En el principio era la palabra
 

LA PROPUESTA DEL CARDENAL
Divorciados vueltos a casar


Lo dijo Irene Hernández en El Mundo. Cinco cardenales, entre ellos Gerhard Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, “se rebelan abiertamente contra Francisco", "acaban de escribir un libro en el que dejan muy claro su rechazo absoluto y total a la posibilidad de que se permita a los divorciados comulgar después de emprender un camino de penitencia, tal y como había planteado en febrero pasado el cardenal alemán Walter Kasper, considerado progresista y cercano al Papa" (17-9-2014).  
Invitado por el Papa, el pasado 20 de febrero el cardenal Kasper tuvo la ponencia introductoria en el consistorio extraordinario convocado para abordar la cuestión de la familia. El Vaticano prefirió no difundir el texto por considerarlo material de trabajo interno de los cardenales. El Papa le habría dicho al cardenal: “Debes plantear preguntas, preguntas que hagan pensar”.  
En cuanto a la información que aparece en El Mundo, hay que precisar. No se trata de los divorciados sin más, sino de los divorciados vueltos a casar, puesto que ésta es la situación que choca con la posición de Jesús en el Evangelio. Con los divorciados que no se vuelven a casar, no hay problema (Mc 10,11; 1 Co 7,11).
Sobre los divorciados vueltos a casar, el cardenal Kasper había manifestado el día anterior a su ponencia: “Para mí no es concebible que si uno cae en un agujero, no haya salida para él. Esta imagen no es compatible con la misericordia. Hay una salida para los que se arrepienten y se convierten. Sin embargo, un agujero sin salida es imposible de entender para mí”. Por lo tanto,   ”hay una segunda oportunidad si la persona está abierta a ello” (Religión Digital, 19-2-2014).

