En el principio era la palabra
 

Campaña del enfermo 2003

PRESENTACIÓN

Hace unos años se consideraba normal: los enfermos están en los hospitales. De modo semejante, se consideraba normal que fueran atendidos desde el punto de vista religioso por los capellanes de hospital. Sin embargo, la realidad social y sanitaria ha cambiado mucho. Se han creado estructuras de atención primaria y ambulatoria cada vez más numerosas, complejas y extendidas, así como diversas formas de atención a domicilio.
Ahora, la mayoría de los enfermos están en sus casas y es desde la parroquia donde ellos y sus familias son o no son atendidos en la dimensión religiosa. Este cambio ha venido a plantear abiertamente la misión sanadora de la comunidad parroquial. Asumir esta misión constituye una prioridad.
Hoy no se puede organizar la atención a los enfermos desde una visión meramente hospitalaria, desconociendo la misión de la comunidad cristiana en el campo de la salud y de la enfermedad. Urge fundamentar esa misión en una nueva comprensión del Evangelio. Y ofrecer recursos y pistas que ayuden a ofrecer en medio de la sociedad el Evangelio de la salud.


Con este material de educación en la fe pretendemos:


* Conocer la situación de los enfermos y sus familias.
* Sensibilizar a las comunidades parroquiales sobre su misión sanadora hoy, al servicio del Evangelio de la salud.
* Promover la acción saludable de la comunidad parroquial en el mundo de la salud y de la enfermedad.

Los destinatarios son los enfermos y sus familias, las comunidades parroquiales, los organismos de promoción y decisión pastoral en las diócesis, las congregaciones religiosas sanitarias, las congregaciones contemplativas, las instituciones sociales y sanitarias, el personal sanitario especialmente el de atención primaria, las instituciones docentes de la Iglesia en el campo de la Pastoral.

 

1. La parroquia y los enfermos

La relación de la parroquia con los enfermos necesita revisión. La realidad actual es muy diversa: presenta luces y sombras, logros y carencias.
En primer lugar, veamos algunos logros. Poco a poco, las parroquias van tomando conciencia de su misión sanadora. En algunos lugares, constituye una prioridad. Se van creando grupos organizados que quieren actualizar los gestos de Jesús en el servicio a los enfermos. Se considera necesaria la formación continua: no basta la buena voluntad. Resulta muy indicada la presencia de aquellos que por su profesión aseguran al grupo un estilo de discreción y de saber hacer, una competencia. El acompañamiento y la atención a las familias de los enfermos va tomando importancia: la familia también cuenta. Desde las parroquias de hace un seguimiento de los enfermos ingresados en hospital. La acción de la comunidad cristiana no se reduce a los sacramentos. Muchos enfermos necesitan recibir antes la palabra de Dios, que llega de muchas maneras. El servicio de llevar la comunión a los enfermos va siendo asumido por los seglares, que lo hacen como prolongación de la eucaristía dominical. Se da una preocupación por incluir una educación sobre el dolor, la enfermedad y la muerte en los programas de catequesis. Hay un mayor compromiso en la lucha por la defensa de los derechos de los enfermos.
"En el ambiente parroquial ya no es sólo el trabajo del sacerdote que tradicionalmente ha cuidado de los enfermos de la parroquia, sino que son grupos de seglares, religiosas, quienes en nombre de toda la comunidad parroquial están realizando esta acción pastoral" (J. Osés).
Se constatan también lagunas, dificultades e interrogantes. He aquí algunas lagunas. Se constata falta de integración de los enfermos en la parroquia, así como una adecuada catequesis parroquial sobre la salud, la enfermedad y la muerte; urge encontrar un cauce a través del cual un número mayor de profesionales sanitarios cristianos sirvan a este sector; urge atraer a los jóvenes al compromiso adecuado a su inventiva y generosidad.
Veamos algunas dificultades. Pastores y responsables laicos no acaban de ver la necesidad de atender el campo de la salud con una organización específica. Hay equipos parroquiales que, centrándose en lo de siempre, parecen anquilosados y cerrados a nuevos aires y nuevas tareas. ¿Ser necesario recordar que la unción de enfermos no es la extremaunción que se administra a los moribundos, sino el sacramento que ayuda a los enfermos a vivir su situación? Finalmente, como se ha reconocido a diversos niveles, de hecho, no pocas parroquias por diversas razones están lejos de constituir una verdadera comunidad cristiana.
Aparecen estos interrogantes: ¿cuál es el papel de la comunidad cristiana en relación a los enfermos? ¿cómo asume la parroquia su misión sanadora? ¿entra en diálogo con las instituciones que promueven la salud? ¿contacta con asociaciones de enfermos y familiares?
En cualquier caso, es fundamental acercarnos a la realidad. Nos puede ayudar a tomar conciencia de la misma el siguiente cuestionario:

