2. SOLEDAD SONORA

 

FORMADOR DE LOS DESCALZOS

Poco a poco, se va ampliando el horizonte de la reforma del Carmen. Ambrosio Mariano Azaro y Juan Narduch, napolitanos y eremitas en Sierra Morena, ofrecen para convento descalzo una ermita que les ha cedido el príncipe Ruy Gómez. Queda cerca de la villa de Pastrana. Obtenida la licencia del provincial, profesan como carmelitas el 11 de junio de 1569. Y el 13 de julio se celebra la fundación del nuevo convento de Descalzos en la ermita de San Pedro.

Comienzan a llegar novicios. De Alcalá, que no está muy lejos, llegan estudiantes de la Universidad. La madre Teresa quiere asegurar la direcciór auténticamente carmelitana y estima urgente la presencia de fray Juan de la Cruz. Fray Juan está en Mancera.

Fray Juan de la Cruz se traslada a Pastrana, donde permanece aproximadamente un mes organizando el noviciado. Son unos quince. Fray Juan regresa a Mancera, donde recibe la visita de tres descalzas, que van de Avila a Salamanca llamadas por la madre Teresa. Son Juana de Jesús, María de San Francisco y Ana de Jesús, a quien dedicará el comentario al Cántico Espiritual.

Mientras tanto, la madre Teresa prepara en Salamanca la fundación de Alba de Tormes. El 24 de enero de 1571 se firman las escrituras y el día siguiente, fiesta de la conversión de San Pablo, se inaugura el convento. Asiste fray Juan de la Cruz, colabora en el acondicionamiento de la casa y atiende espiritualmente a las religiosas.

Poco después, hacia el mes de abril, fray Juan deja Mancera para ir de rector al Colegio de estudios que la reforma ha abierto en Alcalá. Faltos de profesores propios, los estudiantes descalzos asisten a los cursos de la Universidad. Fray Juan implanta un estilo, que queda resumido en el célebre dicho: "Religioso y estudiante, religioso por delante".

Un acontecimiento desagradable obliga a fray Juan a trasladarse de nuevo a Pastrana. El noviciado está revuelto. Las extraordinarias penitencias de los padres eremitas son emuladas y superadas con exceso. De seguir así, el noviciado de Pastrana puede desacreditar la obra de la madre Teresa. Moderados los fervores del maestro de novicios, fray Juan regresa al Colegio de Alcalá.

 

CONFESOR DE LA ENCARNACIÓN

El 6 de octubre de 1571, el comisario apostólico, fray Pedro Fernández, nombra a la madre Teresa priora de la Encarnación, el convento de carmelitas del que salió en 1562 para iniciar en San José la reforma de la Orden. No están claros los móviles humanos de este nombramiento, pero la madre Teresa recibe esta palabra del Señor:

"No resistas, que es grande mi poder".

En la Encarnación hay ciento treinta monjas. Están hambrientas por la penuria económica en que viven. Y están alborotadas, porque viene la madre Teresa, no elegida por ellas, sino impuesta por el comisario apostólico. Temen que implante la vida rigurosa de las Descalzas.

La madre Teresa toma una primera medida:

"Envió a decir desde San José que si no echaban antes las seglares, habla muchas, que no habla de ir a ser priora".

Cuando la madre Teresa llega a tomar posesión, ya no hay seglares en la Encarnación. Llega acompañada del provincial calzado, fray Angel de Salazar; de un compañero de éste, llamado Ledesma; del corregidor de Avila y de algunos alguaciles. Llama el provincial a la puerta y las monjas, desde dentro, prorrumpen en gritos de protesta. Injurian al provincial y a la Madre. Se niegan a abrir. Ante esta actitud, intenta el provincial abrir la puerta que de la Iglesia da al coro bajo y allí se reproduce el griterío. El provincial dice, como vencido: "Pues no quieren a la madre Teresa de Jesús", y hace ademán de retirarse. Una monja, Catalina de Castro, reacciona vivamente y exclama: "La queremos y la amamos", y entona el Te Deum, que es coreado por otras muchas. Se abre la portezuela y entra la madre en el coro.

Un mes después, escribe a doña Luisa de la Cerda:

"Quien se ha visto en el sosiego de nuestras casas y se ve ahora en esta baraúnda, no sé cómo se puede vivir... Con todo, gloria a Dios, hay paz, que no es poco, yéndolas quitando sus entretenimientos y libertades; que aunque son tan buenas (las monjas)..., mudar costumbre es muerte, como dicen. Llévanlo bien; tiénenme mucho respeto; mas a donde hay ciento y treinta, ya entenderá vuestra señoría el cuidado que será menester para poner las cosas en razón".

