En el principio era la palabra
 

5. LA TRADICIÓN DE ISAÍAS

Misión imposible

  1. La tradición de Isaías recoge la misión del profeta. Isaías profetiza “en tiempos de Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá” (Is 1,1), es decir, entre los años 767-698 aproximadamente. Su vocación tiene lugar “el año de la muerte del rey Ozías” (6,1). Su misión se sitúa entre los años 740-698, aproximadamente, unos cuarenta años. La suya aparece como una misión imposible. En la foto, el reino dividido, Israel y Judá.
  2. Algunos interrogantes. ¿Cuál es el mensaje de Isaías?, ¿en qué contexto vive?, ¿por qué asume una misión imposible?, ¿tiene rasgos propios?, ¿cómo recibe la misión profética?, ¿qué es lo que Dios entiende por justicia?, ¿hace falta un desarme universal?, ¿la viña sigue dando agrazones?,  ¿qué supone el resto?, ¿hay que poner el mensaje por escrito?, ¿qué supone la ciudad de Sión?, ¿qué rasgos tiene el Ungido del Señor?, ¿cuáles son las señales esperadas?
  3. Contexto. En el siglo VIII, tras la muerte del rey Ozías (767-740), los asirios aparecen en el horizonte de Judá. El año 734 Teglatfalasar III (745-727) avanza por la llanura costera de Palestina hasta la frontera con Egipto. Al año siguiente Judá se ve obligado a tomar parte de una coalición formada por Aram e Israel contra Asiria. Entonces los judíos llaman en su ayuda a los asirios. Ajaz, rey de Judá, envía mensajeros al rey de Asiria diciendo: “Sálvame de manos del rey de Aram y de manos del rey de Israel que se han levantado contra mí” (2 R 16,7). Teglatfalasar atacó el reino de Israel, le tomó parte de su territorio y “los deportó a Asiria” (2 R 15,29). El año 732 Aram es derrotado y el año 721, tras la conquista de Samaría, el reino de Israel es incorporado al imperio asirio. Hacia el año 720, la revuelta de Judá apoyada por Egipto es aplastada por los asirios: “Ninguna empresa le saldrá bien a Egipto, la emprenda la cabeza o la cola, la palmera o el junco” (Is 19,15). En la revuelta de los años 713-711 Ezequías rompe el vasallaje con Asiria, pero la revuelta es aplastada con la conquista de Asdod (20,1). El año 701, en una tercera revuelta es devastada Jerusalén por Senaquerib (Is 22, 4; Von Rad, 188-189).
  4. Algunos datos. Isaías -probablemente- es de Jerusalén. Allí profetiza. Se mueve con libertad en relación con el rey y con altos cargos. Está casado y tiene dos hijos, a los que pone nombres simbólicos: Un resto volverá (7,3) y Pronto al botín, “porque antes de que el niño sepa decir papá y mamá, las riquezas de Damasco y el botín de Samaría serán llevados ante el rey de Asiria” (8,3-4). Comentan los profesores Luis Alonso Schökel y José Luis Sicre en su primer tomo sobre los Profetas: “Judá e Israel aparecen como reinos independientes, envueltos en los graves problemas de la segunda mitad del siglo VIII. Asiria es la potencia dominante”. Hay referencias claras a la coalición de Aram e Israel contra Judá, la caída del reino del Norte, el asedio de Asdod, la invasión de Senaquerib. Sin embargo, a partir del capítulo 40, nos vemos sumergidos “en un mundo distinto: por dos veces se menciona a Ciro (44,28;54,1), rey persa de mediados del siglo VI; y se exhorta al pueblo a salir de Babilonia (48,20; 52,11; 55,12) y emprender la vuelta a Jerusalén”. Nos encontramos en los años del destierro a Babilonia, siglo y medio después de la muerte de Isaías. Y a partir del capítulo 56 tenemos la impresión de hallarnos de nuevo en Jerusalén, inmersos “en la problemática de los años posteriores al exilio” (Schökel-Sicre, 93).
