En el principio era la palabra
 

8. TRADICIONES PATRIARCALES

Un pueblo y una tierra

  1. La tradición de los orígenes (creación, origen del mal) supone ya una experiencia de alianza: alianza de Abraham y alianza del Sinaí; por tanto, una larga experiencia de fe. Nos centramos ahora en las tradiciones patriarcales cuya forma más antigua aparece en el antiguo credo de Israel: “Mi padre fue un arameo errante que bajó a Egipto… y se hizo un gran pueblo” (Dt 26,5-6), El arameo es Jacob. Entre esta breve redacción y la que aparece en el Génesis, hay un largo camino, cuyas principales etapas pueden reconstruirse de manera aproximada. En el mapa, Palestina en el tiempo de los jueces.

     

  2. Las tradiciones de Abraham y de Isaac proceden del sur de Palestina, de los santuarios de Berseba y Mambré. En cambio, las tradiciones de Jacob proceden preferentemente de los santuarios del centro de Palestina: Betel, Siquem y Penuel. En la tradición patriarcal, aparece Yahvé dirigiendo los acontecimientos. Sin embargo, entonces no era llamado así. Los antepasados de Israel anteriores a Moisés adoran al Dios de los padres, es decir, al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. 

  3. Por muy variado que sea el material de la tradición, desde la vocación de Abraham hasta la muerte de José, el conjunto posee una unidad: la promesa a los patriarcas. La promesaincluye dos cosas: una descendencia numerosa y la posesión de la tierra de Canaán.El Dios de los padres prometió a los antepasados de Israel, que vivían en sus tiendas junto a las fronteras de la tierra de cultivo, una numerosa descendencia y la posesión de la tierra. Un pueblo y una tierra, así aparece en la antiquísima narración de la alianza con Abraham: “Mira el cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas. Así será tu descendencia”, “te saqué de Ur de los caldeos, para darte en posesión esta tierra” (Gn 15, 5-7).

  4. En principio, la promesa no tenía el significado de una inmigración pasajera, seguida de un abandono del país y su posesión bajo la guía de Josué muchos años después. Al final, todo adquirió un alcance mayor, pues el cumplimiento de la promesa no iba destinado sólo a un grupo familiar, sino a todo el pueblo de Israel que había de nacer de los patriarcas. Dios les había prometido el país a ellos y a su descendencia.

  5. Sin embargo, en sentido propio los patriarcas vivían en el país, pero quienes lo habitaban eran los cananeos. El documento sacerdotal expresó esta situación pasajera con la frase “tierra de la emigración” (Gn 17,8), sólo una pequeña parcela de esta tierra les llegó a pertenecer, “la finca y la cueva que hay en ella”, “Abraham sepultó a su mujer Sara en la cueva del campo de Macpela” en Hebrón, frente a Mambré (Gn 23,17-19). Los padres, que -como Abraham- anduvieron errantes por causa de la promesa, no fueron sepultados en tierra extraña: “en la tumba dejaban de ser extranjeros” (Von Rad, 219-223).

  6. Al orientarse los patriarcas hacia la posesión de la tierra, se les fija una meta que sobrepasa los límites propios de la historia patriarcal. El documento sacerdotal le añadió una orientación nueva: la alianza del Sinaí. En efecto, Dios no sólo prometió a los padres una tierra y una posteridad; también les prometió ser su Dios y el de sus descendientes, poniéndoles delante la perspectiva de una relación especial con Él. Es la fórmula de la alianza: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Ex 6,7). Israel se convirtió en pueblo de Yahvé mediante la revelación de sus mandamientos y la institución del único culto legítimo. Pero esto sería 500 años después, en el siglo XIII antes de Cristo.   

