En el principio era la palabra
 

7. LOS MUERTOS RESUCITAN

De la muerte a la vida

  1. El Evangelio lanza un desafío al acontecimiento duro, doloroso y desconcertante de la muerte. Es "el máximo enigma de la vida humana" (GS 18). Ante él la razón humana se reconoce incapaz de vislumbrar un rayo de luz y de esperanza. De hecho, muchos viven la muerte como polvo (Gn 3,19), es decir, como aniquilación total de la existencia. La muerte entra por los ojos. Sin embargo, una de las señales del Evangelio es ésta: "los muertos resucitan" (Mt 11,5). Puede parecer extraño. Por ello dice Jesús: "No os extrañéis de esto" (Jn 5,28). Precisamente, porque las cosas no están claras, es necesario el anuncio del Evangelio. La experiencia del Evangelio entraña un cambio radical: un paso de la muerte a la vida. La tradición catecumenal y litúrgica de la Iglesia ha visto en el pasaje de Lázaro todo un test que sirve para revisar la experiencia de fe, que aparece aquí en una situación concreta: la de un hombre que muere en la plenitud de la vida.
  2. Contexto. Tras la denuncia del templo, los escribas y los sumos sacerdotes acosan a Jesús con preguntas. En este contexto, algunos saduceos (esos que dicen que no hay resurrección) le plantean el caso de la mujer que muere tras haberse casado sucesivamente con siete hermanos, en la medida en que iba enviudando: Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? (Lc 20,33). Responde Jesús: "Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de los muertos ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos viven" (20,35-38). Los saduceos están muy equivocados por no entender las Escrituras ni el poder de Dios (Mt 22,29).
  3. En la plenitud de la vida. Una grave enfermedad irrumpe de modo desconcertante en el círculo de amigos de Jesús, en Betania, en casa de Lázaro. Las hermanas enviaron a decirle: "Señor, aquél a quien tú quieres, está enfermo". Al oírlo Jesús, dijo: "Esta enfermedad no es para muerte; es para gloria de Dios, para que el hijo de Dios sea glorificado por ella". En la Biblia interesa no sólo la causa de la enfermedad y cómo curarla, sino también su significado: ¿qué sentido tiene?, ¿qué puede hacer Dios en esta enfermedad?, ¿es para muerte o para gloria de Dios?
  4. Retraso. Jesús amaba a María, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Tendría algo que hacer allí o quizá se lo tuvo que pensar, orar y discernir. Dos días después, dice a sus discípulos: "Volvamos de nuevo a Judea". Volver a Judea era meterse en la boca del lobo. Le dicen los discípulos: "Hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?”. Pero Jesús lo tiene claro: "Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo".
  5. La muerte es un dormir del que se puede despertar. Jesús descubre poco a poco su intención: "Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle". Los discípulos no entienden, necesitan que Jesús se lo diga claramente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí para que creáis". Para Jesús la muerte es un dormir del que se puede despertar. Ahora bien, ¿cómo se ha enterado Jesús de que Lázaro ha muerto? ¿Por qué misteriosa comunión o comunicación? Se dice a veces: “Claro, como tenía ciencia infusa”, “como era el hijo de Dios”. Sin embargo, Jesús “tenía que parecerse en todo a sus hermanos” (Hb 2,17), a nosotros. En cualquier caso, se alegra de no haber estado allí: el retraso tiene un sentido. Y la decisión está tomada: "Vayamos donde él". Los discípulos no han descubierto todavía la vida que anuncia Jesús, la vida que vence a la muerte, la resurrección como un despertar. Lo que tienen claro es el riesgo que corren: "Vayamos también nosotros a morir con él".
  6. Reproche. Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Como medida de prudencia, Jesús no se acerca a la casa. Muchos judíos, que habían venido a consolar a las hermanas, la tenían ocupada. Betania está cerca de Jerusalén, a unos 3 kilómetros. Cuando supo Marta que había venido Jesús, le salió al encuentro y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". Marta le hace un cierto reproche a Jesús. Está convencida de que, de haber estado allí Jesús, no hubiera muerto su hermano. No ha estado allí. Sin embargo, ella sabe que cuanto pida a Dios, Dios se lo concederá.
  7. Anuncio. Le dice Jesús: "Tu hermano resucitará". Responde Marta: "Ya sé que resucitará en la resurrección el último día". Marta sabe lo que le han enseñado, la doctrina farisea de la resurrección. A decir verdad, no le consuela mucho: el último día, al final de la historia, no hay plazo más largo. En realidad, tanto entonces como ahora, está muy difundido el error de Marta. Responde Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?". Hay una diferencia entre lo que ya sabe Marta y lo que le anuncia Jesús. El es, en presente, la resurrección y la vida. Quien crea en él, aunque muera vivirá. Esto no sólo se dice de Lázaro, sino de cualquiera de nosotros. También para nosotros va dirigida la pregunta: ¿Crees esto? Marta responde con una confesión general de fe: "Yo creo que tú eres el Cristo, el hijo de Dios, el que había de venir al mundo".
