En el principio era la palabra
 

- EL EVANGELIO DE JUAN Hemos visto su gloria Volviendo a las fuentes, abordamos el evangelio de Juan. Detrás de cada evangelio (Marcos, Mateo, Lucas, Juan) hay un apóstol y hay una comunidad o una red de comunidades, las comunidades de Pedro, Santiago, Pablo, Juan. El evangelio de Juan es distinto, pero transmite la misma confesión de fe que los demás: “Jesús es el Cristo, el hijo de Dios” (Jn 20,31). El discípulo siente la ausencia de Jesús, pero vive su misteriosa presencia. Con él su comunidad lo atestigua: Hemos visto su gloria (1,14). En la foto, papiro 52, hacia el año 125 (Biblioteca John Rylands, Manchester). Es el testimonio más antiguo del evangelio de Juan (Jn 18,31-33 y 37-38). Algunos interrogantes. Nos encontramos con diversos problemas. La mayoría de los comentaristas dudan que alguno de los cuatro evangelios haya sido escrito por un testigo ocular de la misión de Jesús. ¿Es esto así?, ¿quién es el autor del evangelio de Juan?, ¿cuándo lo compuso?, ¿dónde?, ¿quién es el otro discípulo que aparece en el evangelio?, ¿quién es el discípulo amado?, ¿qué revela...

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COMUNIDAD DE AYALA, 50 AÑOS Volviendo a las fuentes   Al celebrar los 50 años de la Comunidad de Ayala,  parece oportuno recordar algunos acontecimientos más importantes de su historia, así como también algunos antecedentes que la han hecho posible. Lo dijo Pablo VI: En el fondo ¿hay otra forma de anunciar el Evangelio que no sea el comunicar la propia experiencia de fe? (EN 46). Además, "es bueno dar gracias al Señor y cantar a su nombre, publicar su amor por la mañana y su lealtad por las noches" (Sal 92). Muchos lo intentaron. Por aproximaciones sucesivas, hemos ido buscando la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles. Por ahí era posible la renovación profunda de una Iglesia, que -siendo vieja y estéril como Sara (Rm 4,19)- podía volver a ser fecunda. En realidad, para eso fue convocado el Concilio, “para devolver al rostro de la Iglesia de Cristo todo su esplendor, revelando los rasgos más simples y más puros de su origen” (Juan XXIII, 13 de noviembre 1960). En la foto, pintura mural, comida eucarística, Catacumbas de San Calixto, Roma (Cordon...

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INFORME SECRETO  Decisiones de Juan Pablo I En mayo del 89, la llamada "persona de Roma" envió a Camilo Bassotto (en la foto), periodista veneciano y amigo de Juan Pablo I, una carta con unos apuntes. En realidad, era un informe secreto. Este informe recoge decisiones importantes y arriesgadas, que Juan Pablo I había tomado. Se lo había comunicado al cardenal Villot, Secretario de Estado. Pero también se lo comunicó a la persona de Roma. Fue una medida prudente. De este modo nos hemos enterado. Juan Pablo I había decidido destituir al presidente del IOR (Instituto para Obras de Religión, el banco vaticano), reformar íntegramente el IOR, hacer frente a la masonería (cubierta o descubierta) y a la mafia. Es decir, había decidido  terminar con los negocios vaticanos, echar a los mercaderes del templo.  El informe debía ser publicado, pero sin firma. El autor del mismo no podía hacerlo, pues, así decía, "el puesto que ocupo no me lo permite, al menos por ahora". Camilo lo publicó en su libro "Il mio cuore è ancora a Venezia" (1990).  

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COMUNIDAD DE AYALA, 50 AÑOS

Volviendo a las fuentes

 

Al celebrar los 50 años de la Comunidad de Ayala,  parece oportuno recordar algunos acontecimientos más importantes de su historia, así como también algunos antecedentes que la han hecho posible. Lo dijo Pablo VI: En el fondo ¿hay otra forma de anunciar el Evangelio que no sea el comunicar la propia experiencia de fe? (EN 46). Además, "es bueno dar gracias al Señor y cantar a su nombre, publicar su amor por la mañana y su lealtad por las noches" (Sal 92).

Muchos lo intentaron. Por aproximaciones sucesivas, hemos ido buscando la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles. Por ahí era posible la renovación profunda de una Iglesia, que -siendo vieja y estéril como Sara (Rm 4,19)- podía volver a ser fecunda. En realidad, para eso fue convocado el Concilio, “para devolver al rostro de la Iglesia de Cristo todo su esplendor, revelando los rasgos más simples y más puros de su origen” (Juan XXIII, 13 de noviembre 1960). En la foto, pintura mural, comida eucarística, Catacumbas de San Calixto, Roma (Cordon Press).

La crisis era profunda. Se palpaba. Desde entonces estamos contemplando la sacudida del terremoto, los “cambios profundos y acelerados” del mundo contemporáneo (GS 4). En esa situación llegó el Concilio “para escrutar a fondo las señales de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio”. Una de las grandes orientaciones conciliares fue la vuelta a las fuentes, a la Biblia, al Evangelio, a la experiencia de las primeras comunidades. La otra fue el diálogo evangelizador con el mundo de hoy. Las dificultades eran enormes. Para muchos, “todavía no había llegado la hora”. Se habló de “locura papal”[1].

 

1. Primeros pasos

Lo cantamos en la comunidad: "Llamado desde el seno, pues no fue cosa mía"... Nací en Aldeaseca de Arévalo, provincia de Ávila, el 12 de abril de 1944. Durante muchos años, mi padre fue maestro en Sinlabajos. Soy el segundo de seis hermanos. En mi primera comunión, el 21 de mayo de 1950, hice mía esta oración: “Te pido, Rey de mi vida, que, al llegar mi juventud, yo quiera ser sacerdote para vivir como tú. Te pido, amigo del alma, que, cuando sea mayor, sea un sacerdote santo que hable al mundo de tu amor. Y te pido, sobre todo, oh, mi divino Jesús, que yo por ti muera mártir, abrazado con tu cruz”. Mi madre se lo comunicó a nuestra tía Julia, que respondió así: “¡Quisiera Dios un día viésemos a Jesusín, ministro del Señor, operario de la viña de Cristo! Pídelo con insistencia; la oración y las lágrimas de Mónica produjeron al Santo doctor Agustín” (28-8-1950). Julia estaba de luto. Su marido, Leonardo, fue asesinado en 1936 por sus ideas socialistas. La carta la escribe su sobrino Marcelino Legido (1936-2016), que después sería sacerdote en la tierra pobre del Cubo de Don Sancho (Salamanca), tras haber renunciado a su cátedra de Filosofía en la Universidad. Destacan sus libros “La Iglesia del Señor” (1978), “Fraternidad en el mundo” (1982), “Misericordia entrañable” (1987). Lo llevaba en el corazón: “Recapitular todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10). Como se ha dicho, es “una de las voces proféticas más hondas del cristianismo hispano en el último tercio del siglo XX” (Carlos Díaz).

Mi madre era profundamente creyente. Para ella Dios estaba cerca, entre los pucheros, como decía Santa Teresa. En cierta ocasión murió un vecino y comentó: "Dichoso él". Como yo puse cara de sorpresa, añadió: "Ya está con Dios". Si llegaba el caso, no dudaba en consultar con sacerdotes especialmente preparados, como D. Germán Mártil, de los Operarios Diocesanos de Salamanca. Murió el 8 de febrero de 1956 de una embolia cerebral, a los 40 años. Yo tenía 11. La última vez que la vi viva fue al despedirme, cuando marché al seminario de Arenas de San Pedro, el 17 de septiembre de 1955. Fue la peor noticia que me podían dar. Al verla muerta, la impresión que tuve es que no estaba allí, que no era ella. Volví al seminario a finales de febrero. Por las noches, antes de dormir, yo le hacía una oración al Señor. Se ha cumplido, pero de otra forma a como yo esperaba. Y no puedo decir que me haya visto defraudado. Si el Señor dice que "los muertos resucitan" y que "son como ángeles" (Lc 20,36), puedo decir que en muchos momentos he contado con su presencia misteriosa. Como ángel de Dios, ha ido acompañando mis pasos. Nos dejó de su puño y letra una oración, la bendición de San Francisco, que está en la Biblia (Nm 6,22-26): "El Señor te guarde y bendiga y vuelva a ti su rostro. El Señor haga de ti misericordia y te dé paz. El Señor te dé su santa bendición. Amén". 

