En el principio era la palabra
 
50. VOSOTROS SOIS MI PUEBLO
Seréis mis testigos

comunidad1. La experiencia de fe es experiencia comunitaria. La experiencia de fe crea comunidad y la comunidad es el medio apropiado donde se desarrolla la experiencia de fe. La Iglesia es misterio de comunión vivido en comunidad. Desde el principio, está en el corazón de Dios: "Vosotros sois mi pueblo" (Ex 19,5). Dios quiere un pueblo que sea testigo suyo en medio de las naciones: "Seréis mis testigos" (Hch 1,8). Ahora bien, ¿qué significa Iglesia?, ¿qué entendemos por comunidad?, ¿cuáles son sus rasgos más importantes?
2. De suyo, Iglesia significa "asamblea". Y Sinagoga significa "reunión". En realidad, son términos semejantes. En griego, "ekklesía" viene de "ekkalein" que significa "convocar" y designa la "asamblea santa" del pueblo de Dios (Ex 12,16; 1 Co 11,18). Todo está profundamente relacionado: asamblea, reunión, comunidad. Claro, Iglesia significa también "la congregación de los fieles cristianos cuya cabeza es el Papa", "cada una de las comunidades cristianas que se definen como Iglesia", "el estado eclesiástico que comprende a todos los ordenados", "el templo cristiano".
3. La asamblea santa por excelencia es la Pascua. La pascua judía se celebra en un ambiente familiar, por las casas, en el marco de una cena. La pascua judía es una cena con lecturas y salmos. El pan ácimo, como las hierbas amargas, es símbolo de las dificultades pasadas. Es el pan de los oprimidos, el pan de la miseria y de la prisa, el pan que hubo que llevar y cocer antes de que fermentara. En el marco judío de la Pascua, cada uno relata su historia y todos juntos celebran la historia común de Israel. El creyente levanta la copa de la salvación (Sal 116). Es preciso recuperar el sentido profundo de la Pascua.
4. En el fondo, la Iglesia es comunidad. Pero ¿cuántos llegan a vivir su fe en comunidad? Lamentablemente, pocos. Son muchos los que tropiezan con este hecho global: ausencia alarmante de comunidades vivas. La masificación, el individualismo y el anonimato son vicios contrarios a la comunión eclesial. En muchos casos, lo que contemplamos es como nada, bastante deprimente: un campo de "huesos secos" (Ez 37), la "confusión" de Babel (Gn 11), "un montón de ruinas" (Mi 3,12).
5. No todo vale. En medio del judaísmo convencional resuena la llamada de Juan: "Dad frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham" (Lc 3,8). La fe no se recibe por "herencia biológica". Se requiere una respuesta personal. En esa línea se sitúa Jesús cuando lleva adelante su misión. De modo semejante, en medio del cristianismo convencional irrumpe la llamada del Evangelio. No vale decir: "Somos católicos de toda la vida". Hace falta otra cosa. Lo que encontramos produce profunda insatisfacción. La renovación eclesial es profundamente necesaria: El "vino nuevo" del Evangelio debe echarse en "pellejos nuevos" (Mc 2,22).
6. En medio de una cristiandad que se desmorona, es preciso volver al Evangelio. Cuando evangeliza, Jesús no está solo, comparte su misión. Ahí están los doce (Mt 10,1), están los setenta y dos (Lc 10,1), están las mujeres que acompañan a Jesús (8,1-3). La comunidad es la nueva familia de los discípulos. Como dice Jesús: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21). En medio de la viña devastada, Jesús planta una vid, la comunidad de discípulos (Jn 15).
7. A quien busca la luz o busca a Dios, lo mejor que le puede suceder es encontrarse con una señal o encontrarse con una comunidad que es también señal del Evangelio: "señal levantada en medio de las naciones" (Is 11,12), "luz de las gentes" (Is 49,6), "vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14). La Iglesia no es ejército (relación de obediencia: superior-inferior) ni tampoco escuela (relación de enseñanza (maestro-discípulo) sino comunidad (relación de fraternidad: hermano-hermano). La Iglesia tampoco es Estado: "Mi reino no es de este mundo", dice Jesús (Jn 18,36).
8. El Evangelio es anunciado como buena noticia: ¡Bienaventurados, dichosos, felices!, dice Jesús. Así, hasta nueve veces (Mt 5,3-11). El Evangelio cumple la ley y los profetas (5,17), supera la justicia de escribas y fariseos (5,20), mantiene esta tensión: "Habéis oído que se dijo, pues yo os digo" (5,21-48). No es para unos pocos que se alejan del mundo, sino para muchos que podrían transformarlo. De una forma especial, es para la comunidad de discípulos que en el Evangelio encuentra su propia identidad. Y es para el mundo que, con esa sal, necesita ser preservado de la corrupción y, con esa luz, necesita ser liberado de la oscuridad (5,13-16).
9. Para llevar adelante su misión, Jesús no se identifica con ninguno de los grupos sociales y religiosos de su tiempo: saduceos, celotes, fariseos, esenios, escribas. Jesús anuncia el evangelio a los pobres, la muchedumbre sometida por los poderosos. La enseñanza de Jesús no es abstracta: donde hay opresión, hay palabra de liberación. Como aquel día, en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18-19).