Si hemos entendido bien, lo que el Papa pide en febrero al cardenal Kasper son “preguntas que hagan pensar”. El Papa aplaude públicamente el día después la ponencia de Kasper: “He releído el trabajo del cardenal Kasper y quisiera darle las gracias”, “me ha hecho bien”, “esto se llama hacer teología de rodillas”.
En su primer Angelus, el Papa elogió el libro del cardenal que lleva por título "La misericordia" (Sal Terrae, 2014). En este libro leemos lo siguiente: "¡Nada de una misericordia de laissez faire!", "que todo lo tolera y consiente". Eso es una forma de "seudomisericordia" (pp. 143-144), es "una gracia barata", es "convertir la gracia en una ganga", es la "justificación del pecado, no del pecador", "es el anuncio del perdón sin penitencia” (p. 169), “la considerable relajación de la disciplina eclesial es una de las debilidades de la Iglesia actual y una forma errónea de entender lo que significa la misericordia", "el desmantelamiento de una rígida praxis legalista sin la simultánea constitución de una nueva praxis de disciplina eclesiástica en consonancia con el Evangelio ha llevado a un vacío que posibilita los escándalos que están en el origen de la grave crisis actual de la Iglesia. Solo recientemente, en conexión con los terribles casos de abusos sexuales, parece que vuelve a cobrarse conciencia de la necesidad de la disciplina eclesiástica".
Dice también: "Según el Evangelio de Mateo, Jesús otorgó a Pedro el poder de las llaves y a él, como a todos los apóstoles, la autoridad para atar y desatar, esto es, para excluir de la comunidad y reintegrar en ella; y el propio Mateo establece una clara regla para el ejercicio de tal autoridad (cf. Mt 16,19; 18,18)", "la eucaristía es el bien supremo de la Iglesia y no puede convertirse en una ganga que se ofrece de modo indiscriminado a todo el mundo y a la que todo el mundo cree tener derecho. Pablo juzga aquí con mucha severidad: quien come y bebe indignamente es reo del cuerpo y de la sangre del Señor, se come y bebe su condena (cf. 1 Co 11,27.29)".
Ahora bien, dice el cardenal, "si el pecador se arrepiente y se convierte, la comunidad debe actuar de nuevo con clemencia (cf. 2 Co 2,5-12)", "semejante comprensión de la disciplina eclesiástica como amarga -pero necesaria- medicina de la misericordia no es legalismo ni laxitud" (pp. 169-171). En su libro, el cardenal Kasper denuncia el legalismo y el liberalismo. Pone el dedo en la llaga de la grave crisis actual de la Iglesia, denuncia el desmantelamiento de la vieja praxis legalista que conduce al vacío y promueve una nueva praxis de disciplina eclesial en consonancia con el Evangelio. Si se trata de eso, estamos de acuerdo. Y, por supuesto, si hay arrepentimiento y conversión, ya no hay problema, es decir, no hay agujero.
En su ponencia, el cardenal Kasper da un paso más. La ponencia ha sido publicada en el libro “El Evangelio de la familia” (Sal Terrae, 2014). Su propuesta es la siguiente. Si un divorciado, que se ha vuelto a casar civilmente, cumple estas condiciones: “se arrepiente de su fracaso en el primer matrimonio”, “ha cumplido con las obligaciones del primer matrimonio y ha excluido definitivamente la vuelta atrás”, “no puede abandonar sin culpabilizarse aún más los compromisos asumidos con el nuevo matrimonio civil”, “se esfuerza, sin embargo, por vivir del mejor modo posible su segundo matrimonio a partir de la fe y educar en ella a sus hijos”, “siente deseo de los sacramentos como fuente de fuerza en su situación”, “¿debemos o podemos negarle, después de un tiempo de nueva orientación (metanoia), el sacramento de la penitencia y, más tarde, el de la comunión?” (pp. 70-71).
Según el cardenal, “sería erróneo buscar la solución del problema exclusivamente en una generosa ampliación del proceso de nulidad matrimonial. De ese modo se crearía la peligrosa impresión de que la Iglesia procede de un modo deshonesto al conceder dicha nulidad en casos en los que se trata en realidad de auténticos divorcios. Muchos divorciados no desean tal declaración de nulidad, pues dicen: hemos vivido juntos, hemos tenido hijos, y eso era una realidad que no puede declararse nula, a menudo únicamente por un defecto de forma del primer matrimonio desde un punto de vista canónico. Por tanto, debemos tomar también en consideración la cuestión, bastante más difícil, de la situación del matrimonio rato y consumado entre bautizados, donde la comunión de vida se ha roto irremediablemente, y uno o ambos cónyuges han contraído matrimonio civil” (p. 65).
Señor cardenal, la peligrosa impresión de que muchas nulidades son auténticos divorcios se está dando ya, desde hace tiempo, y la solución que usted propone sobre los divorciados vueltos a casar civilmente (o de otro modo, no importa el modo) choca con la posición de Jesús en el Evangelio: "Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio" (Mc 10, 11). Usted mismo dice que la Iglesia “no puede proponer una solución diferente o contraria a las palabras de Jesús” (p. 59), pero su propuesta no es consecuente. Si la había previamente, la ambigüedad se resuelve, y de mala manera. Parecía que sí, pero resulta que no, como en la parábola del Evangelio (Mt 21, 30). Ciertamente, “no todos entienden este lenguaje” (19,11).
“La palabra de Jesús, afirma Kasper, debe interpretarse en el contexto de toda la tradición de la Iglesia”, que “no es en absoluto tan unilineal como se ha afirmado con frecuencia” (p.89). El cardenal pone el ejemplo del concilio de Nicea (año 325). A “quienes se definen puros” se les exige “permanecer en comunión con los desposados en segundas nupcias” (pp. 68-69), en griego “digámois koinonein”, en latín “bigamis se communicare”, “comulgar con bígamos” (DS 127), divorciados vueltos a casar.
El concilio de Nicea no es, precisamente, un ejemplo a seguir. Fue convocado por el emperador Constantino y fue presidido por el obispo Osio de Córdoba, que residía en la corte imperial. Asistieron unos 300 obispos, es decir, a lo sumo una cuarta parte de los existentes: “el emperador intervino personalmente en las sesiones y supo maniobrar hábilmente cuando las deliberaciones parecían abocadas al fracaso” (L. Hertling, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1981, p. 94).
El concilio de Nicea da una solución contraria a las palabras de Jesús, da la vuelta al Evangelio, obliga a comulgar con piedras de molino, contradice las palabras de Pablo: “Al escribiros en mi carta que no os relacionarais con los impuros, no me refería a los impuros de este mundo…De ser así, tendríais que salir del mundo. ¡No!, os escribí que no os relacionarais con quien llamándose hermano, es impuro…Con esos, ¡ni comer! Pues ¿por qué voy a juzgar a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes vosotros juzgáis? A los de fuera Dios los juzgará” (1 Co 5,9-13; 6,9).
Como se comprueba por éste y por otros ejemplos, en la tradición hay de todo: “Anuláis la palabra de Dios por vuestra tradición”, dice Jesús a fariseos y escribas (Mc 7, 9-13). Por ello, la tradición debe revisarse a la luz del Evangelio, no el Evangelio a la luz de la tradición. “No puede fallar la Escritura”, dice Jesús (Jn 10, 35). Esperamos que la respuesta del Sínodo esté en sintonía con el Evangelio.

Jesús López Sáez