  8. Al encuentro del Señor. Marta va a llamar a su hermana María y le dice al oído (de nuevo, la medida de prudencia): "El maestro está ahí y te llama". María se levanta rápidamente y le sale al encuentro. Sin embargo, los judíos la siguen (se viene abajo la medida de prudencia) pensando que iba al sepulcro a llorar allí. En estos casos, ¿qué hacemos nosotros? ¿Vamos al encuentro del Señor, que es la resurrección, o vamos al sepulcro a llorar allí?
  9. Jesús se echó a llorar. María le repite a Jesús la posición familiar: "Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". Como si se encontrara sin palabras, Jesús se echó a llorar. También él está afectado por la muerte de Lázaro. Dice Jesús: "¿Dónde lo habéis puesto?". Le responden: "Señor, ven y lo verás". Los judíos decían: "Mirad cómo lo quería". Pero algunos dijeron: "Y este, que abrió los ojos al ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera? La oposición estaba presente. Jesús se conmovió de nuevo y fue al sepulcro.
  10. Quitad la piedra. Dice Jesús: "Quitad la piedra". La piedra separa definitivamente a vivos y muertos. Además, la muerte pesa como una losa: de eso no se habla. Ahora bien, ¿qué supone en cada caso quitar la piedra? En el destierro el pueblo de Israel es un campo de huesos secos. Pues bien, se les dice: "Huesos secos, escuchad la palabra del Señor... He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel" (Ez 37,4-12; ver Is 49,9). En este caso, volver a casa es resucitar, abrirse la tumba, salir de la tumba. Dice San Agustín "Si no crees, aunque estés con los vivos, estás muerto", “a uno que aplazaba seguir al Señor, diciendo que debía ir antes a enterrar a su padre, le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos" (Sobre el evangelio de San Juan 49,15). Ahora bien, si se trata de la muerte física ¿qué supone resucitar? ¿La reanimación del cadáver (vuelta a esta vida) o, más bien, la vida que anuncia Jesús (más allá de la muerte)? La familia se resiste, porque "huele, es el cuarto día", porque duele... Sin embargo, es preciso creer para ver la gloria de Dios. Aquí el que no cree, no ve.
  11. ¿Cómo resucitan los muertos? La pregunta se hace una y otra vez: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? Dice San Pablo: "Se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual" (1 Co 15,44). Esto, habitualmente, se entiende mal: “Se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo natural”. Pero no es eso lo que dice San Pablo. No podemos imaginar en qué consiste el cuerpo espiritual, el cuerpo resucitado. Creemos que somos los mismos y en plenitud, una plenitud que no podemos imaginar: "Ni el ojo vio ni el oído oyó...lo que Dios prepara a los que le aman" (1 Co 2,9). Sea como sea, resucitamos a imagen de Jesús, según el modelo de su cuerpo glorioso (Flp 3,21; ver tema 2). La resurrección es una divinización. Cuando se desmorona por la enfermedad o por la muerte esta tienda que nuestro cuerpo, Dios nos prepara otra tienda “no hecha por mano humana” (2 Co 5,1). En realidad, hay una profunda implicación entre la resurrección de Cristo y la nuestra. San Pablo lo dice tajantemente: "Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó" (1 Co 15,16). Son vasos comunicantes.
  12. Un paso, sólo un paso. Jesús habla de su propia muerte como de un paso de este mundo al padre (Jn 13,1), un paso de este mundo (sometido a la muerte) al mundo nuevo (resucitado a la vida). Se va, pero vuelve: "Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis" (14,19). Las parábolas del grano de trigo que cae en tierra (12,24) y de la mujer que da a luz (16,21) manifiestan cómo se sitúa Jesús ante la muerte. La muerte produce fruto. Es como un parto. Estando en la cruz, Jesús le dice al buen ladrón: Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23,43). Dios salva la vida a cuantos creen en Jesús, a cuantos la pierden por El (Lc 9,24; ver 2 Mc 7 y Dn 12,2). Más aún, la vida eterna a la que resucitan los muertos es ya posesión de los vivos que creen en El: el que cree, tiene vida eterna (Jn 6,47). La muerte como polvo, como aniquilación de la existencia, no pertenece al proyecto de Dios. Según su proyecto, no estamos condenados a morir, sino llamados a resucitar.