10. La misión de Jesús había comenzado en la periferia del mundo judío, en Galilea, pero su destino era Judea; y dentro de Judea, Jerusalén; y dentro de Jerusalén, el templo. Un destino comprometido y peligroso. Ya lo dijo Jeremías: "Ha devorado vuestra espada a los profetas, como el león cuando estraga" (Jr 2,30). La marcha sobre Jerusalén termina en el templo. El templo está manchado: debía ser casa de oración para todas las gentes, pero se ha convertido en cueva de bandidos (Mc 11,17; ver Jr 7,11). El templo debe ser purificado; más aún, el templo debe ser sustituido (Jn 2,13.22). El nuevo templo se construirá en espíritu y en verdad (Jn 4,24), con piedras vivas (1 P 2,5).
11. Babel es misterio de idolatría, de confusión, de dispersión. Por su infidelidad, Jerusalén participa del destino de Babel: "Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo" (Rm 9,25-26). Pentecostés es el contrapunto de Babel: misterio de fe, de comunicación, de comunión. El espíritu es como el viento: "Sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adonde va" (Jn 3,8). Es como el fuego que quema en la predicación de los profetas: "Surgió el profeta Elías como fuego, su palabra quemaba como antorcha" (Eclo 48,1). Es como lengua extraña, desconocida: "Una lengua desconocida se oye: yo liberé sus hombros de la carga, sus manos la espuerta abandonaron" (Sal 81). "Aquel día se les unieron unas tres mil almas" (Hch 2,41). Así nace, así renace, así se renueva la Iglesia: volviendo al cenáculo (Hch 1,13-14 y 21), a Pentecostés, a las fuentes de la experiencia comunitaria de los Hechos de los Apóstoles.
12. Las primeras comunidades cristianas son grupos de hombres y mujeres que se reúnen habitualmente "el día del Señor" (Ap 1,7). Entre todos se establece una relación de fraternidad. De este modo, el misterio de comunión que constituye a la Iglesia (LG 1) se hace visible incluso a los ojos de los no creyentes, que dicen: "Mirad cómo se aman". Son como una gran familia: "Todos vosotros sois hermanos" (Mt 23,8).
13. El fundamento de esa comunión, lo que verdaderamente aglutina a la nueva familia de los discípulos, es la palabra de Dios. Quien acoge la palabra, se vincula a la comunidad. En las primeras comunidades, la palabra de Dios se hace experiencia de Cristo (Hch 2,36) y experiencia de conversión (2,38).
14. La primera comunidad cristiana es lugar de enseñanza, de comunión, de celebración y de oración: "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2,42). En la comunidad se dan señales (2,45), que confirman la palabra anunciada (Mc 16,20). La comunión de corazones se traduce en una efectiva comunicación de bienes: "Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común" (Hch 2,44), "nadie llamaba suyos a sus bienes (4,32). La acogida es una dimensión de la comunidad, que está abierta a la incorporación de nuevos miembros: "El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (2,47).
15. Las primeras comunidades son minoría dentro de la sociedad, pero son como "una ciudad levantada en lo alto de un monte" (Mt 5,14), como "levadura en la masa" (Lc 13,21). En ellas se da un proceso de evangelización de adultos, también de niños. La catequesis más antigua se hace por inmersión en la vida de la comunidad. Se reúnen donde pueden; generalmente, en las casas. Así, por ejemplo, en casa de la madre de Juan Marcos, en Jerusalén (Hch 12,12); en casa de Aquila y Priscila, en Efeso y en Roma (1 Co 16,19); en casa de Filemón, en Colosas (Flm 2); en casa de Ninfas, en Laodicea (Col 4,15). En su origen, la palabra parroquia (para-oikía) hace referencia a las primeras comunidades que se reúnen por las casas (Hch 2,46). A veces, se adapta la casa al nuevo uso. Así sucede en la casa de Dura Europos, ciudad a orillas del Eúfrates, hacia el año 232. En la sala de reunión caben unas 60 personas. La casa de Pudens, que recibió a Pedro en Roma, pudo servir para el mismo fin. En Santa Pudenciana (derivación de Pudens) se han encontrado ladrillos con el sello de Q. Servius Pudens.
16. A mediados del siglo II, escribe el autor de la Carta a Diogneto: "Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su lengua ni por sus costumbres...Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria es tierra extraña. Se casan como todos; como todos, engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero con su vida sobrepasan las leyes" (V,1-10).
17. Las primeras comunidades se encuentran en situación política y religiosa adversa. A la Iglesia naciente los judíos la llaman "secta" (Hch 24,5.14). Dice San Pablo: "Atribulados en todo, mas no aplastados" (2 Co 4,8-9). En la Carta a Diogneto se escribe también de aquellos cristianos: "A todos aman y por todos son perseguidos. Se los desconoce y se los condena. Se los mata, y en ello se les da la vida. Son pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados, y en las mismas deshonras son glorificados. Se los maldice y se los declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se los injuria y ellos dan honra. Hacen bien y se los castiga como malhechores; castigados de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Por los judíos se los combate como a extranjeros; por los griegos son perseguidos y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben decir el motivo de su odio" (V,11-17).
