En el principio era la palabra
 

61. CIELO NUEVO Y TIERRA NUEVA
Todo lo hago nuevo


1. El futuro definitivo del hombre, la "vida eterna" (Jn 6,40), es un misterio. Suele llamarse cielo, o gloria. ¿En qué consiste?, ¿es sólo el cielo o también la tierra? Por supuesto, es algo que desborda toda filosofía, no lo podemos imaginar. Sin embargo, en la experiencia presente de fe podemos vivir ya ahora las señales del reino de Dios, que crea un mundo nuevo, transfigurado, distinto. Del principio sale el fin, como del grano sale la espiga. Hacia el año 64, encontrándose en la isla de Patmos por causa de la palabra de Dios (Ap 1,9), Juan ve "un cielo nuevo y una tierra nueva" (21,1). ¿Lo vemos también nosotros? La experiencia del Evangelio lo hace posible.

2.    Jesús siembra "la palabra del reino" (Mt 13,19) en un mundo que no la conoce (Jn 1,10), pero a los discípulos se les da a conocer "los misterios del reino de Dios" (Lc 8,10). Dios establece su reino a partir de un pequeño grupo, insignificante a los ojos humanos, la comunidad de discípulos que comparte la misión de Jesús: "No temas, pequeño rebaño, que a vuestro padre le ha parecido bien daros a vosotros el reino" (Lc 12,32). La palabra de Dios convertirá ese pequeño grupo en una muchedumbre inmensa, reunida de todos los pueblos de la tierra.
3.    ¡Ahí están las señales!, dice Jesús a los enviados de Juan: "Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva" (Lc 7,22). La palabra de Dios hace posible lo que parecía imposible: la alegría en medio del sufrimiento, la libertad en medio de la esclavitud, la fuerza en medio de la debilidad, la esperanza en tierra extraña, la vida en medio de la muerte: "Cuando el Señor tomó en sus manos nuestro destino, nos parecía soñar" (Sal 126).
4.    Se cumple lo que anunciaron los profetas: "Se despegarán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como el ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo... Los redimidos del Señor volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós penar y suspiros" (Is 35,1-10;11,6-9;Ez 36,1-15;Am 9,13-15). La vuelta del destierro es una nueva creación: "Voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear; mirad, voy a transformar a Jerusalén en regocijo... ya no se oirán en ella gemidos ni llantos" (Is 65,17-19).
5.    La muerte es el peor de los destierros. Cuando se hunde nuestro mundo, necesitamos como nunca un nuevo cielo y una nueva tierra. Se cumple entonces la palabra de Jesús: "los muertos resucitan", "son como ángeles", Dios es un Dios de vivos, no de muertos, "para él todos viven" (Lc 20,36-38). Dice San Pablo: "Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó". ¡Pero no! Cristo resucitó y los muertos resucitan (1 Co 15,16-22). Quien se encuentra con él es un hombre nuevo: "el que está en Cristo es una nueva creación: pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Co 5,17). Cristo es nuestra esperanza en el mundo (Ef 2,12), "todo tiene en él su consistencia" (Col 1,17).
6.    Cristo vive, es el Señor: "Yo fui muerto y he aquí que vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte" (Ap 1,18). Contemplamos su gloria: "Entonces vi, de pie en medio del trono... un cordero, como degollado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios, enviados a toda la tierra. Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono" (5,6-7;ver 4,6-7;1 Cr 24,7-19). Jesús, el "cordero llevado al matadero" (Is 53,7), está "de pie", resucitado, y está "en medio del trono", es el Señor. Se le ha dado todo poder, tiene la plenitud del espíritu de Dios, viene a juzgar: "Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación, y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra", "al que está sentado en el trono y al cordero, alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos" (Ap 5,9-13). El reino de Dios se hace presente en la persona de Jesús: "Ha llegado el reinado de nuestro Señor y su Cristo" (Ap 11,15).
