En el principio era la palabra
 

LA REFORMA ANGLICANA

La vía media

 

La reforma anglicana surge con ocasión de la cuestión matrimonial y dinástica de Enrique VIII, pero no todo se reduce a esa cuestión. Hay otras cuestiones. Hay una historia que conviene conocer. De este modo, se hace posible el diálogo ecuménico y el adecuado discernimiento. Veamos.

A principios del siglo XVI Inglaterra tiene poco menos de tres millones de habitantes y ha emprendido el camino de una monarquía autoritaria tras el final de la guerra de los Cien Años con Francia (1337-1453). Hay 17 obispados que se agrupan bajo los arzobispados de Canterbury y de York, 350 casas religiosas y más de 15.000 clérigos.

Tras la caída del imperio romano, los monjes de Irlanda emprenden misiones en Inglaterra estableciendo muchos monasterios. Sin embargo, la misión irlandesa entra en conflicto con la misión romana enviada por el papa Gregorio I en 590 y encabezada por Agustín de Canterbury. Esta misión tiene como resultado la unificación de los ritos celta y romano, así como la vinculación de la Iglesia de Inglaterra a Roma.

Esta situación se mantiene estable hasta el siglo XI, cuando el duque de Normandía, Guillermo el Conquistador, invade los reinos anglos en 1066, provocando un primer conflicto grave con Roma. Guillermo establece tres normas que se mantienen hasta el reinado de Enrique VIII: una carta pontificia no puede llegar al destinatario sin la sanción previa del rey, las decisiones de los concilios sólo se aplican si reciben la aprobación real, los obispos necesitan un permiso real para viajar a Roma. El conflicto se agudiza durante los siglos XIII-XV, cuando el papado aparece como aliado de Francia en la guerra de los Cien Años (Lorenzana, 145-148).

1. Juan Wiclef

En Inglaterra se reproducen las lacras que asolan a la Iglesia durante la Edad Media y  aparecen diversas propuestas de reforma. Entre ellas, la del sacerdote y profesor de Oxford Juan Wiclef (1330-1384),que tiene gran influencia en el reformador checo Juan Hus (1369-1415) y en el movimiento husita. En las aulas de la Universidad presentaba Wiclef a los estudiantes la palabra de Dios con tanta fidelidad, que mereció el título de “doctor evangélico”. Decía: Hay que volver a las Escrituras, siguiendo a San Agustín. La autoridad auténtica se encuentra en la Biblia  Tradujo la Biblia al inglés (1382).

No tenía aún sesenta años, cuando le sobrevino una grave enfermedad. Dándole por agonizante los representantes de cuatro órdenes religiosas, acompañados de cuatro dignatarios civiles, le  visitan y le dicen: “Tienes el sello de la muerte en tus labios, conmuévete por la memoria de tus faltas y retráctate delante de nosotros de todo cuanto has dicho para perjudicarnos”. Mirándolos  fijamente, les responde: “No voy a morir sino que viviré para volver a denunciar las maquinaciones de los frailes”. Le citan ante diversos tribunales, pero sin resultado alguno. Wiclef no se retracta, sino que los emplaza ante el tribunal divino y el cargo de herejía que pesaba sobre él lo lanza contra sus adversarios.

Juan Wiclef escribe al papa Urbano VI (1318-1389) lo siguiente: “Ningún hombre de buena fe debiera seguir al Papa ni a santo alguno, sino en aquello en que ellos sigan el ejemplo del Señor Jesucristo”, “el Papa debería dejar al poder secular todo dominio y gobierno temporal y con tal fin exhortar y persuadir eficazmente a todo el clero a hacer otro tanto, pues así lo hizo Cristo”, “si me he equivocado en cualquiera de estos puntos, estoy dispuesto a someterme a la corrección y aun a morir, si es necesario. Si pudiera yo obrar conforme a mi voluntad y deseo, siendo dueño de mí mismo, de seguro que me presentaría ante el obispo de Roma, pero el Señor se ha dignado visitarme para que se haga lo contrario y me ha enseñado a obedecer a Dios antes que a los hombres”, “oremos a Dios para que mueva de tal modo el corazón de nuestro papa Urbano VI, que él y su clero sigan al Señor Jesucristo en su vida y costumbres, y así se lo enseñen al pueblo a fin de que, siendo ellos el dechado, todos los fieles los imiten con toda fidelidad” (Wikipedia).

Wiclef es tutor del rey Ricardo II desde 1367 hasta su muerte. En esa época inicia sus críticas a la institución eclesiástica especialmente en lo que toca al tributo que el rey inglés debía dar al papa. Se declara como “clérigo peculiar del rey” y en 1374 defiende los derechos reales contra las reclamaciones del papa Gregorio XI, el cual lo llama “anticristo”. Cuenta con el respaldo de algunas órdenes mendicantes, que ven en él sus deseos de reforma. Su movimiento recibe el nombre de lolardo. El Concilio de Constanza (1415) condena estas ideas suyas: “Si el papa es reprobado y malo, y por consiguiente miembro del diablo, nadie le ha dado poder sobre los fieles”, “la Iglesia romana es la sinagoga de Satanás y el papa no es el vicario inmediato de Cristo y los Apóstoles”. Entre 1510 y 1517, son ejecutados en Londres 123 lolardos.

2. La cuestión real

En 1501, Enrique VIII se convierte en heredero del trono al morir inesperadamente su hermano mayor, Arturo, sólo unas semanas después de casarse con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos. Para garantizar la continuidad de la alianza, que interesaba tanto a Inglaterra como a España, las dos monarquías solicitan una dispensa papal para que Enrique pueda casarse con Catalina. En la Biblia no aparecía ninguna dificultad al respecto; al contrario, se indicaba (Dt 25,5; Mt 22,24). El matrimonio se celebra el 11 de junio de 1509. De los siete embarazos de Catalina, sólo María sobrevive.

Enrique VIII había tenido diversas amantes, entre ellas Ana Bolena. En 1526, cuando quedó claro que Catalina no iba a quedarse embarazada, el rey quiso casarse con Ana Bolena y el cardenal Tomás Wolsey, canciller del reino, empezó a investigar la validez del matrimonio del rey con Catalina, lo que se conoció como la “cuestión real”. Mientras tanto, en Alemania había estallado el conflicto con Lutero y en 1521 Enrique  VIII escribió un libro en defensa de los siete sacramentos dedicado al papa León X, lo que le valió el título de “defensor de la fe”.

La cuestión real envenenó la relación con Roma. Enrique VIII apeló directamente al papa, alegando que la dispensa papal concedida en su momento por Julio II (1443-1513) había sido obtenida con engaños y, por tanto, era nula e invalidaba el matrimonio. El rey “pretendió que el Papa declarase nulo su matrimonio con la Reina Catalina, alegando esos textos del Levítico (20, 20-21), a pesar de haber obtenido la dispensa pontificia que embargaba ese matrimonio por impedimento de afinidad. No lo consiguió, se produjo el cisma y la Iglesia quedó rota”, dice María Rosa Corazón, abogada del Tribunal de la Rota (La afinidad, una investigación histórica, jurídica y religiosa, en Hispania Sacra, enero-junio 2012, 102).

La abogada dice también: “A partir del siglo XI, y durante un largo periodo, la Iglesia fue la única que legisló sobre el matrimonio”, “en los siglos XI y XII las colecciones canónicas dedicaron importantes disposiciones a regular el matrimonio. Se continuó con el Decreto de Graciano y las colecciones de Decretales”, “en los años finales de este periodo aumentaron las rupturas matrimoniales basadas en la existencia de algún impedimento por razón de parentesco, no dispensado. Era un pretexto. Cuando la unión resultaba demasiado incómoda para alguno de los contrayentes, éste buscaba remotos vínculos familiares para solicitar la nulidad” (ib., 121).