  7. Al final, la tradición de los patriarcas se interpreta como una disposición particular de Yahvé mediante la cual llama a la existencia al pueblo de Israel y, por tanto, toda ella apunta a una meta superior que la trasciende. En la antigua confesión de fe (Dt 26,5-6) se enumeran uno tras otro los acontecimientos, sin poner de relieve una relación particular entre la época de los patriarcas y el tiempo posterior. Lo mismo ocurre en la recitación sumaria de esos hechos en el libro de Josué (Jos 24). En cambio, con la repetición continua de la promesa de Yahvé, el Génesis (Gn 12-50) “considera toda la época patriarcal como el tiempo de la promesa, una institución destinada a preparar cuidadosamente el nacimiento y la vida del pueblo de Dios”. Tal concepción es el fruto de un prolongado meditar de Israel sobre sí mismo.

  8. Este arco gigantesco, que va desde la promesa hasta su realización, abarca todo el Hexateuco. Sus relatos muestran una sorprendente variedad que se reduce siempre al denominador común de la promesa. Así, por ejemplo, los relatos sobre Abraham presentan el retraso enigmático del hijo prometido ante el que Abraham esperó “no vaciló en su fe” (Rm 4,19). Creer significa en hebrero “apoyarse en Yahvé”. Yahvé le dijo a Abraham: “Mira el cielo, y cuenta las estrellas”, “así será tu descendencia. Y creyó él en Yahvé, el cual se lo reputó por justicia” (Gn 15,56). En esto consistió su fe y en ella se apoyó. Dios actúa, incluso cuando Abraham se hunde en la inconsciencia. El día de la alianza, “cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo le invadió” (Gn 15, 12). Como sucede con el pan, “Dios lo da a sus amigos mientras duermen” (Sal 127).

  9. La tradición de Abraham recoge experiencias diversas. Por ejemplo, la de Abraham y su sobrino Lot. Al aumentar sus rebaños, tienen problemas de espacio y de relación, hasta el extremo de tener que separarse: "No haya disputas entre nosotros ni entre mis pastores y tus pastores, pues somos hermanos. ¿No tienes todo el país por delante? Pues bien, apártate de mi lado. Si tomas por la izquierda, yo iré por la derecha; y si tú por la derecha, yo por la izquierda" (Gn 13, 8-9). Abraham le da a Lot la oportunidad de elegir la zona que prefiera. Lot se queda con la zona mejor, la vega del Jordán, la tierra de Sodoma, fértil como el jardín de Dios. Abraham se queda con la tierra que él no eligió, pero que Dios eligió para él. Por cierto ¿estamos en la tierra que Dios eligió para nosotros?

  10. El encuentro entre Abraham y Melquisedec tiene un profundo significado religioso. Presenta un modelo de sacerdocio, que no es precisamente levítico. Melquisedec (rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo) percibe la acción de Dios en la historia a favor de Abraham. Le ofrece pan y vino como gesto de hospitalidad y le bendice diciendo: "¡Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra, y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!" (14, 19). El sacerdocio nuevo de Cristo según el orden de Melquisedec (Sal 110) tendrá en él su precedente: "No quisiste sacrificios ni holocaustos... Heme aquí que vengo para hacer tu voluntad" (Sal 40; Hb 10,5-7).

  11. En el encinar de Mambré, en lo más caluroso del día, Abraham está sentado delante de su tienda. Levanta los ojos y ve a unos caminantes parados a su vera. Los caminantes son tres (18,2), luego son dos (19,1). No es que el texto vacile, como dicen algunos. Uno de ellos es Dios, el caminante principal (18, 3.10.13 y 17-32). Sucede lo que dice la canción: "Cuando hermano le llamamos al extraño, va Dios mismo en nuestro mismo caminar". Abraham percibe en los caminantes la presencia del Señor, que camina con ellos. Le dice: "Señor mío, no pases de largo junto a tu siervo" (18, 3). Los acoge, les ofrece comida, conversa con ellos. El Señor dice: "Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo" (18, 10). Al final, el Señor desaparece (18,33).