Desde el curso 58-59 tengo la Biblia en las manos. Algo nuevo empezaba a brotar en la Iglesia. Al seminario llegaban testimonios de conversión que procedían de los cursillos de cristiandad. Ricardo Lombardi anunciaba por todas partes la necesidad de un mundo mejor. El 28 de octubre de 1958 las emisoras de radio anunciaban al mundo la elección de un nuevo Papa. Y acertaron: "Hubo un hombre enviado por Dios que se llamó Juan". 

 

2. Regalo de Pentecostés

El cambio que entraña la mayoría de edad supuso para mí una revisión de todo y, por tanto, también de la educación recibida. Como dice San Pablo, "cuando era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño" (1 Co 13,11). La filosofía moderna que comenzaba a estudiar me llevaba a aceptar los límites de la razón humana, a la hora de resolver los grandes interrogantes de la existencia: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar?

Fue el 2 de junio de 1963, fiesta de Pentecostés. Tenía entonces 19 años. Hacía el tercer curso de Filosofía en la Universidad Pontificia de Salamanca y residía en el Colegio Mayor de San Carlos. A pesar de las limitaciones, se respiraba allí un ambiente de renovación y de libertad que no se daba en otros seminarios. El Concilio Vaticano II estaba en pleno desarrollo. Aquella tarde un compañero del Colegio, José Antonio del Río, me dijo que pensaba acercarse a la casa de los Operarios Diocesanos, que si le acompañaba. Le dije que sí. Precisamente, residía allí un primo mío, Gerardo, a quien hacía tiempo no veía. Aquella tarde mi primo no estaba. Quien sí estaba era un compañero de curso, Aurelio Ortín, que actualmente es diácono en Barcelona. No recuerdo cómo ni por qué, Aurelio comenzó a contar su historia. Y la de su padre, maestro que emigró a Buenos Aires. Era una historia viva de fe, de éxodo, de vocación. Fuera llovía, tronaba, descargaba una fuerte tempestad. Los aparatos de radio difundían la agonía de Juan XXIII, el Papa del Concilio.

Volví al Colegio de San Carlos con la conciencia de haber sido conducido aquella tarde misteriosamente, eficazmente, significativamente. Nada había sucedido por casualidad. Todo tenía sentido. Unos años después, un gran profesor de la Universidad Gregoriana de Roma, René Latourelle, lo formulaba así: "Cuando la palabra de Dios se impone a las cosas, las crea; cuando se impone a los hombres, hace la ley; cuando se impone a los acontecimientos, dirige la historia". Al atardecer, ya en mi habitación, mirando a los más altos edificios de la ciudad, símbolo del mundo moderno, no pude menos de exclamar: "¡Este pobre mundo de las casualidades...!". A partir de entonces, esta experiencia de fe, regalo de Pentecostés, ha sido un punto de referencia en mi camino, una luz para mis pasos.

Por las noches solía leer la Biblia. Muchas veces me parecía encontrar el pasaje adecuado. Se me hacía palabra viva de Dios. Recuerdo algunas frases que me llegaron especialmente: "Evangelizar no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí, si no evangelizare!" (1 Co 9,16). Y también: "Dando al olvido lo que ya queda atrás, corro hacia la meta, hacia la vocación de Dios en Cristo Jesús" (Flp 3,13-14). Y finalmente: "Les daré un pastor que los apaciente" (Ez 34,23).

 

3. Flor de Pascua

En Salamanca conocí la obra del jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin. Fue en un momento en que la vieja visión del mundo asumida por la filosofía escolástica, la llamada "filosofía perenne", daba señales inequívocas de caducidad. Sin embargo, ahí estaba el jesuita, sabio, profeta y místico, que -afrontando dificultades, marginación y destierro- había ofrecido una nueva visión del mundo, evolutiva y dinámica. Sobre ello hice la tesina de Filosofía (1965).

El hecho de la evolución. Resultaba liberador constatar que la evolución no se opone a la fe ni, de suyo, da amparo a ninguna filosofía. Es un hecho que se descubre por la ciencia. Según Teilhard, el "Galileo de la cosmogénesis", el mínimo credo común de todos los evolucionismos es éste: hay una "ligazón física entre todos los vivientes" y, por extensión, "entre todo lo real"[2]. Como paleontólogo, descubrió con otros colegas en 1929 el "sinanthropus pekinensis", un "hominiano especialmente antiguo y primitivo"[3].

Hombre inteligente y creyente, Teilhard consideraba ilegítimo el cisma que gradualmente, desde el Renacimiento, ha separado al cristianismo del mundo moderno. Decía en 1923: "Empiezo a pensar que hay cierta visión del mundo real tan cerrada para determinados creyentes, como el mundo de la fe está cerrado para quienes no son creyentes"[4]. Y muchos años después: “Lo que me hace sufrir, en suma, no es tanto el no estar a gusto en el Cristianismo, sino que el Cristianismo se halle momentáneamente poco a gusto en manos de quienes oficialmente lo gobiernan. El mismo problema ante el cual se encontró Jesús hace dos mil años” (carta de 26-9-1952).

En su persona y en su obra, el jesuita presenta una decidida renovación que le permite dialogar con el mundo moderno. Con ello la religión sale fecundada, engrandecida. Teilhard tiene el mérito de devolver al cristianismo su sentido cosmológico y, también, el de ofrecer a un mundo dinámico la luz de la Revelación. 

Cristo es el Centro. El punto Omega es el centro final de convergencia de todo el proceso cósmico. Para Teilhard, el universo está centrado evolutivamente. La dirección del proceso evolutivo es ésta: "cosmogénesis-biogénesis-antropogénesis", o sea, génesis del mundo, de la vida y del hombre. Pero he aquí el problema: el hombre -en quien la evolución se ha hecho consciente- percibe su propia finitud y la del mundo mismo. Ahora bien, si la nada es el futuro de la evolución, ¿tiene sentido el esfuerzo precedente? Lo abordé en mi artículo sobre "el concepto evolutivo de la muerte en Teilhard de Chardin"[5]. Se lo presenté a Mauricio Flick, profesor en la Universidad Gregoriana, que antes lo fue de Albino Luciani. El profesor apoyó el artículo, que se publicó en la revista “Verdad y Vida” (1968).

Omega es el futuro que espera a una evolución que ha llegado a ser consciente, pero que ha de afrontar el "paso vertiginoso y oscuro" de la muerte. Omega ha de ser, según Teilhard, una realidad trascendente y personal. Trascendente, porque está al otro lado de todos y de cada uno de los fenómenos. Personal, porque -desde el momento en que el mundo ha llegado a ser personal- ya nada puede tener sentido para él que no sea supremamente personal, ya ninguna realidad puede ser superior ni puede atraerle si no es sumamente relacional, ya ningún punto trascendente podría centrarle.

Omega es el punto clave de la hipótesis teilhardiana. Si Omega existe, entonces todo es explicable. También la muerte. La muerte es, así, "paso hacia delante" por donde se llega a la plenitud de Omega[6].

Avanzando de abajo hacia arriba, es decir, a la luz de la razón, no se llega sino a ese hipotético punto Omega. Pero cambiando de perspectiva y considerando las cosas de arriba abajo, es decir, a la luz de la Revelación, Omega es Cristo, que llena, consuma, da consistencia y recapitula toda la creación (Col 1,15-20 y Ef 1,10): "En el mundo no caben dos cimas, como en un círculo no caben dos centros"[7].

De esta forma, Cristo Resucitado tiene para Teilhard dimensiones cósmicas: "Tú has ocupado por derecho de Resurrección el punto clave del Centro total en el que todo se concentra"[8]. Y también: "El Astro que el mundo espera, sin saber todavía pronunciar su nombre, sin apreciar exactamente su auténtica trascendencia, sin poder distinguir los más espirituales, los más divinos de sus rayos, es por fuerza el mismo Cristo que esperamos nosotros"[9]. Y finalmente: "Cristo se ama como una persona y se impone como un mundo"[10].   

