En el principio era la palabra
 
44. ALIANZA
Sal de tu tierra

1. Las grandes experiencias bíblicas manifiestan la manera de obrar de Dios, su acción en medio de la historia. Lo dice el Concilio: "Dios se fue revelando a su pueblo, con obras y palabras, como Dios vivo y verdadero. De este modo, Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios" (DV 14). Esto vale también para hoy, pues "todo lo que está escrito, se escribió para enseñanza nuestra" (Rm 15,4). Además, las grandes experiencias bíblicas conducen al encuentro de Cristo. Dan testimonio de él. Lo dice Jesús a los judíos: "Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna: pues ellas están dando testimonio de mí" (Jn 5,39). Así pues, vamos al encuentro de Cristo por los caminos del Dios vivo. Veamos la experiencia de Alianza, la experiencia de Abraham, de Isaac y de Jacob, punto de encuentro para judíos, cristianos y musulmanes, también para otros muchos.
2. En el marco general de una humanidad dispersa (Gn 3-11), nos acercamos a los orígenes de Israel (12-50). Una emigración es el comienzo de una inmensa aventura, no sólo del pueblo elegido de Dios, sino también de todos aquellos que se sientan a la mesa de Abraham, de Isaac y de Jacob (Mt 8, 11). Cuando Abraham sale de Ur de Caldea nace una nueva religión, la religión de la Alianza. El hombre se encuentra en relación con Dios, en diálogo con él, escucha (¡por fin!) el ruido de los pasos de Dios por el jardín de este mundo (Gn 3, 8). Esta experiencia bíblica fundamental se expresa con la fórmula ordinaria de la alianza: Dios "está con nosotros" (Ex 3,14; Mt 28,20).
3. En situación de alianza, Abraham experimenta la acción de Dios en la historia. Dios asume su destino: "Sal de tu tierra y vete a la tierra que yo te mostraré" (Gn 12,1). Abraham deja sus raíces, que entroncan con la humanidad dispersa de Babel, el nombre hebreo de Babilonia (Gn 11). Supera la tentación radical, "seréis como dioses", con sus repercusiones en la familia, en el trabajo, en la muerte (Gn 3). Abraham escucha la palabra de Dios y deja su tierra, su pueblo, su clan. Renuncia a la seguridad que estos le ofrecen, pero su salida supone una liberación. Con él comienza un nuevo pueblo, que nace de las manos de Dios. Como en un principio.
4. La figura de Abraham (hacia 1.800 a.C.) pertenece al marco de una historia conocida. Su nombre, sus movimientos, sus costumbres, su forma de vivir, se sitúan en el contexto de las migraciones arameas de Mesopotamia, la tierra de Babel. Abraham sigue la ruta de las caravanas en busca de pastos para sus rebaños. Son nómadas. Quizá quieren establecerse en tierras de cultivo. No saben leer ni escribir, pero transmiten de hijos a nietos la experiencia familiar. Los relatos son fáciles de recordar, pues están unidos a lugares que la caravana encuentra en sus desplazamientos: el encinar, el monte, el pozo, la estepa.
5. La tradición de Abraham recoge experiencias diversas. Por ejemplo, esta: Abraham y su sobrino Lot, al aumentar sus rebaños, tienen problemas de espacio y problemas de relación, hasta el extremo de tener que separarse: "No haya disputas entre nosotros ni entre mis pastores y tus pastores, pues somos hermanos. ¿No tienes todo el país por delante? Pues bien, apártate de mi lado. Si tomas por la izquierda, yo iré por la derecha; y si tú por la derecha, yo por la izquierda" (Gn 13, 8-9). Abraham le da a Lot la oportunidad de elegir la zona que prefiera. Lot se queda con la zona (aparentemente) mejor, la vega del Jordán, la tierra de Sodoma, fértil como el jardín de Dios. Abraham se queda con la tierra que él no eligió, pero que Dios eligió para él. Por cierto ¿estamos en la tierra que Dios eligió para nosotros?
