En el principio era la palabra
 
22. DEL HOMBRE VIEJO AL HOMBRE NUEVO
Conversión

1. La experiencia de fe supone un cambio profundo, un paso del hombre viejo al hombre nuevo. Ese cambio sitúa al hombre en una relación nueva con respecto a Dios, con respecto a los demás e, incluso con respecto a sí mismo. El creyente se sabe en relación con Dios y con sus hermanos. Es el hombre de la Alianza. En el cumplimiento de la misma consisten toda la ley y los profetas.
2. Ese cambio profundo se llama conversión. Desde el principio, la comunidad cristiana distingue entre conversión primera, conversión  segunda y conversión continua. La conversión primera es propia de quien acoge el Evangelio (Hch 2,38). La conversión segunda es propia de aquellos que han incurrido en una falta grave y son reconciliados (Jn 20,22-23), es "la segunda tabla después del naufragio" (Trento, DS 1542). La conversión continua es propia del creyente que frecuentemente ha de pedir con humildad: "Perdónanos nuestras ofensas" (Mt 6,12; DS 1536).
3. El pecado configura al hombre como hombre viejo. Sin embargo, el hombre no reconoce por sí mismo que es pecador. Necesita que venga el espíritu y convenza al mundo de pecado (Jn 16,8). Miradas las cosas desde Dios, todo lo humano está bajo el signo de la gracia y de la des-gracia. La ruptura del hombre con Dios es la raíz de las demás rupturas: "Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación, tanto por lo que toca al hombre, impidiéndole lograr su plenitud" (GS 13).
4. El pecado aparece como sequía y agostamiento de una tierra destinada por Dios a ser fértil y productiva: "Doble mal ha hecho mi pueblo: a mi me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas que el agua no retienen" (Jr 2,13). El pecado deja al hombre con la sed que nadie puede apagar. La llamada a la conversión invita a apagar esa sed: "¡Oíd, sedientos todos, acudid por agua!" (Is 55,1). Es la llamada que hace Jesús a la samaritana: "si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él, y él te daría agua viva", "el que beba del agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,10-14). La conversión es un paso de la sed al agua de la vida.
5. El pecado aparece también como ceguera que impide ver la acción de Dios en la naturaleza y en la historia. En este sentido, todos somos ciegos de nacimiento. Nuestra ceguera original debe ser curada lavándonos en la piscina del Enviado, es decir, en la comunidad cristiana: "Escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: Ve a lavarte en la piscina de Siloé (que significa Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo" (Jn 9,6-7). La conversión es un paso de la ceguera a la luz.
6. El pecado aparece también como muerte que impide la verdadera vida. Como los pasajes de la samaritana y del ciego de nacimiento, el pasaje de Lázaro pertenece a la antigua liturgia catecumenal y, dentro de ella, a la de los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma. El hombre que nace a la fe es, como Lázaro, un hombre a quien Jesús hace salir de su sepulcro y devuelve a la vida: "Lázaro, sal fuera" (Jn 11,43). La conversión es un paso de la muerte a la vida.
7. De la sed al agua viva, de la ceguera la luz, de la muerte a la vida. El paso del hombre viejo al hombre nuevo es un cambio profundo, un nacimiento nuevo por la fuerza del espíritu. Como dice Jesús a Nicodemo: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo nacido de la carne es carne, lo nacido del espíritu es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene y adónde va. Así es todo el que nace del espíritu" (Jn 3,5-8).