En el principio era la palabra
 

EL CASO GARRAMON
Un enigma más


A la desaparición de Mirella Gregori (el 7 de mayo de 1983) y de Emanuela Orlandi (el 22 de junio del mismo año) se añade un enigma más. El niño uruguayo de 12 años, José Garramón, hijo de un funcionario de la ONU y de María Laura Bulanti, que vivía con su familia en la zona romana del Eur, fue atropellado y muerto por el furgón Ford Transit de Marco Fassoni Accetti, de 58 años, en el pinar de Ostia el 20 de diciembre de 1983. Accetti ha sido condenado sólo “por omisión de socorro y  homicidio culposo”. El caso del niño uruguayo alcanza el primer plano de la actualidad en Italia cuando el 27 de marzo de 2013 Accetti se presenta en la Fiscalía de Roma y confiesa haber participado en los secuestros de Mirella y de Emanuela (en la foto).
Accetti sostiene “haber formado parte de un grupo de inteligencia y contraespionaje formado por laicos y eclesiásticos que se habrían opuesto a la línea anticomunista de Wojtyla y al papel del IOR de Marcinkus”, ”comprometido en el apoyo al Sindicato Solidarnosc”. Las dos chicas habrían sido secuestradas “para inducir al terrorista Agca (autor del atentado contra el Papa) a retirar sus acusaciones sobre la complicidad de los búlgaros”.  Emanuela, hija de un empleado vaticano, habría sido elegida “para chantajear al Vaticano”. Mirella, “para presionar a Pertini”, entonces presidente de la República: “el secuestro habría debido durar poco, pero se les fue de la mano a los ejecutores”. Accetti sostiene, sin pruebas, que “las dos chicas están vivas”.
Cuando, treinta años después, Accetti hace su confesión, afirma que José Garramón fue muerto por error mientras él y una chica se encontraban en el pinar “en medio de una operación que debía intimidar al juez Santiapichi”. Dice también “que no se dio cuenta de haber atropellado al niño”. Sin embargo, como afirma el periodista Pino Nicotri, “es difícil creer que Accetti no se haya dado cuenta de que había atropellado a una persona” (Blitz quotidiano, 24-3-2014).
La periodista Angela Di Pietro aporta diversos detalles. El niño “aquella tarde de invierno, había salido de su casa para ir al peluquero”,  “el chico no habría subido al coche de un desconocido, pero fue encontrado muerto a veinte kilómetros de distancia del Eur. ¿Cómo había llegado allí? Y también: la autopsia establecerá que el chico ha sido golpeado por el furgón mientras corría y estaba de espaldas. ¿De quién huía?” (Il Tempo, 22-12-2014).
“Un día antes de su muerte, dice su madre, mi hijo dijo a un compañero de escuela que su pequeño aeroplano de aeromodelismo lo cambiaría el día siguiente por uno más hermoso y más grande, gracias a alguien. Mi colaboradora de entonces reconoció en Accetti el hombre que, con una excusa,  vino a llamar a la puerta de mi casa”.
Un joyero romano afirma que “su hijo fue abordado por un fotógrafo, después identificado como Accetti, en noviembre de 1983, pocos días antes de la muerte de José. El hombre, que estaba con una chica, le propuso un servicio fotográfico y le dejó su número. Fue el padre del chico quien le puso el veto, intuyendo algo”.
La madre de José Garramón pide justicia: “O se aclara la muerte de mi hijo o voy a Estrasburgo”, “nosotros, a pesar de la presencia en Italia de nuestro abogado, no hemos sabido nada del proceso de Casación, del cual se ha ocupado, tutelando al imputado, un famoso abogado que entonces era consultor del Secretario de Estado”. El papa Francisco, dice la madre, “me está muy cerca espiritualmente”.
La extraña confesión de Accetti surge al comienzo del pontificado de Francisco. La cuestión es: ¿por qué entonces? En su artículo “L’ombra di Emanuela Orlandi sui cambi di papa Francesco ai vertici del Vaticano” (apocalisselaica.net) Moreno D’Angelo comenta un hecho reciente que ha pasado desapercibido. Pierluigi Celata, nombrado vicecamarlengo por Benedicto XVI el 23 de julio de 2012, ha sido relevado el 20 de diciembre de 2014 por Francisco. El nuevo camarlengo es Giampiero  Gloder. ¿Simple cambio generacional? Según informa Moreno D’Angelo, el nombre de Celata aparece muchas veces en el memorial de Accetti, que confiesa haber participado “en el doble rol de telefonista y de agente operativo en los secuestros Orlandi-Gregori en nombre de una facción progresista dentro del Vaticano hoy denominada el Ganglio”.
El memorial de Accetti, que sale a la luz con treinta años de retraso, ha dado una vuelta a la investigación abierta en la Fiscalía de Roma que en enero, terminada la fase de instrucción,  debería llevar de nuevo a juicio a Accetti, “investigado por doble secuestro de persona, con la consiguiente escena procesual pública, destinada a encender los reflectores sobre la conexión vaticana”. El memorial ha sido íntegramente publicado en el libro “Il Ganglio” de Fabrizio Peronaci. Según Accetti, “el nombre del primer telefonista que llamó a casa Orlandi, un tal Pierluigi, fue elegido por los secuestradores para reclamar el papel tenido en ese periodo por monseñor Celata, estrecho colaborador del cardenal Casaroli”. Ver en El día de la cuenta (DDC) el supuesto nombre del primero que llamó por teléfono a la casa Orlandi, “un tal Pierluigi” (DDC, 234).