Muerte y resurrección. En cierto sentido, toda la obra de Teilhard es una gran meditación sobre la muerte, dice Henri de Lubac en su libro "El pensamiento religioso de Teilhard de Chardin"[11]. La muerte es "el resumen y la consumación de todas nuestras disminuciones"[12], pero también es "medio divino" que conduce a la plenitud de la resurrección[13]. La resurrección no es, para Teilhard, la restauración del orden actual del mundo, una vuelta hacia atrás, una reanimación del cadáver. Como dice San Pablo: "Se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual" (1 Co 15,44), "el esquema de este mundo pasa" (7,31), cuando se desmorona por la enfermedad y la muerte esta tienda que es nuestro cuerpo, el Señor nos prepara otra tienda "no hecha por mano humana" (2 Co 5,1). Entonces comenté que, aunque se encontraran los huesos de Cristo, seguiría creyendo en la resurrección. El cuerpo resucitado es un “cuerpo espiritual”.

En la obra de Teilhard se perfila un nuevo concepto de resurrección, fruto de su visión creyente y de su visión dinámica del mundo. Veamos:

-con la muerte, hay algo que pasa irrevocablemente. Hay algo esencial y algo caduco. La muerte, para no ser ya tal muerte, debe dejar filtrar "la esencia más preciosa de nuestros seres"[14]

-la muerte, paso hacia adelante, coloca al mundo y al hombre en situación de trascendencia. Es "la condición natural de un éxtasis fuera de las dimensiones y marcos del universo visible"[15] .

-la resurrección se entiende como plenitud de nuestra propia personalidad en situación de trascendencia. Esta plenitud se nos da en Cristo, en quien somos divinizados: consumación de la "cristogénesis", misterio y destino de la historia, transfiguración del hombre y del mundo.

"De este modo se hallará constituido el complejo orgánico: Dios y Mundo, la Plenitud, realidad misteriosa que no podemos decir que sea más bella que Dios solo, puesto que Dios podía prescindir del Mundo, pero que tampoco podemos pensar como absolutamente accesoria sin hacer con ello incomprensible la Creación, absurda la Pasión y falto de interés nuestro esfuerzo. Y entonces será el fin. Como una marea inmensa, el Ser habrá dominado el temblor de los seres. En el seno de un Océano tranquilizado, pero en que cada gota tendrá conciencia de seguir siendo ella misma, terminará la extraordinaria aventura del Mundo. El sueño de toda mística habrá hallado su satisfacción plena y legítima. Dios lo será todo en todos"[16].

Teilhard murió en Nueva York, el 10 de abril de 1955, pascua de Resurrección. Tres días antes de su muerte, dejó escrito en la última página de su diario un resumen sorprendente de su pensamiento entero: "El universo está centrado evolutivamente", "Cristo es el Centro", y "los tres versículos" (1 Co 15,26-28), en los que se dice que "el último enemigo destruido es la muerte, pues Cristo ha puesto todas las cosas bajo sus pies".

Poco antes, el 15 de marzo, durante una cena en el consulado de Francia en Nueva York, Teilhard había afirmado, en presencia de sus sobrinos: "Quisiera morir el día de Resurrección".

En su último día, por la mañana, asistió a una misa solemne en la catedral de San Patricio. Por la tarde, a un concierto. Después, en casa de unos amigos, se mostró satisfecho de la "magnífica jornada". Al tomar el té, cayó repentinamente al suelo. Llamaron a un médico, pero no pudo hacer nada: “El testigo del Cristo Pascual murió el día de Pascua”. El martes 12 de abril se celebró el funeral. Asistieron “unas diez personas”. Llovía. Solamente dos jesuitas acompañaron los restos de Teilhard hasta San Andrés-en-Hudson, donde fue enterrado[17]. Ciertamente, la experiencia de Teilhard es una flor de Pascua.

 

4. Aquí estoy

Recibí la ordenación sacerdotal el 19 de marzo de 1969, en el Colegio Español de Roma, de manos del entonces obispo de Tarazona (después arzobispo de Granada) D. José Méndez, acompañado de muchos presbíteros (1 Tm 4,14). El recordatorio decía esto: "por la imposición de las manos al servicio de la Iglesia". Y también: "No quisiste sacrificios ni holocaustos, pero me has preparado un cuerpo" (Hb 10,5). El sacerdocio de Cristo, no levítico sino “según Melquisedec”, era el modelo: “Aquí estoy para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (10,7). En aquel momento grandes seminarios, que acababan de ser construidos, quedaban casi vacíos. Había caído la imagen sociológica del cura y se requería una nueva.

Por mi parte me ponía al servicio de la Iglesia, de una Iglesia renovada, que no podía ser otra cosa sino comunidad. En audiencia a los nuevos sacerdotes, Pablo VI nos regaló un ejemplar de los Hechos de los Apóstoles, en italiano. El detalle fue significativo: había que volver a la Iglesia de los primeros tiempos, a la Iglesia de los Hechos de los Apóstoles.

Anteriormente, había hecho Filosofía y Letras en la Universidad Pontificia de Salamanca (1960-1965) y Teología en la Universidad Gregoriana de Roma (1965-1969). Para completar estudios, buscando la relación de la teología con las ciencias humanas[18], hice Psicología en la Universidad Complutense de Madrid, con especialidad de Clínica en la Escuela de Psicología (1969-1973). Al mismo tiempo, fui dando los primeros pasos en el terreno pastoral, dando prioridad a lo que -de una u otra forma- tuviera que ver con grupos y comunidades.   

En la primera mitad de 1973, consideré la posibilidad de volver a Ávila, donde había colaborado en Grupos de Formación Doctrinal, en el Instituto Teológico, en el Seminario y, después, en Formación Permanente del Clero. Pero diversos acontecimientos me harían cambiar de plan.

El obispo de Ávila era D. Maximino Romero de Lema, que además formaba parte de la Comisión Episcopal de Enseñanza y, anteriormente, había sido en Madrid rector de la Iglesia del Espíritu Santo (1961-1968), iglesia que después sería cerrada por el franquismo. Según se supo entonces, Pablo VI quería nombrar a D. Maximino arzobispo de Santiago, pero se opuso a ello el entonces Jefe del Estado. Dijo el Papa: "Pues, si no vale para España, vale para la Iglesia universal". Y le nombró Secretario de la Congregación del Clero. Esperando al nuevo obispo, en Ávila todo quedó en situación de interinidad.

 

5. La buena nueva de la palabra

En 1973, en unos cursos de verano organizados por el Secretariado Nacional de Catequesis, iba como teólogo José Manuel Sánchez Caro, entonces director del Instituto Teológico Abulense y después rector de la Universidad Pontificia de Salamanca. Al final, José Manuel no pudo participar, dio mi nombre y, así, comencé a colaborar con el Secretariado.

Primero fue el curso de Oviedo. Pero el 11 de julio tuve que volver urgentemente a Ávila, pues mi padre -que había sido operado de próstata- tuvo una embolia pulmonar. Cuando me avisaron, según los médicos me dijeron después, ya estaba en marcha un proceso de necrosis, clínicamente irreversible. Pensaban que moriría ese día, hacia las dos. Los médicos no se explicaron la mejoría que se produjo en aquella hora, "a eso de las once". Pasando junto a un cartel que ponía: Al Santuario del Buen Suceso, pensé: “Buen suceso sería que curara mi padre”. No pedí la curación, pero hice esta oración al Señor: “Acepto la muerte de mi padre, pero una cosa sé: que tú puedes curarle”. Cuando llegué a Ávila, pregunté a mis hermanas: ¿Cómo está? Me dijeron: Está mejor. Pregunté de nuevo: ¿A qué hora comenzó la mejoría? Se quedaron pensando, y añadí: ¿A eso de las once? Me dijeron sorprendidas: ¿Cómo lo sabes? Se cumplía la palabra del Señor: “Anda, que te suceda como has creído. Y en aquella hora sanó el criado” (Mt 8,13). Unos días después, fue el curso de Ávila, en el que pude participar plenamente. Mi padre moriría ese día, el 11 de julio, 31 años después.

Al comenzar el curso 73-74, me llamaron desde el Secretariado Nacional de Catequesis. Se necesitaba un teólogo para el equipo encargado de redactar el catecismo que después se llamaría "Con vosotros está" (para preadolescentes, 11-14 años).