CUESTIONARIO

- Conocemos a los enfermos de nuestra comunidad
- Conocemos su situación concreta y la de sus familias
- Sienten la ayuda y la compañía de la comunidad
- En la mayoría de los casos se visita a los enfermos
- La visita la hace el sacerdote
- Se reduce al rito
- Se queda en la mera asistencia, cuando la hacen los seglares
- Existe un grupo organizado
- Se difunde el testimonio evangelizador de los enfermos
- La educación ante la enfermedad y la muerte se realiza sólo ocasionalmente
- No se hace nunca
- Se incluye en los programas de catequesis de la parroquia
- Se da una preocupación real por la defensa de los derechos del enfermo
- Se conocen los problemas sociales y sanitarios de la zona
- La parroquia se relaciona con las instituciones que promueven la salud
- Se lleva la comunión a los enfermos
- Los enfermos participan de la vida de la comunidad
- No hay verdadera comunidad cristiana
- Los enfermos reciben el sacramento de la unción
- Se da al final
- La celebración comunitaria de la unción va ganando terreno
- La unción no es el sacramento de la tercera edad
- Los seglares participan en la misión de ungir a los enfermos
- Existe un voluntariado dedicado a los colectivos de enfermos desasistidos: ancianos enfermos, crónicos, mentales, terminales, drogadictos, SIDA.

 

