En el principio era la palabra
 

 

35. EL NOMBRE DE DIOS
No juréis en modo alguno
 

 1.    En la Biblia, el nombre expresa la persona en su profundidad, su realidad más profunda. El nombre de Dios designa al mismo Dios. Conocerlo es estar en su presencia. Ante la misión del éxodo, Dios le dice a Moisés: "Yo estaré contigo". Y también: "Así dirás a los israelitas: El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación" (Ex 3,12-15). Se ha especulado mucho sobre el nombre de Dios. Lo que aquí está en juego es la fórmula ordinaria de la alianza: "Con vosotros está". El nombre de Dios debe ser invocado y santificado, no blasfemado ni manipulado.

2.    El segundo mandamiento del Decálogo dice: "No pronunciarásel nombre del Señor, tu Dios, en falso" (Dt 5,11). El contexto original hace referencia al proceso judicial. No jurarás en falso, no utilizarás en falso el nombre de Dios. No podemos ser injustos con nadie en ningún tribunal y menos hacerlo en nombre de Dios. Pero Jesús añade algo nuevo: “No juréis en modo alguno” (Mt 5,34). Por tanto, no se puede utilizar “en falso” el nombre de Dios, pero tampoco “en modo alguno”. Sin embargo, la tradición de la Iglesia dice: “No tomarás el nombre de Dios en vano”. Entonces ¿la tradición de laIglesia corrige a Jesús?, ¿le manipula?

3.    Veamos lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica (1992): “El segundo mandamiento prohíbe el juramento en falso. Hacer juramento o jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma” (2150). El Catecismo recoge las palabras de Jesús: “No juréis en modo alguno” (n. 2153). Sin embargo, dice, “siguiendo a San Pablo (2 Co 1,23; Ga 1,20), la tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento, cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal)" (n. 2154). El Catecismo añade el texto del Derecho Canónico, según el cual el juramento “sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia” (c. 1199,1). Según el Catecismo, el segundo mandamiento prohíbe “tomar el nombre del Señor en vano”, “la santidad del nombre divino exige no recurrir a él por motivos fútiles” (n. 2155).
4.    En realidad, la posición de Jesús es ésta: "Habéis oído que se dijo a los antiguos: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno: ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacer blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: Sí, sí; no, no: que lo que pasa de ahí viene del maligno" (Mt 5, 33-37). Las palabras de Jesús nos invitan a practicar la sinceridad fraterna, sin más. Por tanto, no sólo no jurarás en falso, tampoco en modo alguno.
5.    Jesús denuncia con fuerza el legalismo de escribas y fariseos: “¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: Si uno jura por el santuario no es nada; pero si jura por el oro del santuario, queda obligado. ¡Insensatos y ciegos¡ ¿Qué es más importante, el oro, o el santuario que hace sagrado el oro? Y también: Si uno jura por el altar, eso no es nada; pero si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el santuario, jura por él y por aquél que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él” (23, 16-22).
6.    Veamos diversas posiciones. El filósofo judío Filón de Alejandría (25 a.C.-50 d.C.) reserva el juramento para casos excepcionales y propone prestarlo sobre la tierra, el sol, las estrellas, el cielo, el universo. Los rabinos condenan no sólo el perjurio, el juramento en falso, sino también el “juramento vano”, esto es, la ligereza en jurar en asuntos de poca importancia. La comunidad de Qumrán obliga a prestar juramento, pero limita su uso: “Todo el que entra en el consejo de la comunidad…se comprometerá con un juramento obligatorio a retornar a la ley de Moisés, con todo lo que prescribe” (1 QS V, 7-8), “no jurará…pero si jura por las maldiciones de la alianza, que lo haga ante los jueces” (CD-A XV, 1-4). Lutero (1483-1546) en su Catecismo sigue la tradición: “No tomarás el nombre de Dios en vano”. Con la secularización de la sociedad, el juramento va desapareciendo. Ahora se puede elegir: ¿usted jura o promete? El viejo juramento hipocrático, que hacen las personas que se gradúan en Medicina, se transforma en promesa (Convención de Ginebra, 1948).
7.    La blasfemia es lo opuesto a la profecía y a la alabanza del nombre de Dios. La blasfemia contamina a la comunidad entera. Se castiga con la muerte (Lv 24,16).  Los creyentes, profanando el nombre de Dios con su conducta, provocan las blasfemias de los demás (Ez 36,20-22). Herodes Antipas decapita a Juan porque prometió bajo juramento darle a la hija de Herodías lo que pidiera (Mt 14,7).
8.    El Dios vivo no se deja manipular: “No quisiste sacrificios ni holocaustos”, “heme aquí que vengo para hacer tu voluntad” (Sal 40). Jesús tampoco: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi padre celestial” (Mt 7,21). Jesús nos invita a buscar por encima de todo el reino de Dios y su justicia (6,13) y a orar así: “Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad” (6,9-10). Los adversarios de Jesús atribuyen a Satanás las señales que realiza. Es “una blasfemia contra el espíritu” (12, 31), “llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios” (Jn 16,1-2).
9.    Pablo confiesa que fue blasfemo por haber perseguido a la Iglesia de Dios: “Antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad” (1 Tm 1,13). Luego, cuando predica el nombre de Jesús en Antioquía de Pisidia, se le oponen los judíos “con blasfemias” (Hch 13, 45). Pablo dice: “¡Por mi vida! Testigo me es Dios” (2 Co 1, 23), “Dios me es testigo de que no miento” (Ga 1, 20). Las diversas formas de hipocresía (personal e institucional) provocan escándalo en la sociedad: "Predicas: ¡no robar!, y ¡robas! Prohíbes el adulterio, y ¡adulteras! …“como dice la Escritura: Por vuestra causa, el nombre de Dios es blasfemado entre las naciones" (Rm 2, 21-24).
10.    Santiago exhorta a no jurar en modo alguno: “Ante todo, hermanos, no juréis ni por  el cielo ni por la tierra, ni por ninguna otra cosa. Que vuestro sí sea sí, y el no, no, para no incurrir en juicio” (St 5,12). Las primeras comunidades son perseguidas por el imperio romano, el poder endiosado. Juan ve en el cielo lo que está pasando en la tierra: persecución bestial (Ap 12, 1-6). El imperio es la bestia que desembarca “con títulos blasfemos”, abre su boca “para blasfemar contra Dios; para blasfemar de su nombre” (13,1-6). El culto imperial exige el juramento como demostración de lealtad. El nombre de Dios se utiliza de muchas maneras, por ejemplo, para justificar “cruzadas”, “guerras preventivas” y “guerras santas”.
11.    El ateísmo, dice el Concilio, “es un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión” (GS 19).
* Diálogo: ¿Qué dice el Decálogo? ¿Qué dice Jesús? ¿Qué dice la Iglesia?