En el principio era la palabra
 
48. DESTIERRO
La tierra acoge

exilio
1. Veamos la experiencia bíblica del destierro. El destierro es la separación de una persona de su tierra. Es la pena inferior a la pena de muerte. Ya en el año 734 algunas ciudades de Israel pasan por esta dura experiencia (2 Re 15,29) y en el 721 el pueblo entero: "El rey asirio tomó Samaría y deportó a los israelitas a Asiria" (17,6). Sin embargo, las deportaciones que más huella dejan son las de Judá en los años 597, 587 y 582: "Así fue deportado Judá, lejos de su tierra" (25,21), "en total, 4.600 personas" (Jr 52,30). En la foto, exiliados españoles en el sur de Francia. En medio del exilio, la tierra acoge.
2. El destierro parecía imposible. Parecía contradecir los designios de Dios realizados en el éxodo. Era un mentís a todas sus promesas: abandono de la tierra prometida, destitución del rey, ocupación extranjera del templo. Sedecías, rey de Judá, prepara una coalición contra Babilonia, donde se producen revueltas internas. Se cree que Jerusalén, la ciudad santa, no puede sucumbir. Los príncipes de las naciones (egipcios, asirios, babilonios) no salvan. Más bien, dividen y oprimen: "No pongáis vuestra confianza en príncipes" (Sal 146).
3. No hicieron caso. Despreciaron la palabra de los profetas: "Los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de las gentes, y mancharon la casa del Señor", "ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio" (2 Cr 36,14-16).
4. Cuando el destierro es ya un hecho, la reacción es negarlo, o pensar que todo se arreglará pronto. El profeta Jeremías denuncia esa ilusión: "No os embauquen los profetas que hay entre vosotros ni vuestros adivinos, y no hagáis caso de vuestros soñadores que sueñan por cuenta propia, porque falsamente os profetizan en mi nombre". El destierro va a durar. ¡Setenta años! (Jr 29,8-10).
5. Fue necesaria la evidencia del destierro para que el pueblo tomara conciencia de su incurable perversión. La viña del Señor da agrazones: "Esperó que diese uvas, pero dio agrazones", "esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos" (Is 5,1-7). La esposa adúltera es despojada de sus arreos: "Te entregaré en sus manos", "te despojarán de tus vestidos, te arrancarán tus joyas y te dejarán completamente desnuda" (Ez 16,39; Os 2). El pueblo es deportado: "Os sacaré de la ciudad, os entregaré en manos de extranjeros" (Ez 11,15).
6. Los salmos recogen la situación lamentable: "Acuérdate de la comunidad que de antiguo adquiriste", "guía tus pasos a estas ruinas sin fin; todo en el santuario lo ha devastado el enemigo. En el lugar de tus reuniones rugieron tus adversarios, pusieron sus enseñas, enseñas que no se conocían en el frontón de la entrada", "quemaron en la tierra todo lugar de santa reunión. No vemos nuestras enseñas, no existen ya profetas, ni nadie entre nosotros que sepa hasta cuándo", (Sal 74), "han invadido tu heredad las gentes, han profanado tu sagrado templo, han dejado en ruinas a Jerusalén, han entregado el cadáver de tus siervos por comida a los pájaros del cielo" (Sal 79), "junto a los canales de Babilonia nos sentamos y lloramos con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras. Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar, nuestros opresores a divertirlos: Cantadnos un cantar de Sión. ¡Cómo cantar un cántico de Sión en tierra extraña!" (Sal 137).
7. Los deportados se sienten dejados de la mano de Dios. Son como un campo de huesos que queda al descubierto en medio de la vega: "Estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos andan diciendo: Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros" (37,11), "dice Sión: el Señor me ha abandonado, el Señor me ha olvidado" (Is 49,14).
