús siembra la palabra de Dios (Mt 13,3-9.18-23) en medio de la historia. El reino de Dios viene cuando se dirige a los hombres la palabra. Encontrar a Dios en el centro de la vida es el verdadero corazón del Evangelio. Jesús lleva en sí mismo el reino de Dios que anuncia. Ello da a su persona una autoridad que no tiene par (Mt 7,28-29). Como dice Juan, “hemos contemplado su gloria” (Jn 1, 14).

5. La misión de Jesús había comenzado en Galilea, pero su destino era Judea y, dentro de Judea, Jerusalén y, dentro de Jerusalén, el templo, la niña del ojo del mundo judío, centro de poder religioso, político y económico. Un destino comprometido y peligroso (Mt 23,37). Es parte de su misión. El templo debía ser "casa de oración para todas las gentes", pero se ha convertido en "cueva de bandidos" (Mc 11,17; Jr 7,11). El templo debe ser purificado; más aún, el templo debe ser sustituido (Jn 2,13-22). El templo nuevo se construye con "piedras vivas" (1 P 2,5).

6. Para Jesús llega la hora crucial (Jn 13,1). En el monte de los Olivos ora así: “Padre, si quieres, aparta de mi esta copa” (Lc 22,42). Jesús es procesado y crucificado, pero es resucitado y exaltado por Dios. Lo proclama Pedro como el centro del mensaje cristiano: "A Jesús Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales…vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos”, “a éste, Dios le resucitó ...de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del padre el espíritu santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís", Dios le ha constituido “Señor y Cristo” (Hch 2,22-36).

7. Jesús es el Señor, el Cristo, el Ungido de Dios: “exaltado por la diestra de Dios”, “sentado a la derecha de Dios” (Sal 110), viene ”sobre las nubes del cielo”, en nombre de Dios, a juzgar la historia (Dn 7,13-14).  Lo veréis, dijo Jesús a Caifás (Mc 14, 62). Durante cuarenta días, el mismo tiempo que pasó en el desierto, el Resucitado instruye a los discípulos sobre el reino de Dios. También ellos han de superar la tentación. El reino de Dios es universal: “Recibiréis la fuerza del espíritu santo”, “y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”. “Dos hombres vestidos de blanco”, vestidos de gloria, Moisés y Elías (Lc 9, 30), les dicen: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse”. ¿Cómo? De forma sencilla, no espectacular (Za 14,4), conversando con ellos (Lc 24, 32). Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte de los Olivos (Hch 1, 3-12).

8. Continuidad institucional. Hay que cubrir la vacante dejada por Judas, completar el número de doce. Los discípulos se reúnen con el mismo propósito: “unos ciento veinte”, “echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce” (Hch 1,15-26). En el texto ordinario no se excluye una votación formal. En el texto occidental incluso se explicita: “dieron sus respectivos votos”. Los discípulos cumplen materialmente el requisito exigido para la validez de un consejo local judío. Con todas las de la ley, los doce representan al nuevo Israel. Así lo instituyó Jesús con la elección de los doce (ver J. Rius-Camps, De Jerusalén a Antioquía. Génesis de la iglesia cristiana, El Almendro, Córdoba, 1989, 47-58)

9. El espíritu es un don que brota de la pascua de Cristo (Jn 7,37-39). Es la gran promesa de Jesús (Jn 14,16.26; 16,7-15). En Pentecostés, fiesta de peregrinación, los discípulos proclaman las maravillas de Dios. Las contemplan “hombres piadosos”, “venidos de todas las naciones”, “partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes” (Hch 2, 5-11). La causa de Jesús está siendo reivindicada por Dios: Dios le ha constituido “Señor y Cristo”, "todos nosotros somos testigos", "la promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro". El don del espíritu es un hecho palpable: “lo que vosotros veis y oís” (2, 32-38). Muchas señales confirman la palabra anunciada por los discípulos (Mc 16,20). Se escriben algunas (Jn 20, 30).

10. Norbert Brox (1935-2006) en su Historia de la Iglesia primitiva señala la importancia de los datos geográficos del Nuevo Testamento: “Certifican que no debemos representarnos el cristianismo primitivo desde el comienzo como la única comunidad originaria de la ciudad de Jerusalén”, sino “como una pluralidad de comunidades dispersas geográficamente, que poseían sus recuerdos y relatos locales acerca de Jesús, una parte de los cuales ha entrado en nuestros evangelios”. Estos relatos locales “son a veces una señal de que en tal sitio hubo ya desde época temprana una comunidad que preservó el recuerdo de Jesús en ese texto” (Herder, Barcelona, 1986, 10-11). Por ejemplo, en Caná de Galilea (Jn 2,1; 4,53), en Cafarnaúm (Mc 2,1-2) donde reside Jesús (Mt 4, 12), en Sicar, ciudad de Samaría (4,5.41-43), en Betania de Judea (Jn 12, 9).

* Diálogo: ¿Vemos un templo nuevo en las primeras comunidades?, ¿son la gloria del olivo?