Accetti cuenta que en los años sesenta hizo la enseñanza media en el colegio San Giuseppe De Merode en la plaza de España, cuyo director espiritual era el propio don Pierluigi Celata, sacerdote que fue también su confesor y su presunto reclutador en el grupo de eclesiásticos favorables al diálogo con el mundo comunista”. La decisión del papa Francisco de cesarle como vicecamarlengo, dice Moreno D’Angelo, “representa un paso importante vinculado a la necesidad de aliviar presiones y sospechas sobre la Santa Sede”.
El 6 de agosto de 2014, Accetti llama a la redacción del programa “Chi l’ha visto”, de Rai Tre, y dice que quiere contar la verdad sobre la muerte de José Garramón. El niño, según él, murió “accidentalmente”. Un dato a tener en cuenta: la abuela del niño vive en Montevideo cerca de la villa de Licio Gelli, que fue jefe de la logia P-2. La madre de José está convencida de que “la extraña coincidencia tiene que ver con la muerte de su hijo”.
Sea lo que sea de este nuevo enigma, es preciso discernir atentamente. Eso sí, como dijimos en El día de la cuenta, “la historia no se para en seco, de repente, como si no hubiera pasado nada antes, como si no pasara nada después” (DDC, 19).
Veamos algunos datos. En marzo del 81, Roberto Calvi contrata al agente secreto Francesco Pazienza como consultor del Banco Ambrosiano. Estando en dificultades y no pudiendo ya contar con Licio Gelli, busca un nuevo protector. Unos meses antes, el 25 de noviembre del 80, Pazienza había acudido al Vaticano, enviado por el general Santovito, entonces director del SISMI, el Servicio de Información y Seguridad Militar Italiano. Allí le esperaba monseñor Celata, brazo derecho del cardenal Casaroli. El motivo del encuentro, según dice Pazienza en su libro “Il disubbidiente”, era éste: “encontrar una adecuada documentación que demostrase cómo las actividades de la banca (vaticana) y de su jefe (Marcinkus) no estaban propiamente de acuerdo con las de la Iglesia católica” (p. 178).
Había (entre otros) un asunto de por medio, el apoyo económico que el papa Wojtyla estaba dando al Sindicato polaco Solidarnosc a través del Banco Ambrosiano: “Los flujos de dinero llegaban a Varsovia a través del instituto financiero que era el aliado laico por excelencia de la banca vaticana y de Marcinkus: es decir, el Banco Ambrosiano, cuyo presidente era Roberto Calvi” (p. 186).
Pues bien, Pazienza encontró la documentación que se buscaba. La encontró en Suiza, en el despacho del abogado Peter Duft, que había sido consultor del cardenal Egidio Vagnozzi. Este cardenal presidió hasta su muerte (el 26 de diciembre de 1980) la Prefectura de Asuntos Económicos de la Santa Sede y había entregado a Juan Pablo I un extenso y detallado informe sobre las finanzas del Vaticano. Con ese informe delante, Luciani decidió la destitución de Marcinkus. Es lo que David Yallop llama “el arma humeante” del asesinato de Juan Pablo I (El poder y la gloria, 17 y 83; ver Juan Pablo I. Caso abierto, 225).
Pazienza encontró la documentación, “cartas peligrosamente comprometedoras” para Marcinkus, pero el problema se resolvió a favor de Marcinkus con pago de Calvi: “Todo se solucionó con un sustancioso pago: trescientos mil dólares a D.N. (Di Nunzio), el hombre que estaba en posesión del dossier, más un millón doscientos mil dólares al abogado D. (Duft) de Zurich, en cuyo despacho D.N. había depositado el precioso dossier. El dinero servía para obtener el fascículo y el silencio definitivo”, “los fondos fueron puestos a disposición por Calvi”, “el presidente del Banco Ambrosiano obviamente había puesto como condición que existiese la certeza de que D.N., una vez recibido el dinero, no vendiera de nuevo el dossier al ‘enemigo’, pues él sabía cuántas personas estaban interesadas en poseer aquellos documentos. D.N., no obstante, había comprendido perfectamente que, en caso de que se pasara de listo, el juego sería muy peligroso” (Il disubbidiente, 200 y 332; ver DDC, 110-112).
¿Qué papel juega entonces el cardenal Casaroli? Secretario de Estado desde julio de 1979 y desde 1980 miembro de la Vigilancia del IOR, había llegado con nuevos planteamientos. En marzo del 81 se negó a aprobar el balance anual del IOR, si no podía estudiar los documentos con suficiente antelación. Y al final de la primavera, se creó una comisión de quince cardenales para estas cuestiones. Según Flavio Carboni, brazo derecho de Calvi, la conexión IOR-Ambrosiano fue zanjada así por Juan Pablo II: “Que caiga todo. Dejemos que se encargue el cardenal Casaroli” (DDC, 125). El ministro de Economía italiano Beniamino Andreatta se lo había aconsejado a Casaroli en los primeros meses del 81: “Libraos de Calvi lo más rápidamente posible” (DDC, 105). De un modo u otro, fuertes presiones (¡y tan fuertes!) que entonces se hacen sobre el Vaticano tienen que ver con esa decisión.
 


Jesús López Sáez