7.    Como hijo del hombre (Dn 7,13), Cristo viene "sobre las nubes" (Ap 1,7), es decir, con atributos divinos, viene a juzgar: "De su boca sale una espada afilada" (1,16). El siervo anuncia el juicio a las naciones: "Hizo mi boca como espada afilada" (Is 49,2;42,1), "tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos" (Ap 10,10)., "lo que veas escríbelo en un libro" (1,11), "la hora del juicio ha llegado" (14,7), "te voy a mostrar el juicio de la gran ramera" (17,1), Roma, prostituta de la historia. El juicio es la respuesta a las oraciones de los creyentes perseguidos por dar testimonio: ¿Hasta cuándo, Señor? (Ap 6,10;Sal 79). El siervo juzga también a los obispos de las iglesias: Efeso (Ap 2,5), Esmirna (2,10), Pérgamo (2,14), Tiatira (2,20), Sardes (3,1), Filadelfia (3,8), Laodicea (3,16).
8.    El siervo tiene la función de reunir al nuevo pueblo de Dios: "Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob y hacer volver a los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra" (Is 49,6). Vienen de todo pueblo y nación. El pequeño grupo con el que comienza el reino de Dios crece inmensamente: "Después miré y había una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9).
9.    Dios reina por medio de aquellos que dan testimonio: "Vosotros sois mis testigos" (Is 43,12;44,8). Es preciso estar atentos: "Lo de antes ya ha llegado y anuncio cosas nuevas" (42,9). Jesús promete la recompensa a quienes consigan la victoria. La victoria es el testimonio dado en su nombre: "Al vencedor le daré maná escondido; y le daré también una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe" (Ap 2,17). El vencedor es alimentado con un "maná escondido" y recibe un premio precioso, un "piedrecita blanca" con un "nombre nuevo", una identidad nueva.
10.   Juan ve ya ahora un mundo nuevo: "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado y el mar no existe ya" (Ap 21,1). El mundo viejo, desfigurado, pasa. El mar (de donde sale la Bestia, que desembarca) no existe ya: "Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni fatiga. Porque lo de antes ha pasado. Y el que está sentado en el trono dijo: Todo lo hago nuevo" (21,4-5). Como dice el Concilio, “la plenitud de los tiempos ha llegado”, “y en cierta manera se anticipa realmente en este siglo” (LG 48). El mundo nuevo se halla en trance pascual, nace con angustia (Jn 16,21), con "dolores de parto" (Mt 24,8): "la creación entera está gimiendo con dolores de parto, y también nosotros, que poseemos las primicias del espíritu, gemimos en nuestro interior" (Rm 8,22-23).
11.    Es un mundo en el que Dios tiene su casa y se cumple la nueva alianza con nosotros: "Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres" (21,2-3; Ez 36,26-28). El reino de Dios tiene su ciudad santa, la nueva Jerusalén. La muralla, que la protege, tiene doce puertas y en ellas hay doce nombres grabados, los de “las doce tribus". Es el nuevo pueblo de Dios. La muralla se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de “los doce apóstoles" (Ap 21,12-14).
12.    Es un mundo nuevo donde Dios reina, donde se cumple su voluntad en la tierra como en el cielo: "para que Dios sea todo en todo" (1 Co 15,28), para que “no haya ya diferencia entre el cielo y la tierra” (San Juan Crisóstomo, Hom. sobre Mateo, 19,5). Como dice el Concilio, Dios “nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar los anhelos de paz que brotan del corazón humano” (GS 39).
13.    La nueva creación es un jardín, un mundo humano: "Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios" (Ap 2,7). Es la liberación de todo dolor, de toda fatiga, de todo llanto, la corrección del error original del hombre (Gn 3,16-19). Como dice San Cirilo de Jerusalén, “el cielo bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo celestial y en los que Dios habita y se pasea” (Catequesis mistagógicas, 5,11). Estando en la cruz, el buen ladrón dice a Jesús: "Acuérdate de mi cuando vengas con tu reino". Jesús le responde: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43). El mundo nuevo no es un mundo bestial, sino un mundo humanizado, divinizado, un mundo distinto, creado según el proyecto original de Dios.
14.    Es un mundo que vive definitivamente la dicha del Evangelio:"Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de Dios. Dichosos los no violentos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos" (Mt 5,1-12).
15.    Los muertos resucitan, pero ¿cómo? Dice San Pablo: "Se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual" (1 Co 15,44). Entre el "cuerpo natural" y el "cuerpo espiritual" hay una diferencia, un cambio que no podemos imaginar: "Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios prepara para los que le aman" (1 Co 2,5). El cuerpo resucitado queda liberado de los condicionamientos del espacio y del tiempo, pero relacionado con el mundo y con la historia. En cuanto al pasado, "sus obras los acompañan" (Ap 14,13).