2. El Evangelio de la salud

En una sociedad que reivindica para sí la atención y el cuidado de los enfermos surgen interrogantes a los que hay que dar una adecuada respuesta: ¿Qué función le queda a la Iglesia? ¿Qué relación se da entre Evangelio y salud? La salud que desean los ciudadanos ¿tiene algo que ver con la salud que Jesús ofrece a los hombres y mujeres de su tiempo? La salud que ofreció Jesús entonces ¿puede ofrecerla hoy la Iglesia?
Para empezar, una cosa es importante. Jesús no desarrolla ningún discurso sobre la salud. Tampoco es médico. Sin embargo, su vida y su acción generan salud tanto a nivel físico como a otros niveles: emocional, social, mental, religioso. La terapia que Jesús pone en marcha es su propia persona. Es el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).
Además, para evitar reducciones, el acento no ha de ponerse únicamente en la situación de enfermedad sino en la nueva salud que Jesús ofrece a todos, sanos y enfermos, jóvenes y mayores: él viene para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10).
La salud que Jesús ofrece se sitúa dentro de un itinerario: comienza por la salud física, pero no se detiene ahí. Alcanza al hombre entero en todas sus dimensiones. No se limita al cuerpo ni se limita al individuo. Así pues, al menos a primera vista, estamos lejos de las formas habituales de concebir la salud.
En la medicina convencional, la salud se define como ausencia de enfermedad (lesión, disfunción) o como "silencio del cuerpo y de los órganos". En la cultura occidental, la salud consiste fundamentalmente en "estar bien" (buen funcionamiento del cuerpo, vigor, prestancia, exuberancia, rendimiento) y también en "sentirse bien". Obviamente, el papel del médico y de la medicina es fundamental.
Sin embargo, vivimos en una sociedad medicalizada, que nos va acostumbrando a buscar en la ciencia la solución de todos los problemas humanos, de todas las aspiraciones y de todos los sueños. Al propio tiempo, existe una corriente humanizadora, que incorpora el concepto de persona a la noción de salud. Esta implica todas las dimensiones de aquella. Entonces hablamos de salud física, psíquica, mental, social, relacional, moral, espiritual. Es una salud individual y comunitaria, reclama libertad y sentido, está inserta en la trama de valores y contravalores. La salud es biológica, pero también biográfica.
Así pues, la salud humana no puede reducirse a los niveles de "estar bien" o "sentirse bien". Aun siendo importantes, son incompletos y resultan, por sí solos, ambiguos, pues ¿de Qué sirve estar bien, si uno se siente mal? Y también: ¿Qué salud posee quien, por estar drogado, se siente bien?
Se necesita asumir la dimensión m s honda de la salud, según la cual la persona funciona bien en aquello que la constituye como tal. Entonces la persona no está enferma, no vive esclava de adicciones, sus relaciones no son patógenas o patológicas, no sufre de vacío existencial. Este es el nivel m s personal de la salud.
De hecho, lo que hace que cada uno de nosotros sea persona no es el hecho de tener dos ojos que funcionan bien (las águilas ven mejor que nosotros) sino nuestra forma de mirar; tampoco el hecho de tener dos brazos o dos piernas... Jesús viene a sanar la persona, para que en salud y enfermedad aprendamos a ser hombres y mujeres en plenitud.
En otros tiempos, al hablar de la acción de la Iglesia en el campo de la salud y de la enfermedad, se hacía una distinción neta entre la actividad asistencial y la actividad religiosa. La primera era desarrollada por médicos y agentes sanitarios. La segunda era fundamentalmente de tipo sacramental.
Para entender la misión de la comunidad cristiana en el campo de la salud (y para que no pocos cristianos vivan plenamente como tales en el ejercicio de su profesión) es preciso partir de una nueva visión de la evangelización, la que se nos presenta como un proceso con diferentes etapas, guiado por una dinámica interna: fidelidad a Dios y fidelidad al hombre. En esta óptica, también cuando no hay (o todavía no hay) anuncio explícito, hay o puede haber evangelización. ¿Qué sería de ésta sin los gestos del testimonio, de aquel testimonio que plantea "interrogantes irresistibles" (EN 18). En este proceso se sitúa la oferta de salud por parte de Jesús. Sí, la salud es parte de la buena noticia del Evangelio. Es m s, está en el corazón, en el núcleo de la evangelización.
La salud ofrecida por Cristo afecta a todo hombre (sano o enfermo) e incluye todas las dimensiones de la persona. He aquí algunos rasgos del Evangelio de la salud:
- Cristo deshace el prejuicio que vincula de forma inevitable enfermedad y pecado. Por ello, corrige a sus discípulos por su posición ante el ciego de nacimiento y les dice: Ni él pecó ni sus padres (Jn 9,3). Es preciso estar atentos y devolver al enfermo la dignidad perdida o usurpada.
- Jesús se sitúa siempre allí donde el hombre está, donde le duele al ser humano: Pasó haciendo el bien y curando (Hch 10,38).
- La salud no se impone desde fuera. Se acoge desde dentro: Tu fe te ha salvado (Mc 5,34). Es propuesta y regalo, pero también es tarea asumida con libertad y responsabilidad.
- Somos invitados a vivir una nueva relación con el cuerpo. Sólo un cuerpo asumido es un cuerpo salvado, un cuerpo que hay que acoger, reconciliándose con todos sus límites, tratándolo como obra de Dios (Gn 1,25) y templo del Espíritu (1 Co 6,19).
- El Evangelio es una verdadera escuela de salud comunitaria, que integra al enfermo dentro de la comunidad, cura el tejido relacional de la misma, potencia unas relaciones fraternas y solidarias: La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma (Hch 4,32).
- En la base de la salud se sitúa también una relación con Dios nueva, sana y purificada. Se puede pasar de la fe en un Dios desconocido, ausente o temible a una relación de confianza, en la que podemos decir: Abba, Padre (Rm 8,15). La experiencia de la presencia de Dios es saludable.
- El Evangelio de la salud responde a las diferentes necesidades de la persona, potencia sus recursos, da cumplimiento (más allá de lo esperado) a sus aspiraciones: necesidad de sentido y de significado, de amar y ser amado, de vivir y de sobrevivir, de libertad y de felicidad. No se trata sólo de curar, sino también de promover y potenciar, de llevar la vida humana a su plenitud.
- La pertenencia a Cristo y a la Iglesia no vacuna al creyente contra nada. Ahora bien, ¿dónde podemos encontrar mejor esa salud de toda la persona sino en una comunidad viva que sea realmente piscina de Betesda (Jn 5,2), es decir, comunidad que cura?
- Estamos al servicio de una salud que nos supera, de un don que recibimos. No vamos en nombre propio, sino en nombre de Cristo, que sigue diciendo: Curad enfermos (Mt 10,8). Al propio tiempo, la salud nos es encomendada como tarea, es responsabilidad individual y colectiva, está en el corazón de la evangelización.
- Creemos en la eficacia saludable de la Palabra escuchada, del sacramento celebrado, de la oración compartida, de la esperanza puesta a prueba y mantenida, de la escucha atenta del otro, del respeto a su intimidad, de la solidaridad. Estamos al servicio de la plenitud de lo humano, asumiendo el sufrimiento y el deterioro físico
- Lo sabemos: Llevamos este tesoro en vasos de barro (2 Co 4,7). Es el barro de los límites humanos: falta de purificación de las propias motivaciones, falta de gratuidad, falta de preparación, exceso de prejuicios... Necesitamos crecer en discernimiento, beber en la fuente de la palabra de Dios, vivir en situación de conversión permanente.
- El Evangelio de la salud pasa por mediaciones inevitables. Una de ellas, nuestra propia humanidad. De ahí la importancia de evangelizar la propia humanidad para ser instrumento eficaz de la ternura de Dios. En realidad, nuestra capacidad nos viene de Dios (2 Co 3,5).
- El Evangelio de la salud ha de estar animado por el testimonio. El testimonio es indispensable en todo proceso de evangelización. Como se dice en la carta de Santiago: Poned por obra la Palabra y no os contentéis con oírla (St 1,22).
- El anuncio, explícito o no, es ese momento del proceso de evangelización en el que compartimos experiencias fundamentales a la luz de la palabra de Dios, se iluminan interrogantes profundos de la existencia, celebramos la presencia saludable de Dios, compartimos la fe y la esperanza, acompañamos en los procesos de vida y de muerte, oramos desde lo que estamos viviendo, llevamos la comunidad al enfermo y el enfermo a la comunidad.

