En el principio era la palabra
 

PRÓLOGO

El presente libro tiene su origen, no en un simple escritorio, sino en el surco de una historia personal y en el seno de una comunidad. Con ocasión del V Centenario de la Reforma, que se celebró el 31 de octubre de 2017, abordamos en la Comunidad de Ayala una serie de catequesis sobre la Reforma. Este es el contexto próximo, pero hay un contexto remoto: la historia personal y comunitaria centrada en la búsqueda de la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles.

En Roma, después del Concilio, había una floración de comunidades diversas. Según se decía, había más de ochocientas. En medio de la crisis profunda de la Iglesia que entonces afloraba, había que volver a las fuentes, a la Biblia, a la experiencia de las primeras comunidades cristianas. 

Recibí la ordenación sacerdotal el 19 de marzo de 1969 en el Colegio Español, de manos del entonces obispo de Tarazona D. José Méndez, acompañado de muchos presbíteros (1 Tm 4,14). En líneas esenciales, en el recordatorio figuraba, no un altar, sino una mesa preparada para la “cena del Señor”, la reunión de la comunidad. Arriba, a la izquierda, un texto de la Carta a los Hebreos remitía al “nuevo sacerdocio” de Jesús: “No quisiste sacrificios ni holocaustos, pero me has preparado un cuerpo” (Hb 10,5). El sacerdocio de Cristo, no levítico, sino “según el orden de Melquisedec” era el modelo. En aquel momento grandes seminarios, que acababan de ser construidos, se quedaban vacíos. Había caído la imagen sociológica del cura y se requería una nueva.

En el recordatorio, a la derecha, las dos primeras letras de la palabra griega de Cristo (XP), su anagrama, aparecían forzadas, desfiguradas en forma de cruz, y todo ello abrazado por el espíritu de Dios. A la vuelta, con mi nombre y apellidos, no figuraba la palabra sacerdote sino esto: “Por la imposición de las manos al servicio de la Iglesia”. Volviendo a las fuentes, la palabra “servicio” bastaba. El día después, en audiencia a los nuevos sacerdotes, Pablo VI nos regaló un ejemplar de los Hechos de los Apóstoles. El detalle fue significativo: había que volver a la Iglesia de los primeros tiempos, a la Iglesia de los Hechos. Pero las dificultades eran enormes. Había que acercarse por aproximaciones sucesivas. Y para muchos, “todavía no había llegado la hora” (Ag 1,2).

Anteriormente, había cursado Filosofía en Salamanca (1960-1965) y Teología en Roma (1965-1969). Para completar estudios, buscando la relación de la teología con las ciencias humanas (PO 19), hice Psicología en Madrid, con la especialidad de Clínica (1969-1973). Al mismo tiempo, fui dando los primeros pasos en el terreno pastoral, dando prioridad a lo que -de una u otra forma- tuviera que ver con grupos y comunidades. En la primera mitad de 1973, consideré la posibilidad de volver a Ávila, donde había colaborado los fines de semana en Grupos de Formación Doctrinal, en el Instituto Teológico, en el Seminario y en Formación Permanente del Clero. Pero diversos acontecimientos me harían cambiar de plan.

El obispo de Ávila era D. Maximino Romero de Lema, que era miembro de la Comisión Episcopal de Enseñanza y antes había sido Rector de la Iglesia del Espíritu Santo de Madrid, iglesia que después sería cerrada por el franquismo. Según se supo entonces, Pablo VI quería nombrar a D. Maximino arzobispo de Santiago, pero se opuso a ello el entonces Jefe de Estado. Dijo el Papa: “Pues, si no vale para España, vale para la Iglesia universal”. Y le nombró Secretario de la Congregación del Clero, de Roma. Esperando al nuevo obispo, en Ávila todo quedó en situación de interinidad.

Mientras tanto, en unos cursos de verano organizados por el Secretariado Nacional de Catequesis, iba como teólogo José Manuel Sánchez Caro, entonces director del Instituto Teológico Abulense y después Rector de la Universidad Pontificia de Salamanca. Por lo que fuera, José Manuel no pudo participar, dio mi nombre y así comencé a colaborar con el Secretariado.

Primero fue el curso de Oviedo.  Pero el 11 de julio tuve que volver urgentemente a Ávila, pues mi padre -que había sido operado de próstata- tuvo una embolia pulmonar. Cuando me avisaron, según los médicos me dijeron después, ya estaba en marcha un proceso de necrosis, clínicamente irreversible. Pensaban que moriría ese día. Me dijeron que llegara antes de las dos. Los médicos no se explicaron la mejoría que se produjo “en aquella hora” (Mt 8,13), a eso de los once. Unos días después fue el curso de Ávila, en el que pude participar plenamente. Mi padre moriría ese día, el 11 de julio, 31 años después. 