El catecismo rompía viejos moldes y hubo que hacer, al propio tiempo, la Guía Doctrinal, algo así como su escudo protector. Una mañana, preparando un tema de la Guía, topé con un texto de la Biblia, que me llamó mucho la atención: "¿No he escrito para ti treinta capítulos de saber y ciencia, para hacerte conocer la certeza de las palabras verdaderas, y puedas responder palabras verdaderas a quien te envíe?" (Pr 22,20). Conté los temas redactados hasta ese momento. En total, treinta. No hice la tesis doctoral, como pensaba. Me quedé sin tesis, pero hice una síntesis de fe.

La aprobación y publicación del catecismo “Con vosotros está” fue un acontecimiento en la Iglesia española[19]. Y el “Manual del Educador. Guía doctrinal” ha tenido usos muy diversos: catequesis de adultos, catecumenados, elaboración de catecismos y de diversos proyectos catecumenales, formación de profesores de religión. Se le llamó “catecismo de obispos”. En los años finales de la dictadura franquista, con el catecismo y con el Manual los derechos humanos llegan a las casas: “El proceso de evangelización implica la defensa de la dignidad y derechos del hombre”, es “un signo de nuestro tiempo” (Tema 32).

En 1982 se habló de una revisión del catecismo y, poco a poco, se le arrinconó. Después se hicieron otros catecismos. En realidad, no hay método, ni pedagogía, ni instrumento catequético que pueda resolver el problema de fondo de una catequesis de consumo, puesta al servicio de una pastoral de consumo; de una catequesis sin la palabra de Dios que es viva y eficaz, sin anuncio, sin proceso, sin comunidad, sin compromiso; en suma, de una catequesis sin renovación profunda de la Iglesia.

La renovación implica una evangelización de los bautizados, una nueva evangelización. Solamente así, mediante el servicio del Evangelio, puede cerrarse esa herida abierta en el costado de la Iglesia, herida que no debe curarse a la ligera. Lo denunciaron los profetas: "Curáis a la ligera las heridas de mi pueblo" (Jr 6,14).

Terminado el catecismo (con sus guías) y presentado por todas partes, en el curso 1977-1978 pasé al Departamento de Catequesis de Adultos. Se me confió la responsabilidad del mismo el 3 de septiembre de 1978. Allí estuve ocho años justos, promoviendo una catequesis de adultos de inspiración catecumenal.

En el primer trimestre de 1979 publiqué “España, país de misión”[20]. Se requería una confesión nacional, un reconocimiento de la contradicción eclesial de la sociedad española: "muchos son los bautizados, pocos los evangelizados". Un día le dijeron los discípulos al Señor: “Auméntanos la fe”. Y el Señor dijo: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza…” (Lc 17,5). Jesús cambia el planteamiento del problema: no se trata de aumentar la fe, sino de tener fe “como un grano de mostaza”. En nuestros países de vieja cristiandad, hay que volver a este planteamiento evangélico. El problema es más hondo: en tantos casos, situaciones y ambientes, el problema no es de profundización en la fe, sino de una iniciación básica. En España, también.

De 1978 a 1986, como responsable de Catequesis de Adultos, formé parte del Equipo Europeo de Catecumenado. Fruto final de esta colaboración fue el libro europeo de catecumenado, "Los comienzos de la fe" (1990)[21], que recoge 25 años de experiencia catecumenal en Europa: “Con el respeto de las legítimas diferencias, la experiencia catecumenal europea presenta asombrosas convergencias”, “la importancia dada a la acogida, a la relación interpersonal, a la experiencia e historia de cada uno, al grupo y a la pequeña comunidad, interpela  a las viejas Iglesias del viejo continente, Iglesias necesitadas de una profunda renovación, si quieren responder al reto evangelizador del momento presente: Europa, tierra de misión”.

En 2006 publiqué "Memoria histórica ¿Cruzada o locura?", que supone una revisión de la posición de la Iglesia en la Guerra Civil. ¿Qué dijo y qué dice la Iglesia? La Guerra Civil una “guerra entre los hijos del mismo pueblo” (Pío XI), una “empresa pasional de odio y violencia” (Gumersindo de Estella), una locura, como se dice en el salmo 85: “Dios anuncia la paz, con tal de que a su locura no retornen”.

Desde abril de 1975 utilizamos la Guía Doctrinal al servicio del catecumenado. Posteriormente, introduciendo diversas adaptaciones, publicamos en el Secretariado Nacional de Catequesis el Proyecto Catecumenal[22]. Después lo hemos ido revisando y actualizando en la Asociación Comunidad de Ayala, tal y como puede verse en nuestra web, www.comayala.es.

En 2018 revisamos y actualizamos la catequesis “Escándalo de los pequeños”. En ella denunciamos los escándalos masivos de pederastia que están minando la credibilidad de la Iglesia. El caso de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, es especialmente grave y notorio. La foto dio la vuelta al mundo. En el 60 aniversario de su ordenación (30-11-2004), Juan Pablo II bendice al que en 1994 presentó como “guía eficaz de la juventud”.

En el año 2021 comenzamos una serie de catequesis bíblicas, del Génesis al Apocalipsis: en primer lugar, sobre el Antiguo Testamento (Ley y profecía): el Pentateuco (etapas y tradiciones) y los profetas (tradiciones proféticas). Estas catequesis se recogen en el manuscrito “Moisés y Elías, en diálogo con Jesús”. En 2022 empezamos una serie de catequesis sobre el Nuevo Testamento: la misión de Juan, la misión de Jesús, el evangelio de Marcos, el evangelio de Mateo, el evangelio de Lucas, los Hechos de los Apóstoles, el evangelio de Juan y la experiencia de las primeras comunidades cristianas.

Está en los Hechos: “Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la buena nueva de la palabra” (Hch 8,4). Evangelizar supone iniciar en la palabra de Dios dicha hoy, a la luz de la palabra de Dios dicha ya, recogida en la Escritura y en la tradición viva de la Iglesia. En la experiencia bíblica, el mayor problema religioso no está en si Dios existe o no existe, sino en si Dios habla hoy o no. De hecho, anunciar la palabra de Dios en los acontecimientos personales, sociales y eclesiales supone una “misión imposible”. Es la experiencia de Isaías: “Tienen ojos para ver y no ven, tienen oídos para oír y no oyen” (Is 6,9-10). Pero la palabra es acogida por un “resto”: “Un resto volverá” (10, 21). Es la experiencia de Jesús: “No temas, pequeño rebaño” (Lc 12,32). En la experiencia de fe vivimos las señales del Evangelio: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva” (Mt 11,5).

En la experiencia del Evangelio, la comunidad es “piscina de Betesda”, donde cura el paralítico (Jn 5,1-8); es también “piscina de Siloé”, donde cura el ciego (9,1-7). Los judíos persiguen a Jesús porque hace estas cosas en sábado. Les dice: “Mi padre sigue trabajando y yo también trabajo”. Los judíos replican que se endiosa. Les dice: “El hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al padre”, “y le mostrará obras mayores”. ¿Cuáles son? En primer lugar, los muertos resucitan: “Como el padre resucita a los muertos y les da vida, así también el hijo”. En segundo lugar, el juicio de la historia: “Le ha confiado al hijo todo juicio”, “le ha dado poder de juzgar porque es el hijo del hombre” (5,16-27). También en estas obras mayores podemos colaborar: “Resucitad muertos” (Mt 10,8), “os sentaréis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Lc 22,30).

6. La Comunidad de Ayala

En la primera mitad de 1973, comencé a colaborar con la parroquia del Cristo de la Salud, en la calle Ayala de Madrid. De ahí el nombre de la Comunidad. La perspectiva de crear grupos y de formar comunidad, a pesar de las dificultades previsibles, me llevó a aceptar la propuesta de Fernando Salom, sacerdote valenciano que colaboraba en la parroquia y que marchaba a otro destino. Le habían nombrado director del colegio mayor San Juan de Ribera. Lo recuerdo bien. Fue el 25 de marzo, fiesta de la Anunciación. Las lecturas del día remitían a mi ordenación: “No quisiste sacrificios ni holocaustos”, “heme aquí que vengo para hacer tu voluntad”.