8. La victoria del ejército pagano parece ser la de sus dioses. Acecha la tentación de dejarse fascinar por el culto babilónico. La tradición profética enseña a los desterrados a despreciar los ídolos: "Son espantapájaros de melonar, que no hablan, hay que transportarlos, porque no andan" (Jr 10,5). Un sacerdote desterrado, Ezequiel, proclama que el Señor no está encerrado en el templo, recorre toda la tierra (Ez 1), su presencia es un santuario para los desterrados: "Yo los he alejado entre las naciones, y los he dispersado por los países, pero yo he sido un santuario para ellos" (Ez 11,16).
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9. Centrado en la palabra de Dios se desarrolla un culto sin sacrificios, un culto sinagogal, para escuchar a Dios y para hablarle en la oración. Así se forma una comunidad de pobres que esperan de Dios la salvación. A esta comunidad los sacerdotes relatan la historia y enseñan la ley. Esto da como fruto el documento sacerdotal, recopilación de los recuerdos y de los preceptos que hacen de Israel un "pueblo sacerdotal" y una "nación santa" (Ex 19,6;1 P 2,9). Este pueblo renovado, lejos de contaminarse con la idolatría, se convierte en testigo del verdadero Dios. Abriéndose a su vocación de "luz de las gentes" (Is 42,6), se orienta hacia el reinado universal de Dios: "Yo soy el Señor, no existe ningún otro. No he hablado en oculto ni en lugar tenebroso. No dije a la estirpe de Jacob: Buscadme en el vacío" (Is 45,18-19). En la foto, sesión del Concilio Vaticano II. Con su declaración sobre la libertad religiosa (DH 1) y su reconocimiento de los derechos de reunión y de asociación (GS 73), de participación política (GS 75) y de participación laboral (GS 68), el nacional-catolicismo español quedó herido de muerte.
10. El Libro de la Consolación (Is 40-55) describe anticipadamente las maravillas del nuevo éxodo. Dios será el pastor de su pueblo: "Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas. Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países, y las llevaré de nuevo a su suelo", "yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo las llevaré a reposar" (Ez 34,11-15).
11. La renovación supone un corazón nuevo: "Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos" (Ez 36,25-27). Jeremías, decepcionado de la reforma oficial, que es superficial y engañosa, anuncia una alianza nueva, inscrita en el corazón: "Mirad que llegan días en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva", "meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jr 31, 31-33).
12. Cae Babilonia el año 539 y el 538 se promulga el edicto de Ciro: "El Señor, el Dios de los cielos, me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él y suba!" (2 Cr 36,22-23). Una oleada de entusiasmo se levanta entre los desterrados. Volver a casa es como resucitar: "He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel" (Ez 37,12). Los que retornan cantan con júbilo la acción de Dios: "Cuando el Señor tomó en sus manos nuestro destino, nos parecía soñar" (Sal 126).
13. El profeta lo tiene difícil. Como cordero es llevado al matadero, sin saber los planes homicidas que contra él planean: "Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra vital, que su nombre no se pronuncie más" (Jr 11,18-19). Difícil lo tiene Jesús. Llegó a su pueblo y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía: "¿No es éste el hijo de José?". El les dijo: "Seguramente me vais a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu tierra". Y añadió: "Ningún profeta es bien recibido en su tierra" (Lc 4,24). Fue una extranjera, la viuda de Sarepta, a la que fue enviado Elías y fue un extranjero, el sirio Naamán, el que fue curado por Eliseo. Le echan fuera de la sinagoga e intentan despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó (4,25-30).
14. A pesar de todo, con sus problemas y fracasos, la tierra acoge la semilla de la palabra (Mt 13,8). Los discípulos son dichosos: "Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron" (13,17). Son griegos, unos extranjeros, quieren ver a Jesús. El momento es crítico y apremiante, pero también glorioso: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el hijo del hombre. Os aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto". No cabe duda, la tierra acoge el grano de trigo que cae, y da mucho fruto. Jesús se refiere a su muerte: "Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mi" (Jn 12,20-33).
* Diálogo: sobre la experiencia del destierro.