  5. La tradición de Isaías. En El libro de Isaías (1-39) el profesor inglés Joseph Blenkinsopp no ve motivo alguno para negar la existencia de “un importante sustrato isaiano del siglo VIII a.C.”, “existe cierta coherencia lingüística y temática a lo largo de Is 1-39, la cual nos permite hablar de una tradición isaiana desarrollada a través de un proceso que acumula reinterpretaciones y reutilizaciones”. Frente a la posición tradicional y frente a la posición radical, es la postura que “una lectura cuidadosa de los textos sugiere” (Blenkinsopp, 82).
  6. Tradiciones rabínicas. Las tradiciones rabínicas acerca de Isaías hablan de su linaje real: “su padre Amós era hermano del rey Amasías”, “acusado de profetizar falsamente, Isaías huyó y se refugió en el tronco de un cedro o de un algarrobo”, “Manasés ordenó talar el árbol e Isaías fue aserrado por la mitad”. De Manasés se dice que “derramó tanta sangre inocente que inundó Jerusalén” (2 R 21,16). Varios rabinos no aceptaron el duro juicio de Isaías sobre el pueblo. Se le critica, por ejemplo, cuando llama Sodoma a Jerusalén, o cuando afirma haber visto a Dios, desafiando la afirmación de Moisés según la cual nadie puede ver a Dios y seguir con vida (Is 6,1; Ex 33,20). Se le considera “culpable de impiedad por pronunciar el nombre inefable antes de morir” (Blenkinsopp, 106-107).
  7. Visión de Isaías. Hacia el año 740, contando unos veinte años, Isaías tiene esta visión: “El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Junto a él estaban los serafines, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos el cuerpo, con dos volaban, y se gritaban uno a otro diciendo: ¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria! Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: ¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo. Uno de los seres de fuego voló hacía mí con una ascua en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu pecado. Entonces escuché la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros? Contesté: Aquí estoy, mándame” (Is 6,1-8).
  8. Misión imposible. Llama la atención. El Señor le confía y el profeta recibe una misión imposible: “Ve y di a esa gente: Por más que escuchéis no entenderéis, por más que miréis, no comprenderéis. Embota el corazón de esta gente, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda, que no se conviertan y sanen”. Isaías pregunta: ¿Hasta cuándo, Señor? Le respondió: “Hasta que las ciudades queden devastadas y despobladas, las casas sin gente, los campos yermos. Porque el Señor alejará a los hombres, y crecerá el abandono en el país. Y si aún quedara una décima parte, también sería exterminada. Como una encina o un roble que, al talarlos, solo dejan un tocón. Ese tocón será semilla santa” (6,9-13). Por tanto, ¿hasta cuándo?  Hasta que solo quede un tocón. Pero ese tocón será “semilla santa”.
  9.  La justicia de Dios. Isaías es portavoz y defensor de la justicia de Dios, de lo que Dios entiende por justicia: “No me traigáis más inútiles ofrendas, son para mí como incienso execrable”, “vuestros novilunios y solemnidades los detesto, se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos me cubro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre”, “dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended la viuda” (Is 1,10-17). Es lo que dice Oseas: “Misericordia quiero, no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos” (Os 6,6; ver Mt 9,13).
  10. Desarme universal. “En los días futuros, estará firme el monte de la casa del Señor”, “hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: Venid, subamos al monte del Señor, la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas, porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor. Juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, venid, caminemos a la luz del Señor” (2,2-5). En la foto, arquero asirio (Atlas de la Biblia).
  11. Rasgos propios. Hay rasgos propios de Isaías: la ciudad de Jerusalén y el reino del Ungido. El pueblo del Señor está constituido por la ciudad de Jerusalén que será renovada en todas sus funciones: “Purificaré tu escoria en el crisol, separaré toda la ganga, te daré jueces como los de antaño, consejeros como los del tiempo antiguo: entonces te llamarán Ciudad Justa, Villa Fiel” (Is 1,26). Los pobres estarán seguros: “En ella se refugian los desvalidos de su pueblo” (14,32). Sin embargo, la realidad es otra: “Tropieza Jerusalén, se derrumba Judá, porque sus palabras y sus obras están contra el Señor, se rebelan delante de su gloria. Su parcialidad testimonia contra ellos, como Sodoma, publican sus pecados, no los ocultan; ¡ay de ellos, pues se acarrean su desgracia!” (3,8-9).