El obispo anglicano Stephen Neill (1900-1984) presenta el matrimonio de Enrique VIII y Catalina como un caso de anulación: “Este era, aparentemente, el primer caso en la historia en que un papa había concedido una dispensa a un hombre para casarse con la viuda de su hermano. Muchos eruditos  dudaban  incluso sinceramente de que el papa pudiese conceder semejante dispensa. Parecía contradecir un mandato específico del Libro del Levítico (Lv 20,21) que dice: ‘Si uno toma la mujer de su hermano, es una inmundicia. Descubrió la desnudez de su hermano. No tendrán hijos’ ¿No coincidía casi esto con la maldición que había caído sobre Enrique?”.

“En todo caso, los papas habían hecho en el pasado cosas mucho peores de lo que pedía Enrique. Muchos ingleses sabían que, en 1152, el papa había separado a Leonor, reina de Francia, de su esposo Luis VII, después de catorce años de matrimonio y del nacimiento de varios hijos, no basándose realmente en otra cosa que en la incompatibilidad de caracteres (aunque fue declarado que se hallaba dentro de los grados de consanguineidad prohibidos) y que, a los tres meses, se había casado con Enrique de Anjou, más tarde rey de Inglaterra, con el nombre de Enrique II” (El anglicanismo, IERE, Madrid, 1986, 32-33).

Sorprende que el obispo anglicano no lo comente. El Levítico prohíbe tomar la mujer del hermano en vida de éste. No obstante, si muere el hermano, no hay prohibición alguna en la Biblia. Al contrario, está indicado tomar la mujer del hermano (Dt 25,5; Mt 22,24).

El papa Clemente VII (1473-1534) era prácticamente prisionero del emperador Carlos V, sobrino de Catalina, y puso todos los impedimentos posibles. La cuestión debía resolverse con la creación de una comisión en Inglaterra que decidiera los puntos legales que debían aclarar los dos jueces: el cardenal Wolsey, canciller del reino, y el cardenal Lorenzo Campeggio, enviado desde Roma. Se intentaba dar largas al asunto para no enojar aún más al emperador, pero en 1529 Enrique VIII perdió la paciencia y destituyó a Wolsey, acusándolo de considerar la autoridad papal por encima de la del monarca, lo que podía considerarse alta traición. Lo sustituyó el humanista Tomás Moro, amigo de Erasmo. Pero su influencia se vio mermada por la promoción de Tomás Cromwell en la administración y de Tomás Cranmer, nombrado arzobispo de Canterbury en 1533.

Comenta el obispo anglicano que Enrique VIII “no estaba de acuerdo con el matrimonio de los clérigos; pero sabía, sin duda, cuando escogió a Cranmer para el arzobispado de Canterbury, que ya era un hombre casado, dos veces casado en realidad; quizá pensó que la vida marital regular de un arzobispo de Canterbury no era peor que el abierto concubinato en que había vivido Wolsey como arzobispo de York” (Neill, 54-55).

Dos hechos significativos. El sacerdote William Tyndale (1495-1536) publica La obediencia del hombre cristiano, que defiende la potestad del rey en temas religiosos. Además, se reúne en Londres en 1531 la asamblea del clero inglés, a la que se le pide que se defina sobre la primacía del rey sobre la Iglesia: se responde que sí, según lo permita la ley de Cristo, lo que venía a ser un no disimulado. Ante esto Cromwell prohíbe el recurso ante cualquier tribunal extranjero, con lo que quería impedir que Catalina pudiera apelar a Roma ante la inminente anulación de su matrimonio. Al año siguiente, Enrique VIII vuelve a convocar al clero y les exige que dejen en manos del rey la capacidad legislativa en lo que se refiere a la Iglesia de Inglaterra, a lo que no son capaces de negarse.

Enrique VIII se casa con Ana Bolena el 25 de enero de 1533 y en mayo el arzobispo Tomás Cranmer anuncia la anulación del matrimonio con Catalina, de manera que esta pierde el título de reina y su hija María es considerada ilegítima. Al mismo tiempo se da validez al matrimonio del rey con Ana Bolena y la hija de ambos, Isabel, que nacería en septiembre, queda legitimada. Ante esta situación, Tomás Moro dimite como canciller y es sustituido por Tomás Cromwell. En 1534 el papado reacciona con una sentencia contraria a la anulación del primer matrimonio y, por tanto, considerando ilegítimo el segundo.

El 3 de septiembre del mismo año Enrique VIII replica con la aprobación por parte del Parlamento del Acta de supremacía, que otorga al rey la jefatura de la Iglesia de Inglaterra. Al propio tiempo, se aprueba el Acta de sucesión, que establece la sucesión legítima al trono y obliga a un juramento de fidelidad al rey, prohíbe toda lealtad a una autoridad extranjera (por ejemplo, Roma) y añade a la lista de delitos de alta traición cualquier referencia al rey como cismático, hereje o tirano, lo que implica la pena de muerte.

En 1536 una ley del Parlamento permite a Enrique VIII confiscar las posesiones de los monasterios deficitarios. De los 150 establecimientos que existían en 1536, cuatro años después no quedaba ninguno. Tomás Moro, además de dimitir como canciller, se ve obligado a pronunciarse contra las medidas decretadas por Enrique. Es encarcelado, acusado de alta traición y ejecutado en la Torre de Londres. En la Torre de Londres es decapitada Ana Bolena el 19 de mayo de 1536 bajo la acusación de adulterio, incesto y traición. Muchos creen que era inocente de lo que se le acusaba.

Enrique VIII fue el primer rey en pasarse a la Reforma. Inglaterra se consideró cada vez más un lugar seguro para los perseguidos por sus ideas reformadoras. El rey temió que la situación se le pudiera escapar de las manos y el 28 de junio de 1539 hizo que el Parlamento aprobara el Acta de abolición de la diversidad de opiniones,  que establecía en sus cinco artículos: la obligación de creer en la presencia real de Cristo en la eucaristía bajo pena de muerte; la no necesidad de comulgar con las dos especies; la obligación del clero de vivir en celibato, los religiosos debían seguir con su voto de castidad y seguía siendo necesaria la confesión para recibir la absolución. Todo esto, bajo pena de prisión y confiscación de bienes.

A la muerte de Enrique VIII en 1547 la situación religiosa podía considerarse de cisma. La Iglesia de Inglaterra había rechazado la sumisión al papa de Roma, aunque no había introducido prácticamente ninguna de las reformas. Eduardo VI (1537-1553) era hijo de la tercera esposa de Enrique VIII, Juana Seymour, que murió doce días después de dar a luz a causa de unas fiebres puerperales.  El niño tenía 9 años cuando sucedió a su padre. La dirección política queda en manos de su tío Eduardo Seymour, el cual impulsa la adopción de las ideas luteranas, que son las más cercanas a la doctrina católica, y acepta la llegada de todos los reformadores que huyen del continente.

En 1549 se publica el Libro de oración, que mantiene una liturgia esencialmente católica en inglés, asume el celibato no obligatorio de los clérigos, acepta la presencia real de Cristo en la eucaristía y mantiene la confesión, aunque no sea obligatoria. Al mismo tiempo, Tomás Cranmer, que seguía siendo arzobispo de Canterbury, redacta el primer catecismo de la Iglesia anglicana, que no se diferencia del catecismo de Lutero (Lorenzana, 151-158).