6. El encuentro entre Abraham y Melquisedec tiene un profundo significado religioso de alcance ecuménico, universal. Además, presenta un modelo de sacerdocio, que no es precisamente levítico. Melquisedec (rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo) percibe la acción de Dios en la historia a favor de Abraham. Le ofrece pan y vino como gesto de hospitalidad y le bendice diciendo: "¡Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra, y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!" (14, 19). El sacerdocio nuevo de Cristo según el orden de Melquisedec (Sal 110) tendrá en él su precedente: "No quisiste sacrificios ni holocaustos... Heme aquí que vengo para hacer tu voluntad" (Sal 40; Hb 10,5-7).
7. En el encinar de Mambré, en lo más caluroso del día, Abraham está sentado delante de su tienda. Levanta los ojos y ve a unos caminantes parados a su vera. Los caminantes son tres (18,2), luego son dos (19,1). No es que el texto vacile, como dicen algunos. Uno de ellos es Dios, el caminante principal (18, 3.10.13 y 17-32). Sucede lo que dice la canción: "Cuando hermano le llamamos al extraño, va Dios mismo en nuestro mismo caminar". Abraham percibe en los caminantes la presencia del Señor, que camina con ellos. Le dice: "Señor mío, no pases de largo junto a tu siervo" (18, 3). Los acoge, les ofrece comida, conversa con ellos. El Señor dice: "Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo" (18, 10). Al final, el Señor desaparece (18,33). Los otros dos siguen su camino y llegan a Sodoma. Lot los acoge en su casa. Los caminantes le dejan este mensaje: "No mires atrás ni te pares en toda la redonda. Escapa al monte" (19, 17). Los forasteros deben ser respetados, pero los habitantes de Sodoma atentan contra ellos. La zona que Lot eligió es de tipo volcánico y queda totalmente arrasada. Lot con sus hijas escapa de la catástrofe. Su mujer mira hacia atrás y queda convertida en estatua de sal (19, 26).
8. Un problema familiar. Según los usos y abusos de la época, Abraham tenía dos mujeres, la libre y la esclava, Sara y Agar. La palabra de Dios asume el deseo de Sara y Abraham debe hacer lo que dice su mujer: "Despide a la esclava y a su hijo" (21, 10). Lo sintió mucho Abraham, pero Dios le dijo: "No lo sientas ni por el chico ni por la esclava. En todo lo que te dice Sara, hazle caso... también del hijo de la esclava haré una gran nación, por ser descendiente tuyo" (21, 12-13).
9. En el monte Moria Abraham está dispuesto a hacer una barbaridad, cada época tiene las suyas: sacrificar a su propio hijo, si Dios se lo pide. Abraham ve un carnero en la maleza y lo sacrifica en lugar de su hijo (22,13). Aquel lugar no se le olvidará. Lo llamó: "El Señor provee" (22,14). El Señor confirma su promesa: "Te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa" (22, 16-17). Disponibilidad total, como la de Albino Luciani. Antes de ordenarse sacerdote, pasó unos días en la cartuja de Vedana, en los Alpes Dolomitas. La mañana que dejó la cartuja el prior le preguntó: "¿Qué esperas pasado mañana, cuando seas sacerdote de Dios?". "Nada, respondió, me abandono a su voluntad: él hará de mí lo que quiera". Le dijo el prior: "Sólo si tu abandono es total, Dios hará contigo cosas grandes. En el abandono y en la plena disponibilidad a Dios te conocerás a ti mismo, tu identidad es un hecho misterioso, tiene sus raíces en el corazón de Cristo Señor que te ha elegido” (Bassotto, 55).
10. Las mediaciones de Dios son muy diversas. Abraham quiere buscar esposa para su hijo Isaac por medio de su criado entre las hijas de su propia tierra. El criado va a Mesopotamia, a la ciudad familiar, y se encuentra con Rebeca junto al pozo. Precisamente, acaba de hacer una oración al Señor: "Voy a quedarme parado junto al pozo, mientras las muchachas de la ciudad salen a sacar agua. Ahora bien, la muchacha a quien yo diga: Inclina, por favor tu cántaro para que yo beba, y ella responda: Bebe, y también voy a abrevar tus camellos, esa sea la que tú tienes designada para tu siervo Isaac" (Gn 24, 13-14). El criado dijo a Rebeca: "Dame un poco de agua de tu cántaro". Ella le dio de beber. Y añadió: "También para tus camellos voy a sacar, hasta que se hayan saciado" (24,17-19). El criado empieza a verlo claro. Rebeca resulta ser de la familia de su amo. La joven corre a anunciar a su madre todas estas cosas. El criado es acogido en casa. La familia acoge la historia: "Del Señor ha salido este asunto" (24, 50). Le preguntan a la joven su opinión y ella dice: "Me voy" (24, 58). Y se pone en camino hacia la tienda de Isaac.