  12. La viña da agrazones: “Mi amigo tenía una viña en un fértil collado. La entrecavó, quitó las piedras y plantó buenas cepas, construyó en medio una torre y cavó un lagar. Esperaba que diese uvas, pero dio agrazones” (5,1-2). Ante la predicación del profeta se levanta una barrera terrible: se habla de obstinación. Ya en el momento de su vocación, se le dice al profeta que su tarea será endurecer el corazón del pueblo, hacer sordos sus oídos y vendar sus ojos. De algún modo, esa obstinación figura ya en la tradición histórica. Un espíritu de discordia se introdujo entre Abimelec y los señores de Siquén (Jue 9,23). Un mal espíritu le sobrevino a Saúl para atormentarle (1 Sm 16,14). Un espíritu de mentira engañó a Ajab, rey de Israel, infundiéndose en todos sus profetas (1 R 22,19-23). La aptitud para oír y entender la palabra de Dios se atrofia cuando se la rechaza continuamente. Es embotamiento: “El Señor derramó sobre vosotros un espíritu de sopor que cierra vuestros ojos, y cubre con un velo vuestras cabezas”, “anulando la sabiduría de los sabios y eclipsando la inteligencia de los inteligentes” (29,10-14).
  13. La ciudad de Sión. Isaías aborda la situación de Jerusalén siguiendo un esquema variable según las épocas. Por ejemplo, un rumor de pueblos se acerca contra Sión, el Señor les amenaza y ellos huyen: “Al atardecer se presenta el miedo, antes de la mañana ya no están ahí” (Is 17,14). No se puede precisar de qué pueblos se trata. Isaías depende de alguna tradición; por ejemplo, de los salmos de Sión: “Dios está en medio de ella, no será conmovida. Dios la socorre al llegar la mañana” (Sal 46), ”los reyes se habían aliado, irrumpían a una; apenas vieron, de golpe estupefactos, aterrados, huyeron en tropel” (Sal 48), “desde los cielos pronuncias la sentencia, la tierra se amedrenta y enmudece, cuando Dios se levanta para el juicio, para salvar a todos los humildes de la tierra” (Sal 76).
  14. El plan del Señor. Reinando en Judá Ajaz, subieron contra Jerusalén Rasín, rey de Siria, y Pecaj, rey de Israel. Entonces el Señor dijo a Isaías: “Ve al encuentro de Ajaz y dile: Conserva la calma, no temas y que tu corazón no desfallezca ante esos dos restos de tizones humeantes”. Aunque estos tramen tu ruina, “no ocurrirá ni se cumplirá”, “si no creéis, no subsistiréis” (Is 7,1-9). Todo depende de que Ajaz y los notables de Jerusalén hagan sitio a la acción de Dios, al plan del Señor. Sin embargo, los burlones dicen: “¡Que se dé prisa, que apresure su obra para que la veamos, que se aproxime y se cumpla el plan del Santo de Israel para que lo sepamos!” (5,19). El Señor prepara su obra “desde hace tiempo”: “No os fijabais en quien todo lo hace, ni mirabais al que lo ha planeado hace tiempo” (22,11). Formamos parte de un proyecto de Dios que nos envuelve.