La insatisfacción por el cristianismo convencional se hacía sentir por todas partes. Nada más llegar, le planteé al párroco, D. Ignacio Zulueta, la necesidad de un catecumenado, de una comunidad. Me dijo que para el curso siguiente; de momento, él había pensado en unas reuniones en torno a la Biblia y al Concilio: podría ser un primer paso. Acepté. Yo me encargué de las reuniones (quincenales) en torno a la Biblia. De ahí salió el núcleo inicial de la comunidad.

Era un pequeño grupo (8-10 personas), pero estaba abierto a la renovación y al cambio. Y, como sabía a poco, pronto comenzamos las reuniones en casa de Julián y Pilar, los domingos por la tarde. Buscábamos la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles. Por ahí era posible la renovación profunda de una Iglesia, que -siendo vieja y estéril como Sara (Rm 4,19)- podía volver a ser fecunda.

Recordamos aquella noche del 29 de junio en casa de Julián, cuando hizo la siguiente pregunta: ¿Cómo será el futuro de la Iglesia? Respondí así: El futuro de la Iglesia es Comunidad. Un coadjutor de la parroquia replicó: Eso es imposible. Le interpelé: Si no crees en la renovación de la Iglesia, no sé qué haces dentro de ella. Se secularizó poco después.

Con el nuevo curso, en reunión del equipo pastoral de la parroquia decidimos poner en marcha un catecumenado. El catecumenado siguió, en principio, la orientación neocatecumenal. Tras las primeras catequesis, la comunidad quedó constituida el 8 de diciembre. Comenzamos 42 personas. Inicialmente, la experiencia fue positiva. Suponía un paso hacia adelante. Aunque con algunas reservas, era preciso avanzar. En noviembre, D. Ignacio había sido ingresado en el viejo hospital de San Pedro. "En cuanto pueda, iré a la comunidad", me dijo. Vino, pero de otro modo, en esa dimensión nueva en la que vive el Señor Resucitado. Murió el 25 de enero de 1974.

En el primer trimestre de 1975 fuimos viendo la necesidad de hacer una revisión del sistema adoptado: rechazo total de la orientación neocatecumenal por parte del nuevo párroco, que era consiliario de cursillos de cristiandad; aspiración diocesana por un catecumenado autónomo; inconvenientes de una dirección exterior e inadecuada sobre el grupo catecumenal; cerrazón sistemática que va asfixiando al grupo; disminución progresiva del número de miembros; imposibilidad de incorporarse al grupo nuevos miembros que habían iniciado una relación viva con él; interpretación discutible del catecumenado y de sus etapas; carencia de instrumentos catequéticos adecuados; oferta de abrir un centro catecumenal en el colegio mayor de Tagaste. La revisión fue aceptada por mayoría, primero en el equipo responsable, luego en la comunidad.

El 6 de abril, tras un mes de tensiones y algunas rupturas, compensadas con nuevas incorporaciones, comenzamos una nueva etapa. La segunda lectura propia del día nos llamó la atención: “El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se iban salvando” (Hch 2,42-47). La revisión se llevaría a efecto, la comunidad permanecería abierta a la incorporación de nuevos miembros y la orientación pastoral de la comunidad se iría definiendo dentro de ella. Éramos 30 personas. A partir de entonces, la comunidad comenzó a crecer. 

Al propio tiempo, el nuevo párroco fue marcando en la parroquia una orientación, en la que de hecho quedaba excluido todo tipo de catecumenado. Con el horizonte así cerrado, la comunidad quedó separada de la parroquia y vinculada a la vicaría como una comunidad autónoma. Durante tres meses nos reunimos en el colegio mayor de Tagaste. Al final, manteniendo la autonomía con respecto a la parroquia, el párroco nos dejó un local en el sótano de la misma. Dicha autonomía nos permitió seguir la experiencia catecumenal y comunitaria con entera libertad, sin estorbo alguno. En la foto, eucaristía de la Comunidad, 1981.

A partir de entonces, el rumbo de la comunidad se fue definiendo mediante la escucha asidua de la palabra de Dios en el fondo de los acontecimientos personales, sociales o eclesiales. Ha sido fundamental la propia experiencia de fe de quienes llevábamos el catecumenado, que poco a poco se iba convirtiendo en comunidad. También lo ha sido la revisión continua del camino a seguir, así como el contacto con otros grupos. Disponíamos ya de la síntesis de fe, que posteriormente desembocaría en el Proyecto Catecumenal, así como de otros instrumentos, comoEl catecumenado” de Casiano Floristán[23],La catequesis en los primeros siglos” de Danielou-Du Charlat[24] y “Cambio estructural de la Iglesia” de Karl Rahner[25].

La presentación de la síntesis de fe en la comunidad fue inolvidable. Desde la experiencia de fe: Con vosotros está, Cristo vive, descubrimos el misterio de Dios: Un solo Dios y un solo Señor, el misterio del hombre: pasamos del hombre viejo al hombre nuevo, y el misterio del mundo: pasamos de la creación a la nueva creación. Nos vimos acompañados por la palabra de Dios que -entre otras cosas- decía: “Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas”, “les comunicarás mis palabras, escuchen o no escuchen, porque son una casa de rebeldía” (Ez 2,3-7).

Aparte de la eucaristía (los sábados) y la catequesis (los miércoles), teníamos reuniones informales los domingos por la tarde en casa de Julián y de Pilar. En ellas seguíamos la marcha de la comunidad. Como Áquila y Priscila (Hch 18,2), pusieron su casa al servicio del Evangelio. En ella también tuvimos (hasta 1987, cuando la Asociación dispuso del local de Saliente), la escuela de catequistas los martes por la tarde, que tenía por lema “Compartir una misión”.

El 13 de noviembre de 1977, aniversario del nacimiento de san Agustín, hicimos la convocatoria que dio origen a la Comunidad de la parroquia de Santa María de la Esperanza, llamada coloquialmente Comunidad de Periodistas por estar situada en el barrio madrileño conocido como Ciudad de los Periodistas. La convocatoria se hizo a petición del religioso agustino Edelmiro, que durante años dirigió dicha comunidad.

Pilar Bellosillo (1913-2003), que dedicó su vida a la Acción Católica y fue auditora del Concilio Vaticano II, vivió la renovación del Concilio en la Comunidad de Ayala. Había quedado atrás la crisis dura y dolorosa de los movimientos de Acción Católica a finales de los sesenta. En noviembre de 1985 Pilar fue enviada a Roma por la Comunidad con una misión especial y delicada: entregar personalmente al cardenal Eduardo Pironio mi pliego sobre la muerte de Juan Pablo I. Se había publicado el mes anterior y se había levantado un tremendo revuelo en la curia romana. En ese contexto, Pilar había sido invitada por Pironio (entonces presidente del Consejo de Laicos) a la conmemoración del Decreto conciliar sobre Apostolado Seglar. Nos pareció providencial. Ella misma comentó al cardenal su llegada a la Comunidad: “Empiezo por decirle cómo llegó un momento en que nosotras, cuando yo dejé todas mis actividades y tuve mi crisis de salud, estábamos buscando una comunidad viva, cómo la encontraron mis hermanos, Carmen y Paco, y cómo venían a casa, porque yo entonces tenía muy poca actividad, casi no me movía, para comunicarme lo que estaban viviendo. Y a mí me impresionaba, porque decían lo mismo que aquellos primeros discípulos que encontraron a Jesús, decían a los otros: Hemos encontrado lo que buscábamos”. En la foto, la Comunidad en el 50 aniversario de mi ordenación.

 

7. La Asociación Comunidad de Ayala

En 1987 nos constituimos en asociación, reconocida eclesial y civilmente, la Asociación Comunidad de Ayala (c/ Saliente, 1). Esto ha dado asentamiento eclesial y civil a la acción evangelizadora que estamos desarrollando. También señala el horizonte en el que desemboca el proceso catecumenal: asociados para evangelizar. En el fondo, las primeras comunidades tienen una estructura asociativa.

Todo proceso de evangelización debe verificar la diferencia existente entre quienes son llamados y quienes, por su respuesta, son finalmente elegidos. En realidad, muchos no responden a la llamada. Lo dice Jesús: “muchos son los llamados y pocos los elegidos” (Mt 22,14).