3. Misión sanadora de la comunidad

La Iglesia, en su totalidad, debe ser comunidad que cura. Sanar es una tarea encomendada originalmente a la comunidad cristiana. Esta misión de curar no se contrapone a los esfuerzos de carácter científico, técnico u organizativo, que la sociedad realiza en la promoción de la salud, en la prevención de la enfermedad o en la curación y rehabilitación del enfermo.
La misión sanadora de la comunidad hunde sus raíces en el mismo Evangelio, en lo que Cristo dijo e hizo. Jesús evangeliza allí donde la vida aparece amenazada e, incluso, malograda. Su acción es salvadora, liberadora, sanante. La Iglesia siempre ha considerado como parte de su misión la atención a quienes sufren bajo el peso de la enfermedad.
La parroquia es ámbito preferente de actuación, porque es ahí, y no en las instituciones sanitarias, donde está la mayoría de los destinatarios de la salud que anuncia el Evangelio. Es en la comunidad cristiana, donde se aprende a vivir desde la fe experiencias fundamentales de la vida, como la salud y la enfermedad, el sufrimiento y la muerte.
La parroquia ha de encarnar y actualizar el servicio sanador de Cristo. Su estilo de vida sano, su capacidad de acogida, su gozosa celebración de la salvación, su esfuerzo en educar para vivir con sentido la salud, la enfermedad y el morir, junto con su presencia sanadora con los enfermos, son algunas formas de realizarlo.
La parroquia, siendo verdadera comunidad cristiana, se distingue por una relación de fraternidad. Los enfermos encuentran en ella la acogida, cercanía y preferencia que encuentran en Jesús. La comunidad parroquial necesita superar las barreras mentales y físicas que la separan de los enfermos. La presencia de los enfermos en la comunidad, la cercanía en forma de visita o acompañamiento, permite conocer las situaciones, las circunstancias y las condiciones por las que pasa cada enfermo y su familia, permite descubrir cómo viven la crisis que entraña una grave enfermedad.
En el espíritu del Concilio Vaticano II, sin eximir a los sacerdotes de las funciones que les son propias, se subraya la aportación de los laicos en cuanto miembros de la comunidad cristiana. En virtud del bautismo, todos somos sacerdotes (1 P 2,9) y, por tanto, mediadores entre Dios y los hombres. Los laicos tienen, frecuentemente, el carisma del servicio a los enfermos (1 Co 12,9). Hay que reconocer este carisma y favorecer que lo ejerciten adecuadamente.
Los enfermos son miembros activos de la comunidad. Viviendo con sentido su enfermedad, son testigos vivos de que es posible luchar contra la enfermedad y asumirla serenamente, mantener la paz e incluso la alegría y madurar humana y cristianamente.
Por su experiencia personal, el enfermo dispone de una riqueza que sólo él posee ordinariamente. En consecuencia, está especialmente indicado para ayudar a otros enfermos: él comprender , mejor que los demás, los problemas, las dificultades, las inquietudes y las angustias, las renuncias y las crisis, las rebeliones, así como el largo caminar hasta llegar a aceptar su condición de enfermo.
Los enfermos pueden ayudar a los sanos a revisar constantemente su escala de valores, a comprender que la belleza y la fuerza física no lo son todo, que lo esencial no es el tener sino el ser.

¿DÓNDE ESTAMOS?

La comunidad cristiana ha de ser en medio de la sociedad piscina de Betesda (Jn 5), comunidad que cura. El relato de San Juan es un esquema de evangelización, que viene a preguntarnos dónde estamos:

- en la fiesta oficial de una religión sin compromiso
- en el pórtico de la piscina, entre la multitud de enfermos
- con par lisis, sin poder dar un paso
- sin nadie que nos meta en la piscina
- esperando que se ponga en marcha la fuente de la salud
- en diálogo con Cristo, escuchando su palabra
- con iniciativa propia, llevando la camilla, caminando
- metiendo enfermos en la piscina.

 