  15. Como el labrador. Se puede tener la impresión de que el Señor protegerá a Sión en cualquier circunstancia. Así lo expresa Isaías en más de una ocasión: “Subieron a atacar Jerusalén, pero no lograron conquistarla” (Is 7,1), “las naciones braman con el bramar de aguas caudalosas, pero él las amenaza y huyen lejos” (17,13). Sin embargo, de los asirios espera el profeta una devastación desoladora: “Aquel día silbará el Señor a los tábanos del confín del delta de Egipto y a las abejas de Asiria, vendrán a posarse en masa en los cauces de las quebradas”, “aquel día afeitará el Señor los pelos desde la cabeza hasta los pies con una navaja alquilada al otro lado del río, por medio del rey de Asiria” (7,18-20). El profeta no pierde nunca de vista este aspecto oscuro de la obra del Señor. Así, por ejemplo, en el poema de Ariel, donde considera al Señor mismo como aquel que asedia a Sión. Entonces “habrá lamentos y gemidos”, “humillada, hablarás desde el suelo” (29,2-4). La obra del Señor alcanza una clara ambivalencia: juzga y salva al mismo tiempo. El Señor se levanta “para ejecutar su obra, obra extraña, y cumplir su tarea, insólita tarea” (28,21). Por eso, “no os burléis, no sea que se aprieten vuestras ataduras” (28,22)., Como el labrador, el Señor realiza en cada momento la obra adecuada: “El labrador, cuando siembra, ¿se pasa los días arando, abriendo surcos y rastrillando el campo?” (28,24). Así obrará también ese día la salvación, pero ¿qué significará ese día para los burlones? Para ellos será un día de juicio.
  16. Un resto volverá. A pesar de todo, Isaías confía y espera, su mensaje es aceptado por un pequeño grupo: “Yo confío en el Señor, que oculta su rostro a la casa de Jacob, en él he puesto mi esperanza. Yo y los hijos que el Señor me ha dado somos signos y presagios en Israel, signos del Señor del universo, que habita en la montaña de Sión” (8,17-18). El profeta tiene presente la idea de resto. El nombre simbólico que puso a su hijo significa precisamente: Un resto volverá (7,3). La idea de resto, tomada en sí misma, designa lo que queda de un pueblo que ha podido sobrevivir a una campaña de extermino. En este sentido la usa también Isaías cuando habla, por ejemplo, del resto de Moab (16,14), de Siria (17,3), de Cadar (21,17), de Filistea (14,30). De su propio pueblo dice Isaías: “Si el Señor del universo no nos dejara un resto, seríamos como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra” (1,9). Se puede ver una alusión a ese resto en el signo del Emmanuel (7,14-17), en el grupo de discípulos (8,16-18), en los pobres que encuentran refugio en Sión (14,32).
  17. Ponlo por escrito. El mensaje contra el que Jerusalén se ha endurecido debe ser escrito “para un día futuro”. En ese día se cumplirá todo lo que estaba pasando por los oídos de sus contemporáneos: “Ahora ve, escríbelo en una tablilla, grábalo en un libro, y que dure hasta el último día, para testimonio hasta siempre: Que es un pueblo terco, criaturas hipócritas, hijos que no aceptan escuchar la instrucción del Señor” (Is 30,8-9; Von Rad, 189-197).
  18. Jerusalén devastada. El año 701, Senaquerib “marchó contra todas las ciudades fortificadas de Judá y se apoderó de ellas” (Is 36,1). Ezequías se rindió, aceptó un pesado tributo y una mengua territorial. Por medio de un acto de razón política, preservó a la ciudad de lo peor. Estalló en júbilo la población sitiada, pero Isaías se apartó lleno de vergüenza: “Apartaos de mí, lloraré amargamente; no tratéis de consolarme por la devastación de mi pueblo” (22,4),“vuestro país está devastado, vuestras ciudades incendiadas, vuestros campos los devoran extranjeros, ante vuestros ojos”, “Sión ha quedado como cabaña de viñedo, como choza de melonar, como ciudad sitiada” (1,7-8).
  19. Fracaso y esperanza. El resultado de la misión de Isaías parece ser un fracaso. Sin embargo, no hay rastro de que el profeta se haya visto decepcionado por el Señor. Solamente le han decepcionado sus contemporáneos. Él puso por encima de todo la palabra del Señor que se le había confiado. Si la palabra había sido rechazada por su generación, podía ser provechosa para otra. Precisamente el hecho de poner por escrito los textos muestra claramente que Isaías ha cumplido su misión a pesar de su fracaso. Se lo había dicho el Señor en el momento de su vocación. Su consuelo radica en un resto. Sus seguidores recogen su mensaje y lo actualizan en los tiempos posteriores (Von Rad, 197-210).
