En el principio era la palabra
 

       SEGUNDA CARTA DE PEDRO

Los falsos doctores

 

1.      Pedro escribe de nuevo a la red de comunidades que dirige. Le preocupan los falsos doctores y la burla que hacen del día del Señor. La carta puede situarse hacia el año 61, poco después de la primera: “Esta es ya, queridos, la segunda vez que os escribo” (2 P 3,1).

2.      De entrada, algunos interrogantes: ¿la carta es útil?, ¿puede considerarse de Pedro?, ¿completa la anterior?, ¿los falsos doctores son del siglo II, como muchos suponen?, ¿los hay también en el siglo I?, ¿los hay hoy?, ¿se retrasa el día del Señor?, ¿se deja para el final de la historia?, ¿es el acontecimiento del siglo?, ¿como sucede con el reino de Dios, comienza ya ahora?, ¿es un día esperado?, ¿un día temido?

3.      Posiciones diversas. Según Orígenes (+254), Pedro “dejó una sola carta por todos reconocida. Quizá también una segunda, pues se la pone en duda” (HE VI, 25,8). Según Eusebio de Cesarea (+339), “de Pedro sólo se reconoce como auténtica una carta, la llamada primera”, “por el contrario, la llamada segunda hemos sabido que no es testamentaria. Sin embargo, como a muchos les parece útil, ha sido estudiada junto a las otras Escrituras” (HE III 3,1). Según Jerónimo (+420), “Pedro escribió dos cartas que se llaman católicas; la segunda de ellas es desechada por la mayor parte debido a su diferencia de estilo con la primera” (De viris illustribus I). La diferencia de estilo se puede explicar porque otro secretario escribe la carta. La carta es incluida en el canon de la Biblia fijado en el Concilio de Roma (año 382).

4.      Presentación y saludo: “Simeón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y del Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra. A vosotros gracia y paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor” (2 P 1,1-2). Se utiliza el nombre semítico de Pedro: Simeón (Hch 15,14). En la carta de Judas, “hermano de Santiago”, se dice algo semejante: “A vosotros misericordia, amor y paz abundantes” (Judas 1-2; otras coincidencias: 3-16). Al parecer, después de la muerte de Santiago (año 62), Judas escribe a los hermanos de la diáspora.

5.      Don de Dios, colaboración nuestra: “Su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina”, “poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad. Pues si tenéis estas cosas y las tenéis en abundancia, no os dejarán inactivos ni estériles para el conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo”, “obrando así, nunca caeréis” (2 P 1,3-10; Jn 1,12; 1 Jn 3,1-2).

6.      Pedro recuerda cosas y alude a su muerte: Recuerda cosas, “aunque ya las sepáis y estéis firmes en la verdad que poseéis. Me parece justo, mientras me encuentro en esta tienda, estimularos con el recuerdo, sabiendo que pronto tendré que dejar mi tienda, según me lo ha manifestado nuestro Señor”, “pondré empeño en que, en todo momento, después de mi partida, podáis recordar estas cosas” (2 P 1,12-15; 2 Co 5,1).

7.      Anuncio del Evangelio, sin fábulas: “Os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros ojos su majestad. Porque recibió de Dios padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: Este es mi hijo muy amado en quien me complazco. Nosotros mismos escuchamos esta voz” (2 P 1,16-19; Mt 17,5; 1 Tm 1,4; 6,20).

8.      La palabra de los profetas: “Y así se nos hace más firme la palabra de los profetas, a la cual hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana. Pero, ante todo, tened presente que ninguna profecía de la escritura puede interpretarse por cuenta propia, porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el espíritu santo han hablado de parte de Dios” (2 P 1,19-21).

9.      Falsos maestros: “Hubo también en el pueblo falsos profetas, como también habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías perniciosas”, “muchos seguirán su libertinaje y, por causa de ellos, el camino de la verdad será difamado” (2,1-2; ver Mt 7,15; 1 Tm 1,3-7; Rm 16,17-19), “atrevidos y arrogantes, no temen insultar a las glorias, cuando los ángeles, que son superiores en fuerza y en poder, no pronuncian juicio injurioso contra ellas en presencia del Señor”, “hombres manchados e infames, que se entregan de lleno a los placeres mientras banquetean con vosotros”, “son fuentes secas y nubes llevadas por el huracán, a quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas”, pervierten a quienes acaban de convertirse: “vuelve el perro a su vómito y la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2 P 2, 11-22; ver Judas 3-16).

10.  Lecciones del pasado, estilo arcaico: “Pues si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitándolos en los abismos tenebrosos del Tártaro, los entregó para ser custodiados hasta el juicio;  si no perdonó al antiguo mundo, aunque perdonó a Noé, heraldo de la justicia, y a otros siete, cuando hizo venir el diluvio sobre un mundo de impíos; si condenó a la destrucción las ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a cenizas, poniéndolas como ejemplo para los que en el futuro vivirían impíamente; y si libró a Lot, el justo, oprimido por la conducta licenciosa de aquellos hombres disolutos… es porque el Señor sabe librar de las pruebas a los piadosos y guardar a los impíos para castigarles en el día del juicio” (2 P 2,4-9). Según la mitología griega, el Tártaro es un tenebroso abismo  considerado como prisión de los titanes, dominadores del mundo.

11.  El día del Señor es el acontecimiento del siglo (Na 2,1), el juicio de las naciones(Sof 2,6-15), también de Jerusalén (3,1-4), es “como el relámpago” (Lc 17,24), “no pasará esta generación sin que todo esto suceda”, dice Jesús (Mt 24,34). Pedro denuncia a los “hombres llenos de sarcasmo” que dicen en son de burla: “¿Dónde queda la promesa de su venida?”, “acordaos de las predicciones de los santos profetas y del mandamiento de vuestros apóstoles que es el mismo del Señor y Salvador”, “ante el Señor un día es como mil años y mil años como un día. No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan”, “el día del Señor llegará como un ladrón” (2 P 3, 1-10; ver Mt 24, 42-44; 1 Ts 5,2). No sabemos cómo será ese día ni tampoco cuándo (Mt 24,36), pero podemos esperarlo y acelerarlo. Un mundo termina y otro empieza: “los cielos, en llamas, se disolverán, y los elementos, abrasados, se fundirán”, “pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia” (2 P 3,12-13; Is 65,17). El “fuego” es símbolo del juicio (ver Mt 3,12).

12.  Exhortación: “En espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz ante él, sin mancilla y sin tacha. La paciencia de nuestro Señor, juzgadla como salvación, como os lo escribió también Pablo, nuestro querido hermano, según la sabiduría que le fue otorgada. Lo escribe también en todas las cartas cuando habla en ellas de esto. Aunque hay en ellas cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles interpretan torcidamente –como también las demás escrituras- para su propia perdición”, “estando ya advertidos, vivid alerta, no sea que, arrastrados por el error de estos disolutos, os veáis derribados de vuestra firme postura. Creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 P 3, 14-18). Posdata: juicio de Roma (año 64), juicio de Jerusalén (año 70).

·         Diálogo: ¿La carta es útil?, ¿puede considerarse de Pedro?, ¿completa la anterior?