Al comenzar el curso 73-74, me llamaron desde el Secretariado Nacional de Catequesis. Se necesitaba un teólogo para el equipo encargado de redactar el catecismo que después se llamaría Con vosotros está. El catecismo rompía viejos moldes y hubo que hacer al propio tiempo, la Guía Doctrinal, algo así como su escudo protector. Una mañana, preparando un tema de la Guía, topé con un texto de la Biblia que decía: “¿No he escrito para ti treinta capítulos de saber y ciencia, para hacerte conocer la certeza de las palabras verdaderas, y puedas responder palabras verdaderas a quien te envíe?” (Pr 22,20). Conté los temas redactados hasta ese momento: en total, treinta. No hice la tesis doctoral, como pensaba. Me quedé sin tesis, pero hice una síntesis, de fe.

Terminado el catecismo y presentado por todas partes, en el curso 77-78 pasé al Departamento de Catequesis de Adultos. Se me confió la responsabilidad del mismo el 3 de septiembre del 78. Allí estuve ocho años justos, promoviendo una catequesis de adultos de inspiración catecumenal. En esos años fui miembro del Equipo Europeo de Catecumenado. Desde abril del 75 utilizamos la Guía Doctrinal al servicio del catecumenado. Posteriormente, introduciendo diversas adaptaciones, publicamos en el Secretariado el Proyecto Catecumenal. Después lo hemos ido revisando y actualizando en la Comunidad de Ayala.

En octubre de 1985, tras discernimiento personal y comunitario, publiqué en la revista Vida Nueva un pliego sobre la muerte de Juan Pablo I. En el Secretariado me dijeron que sobre esto ni una palabra más, si quería seguir allí. Dije que lo había escrito en conciencia y que - de una u otra forma- seguiría con el tema, aunque se me cesara, como así sucedió en el verano siguiente. A finales de 1990 publiqué Se pedirá cuenta sobre el mismo tema. En 2002 y en 2005, El día de la cuenta y en 2009 Juan Pablo I, caso abierto. En 2019 publiqué un estudio crítico de la biografía oficial del proceso de beatificación, Biografía del papa Luciani. Aspectos, omisiones, apuros, y se lo envié al cardenal Beniamino Stella, postulador de la causa. Con fecha 18-3-2019 el cardenal me agradeció el envío: “Con viva gratitud recibo el fascículo adjunto a su deferente misiva, al cual daré una atenta consideración”.

En la primera mitad de 1973, comencé a colaborar con la parroquia del Cristo de la Salud, en la calle Ayala. La perspectiva de crear grupos y de formar comunidad, a pesar de las dificultades previsibles, me llevó a aceptar la propuesta de Fernando Salom, sacerdote valenciano que colaboraba en la parroquia y que marchaba a otro destino. Le habían nombrado director del colegio mayor San Juan de Ribera.

La insatisfacción por el cristianismo convencional se hacía sentir por todas partes. Nada más llegar, le propuse al párroco D. Ignacio Zulueta la necesidad de un catecumenado, de una comunidad. Me dijo que para el curso siguiente; de momento, él había pensado en unas reuniones en torno a la Biblia y al Concilio: podría ser un primer paso. Acepté. Yo me encargué de las reuniones (quincenales) en torno a la Biblia. De ahí surgió el núcleo inicial de la comunidad.

Era un pequeño grupo (8-10 personas), pero estaba abierto a la renovación y al cambio. Y, como sabía a poco, pronto comenzamos las reuniones en casa de Julián y Pilar los domingos por la tarde. Buscábamos la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles. Por ahí era posible la renovación de una Iglesia que, siendo vieja y estéril como Sara (Rm 4,19), podía volver a ser fecunda.

Con el nuevo curso, en reunión del equipo pastoral de la parroquia, decidimos poner en marcha un catecumenado. El catecumenado siguió, en principio, la orientación del Camino Neocatecumenal. Tras las primeras catequesis, la comunidad quedó constituida el 8 de diciembre.

En el primer trimestre de 1975 fuimos viendo la necesidad de hacer una revisión del sistema adoptado. La revisión fue aceptada por mayoría, primero en el equipo responsable, después en la comunidad. Desde el 6 de abril, tras un mes de tensiones y algunas rupturas, compensadas por nuevas incorporaciones, comenzamos una nueva etapa. La revisión se llevaría a efecto, la comunidad permanecería abierta a la incorporación de nuevos miembros (Hch 2,47) y la orientación pastoral de la comunidad se iría definiendo dentro de ella. Disponíamos ya de la síntesis de fe, que desembocaría después en el Proyecto Catecumenal.