  12. Los otros dos siguen su camino y llegan a Sodoma. Lot los acoge en su casa. Los caminantes le dejan este mensaje: "No mires atrás ni te pares en toda la redonda. Escapa al monte" (19, 17). Los forasteros deben ser respetados, pero los habitantes de Sodoma atentan contra ellos. La zona que Lot eligió es de tipo volcánico y queda totalmente arrasada. Lot con sus hijas escapa de la catástrofe. Su mujer, por mirar hacia atrás, queda convertida en una estatua de sal (19, 26).

  13. Un problema familiar. Según los usos de la época, Abraham tenía dos mujeres, la libre y la esclava, Sara y Agar. La palabra de Dios asume el deseo de Sara y Abraham debe hacer lo que dice su mujer: "Despide a la esclava y a su hijo" (21, 10). Lo sintió mucho Abraham, pero Dios le dijo: "No lo sientas ni por el chico ni por la esclava. En todo lo que te dice Sara, hazle caso... también del hijo de la esclava haré una gran nación, por ser descendiente tuyo" (21, 12-13).

  14. En el monte Moria Abraham está dispuesto a hacer una barbaridad: sacrificar a su propio hijo, si Dios se lo pide. El sacrificio de Isaac supera todas las tentaciones precedentes de Abraham. En Isaac se cumplía la promesa de Dios. Es una de esas situaciones en las que Yahvé parece contradecirse hasta lo insoportable: “Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga” (Gn 22,2). El ángel del Señor intervino diciendo: “No alargues tu mano contra el niño ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único”. Levantó Abraham los ojos y vio un carnero trabado en una zarza por los cuernos. Fue Abraham, tomó el carnero y lo sacrificó en holocausto en lugar de su hijo. Abraham llamó a aquel lugar Yahvé provee” (22,11-14). En la foto, recinto de Tofet, en Salambo, Cartago. Las urnas contienen los restos carbonizados de los niños sacrificados a Moloc (Atlas de la Biblia). El término tofet (cuya raíz aramea significa quemar) designa en algunos pasajes bíblicos (2 R 23,10) el lugar situado a las afueras de Jerusalén en el valle de Ben Hinnon (en hebreo, ge-hinnon, en griego, gehenna) donde los hebreos hacían “pasar a sus hijos e hijas por el fuego” (2 R 17,17; Jr 32,35), “cosa que no les mandé, ni les sugerí, ni se me pasó por la cabeza” (Jr 19,6). El Señor confirma su promesa: "Te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa" (Gn 22, 16-17).

  15. La boda de Isaac. Abraham quiere buscar esposa para su hijo Isaac por medio de su criado entre las hijas de su propia tierra. El criado va a Mesopotamia, a la ciudad familiar, y se encuentra con Rebeca junto al pozo. Acaba de hacer una oración al Señor: "Voy a quedarme parado junto al pozo, mientras las muchachas de la ciudad salen a sacar agua. Ahora bien, la muchacha a quien yo diga: Inclina, por favor tu cántaro para que yo beba, y ella responda: Bebe, y también voy a abrevar tus camellos, esa sea la que tú tienes designada para tu siervo Isaac" (Gn 24, 13-14). El criado dijo a Rebeca: "Dame un poco de agua de tu cántaro". Ella le dio de beber. Y añadió: "También para tus camellos voy a sacar, hasta que se hayan saciado" (24,17-19). El criado empieza a verlo claro. Rebeca resulta ser de la familia de su amo. La joven corre a anunciar a su madre todas estas cosas. El criado es acogido en casa. La familia acoge la historia: "Del Señor ha salido este asunto" (24, 50). Le preguntan a la joven su opinión y ella dice: "Me voy" (24, 58). Y se pone en camino hacia la tienda de Isaac.