El jesuita alemán Ludwig Hertling (1892-1980) lo presenta así: “En 1534 Inglaterra se había separado de la Iglesia por el Acta de supremacía, sin introducir por el momento doctrinas propiamente heréticas. Enrique VIII se contentó con suprimir todos los conventos y canonicatos, en número de unos novecientos cincuenta, confiscando sus bienes”, “el proceso de acercamiento al protestantismo se inició bajo el reinado de Eduardo VI, hijo menor de edad del tercer matrimonio (1547-1553) de Enrique VIII. En 1549 se introdujo un nuevo ritual para el servicio divino, el Book of Common Prayer (Libro de oración común), y en 1552 se adoptó un nuevo credo de tipo calvinista” (L. Hertling, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1981, 357)

En 1549 Eduardo Seymour es sustituido por Juan Dudley, que adopta una política religiosa más radical, reforzando la persecución de los grupos disidentes, principalmente católicos y reformadores radicales, además de aumentar la quema de libros y de imágenes. En 1553 aparece la segunda edición del Libro de oración, que muestra clara influencia calvinista: desaparecen las referencias al catolicismo y la asistencia a los servicios religiosos es obligatoria bajo pena de multas.

Eduardo VI muere con sólo 17 años  y la corona recae en la hija mayor de Enrique VIII y Catalina de Aragón, María Tudor, que era católica y había sufrido la humillación de verse desposeída de su legitimidad como hija del rey. Desde el punto de vista religioso rechazó la ruptura con Roma y, aconsejada por el cardenal Reginald Pole, que regresó del exilio en 1554, inició una política moderada para preparar el regreso al seno de la Iglesia católica. Pero en 1555 se restablecieron las leyes medievales contra la herejía y el arzobispo de Canterbury, Tomás Cranmer, fue quemado en la hoguera en 1556. En total, unas 273 personas fueron ejecutadas por la reina, que será llamada María la Sanguinaria. Su boda con el príncipe Felipe de España, el futuro Felipe II, con el objetivo de establecer una alianza con la principal potencia católica y engendrar un sucesor, fue un fracaso. No quedó embarazada y murió el 17 de noviembre de 1558.

3. Isabel I

Según el orden de sucesión marcado por Enrique VIII, la corona recae en su segunda hija, Isabel, fruto del matrimonio con Ana Bolena. La entronización de Isabel I (1558-1603) significa un regreso a la Reforma. Isabel deja la política religiosa en manos de William Cecil, que intenta lograr un sincretismo. El 8 de mayo de 1559 son restablecidas las actas de 1534 y 1539 y se vuelve a publicar el Libro de oración en su versión de 1552. Se sustituye todo el episcopado inglés por obispos nuevos que ponen en práctica la política real (Lorenzana, 158-162).

“Tras la prematura muerte de Eduardo, dice Hertling, subió al trono, de acuerdo con la ley de sucesión inglesa, María, hija del primer matrimonio de Enrique VIII, que se había conservado católica. Contra el consejo de su pariente, el tolerante cardenal Pole, procedió con rigor a re-catolización del país. Hizo dictar y ejecutar doscientas ochenta sentencias de muerte, lo que le ha valido de sus compatriotas el apelativo de la sanguinaria (Blody Mary), que por lo demás había también merecido su padre Enrique VIII y había de merecer su sucesora Isabel I. Fue también ejecutado Tomas Cranmer, el que pronunció el divorcio entre Enrique VIII y la madre de María. Pero lo que más antipatía le valió, fue su matrimonio con su primo Felipe II de España, que el cardenal Pole intentó evitar en vano. Por lo demás, los cinco años que duró su gobierno fueron un tiempo demasiado breve para afianza el catolicismo en el país, y así se explica que tras su muerte se produjera una fuerte reacción hacia el protestantismo”.

“Su sucesora fue su hermanastra Isabel. Los católicos intransigentes discutían el derecho de Isabel, ya que era hija de un matrimonio inválido, el de Enrique VIII con Ana Bolena, y consideraban como legítima heredera a la reina de Escocia, María, de la casa de los Estuardos, nieta de la hermana de Enrique VIII, Margarita. Ya esta circunstancia contribuía a inclinar a Isabel del lado de los protestantes, los cuales reconocían el matrimonio de su madre y, por consiguiente, su propio derecho al trono; y así, aunque Isabel en tiempos de su antecesora había hecho pública profesión de catolicismo, una vez reina consumó la definitiva introducción del protestantismo en Inglaterra bajo la forma del anglicanismo, para lo cual acudió también a procedimientos muy duros. Bajo su gobierno fueron ejecutados por su fe ciento veinticuatro sacerdotes y sesenta y un seglares. Los dieciséis obispos católicos fueron depuestos. Con todo, se conservó en pie la organización episcopal, y el arzobispo de Canterbury, Matías Parker, consagró obispos anglicanos”  (Hertling, 357-358).

En 1562 se redactan los 39 artículos de la Comunión anglicana, que muestran la continuidad con la doctrina tradicional católica y la influencia de las ideas luteranas y calvinistas. Se acepta la predestinación calvinista, se afirma que los concilios tienen la autoridad que les conceden los príncipes, se acepta la liturgia en inglés y se rechaza la transustanciación, el purgatorio y las indulgencias.

En 1569 una maniobra para deponer a Isabel y ofrecer el trono inglés a la católica reina de Escocia, María Estuardo, termina con la ejecución de ésta. Con la bula Regnans in Excelsis (1570) el papa Pío V declara a Isabel, “la pretendida Reina de Inglaterra y servidora del crimen”, como hereje y ordena a sus súbditos, bajo pena de excomunión, que “no tienen que obedecer sus órdenes, mandatos y leyes”. Felipe II lo consideró un grave error político que colocaba a los católicos ingleses en una situación muy difícil. El catolicismo inglés se dividió. En 1588 Felipe II envió la Armada Invencible a conquistar Inglaterra. Los católicos fueron considerados colaboradores del rey español. Aparte del desastre de la Armada, más de 200 víctimas terminaron en el cadalso o en las cárceles. Los católicos eran multados y no podían acceder a cargos en la administración (Lorenzana, 162-164).

Comenta Hertling: “Cuando en 1580 subió al trono de Escocia María Estuardo, a los diecinueve años de edad, la mayor parte de la nobleza escocesa se había pasado al protestantismo. María luchó animosamente para defender su trono y su fe católica, pero cometió errores sobre errores y al fin tuvo que huir a Inglaterra, donde la tuvieron encarcelada durante diecinueve años, para al fin ajusticiarla. Fue rey de Escocia su hijo Jacobo, que había sido separado de ella y educado en el protestantismo. Al morir Isabel de Inglaterra en 1603, extinguiéndose con ella la descendencia de Enrique VIII, Jacobo heredó también el trono inglés. Desde entonces ambos países han estado unidos bajo una dinastía protestante. Sin embargo, en Escocia quedó un número de católicos relativamente mayor que en Inglaterra”.

Ya en la Edad Media se había encontrado Irlanda en una situación de mayor o menor dependencia de Inglaterra. En 1541 Enrique VIII tomó el título de rey de Irlanda, pero fracasaron todos los intentos de reducir al anglicanismo a la población irlandesa. Sólo se consiguió en el norte de la isla, en el Ulster, gracias a la inmigración de colonos ingleses y escoceses: “La resistencia de los católicos irlandeses a la fuerte presión ejercida por sus dominadores, los habilitó para desempeñar más tarde un gran papel en el renacimiento del catolicismo en Inglaterra, y aún más en la difusión de la fe católica en los Estados Unidos” (Hertling, 359-360).

4. La vía media

En el siglo XVII surgen muchos movimientos para reformar la Reforma. En Inglaterra aparece el movimiento puritano, de raíces calvinistas. Los emigrantes que llegan a América del Norte a bordo del Mayflower en 1620 pertenecen a dicho movimiento, que señala el inicio del protestantismo en el Nuevo Mundo. Un puritano, según el Diccionario de Oxford, es “un miembro de aquel partido de los protestantes ingleses que consideraba la reforma de la Iglesia bajo Isabel como incompleta y pedían una ulterior purificación de lo que ellos consideraban formas y ceremonias anti-escriturales retenidas de la Iglesia no reformada”.