Pero se encuentra sola en la ardua tarea. Además, al mes y medio de estar en la Encarnación, caen sobre ella diversas dolencias: anginas, fuertes dolores de costado, calenturas permanentes, que la fuerzan a no salir de un rincón si no es para oír misa. La Madre se acuerda de fray Juan y se decide a pedirle por confesor de sus monjas. Tan pronto como ella lo tiene seguro, se lo comunica a las monjas:

"Tráigoles un padre que es santo por confesor".

Fray Juan vive en el convento del Carmen, de los padres calzados, pera no es el único descalzo ni el único confesor de las monjas. La madre Teresa ha tenido la prudencia de no cerrar la puerta a los calzados, que han sido hasta ahora los confesores.

Sin proponérselo, fray Juan va desplazando a los otros, hasta quedar por maestro único, aunque siempre le acompaña otro descalzo en la tarea. Todo le sirve a fray Juan. Las llamadas interiores no siempre bastan; cuando se cierne una tormenta sobre el convento y las monjas asustadas corren al oratorio a encomendarse a Dios, fray Juan lo advierte y lo celebra.

Sin que se sepa la fecha, el confesor y su compañero trasladan su residencia a una casita próxima a la Encarnación. Se la ha preparado la madre Teresa. Es una casita pobre, "sin alhajas". Se contenta con cualquier cosa que le sirven las monjas.

Fray Juan estará unos cuatro años como confesor en la Encarnación. Posteriormente, cuando marche a Andalucía, la madre Teresa dirá de él: "Después de que se fue allá, no he hallado en toda Castilla otro como él".

 

FLORECILLAS Y PERIPECIAS

Una noche, fray Juan está tomando la frugal cena preparada por las monjas. Está solo. Una joven, que le andaba "persiguiendo" durante algún tiempo, se mete por el corral que linda con el suyo y aparece donde él estaba "convidándole e instándole con su persona". Fray Juan la reconviene con energía y mansedumbre a la vez. La joven reconoce su culpa y se marcha avergonzada.

En otra ocasión, una monja agraciada, a quien visita constantemente un rico caballero, comienza a confesarse con Fray Juan y, al poco tiempo, decide no ver más al caballero. Este se pone furioso y, una tarde, cuando fray Juan vuelve a su casa, el hombre se abalanza sobre él y le apalea, dejándole maltrecho. Como era por haber librado un alma, se le hicieron "dulces los palos, como a San Esteban las pedradas".

A fray Juan, le acontecen florecillas que se le caen de las manos. En cierta ocasión, una monja está grave. Las religiosas le aplican cuantos remedios pueden, pero sin resultado. La trasladan a otra habitación más cómoda y en el camino se les queda sin sentido. Alguien le dice a fray Juan que "buena cuenta ha dado de su hija, pues se le ha muerto sin confesar ni sacramentos". Fray Juan no responde, baja al coro y queda en oración. Al rato llegan alborozadas algunas monjas, diciéndole que la hermana ha vuelto en sí. La confiesa, le administra los sacramentos y la dispone a bien morir. Luego, se dirige a la monja que le dijo lo del poco cuidado y le dice: "¿Esta contenta?".

En otra ocasión, asiste a otra religiosa. Las monjas no advierten nada. Pero fray Juan ve cómo en el momento de expirar el alma de la religiosa "subía al cielo".

Es tal la veneración que las monjas sienten por su confesor, que les parece descubrir en su rostro resplandores angélicos, cuando les lleva el Santísimo Sacramento. Con alguna de ellas llega a tener confidencias de recibos del cielo, que oculta a los demás. Así sucede con Ana Maria, monja de gran virtud. Un día le entrega fray Juan un papel pequeño, en el cual ha dibujado él mismo a pluma un Cristo muerto en la cruz. Refleja una visión tenida por él aquellos días. Ha visto a Cristo muerto, descoyuntado, desgarrado. El dibujo queda en el convento dela Encarnación hasta nuestros días.

El 18 de noviembre de 1572, a poco de llegar fray Juan a la Encarnación, se acerca a comulgar la madre Teresa, que ha manifestado cuánto re gusta la comunión con formas grandes. Se hace la idea de que el Señor permanece más tiempo en su pecho. Fray Juan, implacable aniquilador de todo gusto por lo sensible, no le da más que la mitad de una forma. Teresa lo advierte y lo siente, pero una voz interior la consuela: "No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para quitarte de mí".

Un día de la Santísima Trinidad, en uno de los locutorios de la Encarnación, hablan del gran misterio los dos Reformadores. Fray Juan siente predilección "por el mayor santo del cielo" y le habla a la Madre sobre el divino misterio. De pronto calla y, como movido por un impulso irresistible, se pone en pie. La Madre le pregunta si aquel movimiento brusco ha sido de oración. Fray Juan responde con llaneza: "Creo que sí ".