La asociación se llama “Comunidad de Ayala” por ser dicha comunidad, fundada en 1973, el origen de muchos grupos y comunidades y por ser, también, el origen de la presente Asociación.

Nos vino bien. En su libro “Cambio estructural de la Iglesia” (1974), el teólogo Karl Rahner aconsejaba el asentamiento civil y eclesial de una comunidad como la nuestra: “Quizá sería muy útil que los juristas se fuesen preocupando con tiempo de cómo podría constituirse jurídicamente (según el derecho de asociación, patrimonial, etc) una tal comunidad de base del futuro, de cómo podría concebirse según el derecho civil su relación con la Iglesia del obispo, etc., para que así la comunidad de base obtenga una consistencia jurídica profana lo más firme posible, estando asentada también de un modo eclesial y teológicamente correcto". En una previsión correcta del futuro habría que incluir esas consideraciones jurídicas sobre el status de una comunidad de base en la sociedad, yendo más allá de las necesidades de ese tipo que ya hoy tiene una comunidad de base, “si es que es de nueva formación y no significa simplemente nueva vida dentro de la parroquia tradicional, con lo cual estaría ya respaldada jurídicamente" (Rahner, 143-145).

El consejo del teólogo lo vimos viable y realizable en el libro “Asociaciones canónicas de fieles”, que recogía las ponencias de un Simposio celebrado en Salamanca del 28 al 31 de octubre de 1986, organizado por la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia.

La Asociación fue constituida el 8 de febrero de 1987 en casa de Julián y Pilar. El día 10 solicitamos en el Arzobispado su reconocimiento como Asociación de Fieles. El 10 de abril hicimos ante el notario Antonio Cuerda y de Miguel la Escritura de Fundación de la Asociación de Fieles “Comunidad de Ayala”. En los Estatutos aprobados ese día en  Asamblea Constituyente se decía que la intervención eclesiástica prevista en varios artículos “sólo tendrá efecto a partir del decreto canónico de erección” (Art. 17). A primeros de junio recibimos el Decreto del cardenal Ángel Suquía, que aprobaba los Estatutos y la erección canónica de la Asociación “Comunidad de Ayala” como Asociación Pública de Fieles. El Decreto llevaba fecha de 24 de marzo de 1987. Con fecha 19 de junio, la Asociación quedó inscrita en el Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia.

El ejercicio de mi sacerdocio, vivido y celebrado en la Comunidad, ha encontrado marco jurídico en la Asociación. En la diócesis de Ávila se reconoce como “misión en Madrid”. En la diócesis de Madrid, en los encuentros de Consiliarios, soy “el cura de la Comunidad de Ayala”.

Actualmente, estamos animando en Madrid unos cincuenta grupos en parroquias, colegios y casas. La Asociación Comunidad de Ayala tiene también proyección fuera de Madrid. Ahí está la Asociación Comunidad del Puerto (Tenerife), la Asociación Comunidad de la Palabra (Gran Canaria), la Asociación Con vosotros está (Córdoba) y los grupos de Ávila, Albacete, Barcelona, Cuenca, Guadalajara, León, Murcia, Toledo...

El 30 de diciembre de 1994, como fruto de la dimensión social del Evangelio, se constituye la Fundación Betesda, para el desarrollo integral de personas con discapacidad intelectual. La Fundación nace del encuentro entre la Asociación Comunidad de Ayala y la Asociación Los Olivos (de familiares y tutores). Como detalle, nos llamó la atención la viñeta que en “El País” se publicó ese día. Decía: “Quedan ustedes invitados a panes y peces”. No sabemos exactamente qué se quería decir con eso. A nosotros nos resultaba significativo, porque el proyecto de la Fundación se estaba haciendo posible por el compartir de muchos y estábamos viviendo en la Comunidad el pasaje evangélico de la multiplicación de panes.  La Fundación tiene la Residencia Belisana (en la foto), que se puso en marcha el 15 de marzo de 1999 y se inauguró el 25 de octubre. El salmo propio del día lo decía todo: “Padre de huérfanos y protector de viudas, es Dios en su santa morada. Dios da a los desvalidos el cobijo de una casa” (Sal 68).

La Fundación tiene también dos pisos tutelados (enero de 2002) y el Centro de Hortaleza (residencia y centro ocupacional, noviembre de 2012 y enero de 2013). En total, 112 residentes. Cuando afrontamos el proyecto del Centro de Hortaleza, se nos hizo vivo el pasaje del sueño de Jacob. Sobre un templo piramidal y escalonado (zigurat), “ángeles de Dios subían y bajaban”. El Señor le dijo a Jacob: “La tierra en la que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia” (Gn 28, 10-22). En plena crisis económica, el proyecto se hizo posible porque “mensajeros de Dios” subieron y bajaron sobre la nueva casa, el Centro de Hortaleza (en la foto).

La Asociación Comunidad de Ayala colabora con diversas asociaciones que tienen una finalidad social, como con Aproedi, para educación y desarrollo de la infancia; Sercade, para acogida de inmigrantes, y la Asociación Pueblos con Futuro, para acogida de inmigrantes en el marco de la España vaciada durante el éxodo rural.

De una forma especial, la Asociación atiende la evangelización de los alejados y de los no creyentes. Con ello quiere seguir el ejemplo de Pablo, actualizando su opción en favor de los gentiles (Ga 2,9). La experiencia del Evangelio supera el muro religioso (judíos y gentiles), el muro social (ricos y pobres) y el muro de género (varones y mujeres): “Todos los bautizados en Cristo Jesús os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 27-28).

Las canciones son expresión de la experiencia de fe que estamos viviendo. Han nacido por los caminos, yendo de un sitio a otro, con la comezón de anunciar el Evangelio en medio de una sociedad bautizada, pero insuficientemente evangelizada, y en medio de una Iglesia, en la que -a pesar de todo- siguen faltando comunidades vivas. La serie de canciones “Levantaré la tienda” (1999) son un canto a la renovación eclesial: se levanta la tienda (Hch 15,16), allí donde se reconstruye el tejido comunitario de la Iglesia, donde se crea comunidad, donde se vive la experiencia de las primeras comunidades. En cualquier situación, según el consejo de Pablo, cantamos salmos, himnos y cánticos inspirados (Ef 5,19).

 

8. Proyecto Catecumenal

Durante estos años, hemos ido revisando el Proyecto Catecumenal. Hemos suprimido algunas catequesis y añadido otras. Sale así una nueva redacción con la experiencia acumulada y contrastada en muchos grupos y comunidades. Ahora bien, la síntesis de fe es una obra de Iglesia. Tanto antes como ahora, hemos unido nuestros esfuerzos a los de muchos. En realidad, "yo iba a regar mi huerto y a empapar mi tablar: Y he aquí que mi canal se ha convertido en río y mi río se ha hecho un mar" (Eclo 24,31). Además, la misión desborda los límites de lugar y de tiempo. Y, a decir verdad, nos encanta participar en semejante perspectiva: "Aún haré lucir como la aurora la instrucción, lo más lejos posible la daré a conocer. Aún derramaré la enseñanza como profecía, la dejaré por generaciones de siglos. Ved que no sólo para mí me he fatigado, sino para todos aquellos que la buscan" (24,32-34). Se ha dicho bellamente: "En la tumba de uno de los antiguos faraones egipcios fue hallado un puñado de granos de trigo. Alguien los tomó, los plantó y los regó. Y, para general asombro, los granos retoñaron al cabo de cinco mil años" (A. de Mello). No sabemos hasta dónde ni hasta cuándo puede llegar la semilla. Nos corresponde sembrar, regar, segar y limpiar.

Como la primera, la nueva redacción queda abierta a las sugerencias que puedan venir especialmente de aquellos que son considerados "como columnas", a quienes presentamos de nuevo el Evangelio que anunciamos (Ga 2,2).

Como entonces, anunciamos una palabra que se cumple: Con vosotros está, Cristo vive. La experiencia de fe nos descubre el misterio de Dios: Un solo Dios y un solo Señor, el misterio del hombre: pasamos del hombre viejo al hombre nuevo, y el misterio del mundo: pasamos de la creación a la nueva creación. Como dice San Pablo, hemos sido constituidos servidores de la Palabra para transmitiros todo el mensaje completo (Col 1,25). Somos discípulos enviados a hacer discípulos (Mt 28,19). En su momento lo escuchamos: "Yo confirmo la palabra de mi siervo y hago que triunfe el proyecto de mis mensajeros" (Is 44, 26).

