En el principio era la palabra
 

1. TRADICIONES PROFÉTICAS

El Dios de Elías

1. Habiendo a bordado las tradiciones históricas de Israel, abordamos las tradiciones proféticas. Ante ellas se dan diversas actitudes. Por ejemplo, los que dicen: “Lo que importa es el Pentateuco, el libro de la Ley” (judaísmo). Otros dicen: “Importan más los profetas, que hacen una revisión de la tradición judía” (cristianismo). En realidad, importa todo, pues la revisión de la tradición judía no supone la abolición de la ley y de los profetas. Tenemos en cuenta la palabra de Jesús: “No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento” (Mt 5,13).

2. En estas catequesis abordamos las siguientes tradiciones proféticas: la tradición de Elías y Eliseo (siglos IX), la de Amós, Oseas, Isaías y Miqueas (siglo VIII), la de Jeremías y Ezequiel (siglo VI), la tradición del nuevo éxodo y del siervo del Señor (Isaías II, siglo VI), la de la nueva Jerusalén (Isaías III, Ageo, Zacarías, Malaquías, siglos VI-V), la de Daniel (siglos VI-II), la tradición de Juan y la tradición de Jesús, la de las primeras comunidades, la de Moisés y Elías en diálogo con Jesús: el pasaje de la transfiguración (Mt 17,1-13) puede hacerse vivo.

3. De entrada, surgen algunos interrogantes: ¿qué es un profeta?, ¿un vidente?, ¿un adivino?, ¿un hombre de Dios?, ¿alguien que habla en nombre de Dios? Los profetas hunden sus raíces en las tradiciones antiguas de Israel. Ahí está la experiencia de Moisés que escucha la palabra de Dios: “He visto la opresión de mi pueblo”, palabra que es para él, como la zarza ardiente, un fuego interior que no puede apagar. De él se dice: “Suscitaré de en medio de tus hermanos un profeta como tú” (Dt 18,18). Y de Elías: “Surgió el profeta Elías como fuego, su palabra quemaba como antorcha” (Eclo 48,1). Jeremías siente “como un fuego devorador en sus entrañas” que no puede sofocar (Jr 20,9).

4. En realidad, los profetas aparecen en el siglo IX con Elías y Eliseo. Jesús los cita en la sinagoga de Nazaret: “En Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio” (Lc 4, 25-27).

5. Diversos nombres. Natán siempre es llamado “profeta”. En cambio, Gad actúa unas veces como “profeta” y “vidente de David” (2 Sm 24,11) y otras como “profeta” (1 Sm 22,5). Amós es llamado “vidente” por Amasías y responde que no es “profeta”, sino pastor y cultivador de higos (Am 7,12). Antiguamente, en Israel, la persona que iba a consultar a Dios decía: “Vamos a ver al vidente. Pues al profeta de hoy se le llamaba entonces vidente” (1 Sm 9,9). Eliseo es llamado con frecuencia “hombre de Dios” (2 R 4,9) y los discípulos que se reúnen a su alrededor se llaman “discípulos de los profetas”, “comunidad de los profetas” (2 R 2, 3-5). En cierta ocasión se enfrenta un “hombre de Dios” venido de Judá con un “profeta” de Betel, que le dice: “También yo soy un profeta como tú” (1 R 13,18). Los Setenta traducen la palabra hebrea “nabí” por “profeta”, porque “según la opinión corriente del Judaísmo, el nabí es el heraldo de Yahvé, el que habla en nombre de Dios”, profetizar “no tiene sentido de predecir” (Van Imschoot, 207).

6. Profetas en trance. Sólo después de la entrada en la tierra prometida aparecen en Israel los grupos “extáticos”. Tal movimiento parece llegar a Israel a través de la religión cananea. Estos grupos debieron producir una gran impresión en los sencillos labradores israelitas. Su frenesí extático era contagioso; podía apoderarse de una persona con sólo acercarse al grupo de los poseídos: “Divisaron al grupo de profetas en trance de profetizar y a Samuel a la cabeza; el espíritu de Dios vino sobre ellos y se pusieron igualmente a profetizar” (1 Sm 19,20). La descripción del éxtasis (que iba creciendo según pasaban las horas) de los sacerdotes de Baal, nos habla de oraciones a gritos, que proferían mientras se herían a sí mismos “con cuchillos y lancetas” (1 R 18,26-29.