Por este mismo tiempo, en el monasterio de Nuestra Señora de Gracia, hay una religiosa prodigio. Es joven. Ingresada en el convento cuando contaba cinco años, explica "maravillosamente" las santas Escrituras. Y no ha tenido maestro ni ha cursado estudios. Por el locutorio comienzan a desfilar los más insignes teólogos de Salamanca. Parece que todos dan por infusa la ciencia de la monja. Pero los superiores no están tranquilos y requieren al fin la intervención de fray Juan de la Cruz. Fray Juan se resiste a intervenir en el asunto y sólo acepta cuando los inquisidores se lo autorizan.

Una hora pasa fray Juan con la monja. Al final, dice sin ambages: "Esta monja está endemoniada". El padre general le ruega que tome a su cargo el exorcismo de la religiosa. A los primeros conjuros, la religiosa confiesa que se ha entregado al demonio a la edad de seis años, es decir, al año de haber ingresado en el convento. La niña se sacó sangre de un brazo y con ella escribió una cédula en la que hacía constar que se daba por entero al diablo.

Los conjuros duran varios meses. Fray Juan sube al convento una o dos veces por semana. Los exorcismos son acompañados por terribles convulsiones de la joven: insulta furiosa a fray Juan, echa espumarajos por la boca, grita, se revuelve en el suelo, hasta intenta abalanzarse sobre el fraile y sus acompañantes. Las monjas huyen despavoridas y hasta el compañero de fray Juan quiere marcharse. La monja grita desesperada: "¿A mí, a mí, frailecillo? ¿No tengo yo siervos?".

Un día fray Juan le dice que traduzca aquellas palabras del Evangelio de San Juan: "Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis". Traduce la monja: "El Hijo de Dios se hizo hombre y vivió con vosotros". "¡Mientes!, replica fray Juan: las palabras no dicen "con vosotros", sino "con nosotros". "Es como digo, dice la monja, porque no se hizo hombre para vivir con nosotros, sino con vosotros".

Al final, después de meses de exorcismos, logra arrancar al diablo la cédula y dejar libre a la monja, que queda rendida, como salida de una larga y terrible pesadilla.

En Medina había una monja descalza, afectada por una extraña enfermedad. Las religiosas la dan por endemoniada. La madre Teresa les envía a fray Juan, a quien "le ha hecho Dios merced de darle la gracia de echar los demonios de las personas que los tienen". Fray Juan la confiesa, la lee los evangelios y termina diciendo: "Esta hermana no tiene demonio, sino falta de juicio".

A mediados de marzo de 1574, fray Juan va a Segovia a la fundación de las Descalzas. Le acompañan la madre Teresa, las monjas que van a constituir la nueva comunidad, Julián de Avila y un caballero de Alba de Tormes, llamado Gaytán.

Los fundadores llegan el 18 de marzo y el día siguiente, fiesta de San José, se inaugura la casa poniendo el Santísimo en el portal, que hace de iglesia. Celebra la primera misa Julián de Avila; la segunda la dice fray Juan. La Madre tenía licencia verbal del obispo de la diócesis, que estaba ausente, y ha temido, por evitar obstáculos, hacerlo saber al provisor, que exigiría, seguramente, la autorización por escrito. Piensa la Madre que el provisor, una vez puesto el Santísimo, no va a deshacer la fundación. Sin embargo, enterado el provisor, acude furioso preguntando quién ha puesto aquello allí. Julián de Avila se esconde tras una escalera y es fray Juan quien aguanta mansamente la reprimenda del provisor: "Estoy por enviaros a la cárcel".

SE DECLARA LA GUERRA

Los descalzos, favorecidos por los comisarios apostólicos de la orden dominicana, han dado algunos pasos de espaldas a las disposiciones del general del Carmen. La madre Teresa se lamenta de ello:

"No los puedo dejar de echar la culpa. Ya parece van entendiendo que fuera mejor haber ido por otro camino por no enojar a vuestra señoría" (Carta al General fray Juan Bautista Rubeo).

En concreto, fray Francisco Vargas, comisario apostólico para la provincia de Andalucía, ha ido demasiado lejos.

Ha entregado a los descalzos el convento que los calzados tenían en San Juan del Puerto (Huelva); ha autorizado las fundaciones de Sevilla, Granada y Peñuela; ha nombrado al padre Baltasar, primero, y luego a Jerónimo Gracián, visitadores de calzados y descalzos en su provincia andaluza.

Y esto, en oposición a los deseos y disposiciones del general del Carmen.

Los calzados se sienten amenazados ante el empuje de los descalzos. Una junta de provinciales españoles sugiere al general se solicite del Papa, Gregorio XIII, que el nombramiento de comisarios apostólicos recaiga en miembros de la orden. Lo cual se concede en un documento pontificio que lleva fecha de 3 de agosto de 1574, pero que el general de la orden no dará a conocer hasta mayo del año siguiente.