Comenta el obispo anglicano: “Los puritanos deseaban introducir en la Iglesia de Inglaterra todo el sistema presbiteriano, tal y como lo habían conocido en Ginebra, el único sistema que, en su opinión, concordaba con la Palabra de Dios. Esto suponía la abolición del oficio de obispo (en el sentido tradicional del término), la igualdad de ministros, la organización de la Iglesia en presbiterios, la formación de consistorios en cada parroquia para el ejercicio de la disciplina y la participación de los laicos en el gobierno de la Iglesia”. Los puritanos “habrían deseado tener una Iglesia-Estado en el pleno sentido de la palabra, completamente bajo el control del Parlamento y despojada de los últimos vestigios de independencia espiritual” (Neill, 102-105).

El periodo comprendido entre 1583 y 1593 fueron “años de constante, paciente, persistente y antipática represión de los puritanos”. En 1593 la Iglesia de Inglaterra había demostrado que no quería caminar “ni por los senderos de Ginebra ni por los de Roma”. Este es el origen de la famosa “vía media”. El anglicanismo “enseña toda la fe católica, libre de distorsiones, de exageraciones, de super-definiciones tanto del ala izquierda protestante como del ala derecha del catolicismo tridentino. Su mensaje puede resumirse en estas frases: Muéstresenos algo claramente establecido en la Sagrada Escritura que no enseñemos, y lo enseñaremos; muéstresenos algo de nuestra enseñanza y práctica evidentemente contrario a la Sagrada Escritura, y lo abandonaremos”.

Ahora bien, la Sagrada Escritura “no es la única palabra de Dios al hombre”, “a todas sus otras Palabras debemos permanecer atentos”, “esto nos conduce a la más señalada característica anglicana, la defensa de la razón”, “la razón no es la afirmación de la arrogante autonomía del hombre”, “es esa facultad del hombre que le hace posible recibir la revelación en la forma de la Palabra de Dios” (ib., 109-113).

El panorama religioso inglés de aquel tiempo es el siguiente: “Podemos comenzar a la derecha con los recusantes, aquellos que todavía seguían fieles a la Iglesia de Roma”. Después están los arminianos, llamados así por el holandés Jacobo Arminio (+1609), que no podían aceptar que “Dios hubiera creado la inmensa mayoría del género humano sólo para condenarlos”. A continuación venían los calvinistas anglicanos (episcopalianos), que “estaban perfectamente satisfechos con la organización episcopal de la Iglesia”. A la izquierda de los calvinistas anglicanos, se situaban los  calvinistas puritanos, evangélicos (presbiterianos) que ”todavía buscaban su modelo en las Iglesias reformadas del Continente”. Todavía más a la izquierda, estaban los grupos un tanto indeterminados llamados sectarios, independientes; finalmente, “la franja lunática”, los cuáqueros, que mezclaban una “expectación apocalíptica con una variedad de ideas revolucionarias” (ib.,129-132).

Ya en 1600, Jacobo II de Inglaterra y VII de Escocia había nombrado tres obispos titulares en Escocia. En 1610 se avanzó un paso más por la consagración de tres “moderadores superintendentes” como obispos para Escocia. El arzobispo de Canterbury Richard Bancroft (+1610) decidió que “aunque estos hombres habían tenido previamente sólo ordenación presbiteriana, no necesitaban ser reordenados según el rito anglicano”. Esta ordenación hizo patente que “la Iglesia de Escocia, aunque ahora episcopal, no estaba en manera alguna subordinada a la Iglesia de Inglaterra”.

La liturgia escocesa de 1637 “produjo tan gran tumulto que apenas pudo ser utilizada”, “el servicio sigue el orden inglés hasta el Sursum Corda (Levantad vuestros corazones), aparte la adición, en la oración por la Iglesia militante, de una conmemoración de los difuntos y una acción de gracias por los santos. A la oración de consagración sigue inmediatamente una oración de oblación extendida y, a ésta, a su vez, la oración del Señor y la oración del acceso humilde. Sólo la primera mitad de las palabras de la administración es retenida. La colecta de acción de gracias (así es llamada aquí) debe decirse siempre, no como una alternativa a la oración de oblación”.

La liturgia escocesa es “la base de muchos esfuerzos subsiguientes para una revisión litúrgica en las Iglesias anglicanas”. De Escocia viajó a América y “sobrevive, con ciertos cambios, en el Libro de oración común americano.

El pueblo escocés reaccionó “como si se hubiera introducido la misa en latín”. El 28 de febrero de 1638, los dirigentes escoceses se reunieron en Edimburgo y extendieron sus manos a la Alianza Nacional, cuyo último párrafo dice: “Resistiremos a todos los errores contrarios y corrupciones según nuestra vocación y hasta el sumo de aquel poder que Dios ha puesto en nuestras manos”.

En noviembre del mismo año, “los escoceses celebraron en Glasgow una Asamblea de la Iglesia, cuya legalidad ha sido calurosamente discutida, y en el curso de la cual abolieron el episcopado, depusieron y excomulgaron por nombre a todos los obispos de Escocia y nombraron una comisión permanente para mantener lo que ellos consideraban como una santa disciplina en la Iglesia.  Esto no podía significar otra cosa que la guerra. En 1640, Carlos, en su desolación, convocó el Parlamento y casi inmediatamente lo disolvió”, “los  miembros de las profesiones cultas debían prestar juramento de que nunca subvertirían a sabiendas el gobierno de la Iglesia”, Este juramento “elevó la furia puritana hasta su cénit”.

Después de la Iglesia de Escocia, le vino su vez a la Iglesia de Inglaterra: “En enero de 1645, fue abolido el episcopado y prohibido el uso del Libro de oración común. El 23 de mayo de 1648, el Parlamento ordenó la adopción del sistema presbiteriano de gobierno de la Iglesia”, “en lugar de los despojados, el Comité Nacional de Censores introdujo una multitud mixta de presbiterianos, independientes y bautistas”  (ib., 139-146).

El 25 de marzo de 1661, el rey Carlos II nombró doce obispos y doce teólogos puritanos para revisar el Libro de oración común: “Esta fue una revisión moderada, sensible y práctica, calculada para asegurar el asentimiento de todos, excepto de los que estaban ligados a la forma de Ginebra”. La revisión fue aprobada por el Sínodo de la Iglesia, el 20 de diciembre de 1661, y aceptada por las Cámaras de los Comunes y los Lores, respectivamente, el 24 de febrero y el 17 de marzo de 1662. Tenía que entrar en vigor el 24 de agosto de aquel año: “por el Acta de Uniformidad, todos los ministros que no tuvieran órdenes episcopales para aquella fecha debían ser deshabilitados y destituidos”, “los anabaptistas y otros sectarios ya estaban, por supuesto, excluidos del ministerio”. Carlos II fue recibido en la Iglesia Católico Romana en su lecho de muerte. Murió el 6 de febrero de 1685.

El rey Jacobo II era “abierta y fanáticamente católico romano”, “estaba dispuesto a usar de su prerrogativa hasta el punto de estirar la constitución, con el fin de favorecer a sus correligionarios e, incidentalmente, a los disidentes protestantes”. El 5 de noviembre de 1688, Guillermo de Orange desembarcó en la ribera inglesa: “Antes de Año Nuevo, Jacobo había huido a Francia y, con él se fue una vieja Inglaterra que ya no volvería más. La Gloriosa Revolución fue, en incontables aspectos, el comienzo de la Historia de la Inglaterra moderna” (ib., 151-156).

La Revolución de 1688 señaló el final del antiguo gobierno personal de los monarcas: “el establecimiento de la religión a la llegada de Guillermo III no podía ser sino severamente protestante”. La Declaración de Derechos establecía que, en el futuro, Inglaterra no podría ser gobernada por un soberano que fuera papista, o casado con una papista; el soberano de Inglaterra debía estar en comunión con la Iglesia nacional. La fórmula del juramento que Guillermo III prestó en su coronación incluía “la religión reformada protestante establecida por la ley”.