Pilar Bellosillo (1913-2003), que dedicó su vida a la Acción Católica y fue auditora del Concilio Vaticano II, vivió la renovación del Concilio en la Comunidad de Ayala. Había quedado atrás la crisis dura y dolorosa de los movimientos de Acción Católica a finales de los sesenta. En noviembre del 85 Pilar fue enviada a Roma por la Comunidad con una misión especial y delicada: entregar personalmente al cardenal Eduardo Pironio mi pliego sobre la muerte de Juan Pablo I. Se había publicado el mes anterior y se había levantado un tremendo revuelo en la curia romana. En ese contexto, Pilar había sido invitada por Pironio (entonces presidente del Consejo de Laicos) a la conmemoración del Decreto conciliar sobre Apostolado Seglar. Nos pareció providencial. Ella misma comentó al cardenal su llegada a la Comunidad:

“Empiezo por decirle cómo llegó un momento en que nosotras, cuando yo dejé todas mis actividades y tuve mi crisis de salud, estábamos buscando una comunidad viva, cómo la encontraron mis hermanos, Carmen y Paco, y cómo venían a casa, porque yo entonces tenía muy poca actividad, casi no me movía, para comunicarme lo que estaban viviendo. Y a mí me impresionaba, porque decían lo mismo que aquellos primeros discípulos que encontraron a Jesús, decían a los otros: Hemos encontrado lo que buscábamos”.

En 1987, tras ser cesado en el Secretariado Nacional de Catequesis, nos constituimos en asociación, reconocida eclesial y civilmente, la Asociación Comunidad de Ayala, con sede social en la calle Saliente 1, de Madrid. Esto ha dado asentamiento eclesial y civil a la acción evangelizadora que estamos desarrollando. También señala el horizonte en el que desemboca el proceso catecumenal: asociados para evangelizar. En el fondo, las primeras comunidades tienen una estructura asociativa y una dirección compartida (ancianos, supervisores, servidores).

Actualmente, estamos animando en Madrid unos cincuenta grupos en parroquias, colegios y casas. La Asociación Comunidad de Ayala tiene también proyección fuera de Madrid. Ahí está la Asociación Comunidad del Puerto (Tenerife), la Asociación Comunidad de la Palabra (Gran Canaria), la Asociación Con vosotros está (Córdoba). Con el apoyo de la Asociación y, como fruto de la dimensión social del Evangelio, se constituye en 1994 la Fundación Betesda, para el desarrollo integral de personas con discapacidad. Hay otras asociaciones de tipo social con las que, de una u otra forma, colabora la Asociación: Ángeles Urbanos (acción social y familiar), Aproedi (educación y desarrollo de la infancia), Pueblos con Futuro (acogida de inmigrantes).

Algunos momentos fueron especialmente difíciles, Por ejemplo, en 1998 (volviendo a las fuentes) cruzamos la “cordillera dogmática” de los siglos IV y V para llegar a la confesión de fe de Pedro, de Pablo, de Juan, de Jesús de Nazaret. Él dijo en la última cena: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). Y también: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (14,23).

A comienzos de 2002 estaba terminadoEl día de la cuenta, que llevaba por subtítuloJuan Pablo II a examen   Con fecha 26 de enero, el entonces obispo de Ávila, Adolfo González, amenaza con retirarme las licencias ministeriales “en cuanto (el libro) aparezca a la venta”. El 23 de marzo le envío el manuscrito al Papa con una carta, comunicándole lo que estaba pasando. Le dije: “A pesar de las presiones recibidas, al fin y al cabo un caso más de lo que se denuncia en el libro, en conciencia no puedo callar: Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 4,19)”.

Fuera por lo que fuera, el 1 de abril se publica la noticia de que el obispo de Ávila es trasladado a Almería. Dadas las circunstancias, el libro sale como edición privada. El 2 de abril de 2005, la edición privada se agota. La vida de Juan Pablo II, también. No lo podíamos imaginar. En el día de su muerte, en el día de la cuenta, se leía en todas las iglesias, como propio de la liturgia del día, el pasaje de los Hechos: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Pasara lo que pasara, había llegado el momento de la edición pública. Y así lo hicimos.

No somos ingenuos. Somos conscientes de que la publicación de este libro supone un riesgo. Sin embargo, también lo somos de que “anunciamos a un Cristo crucificado” (1 Co 1,23), a Jesús que “padeció fuera de la puerta”, fuera de la ciudad, excomulgado, condenado como blasfemo y subversivo (Mt 26,65;27,37). Así pues, si fuera preciso, espero que no, salgamos donde él “cargando con su oprobio, que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro” (Hb 13,12-14). Seguimos todavía con aproximaciones sucesivas.

Jesús López Sáez

Enero 2021