En el principio era la palabra
 
19. UNO SOLO ES VUESTRO PADRE
El Dios de Jesús

    1.En la religiosidad popular Dios aparece de forma  vaga; por ejemplo, se dice: tiene que haber una mano poderosa. En la filosofía moderna no se llega a afirmar la existencia de Dios y, además, se encienden las luces de alarma: ilusión infantil, complejo no resuelto de culpas imaginarias, opio que aliena y esclaviza. En el judaísmo y en las iglesias cristianas se puede dar por supuesto: “tenemos por padre a Dios” (Jn 8,41), pero la fe no se recibe por herencia. Se requiere una experiencia personal, la experiencia del Evangelio: “A Dios nadie le ha visto jamás”, Jesús “nos lo ha dado a conocer” (1,18). ¿Cómo es el Dios de Jesús?
    2. El Dios de Jesús es un Dios que habla, nos trata como a hijos, nos dirige su palabra. Las señales son el lenguaje materno de Dios (Hch 2, 11). Jesús siembra la palabra en el campo de la historia (Mc 4,14), la palabra crece, produce fruto (4,20). Es algo necesario, como el aire o el pan (Mt 4,4). En torno a ella se establece la verdadera comunión, la verdadera familia: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). Quienes la reciben se hacen “hijos de Dios” (Jn 1,11).
    3. Jesús anuncia el reino de Dios que soñaron los profetas: “El reino de Dios está cerca” (Mc 1,15; Is 52,7). Jesús hace sentir a quien lo busca la cercanía de Dios. Los discípulos viven la alegría del Evangelio: “Dichosos los ojos que ven lo que veis”, “muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron” (Lc 10,23-24). Ahí están las señales del reino de Dios: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva” (Mt 11,5).
    4. El Dios de Jesús es buena noticia para los pobres (Lc 6,20), abre en la historia un camino de liberación, ve la opresión de su pueblo, está con él (Ex 3,12 y 15), “en tierra desierta le encuentra”, “le envuelve, le sustenta, le cuida, como a la niña de sus ojos”, “sólo el Señor le guía a su destino” (Dt 32,10-12), "cuando Israel era niño, yo le amé”, “de Egipto llamé a mi hijo” (Os 11,1), "¿acaso olvida una mujer a su niño de pecho?...Pues, aunque ella se olvidare, yo no te olvido" (Is 49,15). Para Jesús, donde hay opresión, hay palabra de liberación, como aquél día en la sinagoga de Nazaret: "El espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos" (Lc 4,18-19). Los pobres plantean cuestiones tan vivas y universales como el pan, la salud, el trabajo, la vivienda, la educación, la justicia, la libertad.    
5. El Dios de Jesús es un Dios de vivos y no de muertos: “los muertos resucitan”, “son como ángeles”, mensajeros de Dios para nosotros, “son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección”. Esto no es nuevo, ya lo indicó Moisés: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob "no es un Dios de muertos sino de vivos", "para él todos viven" (Lc 20, 36-38). Jesús hace que vivan también para nosotros, anuncia la resurrección ya, en el presente: “Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25). Jesús libera del miedo a la muerte (Hb 2,15).
6. El Dios de Jesús es un Dios compasivo y misericordioso: “Dios no ha enviado a su hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17), “el padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha entregado al hijo” (5,22), “el que cree en él, no es juzgado” (3,18). De una forma especial, el corazón de Dios se manifiesta en la parábola del hijo perdido (Lc 15,11-32). Los fariseos y los escribas critican a Jesús porque “acoge a los pecadores y come con ellos” (15,2). Jesús les responde. Dios es así, como el padre que respeta la marcha del hijo y celebra su vuelta: “estaba perdido y lo hemos encontrado” (15,32), “hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión” (15,7; Mc 2,17).
7. Quien vive el Evangelio no teme el día del Señor, el día del juicio. Al contrario, lo espera: “Que se conozca entre las gentes” (Sal 79), “para vosotros…brillará el sol de justicia” (Ml 3,19). Las naciones serán juzgadas según la acogida dada a los discípulos que anuncian el Evangelio. Jesús se identifica con ellos: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a aquel que me ha enviado” (Mt 10,40), “tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, estuve enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”, “cuanto hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (25, 35-40). Los discípulos participan en la función de juzgar (Lc 22,30).  