4. Curar y orar

La enfermedad es una situación dura y angustiosa. No es fácil ponerse en el lugar del otro. El enfermo palpa la fragilidad de su ser, que hasta ahora creía firme y seguro. La enfermedad amenaza destruir todo lo que se tiene y todo lo que se es. El enfermo es un hombre atacado en lo más hondo de su existencia.
El diálogo con el enfermo se inicia generalmente por la narración del accidente, de la enfermedad, de los exámenes sufridos, del tratamiento a seguir, de las mejoras experimentadas y de la agravación de su estado. A las pruebas físicas y morales se añaden a menudo los padecimientos mentales, la inquietud familiar y profesional y la angustia por el futuro.
La enfermedad obliga al enfermo a prestarse una atención exclusiva. Su horizonte se estrecha. Le son posibles quizá sólo unos movimientos, unos gestos. Está en una situación de dependencia. Todo ello cambia su relación con los demás. Sufre quizá por percibirse como una carga. O por no poder compartir lo que le pasa: Quien viene a verme habla de cosas fútiles (Sal 41). La duración de la enfermedad puede originar el espaciamiento de las visitas.
La enfermedad puede provocar reacciones diversas e interrogantes que quieren encontrar una razón de lo que pasa, pero que no tienen fácil respuesta: ¿Por Qué me ha tocado a mí? ¿Por Qué esta enfermedad? ¿Qué habré hecho yo para merecer esto? ¿Dónde está la justicia de Dios? En medio del desconcierto, puede surgir la tentación, la rebeldía frente a Dios, la reacción que cuestiona el sentido de la vida: ¿Para qué haber nacido? (Jb 3,11). Las reacciones del enfermo son un desahogo. Se requiere una actitud de acogida y comprensión.
El creyente puede preguntarse: ¿Qué dice Dios de mi enfermedad? ¿Qué está haciendo con ella? En realidad, no existen respuestas fáciles. Por ello, es preciso orar. La relación sana con Dios, especialmente ante la enfermedad y la muerte, requiere una purificación constante. Fácilmente proyectamos nuestros temores, deseos, pensamientos. Y no nos relacionamos con El tal cual es (Jb 42,7.13-17). En realidad, m s vale no saber que aventurar respuestas falsas.
La enfermedad hay que afrontarla médicamente. Es de sentido común: Vete al médico, pues de él has menester (Eclo 38,12). La enfermedad es un mal, es malo estar malo. Por eso, Jesús pasa curando (Hch 10,38). No es necesariamente un castigo de Dios, como piensan los amigos de Job (Jb 5,17-18). Es algo inherente a la condición humana: Los años de nuestra vida son setenta u ochenta, si hay vigor (Sal 90).
Los evangelios muestran la atención que Jesús dedica a los enfermos. No sólo enseña, también cura: Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo (Mt 4,23). Las curaciones (ordinarias o extraordinarias) que Jesús realiza son señales del reino de Dios presente en medio de nosotros (Mt 11,5). La enfermedad no desaparece del mundo, pero ya está en acción la fuerza de Dios que finalmente vencer .
Los discípulos son enviados a hacer lo mismo que Jesús: Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios (Mt 10,7-8). En cumplimiento del mandato de Jesús, los discípulos ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban (Mc 6,13).
Los gestos de servicio hablan por sí mismos. No es raro que los enfermos comprendan su sentido y lo manifiesten. Lavar, curar, aliviar, "poner un poco de bálsamo en las heridas" ¿no es expresar ya la realidad de la unción de los enfermos?
La unción de los enfermos fue practicada siempre por la Iglesia. Leemos en la carta de Santiago: ¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y que recen sobre él, después de ungirlo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvar al enfermo, y el Señor lo curar , y si ha cometido pecado, lo perdonar (St 5, 14-15). La oración de fe es la oración hecha con fe, que excluye toda magia y supone una relación viva con el Señor. Importa la oración ferviente, es decir, asidua. Se afirma que, si se hace así, tiene mucho poder (5,16). En la enfermedad todo queda al descubierto: viejos odios, problemas no resueltos. De una u otra forma, puede darse una verdadera reconciliación.
