En el principio era la palabra
 
32. UNA VIDA NUEVA
Experiencia de conversión

1. La experiencia de fe supone el reconocimiento actual de Jesús como Señor (Con vosotros está) y la conversión (fundamental) a la justicia del Evangelio. Esto supone una relación nueva con respecto a Dios (Un solo Dios y un solo Señor), una relación nueva con respecto a los demás y también con respecto a uno mismo. Supone un paso del hombre viejo al hombre nuevo, "una vida nueva" (Rm 6,4).
2. Pablo lo sabe por experiencia. Quien se ha encontrado con Cristo es como si hubiera vuelto a nacer, un "hombre nuevo" (2 Co 5,17). En cierto sentido, en el encuentro con Cristo ha sido creado de nuevo. La profundidad de esa relación es expresada así: "¡Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi!" (Ga 2,20).
3. El reconocimiento de Cristo saca a Pablo fuera de sí, derriba sus viejos centros de interés, invierte su jerarquía de valores, cambia los cimientos de su mundo: "Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía – la de la ley – sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe" (Flp 3,7-9).
4. Esta vida nueva se manifiesta como experiencia de conversión. El ideal moral del Decálogo no sólo es cumplido "hasta la última i" (Mt 5,18), sino que también es superado. Jesús proclama de forma global, la orientación de la existencia cristiana, configurada por el don de Dios y la conversión a la justicia del Evangelio, una justicia que supera la de escribas y fariseos (5,20), de publicanos y gentiles (5,46-47), una justicia semejante a la del padre celestial (5,45-48), la justicia del reino de Dios. Es la justicia de la comunidad cristiana, que en esa carta magna encuentra su propia identidad. Y es la justicia ofrecida al mundo, que -con esa sal- puede ser preservado de la corrupción y -con esa luz- puede ser liberado de la oscuridad (5,13-16).
5. Es importante. El proceso de evangelización se desarrolla en un campo de lucha y, por tanto, de tentación. "El combate espiritual es tan brutal como la guerra humana", decía Paul Claudel a propósito de su conversión. La conversión marca el paso de un mundo a otro, de un modo de vivir a otro, de una escala de valores a otra, de un dios falso al Dios vivo de Jesucristo. La conversión pide, por tanto, una fuerte renuncia (en el fondo, a todo) y ofrece una total liberación. Todo lo cual no se hace sin luchas y resistencias. Como dice Jesús, la cruz marca la frontera de una situación a otra: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mc 8,34). Evangelizar supone un proceso de superación de resistencias. O lo que es lo mismo, supone echar demonios (Mc 1,39).
6. La conversión al Evangelio se realiza dentro de un proceso. Es un seguimiento (Mt 4,18-32; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11). La conversión inicial es la respuesta dada a la evangelización primera. La conversión fundamental es fruto del proceso catecumenal. Dice el Concilio Vaticano II: "Este paso, que lleva consigo un cambio progresivo de sentimientos y costumbres, debe manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollarse poco a poco durante el catecumenado" (AG 13). La conversión permanente es propia del creyente, que -a pesar de todo- ha de pedir perdón cada día (Mt 6,12).
7. En el fondo, la conversión al Evangelio es un cambio radical: Hay que nacer de nuevo, dice Jesús a Nicodemo (Jn 3,7). Este cambio radical es expresado también de otras formas, como un paso de la sed al agua de la vida (Jn 4), de la ceguera a la luz (Jn 9), de la muerte a la vida (Jn 11).
8. La conversión supone calmar la sed que el hombre tiene de Dios: "Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma" (Sal 63), "¡oíd, sedientos todos, acudid por agua!" (Is 55,1). Es la llamada que hace Jesús a la samaritana: "si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él, y él te daría agua viva", "el que beba del agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,10-14). La conversión es un paso de la sed al agua de la vida.
9. La conversión supone ver la luz de Dios: "El Señor es mi luz y mi salvación" (Sal 27). En el fondo, todos somos ciegos de nacimiento. Nuestra ceguera original debe ser curada lavándonos en la piscina del Enviado, es decir, en la comunidad cristiana: "Escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: Ve a lavarte en la piscina de Siloé (que significa Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo" (Jn 9,6-7). La conversión es un paso de la ceguera a la luz.
10. La conversión supone vivir, superar la muerte, resucitar. Los pasajes de la samaritana y del ciego de nacimiento, el pasaje de Lázaro pertenece a la antigua liturgia catecumenal y, dentro de ella, a la de los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma. El hombre que nace a la fe es, como Lázaro, un hombre a quien Jesús hace salir de su sepulcro y devuelve a la vida: "Lázaro, sal fuera" (Jn 11,43). La conversión es un paso de la muerte a la vida.