  13. Sentido pascual. Se canta en la liturgia: "La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma. Y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo". En el Apocalipsis, los mártires gozan ya de la resurrección de Cristo, viven y reinan con El (Ap 20,4-5). En los primeros siglos, el día de su muerte se celebra como “día de nacimiento”. San Ignacio de Antioquía (s. II) escribe camino del martirio: "Mi parto se acerca" (Carta a los Romanos, 6,1). Y también: "Yo, hasta el presente, soy un esclavo. Mas si lograse sufrir el martirio, quedaré liberto de Cristo y resucitaré libre en El" (4,3). Y finalmente: "Bueno es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, se oculte en Dios, a fin de que en El yo amanezca" (2,2). Según el Concilio, hay que recuperar “el sentido pascual de la muerte cristiana" (SC 81). Dice Santa Teresa: "Acaéceme algunas veces ser los que me acompañan y con los que me consuelo los que sé que allá viven, y parecerme aquellos verdaderamente los vivos, y los que acá viven tan muertos, que todo el mundo me parece no me hace compañía" (Vida, 38,6).
  14. Oración de Jesús. "Quitaron, pues, la piedra". Jesús da gracias al padre por haberle escuchado: “Te doy gracias, Señor, de todo corazón… En el momento en que grité, tú me escuchaste, aumentaste la fuerza en mi alma” (Sal 138). Sabe que siempre le escucha, pero lo dice por los que le rodean, para que crean que Dios le ha enviado. Jesús gritó con fuerte voz: "¡Lázaro, sal fuera!". Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto en un sudario. Jesús les dice: "¡Desatadlo y dejadle andar!". Jesús proclama una palabra fuerte, palabra que resucita a los muertos, palabra actual, como él había anunciado: "Llega la hora (ya estamos en ella) en que los muertos oirán la voz del hijo de Dios y los que la oigan vivirán" (Jn 5,25). Los demás han de remover dificultades, quitarle el traje de muerto, dejarle andar. A su modo, el resucitado también anda (Lc 24,15).
  15. La gota que colma el vaso. Muchos judíos creyeron en Jesús. Pero algunos, como era de prever, "fueron donde los fariseos y les contaron lo sucedido". Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo. Obviamente, no creen en las señales que realiza Jesús, pero ven que prenden como pólvora entre la gente: "Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación". O sea, se romperá el pacto político que tienen con el imperio. En el fondo, ven amenazada la seguridad del Templo y la seguridad del Estado: "Desde ese día decidieron darle muerte. Por esto Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró a una región vecina, al desierto, a una ciudad llamada Efraín" (Jn 11,53-54).
  16. Cena en casa de Lázaro. Seis días antes de la Pascua, de incógnito, Jesús fue a Betania: "le dieron allí una cena" (Jn 12,2). Lázaro "estaba con él a la mesa". A su modo, el resucitado también cena (Lc 24,30). El duelo se convirtió en fiesta (Is 61,3). Y el reproche en derroche: "María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume". Para Judas, el que lo había de entregar, es un gasto absurdo. Se podía haber vendido este perfume por trescientos denarios y haberlo dado a los pobres. Para Jesús la unción de Betania tiene un aire de despedida: "Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres los tendréis siempre con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis". Muchos judíos "supieron que Jesús estaba allí y fueron no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro". Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro (Jn 12,10). Pero ¿acaso se puede matar a un resucitado? "No pueden ya morir", dice Jesús (Lc 20,36).
  17. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? (Lc 24,5). Como un día las mujeres al Resucitado, mucha gente busca a los suyos entre los muertos, en el sepulcro. Y, sin embargo, no están allí. Han resucitado. Viven, como Cristo vive. Si lo creemos, muchos acontecimientos nos confirmarán todo esto. Como en aquel tiempo: "Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la palabra con las señales que la acompañaban" (Mc 16,20). Las señales hacen palpable la experiencia del Evangelio.

 

* Diálogo: ¿Cómo nos situamos ante Jesús?

- Me extraña el anuncio del Evangelio

- La muerte entra por los ojos

- La señal del Evangelio también

- Una grave enfermedad en la plenitud de la vida

- Me planteo qué puede hacer Dios en esa situación

- No entiendo el retraso de Jesús, asumo el reproche

- Jesús es la resurrección y la vida: ¿Crees esto?

- ¿Cómo resucitan los muertos?, ¿con qué cuerpo vuelven a la vida?

- Hay que recuperar el sentido pascual de la muerte cristiana: es un paso, sólo un paso

- ¿Vamos al encuentro del Señor o al sepulcro?

- Comprendo el llanto de Jesús, también a él se le ha muerto Lázaro

- Colaboro quitando la piedra, desatando las vendas, dejándole andar

- Oro como hace Jesús

- Participo en el anuncio del Evangelio

- Ceno en casa de Lázaro

- El duelo se convierte en fiesta, el reproche en derroche

- ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?