En el principio era la palabra
 
- LA FIGURA DE JOB
En diálogo con Dios
 

1. La figura de Job supone una profunda reflexión sobre el sufrimiento humano. Escrito quizá en tiempo del destierro (hacia el 575), el libro de Job tiene dos partes: un relato en prosa (prólogo y conclusión) y un cuerpo de poemas en forma de diálogo (parte central). Comienza así: "Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job: hombre cabal, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal. Le habían nacido siete hijos y tres hijas" (1,1-2). Job vive en el norte de Arabia, en tiempo de los patriarcas. Goza de gran prosperidad. Es justo (ver Ez 14,14) y Dios mismo está orgulloso de él.

2. Pero Satán, el adversario, le dice a Dios: "¿Es que Job teme a Dios de balde?...extiende tu mano y toca todos sus bienes; ¡verás si no te maldice a la cara!" (1,9-12). Responde el Señor: "Ahí tienes todos sus bienes en tus manos. Cuida de no poner tu mano en él" (1,12). Una serie de males (los bandidos, el fuego, el huracán) caen sobre sus bienes y sobre sus hijos. Job se mantiene fiel a Dios:"Dios me lo dio, Dios me lo quitó !Bendito sea el nombre del Señor!" (1,21). Pero Satán insiste: "¡Piel por piel! ¡Todo lo que el hombre posee lo da por su vida! Pero extiende tu mano y toca sus huesos y su carne; ¡verás si no te maldice a la cara!" (2,4-5). Le dice el Señor: "Ahí le tienes en tus manos; pero respeta su vida" (2,6). Satán salió de la presencia de Dios e hirió a Job con "una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza". Su mujer se revuelve contra Dios, pero Job dice: "Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?" (2,7.10). 

3. Tres amigos de Job (Elifaz, Bildad y Sofar) se enteran de lo sucedido y deciden visitarle. Le ven de lejos y no le reconocen. Entonces rompen a llorar. Durante siete días, ninguno le dice una sola palabra. Ven que el dolor es muy grande (2,11-13). Job rompe el silencio, maldice el día en que nació (3,11), se desea la muerte (3,21). Es un hombre turbado, sin calma ni reposo (3,24-26).

4. Los amigos de Job profesan la doctrina de la retribución según la cual toda desgracia es consecuencia de un pecado. En el fondo piensan: “Algo habrá hecho”. Elifaz le dice a Job: "Si se intentara hablarte, ¿lo soportarías?" (4,2). Cree haber recibido furtivamente una palabra de Dios, una voz en las visiones de la noche: "¿Es justo ante Dios algún mortal? ¿ante su hacedor es puro un hombre?" (4,17; ver Sal 143). Job debe confiar en Dios. Sus males son una lección dolorosa, pero saludable (5,17-18; ver Gn 17,1). La relación entre enfermedad y pecado es cuestionada en el Evangelio: “Ni él pecó ni sus padres”, dice Jesús del ciego (Jn 9,3).

5. Sólo el que lo pasa, sabe lo que está sufriendo: "por eso sus razones se desmandan" (6,3). De la comida siente hastío (6,7). Pierde incluso el apoyo de sus amigos (6,26-27). El tiempo pasa lentamente (7,4). Y por la noche, espantos con sueños y visiones (7,14). Job le pregunta a Dios: "Si he pecado, ¿qué te he hecho a ti?" (7,20).

6. La enfermedad provoca en el enfermo reacciones e interrogantes que quieren encontrar una razón de lo ocurrido, pero que no tienen fácil respuesta: ¿Por qué me ha tocado a mí?, ¿por qué esta enfermedad?, ¿qué habré hecho yo para merecer esto?, ¿dónde está la justicia de Dios? La acogida y comprensión de las reacciones del enfermo es algo que alivia el peso del corazón herido. Frente a los desahogos de quien culpa a Dios por los sufrimientos, muchos se sienten llamados a salir en defensa de Dios. En realidad, pueden convertirse en consoladores falsos e inoportunos, como los amigos de Job (ver 8,2-7;11,2-6;15,2-8).

7. Job hace una confidencia a sus amigos. Su caso no es una excepción. No es cierto que en la tierra el bueno tenga éxito y el malvado fracaso: "¿Por qué siguen viviendo los malvados?" (21,7; ver Sal 73 y 37). Se dirá que el malvado es castigado en sus hijos, pero Job cree que el culpable debería pagarlo en persona (21,19).