Entrar en el mundo del enfermo no es fácil. Es preciso detenerse un poco. Como el levita y el sacerdote, ante el herido encontrado en el camino, podemos dar un rodeo, dirigir la vista hacia otra parte, llevar prisa. Pero podemos hacer lo que el samaritano: se detiene, descubre lo que realmente necesita, venda sus heridas, echa en ellas aceite y vino, le carga sobre su propia cabalgadura, le lleva a una posada, cuida de él. La parábola del samaritano (Lc 10,29-37) manifiesta cómo alguien sin diploma religioso puede cumplir realmente el Evangelio.
La enfermedad provoca en el seno de la familia una crisis, que puede dividirla o ayudarla a crecer en unidad y solidaridad. El enfermo no puede ser bien entendido ni atendido prescindiendo de la familia. Es preciso valorar el papel propio de la familia y promover la ayuda adecuada para que la familia pueda superar la crisis de la enfermedad. El poder hablar abiertamente de los problemas y dificultades causadas por la enfermedad aligera el sufrimiento tanto del enfermo como de la familia. Ser necesario ver quién puede ayudar mejor a la familia.
El simbolismo de la unción (el aceite que cura las heridas) es un gesto fraternal de asistencia y de curación. Expresa la solicitud de la comunidad cristiana hacia el hermano que sufre. Revela el comportamiento de Cristo que carga con nuestras enfermedades (Mt 8,17). El sacramento remite a la comunidad y manifiesta la presencia eficaz del Señor en medio de la enfermedad. En su nombre los discípulos impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien (Mc 16,18). La unción, dice el Concilio, "no es un sacramento sólo para aquellos que están a punto de morir", sino para quienes están "en peligro de muerte por enfermedad o vejez" (SC 73).
Como todo sacramento, la unción de los enfermos tiene una dimensión comunitaria. La enfermedad de uno de sus miembros presenta a la comunidad cristiana una gran ocasión para manifestar su amor fraterno. Durante la enfermedad, los lazos que vinculan a unos y otros no sólo no se rompen, sino que adquieren un sentido nuevo. Como dice San Pablo: Cuando un miembro sufre, todos sufren con él (1 Co 12,26). La comunidad ha de ser en medio de la sociedad piscina de Betesda (Jn 5), es decir, comunidad que cura.
La unción de los enfermos no debe ser un hecho aislado, una breve visita del Señor. Todo es importante (primeros síntomas, análisis, diagnóstico, tratamiento), todo puede situarse en el contexto de oración que acompaña a la lucha contra la enfermedad. La oración envuelve la acción. Lo espiritual acompaña a lo material. El servicio sanitario adquiere un valor sacramental, que comienza con los gestos humanos de acogida al ingresar en el hospital y continúa con los diferentes servicios prestados al enfermo. El amor de Cristo a los enfermos se pone de manifiesto a través de las curas médicas, a través de las visitas fraternas, a través de la oración. El Señor nos espera en el enfermo, se identifica con él: Estuve enfermo y me visitasteis (Mt 25, 36).
Vivir, para los enfermos, quiere decir: luchar contra la enfermedad. También quiere decir: continuar siendo miembros de la comunidad humana y cristiana. He aquí lo que escribía una enferma de veintisiete años, hospitalizada en un Servicio de Reanimación: "Técnicamente, ¡perfecto! He visto desfilar muchísima gente, pero no me he encontrado con nadie; tengo la impresión de estar fuera de órbita".
Como dice el Concilio, "con la unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda al Señor paciente y glorioso, para que los alivie y los salve" (LG 11). La persona del enfermo es así el centro de atención de toda la comunidad y se convierte en signo de la presencia de Cristo y de la lucha emprendida por El contra la enfermedad y la muerte. La comunidad dar a entender al enfermo que no es un peso, que no es un fracasado, que no está solo, que no va hacia la nada, que Dios tiene la última palabra, que nada que pueda apartarle del amor de Dios (Rm 8, 31-35).
"El hombre, al enfermar gravemente, necesita de una especial gracia de Dios, para que, dominado por la angustia, no desfallezca su ánimo, y sometido a la prueba, no se debilite su fe" (RU 5). Con la unción, el dolor ante la enfermedad y la muerte se vuelve humano, es decir, con esperanza. La enfermedad pierde su carácter m s duro, desesperado y lacerante. Como la misma muerte, pierde su aguijón (1 Co 15,55) para convertirse en signo de paz, de serenidad y de esperanza. El enfermo creyente evangeliza desde su situación paciente.