La primera consecuencia de la Revolución en la Iglesia inglesa fue la separación de aquellos que fueron llamados non-jurors. En 1689, nueve obispos y unos cuatrocientos presbíteros objetaron que, habiendo prestado una vez juramento de lealtad a Jacobo II, no podían, según su conciencia, mientras viviera dicho soberano, prestar juramento de lealtad a otro soberano. Con la retirada de los objetores, Guillermo III se vio en la necesidad de llenar muchas sedes vacantes. Se tomaron algunas medidas que intentaban atraer a los no-conformistas al seno de la Iglesia “mediante cierta laxitud respecto a las tres principales piedras de tropiezo: la señal de la cruz en el bautismo, el arrodillarse para recibir la Santa Comunión y el llevar o no llevar sobrepelliz. Algunos consideraban estas cosas como indiferentes en sí; otros buscaban la punta a todo“ (ib., 157-165).

La controversia deísta del siglo XVIII abrió “uno de los más graves periodos de peligro” por los que la Iglesia ha podido pasar. Había llegado la razón fría, secular, lógica de la “era de la razón”, que, a la postre, sólo podía conducir al escepticismo de Voltaire (+1778) y de Hume (+1776). ¿Cuál es el objeto de la religión?, preguntaban los deístas; y su respuesta era que el objeto de la religión es hacer a los hombres virtuosos. ¿Y cómo se hacen los hombres virtuosos? Por la aceptación de ciertos principios generales válidos. ¿Cómo se aprenden estos principios? Son autoevidentes, lo cual puede comprobarse por su general aceptación en todas las religiones y en todos los países de la tierra. “El defecto de toda forma de deísmo consiste en que trataba la religión como un sistema de ideas y un código de preceptos morales. El corazón de la fe cristiana es comunión personal con un Dios vivo” (ib., 169-170).

El movimiento metodista, puesto en marcha por John Wesley (1703-1791), profesor del Lincoln College de Oxford, es el punto de encuentro de toda una serie de tendencias y tradiciones. Wesley cruzó el mar y se vio influido por el pietismo moravo. Experimentó lo que él consideró como una conversión durante una reunión de los hermanos moravos el 24 de mayo de 1738. Después de una odisea espiritual variada y atormentada encontró la paz: “Lo que había ocurrido fue que había descubierto la doctrina apostólica de la justificación por la fe”.

Los tres aspectos principales de su obra son: la teología, la formación y la disciplina. Sus sermones son para los metodistas casi tanto como la Institución de Calvino para los presbiterianos: “Los creyentes deben organizarse en sociedades, provistos de dirigentes calificados para nutrir su crecimiento espiritual y estimulados, por medio de la disciplina de la clase semanal, a mayores alturas en el perfeccionamiento cristiano”.

Ya en 1746, Wesley “había llegado, como Lutero antes que él, a la conclusión de que, en la era apostólica, no había distinción entre el episcopado y el presbiterado y que no hay ningún acto eclesiástico comúnmente aplicado al oficio episcopal que el presbítero, en caso de necesidad, no pueda igualmente realizar. Fue sólo al final de su vida cuando se aventuró a ordenar hombres para el presbiterado en Escocia e Inglaterra (para ésta, no más de tres)”.

El 2 de septiembre de 1784, en una casa de Bristol, Wesley eligió al galés Thomas Coke como “superintendente” para América. Inmediatamente después de su llegada a América, Coke ordenó a Francis Asbury como diácono, presbítero y superintendente. En 1787, persuadió a la Conferencia americana para cambiar ese título por “obispo”. Wesley se opuso firmemente a la adopción del mismo, pero, en 1784, Coke ya llevaba doce años ordenado de presbítero en la Iglesia de Inglaterra y la ceremonia de elegirle “superintendente” habría carecido de sentido, si Wesley no hubiera creído que estaba confiriendo a Coke una autoridad distinta de la que poseía por su anterior ordenación. Todo esto era “completamente irreconciliable con la más tolerante interpretación de los principios anglicanos”.

Es posible imaginar que, con un poco más de vigor por parte de la Iglesia de Inglaterra  y un poco más de flexibilidad por parte de Wesley, se hubiera podido  llegar a un acuerdo: “Casi todos los anglicanos lamentan profundamente que hubiera tenido lugar la separación de anglicanos y metodistas”, “en 1780 se calculaba que había unos 70.000 miembros regulares del movimiento metodista” (ib., 174-180). Actualmente se calculan 80 millones de personas en todo el mundo.

El periodo comprendido entre 1815 y 1914 constituye una unidad. En dicho periodo, Gran Bretaña se apartó de Europa y se aisló de las corrientes generales del pensamiento y la historia europea”, “Gran Bretaña se convirtió simultáneamente en insular e imperial”, “fue el gran siglo del experimento político”, “al principio del periodo, Inglaterra estaba gobernada por una oligarquía íntimamente ligada; al final, experimentaba ya las ventajas y peligros de una forma avanzada de democracia”. En Ultramar, se había hecho el descubrimiento de que unas colonias azotadas por el hambre y dependientes podían ser transformadas en naciones independientes y autogobernadas, dentro de una Commonwealth universal de naciones, “un descubrimiento que tendría profundos efectos en el desarrollo de la Comunión Anglicana”.

En 1815, lo mismo que cuarenta años antes, los evangélicos eran el grupo más poderoso en la Iglesia de Inglaterra, pero no eran populares: “Los evangélicos eran todavía una secta desdeñada y escarnecida, que se abría camino en todas partes venciendo la persecución”. Son muchas las sociedades formadas por los evangélicos de la Iglesia de Inglaterra a finales del siglo XVIII y en la primera mitad del siglo XIX. Por ejemplo, la sociedad para el mejoramiento de la condición de los pobres (1796), la Sociedad Misionera de la Iglesia (1799), la sociedad para la evangelización de los judíos (1809), la sociedad para el fortalecimiento de las iglesias en las colonias (1838).

Junto a las sociedades, cabe destacar la tertulia evangélica, el grupo de amigos que se reúne sin organización. El más famoso de estos grupos es el que se conoce como la secta de Clapham. Este grupo escribe gran parte de la revista trimestral “Christian Observer”. Cuando la Geología estaba empezando a sacudir la fe de los hombres en la Biblia, se decía en la revista: “Si la ciencia sana parece contradecir a la Biblia, podemos estar seguros de que es nuestra interpretación de la Biblia la que falla”. El grupo de Clapham avanzó el asalto del más formidable de todos los obstáculos, la esclavitud en las Indias Occidentales: “Casi todo el mundo daba por sentado que la abolición de la esclavitud, aun siendo posible, significaba la ruina del país”.

Los evangélicos perdieron influencia en los años posteriores: “No se dieron cuenta de la importancia vital del pensamiento teológico serio”, “quedó pegado cierto sabor dieciochesco a su piedad, incluso bien entrados los años de la era victoriana (1837-1901)”, “dejaron de ver que la Revolución industrial había hecho posible por primera vez la abolición de la pobreza humana”, “ahora, la Iglesia estaba realmente en peligro: un peligro de cuya gravedad hasta el anglicano más complaciente tendría que darse cuenta”, “en el segundo cuarto del siglo XIX sopla por toda la política inglesa una bocanada de odio contra la Iglesia de Inglaterra, como una vaharada de vapor hirviente cuando se abre la espita de una caldera” (ib., 214-227).