8. Elifaz, convencido de que Dios castiga automáticamente, se dispara en calumnias concretas (22,4-9). Job ha cometido injusticias; además, se ha burlado de Dios al suponer que no las veía. Si confiesa sus pecados, Dios le perdonará (22,21). Job querría encontrar a Dios y explicarse con él. Pero ¿dónde encontrarle?: "Si voy hacia el oriente, no está allí; si al occidente, no le advierto" (23,8; ver Sal 139,7-10). Parece que Dios se desentiende del mundo. Esa es la experiencia diaria de mucha gente (24,12; 24,14-15), el silencio de Dios.

9. Job recuerda con nostalgia su vida anterior. Afirma de nuevo su justicia y su razón. Resultado de ello eran su prosperidad y su influencia: "Era el padre de los pobres, la causa del desconocido examinaba" (29,16). Ahora Job es objeto de burla. Destrozado por la desgracia, ya no es nada. Y le pide a Dios una respuesta (31,35-37).

10. Interviene Elihú, no mencionado anteriormente. Hasta ahora se ha mantenido a la expectativa, al ser el más joven. Le interpela a Job: "No has hecho más que decir a mis propios oídos: limpio estoy, no hay culpa en mí”, “¿por qué te querellas tú con él porque no responda a todas tus palabras? Habla Dios una vez y otra vez, sin que se le haga caso. En sueños, en visión nocturna, cuando un letargo cae sobre los hombres, mientras están dormidos en su lecho, entonces abre él el oído de los hombres" (33,8-15). En medio de un sufrimiento justificado el hombre puede encontrar la intercesión de un "ángel", un mediador que declare al hombre su deber, que de él se apiade y diga: "Líbrale de bajar a la fosa, yo he encontrado el rescate de su alma" (33,24). Una vez salvado, deja de pretender tener razón y anuncia a los demás la justicia de Dios (33,27-28). Dios es el justo por excelencia (34,12; ver 34,17-21). Job no puede imponer su razón al juez del universo (34,35-37; ver 7,20; 35,8 y 36,21). Finalmente, Elihú entona un himno a la sabiduría de Dios (36,22-37,24).

11. Dios responde a Job desde el seno de la tempestad: "¿Quién es éste que empaña el consejo con razones sin sentido?" (38,2). Dios hace comparecer a Job. Con la evocación de la naturaleza, Dios lleva a Job a reconocer la vaciedad de su sabiduría: "¿Sabes tú cuándo paren las rebecas?" (39,1). ¿Quién es, pues, él para juzgar la actuación de Dios? ¿Cómo puede erigirse en censor del creador del universo? Job tiene que callarse: "¿El censor de Dios va a replicar aún?" (40,2). Job respondió al Señor: "He hablado a la ligera: ¿qué voy a responder?" (40,4). Dios tiene poder para acabar inmediatamente con el malvado. Deja entrever su señorío en la manera como ha limitado el poder de animales terribles para el hombre (40,15-41,26). Job respondió al Señor: "Era yo el que empañaba el consejo con razones sin sentido”, “yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos"(42,2-6). El Señor “restauró la situación de Job”, “murió anciano y colmado de días” (42,10.17).

12. La relación sana con Dios, en el sufrimiento, requiere una purificación constante. Fácilmente proyectamos en él nuestros temores, deseos, pensamientos...y no nos relacionamos con él tal cual es (ver 42,7.13-17). En realidad, más vale quedarse sin respuesta y ponerse en manos de Dios que adoptar soluciones falsas. ¿Cómo afrontamos la enfermedad? Podemos afrontarla médicamente (Eclo 38), como condición humana (Sal 90), como chequeo de toda la persona, como chequeo acusador (con fundamento, sin él), como señal del mal (es malo estar malo), con rebeldía ante Dios, pidiéndole cuentas, de forma individual, de forma comunitaria, en diálogo con Dios, procurando descubrir como Jesús, lo que Dios hace en esta enfermedad (Jn 11,4), imitando lo que hace Jesús: pasa curando (Hch 10,38), sabiendo que en todas las cosas, en las buenas y en las malas, interviene Dios para bien (Rm 8,26).

           

* Diálogo: ¿Qué es lo que más nos llama la atención de la figura de Job? ¿Qué enseñanza aporta sobre el sufrimiento humano?¿Cómo afrontamos la enfermedad?