En el principio era la palabra
 
LA CONFIRMACIÓN
Seréis mis testigos
 

1.  A pesar de la renovación conciliar, la confirmación presenta problemas. Para muchos, es algo que pasó en la infancia. Lo que se recuerda es poco. Siguen las confirmaciones en serie: por edades, años de catequesis, cursos escolares. Al retrasarse la edad, la confirmación puede ser más personal y libre, también más minoritaria. Tras la celebración se constata la desbandada general. En el diálogo ecuménico surgen interrogantes: ¿es un sacramento más?, ¿es necesario?, ¿es algo que debe dividir a los cristianos?, ¿no basta lo que significa el bautismo?

2.  Datos de la historia. Se tardó mucho tiempo, más de un milenio, en establecer la confirmación como un sacramento distinto del bautismo. "En los primeros siglos, la confirmación constituye generalmente una única celebración con el bautismo, y forma con éste, según la expresión de San Cipriano, un sacramento doble” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1290). Después cambian las cosas. En Occidente se reserva al obispo  conferir la plenitud al bautismo, lo que después se llamará confirmación. En Oriente se conservan unidos los dos sacramentos: da la confirmación el presbítero que bautiza. Son dos tradiciones distintas.

3. En los orígenes, la iniciación cristiana culmina en dos momentos inseparables, normalmente celebrados uno a continuación del otro, en el marco de la comunidad cristiana, presidida por el obispo. Son el bautismo y la eucaristía. El bautismo es el sacramento de la fe: "El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16,16). La eucaristía es el alimento de la fe, el "pan de vida" (Jn 6,35) que alimenta a la comunidad. Quien acoge el Evangelio se bautiza. Lo proclama Pedro el día de Pentecostés: "Convertios y bautizaos en nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del espíritu santo"(Hch 2, 38).

4. El bautismo cristiano es un bautismo en el espíritu: "Él os bautizará con espíritu santo"(Mc 1,8). Sin embargo, esto no siempre se vive. Pablo se encuentra en Éfeso con unos discípulos que habían recibido sólo el bautismo de Juan (Hch 19, 3). Pablo los bautiza "en el nombre del Señor Jesús": "y habiéndoles impuesto las manos, vino sobre ellos el espíritu santo" (19,5-6). En Samaría Pedro y Juan completan lo que falta: habían sido bautizados  "en nombre del Señor Jesús", pero no habían recibido el don del espíritu: "entonces les imponían las manos y recibían el espíritu santo" (Hch 8, 15-17). Se puede reconocer en la dinámica del espíritu (1 Co 12,3) que Jesús es el Señor (experiencia de pascua) y, sin embargo, no tener fuerza para ser sus testigos. Es lo que viven los discípulos antes de Pentecostés. Les dice el Señor: "Recibiréis la fuerza del espíritu santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hch 1,8).

5. A partir del siglo III, se desarrollan los ritos de la iniciación bautismal. En realdad, se acumulan. En torno al rito del agua aparecen poco a poco ritos previos (imposición de manos, unción con óleo, señal de la cruz, soplo del ministro sobre el futuro bautizado, etc) y ritos de prolongación, que repiten en gran parte los precedentes (imposición de manos, unción, señal de la cruz, etc). Los ritos que prolongan el rito del agua no añaden nada verdaderamente nuevo a lo que significa la iniciación bautismal (ver Hch 8, 26-40). Sólo insisten en ciertos aspectos. Veamos algunos ritos.