EL SENTIDO PASCUAL DE LA MUERTE

La comunidad cristiana ha de recuperar "el sentido pascual de la muerte cristiana" (SC 81). Como la muerte de Jesús (Jn 13,1), la del cristiano es un paso (eso significa pascua), un paso a la casa de Dios: "Una señora cristiana, viuda y con una hijo de veinte años, a la que le dolía morir m s por aquel hijo que por ella misma (decía: A mí esto no me importa, voy a reunirme con mi marido), me hablaba de su muerte. Era la noche del sábado santo. Le había hablado de la vigilia pascual que acabábamos de celebrar en la clínica y de una alumna enfermera que aquella noche recibiría el bautismo en su parroquia. Ella me decía: Me gustaría que mi pascua fuera esta noche. Como no sabíamos si sería aquella noche o algunos días después, le dije que para nosotros pascua son todos los días, es poner en manos de Dios cuanto vivimos para que él lo haga pasar a la vida eterna. Ella me miró y me dijo: Creo que cuando uno muere es como un capullo que se abre y se hace flor" (BDM, Bruselas).

TESTIMONIO

Empecé a visitar a una enferma de paliativos relativamente joven. Enfermería me comentó el carácter insolente de la paciente y el trato que tenía con sus padres: les culpaba de que ellos estaban bien y ella se estaba muriendo. Era exigente y caprichosa. Tenía a sus padres en un sin vivir. En la reunión interdisciplinar llegamos a la conclusión de que teníamos que hacer algo entre todos. Me presenté como agente de pastoral, casada y con dos hijas. Esto impactó a la enferma y empezó a hacerme preguntas personales. Me dijo, finalmente, que la religión para ella era un rollo, pues sus padres siempre habían sido muy creyentes y eso a ella le fastidiaba. Estaba rebelde con todo lo que concernía a sus padres. Estos habían perdido otra hija en un accidente y ahora solamente les quedaba ésta. Cuando salí el primer día de la habitación, su madre salió conmigo y, llorando, me pidió que siguiera visitándola. En la segunda visita, sus padres se salieron y nos dejaron solas. Hablamos bastante rato y me pidió si podía leerla algo de Dios, le dije que sí. A los pocos días, le propuse, para que no fuera tan monótono, compartir la visita con el sacerdote. Hizo un gesto no muy convencida, pero aceptó. Quiso Dios que el sacerdote que vino a visitarla fuera de su parroquia. Sin nosotros saberlo, hablando, salió el tema. Entonces nos enteramos que pertenecía su calle a la comunidad de este sacerdote. Se hicieron grandes amigos, compartían aficiones musicales, etc. Primero nos pidió que la enseñáramos a rezar...Tiempo m s tarde se estabilizó su enfermedad y la dejaron ir a casa. Pidió que le llevara la comunión. Unas veces estaba mejor y otras peor. Hacíamos según su estado de ánimo. Empeoró y quiso morir en casa. Y recibió la santa unción en pleno conocimiento. En el funeral, el sacerdote no pudo por menos de rompérsele la voz de emoción al hablar de ella. Esto impactó positivamente a toda la gente que asistió al entierro. Al cabo de unos días, vinieron sus padres a traernos un recordatorio con la foto de su hija. Al sacerdote le trajeron la flauta que ella tanto quería, y a mí una vela, para que siguiera dando luz. Tenemos colgada su fotografía en el despacho. Nos mira con unos ojos grandes y alegres, llena de vida, y hasta parece que nos da ánimos y aliento para seguir con esta misión dura, pero llena de amor.

Marisa, Barcelona.

TESTIMONIO

Soy telefonista. Un día, estando en mi trabajo, recibí una llamada de mi padre de 92 años para decirme que mi madre, muy deteriorada y con graves problemas neurológicos, se había caído a la entrada de la parroquia y estaba con rotura de cadera y otros golpes. No pudiendo operarla, la mandaron a casa y así vinieron una serie de problemas aumentados a los que ya existían. Soy afiliada a la ONCE por estar casi ciega, por múltiples desprendimientos de retina. Así tenía que enfrentarme sola a todo. Estaba desesperada y no podía encontrar ayuda en la fe, pues, a pesar de haber recibido una buena educación en la religión católica, la había perdido. Me dirigí a la parroquia de Santa Feliciana y hablé con el padre Antonio que me atendió muy bien. Me mandó a unos ángeles de blanco, que gracias a Dios han cambiado mi existencia. Son las religiosas Siervas de María de la plaza de Chamberí. Con destreza y cariño evitaron que en la piel macerada de mi madre aparecieran escaras y la trataron con tanto mimo que consiguieron que volviera a hablar, pues no lo hacía desde la caída. Incluso volvió a sonreír. Mi padre era muy reacio a dejarse asear por unas monjitas, hasta que poco a poco se fue rindiendo ante el cariño con que era tratado. Yo nunca hubiera podido imaginar que pudieran existir personas así, que dediquen su tiempo con total desinterés económico a hacer el bien a los demás, sin conocerlos de nada. Yo empecé a quererlas y a dejarme querer por ellas. Las llamé para mi madre, pero también mi padre y yo las necesitábamos. Me maravillaban por la fuerza de su fe, el no aparentar nunca cansancio, su constante alegría. Día a día iba calando en mi interior ese fluir de agua pura y fresca de la fe. Pas‚ del egoísmo a la generosidad, de la ceguera de mis ojos a la claridad de mi alma y de mi preocupación excesiva brotó una gran confianza en la providencia de Dios. Hoy me siento una mujer nueva. Quizá los problemas siguen ahí, pero ya no estoy sola. Mi padre falleció el 3 de marzo, a los seis meses de conocer a las hermanas. Sentimos mucho, mi madre y yo, su ausencia, pero con tan buenas amigas se puede superar mejor. Leo el evangelio escrito en braille y ahora, tanto mi madre como yo, somos ya enfermas misioneras.

Pilar, Madrid.