7. Semejanzas y diferencias. En algunos textos del archivo epistolar de Mari, ciudad-estado del tiempo de Hammurabi en el curso medio del Éufrates, hacia el 1700 a.C., nos encontramos con un adivino del dios Dagan que dirige respuestas divinas (recibidas en sueños) a altos funcionarios de la corte. Son quejas y mandatos que transmite ese adivino. En otro texto de Mari el dios de la tormenta sirio Hadad, por medio de un adivino, no sólo reivindica el haber entronizado al rey, sino que -afirma- le quitará de su puesto, si así le place. También Natán recibió de noche la palabra del Señor que fundaba una dinastía (2 Sm 7,4), también recibió una palabra que denunciaba al rey (2 Sm 12). El vidente Gad tuvo que comunicar al rey David el desagrado divino por el censo realizado (2 Sm 24,11-14). El profeta Ajías de Silo irrumpió en la política designando a Jeroboán, que se hallaba al servicio de Salomón, como rey de Israel (1 R 11,29-32).

8. En la mayoría de los cultos de la Antigüedad, la adivinación se practicaba oficialmente por sacerdotes versados en el arte de predecir el futuro o el éxito de una empresa mediante el examen y la interpretación de los presagios. El vidente (el que ve) aparece entre los babilonios, los fenicios, los edomitas, los árabes: “entre los celtas los druidas, entre los romanos los arúspices, en Egipto los altos dignatarios del culto de Amón, llamados profetas entre los griegos, en Grecia la Pythia de Delfos”, “el éxtasis religioso, análogos al de los nabís, se halla en Fenicia, en Babilonia, en Grecia (bacantes) y existe todavía entre los derviches musulmanes” (Van Imschoot, 228-229).

9. Profetas verdaderos y profetas falsos. Hay profetas que hablan en nombre de Yahvé, pero no han sido enviados por él: “Esos profetas se valen de mi nombre para profetizar mentiras” (Jr 14,14). Se les acusa de profetizar por dinero: o para conquistar el favor de los grandes o de la masa: “Se avergonzarán los videntes, los adivinos quedarán en ridículo, se taparán la cara todos ellos, pues Dios no les responde” (Mi 3,7). Son “falsos visionarios y adivinos mentirosos” (Ez 13,9). Hay criterios por los que se distingue al profeta verdadero del falso. En primer lugar, la fidelidad al Señor: el profeta que aparte del Señor, con toda seguridad no ha sido enviado por él (Dt 13,2-6). En segundo lugar, el cumplimiento de la profecía: una profecía que no se cumple no viene de Dios (1 R 22,28).  

10. Elías el tesbita, procedía de Tisbé de Galaad (1 R 17,1), una región al este del Jordán, que no estaba afectada por la antigua cultura cananea. En esa región la fe en el Señor se había mantenido más pura que en el oeste, donde Israel se abría con creciente despreocupación a la religión de Baal. Es fácil imaginarse cómo indignaba a Elías el sincretismo religioso. Esa mezcla de religiones databa de los tiempos de la entrada de Israel en Canaán, pero había entrado en una fase nueva cuando David incorporó al reino de Israel amplias regiones cananeas. La influencia cananea llegó a ser una amenaza para la fe de Israel. Fue un proceso muy sutil que pasó desapercibido para la mayoría. Aparentemente todo seguía igual. Los altares humeaban y se hacían oraciones. Pero ¿era todavía el Señor a quien se adoraba?, ¿o era más bien Baal, con su religiosidad natural, al que se había sobrepuesto el nombre de Yahvé?

11. Desde David, durante 150 años, así estaban las cosas en lo relativo al culto, pero la política de los reyes Omrí y Acab produjo una situación peor. Al fundar Samaría, Omrí dio un nuevo centro al estado. Samaría era probablemente una ciudad-estado relativamente independiente, con una constitución política y cultural propia. En cualquier caso, poseía un templo de Baal. Acab tomó por mujer a Jezabel, hija del rey de los sidonios, y se puso a servir a Baal, postrándose ante él: “Le elevó un altar en el santuario que edificó en Samaría” (1 R 16, 32). En cambio, Samaría no tenía templo de Yahvé. En el campo, se servía a Yahvé, o mejor dicho a aquel al que entonces llamaban Yahvé; pero en la corte y entre la gente dirigente de la ciudad se veneraba a Baal. Los restos de la auténtica adoración al Señor, conservados en el campo, corrían peligro de extinción.