  16. Esaú y Jacob. Rebeca era estéril. Isaac rogó al Señor por su mujer. El Señor la escuchó y Rebeca concibió dos niños. Pero chocaban tanto en su seno que ella exclamó: Si es así, ¿para qué estoy aquí? Y se fue a consultar al Señor. El Señor le dijo: “Dos naciones hay en tu vientre; dos pueblos se separarán de tus entrañas. Un pueblo dominará al otro, el mayor servirá al menor” (25,21-23). Nacieron dos mellizos: “Salió primero uno rojo, todo peludo como un manto, y lo llamaron Esaú. Después salió su hermano, agarrado con la mano al talón de Esaú, y lo llamaron Jacob”. Los muchachos crecieron. Esaú era un experto cazador, hombre de campo, mientras que Jacob era un hombre comedido, amante de la tienda. Un día que Jacob estaba preparando un potaje, llegó Esaú del campo, agotado. Esaú le dijo a Jacob: “Dame un bocado de ese potaje rojo, pues estoy agotado”. Jacob respondió: “Véndeme ahora mismo tus derechos de primogenitura”. Él se lo vendió. Entonces Jacob dio a Esaú pan y un potaje de lentejas (25, 21-34).

  17. El sueño de Jacob. Huyendo de un conflicto familiar, Jacob se detiene en un lugar (Betel, casa de Dios), en la estepa de Canaán. Allí se le hace de noche y coloca una piedra para reposar su cabeza. Tiene un sueño. Vio una escalera, una escalinata como un templo, que se apoyaba en la tierra y con la cima tocaba el cielo. Mensajeros de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba allí, en lo alto. La voz del sueño decía: "La tierra donde estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia" (Gn 28, 13). El sueño de Jacob se cumple en Cristo, verdadero templo de Dios: "Veréis el cielo abierto y a los ángeles del cielo subir y bajar sobre el hijo del hombre" (Jn 1, 51;2, 21). En él se bendicen todas las familias de la tierra (Sal 72, 17).

  18. La lucha de Jacob. Todavía de noche, se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres (Raquel y Lía), las dos criadas y los hijos, y cruzó el río Yaboc, afluente del Jordán “que hace de frontera con los amonitas” (Jos 12,2). Después de tomarlos y hacerles pasar el río, hizo pasar cuanto poseía. Y Jacob se quedó solo. Un hombre luchó con él hasta la aurora. El hombre le dijo: Suéltame, que llega la aurora. Jacob respondió: No te soltaré hasta que me bendigas. Él le preguntó: ¿Cómo te llamas? Le contestó: Jacob. Él replicó: Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Jacob llamó a aquel lugar Penuel, pues se dijo: He visto a Dios y he quedado vivo (Gn 32,25-29). La lucha de Jacob, que se ha interpretado como lucha con un ángel, puede ser una escaramuza migratoria.

  19. Los sueños del faraón. Los relatos de José son una historia típica de guía divina.  El faraón soñó que estaba de pie junto al Nilo, y que salían de él siete vacas hermosas y gordas, que se pusieron a pacer en el juncal. Detrás de ellas salieron del Nilo otras siete vacas feas y flacas que se pusieron junto a las otras. Las siete vacas feas y flacas se comieron a las siete vacas hermosas y gordas. Entonces el faraón despertó. Volvió a dormir y tuvo un segundo sueño: siete espigas granadas y hermosas brotaban de un mismo tallo. Detrás de ellas brotaron otras siete espigas raquíticas y agostadas por el viento solano. Las siete espigas raquíticas se comieron a las siete espigas granadas y llenas. Entonces el faraón despertó.