18. La comunidad es el medio más sensible que tenemos para escuchar la palabra de Dios, reconocer la presencia de Cristo, acoger la acción del Espíritu. Es la piscina de Siloé, donde el ciego de nacimiento cura su ceguera original (Jn 9,7). Es el lugar donde Pablo, cegado por la luz del Señor en el camino de Damasco, recupera la vista y las fuerzas (Hch 9,3-19). Es el seno materno, donde se gesta el hombre nuevo "por medio de la Palabra de Dios viva y permanente" (1 P 1,23. Es el cuerpo de Cristo (1 Co 12,27), animado por el espíritu de Dios (12,13).
19. Desde que fue convocado el Concilio, "una gran señal apareció en el cielo" (Ap 12,1), la experiencia comunitaria de los orígenes como guía inspiradora de la renovación de la Iglesia: "El cometido del Concilio Ecuménico ha sido concebido para devolver al rostro de la Iglesia de Cristo todo su esplendor, revelando los rasgos más simples y más puros de su origen". Esta señal, percibida y proclamada por Juan XXIII, constituye el modelo y la clave de la renovación conciliar.
20. El Concilio Vaticano II ve en la experiencia comunitaria de los orígenes (Hch 2,42-47) el modelo no sólo de la vida religiosa (PC 15,1), de la de los misioneros (AG 25,1) y de los sacerdotes (PO 17,4 y 21,1), sino de todo el santo pueblo de Dios (LG 13,1;DV 10,1). La Iglesia es "señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1), "Dios quiso salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino formando un pueblo" (LG 9).
21. Siendo comunidad, la Iglesia es luz de las gentes (LG 1), signo levantado en medio de las naciones (SC 2), sacramento universal de salvación (GS 45). No es el individuo, sino la comunidad quien puede evangelizar. No es el individuo, sino la comunidad quien renueva profundamente a la Iglesia. No es el individuo, sino la comunidad quien puede realizar una contestación efectiva de la sociedad, tal y como está configurada. No es el individuo, sino la comunidad, quien puede vivir hoy las señales del Evangelio.
22. En nuestro tiempo, es preciso reconstruir el tejido comunitario de la Iglesia. En las primeras comunidades había de 20 a 60 personas; en la Edad Media, muchas parroquias no sobrepasaban las 300 miembros; entonces las grandes ciudades tenían entre 10.000 y 50.000 habitantes. Hoy, muchas parroquias son auténticas ciudades medievales. ¿Es posible hablar de verdadera comunidad cristiana? En el Sínodo de la Catequesis (1977) se aprobó casi por unanimidad esta proposición: "De hecho, no pocas parroquias, por diversos motivos, están lejos de constituir una verdadera comunidad cristiana. Sin embargo, la vía ideal para renovar esta dimensión comunitaria de la parroquia podría ser el convertirla en comunidad de comunidades". Hoy esto apenas se recuerda. Se tiene miedo a la solución.
23. La unidad de la Iglesia es católica, universal, para reunir todas las diversidades humanas (Hch 10,10-16), para adaptarse a todos (1 Co 9,22), para abarcar el universo entero (Mt 28,19). En la Iglesia de hoy se requiere más respeto a la legítima diversidad y más unidad en lo fundamental de la fe. En la última cena Jesús ora por la unidad de los discípulos: "Que todos sean uno" (Jn 17,21). Unidos en el misterio de Dios, he ahí el misterio de la Iglesia, un misterio que está al alcance de cualquiera, pues "donde dos o tres se reúnen en mi nombre, dice Jesús, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20).
24. Atención, está quedando un resto: "Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, y en el nombre del Señor se cobijará el resto de Israel" (Sof 3,12-13): No lo olvidemos. La vieja cristiandad, con sus ruinas seculares, se desmorona. No aguanta la sacudida del terremoto, los cambios profundos y acelerados del mundo contemporáneo. Lo dijo Juan Pablo I a su consejero teológico don Germano: “Tú eres testigo. El Concilio no rompió las barreras de contención, como se decía y se sigue diciendo todavía por mentes desafortunadas. No fue la causa del derrumbe de ideas y valores, de reglas, tradiciones y costumbres hasta entonces válidas e intocables. El Concilio llegó por voluntad de Dios a un mundo en rápida transformación cultural, social y religiosa” (Bassotto, 132). En esa situación, llegó el Concilio y nos remitió a las fuentes de la experiencia comunitaria. Lo cantamos muchas veces, desde hace tanto tiempo: "No es, no, la Iglesia inerte,/ que ve con desaliento/ en desmoronamiento la vieja cristiandad,/ es la que se convierte / y vuelve hacia las fuentes / de la Iglesia naciente,/ siendo comunidad".
* Diálogo: ¿Qué significa Iglesia?, ¿qué entendemos por comunidad?, ¿cuáles son sus rasgos más importantes? La primera comunidad cristiana ¿es modelo de renovación eclesial?, ¿qué dificultades encontramos?, ¿qué experiencia tenemos?