6. La imposición de manos no es un acto mágico. El don del espíritu es fruto del servicio apostólico y de la oración que espera la promesa de Jesús (Hch 1, 14). En los rituales se citan los dones del espíritu: "espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor" (Is 11, 2). Se citan también los pasajes de los Hechos de los Apóstoles que presentan la imposición de manos vinculada a la comunicación del espíritu (Hch 8, 9-24; Hch 19, 1-7). La unción tiene el mismo significado que la imposición de manos. En el Antiguo Testamento se ungen reyes y sacerdotes (1 Sa 16, 13; Lv 8,12), pero no profetas (1 R 19,19). Dice Cirilo de Jerusalén (313-386) a los adultos bautizados: “Os habéis convertido en ungidos cuando habéis recibido la marca simbólica del espíritu santo” (Catequesis mistagógicas, III, 1,5). La señal de la cruz o signación hace referencia a Cristo, a quien Dios ungió con la fuerza del espíritu y a quien mataron colgándole de un madero (Hch 10,38-39). Se requiere la fuerza del espíritu para asumir la cruz.

7.      A partir del siglo III la Iglesia deja de vivir en pequeños grupos, llega una riada de conversos. Entonces el obispo no puede presidir todas las celebraciones bautismales. Se dan dos soluciones. En Oriente, al menos desde el siglo IV, el sacerdote lleva a cabo la totalidad de la iniciación. En Occidente (siglos V y VI) los ritos de la iniciación bautismal quedan separados en dos celebraciones. El sacerdote  administra el bautismo del agua y realiza algunos ritos posteriores. El obispo interviene cuando le es posible en el marco de una nueva celebración con estos ritos: imposición de la mano, nueva unción (sobre la frente de los bautizados) y signación. Esta segunda celebración se llama confirmación a partir del siglo V. Asimismo, la unción y la signación se unen en un solo rito. Entonces se habla de consignación y, más tarde, de crismación.

8. En el Pontifical Romano del siglo XII aparece por primera vez la fórmula que después se hizo común: "Yo te marco con el signo de la cruz y te confirmo con el crisma de la salvación". El Concilio de Florencia (1439) precisa el efecto de la confirmación: “se da a los cristianos el Espíritu Santo, como fue dado a los Apóstoles en Pentecostés, para tener fuerzas y confesar con valentía el nombre de Cristo”. En Occidente, el ministro ordinario de la confirmación es el obispo. Sin embargo, el concilio de Trento (1547) no condena la práctica de las Iglesias orientales. Para la Iglesia reformada la confirmación no es un sacramento autónomo, es una ratificación del bautismo y se relaciona con el rito de la imposición de manos. “La confirmación no es un sacramento que deba dividir a los cristianos” (H. Bourgeois).

9. El Concilio Vaticano II presenta así la confirmación: los bautizados “se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo” (LG 11; ver SC 71). En el nuevo Ritual de la Confirmación (1971) Pablo VI confirma la práctica de la crismación, mediante la unción en la frente, que se hace con la imposición de la mano, y mediante las palabras: "Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo" (DCN).

10. La iniciación cristiana se desarrolla dentro de un proceso que tiene diversas etapas: evangelización primera, catecumenado o catequesis, bautismo (confirmación) y eucaristía. Si el bautismo es el umbral, la eucaristía es su culminación. El iniciado es un creyente a quien le es dado comprender que el espíritu de Dios y de Cristo es también el espíritu de la Iglesia. El Concilio Vaticano II ordena la restauración del catecumenado de adultos, “dividido en diversos grados” (SC 64), lo que se plasma en el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (1972).

11.  En los primeros siglos, la iniciación supone integración en la comunidad, pero también se reconoce la gracia dada en otros contextos. Es la experiencia de Pedro en casa de Cornelio (Hch 10). El don del espíritu unifica y diferencia. Es todo un reto, unidad y diversidad. La iniciación no puede ser simple absorción, anexión uniformadora. La comunión es pluralista. Desde el principio, en diversas lenguas se expresa el lenguaje del espíritu, "las maravillas de Dios" (Hch 2, 4.11).

 

* Diálogo sobre la confirmación: ¿es un sacramento más?, ¿es necesario?, ¿es algo que debe dividir a los cristianos?, ¿es preciso revisar la tradición a la luz de la Escritura?