16.    La idea de la semejanza de los resucitados con los ángeles aparece en la corriente apocalíptica judía: “Todos se convertirán en ángeles del cielo” (1 Henoc 51,5), “los justos se transformarán en un resplandor angélico”, “habitarán en las cimas de este mundo, se parecerán a los ángeles, tomarán a su gusto cualquier aspecto, pasando de la belleza al resplandor, de la luz al esplendor de la gloria” (Apocalipsis de Baruc 51,5.10). Términos semejantes aparecen en el pasaje de la transfiguración de Jesús: "Se transfiguró delante de ellos y su rostro brilló como el sol"  (17,2). El resucitado cambia de condición, se transfigura: "Entonces los justos brillarán como el sol en el seno de su padre" (Mt 13,43).
17.    “Dios lo será todo en todo", dice San Pablo: “El último enemigo reducido a la nada es la Muerte; pues El ha puesto todas las cosas bajo sus pies... Y cuando le sean sometidas todas las cosas, entonces el Hijo mismo se someterá a quien todo lo sometió a El, para que sea Dios en todo” (1 Cor 15, 26-28). El deseo anhelante de la nueva creación aparece en este testimonio de la Iglesia primitiva: "Venga la gracia y pase este mundo, Hosanna al Dios de David. El que sea santo, que se acerque. El que no lo sea, que se convierta. Maranathá. Amén" (Doctrina de los Doce Apóstoles). Con este mismo deseo termina el Apocalipsis: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20-21).
18.    El viejo poema de las cuatro noches evoca aquellos momentos en los que nuestro destino está en las manos de Dios: la creación, la alianza, el éxodo, el futuro. Cuando tomamos conciencia de ello, "nos parecía soñar" (Sal 126), descubrimos que "Dios es amor" (Sal 103), que está en el origen mismo del ser (Sal 139), que se manifiesta en los acontecimientos de la vida (Gn 15,5-18), que está con nosotros (Ex 3,15) también en los días difíciles o cuando es de noche, que abre un camino donde no lo hay: en el desierto, en el mar, en el destierro, en la muerte. En su nombre, levantamos la copa de salvación (Sal 116).
19.    El mundo y la historia culminan con la experiencia de Cristo. En la soledad de la cárcel Pablo contempla el plan de Dios: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha elegido en él antes de la creación del mundo" (Ef 1,3-4). En su designio ocupamos un lugar anterior y superior a la creación del mundo. El mundo lo creó por nosotros.
20.    Como en otro tiempo el pueblo de Dios fue liberado, ahora vivimos un nuevo éxodo por medio de Cristo, "dándonos a conocer el misterio de su voluntad" (1,7-8), recapitular todas las cosas en Cristo: "hacer que todo tenga a Cristo por cabeza" (1,10). Pablo proclama, asombrado, el sentido, el secreto, la gravitación mas profunda del mundo y de la historia.
21.     Como en otro tiempo el pueblo de Dios recibió en herencia una tierra, ahora recibimos una nueva tierra. La nueva creación está naciendo. El mundo se halla en trance pascual. La experiencia de fe nos sella, nos marca, nos avala: "fuisteis sellados con el espíritu santo de la promesa, que es prenda de vuestra herencia" (1,13-14).
22.    Es regalo de Dios. Que Dios ilumine los ojos de nuestro corazón para que conozcamos cuál es la esperanza a la que nos llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, según la eficacia de su fuerza poderosa que desplegó en Cristo: "todo lo puso bajo sus pies y le constituyó cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos" (1,22-23).
23.    La tradición, tal y como nos llega, la recoge así el Catecismo de la Iglesia Católica: "Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son semejantes a Dios, porque lo ven tal cual es (1 Jn 3,2), cara a cara (1 Co 13,12; Ap 22,4)", "ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura" (Benedicto XII, + 1342; n.1023). Es la "visión beatífica" (n.1045). "Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama 'cielo'. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha" (n. 1024). Una vez más, hay que revisar la tradición a la luz de la Escritura.
* Diálogo: El futuro definitivo del hombre, la vida eterna, ¿es sólo el cielo o también la tierra? ¿Percibimos ya señales del cielo nuevo y de la tierra nueva? ¿Hay que revisar la tradición a la luz de la Escritura?