El deán de Westminster, A.P. Stanley (1815-1881), fue severamente criticado por la invitación que envió a los miembros de la Comisión nombrada para revisar el Nuevo Testamento inglés a fin de que acudiese a tomar la Santa Comunión el 24 de junio de 1870, antes de comenzar su trabajo: “en la Comisión figuraban tres presbiterianos, un bautista, un congregacional, un metodista y un unitario”. El mayor teólogo anglicano del siglo XIX, Frederick Denison Maurice (1805-1872), que había sido educado como unitario, se adhirió por convicción a la Iglesia nacional: “Una iglesia nacional debe significar una Iglesia existente para purificar y elevar la mente de una nación”. Los evangélicos se habían dedicado a mitigar los males causados por el sistema. Maurice  veía que un sistema que causaba tanta miseria debía ser un mal en sí: “La economía política de Adam Smith, el ‘laisez faire’ de la escuela de Manchester, la filosofía de los utilitaristas, se combinaban para acallar las conciencias”  (Neill, 230-236).

5. El movimiento de Oxford

El movimiento de Oxford es, indirectamente, una consecuencia del gran Acta de Reforma de 1832. El Parlamento deja de ser lo que ha sido hasta aquella fecha. En el siglo XVII, los miembros del Parlamento se peleaban; pero todavía podían en ocasiones asistir a la Iglesia y recibir juntos la Santa Comunión. Ahora que el Parlamento se había abierto a hombres de diversas confesiones religiosas, esto ya no era posible; los católicos romanos no podían asistir a un oficio de comunión anglicana y muchos inconformistas no deseaban asistir. ¿Qué clase de organismo era éste para controlar los destinos de la Iglesia nacional? Claramente, la situación era intolerable.

La chispa que provocó la explosión fue la medida que tomó el Gobierno en 1833 sobre la Iglesia irlandesa. La minoría anglicana en Irlanda estaba al cuidado de 22 obispos. El Gobierno propuso reducir el número de obispos a 12 y utilizar los beneficios libres para bien de los beneficios más pobres. El 14 de julio de 1833 John Keble (1792-1866) predicó un sermón sobre la “apostasía nacional” en el que acusó al Parlamento de una “negación directa de la soberanía de Dios”. John Henry Newman (1801-1890) consideró ese día como el principio del movimiento de Oxford. Unos pocos meses más tarde se formó una Sociedad de Amigos de la Iglesia. El grupo publicó los “Tracts of the times” (Tratados de los tiempos), breves folletos sobre asuntos religiosos, que fueron en total 90.

Newman había sido educado como evangélico. Fue profesor del Oriel College y vicario de la iglesia de Santa María: “Cuando Newman predicaba, los hombres veían visiones y soñaban sueños; sus corazones se encendían al ver al Cristo resucitado morando en la Iglesia, que es su cuerpo”, “en un tiempo en que demasiados miembros de la Iglesia de Inglaterra estaban dispuestos a considerarla como un departamento del Estado, o como el aspecto religioso de la existencia de una nación, los hombres de Oxford resucitaron la olvidada doctrina de que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, que la vida que vive es la vida de Cristo y que, fuera de la autoridad divina que Cristo le ha concedido, no debe ni desear ni buscar ninguna otra autoridad” (Neill, 236-241).

En 1828 sus pensamientos se dirigen hacia la Iglesia primitiva y especialmente hacia los Padres más antiguos. Esa lectura la hizo “en clave protestante” y le decepcionó: “Buscaba lo que no contenía y me pasaba inadvertido lo que allí estaba. Trabajé durante la noche y no cogí nada. Debo, sin embargo, hacer una excepción importante: terminé la lectura con una viva percepción de la institución divina, prerrogativas y dones del episcopado; es decir, con una aversión implícita al principio erastiano”. El protestante suizo Tomás Erastus (1524-1583) defendía “la ascendencia del Estado sobre la Iglesia en asuntos de jurisdicción eclesiástica” (J. Morales, Newman, Rialp, Madrid, 2010, 59).

En 1842 Newman se siente cada vez más incómodo en Oxforf y se retira a Littlemore, una aldea cercana. En junio de 1841, escribe a su amigo Edward Pusey, uno de los promotores del movimiento de Oxford: “He abandonado de momento la idea de establecer un grupo monástico, no sea que se hable más de la cuenta. Tengo una habitación en la que puedo colocar mis libros e instalarme yo mismo. Hay también varios cuartos libres. Si alguien de Londres, Oxford u otro lugar decide venir aquí por un tiempo, podrá vivir en retiro, pero no en régimen de cenobio. Únicamente se le facilita alojamiento” (ib., 199).

El 9 de octubre de 1845 Newman es recibido en la Iglesia Católica Romana. Ese año publica su libro Desarrollo de la Doctrina Cristiana: “La sacudida causada a los anglicanos en todas partes fue inmensa. Era tal la eminencia que Newman se había granjeado que muchos dudaron que la Iglesia de Inglaterra pudiera sobrevivir” (Neill, 243).

Newman declaró que había decidido permanecer célibe a la edad de 15 años. El celibato era un ideal religioso para todos los que en Oxford se sentían influidos por él. Según el profesor William Church (1815-1890), “apartarse del celibato era considerado señal de falta de energía o de inteligencia, muestra de preferencia no muy varonil por la vida hogareña, o insensibilidad hacia la generosidad, devoción y pureza de los santos” (Morales, 110).

Newman tuvo una profunda amistad con Ambrose St. John, que era quince años más joven y se convirtió al catolicismo romano el 2 de octubre de 1845, una semana antes que Newman. Ambos fueron ordenados sacerdotes en Roma el 30 de mayo de 1847.

El 2 de febrero de 1848, Newman fundó el Oratorio de San Felipe Neri: “Una comunidad de sacerdotes… que hagan vida común según una benigna pero permanente regla y que extiendan su trabajo a todo el país nos parece el medio más eficaz para difundir nuestra santa religión…La institución que mejor encarna todas nuestras ideas en este asunto es el Oratorio de San Felipe Neri” (ib.,200).

Desde tiempo atrás Newman está preocupado por las dificultades y tensiones que William Faber crea en las dos comunidades del Oratorio, la de Birmingham y de St. Wilfrid. Desde el 1 de enero de 1849 al 30 de junio de 1850 escribe a Faber muchas cartas. Éste “insiste de modo especial en la impopularidad de Ambrose St. John con la gente joven y habla incluso de los efectos negativos de lo que juzga amistad particular entre éste y Newman” (ib., 241-244).

En 1864 Newman publica su obra “Apología pro vita sua”. La dedica “a los hijos de san Felipe, mis queridos hermanos de esta casa”, “y a ti especialmente, querido Ambrose St. John, a quien Dios puso a mi lado cuando me quitó a todos los otros, que eres el eslabón entre mi vida antigua y la nueva, que durante veintiún años cumplidos has sido tan generoso conmigo, tan paciente, tan celoso, tan delicado; que me has dejado apoyarme tan fuertemente en ti, que has vigilado tan de cerca sobre mí, que nunca pensaste en ti mismo cuando de mí se trataba” (ib., 384).

Ambrose murió el 24 de mayo de 1875. Dijo Newman: “Por espacio de treinta años ha estado dedicado solamente a mi persona”, “por lo que respecta a este mundo, yo era lo primero y lo último para él”, “mi presente aflicción es la mayor que he tenido en toda mi vida” (Morales, 431-432),“siempre he pensado que no hay pérdida comparable a la de un esposo o de una esposa, pero me es difícil creer que el dolor de alguien pueda ser tan grande como el mío” (Ch. Dessain, The Letters and Diaries of John Henry Newman, IX). Pidió ser enterrado en la misma tumba que él: “Deseo, con todo mi corazón, ser enterrado en la tumba del P. Ambrose St. John. Es mi última, mi imperativa voluntad” (G. Wansell, Daly Mail, 29-8-2008). Y así se hizo. Murió el 11 de agosto de 1890.