  20. Interpretación de José. El faraón contó el sueño a los magos y a los sabios, pero nadie pudo interpretárselo. Entonces mandó llamar a José, que estaba en la cárcel. José dijo al faraón: “Dios anuncia al faraón lo que va a hacer. Las siete vacas hermosas son siete años, y las siete espigas hermosas son siete años: es el mismo sueño”, “van a venir siete años de gran abundancia en toda la tierra de Egipto. Pero después vendrán siete años de hambre, que harán olvidar toda la abundancia, pues el hambre consumirá el país”. Un detalle importante: “El que se haya repetido el sueño del faraón dos veces significa que Dios confirma su palabra y que se apresurará a cumplirla. Por consiguiente, que el faraón busque un hombre perspicaz y sabio y lo ponga al frente de toda la tierra de Egipto” (Gn 41,1-33). Ese hombre fue José (41,41). Cuando llegó el hambre, el faraón dijo a los egipcios: “Haced lo que él os diga”. José abrió los graneros, que había llenado en época de abundancia, y repartió raciones a los egipcios (41,49-50).  

  21. José y sus hermanos. Cuando Jacob se enteró de que había grano en Egipto, envió allí a sus hijos a comprarlo (Gn 42,1-2). Así se encuentran con José: “Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis, ni os pese el haberme vendido aquí, pues para preservar la vida me envió Dios delante de vosotros. Van dos años de hambre en el país y aún quedan cinco años en que no habrá arado ni siega. Dios me envió delante de vosotros para aseguraros supervivencia en la tierra y para salvar vuestras vidas de modo admirable” (Gn 45,4-7). Esta guía divina no fue simple emanación de la providencia universal de Dios, sino muestra del plan que Dios había pensado para Israel. Dijo José a sus hermanos: “Yo voy a morir, pero Dios cuidará de vosotros y os llevará de esta tierra a la tierra que juró dar a Abraham, Isaac y Jacob” (Gn 50,24-26).

  22. Algunos aspectos. La existencia de los patriarcas revela una relación especial con Dios. Donde hablamos de alianza, hablamos también de relación. Esta época no poseía aún la ley de Yahvé, manifestada en los mandamientos.  La ausencia del elemento guerrero y la actitud pacífica de toda su vida llamaron siempre la atención. Los patriarcas no eran todavía un pueblo, sino pacíficos nómadas de ganado menor (Von Rad, 223-227).

  23. Encuentro en Siquem. Lo recordamos: “La estancia de los hijos de Israel en Egipto duró cuatrocientos treinta años” (Ex 12,40). Ahora nos situamos en el corazón de Palestina, en Siquem, 500 años después de la alianza de Abraham, en el siglo XIII antes de Cristo: “Allí coinciden unos clanes semitas seminómadas que recorren el país en busca de mejores pastos. Unos vienen del norte del país, otros del centro, otros del sur. También se encuentran unos que vienen de Egipto huyendo de la esclavitud”. Cada uno cuenta su historia. Hablan del propio antepasado: “Para unos es Abraham, para otros Isaac, para otros Jacob”. El Dios de los antepasados los acompaña. En el país han encontrado otros dioses, los de los cananeos. Son dioses sedentarios vinculados a santuarios. Está también el Dios de las tribus que han venido de Egipto. Le llaman Yahvé, el Señor. Es el que mandó a su pueblo dejar el país de la esclavitud.

  24. En el encuentro de Siquem quien prometió a todos lo mismo (un pueblo y una tierra) ¡es el mismo Dios! Es el que en otro tiempo habló a los antepasados y los impulsó a caminar hacia la tierra de Canaán. Es el que habita en el corazón de todos los grupos. Es el Dios cuyo impulso mueve a todas las tribus, que - de pronto - se reconocen como hermanas. El encuentro se narra en el capítulo 24 del libro de Josué: “Ese día comienza a nacer un pueblo. La historia particular de cada grupo pasa a ser la historia de todos”. Reconocen en Yahvé el nombre del verdadero Dios y, en consecuencia, todos ven su propia historia en la que cuenta el grupo venido de Egipto (BJ, edición pastoral).  En el mapa, las tribus en tiempos de Josué.

 

  • Diálogo: Las experiencias que transmiten las tradiciones patriarcales ¿son experiencias actuales? ¿Reconocemos en esas experiencias al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob? ¿Nos reconocemos como hermanos de aquellos creyentes? ¿Tenemos el mismo Dios?