TESTIMONIO

Cecilia llegó al grupo de Nuestra Señora de la Vid en el otoño de 1998. Se había quedado viuda y trataba de aprender a vivir en la nueva situación. Sofía, su vecina de escalera, había hablado una tarde con ella largo y tendido. Le ofreció lo que tenía, un grupo en el que compartimos la experiencia de fe. Cecilia estuvo dos años yendo y viniendo por el grupo, callada muchas veces, preguntando otras. A primeros de abril, ingresó con carácter de urgencia en La Paz. Todo el malestar que le venían tratando meses atrás no era debido a nervios o depresión. Las ecografías manifiestan un cáncer de colon ya con metástasis. Es preciso operar y pensar en quimioterapia. Ella, aunque no sabe toda la verdad, está asustada. Sus hijas, Nieves y Marisol, se desahogan con varias mujeres del grupo que han ido a verla al hospital. Sus hijas agradecen que se la visite. El 11 de mayo nos presentamos casi por sorpresa y vemos una alegría inmensa en su cara. Siente que Dios le está haciendo un regalo. Nosotros no lo sabemos, pero ese día es su cumpleaños. Las noticias que nos da de los médicos son de paciencia y espera hasta ver el efecto de la quimioterapia. Nos invita a que le leamos el evangelio del día. Se nos encoge el corazón cuando leemos en el evangelio de San Juan: En la casa de mi padre hay muchas moradas...Cecilia pregunta Qué quiere decir esto. Rezamos con el corazón en la mano para poder vivir el día a día. Un día en la calle, Paqui se encuentra con las hijas, que con l grimas en los ojos, agradecen desde lo m s profundo el acompañamiento del grupo. Es otoño. Cecilia está empeorando. Trata de disimular sus dolores y angustias. En el fondo sabe lo que va a suceder, pero el paso es muy duro y desconocido. La invitamos a expresar sus miedos, para que el Señor transfigure la situación y se vea su acción en medio de la enfermedad. Leemos el salmo propio del día. Es impresionante el título: Homenaje a Aquel que lo sabe todo. Y lo demás: Señor, mi pensamiento calas desde lejos... Cecilia coge la Biblia y lo vuelve a leer emocionada, en voz alta. Somos testigos de su diálogo con Dios, de su encuentro. Es un momento muy especial y el silencio es absoluto. Cuando su hija la recoge, Cecilia no puede callar lo que ha vivido. Unas semanas después, Paqui y Sofía piden a Jesús que se acerque por el grupo. La reunión fue una experiencia de unción. Para Cecilia, una noche inolvidable. Está por primera vez su hija Marisol. Cecilia pone sobre la mesa su interrogante m s profundo: ¿Por Qué a mí? La palabra nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la condición humana: Toda carne es hierba, la flor se marchita, se seca la hierba (Is 40, 1-9). Un pasaje muy oportuno. Días después los médicos le preguntarían si tenía miedo a morir y si podía hablar de ello con alguien. Murió el 12 de enero de 2001. En el velatorio el salmo 90, sobre la fragilidad del hombre que es "como hierba", fue todo un regalo, un guiño de Cecilia desde la nueva dimensión en la que vive ya con el Señor resucitado: Tú has sido para nosotros un refugio de edad en edad...Los años de nuestra vida son unos setenta u ochenta, si hay vigor. Cecilia había cumplido setenta años.

Marisol, San Sebastián de los Reyes.

Para la reflexión personal y de grupo

1¿Puede ofrecer hoy la Iglesia la misma salud que ofreció Cristo? ¿Qué salud encomendó Cristo a su Iglesia?

 

2¿Cómo promover la acción saludable de la comunidad cristiana en el mundo de la salud y de la enfermedad?


- visitando a los enfermos
- asumiendo sus interrogantes
- descubriendo qué necesita el enfermo y su familia
- participando en la misión de curar
- educando ante la enfermedad y la muerte
- orando a partir de lo que estamos viviendo


- facilitando una relación sana con Dios
- integrando a los enfermos en la vida de la comunidad
- difundiendo el testimonio evangelizador de los enfermos
- conociendo la situación concreta de los enfermos y sus familias
- creando grupos organizados de atención a los enfermos
- viviendo desde la fe experiencias fundamentales, como la salud y la enfermedad, el sufrimiento y la muerte
- conociendo los problemas sociales y sanitarios de la zona
- creando un voluntariado dedicado a los colectivos de enfermos desasistidos
- haciendo de la parroquia una comunidad de comunidades
- formando una comunidad viva

 

ORACIÓN

Señor, te encomendamos
a los enfermos de nuestra comunidad.
Acoge sus quejas.
Mitiga sus dolores.
Alivia su angustia y su cansancio.
Dales tu aliento en su lucha.
Reanima su esperanza.
Sana sus heridas.
Aviva su confianza.
Haz que se sientan queridos.
Llena sus vidas
de amor y de sentido.
¡Que se vea tu obra con ellos!
¡Confirma tú la acción de nuestras manos!

BIBLIOGRAFÍA

-AZCONA F, Análisis de los datos del cuestionario sobre pastoral sanitaria en las parroquias, en Labor Hospitalaria, nº 210 (1988).
-ALVAREZ F., La salud encomendada a la comunidad como don y como misión, en Labor Hospitalaria, nº 259 (2001).
-BAUTISTA M., Jesús: sano, saludable y sanador, San Pablo, Buenos Aires, 1995.
-BUREAU DE PASTORAL DE ENFERMOS DE BRUSELAS, La comunidad cristiana y los enfermos, Marova, Madrid, 1980.
-RODRIGUEZ BERNAL A., La pastoral de la salud en la parroquia. Memoria del camino con respuestas e interrogantes, en Labor Hospitalaria, nº 259 (2001).
-SANDRIN L., La Iglesia, comunidad sanante. Un reto pastoral, San Pablo, Madrid 2000.

 

CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA
Departamento de Pastoral de la Salud
Añastro, 1 - 28033 Madrid