A la hora de beatificarle, Roma necesita la autorización del Gobierno británico para trasladar la famosa sepultura desde Rednal (en la periferia de Birmingham) hasta la basílica, en el centro de la ciudad: “La intención es que los peregrinos veneren al beato en un lugar apropiado”. Sin embargo, Peter Thatchell, activista de los derechos de los homosexuales, denuncia la exhumación como una profanación: “Esta profanación viola la voluntad expresa del cardenal de ser enterrado al lado de su amante”, “la Iglesia católica quiere ocultar el hecho de que su futuro santo fuera homosexual” (Juan G. Bedoya, Los amores del cardenal Newman, El País, 20-9-2008).

El Gobierno británico autoriza la exhumación. Sin embargo, “los doctores encargados de extraer el cuerpo del cardenal no hallaron vestigio alguno de su cuerpo y tan solo encontraron una placa dorada del féretro y trozos de la borla de su gorro”. Según Peter Jennings, portavoz del Oratorio de Birmingham, “la ausencia de restos físicos en la tumba no afecta a la causa del cardenal en Roma”, “el Oratorio ha poseído siempre varios mechones de pelo” (Revista 21, 5-10-2008).

Ciertamente, todo ello suscita perplejidad. Parece remitir al “código Maritain”, “la homosexualidad sublimada, cuando no reprimida, se traduce a menudo en la elección del celibato”. El filósofo católico Jacques Maritain (1882-1973) habría sublimado su homosexualidad y habría sido casto, habría luchado contra “este mal misterioso”, “que siempre será un mal”. Pablo VI erigió la “amistad amorosa” en regla de fraternidad vaticana. El “código Maritain” nació bajo sus auspicios (Sodoma y sus códigos, 13-17). A Newman León XIII le hizo cardenal (12-5-1879), Juan Pablo II le declaró Venerable (22-1-1991), Benedicto XVI le beatificó (19-9-2010) y el papa Francisco le canonizó (13-10-2019).

6.La Comunión anglicana

La Comunión anglicana es una agrupación mundial de Iglesias en plena comunión con la Iglesia de Inglaterra y con su primado, el arzobispo de Canterbury, que reúne a 98 millones de personas. Cada obispo anglicano actúa siempre, al menos de derecho, con la participación del clero y los laicos en todas las decisiones transcendentales a través de los sínodos. No hay sínodo sin obispo ni obispo sin sínodo.

La reina Isabel II es “defensora de la fe” y “supremo gobernante de la Iglesia de Inglaterra”: “Su influencia sobre la Iglesia se manifiesta principalmente en el hecho de que es ella quien nombra a los titulares de los obispados, deanatos, algunas canonjías y de cierto número de parroquias que patrocina la Corona misma”, “la reina hace generalmente su nombramiento por recomendación del primer ministro; pero la soberana puede ejercer, y a veces ejerce, una gran influencia personal en la elección”.

Bajo la reina, el Parlamento controla los destinos de la Iglesia: “La Reforma inglesa fue una Reforma parlamentaria; y lo que el Parlamento ha establecido por estatuto, sólo el Parlamento puede cambiarlo. La Iglesia es gobernada por un cierto número de Estatutos, el más importante de los cuales es el Acta de Uniformidad de 1662. En ciertos puntos, como en la cuestión del divorcio, hay una ruptura entre la ley del país y las tradiciones de la Iglesia. Y la Iglesia no puede cambiar una sola palabra del Libro de oración común sin el consentimiento del Parlamento” (Neill, 413).

En 1920 la Conferencia de Lambeth propuso como base para la reunión de las iglesias cuatro elementos comunes, lo que se ha llamado el Cuadrilátero de Lambeth, “la  aceptación de las Sagradas Escrituras, como continente de todo lo necesario para la salvación, el Credo Niceno, como formulación suficiente de la fe, los sacramentos del Bautismo y la Santa Comunión, como instituidos por Cristo mismo, y el episcopado histórico, localmente adaptado a las necesidades de las diversas regiones y diversos pueblos” (ib., 346).

Los límites de la libertad otorgada a la Iglesia y la realidad del control que el Parlamento puede ejercer sobre ella, se pusieron brutalmente de manifiesto en los sucesos que señalaron las tentativas de aprobar un Libro de oración revisado: “Hacía tiempo que aparecía evidente que el Acta de Uniformidad de 1662 y las rúbricas que regulan el culto público eran demasiado rígidas y, en ciertos casos, completamente inaplicables a las condiciones modernas”, “hasta 1927, el Libro propuesto no pudo ser presentado al Parlamento, el cual en aquellas circunstancias detentaba toda la autoridad para aceptarlo o rechazarlo”.

Cuando el libro fue publicado se originó una violenta oposición: en el ambiente evangélico olfateaban en cada cambio la influencia de Roma y en el ambiente anglo-católico imaginaban que el libro atentaba contra la “práctica católica”, “la agitación sobre el libro había sido vigorosa y vociferante. El debate en el Parlamento fue asimismo vigoroso y vociferante y, al final, aunque la Cámara de los Lores había aceptado el libro por 241 votos contra 88, los Comunes lo rechazaron por 228 contra 205”.

Al año siguiente, con un pequeño número de cambios, el libro fue presentado al Parlamento por segunda vez.  El libro fue rechazado de nuevo: ”Había llegado el desastre que Newman había previsto en 1833. Una mayoría, en la cual se incluían escoceses y galeses, no-conformistas y ateos, se habían confabulado para burlar los deseos de la Iglesia y para dictar a esta la forma en que debe adorar a Dios”  (ib., 373-376).

En 1931, por el Acuerdo de Bonn, la Iglesia de Inglaterra entró en relación de plena comunión  con los viejos católicos del Continente: “Cuando en 1870, la Iglesia católica romana aceptó el dogma de la infalibilidad del papa, aquellos que no podían aceptar este artículo de fe, nuevo y previamente desconocido, se organizaron en la Iglesia de los Viejos Católicos, con representaciones en Alemania, Austria, Suiza y otros países” (ib., 351).    

Veamos algunos aspectos que aparecen en el Libro de oración común (LOC, 1989). En primer lugar, se recoge el Credo de los Apóstoles (LOC, 59). 

* Sobre el  bautismo: “Es la iniciación completa por medio del agua y el Espíritu Santo, en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia”, “los padrinos de infantes presentan a sus candidatos, hacen las promesas en su propio nombre y además hacen los votos en nombre de los candidatos” (LOC, 218).

* Sobre la confirmación. Con las fórmulas para la Recepción y para la Reafirmación de los Votos Bautismales, el Obispo pregunta a los candidatos: ¿Reafirmas tu renuncia al mal? ¿Renuevas tu entrega a Jesucristo? ¿Crees en Dios Padre? ¿Crees en Jesucristo, el Hijo de Dios? ¿Crees en el Espíritu Santo? (LOC, 335-338).

* Sobre la eucaristía: “Nuestro Salvador Jesucristo, la noche antes de su pasión, instituyó el Sacramento de su Cuerpo y Sangre como señal y prenda de su amor, en memorial perpetuo del sacrificio de su muerte y para una participación espiritual en su vida resucitada. En estos santos Misterios somos hechos uno con Cristo, y Cristo con nosotros, somos hechos un solo cuerpo en él, y miembros los unos de los otros” (LOC, 238).

* Sobre el matrimonio. El celebrante se dirige al esposo diciendo: “Has tomado a N. como tu esposa. ¿Prometes amarla, confortarla, honrarla y cuidarla, tanto en tiempo de enfermedad como de salud y, renunciando a todas las demás, serle fiel mientras los dos vivan?”. Después el celebrante se dirige a la esposa con las mismas palabras (LOC, 355):

* Sobre la reconciliación de un penitente: “Yo confieso a Dios todopoderoso, a su Iglesia y a ti (Sacerdote) que he pecado por mi propia culpa, en pensamiento, palabra y obra, por lo que he hecho y por lo que he dejado de hacer, especialmente….. Por esto y cualquier otro pecado que ahora no puedo recordar, estoy verdaderamente arrepentido. Pido a Dios tenga misericordia de mí. Me propongo firmemente corregir mi vida, y humildemente pido perdón a Dios y a su Iglesia, y te pido consejo, dirección y absolución” (LOC, 369).