12. En ese momento de aguda amenaza para la fe en Yahvé aparece Elías. El gran bloque de Elías (1 R 17,1-19,18) consta él solo de “seis narraciones independientes”, que un recopilador armonizó más tarde. El Dios de la lluvia no es Baal, sino el Señor. Dice Elías: “Vive el Señor, Dios de Israel, a cuyo servicio estoy, que en estos años no caerá ni rocío ni lluvia, sino es en mi palabra” (1 R 17,1). Dios habla de muchas maneras, también puede hablar en una pertinaz sequía. Elías fue a establecerse en el torrente Kerit, junto al Jordán. Al cabo de unos días se secó el torrente, pues no hubo lluvia sobre el país. Entonces recibió la palabra del Señor: “Levántate, vete a Sarepta de Sidón”, “he ordenado a una mujer viuda de allí que te suministre alimento”, “la orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará hasta el día en que el Señor conceda lluvia sobre la tierra”. La viuda acogió a Elías, pero cayó enfermo el hijo de la viuda. Elías gritó al Señor y e Señor escuchó su grito: “el niño volvió a la vida” (17,22).

13. En la gran asamblea celebrada en el Carmelo (1 R 18,17-40), el profeta convierte en problema de todo el pueblo la cuestión de quién es verdaderamente Dios en Israel.  Nadie había visto como él la incompatibilidad del culto a Baal con el culto a Yahvé. Delante de todos “se puso a restaurar el altar del Señor que había sido destruido”, “tomó Elías doce piedras según el número de los hijos de Jacob, al que se había dirigido esta palabra: Tu nombre será Israel. Erigió con las piedras un altar al nombre del Señor” (18,31-32).

14. El monte Carmelo, feudo cananeo. Dado que el Carmelo estaba fuera del territorio de la antigua asociación de tribus, ese altar sólo había podido ser construido a partir de la época de David: “debió ser como un intruso, como un puesto avanzado en territorio cananeo; en efecto, el Carmelo había sido desde tiempos remotos el recinto cultual de Baal”, “allí donde antes los dos altares se encontraban en vecindad pacífica, terminaba por ser destruido el altar de Yahvé. Precisamente fue esta la situación que Elías encontró en el Carmelo” (Von Rad, 17-22 y 30-33).

15. A la pregunta formulada por el profeta, ¿quién dio la respuesta? Desde luego no fue el pueblo, como en la asamblea de Siquem: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses!” (Jos 24, 16). El pueblo permaneció en silencio. Tampoco la dio Elías, sino el mismo Señor. Israel no podía ser salvado de otro modo; por sí mismo nunca hubiera podido librarse de aquel abandono de su fe, si el Señor mismo no se hubiera manifestado una vez más con gran gloria: “Cayó el fuego del Señor” (1 R 18,37), que Elías recibió como respuesta. Con ello quedaba zanjada la cuestión de quién es Dios en Israel. ¡Israel sabía que su Dios siempre estaba dispuesto a manifestarse! Se sabía buscado por él y no necesitaba ir a buscarlo o atraerlo.

16. La matanza de los sacerdotes de Baal (1 R 18,40) parece legendaria. La asamblea había sido convocada por el rey Acab a petición de Elías: “Manda que todo Israel se reúna en torno a mí en el monte Carmelo, especialmente a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal” (18,19). Elías pudo recordar un derecho antiguo, según el cual toda forma de apostasía merece la muerte: “El que ofrezca sacrificios a los dioses -fuera del Señor- será exterminado” (Ex 22,19). El Deuteronomio, 200 años después de Elías, todavía mantiene ese ordenamiento jurídico” (Dt 13,7-10). Probablemente todo quedó en una fuerte denuncia de Elías a los profetas de Baal.