Hablar de proyecto catecumenal es hablar de etapas, de objetivos y de medios o instrumentos (temas o catequesis, pistas para las reuniones). No importa tanto el modelo académico como el modelo evangélico y comunitario. En una casa llena de discípulos puede llegar el paralítico, que no puede dar un paso, y ocupar el centro de la reunión.

-La primera etapa es la evangelización primera o precatecumenado. Se pretende la comunicación primera de la experiencia de fe, una comunicación viva realizada por testigos actuales. La experiencia de fe es como una semilla destinada a crecer. Primero se siembra, después crece, finalmente produce fruto. La parábola del sembrador nos lo dice de forma resumida y admirable (Mc 4,1-20). El sembrador siembra la semilla en el campo. La semilla es la palabra de Dios y el campo es el mundo. Como en la Iglesia naciente, a pesar de la diversidad de situaciones y personas, hay unas constantes que se repiten y que se dan, de forma germinal, en la evangelización primera.

-La segunda etapa es, propiamente, el proceso catecumenal o catecumenado. El catecumenado es un proceso de evangelización. Es crecimiento y desarrollo de la siembra realizada en la evangelización primera. Se pretende una iniciación básica en la experiencia del Evangelio. Para ello, el proceso catecumenal asume en profundidad la vida misma a la luz de la palabra de Dios.

-La tercera etapa es el final del catecumenado. El Evangelio nos habla de siembra y de crecimiento, pero también de frutos, de siega y de limpia (Mc 4,3-9 y 26-29; Jn 4,35s; Lc 22,31). El proceso catecumenal concluye con la maduración de la experiencia de fe, que supone -entre otras- estas constantes: reconocimiento actual de Jesús como Señor y conversión (fundamental) a los valores del Evangelio. Todo ello requiere un tiempo, mayor o menor según los casos.

El proyecto catecumenal lo utilizamos con libertad, según se ve necesario o conveniente y en la medida en que sirve a lo fundamental, haciendo "como el dueño de la casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo" (Mt 13,52).

9. Se pedirá cuenta

En octubre de 1985, tras discernimiento personal y comunitario, publiqué en la revista Vida Nueva un pliego sobre la muerte de Juan Pablo I. Dejé escrito entonces: “La muerte de Juan Pablo I y su significado es algo que no debe olvidarse, a la hora de hacer examen del momento presente de la Iglesia. Todo lo que en su día se quiso enterrar con su cuerpo, está apareciendo de diversas formas ante la conciencia de la Iglesia y del mundo”.

En el Secretariado Nacional de Catequesis se me dijo que sobre eso ni una palabra más, si quería seguir allí. Dije que lo había escrito en conciencia y que -de una u otra forma- seguiría con el tema, aunque se me cesara, como así sucedió en el verano siguiente. En ese contexto, como queda dicho, Pilar Bellosillo fue invitada por el cardenal Pironio a la conmemoración del Decreto conciliar sobre Apostolado Seglar. Nos pareció providencial. Pilar fue enviada a Roma por la comunidad con la misión de entregar personalmente al cardenal Pironio mi pliego sobre la muerte (provocada) de Juan Pablo I. Le dijo: “Es un tema relacionado con la purificación del templo, se ha considerado que esto es un servicio a la Iglesia, realizado en conciencia y de forma comprometida, y desde un discernimiento a la escucha de la Palabra”.  Pilar comentó ampliamente su viaje a Roma en la celebración de la Comunidad. Su relato aparece publicado en “El día de la cuenta”. Pilar fue vocal del Consejo Rector de la Asociación durante los trienios 1987-1990 y 1990-1993.

A finales de 1990, publiqué el libro "Se pedirá cuenta. Muerte y figura de Juan Pablo I”.  Escribí entonces: “El problema es grave y delicado. Sin embargo, a cada generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas. Hay que poner la luz sobre el candelero”. El libro tuvo una gran difusión en todos los medios.

Primer semestre de 2002. Tengo preparado "El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen". El obispo de Avila, Adolfo González, amenaza con retirarme las licencias ministeriales “en cuanto aparezca (el libro) a la venta”, pues, dice, “contribuye a difamar la persona y el pontificado del Santo Padre”[26]. El obispo auxiliar de Madrid, Eugenio Romero, me hace un estudio crítico, que le agradezco, pero no lo firma.  Por mi parte, le presento mis observaciones.

Con fecha de 23 de marzo, envío el manuscrito al papa con una carta que termina así: “En conciencia no puedo callar: Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 4,19)”. Fuera por lo que fuera, unos días después, el 1 de abril, se anuncia que el obispo de Avila es trasladado a Almería. De momento, dadas las circunstancias, el libro sale en edición privada.

2 de abril de 2005. La edición privada se agota. La vida de Juan Pablo II también. No lo podíamos imaginar. En el día de su muerte, en el día de la cuenta, escuchamos con atención el pasaje que se leía en todas las iglesias el pasaje que le cité a Juan Pablo II: “Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 4,19). Había llegado el momento de la edición pública. El libro lleva esta dedicatoria: “A mi padre, que nació el mismo día, el mismo mes y el mismo año que Juan Pablo I”.

En 2009 publiqué "Juan Pablo I. Caso abierto", que completa y actualiza mi investigación sobre la muerte y la figura del Papa Luciani. En 2018, se publica la edición italiana: “Albino Luciani. Un caso aperto” y la reedición española del mismo, “Albino Luciani. Caso abierto”.

En 2019 hice un estudio crítico de la biografía oficial del proceso de beatificación, “Biografía del Papa Luciani. Aspectos, omisiones, apuros” y se lo envié al cardenal Beniamino Stella, postulador de la causa. Con fecha 18-3-2019 el cardenal agradece el envío: “Con viva gratitud recibo el fascículo adjunto a su deferente misiva, al cual daré una atenta consideración”.

No pensaba publicar otro libro sobre Juan Pablo I. Sin embargo, había dos novedades importantes. En primer lugar, la biografía oficial del proceso de beatificación, que presenta un dato ocultado durante cuarenta años: la denegación de la autopsia al cadáver del papa, solicitada por el doctor Renato Buzzonetti que tenía que hacer el diagnóstico sobre la causa de la muerte y firmar el certificado de defunción. En segundo lugar, el libro del mafioso Anthony S. Luciano Raimondi, “When the Bullet hits the Bone”, en el que confiesa haber participado en el asesinato del papa Luciani.

En 2022 publiqué “El Papa que mataron. La trama oculta”, que envié al papa Francisco con una carta adjunta (12-3-2023). Con fecha 1 de abril, recibí respuesta de la Secretaría de Estado: “Animado por sentimientos de filial adhesión y afecto, ha tenido la amabilidad de escribir una atenta carta al Santo Padre, acompañada de una publicación. Su Santidad agradece esta muestra de cordial cercanía, y ruega que rece por él y por los frutos de su servicio al santo Pueblo de Dios”.

La versión inglesa, “The Pope Who Was Murdered”, acaba de aparecer en Nueva York. Con motivo de la beatificación (2022), escribí diversos artículos en Religión Digital.

El 26 de agosto de 2023, 45 años después de ser elegido papa Juan Pablo I, se leían las mismas lecturas. En la primera se le decía al mayordomo de palacio: “Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo”. De forma sorprendente, como se supo después, reflejaba las intenciones del nuevo Papa, la destitución de Marcinkus, presidente del Banco Vaticano. Se puede alegar que se impusieron los malvados. Como dice el salmo, “siempre tranquilos, aumentan su riqueza” (Sal 73). Pero también decía la lectura: “Aquel día, llamaré a mi siervo”, “lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme” (Is 22,19-23). El clavo hincado está.

Desde hace años, el productor alemán Michael Klemm está preparando una película sobre Juan Pablo I: “Sacrifice”. En su momento me envió el guion. El título remite al permiso que Albino Luciani, a los once años, pidió a su padre, socialista y trabajador temporero en Francia, para ir al seminario. Su padre le dijo: “Bueno, tendremos que hacer ese sacrificio”. Con el paso del tiempo, su hijo sería Papa y sería sacrificado en el Vaticano, tras haber decidido, como Jesús, expulsar a los mercaderes del templo.