* Sobre la resurrección: “Creo en la resurrección de los muertos y la vida eterna” (Credo apostólico, LOC, 59), “entendemos que Dios nos resucitará de la muerte, en la plenitud de nuestro ser, para que vivamos con Cristo en la comunión de los santos” (Catecismo, LOC, 755).

* Sobre los santos: “Dios todopoderoso, que nos has rodeado de una nube grande de testigos: Concede que, fortalecidos por el buen ejemplo de tu siervo N., perseveremos en la carrera que nos queda por delante, hasta que al fin, con él, alcancemos tu gozo eterno; por Jesucristo, el autor y consumador de nuestra fe” (LOC, 168).

* Sobre los mandamientos: “No tendrás otros dioses delante de mí”, “no te harás imagen ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, …no te inclinarás ante ellas, ni les darás culto”, “no tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano”, “acuérdate del día de descanso para santificarlo”, “honra a tu padre y a tu madre”, “no matarás”, “no cometerás adulterio”, “no hurtarás”, “no dirás falso testimonio contra tu prójimo”, “no codiciarás” (Decálogo, LOC, 239-240).

7. La Iglesia anglicana en España

Hacia 1869 se reúne en Sevilla una asamblea general de protestantes españoles. Ante las diferencias que surgen con respecto a la organización, nacen dos denominaciones protestantes: La Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE) y la Iglesia Evangélica Española (IEE).

A principios de 1870, el clérigo de la Iglesia de Inglaterra Lewen S. Tugwell llega a Sevilla para hacerse cargo de la capellanía del consulado inglés. En esta ciudad contacta con españoles involucrados en un movimiento protestante encaminado “a extender las verdades de la Biblia, a combatir la ignorancia que de ella se padecía”. Interesado por esta labor, el capellán inglés busca un colaborador para encauzar esta obra y lo encuentra en Francisco Palomares García, que había sido sacerdote católico. En 1870 también existía en Sevilla una congregación “reformada”, fundada por Juan Bautista Cabrera, que había sido escolapio y se había refugiado en Gibraltar. La obra revisada por Francisco Palomares queda definida como Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE).

La IERE es la Iglesia anglicana en España: “está en Plena Comunión con las de la Comunión Anglicana”, “su Libro de Oficios Divinos o Liturgia entró en uso en 1883, y contiene rúbricas del antiguo rito español llamado Visigótico o Mozárabe, así como otras de las Liturgias Anglicanas y Reformadas” (Oficios Matutino y Vespertino y de la Santa Cena., IERE, 1978).

El periodistaJesús Bastante hace una amplia entrevista a Carlos López Lozano, el obispo de la Iglesia Española Reformada Episcopal (Religión Digital, 28-1-2017). Veamos algunas cuestiones:

- ¿Quiénes son los anglicanos en España? ¿Cuántos son, dónde están, cuál es su presencia en nuestro país?

- La comunidad en España es pequeña, aunque yo diría que con bastante influencia y presencia en casi todas las provincias españolas. Se estableció en 1868. En 1880 elegimos a nuestro primer obispo diocesano y nacional, que era Juan Bautista Cabrera. Y desde entonces desarrollamos nuestra vida y nuestra presencia en España de una forma normal. La guerra civil y la represión franquista para nosotros fue un desastre. Tres de nuestros párrocos fueron fusilados en el bando franquista. El Estado nos expropió 17 escuelas y 28 edificios, de los cuales nunca nos ha dado compensación. A partir del decreto de tolerancia del 67, la Iglesia se estableció un poco mejor. En los años 80 comenzamos a organizarnos en antiguas parroquias.

- ¿Cuál es vuestra visión del trabajo ecuménico que se está realizando en España?

- Yo diría que el ecumenismo en España, como es normal, pasa por diferentes fases. Durante el tiempo del papado de Juan Pablo II, los ecumenistas hablan de  una “edad de hielo”, que sucedió  a la “edad dorada” después del Vaticano II, sobre todo con Pablo VI, donde el ecumenismo se desarrolló mucho. Ratzinger dio unos pasos muy importantes, y el papa Francisco todavía mucho más importantes.

-Parece ser que el conflicto de la comunidad anglicana, a nivel mundial, es en las cuestiones de ordenación de homosexuales y de la ordenación episcopal de homosexuales.

- En realidad, en la comunidad anglicana, habría que distinguir entre EE UU y el resto de la comunidad. En EE UU, donde hay una cultural específica americana, se han tomado decisiones al respecto que la han separado del resto de la sociedad…El resto de la comunidad mantiene una visión más o menos abierta hacia las personas de otra orientación sexual que no sea la heterosexual, pero al mismo tiempo mantiene la enseñanza tradicional de que la familia, el matrimonio debe estar compuesto por un hombre y una mujer.

* El papa Benedicto XVI publica la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus (4-11-2009) “para aquellos fieles anglicanos que desean entrar corporativamente en la comunión plena con la Iglesia católica”. Son fieles tradicionalistas anglicanos contrarios a medidas demasiado aperturistas de la Comunión Anglicana, como la ordenación de mujeres y de homosexuales. El Vaticano decide caso por caso sobre la admisión de clérigos casados a la que no pueden aspirar los divorciados. Los obispos anglicanos casados no pueden obtener la consagración episcopal católico-romana. Tampoco pueden volver a la unión con la Iglesia de Roma los curas católicos pasados a la Comunión Anglicana.

El 5 de octubre de 2016 el primado de la Iglesia anglicano Justin Welby y el papa Francisco firmaron en Roma una Declaración conjunta, en la que afirman que en los últimos 50 años “ha habido grandes progresos en muchos ámbitos que nos habían mantenido a distancia. Sin embargo, nuevas circunstancias han desembocado en nuevos desacuerdos entre nosotros, sobre todo con relación a la ordenación de las mujeres y a las cuestiones más recientes relacionadas con la sexualidad humana. Detrás de estas divergencias, sigue siendo una cuestión perenne el modo de ejercicio de la autoridad en la comunidad cristiana”.

El papado (tal y como se ejerce en los últimos quince siglos) es un gran obstáculo en el diálogo ecuménico: “El papado, tal como hoy se presenta, no tiene ninguna oportunidad ecuménica en el siglo XXI. En todo caso, se puede decir que el Papa no está por encima de la Escritura, sino que está al servicio de la Palabra de Dios, como señaló el Vaticano II (DV, 10)”,  dice el teólogo Otto Hermann Pesch (Selecciones de Teología, 2011). Algo semejante dijimos en El día de la cuenta (2005): “A comienzos del tercer milenio, al papa se le pide una forma de ejercer su función, realmente evangélica y ecuménica” (p. 27).

Lo reconoce Juan Pablo II en su encíclica Ut unum sint (1995): “Cuando la Iglesia católica afirma que la función del Obispo de Roma responde a la voluntad de Cristo, no separa esta función de la misión confiada a todos los Obispos”, “el Obispo de Roma pertenece a su ‘colegio’ y ellos son los hermanos en el ministerio”, “lo que afecta a la unidad de todas las Comunidades cristianas forma parte obviamente del ámbito de preocupaciones del primado”, “estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva” (n. 95). Sin embargo, Juan Pablo II no hizo nada para resolver el problema. En realidad, con su “renovación imperial”, protagonizó el obstáculo.

  • Diálogo: ¿Conocemos mejor la reforma anglicana?, ¿qué cuestiones están implicadas?, ¿en qué consiste la vía media?, ¿qué supone la figura de Juan Wiclef?, ¿y la de Newman?, ¿hemos de revisar la propia tradición a la luz de la Escritura?, ¿es posible la restauración de la unidad?