17. La experiencia del Horeb. A la reina Jezabel no le convenció la manifestación del Señor en el Carmelo. Al contrario, decidió tomar medidas extremas contra el profeta. Entonces Elías realiza una larga marcha, camina “cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios” (1 R 19, 8), vuelve a las fuentes de la fe en Yahvé. Allí se introdujo en la cueva y pasó la noche. Le llegó la palabra del Señor preguntando: ¿Qué haces aquí, Elías? Y él respondió: “Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas, quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela” (19,10). Elías buscaba al Señor en el lugar donde se había manifestado a Israel. Pero Dios no estaba ni en el huracán ni en el terremoto ni en el fuego (Ex 19,18), sino “en el susurro de una brisa suave”: “Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva” (19,12-13). Dos reyes causarán estrago en Israel, y Elías mismo los  designará para esta tarea: el arameo Jazael, rey de Aram-Damasco, y Jehú, que será rey de Israel. Elías no está solo, tiene quien le suceda, está Eliseo, está la comunidad de los profetas. Y de Israel quedará un resto: “Dejaré un resto de siete mil en Israel que no se doblaron ante Baal y cuyas bocas no lo besaron” (19,18).

18. La figura de Elías se completa con la historia de Nabot y con la de Ocozías. A la concepción despótica y absoluta de los poderes del rey, que era característica de la realeza cananea, se enfrenta la concepción profética, según la cual el derecho, la propiedad y, sobre todo, la vida de cada individuo, sin acepción de personas, está protegida por Dios. Para hacerse con su viña, el rey Acab ha matado a Nabot. El profeta Elías sale a su encuentro y le dice en nombre de Dios: ¿Has asesinado y además robas? Por esto dice el Señor: En el mismo lugar donde los perros han lamido la sangre de Nabot, los perros lamerán la tuya” (1 R 21,19). El rey Ocozías, que se había caído por una ventana, se dirigió al dios de Ecron, buscando curación. Elías salió al encuentro de los mensajeros del rey y les dijo: “¿No hay acaso Dios en Israel para que vayáis a consultar a Baal-Zebub, el dios de Ecrón? Por eso, así dice el Señor: No bajarás jamás de la cama a la que has subido. Morirás sin remedio” (2 R 1,3-4). Pues bien, “dos años reinó sobre Israel” (2 R 22,52).

19. Muerte de Elías. El profeta estaba en una situación de riesgo permanente. Todos -Elías, Eliseo y la comunidad de los profetas- sabían que tenía los días contados.  Mientras cruzaban el río Jordán, dijo Elías a Eliseo: “Pídeme lo que quieras antes de que me aparten de tu lado”. Eliseo pidió: “Déjame en herencia dos tercios de tu espíritu”.  Elías comentó: ¡No pides nada! Si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás; si no me ves, no lo tendrás”. Mientras ellos seguían conversando por el camino, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo lo miraba y gritaba: “¡Padre mío, padre mío!, ¡carro de guerra de Israel y su tiro de caballos!”. Y ya no lo vio más. Entonces agarró su túnica y la rasgó en dos; luego recogió el manto que se le había caído a Elías, se volvió y se detuvo a la orilla del Jordán; y agarrando el manto de Elías, golpeó el agua diciendo: “¿Dónde está el Dios de Elías?”. Golpeó el agua, el agua se dividió por medio, y Eliseo cruzó. Cuando la comunidad de los profetas lo vio venir hacia ellos, dijeron: “El espíritu de Elías se ha posado sobre Eliseo” (2 R 2,7-16). Los demás le vieron distinto.

20. En memoria de Elías: “Fuiste arrebatado en un torbellino ardiente, en un carro de caballos de fuego; tú fuiste designado para reprochar los tiempos futuros, para aplacar la ira antes de que estallara, para reconciliar a los padres con los hijos y restablecer las tribus de Jacob. Dichosos los que te vieron y se durmieron en el amor, porque también nosotros viviremos” (Eclo 48,9-11). Ante la mala acogida de un pueblo samaritano, Santiago y Juan (los “hijos del trueno”) reaccionan de forma tremenda: “¿Señor, quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?”. Jesús los regañó (Lc 9,54-55). En la sinagoga de Nazaret, Jesús cita a Elías y a Eliseo (Lc 4,25-27). Elías aparece en el pasaje de la transfiguración. Los discípulos le preguntaron: “¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?” (ver Mal 4,5-6). Jesús respondió: “Os digo que Elías ha venido ya y han hecho con él lo que han querido” (Mc 9,11-13), “entonces los discípulos entendieron que se refería a Juan, el Bautista” (Mt 17,13).

* Diálogo: ¿Dónde está el Dios de Elías?, ¿es el Dios de Elías, el Dios de Jesús, el que se vive en las Iglesias cristianas?, ¿se necesita un resto?