Mientras tanto, el nuncio en España, Ormaneto, a quien le ha sido comunicado desde la Curia romana la expedición del breve, usando de sus propias facultades de legado pontificio, el 27 de septiembre de 1574 nombra reformadores a los comisarios destituidos, con idéntica o mayor autoridad que la que antes tenían. Además, incluye entre ellos al padre Jerónimo Gracián para la provincia de Andalucía. Y el Papa confirma el nombramiento con fecha de 27 de diciembre.

Los ánimos se enardecen. Llegan a Roma informes y protestas, no siempre justos y desapasionados. Al mismo tiempo, se hacen llegar hasta Felipe II memoriales difamatorios contra Gracián y los Descalzos. El general de la orden escribe dos cartas a la madre Teresa (una en octubre de 1574 y otra en enero de 1575), pidiéndole explicaciones de la actitud y actuación de los descalzos, pero dichas cartas no llegan a su destino hasta el mes de junio.

Mientras tanto, en mayo de 1575, se celebra capítulo general en Piacenza (Italia). Ante los informes de los calzados andaluces, el capítulo interpreta el silencio de la madre Teresa y de los descalzos como una actitud de rebeldía y se pone decididamente del lado de los acusadores.

El capítulo comienza por la lectura del breve pontificio sobre la derogación del nombramiento de comisarios apostólicos y toma las siguientes determinaciones: enviar un visitador de la orden para calzados y descalzos; suprimir los conventos que éstos han fundado sin licencia del general (Granada, Sevilla y La Peñuela); prohibición de fundar nuevas casas, tanto de frailes como de monjas; reclusión de la madre Teresa en un convento por ella elegido, y mandato de que ninguna monja descalza pueda trasladarse de un convento a otro. Para hacer cumplir estas disposiciones, el capítulo manda que se recurra, si es preciso, al brazo secular.

Mediado el año 1576 llega a España el padre Jerónimo Tostado con el nombramiento de visitador de la orden en la Península. Y llega decidido a hacer cumplir las decisiones capitulares de Piacenza. Presenta sus patentes ante el rey y el nuncio, pero el Consejo Real le retiene los papeles, que no halla concordes con las disposiciones pontificias que asisten al nuncio. La madre Teresa escribe a la priora de Sevilla: "Nos ha librado Dios del Tostado".

Los descalzos, con ocasión de un capítulo que se celebra en San Pablo de la Moraleja (Avila), en el que se dan a conocer las decisiones del capítulo general, se percatan de lo que se trama contra ellos y toman sus precauciones. El padre Jerónimo Gracián, superior provincial de los descalzos por nombramiento del nuncio, convoca con fecha de 3 de agosto de 1576 una junta de descalzos en Almodóvar.

La reunión se celebra el 9 de septiembre. Han sido citados los nueve superiores de conventos reformados: Mancera, Pastrana, Alcalá, Altomira, Granada, La Peñuela, Roda, Sevilla y Almodóvar. También se ha citado a fray Juan de la Cruz, vicario y confesor de la Encarnación de Avila.

Designado el padre Antonio de Jesús para hacer las veces de Gracián en caso de ausencia de éste, el capítulo trata en primer lugar de las constituciones que deben regir en la reforma. Además, el capítulo decide enviar a los padres Juan de Jesús Roca, prior de Mancera, y Pedro de los Angeles, superior de La Peñuela, para que negocien en Roma la necesaria autonomía de los descalzos, único medio de salvar la reforma, pero la decisión no se lleva a efecto por ahora.

En los primeros días de ese mismo año, se había producido un hecho violento. El padre Valdemoro, prior de Avila, con gran escándalo del pueblo sacó a los descalzos de la Encarnación (a fray Juan y a su compañero Francisco de los Apóstoles) y los llevó presos a Medina del Campo. La ciudad protestó del atropello y elevó un largo memorial al nuncio. Intervino Ormaneto y mandó, bajo excomunión, que fray Juan fuese restituido a su puesto de Avila y que ningún calzado volviese a intervenir en la Encarnación, ni siquiera para decir misa.

Entre otros acuerdos, el capítulo de Almodóvar determina que fray Juan renuncie a su oficio de vicario y confesor de la Encarnación. Pero fray Juan vuelve a Avila y sigue en su puesto, quizá por las mismas causas que le retuvieron en él, cuando cesó la madre Teresa como priora de la Encarnación y fray Juan quiso retirarse: una instancia de las monjas al nuncio y una orden del nuncio confirmando una vez más a fray Juan en su puesto.

Sin embargo, el nuncio Ormaneto muere el 18 de junio de 1577. Los calzados se crecen. Dan por fenecida la comisión de Gracián y por renacida la del Tostado. Además el nuevo nuncio, monseñor Sega, está de su parte. Fray Juan prevé "que había de venirle un grande trabajo".

 

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