  20. El ungido del Señor. En la ciudad de Jerusalén está viva la espera del rey prometido (Sal 72): “Brotará un renuevo del tronco de Jesé” (Is 11,1). La referencia al padre de David sugiere que Isaías pensaba, no en un rey más, sino en un nuevo David. Miqueas pensaba lo mismo, cuando dice a Belén que de ella saldrá “el que ha de gobernar Israel” (Mi 5,1). El Señor volverá a comenzar su obra desde el principio. La esperanza está en Belén, no en Jerusalén: “Por vuestra culpa, Sión será un campo que se ara, Jerusalén, un montón de ruinas, y la colina donde se alza el templo, un campo cubierto de maleza” (3,12). Isaías espera una renovación de Jerusalén, pero esa esperanza incluye un juicio duro de los gobernantes contemporáneos. El Ungido futuro no es un soberano, sino mandatario de una autoridad más alta, aun cuando sea semejante a un rey allí donde reside (10,8), no es un rey, sino que está subordinado al rey, al Señor. Dado que el Ungido es investido como mandatario de Dios, se le dan también títulos reales. El Ungido está en conversación permanente con el Señor sobre el gobierno del mundo.
  21. Rasgos del Ungido. En primer lugar, la experiencia permanente del espíritu: “Sobre él posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor” (11,2). En segundo lugar, la función de juzgar: “No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas, juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra, pero golpeará al violento con el látigo de su boca” (11,3-4). En tercer lugar, la paz, la supresión de la violencia, incluso en la esfera animal: “Habitará el lobo con el cordero, el ternero y el león pacerán juntos. El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente, y el recién destetado extiende la mano hacia la madriguera del áspid. Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo, porque está lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar” (11,6-9).
  22. Las señales esperadas. Se hace posible lo que parecía imposible: “Que el desierto y el sequedal se alegren, regocíjese la estepa y florezca como flor”, “fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes, decid a los de corazón intranquilo: Ánimo, no temáis”, “mirad que vuestro Dios trae el desquite, viene en persona y os salvará”, “entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo, porque brotarán aguas en el desierto y torrentes en la estepa”, “habrá allí un camino recto, vía sacra se la llamará”, “los rescatados la recorrerán. Los redimidos del Señor volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán!¡Adiós penar y suspiros!” (35,1-10). Las señales esperadas se cumplen en la misión de Jesús (Lc 7,19-23).
  23. La confesión de Dios. Los desterrados vacilan en su fe, escandalizados por el poder de los dioses imperiales. ¿Acaso escapa a Dios lo que acontece en la historia? El profeta proclama que hay un solo Dios: “Yo soy el Señor, y no hay otro”, “así dice el Señor, creador del cielo: él es Dios, él modeló la tierra”, “yo soy el Señor y no hay otro. No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más” (Is 45,6-22). Hay que cuidar la casa común y hay que cuidar también la confesión de fe. Dice el papa Francisco en su encíclica Laudato si’: “El mundo fue creado por las tres personas como un único principio divino, pero cada una de ellas realiza esta obra según su propiedad personal” (n. 238), “para los cristianos, creer en su solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar que toda la realidad contiene en su seno una marca trinitaria” (n. 239), “las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo creado, según el modelo divino es una trama de relaciones” (n.240). Una pregunta: ¿Todavía estamos así? Ciertamente, importa la ecología de la casa común, pero importa también la ecología de la confesión de fe. Hay que volver a las fuentes. La confesión de fe perdió su medio ambiente (bíblico) para pasar a otro medio ambiente (filosófico), donde se contaminó durante los siglos IV y V. Hay que volver a los orígenes. Es cuestión de conversión (ver PC, catequesis 21, En un mismo espíritu. Un solo Dios y un solo Señor; La reforma pendiente, cap. IX).