    8. Ser discípulo es hacerse “pequeño” (Mt 18,4), recibir “como niño” el reino de Dios (Mc 10,15), su plan, su proyecto  preparado desde siempre. En el momento más crítico de la vida de Abraham, interviene el “ángel del Señor” (Dios actúa a través de mediaciones) y le libera. Por ello llama a aquel lugar: "El Señor provee" (Gn 22, 14). Jesús nos invita a confiar en la providencia de Dios y a no ser esclavos de la preocupación por el alimento o por el vestido: "Ya sabe vuestro padre que tenéis necesidad de todo eso" (Mt 6,32). En todas las cosas, en las buenas y en las malas, “interviene Dios para bien" (Rm 8,28), “no se encuentra lejos de cada uno”, “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,27-28).
    9. Dios nos da su espíritu. Lo da a quienes se lo piden (Lc 11, 13; Is 11,2), nosotros no sabemos orar como conviene, el espíritu “intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26), el espíritu de Dios conoce las profundidades de Dios (1 Co 2,10-12), nos guía a la verdad completa (Jn 16,13), “todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rm 8,14), Dios nos llama a reproducir la imagen de Jesús, “el primogénito de muchos hermanos” (Rm 8,29; Ga 4,6).
    10. El Dios de Jesús llama, reúne, crea comunión, forma comunidad. En medio de la viña devastada (Sal 80), Dios planta la vid, la comunidad de discípulos: “Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador”, “yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15,1-5). Jesús comparte su misión. Ahí están los doce (Mt 10,1), están los setenta y dos (Lc 10,1), están las mujeres que acompañan a Jesús (8, 1-3). Somos “familiares de Dios” (Ef 2,19), “pueblo de Dios” (1 P 2,9-10).
    11. Dios es amor. “Todo el que ama ha nacido de Dios” (1 Jn 4,7-8). El primer mandamiento es éste: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”. El segundo mandamiento es semejante: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-39). Reconocer a Dios como padre es el fundamento más profundo de la fraternidad universal. El mundo es la casa de todos, todos somos hermanos, Dios es nuestro padre. Dios no hace distinciones, ama al que practica la justicia, sea de la nación que sea (Hch 10, 14-15). El amor alcanza a los enemigos (Mt 5,44-45).
    12. El Dios de Jesús es Dios de paz, no de guerra: “Dios anuncia la paz… con tal de que a su locura no retornen” (Sal 85), “dichosos los no violentos” (Mt 5,5), “dichosos los que trabajan por la paz” (5,9). Jesús llora porque Jerusalén no comprende “lo que conduce a la paz” (Lc 19,41). Tampoco ahora se comprende. En una dinámica infernal de “guerras preventivas” y “guerras santas”, no se afronta el problema fundamental de un mundo fraterno: el hambre de más de 1000 millones de personas.
    13. Jesús nos enseña a no llamar a nadie padre en la tierra: “Todos vosotros sois hermanos”, "uno solo es vuestro padre" (Mt 23,9). Nos invita a dirigirnos a Dios como padre, a pedirle que su nombre sea conocido y respetado, que venga su reino, que se cumpla su voluntad. Nos invita a acudir siempre al padre, tal como somos en lo profundo de nuestra vida y con lo que más necesitamos: el pan, el perdón, la liberación del mal (Mt 6, 9-13).
    14. Los salmos son una oración dirigida a Dios. Podemos decir: “Tú eres mi padre” (Sal 89), “tus manos me han formado” (Sal 139), “tu rostro busco” (Sal 27), “qué admirable es tu nombre en toda la tierra” (Sal 8). Dios nos ama con ternura de padre (Sal 103), podemos confiar en él como un niño en brazos de su madre (Sal 131). Jesús se dirige a Dios como padre (Jn 17), le da gracias porque se manifiesta a los pequeños (Mt 11,25; Sal 34), porque siempre le escucha (Jn 11,41-42; Sal 138), busca el cumplimiento de su voluntad (Mt 26,39; Sal 40), pone en sus manos el propio destino (Lc 23,46; Sal 31). Jesús nos invita a pedirle a Dios en su nombre (Jn 16,23), es “el mediador” (1 Tm 2,5), “intercede por nosotros” (Rm 8,34). Los apóstoles piden a Dios señales en el nombre de Jesús (Hch 4,30).
    15. Jesús revela la más profunda experiencia de Dios: "Nadie conoce bien al padre, sino el hijo y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Cada acontecimiento de su vida deja al descubierto el verdadero rostro de Dios (Jn 14,9), su alimento es hacer la voluntad de Dios que se le va manifestando (Jn 4,34). De una forma especial, él es "el hijo" (Lc 3,22; Sal 2,7; Mt 21,17), “el Cristo, el hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Su comunión con Dios es total: “El padre y yo somos uno” (Jn 10,30), dice Jesús. Dice también: “El padre es más que yo” (14,28), “esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú enviaste, Jesucristo” (17,3).
    * Diálogo: ¿Cómo es el Dios de Jesús?