11. Veamos el sueño de Jacob, hijo de Isaac. Huyendo de un conflicto familiar, Jacob se detiene en un lugar (Betel, casa de Dios), en la estepa de Canaán. Allí se le hace de noche y coloca una piedra para reposar su cabeza. Tiene un sueño. Vio una escalera, una escalinata como un templo, que se apoyaba en la tierra y con la cima tocaba el cielo. Mensajeros de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba allí, en lo alto. La voz del sueño decía: "La tierra donde estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia" (Gn 28, 13). El sueño de Jacob se cumple en Cristo, verdadero templo de Dios: "Veréis el cielo abierto y a los ángeles del cielo subir y bajar sobre el hijo del hombre" (Jn 1, 51;2, 21). En él se bendicen todas las familias de la tierra (Sal 72, 17).
12. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, dice Jesús, no es un Dios de muertos, sino de vivos, para él todos viven. Los saduceos no creen que los muertos resuciten y ponen la objeción de la mujer que se casa siete veces: ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Responde Jesús: "En la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven" (Lc 20, 35-38).
13. Los saduceos están en un error por no entender las Escrituras ni el poder de Dios (Mt 22, 29). Jesús dice que ya lo indicó Moisés cuando llama al Señor "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Ex 3, 6). Es un Dios de vivos. Jesús asocia el conocimiento del Dios vivo y la experiencia de la resurrección. La gente queda asombrada. No es sólo la inmortalidad del alma. Es una nueva creación que está naciendo ya: "Llega la hora (ya estamos en ella) en que los muertos oirán la voz del hijo de Dios y los que la oigan vivirán" (Jn 5,25), "ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios prepara a los que le aman" (1 Co 2,9), "los justos juzgarán a las naciones" (Sb 3, 8), "brillarán como estrellas por toda la eternidad" (Dn 12, 3), "el Señor toma en sus manos nuestro destino" (Sal 126), también en la muerte.
14. Lo que importa no es la herencia natural, sino la fe y la conversión. Lo dice Juan el Bautista: "No creáis que basta decir en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham, porque os digo que puede Dios de estas pìedras dar hijos a Abraham" (Mt 3, 9). Algo semejante dice Jesús: "Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham" (Jn 8,39). Pablo afirma que el pueblo creyente nace de la fe de Abraham, "padre de todos nosotros, como dice la Escritura: Te he constituido padre de muchas naciones, padre nuestro delante de Aquel a quien creyó, de Dios que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean" (Rm 4, 16-17).
15. Alianza significa el amor de Dios a los hombres: "Dios nos amó primero" (1 Jn 4,19). El amor de Dios va por delante de nosotros. Alianza significa también el amor de los hombres a Dios. El amor a Dios es el primero y principal mandamiento (Dt 6,4-9). Los fariseos sospechan que Jesús pone el acento en el segundo mandamiento y menosprecia el primero. Por eso le preguntan para ponerle a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?" (Mt 22,36). Jesús les responde: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los profetas" (Mt 22,34-40).
16. Ciertamente, cuando el joven rico se acerca a Jesús y le pregunta qué ha de hacer para heredar la vida eterna, responde Jesús: "Ya sabes los mandamientos". Y le cita los que se refieren al prójimo: "No cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre" (Lc 18,20). Los fariseos acusan a Jesús de curar en sábado (Mt 12,14). y a sus discípulos de hacer en sábado lo que no es lícito, arrancar unas espigas para saciar el hambre. En realidad, dice Jesús, los fariseos no comprenden lo que significa: "Misericordia quiero, que no sacrificio" (Mt 12,1-14).
* Diálogo: ¿Vivimos la experiencia de Alianza?
-salimos de nuestra tierra, vamos a otra tierra
-recordamos el encinar, el monte, el pozo, la estepa...
-entendemos las Escrituras y el poder de Dios: no es un Dios de muertos, sino de vivos
-misericordia quiero, que no sacrificio