 

10. La Reforma Pendiente.

Llevamos más de un siglo rezando por la unidad de las Iglesias. También se ha dialogado y se han hecho declaraciones conjuntas. Pero con eso no basta. Para que se cumpla la oración de Jesús: “Que todos sean uno” (Jn 17, 21), hay que moverse, desinstalarse, cambiar. Es cuestión de renovación y reforma. El concilio Vaticano II se propone “promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo” (SC 1). La restauración de la unidad es objetivo del Concilio, “uno de los principales propósitos” (UR 1). 

Por supuesto, se requiere un diálogo sincero y un adecuado discernimiento. En el diálogo ecuménico, dice el Concilio, “todos adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de una Comunión”, “todos examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia y, como es debido, emprenden animosamente la tarea de renovación y de reforma” (UR 4). Pero la restauración de la unidad, objetivo del Concilio, requiere renovación y reforma por parte de las Iglesias, también de la Iglesia Católica. Considerando las lecciones de la historia y las dificultades que subsisten en el camino de la unidad de las Iglesias, surgen algunas preguntas: ¿Es imposible la unidad de los cristianos? ¿No se puede conseguir a gran escala? ¿Las grandes Iglesias cristianas pueden renovarse y reformarse? ¿Sólo lo puede lograr un resto? ¿Es posible la unidad sin la reforma pendiente?

La parábola de la rueda es una parábola ecuménica. La formulamos así en El día de la cuenta (2002): "En la parábola de la rueda, no se trata de que el radio anglicano se convierta al romano o que este se convierta al griego. No, se trata de que cada radio se convierta al eje que es Cristo y allí, unos y otros, nos encontraremos. Así de sencillo, se encuentre cada uno donde se encuentre" (DDC, 395). Sin embargo, “no hay que engañarse. La unidad de los discípulos, por la que ora Cristo, es problema de conversión”. La unidad supone una vuelta al Evangelio. Para ello, como queda dicho, "todos examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo acerca de la Iglesia y, como es debido, emprenden con energía la obra de renovación, y aun la de reforma" (UR 4). Cada cual ha de revisar su propia tradición a la luz de la Escritura.

En nuestro proceso de vuelta al Evangelio, algunos momentos fueron especialmente difíciles. Por ejemplo, en 1998 (volviendo a las fuentes) cruzamos la cordillera dogmática de los siglos IV y V para llegar a la confesión de fe de Pedro, de Pablo, de Juan, de Jesús de Nazaret. Él dijo en la última cena: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). Y también: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (14,23). La fe judía es ésta: “Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno” (Dt 6,4). Es el primer mandamiento, dice Jesús (Mc 12,29).

Esta es la fe que proclama Pedro como el centro del mensaje cristiano: "A Jesús Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó”, “de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del padre el espíritu santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís" (Hch 2,22-33), "sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (2,36).

Se cumple el salmo 110: “Dijo el Señor (Dios) a mi Señor (Cristo): Siéntate a mi derecha”. Jesús es reconocido como Señor, como Cristo, como rey del reino de Dios. Es el rey prometido (Sal 72). En el salmo de entronización se dice: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2). En general, las grandes confesiones cristianas no pasan la cordillera dogmática de los siglos IV y V. Están atrapadas. Hay que revisar la tradición a la luz de la Escritura.

No somos ingenuos. Somos conscientes de que publicar “La Reforma Pendiente” (2021) supone un riesgo. Sin embargo, también lo somos de que “anunciamos a un Cristo crucificado”, a Jesús que “padeció fuera de la puerta”, fuera de la ciudad, excomulgado, condenado como blasfemo y subversivo. Así pues, si fuera preciso, esperamos que no, salgamos donde él “cargando con su oprobio, que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro” (Hb 13,12-13). Seguimos todavía con aproximaciones sucesivas, pero tenemos esto claro: la reforma pendiente es condición de la unidad por la que ora Jesús: “Que todos sean uno”.

* * *

Al convocar el Concilio, Juan XXIII se inspira en el profeta Ageo. Es el periodo posterior al destierro. Hay que “reedificar la Casa del Señor” que está “en ruinas” (Ag 1, 3-4), recuperar “su primer esplendor” (2,3). Para muchos “todavía no ha llegado la hora” (1,2). Pero el Señor dice: “Yo estoy con vosotros” (1,13 y 2,4). Lo sigue diciendo. Por mi parte, le doy gracias por las señales que acompañaron el despertar de mi vocación, ya en mis primeros pasos. Y por los acontecimientos que han hecho posible, paso a paso, la historia de la Comunidad. Durante 50 años, hemos ido recuperando la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles. Mientras la vieja cristiandad se desmorona, nace una Iglesia profundamente renovada que es comunidad en medio de la sociedad, “revelando los rasgos más sencillos y puros de su origen”, volviendo a las fuentes, a la Biblia, al Evangelio, a la experiencia de las primeras comunidades. En la foto, la Comunidad en el 50 aniversario.

Recibimos con gozo la misión del mensajero: “Hubo un hombre enviado por Dios que se llamó Juan” (Jn 1,6). Se cumplen las señales esperadas (Is 35,1-10): “Algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis?” (43,19). Se abre un camino donde no lo hay: “Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor” (Mc 1,2-3). Como los primeros discípulos, decimos también nosotros: Hemos encontrado lo que buscábamos. El futuro de la Iglesia es Comunidad. El futuro está presente. Lo cantamos con letra de Gabriel García Tassara (1817-1875): “No es, no, la Roma atea / que entre aras derrocadas / despide a carcajadas / los dioses que se van. / Es la que, humilde, rea, / desciende a catacumbas / y palpa entre las tumbas los tiempos que vendrán”.  Y con letra propia: “No son los que vendidos / al orden de Pilatos / frecuentan muy beatos / el templo de Caifás. / Son los que perseguidos / comparten por las casas / con el Señor que pasa / la mesa, el vino, el pan”.

 

Jesús López Sáez

Madrid, diciembre 2023

 

 

 

[1] Ver mi artículo “Escuchar la palabra, objetivo catecumenal”, publicado en Teología y Catequesis 3, 1983, 408-410.

[2] La visión del pasado, Taurus, Madrid, 1962, 39 y 181.

[3] La aparición del hombre, Taurus, Madrid, 1964, 85.

[4] Cartas de viaje, Taurus, Madrid, 1957, 35; ver Concilio Vaticano II, GS 59.

[5] Ver Verdad y Vida 26, 1968, 475-505.

[6] El fenómeno humano, Taurus, Madrid, 1963, 37.

[7] El medio divino, Taurus, Madrid, 1963, 158.

[8] El himno del universo, Taurus, Madrid, 1960, 147.

[9] Ibidem, 146.

[10] Ibidem, 162.

[11] Ver Taurus, Madrid, 1967, 76.

[12] El medio divino, 76.

[13] Ibidem, 168.

[14] La energía humana, Taurus, Madrid, 1963, 154.

[15] Ibidem, 168.

[16] El porvenir del hombre, Taurus, Madrid, 1964, 380-381. Ver El medio divino, 129.

[17] Ver C. CUENOT, Pierre Teilhard de Chardin. Las grandes etapas de su evolución, Taurus, Madrid, 1967, 540-542.

[18] Concilio Vaticano II, PO 19.

[19] Ver Actualidad Catequética 81-82, 1977, 7; también 79-80, 1976, 7-8.

[20] PPC, Madrid, 1979.

[21] CONFERENCIA EUROPEA DE CATECUMENADO, Los comienzos de la fe. Pastoral Catecumenal en Europa Hoy, Ediciones Paulinas, Madrid, 1990.

[22] SECRETARIADO NACIONAL DE CATEQUESIS, Proyecto Catecumenal I y II, Edice, Madrid, 1981 y 1983; también Iniciación al catecumenado de adultos, Edice, Madrid, 1982.

[23] PPC, Madrid, 1972.

[24] Studium, Madrid, 1975.

[25] Ediciones Cristiandad, Madrid, 1974.

[26] Carta de 26-1-2002.